LA FUGA
Para entonces, la situación política le asfixiaba. Hungría formaba parte del llamado Telón de Acero y Kubala nadaba en un mar de preocupaciones. Siempre lo dijo: "No me interesa la política en absoluto. En Hungría me tocó vivir unos momentos muy complicados y nunca supe de dónde venía todo aquello. Sólo sentía que me ahogaba. La única cosa que comprendía es que era un pacifista y que siempre he estado en contra de todo tipo de violencia".
La situación internacional es tan confusa que no le permiten pasar de Hungría a Checoslovaquia para ver a su hijo recién nacido. La tiranía del Gobierno-títere comunista de Hungría le hace adoptar un firme propósito: huir a Occidente.
Esa postura era por aquel entonces una aventura casi inaccesible. Las dudas de Kubala eran tremendas. Era un burgués, medio extranjero y casado con una extranjera. Tras establecer contacto con un guía para cruzar la frontera austro-húngara, se fijó el día. Sería un domingo al anochecer, a principios de 1948. Con él iría Marik, otro internacional checo, y dos futbolistas más.
A mediodía de aquel domingo, se despidió de su madre. Tardarían 14 años en reencontrarse. Kubala dio todo el dinero de que disponía al hombre que hacía de guía. Nada más acabar el partido que disputó aquel día, fue a la cita. Había, además de sus compañeros, personas de los dos sexos. Les esperaba un camión con matrícula rusa. El guía dio uniformes del ejército soviético a los jóvenes que iban en la cabina y metió en la caja del camión a las mujeres, los viejos y los niños que completaban la dramática expedición.
Cerca de la frontera austríaca, se levantaba un puesto de vigilancia de la guardia húngara. Un centinela detuvo el camión, y a su pregunta de identificación, contestó una voz en ruso:
- "Ejército de Ocupación, Servicio de la Comandancia de Amunicionamiento".
El centinela les dio paso. Se había salvado la primera dificultad. Cuando se encontraban cerca del límite fronterizo con Austria, bajaron del vehículo e hicieron un largo recorrido a pie, entre colinas nevadas, ascensos peligrosos y un frío casi siberiano. Al acercarse el alba, pisaron tierra austríaca. Kubala y Marik se abrazaron. Los demás lloraban como niños, y entre sus sollozos murmuraban plegarias de agradecimiento al Señor. A Kubala le esperaban tres años de acorralamiento. Su mujer y su hijo quedaron atrás. No podría verlos hasta un año después, en junio de 1949.
Branko e Iby, el nombre familiar de su esposa, habían conseguido entretanto huir de Checoslovaquia y pasar a Viena. Salir de la capital austríaca, que entonces estaba ocupada y controlada por las cuatro potencias ganadoras de la guerra -Estados Unidos, Unión Soviética, Inglaterra y Francia-, era también una aventura.
La vida en un hilo
Cuando Kubala traspasa la frontera austríaca, su primer lugar de refugio es la estación invernal de Innsbruck. No tenía pasaporte y su situación era, por lo tanto, ilegal. Allí debían reunirse con un italiano que les proporcionaría visados para poder entrar en Italia. Laszi no tenía apenas dinero y no se atrevía a ir a un hotel por miedo a ser detenido. Fueron horas amargas, dramáticas, en las que no sabía si sería detenido y devuelto a Hungría con todas las consecuencias de un juicio seguro, o liberado por la suerte. Al fin llegó el emisario italiano con pasaportes falsos. Su primera parada fue Busto Arsizio. Allí había un equipo, el Pro Patria, que quiso ficharle junto a otros jugadores fugados. Pero la Federación de Hungría tenía entonces un gran poder y la FIFA la respetaba extraordinariamente, de modo que no había manera de conseguir la baja del Vasas. Era terreno prohibido. El club de Budapest exigía el retorno de Kubala para cumplir legalmente su contrato. Con habilidad, los húngaros marginaban toda cuestión política y se apoyaban, con todo su peso jurídico, en la reglamentación deportiva. Mientras tanto, los refugiados vivían en un campo de concentración de Udine. La intención de buscar nuevos horizontes en Estados Unidos no fue posible por falta de dinero.
El Inter y el Torino, dos clubs poderosos y conocedores de la valía futbolística de Kubala, intentaron también contratarle. Sin embargo, sus deseos tropezaban siempre con la rotunda negativa de la FIFA, presionada con fuerza por la Federación Húngara.
