CAPÍTULO 9

El Príncipe Mestizo
AL día siguiente, Harry y Ron se encontraron con Hermione en la sala común antes del desayuno. Con la esperanza de ganar apoyo para su teoría, Harry se apresuró a contarle lo que Malfoy había dicho en el expreso de Hogwarts.
—Es evidente que presumía delante de Parkinson, ¿no? —terció Ron antes de que ella pudiera opinar.
—Bueno —vaciló Hermione—, no sé… Es muy propio de Malfoy aparentar más de lo que es. Pero eso es una mentira muy gorda…
—Exacto —convino Harry, aunque no insistió porque había demasiada gente que intentaba escuchar su conversación o simplemente lo observaba y cuchicheaba con los demás.
—¿Nunca te han dicho que señalar con el dedo es de mala educación? —le espetó Ron a un alumno bajito de quinto cuando los tres amigos se pusieron en la cola para salir por el hueco del retrato.
El chico, que estaba murmurándole algo a un amigo, se ruborizó y, con el susto, tropezó y se cayó por el hueco. Ron rió por lo bajo.
—Me encanta ser alumno de sexto. Además, este año tendremos un montón de tiempo libre, horas enteras sin clases que podremos pasar aquí sentados, descansando.
—Necesitaremos ese tiempo para estudiar, Ron —le recordó Hermione mientras echaban a andar por el pasillo.
—Ya, pero hoy no. Lo de hoy va a ser pan comido.
—¡Espera! —saltó Hermione, y le interceptó el paso a un alumno de cuarto que llevaba un disco verde lima en la mano—. Los discos voladores con colmillos están prohibidos, dámelo ahora mismo —le ordenó con autoridad.
El chico puso mala cara pero le entregó el disco, que no paraba de gruñir. Luego se coló por debajo del brazo estirado de Hermione y echó a correr detrás de sus amigos. Una vez se hubo perdido de vista, Ron le arrebató el disco a Hermione y dijo:
—¡Qué bien! Siempre quise tener uno de éstos.
Las protestas de ella quedaron ahogadas por una fuerte risa: al parecer, Lavender Brown encontraba divertidísimo el comentario de Ron. Siguió riendo mientras los adelantaba y volvió varias veces la cabeza para mirar a Ron, que parecía muy ufano.
El techo del Gran Comedor mostraba un cielo sereno y azul surcado de algunas tenues y frágiles nubes, igual que los trozos de cielo que se veían por las altas ventanas con parteluces. Mientras comían gachas de avena, Harry y Ron le contaron a Hermione la embarazosa conversación que habían mantenido con Hagrid la noche anterior.
—¡Pero cómo puede pensar Hagrid que seguiremos estudiando Cuidado de Criaturas Mágicas! —observó ella, consternada—. A ver, ¿cuándo ha expresado alguno de nosotros el menor entusiasmo?
—Pues él no lo ve así —farfulló Ron, y acabó de tragarse un huevo frito entero—. Nosotros éramos los que más nos esforzábamos en sus clases porque nos cae bien. Pero él cree que nos gusta esa absurda asignatura. ¿Creéis que alguien va a continuar estudiándola para obtener el ÉXTASIS?
No era necesario responder. Los tres sabían que nadie de su clase querría seguir cursando Cuidado de Criaturas Mágicas. Durante el desayuno evitaron mirar a Hagrid, y cuando éste se levantó de la mesa, diez minutos más tarde, ellos le devolvieron con parquedad el alegre saludo que el guardabosques les dirigió con la mano.
Después de desayunar, se quedaron sentados en el banco esperando que la profesora McGonagall abandonara la mesa de los profesores. Ese año la distribución de los horarios era más complicada de lo habitual, porque previamente la profesora tenía que confirmar que todo el mundo había obtenido las notas necesarias en los TIMOS para continuar con los ÉXTASIS elegidos.
Hermione recibió autorización para continuar estudiando Encantamientos, Defensa Contra las Artes Oscuras, Transformaciones, Herbología, Aritmancia, Runas Antiguas y Pociones, y sin más preámbulos salió disparada hacia su primera clase de Runas Antiguas. El caso de Neville era más complicado; la redondeada cara del muchacho delataba una gran ansiedad mientras McGonagall repasaba su solicitud y luego consultaba los resultados de sus TIMOS.
—Herbología, de acuerdo —dijo por fin—. La profesora Sprout se alegrará de volver a verte después del extraordinario que obtuviste en su TIMO. Y tienes un supera las expectativas en Defensa Contra las Artes Oscuras, así que también puedes cursar esa asignatura. Pero el problema está en Transformaciones. Lo siento, Longbottom, pero un aceptable no basta para pasar al nivel de ÉXTASIS; no creo que pudieras seguir el ritmo de trabajo. —Neville agachó la cabeza y la profesora lo miró a través de sus gafas cuadradas—. Pero ¿por qué te interesa tanto continuar con Transformaciones? —preguntó—. Siempre me ha parecido que esa asignatura no te gusta mucho.
Neville, con cara de pena, murmuró algo parecido a «mi abuela quiere».
