NACE UN FUTBOLISTA DE LUJO
El 10 de junio de 1927 ocurrió algo importante para el fútbol. Nace en Budapest Ladislao Kubala Stecz. El jugador que asombraría años después a los aficionados de medio mundo es el único hijo de una familia humilde. Su padre, Paul, era albañil, y su madre, Anna, trabajaba en una fábrica de cartonaje. Ambos eran de procedencia eslovaca y se habían instalado en Budapest -el llamado París de Centroeuropa- en busca de horizontes mejores que los de Bratislava.
Los primeros años de Ladislao transcurren en medio de un ambiente tranquilo pero económicamente débil. Como sus padres tienen que ir a trabajar prácticamente de sol a sol, la educación inicial del pequeño es encomendada al abuelo, de origen polaco. Por eso, hasta que cumple los seis años, Ladislao sólo habla el idioma del abuelo. Con el tiempo, y a medida que va entrando en sus primeras aulas escolares, aprenderá también el eslovaco y el húngaro. Son lenguas que tienen connotaciones gramaticales y fonéticas muy parecidas a las del resto de idiomas eslavos, por lo que el futuro 'crack' acabará dominando también el checo, el búlgaro y el ruso. Sus correrías posteriores y desarrollo de la vida le hacen aprender el italiano, el castellano y el catalán, aunque también se defiende bien con el inglés y el alemán, chapurrea el árabe desde la época de su estancia como entrenador en Arabia Saudita.
Budapest era, para la infancia de Kubala, una gran ciudad; una de las perlas del Imperio Austro-Húngaro que se había derrumbado unos años antes del nacimiento de Kubala, después de la I Guerra Mundial (1914-1918). Pero la familia Kubala no es acomodada y vive en un barrio pobre, en las tristonas manzanas de las calles de Oromlov y Lodovigeum. No es un círculo que invite mucho al optimismo, pero la familia es feliz. Hay trabajo y el niño Laszi inunda la casa de alegría con su viveza y sus travesuras.
Sus primeras patadas
En cuanto tiene edad para que sus robustas piernas le permitan correr, Ladislao se enzarza a patadas con todo lo que encuentra en la calle: latas, papeles, piedras... El fútbol está en sus venas por una razón fundamental. Su padre había sido jugador del Ferencvaros de Budapest, uno de los mejores equipos magiares de todos los tiempos. No era un jugador famoso pero sí admirado por su determinación y capacidad física.
Cuando entra en la escuela, hace rápidamente amigos. A pesar de su timidez, una circunstancia que arrastrará siempre incluso en los momentos del triunfo y la gloria, es un chico de cabello rubio rizado, simpático y amable, con un sentido de la lealtad que será una virtud permanente en el.
En la escuela, los sistemas de selección deportiva son modernos. A todos los niños se les hacen 'tests' para determinar en qué disciplina pueden destacar. A Kubala le gusta el boxeo, pero a los 11 años se le aconseja que lo deje. Tiene los brazos demasiado cortos y su envergadura no es la adecuada para subir a los cuadriláteros y defenderse apropiadamente. Así es que se concentra en lo que, en adelante, va a ser su gran pasión, el norte de su vida: el fútbol. Con pelotas de trapo, hechas a veces con las medias viejas de su madre, con papeles atados con gruesos cordeles o bramantes, empieza con sus amigos el duro aprendizaje.
Cuando consigue su primera pelota de goma, no cabe en sí de satisfacción. Como la escuela le deja libre a la una de la tarde, dispone de horas enteras para intensificar su afición. Pronto le conocen en el barrio como 'el chico de la pelota'. Hasta que anochece no para en su afición. Marca con una tiza una gruesa raya en una pared y se entretiene, sin aburrirse nunca, a lanzar la pelota contra ella, cosa en la que adquiere una precisión asombrosa. Sin saberlo, está naciendo un talento técnico.
No le llaman otros derroteros. En una barriada pobre, hay tipos de toda clase. Había chicos que jugaban como él y otros que se buscaban la vida como podían. Las circunstancias abonaban el permiso para hacer de todo en aquella época, Pero Laszi se mantiene en el disciplinado círculo de la vida honesta. Las en señanzas de su abuelo y de sus padres había surtido efecto.
