Notas
[1] Véase Caballo de Troya (volúmenes 2 y 4). (Nota del autor.) <<
[2] En el tratado abot, sobre los «padres» o sabios de Israel, se especifica que Moisés recibió la Torá —la ley oral— desde el Sinaí, transmitiéndola a Josué y éste, a su vez, a los ancianos (Jos. 24, 31). Y los ancianos la comunicaron a los profetas (Jer. 7, 25), y éstos, finalmente, a los hombres de la Gran Asamblea: el tribunal de 120 miembros que comenzó a actuar con Esdras después del exilio en Babilonia. (Nota del mayor) <<
[3] Se refería quizá a Simón I, sumo sacerdote, que vivió hacia el 280 antes de Cristo. Otras fuentes hablan de Simón II, también sumo sacerdote (200 a. de C.). (N. del m.) <<
[4] Con el fin de evitar el arduo problema del aire —enemigo de los ultrasonidos—, los especialistas de la Operación Caballo de Troya idearon un sistema capaz de «encarcelar» y guiar los ultrasonidos a través de un finísimo «cilindro» o «tubería» de luz láser de baja energía, cuyo flujo de electrones libres quedaba «congelado» en el instante de su emisión. Al conservar una longitud de onda superior a los 8000 angström (0,8 micras), el «tubo» láser seguía disfrutando de la propiedad esencial del infrarrojo, con lo que sólo podía ser visto mediante el uso de las también mencionadas lentes de contacto («crótalos»). De esta forma, las ondas ultrasónicas podían deslizarse por el interior del «cilindro» o «túnel» formado por la «luz sólida o coherente», pudiendo ser lanzadas a distancias que oscilaban entre los cinco y veinticinco metros. (Véase información sobre sistema de ultrasonidos en Caballo de Troya 1. (N. del a.) <<
[5] El pasaje en cuestión dice así: «Había salido con los israelitas (de Egipto) el hijo de una mujer israelita y de padre egipcio. Cuando el hijo de la israelita y un hombre de Israel riñeron en el campo, el hijo de la israelita blasfemó y maldijo el Nombre, por lo que le llevaron ante Moisés. Su madre se llamaba Šelomit, hija de Dibrí, de la tribu de Dan. Le retuvieron en custodia hasta decidir el caso por sentencia de Yavé. Y entonces Yavé habló a Moisés y dijo: “Saca al blasfemo fuera del campamento; todos los que le oyeron pongan las manos sobre su cabeza, y que le lapide toda la comunidad. Y hablarás así a los israelitas: ‘Cualquier hombre que maldiga a su Dios, cargará con su pecado. Quien blasfeme el Nombre de Yavé, será muerto; toda la comunidad le lapidará. Sea forastero o nativo, si blasfema el Nombre, morirá’”». (N. del m.) <<
[6] En el apasionante capítulo de la esclavitud entre los judíos —al que espero dedicar mi atención en un futuro—, al contrario de lo que sucedía con los romanos, si un siervo llegaba a escapar no podía ser devuelto a su señor. La Ley así lo dictaminaba, amparándose en el Deuteronomio (XXIII, 16): «No entregarás a su amo al esclavo que se haya acogido a ti huyendo de él. Se quedará contigo, entre los tuyos, en el lugar que escoja en una de tus ciudades, donde le parezca bien; no le molestarás». (N. del m.) <<
[7] Amplia información al respecto en mi libro El testamento de san Juan. (Nota de J. J. Benítez.) <<
[8] A título orientativo mencionaré algunos ejemplos, en vigor en los tiempos de Jesús de Nazaret, sobre la absurda, compleja y, en ocasiones, ridícula legislación en torno al trato que debían recibir los paganos por parte de la comunidad judía. Una legislación, insisto, cimentada exclusivamente en lo religioso. Veamos: tres días antes de las fiestas de los gentiles, los judíos tenían prohibido todo trato comercial con dichos paganos. No podían prestar dinero ni objeto alguno y tampoco recibirlos. La Ley los obligaba, incluso, a no pagar ni recibir pago. La «justificación» para tan increíble comportamiento rezaba así: «al concluir el contrato comercial, el pagano quedaría satisfecho y aprovecharía la fiesta para agradecer a su ídolo, de lo que sería causa indirecta el israelita». (Tratado «aboda-zara», capítulo 1, 1.)
El criterio para fijar esas fiestas paganas encerraba ya una arbitrariedad que constituía una permanente burla hacia los judíos. Según la normativa religiosa, se consideraban fiestas «no judías» las calendas (para unos, el primer día del año y para otros, el primero de cada mes); las saturnales (fiesta de Saturno: el 17 de diciembre, a ocho días del solsticio); el día del aniversario o subida al trono de los reyes; el día de la victoria de Augusto sobre Cleopatra; el día del cumpleaños de una persona privada; el de su fallecimiento, con una curiosa salvedad: si el individuo era sometido a cremación, allí había culto idolátrico; el día del rasuramiento de la barba o del bucle, que marcaba la llegada del joven a la pubertad; el día en que un gentil regresa de un viaje por mar (?); el día en que sale de prisión y, en fin, hasta el día en que un pagano festeja la boda de su hijo.