—¡Bah, bah! —dijo McGonagall—. Ya va siendo hora de que tu abuela aprenda a estar orgullosa del nieto que tiene y no del que cree que merecería tener. Sobre todo, después de lo ocurrido en el ministerio. —Neville se sonrojó y parpadeó varias veces, aturdido; era la primera vez que la profesora le dedicaba un cumplido—. Lo siento, Longbottom, pero no puedo aceptarte en mi clase de ÉXTASIS. Sin embargo, veo que has obtenido un supera las expectativas en Encantamientos. ¿Por qué no haces ese ÉXTASIS?
—Mi abuela dice que es una asignatura demasiado fácil —murmuró el chico.
—Haz Encantamientos —decidió ella—, y ya le escribiré yo unas líneas a Augusta recordándole que, si bien ella suspendió su TIMO de esa materia, no por eso la asignatura es una bobada.
La profesora esbozó una sonrisa al ver la cara de felicidad e incredulidad de Neville. Luego dio unos golpecitos con la punta de la varita en un horario en blanco y se lo entregó con la información de sus clases. A continuación se dirigió a Parvati Patil, cuya primera pregunta fue si Firenze, el apuesto centauro, todavía enseñaba Adivinación.
—Este año, la profesora Trelawney y él se repartirán las clases —refunfuñó McGonagall; todo el mundo sabía que ella despreciaba esa asignatura—. Las de sexto las dará la profesora Trelawney.
Cinco minutos más tarde, Parvati se marchó a su clase de Adivinación con aire alicaído.
—Bueno, Potter… —prosiguió la profesora, consultando sus anotaciones y volviéndose hacia Harry—. Encantamientos, Defensa Contra las Artes Oscuras, Herbología, Transformaciones… todo correcto. Permíteme decirte que estoy muy contenta con tu nota de Transformaciones, Potter. Y ahora dime, ¿por qué no has solicitado continuar estudiando Pociones? Creía que tu gran ambición era ser auror.
—Lo era, pero usted me dijo que tenía que sacar un extraordinario en el TIMO, profesora.
—Ya, pero eso era cuando el profesor Snape daba la asignatura. En cambio, el profesor Slughorn no tiene inconveniente en aceptar alumnos que obtienen simples supera las expectativas en el TIMO. ¿Quieres seguir estudiando Pociones?
—Sí, pero no he comprado los libros, ni los ingredientes, ni nada…
—No dudo que el profesor Slughorn te prestará lo que necesites. Muy bien, Potter, aquí tienes tu horario. Ah, por cierto: ya se han inscrito veinte aspirantes para jugar en el equipo de quidditch de Gryffindor. Te haré llegar la lista en su debido momento para que organices las pruebas de selección cuando te parezca.
Pasados unos minutos, Ron recibió autorización para estudiar las mismas asignaturas que Harry, y ambos amigos abandonaron la mesa.
—Mira —dijo Ron, jubiloso, mientras repasaba su horario—, tenemos una hora libre ahora, otra después del recreo y otra después de comer… ¡Genial!
Regresaron a la sala común, donde sólo había media docena de alumnos de séptimo, entre ellos Katie Bell, el único miembro que quedaba del equipo de quidditch de Gryffindor en el que Harry había entrado durante su primer año en Hogwarts.
—Ya me imaginaba que te nombrarían capitán. Felicidades —dijo Katie señalando la insignia que el chico llevaba en la pechera de la túnica—. ¡Avísame cuando convoques las pruebas de selección!
—No digas tonterías —replicó Harry—, tú no necesitas pasar las pruebas. Hace cinco años que te veo jugar y…
—No empiezas bien —le previno ella—. Sabes perfectamente que hay jugadores mucho mejores que yo. El nuestro no sería el primer equipo que se hunde porque su capitán se empeña en hacer jugar a los de siempre o a sus amigos…
Ron se sintió un poco incómodo y se puso a lanzar el disco volador confiscado al alumno de cuarto. El disco empezó a describir círculos por la sala común, gruñendo e intentando morder la tapicería. Crookshanks observaba su trayectoria y bufaba cada vez que se le acercaba demasiado.
Una hora más tarde, Harry y Ron salieron a regañadientes de la soleada sala común y se encaminaron hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, situada cuatro pisos más abajo. Encontraron a Hermione haciendo cola delante de la puerta, cargada de pesados libros y con cara de víctima.
—¡En Runas nos han puesto demasiados deberes! —se quejó, angustiada, cuando se le unieron sus amigos—. ¡Una redacción de cuarenta centímetros y dos traducciones, y tengo que leerme todos estos libros para el miércoles!
—¡Qué palo! —murmuró Ron.
—Pues espera y verás —replicó ella—. Snape también nos pondrá un montón de trabajo.
En ese momento se abrió la puerta del aula y Snape salió al pasillo. Como siempre, dos cortinas de grasiento cabello negro enmarcaban el amarillento rostro del profesor. De inmediato se produjo silencio en la cola.
—Adentro —ordenó.