Con el Pro Patria jugó algunos partidos amistosos, pero no sirvieron para endulzar la áspera negativa de Budapest. Mientras tanto, el Torino insistía, e incluso invitó a Kubala a jugar un encuentro en Lisboa. Por entonces, el Torino era uno de los mejores equipos continentales, si no el mejor, y era también la base de la 'squadra azzurra', con jugadores míticos como Mazzola y Carapellese. Unas horas antes de que Laszi pudiese formar parte de la expedición, le llegó la noticia de que su mujer y su hijo, que estaba gravemente enfermo, habían huido de Checoslovaquia y le esperaban en Udine. Kubala rechazó el viaje a Lisboa para ir a recibirlos. Fue algo milagroso. En el vuelo de vuelta desde la capital portuguesa, el avión que conducía a todo el equipo, sus técnicos y dirigentes, se estrelló contra los muros medievales de la Basílica de Superga, en el descenso hacia el aeropuerto de la capital piamontesa. Murieron casi todos. Con el accidente que sufrió años después el Manchester United en el aeropuerto de Munich, ésta fue la tragedia más grande sufrida por un club de fútbol.
El Hungaria
Abortados todos los intentos de los clubs italianos por fichar a Kubala a causa de la rígida postura húngara, Laszi y los demás jugadores huidos de su país se encontraron ante una situación desesperada. Pasaban hambre, y su posibilidad de reanudar la carrera futbolística estaba en punto muerto.
Fernando Daucik, que también había huido de Bratislava, tuvo la idea de formar un equipo de expatriados para ofrecer sus servicios a aquellos países que quisieran acogerlos para disputar encuentros amistosos. España fue la salvación. Santiago Bernabéu y Raimundo Saporta actuaron de interlocutores. Y el Hungaria, en el que además de Kubala figuraban otros jugadores como Marik (Eslovaquia), Monsider (Yugoslavia), Simotec (Rumanía) y toda una legión de húngaros, rusos y búlgaros.
El Hungaria debuta en Madrid y causa sensación con una victoria por 4-2. Después disputa otros partidos como 'sparring' de la selección española, y actúa también en cualquier ciudad que les reclama. Su fútbol artístico, primoroso y vanguardista supone una promoción inmediata en el ambiente deportivo del país. Dos exhibiciones, en La Coruña y Santander, sirven de precedente al encuentro de Kubala y sus compañeros ante el Español en Sarrià.
Su gol inicial hace historia. Aquel equipo de contrabando, lleno de apátridas, conquista al público barcelonés con jugadores jóvenes, al inicio de su carrera, y otros más veteranos. En Sarrià, Kubala puso el balón en juego desde el círculo central. Retrasó el esférico a Marik y éste le envió un servicio alto, hacia el área blanquiazul. Kubala elevó suavemente la pelota por encima de la cabeza de su marcador, y antes de que el balón tocara el suelo empalmó una volea formidable que se estrelló en las redes españolistas. Visto y no visto. Un relámpago de fulgor, una exhibición de talento y clase. Agustín Montal Galobart, entonces presidente del Barcelona, y el vicepresidente, el Doctor Mestre, le dijeron a Rosendo Calvet, secretario de la Junta: "Este chico es extraordinario. No lo podemos dejar escapar. Prepara un contrato para esta misma noche". Poco antes, el Real Madrid se había interesado también por su fichaje, pero dejó aparcado el tema en vista de las dificultades. La FIFA seguía reacia a otorgarle la libertad, y por otro lado, Kubala exigía, junto a su contratación, la de Fernando Daucik como entrenador barcelonista.
En principio, Kubala firmó un contrato como azulgrana el 15 de junio de 1950, dos años después de haber huido de Hungría. Samítier tuvo fe. El emblemático ex-jugador azulgrana removió cielo y tierra, viajó como un loco, habló con medio mundo, imploró y amenazó. La Federación Española que presidía Sancho Dávila también tomó cartas decisivas en el asunto. Muñoz Calero, miembro español de la FIFA, siguió el mismo rumbo e incluso advirtió al máximo organismo futbolístico que si no se permitía jugar a Kubala, España y las naciones sudamericanas se retirarían de la FIFA. El Barcelona, por su parte, prometió indemnizar al Vasas. La FIFA se tambaleó.
No era lógico ni humano, según el argumento español, que Kubala, exiliado, fuese perseguido. No era aceptable que le impidiesen ganarse la vida con su profesión, derecho inalienable de cualquier persona. El 'caso Kubala', uno de los más famosos de la historia del fútbol, había nacido.