"¡Nunca robé!", recuerda Kubala de aquella época. El pequeño Laszi ha descubierto que la piernas no sólo sirven para andar sino también para chutar y hacer malabarismos con el balón. Mientras se pelea, en la escuela, con las primeras letras y números, y da señales de ser espabilado y muy atento a las explicaciones de los profesores, su deseo más ferviente es jugar al fútbol donde sea: en las aceras, en los solares ruinosos, sobre el pavimento de las calles o en los parques públicos.
Recogepelotas
En 1939, a los 11 años, fichó como juvenil por su primer club. Una entidad modesta, el Ganz, de Tercera División, patrocinado por una gran fábrica metalúrgica. Como la Federación imponía el tope de los 12 años para obtener la ficha oficial, hubo que hacer una pequeña trampa en su fecha de nacimiento. En el partido de su debut, ante en MTK, marcó los dos primeros goles oficiales de su vida.
No tenía dinero para ver los buenos partidos de Primera División, en especial los del Ferencvaros, el equipo que era la niña de los ojos de su padre y, naturalmente, de él también. Para lograr su propósito, consiguió que lo utilizaran como recogepelotas, trabajo que alternaba con la limpieza y embetunado de las botas desus ídolos. Como premio no le daban dinero, sino el regalo de poder jugar en horas determinadas en el mismo campo en el que brillaban sus ídolos, con balón de cuero de los de verdad, y siguiendo esporádicamente los consejos de algún entrenador suplente.
El preparador oficial del Ferencvaros, Demeny, le quiso enrolar en el once juvenil del club, pero a Kubala le asustó la responsabilidad, y por falta de confianza, su clásica timidez o porque se sentía todavía un niño, rechazó la oferta. Cinco años más tarde cambiaría de criterio y vería cumplida una de sus primeras grandes ilusiones.
Cuando la Federación le convoca para pasar por su Escuela Oficial, coincide con Puskas, Zacharias, Kocsis y otros jugadores que, con el tiempo, se harían famosos. Uno de los profesores de la Escuela es Janos Kalmar, que posteriormente sería entrenador del Español y el Málaga, y uno de los mejores técnicos que ha tenido el fútbol centroeuropeo.
Kubala no pierde el tiempo. Destaca ya por el dominio del balón, por su potencia física, por el talento individual que lleva dentro. Aprende, sin embargo, lo que luego sería fundamental en su carrera: amalgamar su técnica personal con las necesidades del equipo. El fútbol es, sobre todo, asociación, coordinación perfecta de los esfuerzos y cualidades de 11 hombres, espíritu de conjunto. Asimila perfectamente la lección. No basta ser un gran jugador; hay que sacrificarse en beneficio de los compañeros. Juega con la cabeza siempre levantada, observando la posición de los restantes jugadores, sabedor de que no necesita mirar sus pies, que controlan perfectamente el balón. La agudeza con la que percibe los espacios libres, la intención que da a sus pases buscando la carrera o la penetración de los compañeros, el bloqueo del esférico en espera del centro o un servicio mortal para el contrario son virtudes que va completando y que un día le harán famoso. Aun siendo un divo, comprende que el fútbol no es cosa de uno, sino del conjunto. En el Barcelona, hombres relativamente poco famosos como Moreno, Vila y Manchón alcanzaron el tope de su fama aprovechando precisamente este sentido que Kubala tenía del juego colectivo.
El tenis, la gimnasia y la natación también le gustan y los practica, pero sin balón es hombre muerto. Su pasión por el deporte en general no le ha abandonado. Aún hoy en día, a punto de cumplir 66 años, realiza un puntual programa semanal: lunes y jueves cubre de 40 a 70 kilómetros en bicicleta; martes y viernes juega al fútbol, miércoles y sábado disputa partidos de tenis a tres sets y los domingos, día de descanso para otros, casi siempre participa en partidos de la Agrupación de Veteranos del Barcelona, de la que es presidente y cuyos beneficios de recaudación van a parar a la ayuda económica de 14 familias de ex-jugadores, entre ellas la esposa de Plattko, que vive en Santiago de Chile, y que a sus 92 años sabe que el recuerdo de su marido, que fue un gran portero azulgrana -a quien Alberti dedicó una famosa poesía-, no se ha perdido en el corazón de unos hombres generosos.