Harry miró alrededor mientras entraba con sus compañeros en el aula. La estancia ya se hallaba impregnada de la personalidad de Snape: pese a que había velas encendidas, tenía un aspecto más sombrío que de costumbre porque las cortinas estaban corridas. De las paredes colgaban unos cuadros nuevos, la mayoría de los cuales representaban sujetos que sufrían y exhibían tremendas heridas o partes del cuerpo extrañamente deformadas. Los alumnos se sentaron en silencio, contemplando aquellos misteriosos y truculentos cuadros.
—No os he dicho que saquéis vuestros libros —dijo Snape al tiempo que cerraba la puerta y se colocaba detrás de su mesa, de cara a los alumnos; Hermione dejó caer rápidamente su ejemplar de Enfrentarse a lo indefinible en la mochila y la metió debajo de la silla—. Quiero hablar con vosotros y quiero que me prestéis la mayor atención.
Recorrió con sus negros ojos las caras de los alumnos y se detuvo en la de Harry una milésima de segundo más que en las demás.
—Si no me equivoco, hasta ahora habéis tenido cinco profesores de esta asignatura.
«“Si no me equivoco…” Como si no los hubieras visto pasar a todos, Snape, con la esperanza de ser tú el siguiente», pensó Harry con rencor.»
—Naturalmente, todos esos maestros habrán tenido sus propios métodos y sus propias prioridades. Teniendo en cuenta la confusión que eso os habrá creado, me sorprende que tantos de vosotros hayáis aprobado el TIMO de esta asignatura. Y aún me sorprendería más que aprobarais el ÉXTASIS, que es mucho más difícil. —Empezó a pasearse por el aula y bajó el tono de voz; los alumnos estiraban el cuello para no perderlo de vista—. Las artes oscuras son numerosas, variadas, cambiantes e ilimitadas. Combatirlas es como luchar contra un monstruo de muchas cabezas al que cada vez que se le corta una, le nace otra aún más fiera e inteligente que la anterior. Estáis combatiendo algo versátil, mudable e indestructible.
Harry lo miró con fijeza. Una cosa era respetar las artes oscuras y considerarlas un peligroso enemigo, y otra muy diferente hablar de ellas como lo hacía Snape, con una voz que parecía una tierna caricia.
—Por lo tanto —continuó el profesor, subiendo un poco la voz—, vuestras defensas deben ser tan flexibles e ingeniosas como las artes que pretendéis anular. Estos cuadros —añadió, señalándolos mientras pasaba por delante de ellos— ofrecen una acertada representación de los poderes de los magos tenebrosos. En éste, por ejemplo, podéis observar la maldición cruciatus —era una bruja que gritaba de dolor—; en este otro, un hombre recibe el beso de un dementor —era un mago con la mirada extraviada, acurrucado en el suelo y pegado a una pared—, y aquí vemos el resultado del ataque de un inferius —era una masa ensangrentada, tirada en el suelo.
—Entonces, ¿es verdad que han visto un inferius? —preguntó Parvati Patil con voz chillona—. ¿Es verdad que los está utilizando?
—El Señor Tenebroso utilizó inferi en el pasado —respondió Snape—, y eso significa que deberíais deducir que puede volver a servirse de ellos. Veamos… —Echó a andar por el otro lado del aula hacia su mesa, y una vez más la clase entera lo observó desplazarse con su negra túnica ondeando—. Creo que sois novatos en el uso de hechizos no verbales. ¿Alguien sabe cuál es la gran ventaja de esos hechizos?
Hermione levantó la mano con decisión. Snape se tomó su tiempo y, tras mirar a los demás para asegurarse de que no tenía alternativa, dijo con tono cortante:
—Muy bien. ¿Señorita Granger?
—Tu adversario no sabe qué clase de magia vas a realizar, y eso te proporciona una ventaja momentánea.
—Una respuesta calcada casi palabra por palabra del Libro reglamentario de hechizos, sexto curso —repuso Snape con desdén (Malfoy, que estaba en un rincón, rió entre dientes)—, pero correcta en lo esencial. Sí, quienes aprenden a hacer magia sin vociferar los conjuros cuentan con un elemento de sorpresa en el momento de lanzar un hechizo. No todos los magos pueden hacerlo, por supuesto; es una cuestión de concentración y fuerza mental, de la que algunos… —una vez más su mirada se detuvo con malicia en Harry— carecen.
Harry comprendió que Snape estaba pensando en las fatídicas clases de Oclumancia del curso anterior, así que se negó a bajar la vista y miró con odio al profesor hasta que éste desvió la mirada.
—Ahora —continuó Snape— os colocaréis por parejas. Uno de vosotros intentará embrujar al otro, pero sin hablar, y el otro tratará de repeler el embrujo, también en silencio. Podéis empezar.
Aunque Snape no lo sabía, el curso anterior Harry había enseñado a realizar el encantamiento escudo al menos a la mitad de sus compañeros (a todos los que se habían apuntado al ED). Sin embargo, ninguno de ellos había lanzado el encantamiento sin hablar. Así pues, los alumnos pusieron manos a la obra. Muchos optaron por hacer trampas y pronunciaban el conjuro quedamente en lugar de a viva voz. Como era de esperar, al cabo de diez minutos Hermione consiguió repeler en completo silencio el embrujo piernas de gelatina que Neville había pronunciado en voz baja, una proeza que sin duda le habría valido veinte puntos para Gryffindor con cualquier profesor razonable (como pensó Harry con amargura), pero Snape lo ignoró olímpicamente. Éste, que parecía más que nunca un murciélago gigante, pasó entre Harry y Ron y se detuvo para observar cómo los dos amigos se empleaban a fondo en la tarea que les había impuesto.