A todo esto, el Hungaria seguía haciendo bolos por España, actuando en cualquier lugar para recoger dinero con el que pudiesen subsistir sus jugadores. La calidad de su juego les sirvió para visitar casi toda la península.
La nacionalización
Daucik había sido nombrado, en el interín, entrenador del Barcelona, que en aquel momentó era sólo cuarto en la Liga. Era necesario hacer todo lo posible para que Kubala fuese fichado reglamentariamente.
Durante 1951, las esperanzas de una solución feliz se alternaron con las decepciones. Kubala se consumía de impaciencia. La FIFA se decidió, por fin, cuando el Gobierno español consumó la nacionalización de Kubala. La situación dio un giro de 180 grados. No se trataba ya de un caso deportivo, sino de un juego mucho más profundo. La FIFA claudicó, y aunque sólo fuera por tres votos a favor y dos en contra, otorgó a Laszi su libertad del Vasas. Kubala, que estaba a punto de cumplir 24 años, recibió la anhelada autorización en abril de 1951. Tenía abierto el horizonte de su vida. Quedaban atrás la aventura de su huida, sus amarguras italianas, con las sucesivas negativas del Pro Patria de Busto Arsizio, Inter y Torino por ficharle -en el caso del Torino se reclamó la intervención del entonces poderoso jefe del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliati- y, en definitiva, su vida de vagabundo errante. La libertad del jugador más perseguido de todos los tiempos era un hecho.
Antes, en medio de aquella selva de preceptos legales, odios, antagonismos e ideologías, Kubala había debutado con la camiseta del Barcelona el 12 de octubre de 1950, contra el Osasuna de Pamplona. El equipo blaugrana ganó por 4-0, pero Kubala no volvió a jugar hasta el partido de Navidad de aquel año, en el que ganó al Frankfurt por 4-1. Al día siguiente, San Esteban, el Barga volvió a ganar por 10-4. Las actuaciones de Kubala fueron excepcionales, y Les Corts rugía de entusiasmo ante cada una de sus intervenciones.
Resueltos todos los problemas legales, Kubala debuta oficialmente en la Copa del Generalísimo, contra el Sevilla en el Nervión. Era el 29 de abril de 1951. El Barcelona venció por 0-2, y en el choque de vuelta se impuso de nuevo por 3-0, con el primer gol oficial de Kubala -de penalti- en su nuevo club. Después, el Barcelona elimina sucesivamente al Atlético de Tetuán y Athletic de Bilbao, y juega la final en Chamartín contra la Real Sociedad, imponiéndose por 3-0. El nuevo refuerzo barcelonista comienza a marcar las diferencias en España.
Riadas de aficionados felices y asombrados invaden Les Corts en las siguientes temporadas. Kubala es una atracción mágica. Se coloca así la primera piedra de lo que luego sería la construcción del gigantesco Camp Nou. La necesidad de disponer de un nuevo estadio tuvo un artífice: Kubala. Al cabo de seis años, esa necesidad se hizo realidad. Francisco Miró Sans, un hombre de fe nunca suficientemente recordado, levantó los cimientos de una nueva época en la historia del Barcelona. Hoy en día, con su capacidad para más de 100.000 espectadores, nos parece algo absolutamente normal, acorde con la importancia del club. Pero hasta que llegó Kubala, la idea sólo parecía factible desde el punto de vista de la fantasía y del delirio.
Todo se arregló. La compensación económica al Vasas y al Pro Patria -club con el que había firmado un contrato provisional por un millón y medio de liras, para ir ganándose el sustento diario- supuso el final del acto del hambre. En la lucha por recuperar su condición de ciudadano libre, Kubala contó con inestimables colaboraciones, entre ellas las de un grupo de intelectuales encabezado por José María Cossio.
Laszi respira tranquilo. Había pasado meses de intranquilidad, de inquietud profunda. Su segundo hijo, Ladislao, había nacido en Italia, y sus preocupaciones económicas no eran menores que las psicológicas. Quedaba en un desvanecido recuerdo aquella entrevista, en Zurich, con el secretario general de la FIFA, Slicher, que le había prometido que todo se arreglaría pronto. Algo que no se emparentaba con la realidad de aquel tiempo, pero que dio a Kubala una ilusión que tardaría mucho tiempo en confirmarse.