La meticulosa tradición mosaica establecía incluso qué frutos y animales estaba prohibido vender a los gentiles durante las mencionadas fiestas, a fin de que no pudieran ser ofrecidos a los ídolos. Por ejemplo, incienso, piñas, higos blancos (con sus rabillos) y gallos blancos. Para algunos «sabios» sí estaba autorizada la venta de gallos blancos, siempre que fuera acompañada de gallos de otros colores. «Al comprar otros gallos, juntamente con el blanco —argumentaban—, el pagano muestra que no lo va a usar con fines idolátricos». Otros doctores de la Ley consentían el comercio con gallos blancos si antes se les cortaba un dedo, inutilizándolos así para el culto. Tampoco era lícito venderles ganado mayor o asnos, fueran o no defectuosos. El razonamiento era igualmente peregrino: el gentil podía trabajar con él en sábado y Yavé había establecido que también el ganado debía descansar en dicha jornada. Leones, osos y cualquier otro tipo de fieras se hallaban prohibidos en base a que «podían causar daño a la gente».
Estas asfixiantes leyes —contra las que tanto combatió el Maestro— confundían muchos de los preceptos de Yavé, interpretándolos casi siempre de una forma racista. Por ejemplo: no podía dejarse ganado en las posadas de los gentiles porque —decían— son sospechosos de bestialidad. E invocaban el Levítico (19, 14). Cuando uno repasa dicho pasaje, es fácil entender que la advertencia de Yavé no iba destinada únicamente a los paganos: «No maldecirás a un mudo, ni pondrás tropiezo ante un ciego, sino que temerás a tu Dios. Yo, Yavé».
Tampoco estaba permitido que una mujer judía permaneciera a solas con un gentil porque —según la Ley— «éstos son sospechosos de incontinencia» (San. 21 a b). En cuanto a los israelitas varones, la normativa era la misma. Razón: «los paganos son sospechosos de intenciones homicidas».
La práctica de la medicina no era una excepción para la rigurosa legislación religiosa judía. Un médico gentil —y éste era mi caso— podía curar a un israelita, siempre y cuando lo hiciera por dinero. Si la curación era gratuita, el judío caía en el pecado de idolatría. (Según la Guemara, la «curación del dinero» era también la curación de los animales. La «curación del cuerpo», en cambio, era la de una persona).
La situación llegaba a tal extremo que un judío, por ejemplo, no podía dejarse cortar el pelo por un pagano en ninguna parte.
Naturalmente, cuando existía la posibilidad de obtener algún beneficio económico, la normativa judía hacía ciertas y desconcertantes concesiones. Recordemos algunas, al azar:
Estaba prohibido beber la leche ordeñada por un gentil si este acto no era contemplado por un judío. En cambio, podía comerciarse con ella. Si el ordeño era observado por un israelita, entonces no había reparo: la leche estaba autorizada para el consumo de los judíos. Y otro tanto sucedía con el pan, el aceite, las legumbres cocidas, las conservas, el pescado, etc.
Un pagano podía pisar la uva al lado de un israelita. Sin embargo, la Ley prohibía que ambos vendimiaran juntos.
Por último, para cerrar este interminable y aberrante cuadro, recordaré al hipotético lector de estos diarios que todo judío o judía que compraba o recibía cualquier objeto de manos de un gentil se hallaba en la obligación de purificarlo antes de su uso. Si eran enseres de metal o vidrio tenía que sumergirlos para liberarlos así de la «natural impureza pagana». En el caso de los cuchillos bastaba con afilarlos. Asadores y parrillas, en cambio, debían ser sometidos al fuego purificador. (N. del m.) <<
[9] Amplia información en Caballo de Troya 4. (N. de J. J. Benítez.) <<
[10] La tradición oral judía religiosa, puesta por escrito hacia la segunda mitad del siglo II o quizá en la primera década del III, decía al respecto: «Los siguientes han de ser lapidados: el que tiene relación sexual con su madre o con la mujer de su padre o con la nuera o con un varón o con una bestia, la mujer que trae a sí una bestia (para copular con ella), el blasfemo, el idólatra, el que ofrece sus hijos a Molok, el nigromántico, el adivino, el profanador del sábado, el maldecidor del padre o de la madre, el que copula con una joven prometida, el inductor (que induce a un particular a la idolatría) —éste podría ser mi caso, a la luz de la retorcida legislación religiosa judía—, el seductor (que lleva a toda una ciudad a la idolatría: Deuteronomio 13, 13), el hechicero y el hijo obstinado y rebelde. Si uno ha tenido unión sexual con su madre, es culpable por ser su madre (Levítico 18, 7) y por ser la esposa de su padre (Levítico 18, 8). Si uno tiene relación sexual con la mujer de su padre, es culpable por ser la mujer de su padre y la mujer de un varón (Levítico 18, 20), ocurra en vida de su padre o después de muerto, esté sólo desposada o ya casada. Si uno tiene relación sexual con su nuera, es culpable frente a ella por razón de ser su nuera (Levítico 18, 15) y por razón de ser la mujer de un varón, ya ocurra en vida de su hijo, ya después de su muerte, esté ella desposada o ya casada. Si uno tiene conexión sexual con un varón o con una bestia o si una mujer se acopla a una bestia morirán lapidados (Levítico 20, 15-16). Si el hombre peca, ¿qué pecado comete la bestia? Debido a que a través de ella sobrevino al hombre un tropiezo, dice por eso de ella la Escritura: “Será lapidada.” Otra explicación: a fin de que no pase la bestia por la plaza y digan: “A causa de ella fue lapidado fulanito.” (El honor obliga a evitar lo que recuerde el crimen de esa persona)». (Sanedrín 7, 4.) (N. del m.) <<