Ron, lívido y con los labios apretados para no caer en la tentación de pronunciar el conjuro, intentaba embrujar a Harry, quien en ascuas mantenía la varita levantada, preparado para repeler un embrujo que no parecía que fuera a llegar nunca.
—Patético, Weasley —sentenció Snape al cabo de un rato—. Aparta, deja que te enseñe…
El profesor sacudió su varita en dirección a Harry tan deprisa que el muchacho reaccionó de manera instintiva y, olvidando que estaban practicando hechizos no verbales, gritó:
—¡Protego!
Su encantamiento escudo fue tan fuerte que Snape perdió el equilibrio y se golpeó contra un pupitre. La clase en pleno se había dado la vuelta y vio cómo Snape se incorporaba, con el entrecejo fruncido.
—¿Te suena por casualidad que os haya mandado practicar hechizos no verbales, Potter?
—Sí —contestó fríamente.
—Sí, «señor» —lo corrigió Snape.
—No hace falta que me llame «señor», profesor —replicó Harry impulsivamente.
Varios alumnos soltaron grititos de asombro, entre ellos Hermione. Sin embargo, Ron, Dean y Seamus, que estaban detrás de Snape, sonrieron en señal de apreciación.
—Castigado. Te espero en mi despacho el sábado después de cenar —dictaminó Snape—. No acepto insolencias de nadie, Potter. Ni siquiera del «Elegido».
—¡Ha sido genial, Harry! —lo felicitó Ron poco después, cuando ya estaban a salvo y camino del recreo.
—No debiste decirlo —discrepó Hermione mirando a Ron con la frente fruncida—. ¿Qué te ha pasado?
—¡Intentaba embrujarme, por si no te diste cuenta! —se defendió Harry—. ¡Ya tuve que soportar bastante el curso pasado en las clases particulares de Oclumancia! ¿Por qué no utiliza a otro conejillo de Indias, para variar? ¿Y a qué juega Dumbledore? ¿Por qué le deja enseñar Defensa? ¿Habéis oído cómo hablaba de las artes oscuras? ¡Le encantan! Todo ese rollo de algo mudable e indestructible…
—Pues mira —lo interrumpió Hermione—, me ha recordado a ti.
—¿A mí?
—Sí, cuando nos contabas lo que uno siente cuando se enfrenta a Voldemort. Decías que no bastaba con memorizar un montón de hechizos y lanzarlos, porque en esas circunstancias lo único que te separaba de la muerte era tu propio cerebro o tus agallas. ¿Acaso no es lo mismo que decía Snape? ¿Que lo que cuenta es el valor y el ingenio?
Harry quedó tan desarmado al comprobar que Hermione consideraba sus palabras tan dignas de ser memorizadas como las del Libro reglamentario de hechizos, que no discutió.
—¡Harry! ¡Eh, Harry!
Jack Sloper, uno de los golpeadores del equipo de quidditch de Gryffindor del curso anterior, corría hacia él con un rollo de pergamino en la mano.
—Esto es para ti —dijo jadeando—. Oye, me he enterado de que eres el nuevo capitán. ¿Cuándo serán las pruebas de selección?
—Todavía no lo sé —contestó Harry, y pensó que Sloper iba a necesitar mucha suerte para volver a jugar en el equipo—. Ya te lo diré.
—De acuerdo. Espero que sean este fin de semana, porque…
Pero Harry ya no lo escuchaba; acababa de reconocer la pulcra y estilizada caligrafía de la hoja de pergamino. Dejó a Sloper con la palabra en la boca y se marchó precipitadamente con Ron y Hermione, desenrollando el pergamino por el camino.
Querido Harry:
Me gustaría que iniciáramos nuestras clases particulares este sábado. Por favor, ven a mi despacho después de cenar. Espero que estés disfrutando de tu primer día en el colegio.
Atentamente,
Albus Dumbledore
P.D.: Me encantan las píldoras ácidas.
—¿Que le encantan las píldoras ácidas? —se extrañó Ron, tras leer el mensaje por encima del hombro de Harry.
—Es la contraseña para que te deje pasar la gárgola que vigila la entrada de su despacho —explicó Harry en voz baja—. ¡Ja! ¡Esto no le va a hacer ninguna gracia a Snape! ¡No podré ir a cumplir el castigo!
Los tres amigos estuvieron todo el recreo especulando sobre lo que Dumbledore le enseñaría a Harry. Ron creía que serían embrujos y hechizos espectaculares, desconocidos incluso para los mortífagos. Hermione argumentó que esas cosas eran ilegales y consideró más probable que el director pretendiese que Harry aprendiera magia defensiva avanzada. Después del recreo, Hermione se marchó a su clase de Aritmancia y Harry y Ron regresaron a la sala común, donde empezaron a hacer de mala gana los deberes que les había puesto Snape. El trabajo era tan complejo que aún no lo habían terminado cuando Hermione se reunió con ellos en la hora libre después de comer (así que ella contribuyó a acelerar el proceso). En cuanto acabaron, sonó el timbre de la clase de dos horas de Pociones que tenían esa tarde, y juntos se encaminaron hacia la mazmorra que durante tanto tiempo había sido territorio de Snape.