Su primera internacionalidad
Kubala permanece en el Ganz hasta 1944. El niño pasa a ser muchacho y luego adolescente. En esa época viste pantalón corto, pero sus piernas y el vello que empezaba a crecer en ellas le provocaban cierto desasosiego. Cuando tenía 13 años, sólo soñaba con vestir unos pantalones largos. Un domingo, mientras su padre dormía, se puso su traje. Le venía muy grande, pero con él se sentía un hombre. Debía de tener un aspecto ridículo a más no poder, porque sus compañeros se retorcieron de risa cuando le vieron. Sin embargo, no todo fueron carcajadas. Cuando llegó a casa, su padre le pegó una soberana paliza.
A los 17 años, Kubala es ya un apuesto chico. Las muchachas giran la cabeza y le siguen con la mirada cuando se cruzan con él. Es por aquellos días cuando su viejo amigo Demeny, que aún continuaba como entrenador del Ferencvaros, le convence para que fiche por su club. Laszi casi se desmaya cuando se entera de lo que va a cobrar. Se siente tan confundido y al mismo tiempo asombrado que decide guardar en un escombrijo de su casa la mitad del 'botín'. Aún no sabe bien lo que hace -luego revelaría la verdad a sus padres-, pero con la otra mitad, la familia se cree rica. Su padre lloró de emoción cuando le dio la noticia. Su madre preparó una comida extraordinaria y el vino de Tokay, el célebre caldo húngaro, corrió por todo lo alto.
Juega en el primer equipo del Ferencvaros con tanta soltura que le llevan a la selección húngara (más tarde sería internacional por Eslovaquia, Checoslovaquia y España, un récord que no debe tener precedentes). Su debut se produce en Viena contra la poderosa formación de Austria. Ganan por 0-5, porque el Wunderteam' -el equipo maravilla, como se llamó en los años treinta a Austria- ha desaparecido y la Segunda Guerra Mundial ha pasado factura. Pocas semanas más tarde, en ese mismo año de 1945, Hungría disputa dos encuentros con Rumania en Bucarest. Vence en los os por 3-1 y 3-2.
Muere su padre
En el mes de abril, cuando el conflicto bélico acaba de terminar, Kubala sufre el primer contratiempo grave de su vida. Un domingo por la tarde muere su padre. Aunque Laszi tenía un carácter más parecido al de su madre, amaba intensamente a su progenitor. Kubala llora desesperadamente ante el cadáver en la nueva casa en la que vivían, adquirida con el dinero conseguido por su fichaje con el Ferencvaros.
Y se enfrenta a una dura decisión. Dos horas más tarde estaba convocado para jugar un encuentro decisivo contra el MTK, en el que estaba en juego el título liguero. Pálido, sudoroso, sollozando desplomado sobre una silla, es incapaz de pensar en nada. De repente, una idea relámpago le atraviesa el cerebro. Sobreponiéndose al dolor, decide rendir un último tributo de admiración a su padre, ex-jugador e hincha del Ferencvaros como ninguno, y para quien el club había sido una parte importante de su vida. Y Laszi jugó aquel partido. Su padre, seguro, le habría agradecido aquel último y emocionado gesto. No vivió para ver a su hijo convertido en 'crack' mundial, aunque seguramente jamás pensó que llegara tan lejos.
Su contacto con Daucik
A los 18 años, nada le ligaba ya a Hungría. Su madre era eslovaca, y decidió volver a Checoslovaquia, donde tenía familia. Con Ladislao al lado, su madre se sentía fuerte, respaldada y capacitada para emprender un nuevo rumbo en su existencia.
No hubo ningún problema para encontrar equipo. Su prestigio había atravesado ya las fronteras húngaras. El Bratislava, uno de los mejores clubs checos, le fichó rápidamente. El entrenador y secretario técnico era Fernando Daucik, un hombre perteneciente a la alta burguesía. Su hermano, que era ingeniero, poseía también un buen prestigio. Fernando había estudiado para perito agrónomo, pero nunca ejerció la carrera, dedicándose en cuerpo y alma al fútbol, su gran pasión.
Una cosa exigió Kubala antes de estampar su firma. Quería residir en las dependencias del propio estadio del club para dedicar las 24 horas del día a vivir, pensar y practicar fútbol. Esta actitud la repitió años más tarde en el Barcelona, donde destinaba, después del entrenamiento matinal con el equipo, largas horas de la tarde a prepararse en solitario.