[11] La senda se desdoblaba en un ramal que penetraba hacia el sureste, en dirección al monte Tabor, y en una segunda pista —por la que caminábamos— que moría en Nazaret. (N. del m.) <<
[12] Véase información en Caballo de Troya 2. (N. de J. J. Benítez.) <<
[13] Como simple referencia orientativa anotaré los precios de algunos productos básicos. Una ración de pan de trigo, por ejemplo, venía a costar dos ases (un denario de plata equivalía a veinticuatro ases). Diez o doce higos podían adquirirse en Galilea por un as. En la Ciudad Santa, en cambio, por ese mismo precio sólo se obtenían tres o cuatro unidades. Una medida de leche (un log: alrededor de seiscientos gramos) suponía otro as. Seis huevos, entre dos y tres ases. Una tórtola no bajaba de un octavo de denario. Dos qinnîm (nidos de pájaros), seis ases. Un kab (algo más de dos kilos) de fruta, dependiendo del género, entre un cuarto y un octavo de denario. Dos log (algo más de un litro de aceite), entre diez y doce ases. En cuanto al vino —según el origen y la calidad—, un pellejo (diez bats: alrededor de treinta litros) oscilaba entre tres y cuatro denarios. (N. del m.) <<
[14] Como saben los especialistas en laserterapia, la energía luminosa es absorbida por los tejidos, estimulando o modificando los procesos metabólicos. El profesor Pollack, de la Universidad de Filadelfia, demostró que la acción del láser sobre las células provoca la transformación de ADP en ATP, acelerando los tiempos de mitosis. Por eso que este tipo de radiación contribuye a una más rápida reconstrucción y normalización de los tejidos, favoreciendo la síntesis de NA y RNA sin alterar las características genéticas e histofuncionales de la célula. Según todos los expertos, los principales efectos biológicos del láser pueden sintetizarse en los siguientes términos: incremento del flujo hemático por vasodilatación arterial y capilar, con la consiguiente acción antiflogística, antiedematosa, trófica y estimulante del metabolismo celular; modificación de la presión hidrostática intracapilar, con la mejora de la absorción de los líquidos intersticiales y la eliminación o reducción de los edemas; aumento del umbral de percepción de las terminaciones nerviosas algotropas, con el lógico beneficio analgésico; estimulación de la regeneración electrolítica del protoplasma celular, acelerando así los procesos metabólicos; fulminante acción antibacteriana, provocando el rearme de los sistemas inmunitarios y la multiplicación de los anticuerpos. (N. del m.) <<
[15] En una normativa surrealista (casi hitleriana), Yavé decía textualmente: «El hombre que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé. El bastardo no será admitido en la asamblea de Yavé; ni siquiera en su décima generación». Sin comentarios. (N. del m.) <<
[16] El problema fundamental —qué se entendía por bastardo— se hallaba en aquel tiempo sometido a arduas discusiones entre los doctores de la Ley. En su cerrazón —tan sabia y ardorosamente combatida por Jesús de Nazaret—, aquellos «sabios» consideraban tres grandes posibilidades:
a) Debía calificarse de mamzer a todos los descendientes de una «unión prohibida por la Torá». Es decir, incesto, adulterio, etc., excluyendo a los nacidos de la unión de un sumo sacerdote y una viuda. Eran bastardos también los hijos de una halûsah (mujer del hermano muerto sin descendencia, a la cual el cuñado negó el matrimonio levirático); la prole de una mujer que, después de haberle sido anunciada erróneamente la muerte de su marido, volvía a casarse; el hijo nacido de un matrimonio legítimo en el que la esposa —nunca el marido— era sospechosa de adulterio, y la descendencia de una mujer divorciada cuyo documento de repudio llevaba la firma de un esclavo, en lugar de la de un testigo legalmente acreditado.
b) Para otros rabinos, el significado jurídico de mamzer quedaba establecido, única y exclusivamente, por las alusiones de la Torá a las penas de muerte relacionadas con las uniones sexuales no autorizadas. Y respaldaban sus opiniones en el texto del Levítico (20, 1021). Entre otras faltas castigadas con el exterminio —treinta y seis en total— destacaban, por ejemplo, el incesto, las relaciones con la cuñada, con la hermana de la mujer divorciada e incluso el acto sexual durante el periodo de impureza menstrual. Los hijos habidos en los primeros casos entraban de lleno en la calificación de bastardos.