Cuando llegaron al pasillo, comprobaron que tan sólo una docena de alumnos iban a cursar el nivel de ÉXTASIS. Crabbe y Goyle no habían conseguido la nota mínima requerida en sus TIMOS, pero otros cuatro alumnos de Slytherin sí la habían alcanzado, entre ellos Malfoy. También había cuatro alumnos de Ravenclaw y uno de Hufflepuff, Ernie Macmillan, que a Harry le caía bien pese a su ampulosa manera de hablar.
—Buenas tardes, Harry —dijo Ernie con solemnidad al verlo acercarse, y le tendió la mano—. Esta mañana, en Defensa Contra las Artes Oscuras, no hemos tenido ocasión de saludarnos. Ha sido una clase interesante, aunque los encantamientos escudo no son nada nuevo para nosotros, los veteranos del ED… ¡Hola, Ron! ¡Hola, Hermione! ¿Cómo estáis?
Apenas habían respondido con un breve «Bien» cuando se abrió la puerta de la mazmorra y la barriga de Slughorn salió por ella precediéndolo. Mientras los alumnos entraban en fila en el aula, el enorme bigote de morsa de Slughorn se curvó hacia arriba debido a la radiante sonrisa del profesor, quien saludó con especial entusiasmo a Harry y Zabini.
La mazmorra ya estaba llena de vapores y extraños olores, lo cual sorprendió a los alumnos. Harry, Ron y Hermione olfatearon con interés al pasar por delante de unos grandes y burbujeantes calderos. Los cuatro alumnos de Slytherin se sentaron juntos a una mesa, y lo mismo hicieron los cuatro de Ravenclaw. Harry y sus dos amigos tuvieron que compartir mesa con Ernie. Eligieron la que estaba más cerca de un caldero dorado que rezumaba uno de los aromas más seductores que Harry había inhalado jamás: una extraña mezcla de tarta de melaza, palo de escoba y algo floral que le parecía haber olido en La Madriguera. Se dio cuenta de que respiraba lenta y acompasadamente y que los vapores de la poción se estaban propagando por su cuerpo como si fueran una bebida. Lo embargó una gran satisfacción y miró sonriendo a Ron, que le devolvió una sonrisa perezosa.
—Muy bien, muy bien —dijo Slughorn, cuyo colosal contorno oscilaba detrás de las diversas nubes de vapor—. Sacad las balanzas y el material de pociones, y no olvidéis los ejemplares de Elaboración de pociones avanzadas…
—Señor… —dijo Harry levantando la mano.
—¿Qué pasa, Harry?
—No tengo libro, ni balanza, ni nada. Y Ron tampoco. Verá, es que no sabíamos que podríamos cursar el ÉXTASIS de Pociones…
—¡Ah, sí! Ya me lo ha comentado la profesora McGonagall. No te preocupes, amigo mío, no pasa nada. Hoy podéis utilizar los ingredientes del armario de material, y estoy seguro de que encontraremos alguna balanza. Además, aquí hay unos libros de texto de otros años que servirán hasta que podáis escribir a Flourish y Blotts…
Slughorn se dirigió hacia un armario que había en un rincón y, tras hurgar en él, regresó con dos ejemplares viejos de Elaboración de pociones avanzadas, de Libatius Borage, que entregó a Harry y Ron junto con dos deslustradas balanzas.
—Muy bien —dijo, y regresó al fondo de la clase hinchando el pecho, ya muy abultado, hasta tal punto que los botones del chaleco amenazaron con desprendérsele—. He preparado algunas pociones para que les echéis un vistazo. Es de esas cosas que deberíais poder hacer cuando hayáis terminado el ÉXTASIS. Seguro que habréis oído hablar de ellas, aunque nunca las hayáis preparado. ¿Alguien puede decirme cuál es ésta?
Señaló el caldero más cercano a la mesa de Slytherin. Harry se levantó un poco del asiento y vio que en el cacharro hervía un líquido que parecía agua normal y corriente.
La bien adiestrada mano de Hermione se alzó antes que ninguna otra; Slughorn la señaló.
—Es Veritaserum, una poción incolora e inodora que obliga a quien la bebe a decir la verdad —contestó Hermione.
—¡Estupendo, estupendo! —la felicitó el profesor, muy complacido—. Esta otra —continuó, y señaló el caldero cercano a la mesa de Ravenclaw— es muy conocida y últimamente aparece en unos folletos distribuidos por el ministerio. ¿Alguien sabe…?
La mano de Hermione volvió a ser la más rápida.
—Es poción multijugos, señor —dijo.
Harry también había reconocido la sustancia, que borboteaba con lentitud y tenía una consistencia parecida a la del lodo, pero no le molestó que Hermione contestara una vez más al profesor; al fin y al cabo, era ella quien había conseguido prepararla en su segundo año en Hogwarts.