Aunque nacido en Budapest, sus padres eran eslovacos y, por lo tanto, no fue difícil que le eligieran para formar parte de la selección checa. Como lo hizo con Hungría, su primer partido bajo los nuevos colores fue en Viena, ontra Austria, y ganaron por 3-4.
El de 1947 fue quizás el año de la consagración definitiva de Kubala como figura excepcional. Tenía 20 años. Con el Bratislava fue campeón de Liga y seleccionado para el equipo nacional en diez ocasiones. Además, fue elegido mejor jugador del año. Sus sueños infanl empezaban a alcanzar la realidad.
Su admiración por Bican
Cuando ahora habla de los grandes jugadores que ha conocido, Kubala cita naturalmente a Pelé, Di Stéfano, y de Cruyff dice que fue un auténtico fenómeno como jugador. De él mismo dice poco: "En eso no quiero meterme. Que lo digan los demás. Por agregar algo, diré que creo que fui un buen jugador, internacional con cuatro selecciones e integrante del combinado FIFA en dos ocasiones. Cuando llegué al Barcelona, había grandes jugadores en España y en el mismo Barça, como César, Basora, Segarra, Biosca, Ramallets y un largo etcétera. Por eso es difícil que destacara".
Pero el fenómeno más grande de todos los que ha conocido Kubala ha sido Bincan, un austríaco que jugaba con el Bratislava y que le marcó tres goles a Guillermo Eizaguirre, portero de España, en el encuentro que se jugó en el estadio Metropolitano de Madrid el 19 de enero de 1936 con un marcador final de 4-5 favorable a los visitantes. Cuando conoció a Bincan, Kubala era joven y tal vez por eso se dejó impresionar excesivamente por el talento de aquel veterano de 32 años al que Laszi llamaba cariñosamente 'tío'. No cabe duda, sin embargo, que Bincan era un futbolista excepcional y que de él aprendió Kubala no pocas cosas. Era tartamudo pero sabía de fútbol como nadie. Poseía, además, una psicología especial que cautivaba a su joven alumno:
"Hoy -le decía, por ejemplo-, vamos a marcar cuatro goles. Tú dos y yo los dos restantes. Vamos a enseñarles a todos lo que es el fútbol". Y en efecto, Kubala marcó aquel día dos goles y Bican un par más. También otros dos compañeros batieron al portero adversario. En el vestuario, Bican le guiñaba un ojo al joven Kubala y afirmaba simplemente: "¡Bah! No hagas caso. Simple 'chiripa'. Lo bueno ha sido lo nuestro".
La boda con Anna
El 17 de abril de 1947, mientras está en el Bratislava, se casa con Anna Viola Daucik, la hermana de su entrenador. Anna era un poco mayor que él, pero ya se sabe que el amor no tiene edad. Después de la boda, permanece en el Bratislava, donde Fernando Daucik es sustituido por un inglés llamado Tom Snedon. Sus consejos -en aquel momento, el fútbol de las Islas volvía a brillar por todo lo alto- fueron también muy valiosos para Kubala.
En aquella época, su club realiza una excursión por Bélgica y Luxemburgo en busca de divisas. En la capital belga, unos directivos del Vasas -el nuevo nombre del Ferencvaros- se entrevistan con Kubala y le piden que fiche otra vez por su antiguo equipo. La situación del Vasas era comprometida, casi angustiosa. Necesitaba refuerzos urgentes para aliviar su clasificación en la Liga húngara. Su entrenador, Snedon, le recomendó que fichara por un equipo inglés, pero Laszi acabó por escuchar la voz del corazón... y los 80.000 florines del Vasas que sirvieron para comprar una nueva casa en Budapest, en la que durante mucho tiempo viviósu madre hasta que falleció a los 73 años. Para celebrar el acontecimiento, salió a la calle y recogió a varios pobres. Los llevó a un almacén para vestirlos de pies a cabeza.
Cuando se incorporó al Vasas, faltaban 14 partidos para terminar el campeonato. De ahí y hasta el final de la competición, su equipo ganó 13 encuentros, y el único que perdió le impidió conquistar el título. Su trayectoria iba hacia arriba. Nuevamente fue internacional húngaro en la Mitrope Cup, donde fue elegido mejor jugador del torneo. Mientras Laszi se encontraba en Budapest, su esposa Anna Viola dio a luz en la población checa de Saby al primer hijo del matrimonio: Branko.