c) El último criterio —el más moderado (?)— consideraba mamzer a los nacidos de una unión amenazada en la Torá con una «pena de muerte legal». Es decir, a los hijos engendrados en circunstancias que Yavé había condenado con las penas concretas de lapidación, abrasamiento, decapitación y estrangulamiento. Por ejemplo: si un hombre tenía relación sexual con una mujer —siempre que fuera joven (entre los doce y doce años y medio: edad del casamiento entre las hebreas), virgen, prometida en matrimonio y se encontrase en la casa de su padre—, fuera o no con consentimiento, el varón era condenado a muerte por lapidación. Si en el acto habían intervenido dos hombres, el primero, como digo, era lapidado y el segundo estrangulado. Y el posible hijo nacido de dicha unión era marcado para siempre como bastardo. De la misma manera, como ya he referido en páginas anteriores, eran igualmente reos de lapidación aquellos que sostenían relaciones sexuales con su madre, con la mujer de su padre, con la nuera, etc. Si se producía descendencia, todos eran mamzerîm.
A este oscuro panorama había que sumar, naturalmente, los hijos habidos en las relaciones entre judíos y esclavos.
La aberración y demencia de esos jaber o compañeros (observantes escrupulosos de las leyes de pureza) llegaban al extremo de tachar como bastardos a los hijos de un matrimonio en el que la impotencia del marido fuera pública y notoria. Naturalmente no existía diferenciación entre origen orgánico y psíquico, registrándose así los lamentables errores e injusticias bien conocidos hoy por la medicina. (Poco importaba que la impotencia fuera pasajera. La sospecha caía sobre la familia como una maldición). (N. del m.) <<
[17] Hillel (hacia el año 20 a. de C.), partiendo de un hecho bastante frecuente —las mujeres embarazadas en pleno periodo de esponsales (especie de noviazgo previo a la boda)—, se enfrenta a la opinión generalizada de los doctores de la Ley, que consideraba estos hijos como bastardos, argumentando que, al no existir el matrimonio propiamente dicho, la posible descendencia no podía ser juzgada como concebida en adulterio. «Traedme los contratos matrimoniales de vuestras madres», les dijo. Y se los llevaron y les mostró lo que estaba escrito: «Desde que tú entres en mi casa (es decir, a partir de la boda y no de los esponsales), tú serás mi mujer según la Ley de Moisés y de Israel». Pero el razonable criterio de Hillel —como se aprecia en el tratado «Sanedrín» y en «Ketubbot» IV— no prosperó. En parte porque los judíos de Alejandría habían sentado un precedente, incluyendo en los esponsales promesas escritas de matrimonio, al estilo egipcio. (N. del m.) <<
[18] Como simple referencia orientativa —redondeando las certeras palabras del mayor— recuerdo al lector que los manuscritos más antiguos sobre los evangelios (el llamado papiro «p45») se remontan a principios del siglo III. Es decir, más de cien años después de la redacción del último evangelio: el de Juan. Lamentablemente, los «códices» que Constantino ordenó transcribir en el siglo IV a su bibliotecario Eusebio —con textos del Antiguo y Nuevo Testamento— se han perdido. Los únicos que se han conservado son el Codex Sinaiticus y el Vaticanus. Pero estos códices proceden de fuentes desconocidas. Existe también un fragmento evangélico perteneciente, al parecer, a Marcos, escrito sobre papiro y hallado en la cueva «7» de Qumrán, en el mar Muerto. Este texto —denominado «7Q5»—, sometido a fuertes discusiones entre los expertos, podría remontarse al año cincuenta después de Cristo. Contiene el pasaje 6, 52-53. Refiriéndose a los apóstoles, después de ver a Jesús caminar sobre las aguas, dice textualmente: «… pues no habían entendido lo de los panes, sino que su mente estaba embotada». Respecto a los fragmentos más antiguos del evangelio de Mateo —«p64» y «p77»—, todo parece indicar que se remontan a fines del siglo II. Evidentemente, ante semejante pobreza de manuscritos evangélicos originales, los «errores, silencios y manipulaciones» —como afirma el mayor— vertidos en los textos que han llegado hasta nosotros podrían ser incalculables. Y remataré esta nota con una tristemente célebre carta, que dice mucho respecto a esas posibles manipulaciones. Fue dirigida a Anisio, obispo de Tesalónica, por el papa Siricio en el año 392. Su pontificado se vio turbado por las herejías de los priscilianistas, que practicaban un ascetismo exagerado, y por las de Joviniano y Bonoso, que, entre otras cosas, negaban la virginidad de María. Pues bien, en dicha misiva, el tal Siricio (384-398) afirmaba: «… Con razón ha sentido horror vuestra santidad (se refiere a las opiniones de Bonoso) de que el mismo vientre virginal del que nació, según la carne, Cristo, pudiera haber salido otro parto. Porque no hubiera escogido el Señor Jesús nacer de una virgen, si hubiera juzgado que ésta había de ser incontinente que, con semen de unión humana, había de manchar el seno donde se formó el cuerpo del Señor, aquel seno, palacio del Rey eterno. Porque el que esto afirma, no otra cosa afirma que la perfidia judaica de los que dicen que no pudo nacer de una virgen».