—¡Excelente, excelente! Y ahora, esta de aquí… ¿Sí, querida? —dijo Slughorn mirando con cierto desconcierto a Hermione, que volvía a tener la mano levantada.
—¡Es Amortentia!
—En efecto. Bien, parece innecesario preguntarlo —dijo Slughorn, impresionado—, pero supongo que sabes qué efecto produce, ¿verdad?
—Es el filtro de amor más potente que existe —respondió Hermione.
—¡Exacto! La has reconocido por su característico brillo nacarado, ¿no?
—Sí, y porque el vapor asciende formando unas inconfundibles espirales —agregó ella con entusiasmo—. Y se supone que para cada uno tiene un olor diferente, según lo que nos atraiga. Yo huelo a césped recién cortado y a pergamino nuevo y a… —Pero se sonrojó un poco y no terminó la frase.
—¿Puedes decirme tu nombre, querida? —le preguntó Slughorn sin reparar en su bochorno.
—Me llamo Hermione Granger, señor.
—¿Granger? ¿Granger? ¿Tienes algún parentesco con Héctor Dagworth-Granger, fundador de la Rimbombante Sociedad de Amigos de las Pociones?
—No, me parece que no, señor. Yo soy hija de muggles.
Harry vio cómo Malfoy se inclinaba hacia Nott para decirle algo al oído y ambos reían por lo bajo. Slughorn sonrió radiante y miró a Harry, sentado al lado de Hermione.
—¡Ajá! ¡«Una de mis mejores amigas es hija de muggles y es la mejor alumna de mi curso»! Deduzco que ésta es la amiga de que me hablaste, ¿no, Harry?
—Sí, señor.
—Vaya, vaya. Veinte bien merecidos puntos para Gryffindor, señorita Granger —concedió afablemente Slughorn.
Malfoy puso la misma cara que la vez que Hermione le pegó un puñetazo en la cara. Ella miró a Harry con expresión radiante y le susurró:
—¿De verdad le dijiste que era la mejor del curso? ¡Oh, Harry!
—¿Y qué tiene eso de raro? —repuso en voz baja Ron, que por algún motivo parecía contrariado—. ¡Eres la mejor del curso! ¡Yo también se lo habría dicho si me lo hubiera preguntado!
Hermione sonrió y se llevó un dedo índice a los labios, pidiendo silencio para escuchar al profesor. Ron arrugó la frente.
—Por supuesto, la Amortentia no crea amor. Es imposible crear o imitar el amor. Sólo produce un intenso encaprichamiento, una obsesión. Probablemente sea la poción más peligrosa y poderosa de todas las que hay en esta sala. Sí, ya lo creo —insistió, y asintió con gesto grave hacia Malfoy y Nott, que sonreían con escepticismo—. Cuando hayáis vivido tanto como yo, no subestimaréis el poder del amor obsesivo… Bien, y ahora ha llegado el momento de ponerse a trabajar.
—Señor, todavía no nos ha dicho qué hay en ése —dijo Ernie Macmillan señalando el pequeño caldero negro que había en la mesa de Slughorn. La poción que contenía salpicaba alegremente; tenía el color del oro fundido y unas gruesas gotas saltaban como peces dorados por encima de la superficie, aunque no se había derramado ni una partícula.
—¡Ajá! —asintió Slughorn. Harry intuyó que al profesor no se le había olvidado esa poción, sino que había esperado a que algún alumno le preguntara para lograr un efecto más impactante—. Sí. Ésa. Bueno, ésa, damas y caballeros, es una poción muy curiosa llamada Felix Felicis. No tengo ninguna duda, señorita Granger —añadió dándose la vuelta, risueño, y mirando a Hermione, que había soltado un gritito de asombro—, de que sabes qué efecto produce el Felix Felicis.
—¡Es suerte líquida! —respondió ella con emoción—. ¡Te hace afortunado!
La clase entera se enderezó un poco en los asientos. Harry ya sólo veía la parte de atrás del lacio cabello rubio de Malfoy, que por fin le dedicaba a Slughorn toda su atención.
—Muy bien. Otros diez puntos para Gryffindor. Sí, el Felix Felicis es una poción muy interesante —prosiguió el profesor—. Dificilísima de preparar y de desastrosos efectos si no se hace bien. Sin embargo, si se elabora de manera correcta, como es el caso de ésta, el que la beba coronará con éxito todos sus empeños, al menos mientras duren los efectos de la poción.
—¿Por qué no la bebe todo el mundo siempre, señor? —preguntó Terry Boot.
—Porque su consumo excesivo produce atolondramiento, temeridad y un peligroso exceso de confianza. Ya sabes, todos los excesos son malos… Consumida en grandes cantidades resulta altamente tóxica, pero ingerida con moderación y sólo de forma ocasional…
—¿Usted la ha probado alguna vez, señor? —preguntó Michael Corner.
—Dos veces en la vida —reconoció Slughorn—. Una vez cuando tenía veinticuatro años, y otra a los cincuenta y siete. Dos cucharadas grandes con el desayuno. Dos días perfectos. —Se quedó con la mirada perdida, con aire soñador. Harry pensó que tanto si hacía teatro como si no, estaba logrando la reacción que buscaba—. Y eso —dijo tras regresar a la tierra— es lo que os ofreceré como premio al finalizar la clase de hoy.