Aquel chicarrón rubio
En Italia, aunque nunca jugara oficialmente, Kubala ya impresionó a todos los técnicos. Incluso se publicó un libro en su honor, titulado 'El otro Kubala'. Su autora, Francesca Petrela, hacía un canto erótico-lírico del jugador:
"Mi héroe es rubio como un Dios vikingo, es alto y fuerte como un guerrero griego: por eso sufre, por eso ama".
Este extracto es el más comedido de todo el poema. Y es que Kubala tuvo éxito con las mujeres. Su complexión atlética, sus facciones agraciadas, su pelo rubio, sus ojos azules y un aire entre tímido y osado le hicieron ganar el respeto y la admiración del sexo contrario. Pero no fue un conquistador en el sentido literal de la palabra. Más bien se sintió conquistado. Sus grandes amores son reducidos. Durante décadas ha mantenido una estrecha y amistosa relación con Paulina Ribas, Lina, recientemente fallecida, y a la que conoció como recepcionista del Hotel Espléndido, en la calle Pelayo, durante la estancia del Hungaria en Barcelona. Lina fue para Laszi una secretaria ideal, una amiga entrañable y una relaciones públicas única.
Pero a Kubala no le gusta hablar de las mujeres de su vida y cambia siempre de tercio cada vez que se trata el tema. Sólo dice que "el amor es una de las cosas por las que merece la pena vivir. Pero el amor en el más amplio sentido de la palabra: el amor por nuestra profesión, por nuestra familia, el amor por las cosas hermosas, por el arte". Kubala es, en el fondo y en la forma, un hombre bueno. Lo que más admira en los demás es la inteligencia y lo que más le disgusta, la hipocresía.
Es un hombre respetuoso con las creencias de su prójimo. Dice que es religioso a su manera. De niño y adolescente iba mucho a la iglesia, pero se dio cuenta de que no por ello era más creyente. "En la vida cotidiana -afirma- sólo hay que hacer el bien por los demás. Esto es lo importante". El dinero, asegura, es necesario, aunque él no le da mucho valor. Siempre ha sido abrumadoramente generoso, sobre todo con los compatriotas en apuros que encontraba a lo largo de sus viajes. Les daba todo lo que tenía. En París, en una ocasión, regaló su chaqueta y su camisa a uno de ellos. Osterreícher, el que fue secretario técnico del Español y que conoció profundamente a Kubala en Hungría, le decía: "Laszi, tú no sabes si el dinero se mide por kilos, por litros o por kilómetros".
Al chicarrón rubio que descubrió un nuevo fútbol para los barceloneses, con su mirada candida y su humildad perpetua, le han gustado siempre los trajes azules. Luego le convencieron de que igualmente le sentaban bien el marrón y el beige. Siempre ha sido bastante coqueto; le gusta ir acicalado. Buen terno, buenas camisas, corbatas, y un buen perfume. Y ahora hace malabarismos con el peine para disimular los cabellos que ya le faltan.
Ha sido, dentro de su accidentada y azarosa vida, un hombre con suerte. Pero afirma sencillamente que la ha buscado. Samitier, su segundo padre, decía de él: "En mis tiempos hubiera sido el amo. Ahora, ya lo es". Ricardo Zamora y Paulino Alcántara no se quedaron atrás: "Es un superfenómeno".
Una de sus pocas sensaciones negativas es volar. Los aviones, después de haber hecho millones de kilómetros en ellos, le producen una cierta aversión. Al principio, volar era algo que le divertía. Después fue cogiendo respeto, y ahora siente pánico por los 'jets'. En la cabina, cuando viaja, suda, se aferra a los brazos de su butaca y apenas se mueve o habla.
Se siente español por todos los lados y barcelonés de los pies a la cabeza. "Soy español, no sólo por el pasaporte sino porque lo siento. Me lo dice el corazón. Uno es de donde pace, no de donde nace. Y soy un barcelonés y catalán con todo el alma. Es un entorno, no sólo geográfico, sino ético y social, con el que me siento identificado plenamente. Que me llamen español más allá de las fronteras es algo que me enorgullece. Que me digan catalán dentro de España, me emociona". Ha bebido en la fuente de Canaletes. Ha celebrado muchos desayunos en el Borne. Hizo pequeño Les Corts y contribuyó poderosamente a que el Camp Nou fuera una realidad.
Dicen que los checos son un poco como los ingleses. Fríos, pero con sentimientos tan intensos como cualquiera. Su apariencia de alejamiento es falsa. Kubala tiene una humanidad tan grande como el nuevo estadio blaugrana.