Resulta claro, por tanto, que las críticas a la virginidad de María venían de antiguo y por parte de aquellos —los judíos— que conocían bien las leyes mosaicas. (N. del a.) <<
[19] La diosa Fortuna representaba para el mundo pagano el destino, con todas sus incógnitas. El culto más destacado tuvo lugar en Preneste, en el Lacio, donde, al parecer, un tal Numerius Suffustus descubrió unas misteriosas tablillas (sortes) con inscripciones mágicas. En un primer momento, los habitantes de Preneste conocieron a Fortuna como Primigenia (la primogénita de Júpiter). Posteriormente sería introducida en Roma, probablemente durante la segunda guerra púnica. Los romanos la veneraron bajo diferentes nombres: «Fortuna publica populi romani» y «Fortuna Muliebris» (la que protegía a las matronas univirae o casadas una sola vez). Era común que una estatuilla en oro de Fortuna presidiera los dormitorios de los emperadores y de los ciudadanos que se habían visto favorecidos por la suerte. De éstos se decía que «poseían una Fortuna». «Tyche» llegaría a convertirse en la protectora de las ciudades amuralladas y de los pescadores y navegantes. De hecho, muchas de las embarcaciones del Kennereth la llevaban en sus proas. Se contaba que Fortuna había recibido de su padre Zeus (Júpiter para los romanos) el poder de decidir la suerte de los hombres y de las ciudades. Una diosa caprichosa que hacía honor a la pagana, voluble y cosmopolita «perla» del yam. (N. del m.) <<
[20] Como pudo verificar Eliseo en las sucesivas visitas, Tiberíades —construida por Herodes Antipas sobre una antigua necrópoli— era calificada por los judíos ortodoxos como ciudad «maldita y abominable». Como explica Flavio Josefo en su obra Antigüedades (XVIII, 2-3), con el fin de vencer la resistencia de los israelitas a poblar el lugar, Antipas se vio obligado a conceder la libertad a miles de esclavos, con la condición de que se estableciesen en dicha ciudad. Y con esos esclavos llegaron también cientos de zelotas o «qanaítas», así como infinidad de asesinos, ladrones y mamzerîm. (N. del m.) <<
[21] La pesadilla de las prohibiciones en sábado llegaba a extremos tan pintorescos como éstos: la Ley judía, por ejemplo, no admitía el transporte de paja, aunque sólo fuera en cantidad como para llenar la boca de una vaca. Tampoco estaba autorizado el transporte de vino (se cometía pecado si el volumen era superior a un cuarto de log: 150 gramos). Y era delito igualmente el transporte de un sorbo de leche, de miel como para poner sobre una herida de hombre o animal, de aceite como para ungir el dedo de un infante de un solo día, de agua como para diluir un colirio y, en fin, de cualquier otro líquido (hasta un cuarto de log) o sustancia que pudiera derramarse. Estaba prohibido también el transporte de cuerda (como para hacer un asa, un colgante o como para tomar la medida de la sandalia de un niño), de pimentón, aceite de pescados, especias de perfumes, metales, piedras de altar y hasta las partes deterioradas de un libro (en cualquier cantidad). Y en su locura, la Ley prohibía incluso el transporte de algo con la mano derecha o con la izquierda, en el seno o sobre las espaldas porque —decían— así acostumbraban a acarrear los hijos de Coat (según Números 7, 9, éstos eran los encargados de transportar sobre las espaldas los objetos del tabernáculo). Era lícito, en cambio, el transporte de cualquier cosa en el reverso de la mano, en el pie, en la boca, en el dedo, en la oreja, en el pelo, en la bolsa con la apertura hacia abajo o en la sandalia. Esta absurda legislación, como es fácil suponer, daba lugar a situaciones realmente cómicas. (N. del m.) <<
[22] Según la antigua escala de Mohs, el diamante ocupa la más alta graduación en los niveles de dureza, con un «10». (N. del m.) <<
[23] Como ya he referido en otras oportunidades, este láser de gas (basado en dióxido de carbono) fue dispuesto como un elemento puramente disuasorio, a utilizar sobre animales u objetos inanimados. La potencia podía ser regulada entre fracciones de vatio y varios cientos de kilovatios. Dada su naturaleza militar, no estoy autorizado a extenderme en sus principales características. Sí puedo decir, sin embargo, que, gracias a su elevado rendimiento y a la facilidad de disipación térmica, prestó excelentes servicios a la misión. (N. del m.) <<
[24] Este láser era capaz de perforar el titanio (a una potencia de veinte mil vatios) a razón de diez cm/s. (N. del m.) <<