Todos guardaron silencio, y durante unos instantes el sonido de cada burbuja y cada salpicadura de las pociones bullentes se multiplicó por diez.
—Una botellita de Felix Felicis —añadió Slughorn, y se sacó del bolsillo una minúscula botella de cristal con tapón de corcho que enseñó a sus alumnos—. Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte. Desde el amanecer hasta el ocaso, tendréis éxito en cualquier cosa que os propongáis. Ahora bien, debo advertiros que el Felix Felicis es una sustancia prohibida en las competiciones organizadas, como por ejemplo eventos deportivos, exámenes o elecciones. De modo que el ganador sólo podrá utilizarla un día normal. ¡Pero verá cómo éste se convierte en un día extraordinario!
»Veamos —continuó Slughorn, adoptando un tono más enérgico—, ¿cómo podéis ganar mi fabuloso premio? Pues bien, abriendo el libro Elaboración de pociones avanzadas por la página diez. Nos queda poco más de una hora, tiempo suficiente para que obtengáis una muestra decente del Filtro de Muertos en Vida. Ya sé que hasta ahora nunca habíais preparado nada tan complicado, y desde luego no espero resultados perfectos, pero el que lo haga mejor se llevará al pequeño Felix. ¡Adelante!
Se oyeron chirridos y golpes metálicos cuando los alumnos arrastraron sus calderos y empezaron a añadir pesas a las balanzas, pero no intercambiaron ni una palabra. La concentración que reinaba en el aula era casi tangible. Harry vio a Malfoy hojear febrilmente su ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas; era evidente que se había propuesto conseguir ese día de suerte. Harry se apresuró a abrir el maltratado libro que Slughorn le había prestado.
Le fastidió comprobar que su anterior propietario había escrito notas en las páginas, de modo que los márgenes estaban tan negros como las partes impresas. Acercando la vista a la página para descifrar los ingredientes (pues incluso allí había anotaciones y aparecían tachadas algunas palabras), fue hasta el armario del material para coger rápidamente lo que necesitaba. Cuando volvía presuroso hacia su caldero, vio a Malfoy cortando raíces de valeriana a toda prisa.
Cada alumno echaba vistazos alrededor para ver qué hacía el resto de la clase; eso era la gran ventaja y el gran inconveniente de las clases de Pociones: resultaba difícil que unos no espiaran el trabajo de los otros. Al cabo de diez minutos, el aula se había llenado de un vapor azulado. Como siempre, Hermione llevaba la delantera. Su poción ya se había convertido en «un líquido homogéneo de color grosella negra», como el libro describía la etapa intermedia ideal.
Después de trocear las raíces que había cogido, Harry volvió a inclinarse sobre el libro. Resultaba muy incómodo descifrar las indicaciones que daban los estúpidos garabatos de su anterior dueño, que por algún motivo había tachado «cortar el grano de sopóforo». En su lugar había anotado una instrucción alternativa: «aplastar con la hoja de una daga de plata; se obtiene más jugo que cortando».
—Señor, seguro que conoció usted a mi abuelo, Abraxas Malfoy.
Harry levantó la cabeza; Slughorn pasaba en ese momento por la mesa de Slytherin.
—Así es —asintió Slughorn sin mirar a Malfoy—. Sentí mucho enterarme de su muerte, aunque no fue nada inesperado, por supuesto: viruela de dragón a su edad…
Y siguió caminando. Harry se inclinó de nuevo sobre su caldero y sonrió. Malfoy se había llevado un chasco, pues esperaba que lo trataran como a él o a Zabini, o quizá confiaba en gozar de un trato preferente como el que siempre había recibido de Snape. Al parecer, Malfoy tendría que valerse únicamente de su talento para ganar la botella de Felix Felicis.
A Harry le estaba costando mucho cortar su grano de sopóforo. Así que miró a Hermione y le pidió prestado su cuchillo de plata.
Ella asintió sin apartar los ojos de su poción, que todavía tenía un color morado oscuro, aunque según el libro ya debería haberse vuelto de un lila más claro.
Harry aplastó el reseco grano con la hoja de la daga y se sorprendió al ver que, de inmediato, éste exudaba tal cantidad de jugo que parecía mentira que lo hubiera contenido. Lo metió deprisa en el caldero y observó, fascinado, cómo la poción adquiría al instante el tono exacto de lila descrito en el libro.
Se le pasó de golpe el enfado con el anterior propietario y leyó la siguiente línea de instrucciones. Según el libro, la poción debía removerse en sentido contrario a las agujas del reloj hasta que se volviera transparente como el agua. Sin embargo, según el comentario añadido por aquel desconocido, debía removerse una vez en el sentido de las agujas del reloj después de cada siete veces en sentido contrario. ¿Y si acertaba de nuevo?
Harry removió la poción en sentido contrario a las agujas del reloj siete veces, contuvo el aliento y removió una vez en el sentido de las agujas del reloj. El efecto fue inmediato: la poción se tornó rosa claro.