[25] En el argot aeronáutico, un objeto captado en el radar. (N. del m.) <<
[26] Amplia información en Caballo de Troya 3. (N. del a.) <<
[27] Amplia información sobre dicho suceso en Caballo de Troya 3. (N. del a.) <<
[28] Amplia información en Caballo de Troya 1 y 2. (N. del a.) <<
[29] Las determinaciones fueron llevadas a cabo por los siguientes métodos instrumentales, entre otros: espectrofotometría, emisión (Na y K: AAS), sistema «Kjeldhal» (N) y absorción (Ca, Mg, Fe, Mn, Cu, Zn y Mo: AAS). (N. del m.) <<
[30] Como saben los expertos en fitotecnia, los suelos, en general, contienen cantidades suficientes de Mn (manganeso). El problema, sin embargo, no es el contenido total de este elemento, sino la fracción libre e intercambiable de Mn2+. En opinión de especialistas como Coppenet, volúmenes de Mn del orden de 20 mg por kg de suelo, representan un nivel satisfactorio para un pH de «6». En el caso de la plantación donde se hallaba el sicómoro, nuestros análisis arrojaron el siguiente resultado: entre 20 y 50 mg de Mn/kg. (Los índices de los frutales no variaron sustancialmente. Los sanos presentaban una cantidad de manganeso que oscilaba entre 100 y 125 ppm. Los afectados por la «lengua de luz» —al igual que el sicómoro «enfermo»— elevaron dichos índices entre 2800 y 2900.) Según el banco de datos del módulo, ni siquiera los terrenos considerados como «altamente tóxicos» arrojaban en sus árboles, cereales o legumbres unos niveles tan violentos de Mn. En los suelos ácidos, por ejemplo, con un pH ≤ 5,5, ricos en humus bruto y con altas condiciones reductoras, cabe provocar la acumulación de Mn altamente tóxico. Pero esos niveles difícilmente se aproximan a la mitad de lo detectado por Eliseo en las muestras que fueron impactadas por la extraña radiación. Los estudios foliares señalan exceso y toxicidad de manganeso, por ejemplo, cuando la soja presenta 250 ppm., 300 para los cítricos, 500 para los viñedos y alrededor de 600 para el sicómoro. Este árbol no se distingue tampoco por su especial exigencia de Mn, más propia de encinas y abedules. (N. del m.) <<
[31] Véase información sobre el particular en Caballo de Troya 2. (N. del a.) <<
[32] Amplia información sobre dichos hallazgos en Caballo de Troya 3. (N. del a.) <<
[33] Dado que sólo fue posible analizar el proceso en su última fase —el paso (?) a la desmaterialización propiamente dicha—, esta arriesgada hipótesis contempla únicamente la «mitad» del interesantísimo fenómeno. Como es obvio, nuestra ignorancia respecto a la otra «mitad» —el salto (?) de la «nada» a la materialización del «cuerpo»— es todavía mayor. (N. del m.) <<
[34] El efecto es similar al estampido del trueno, ocasionado, como se sabe, por el aire que circunda el tubo de vacío producido por la trayectoria del rayo. Dicho aire fluye desde todas las direcciones, llenando el «tubo» y restableciendo el equilibrio atmosférico. (N. del m.) <<
[35] Conviene recordar que el Kennereth se encontraba en aquel tiempo a 212 metros por debajo del nivel del Mediterráneo. (N. del m.) <<
[36] Véase el testimonio de Flavio Josefo (Antigüedades, XIV, 15, 3-6 y Guerras, I, 16, 4). (N. del m.) <<
[37] Aunque ya fue detallado en su momento, entiendo que aquí y ahora conviene refrescar la memoria del hipotético lector de este relato con la naturaleza y principales características de estos prodigiosos «ojos telecaptores». Pues bien, aunque el «ojo de Curtiss» entra de lleno en el ámbito del secreto militar, no hallándome autorizado a desvelar las claves de sus microsistemas, entiendo que no violo ninguna norma si, únicamente, me limito a transcribir aquellas funciones que estuvieron directamente relacionadas con nuestro trabajo. En síntesis, estas pequeñas esferas habían sido provistas de sendas cámaras fotográficas electrostáticas, con una propulsión magnetodinámica que les permitía elevarse hasta mil metros de altura, pudiendo captar imágenes fotogramétricas y toda suerte de sonidos. En su interior fue dispuesto un micrófono diferencial, integrado por 734 células de resonancia, sensibilizadas cada una en una gama muy restringida de frecuencias acústicas. El campo de audición se extendía desde los 16 ciclos por segundo hasta 19 500. Los niveles compensados —con respuesta prácticamente plana— disfrutan de un umbral inferior a los seis decibelios. (Es preciso añadir que las células registradoras de frecuencias infrasónicas, debido a sus microdimensiones, no trabajaban con resonancia propia). El nivel de corte superior era de 118 decibelios.
Otro de los dispositivos alojados en el «ojo de Curtiss» consistía en un detector de helio líquido (puntual), capaz de registrar frecuencias electromagnéticas que se extienden desde la gama centimétrica hasta la banda «betta». El equipo de registro discrimina frecuencias, amplitud y fase, controlando simultáneamente el tiempo en que se verificó la detección. También dispone de un emisor de banda múltiple, generador de ondas gravitatorias, que resultaba de gran utilidad en las comunicaciones con los órganos de control situados en la «cuna», así como de un retransmisor para la información captada por los diferentes equipos. El «ojo» podía inmovilizarse en el aire, gracias a un equipo, igualmente miniaturizado, de nivel gravitatorio, que le permite hacer «estacionario» a diferentes altitudes mediante el registro del campo gravitatorio y el correspondiente dispositivo propulsor. (La medición del campo se verifica con un acelerómetro que evalúa la constante «g» en cada punto, controlando el comportamiento de caída libre de una molécula de SCN2 Hg (tiocianato de mercurio). El delicado ingenio podía desplazarse de acuerdo con dos sistemas de control. En algunos casos, un transceptor de campo gravitatorio de alta frecuencia emitía impulsos codificados de control que eran automáticamente corregidos cuando el «ojo» se hallaba en las inmediaciones de un obstáculo. El operador, desde tierra, podía observar en una pantalla todo el campo visual detectado por la esfera. Este procedimiento era complementado mediante la «carga» de una secuencia de imágenes y perfiles topográficos del terreno que se deseaba «espiar». De ahí la importancia del circuito aéreo sobre las trece parcelas en que fue dividido el litoral del lago. Este barrido televisual servía de «guía» al «ojo de Curtiss». La sucesión de imágenes llevaba fijada la trayectoria, que a su vez era memorizada en una célula de titanio cristalizado, químicamente puro. En el interior del «ojo», una microcámara, cuyo film fue sustituido por una pantalla que traduce la recepción de fotones en impulsos eléctricos, recoge las sucesivas imágenes de los lugares sobre los que vuela la esfera. (La sensibilidad de dicha pantalla se extiende hasta una frecuencia de 7 · 1012 ciclos por segundo —espectro infrarrojo—, con lo que es posible su orientación, incluso, en plena oscuridad). Tales imágenes son «superpuestas» a las registradas en la memoria y que, insisto, fueron previamente tomadas por el módulo en el referido vuelo alrededor del mar de Tiberíades. Este equipo óptico explora ambas imágenes y, cuando las primeras no coinciden con las memorizadas, unos impulsos de control corrigen la trayectoria de los equipos propulsores y de dirección. De este modo, el «ojo de Curtiss» puede orientar sus propios movimientos, sin necesidad de una manipulación exterior de naturaleza teledirigida. En nuestro caso, el control desde la «cuna» fue prácticamente continuo. Lamentablemente, en la actualidad, una parte de este prodigioso sistema ha terminado por filtrarse a otros círculos militares y de inteligencia que, aunque de forma incompleta, han empezado a desarrollar lo que se designa como sistema de guía TERCOM (Terrain Contour Mapping) y sistema SMAC (Scene Matching Area Correlation), tristemente usados para la guía de misiles. (N. del m.) <<
[38] La memoria del ordenador central contaba con un aceptable volumen informativo sobre la flora que podríamos definir como «bíblica». Esta documentación se sostenía sobre toda clase de textos antiguos y contemporáneos. Allí podíamos consultar, entre otros, los estudios de botánicos tan prestigiosos como el holandés Leonhardt Rauworlf, que viajó por Arabia, Siria e Israel entre 1583 y 1586. Sus colecciones de plantas, y en especial su Relation d’un voyage du levant, resultaron de gran utilidad. También figuraban los estudios de Pier Forsskal (1761) y Haselquist (1777), ambos alumnos de Linnaeus. Disponíamos igualmente de la monumental obra Flora orientalis, del explorador suizo Edmond Boissier (1867-1888), con cinco volúmenes y un suplemento, así como del valioso libro de este mismo autor —Botanique Biblique—, publicado en Ginebra. A esta copiosa información había que sumar infinidad de artículos y libros de especialistas como Hart, Dalman, Tristram, Post y Balfour. «Santa Claus» manejaba también una completa bibliografía —con toda suerte de ilustraciones y comentarios— de los diferentes exegetas y eruditos de la Biblia que se han preocupado de identificar los 110 nombres de plantas que aparecen en los textos talmúdicos y del Antiguo Testamento. Una obra clave en este sentido fue el cuarto volumen de Die flora der juden (1938) de E. Loew, así como Plants of the Bible (1952) de H. N. y L. Moldenke. El trabajo de Loew, en especial, con su larga lista de nombres hebreos y sus traducciones, fue utilísimo para estos exploradores. También contamos con la sabiduría de expertos como Hareuveni, J. Felix (con su obra Olam ha-tzomeah ha-mikrai), M. Zohary y un largo etcétera. (N. del m.) <<
[39] Como barrera quimioprofiláctica —en especial contra el peligrosísimo paludismo—, Eliseo y quien esto escribe ingeríamos cloroquina (300 mg) dos veces por semana, reforzada por una asociación de pirimetamina-dapsona ante la posibilidad de que algunas de las cepas (caso de la P. falciparum) pudieran ser resistentes a la mencionada cloroquina. (N. del m.) <<
[40] Como ya señalé en su momento, los observadores de Caballo de Troya debían portar obligatoriamente lo que en el argot de la operación fue bautizado como «piel de serpiente». Mediante un proceso de pulverización, el explorador cubría su cuerpo desnudo con una serie de aerosoles protectores, formando una epidermis artificial y milimétrica que defendía el organismo de las posibles agresiones mecánicas y bacteriológicas. Este eficacísimo «traje» transparente resistía impactos equivalentes al de un proyectil del calibre «22 americano» a veinte pies de distancia, sin interrumpir el normal proceso de transpiración. (N. del m.) <<
[41] Véase Caballo de Troya 1. (N. del a.) <<
[42] A título recordatorio insistiré en lo ya expuesto. Los swivels pusieron de manifiesto que todos los esfuerzos de la ciencia por descubrir nuevas partículas subatómicas no son otra cosa que un espejismo condenado al fracaso o una interminable secuencia de supuestos hallazgos. La razón es simple: no existe un indefinido número de partículas. La materia está sabiamente organizada en base a una única entidad —los swivels—, con la prodigiosa capacidad de «convertirse» en otras, merced a esa facultad de variación de sus «ejes ortogonales». Las diferentes posiciones de esos «paquetes» de «haces» o «ejes» (siempre teóricos) provoca que los científicos los interpreten como otros tantos y distintos «cuantum», como momentos orbitales, como cargas eléctricas, como masa, etc., sin darse cuenta de que, en realidad, son una misma «partícula» con los «ejes» orientados en distintas direcciones. Algo parecido a lo que ocurre con los colores del espectro. Todos, aunque diferentes, son una misma cosa. Las tonalidades sólo dependen del tipo de frecuencia.