—¿Cómo lo has conseguido? —preguntó Hermione, que tenía las mejillas encendidas y el cabello cada vez más encrespado a causa de los vapores que rezumaba su caldero; su poción todavía presentaba un color morado intenso.
—Remueve una vez en el sentido de las agujas del reloj…
—¡No, no, el libro dice que hay que remover en sentido contrario a las agujas del reloj! —se empeñó ella.
Harry se encogió de hombros y siguió con lo suyo. Siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj, una en el sentido de las agujas del reloj, pausa; siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj…
Al otro lado de la mesa, Ron maldecía por lo bajo; su poción parecía regaliz líquido. Harry miró alrededor y comprobó que ninguna poción se había vuelto tan clara como la suya. Estaba eufórico, algo que nunca le había pasado en esa mazmorra.
—¡Tiempo! —anunció Slughorn—. ¡Parad de remover, por favor!
A continuación se paseó despacio entre las mesas mirando en el interior de los calderos. No hacía ningún comentario, pero de vez en cuando agitaba un poco alguna poción, o la olfateaba. Al fin llegó a la mesa de Harry, Ron, Hermione y Ernie. Sonrió con indulgencia al ver la sustancia parecida al alquitrán que había obtenido Ron, pasó por alto el brebaje azul marino de Ernie y al ver la poción de Hermione asintió en señal de aprobación. Entonces vio la de Harry, y una expresión de júbilo le iluminó el rostro.
—¡He aquí el ganador, sin duda! —exclamó para que lo oyeran todos—. ¡Excelente, Harry, excelente! ¡Caramba, es evidente que has heredado el talento de tu madre! Lily tenía muy buena mano para las pociones. Así pues, aquí tienes: una botella de Felix Felicis, ¡y empléala bien!
Harry se guardó la botellita de líquido dorado en el bolsillo interior de la túnica; sentía una extraña mezcla de satisfacción ante las miradas rabiosas de los alumnos de Slytherin y de culpa ante la visible decepción de Hermione. Ron estaba sencillamente atónito.
—¿Cómo lo has hecho? —le preguntó ella cuando salieron de la mazmorra.
—Supongo que he tenido suerte —contestó Harry porque Malfoy estaba cerca y podía oírlos.
Pero a la hora de comer, una vez instalados en la mesa de Gryffindor, Harry se sintió lo bastante a salvo de indiscreciones para contarles la verdad a sus amigos. La mirada de Hermione se iba endureciendo a cada palabra que pronunciaba Harry.
—Supongo que no pensarás que he hecho trampas —concluyó el muchacho, exasperado por la cara con que lo miraba su amiga.
—Hombre, tampoco puede decirse que hayas hecho el trabajo tú solo —repuso ella con frialdad.
—Lo único que hizo fue seguir unas instrucciones distintas de las que seguiste tú —razonó Ron—. El resultado habría podido ser catastrófico, ¿no? Pero Harry se arriesgó y le salió bien. —Exhaló un suspiro—. Slughorn habría podido darme a mí ese libro, pero no, a mí me dio uno sin ninguna anotación. Eso sí, creo que alguien le vomitó encima en la página cincuenta y dos…
—Un momento —dijo una voz cerca del oído de Harry, y el muchacho percibió una vaharada del perfume floral que había olido en la mazmorra de Slughorn. Era Ginny, que se unía a ellos—. ¿He oído bien? ¿Has seguido las instrucciones anotadas por alguien en un libro, Harry?
Ginny parecía enfadada y alarmada. Harry enseguida supo en qué estaba pensando.
—Descuida —la tranquilizó, bajando la voz—. No tiene nada que ver con… el diario de Ryddle. Sólo se trata de un viejo libro de texto en el que alguien hizo unos garabatos.
—Pero tú has hecho lo que ponía el libro, ¿no?
—Sólo probé algunos consejos anotados en los márgenes. En serio, Ginny, no hay nada de raro en…
—Ginny tiene razón —coincidió Hermione volviendo a animarse—. Tenemos que comprobar que no sea nada raro. Quién sabe, esas extrañas instrucciones…
—¡Eh! —protestó Harry al ver que su amiga le sacaba el viejo ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas de la mochila y levantaba la varita.
—¡Specialis revelio! —exclamó Hermione, y golpeó la cubierta del libro con la punta de la varita.
No pasó nada. El libro siguió allí, igual de viejo, sucio y sobado que antes, sin alterarse lo más mínimo.
—¿Has terminado? —dijo Harry, molesto—. ¿O quieres esperar por si se pone a dar volteretas?
—Parece normal —admitió ella, pero siguió observándolo con recelo—. Es decir, parece… un libro de texto normal y corriente.
—Estupendo. Entonces me lo llevo —repuso él, agarrándolo, pero el libro se le escurrió y fue a parar abierto al suelo.
Harry se agachó para recogerlo y vio algo anotado en la última página. Tenía la misma caligrafía pequeña y apretada de las instrucciones gracias a las cuales había ganado la botella de Felix Felicis, que ya había guardado dentro de un calcetín que, a su vez, había escondido en su baúl. La anotación rezaba:
Este libro es propiedad del Príncipe Mestizo.