Cada swivel está integrado por un haz de estos «ejes», que no pueden cortarse entre sí. La aparente contradicción quedó explicada cuando los expertos comprobaron que no se trataba de ejes propiamente dichos, sino de ángulos. El secreto, por tanto, estaba en atribuir a los ángulos un nuevo carácter: el dimensional. En otras palabras: la materia está orquestada por «cadenas» de swivels, cada uno de ellos con su propia y peculiar orientación. Al principio, muchos de los intentos de inversión de la materia resultaron fallidos como consecuencia de la falta de precisión en la manipulación de dichos «ejes». Al no lograr la inversión completa, el cuerpo sufría el conocido fenómeno de la conversión de la masa en energía. Por ejemplo: al desorientar en el seno del átomo de Mo1 un solo nucleón (un protón) se obtenía un isótopo del Niobio-10 (∆ E=m C2 + K), siendo «m» la masa del protón y «K» una constante. Cuando, al fin, alcanzamos la inversión absoluta de todos y cada uno de los «ejes» de los swivels comprobamos que el proceso era instantáneo y con un estimable aporte energético. Dicha energía, sin embargo, era restituida íntegramente, retransformándose en el nuevo marco tridimensional en forma de masa. (N. del m.) <<
[43] Los polímeros (plásticos y fibras sintéticas) son grandes moléculas orgánicas formadas por unidades menores. Los utilizados por Caballo de Troya fueron previamente contaminados o dopados para favorecer la conducción eléctrica. La «polianilina» se hallaba capacitada para conducir hasta 500 amperios por voltio y cm. (N. del m.) <<
[44] Como ya insinué en su momento, los ordenadores al servicio de Caballo de Troya poco o nada tenían que ver con los actuales sistemas de computación, basados en circuitos electrónicos; es decir, tubos de vacío, transistores o diodos sólidos, conductores y semiconductores, inductancias, etc. Los «nuestros» se caracterizaban porque en ellos no se amplifican las tensiones o intensidades eléctricas, sino la potencia. Una función energética de entrada inyectada al amplificador nucleico era reflejada en la salida en otra función analíticamente más elevada. La liberación controlada de energía se realizaba a expensas de la masa integrada en el amplificador, verificándose el fenómeno dimensionalmente a escala molecular. En el proceso intervienen los suficientes átomos para que la función pueda ser considerada macroscópicamente como continua.
La estructura básica de estos superordenadores —hasta donde puedo detallar— era la siguiente: los computadores digitales usados comúnmente necesitan una memoria central de núcleos de ferrita, así como unidades de memoria periférica, cintas magnéticas, discos, tambores, varillas con banda helicoidal, etc. Todas ellas son capaces de acumular, codificados magnéticamente, un número muy limitado de bits, aunque siempre se hable de cifras millonarias. Pues bien, las bases de los ordenadores de Caballo de Troya —sustentadas en el titanio— eran distintas. Sabemos que la corteza electrónica de un átomo puede excitarse, alcanzando los electrones diversos niveles energéticos que llamamos «cuánticos». El paso de un estado a otro lo realiza liberando o absorbiendo energía cuantificada que lleva asociada una frecuencia característica. Así, un electrón de un átomo de titanio puede cambiar de estado en la corteza, liberando un fotón, pero en el átomo de titanio, como en otros elementos químicos, los electrones pueden pasar a varios estados emitiendo diversas frecuencias. A este fenómeno lo denominamos «espectro de emisión característico de este elemento químico», que permite identificarlo por valoración espectroscópica. Si logramos alterar a voluntad el estado cuántico de esta corteza electrónica del titanio, podemos convertirlo en portador, almacenador o acumulador de un mensaje elemental: un número. Si el átomo es capaz de alcanzar, por ejemplo, doce o más estados, cada uno de esos niveles simbolizará o codificará un guarismo del cero al doce. Y una simple pastilla de titanio, como se sabe, consta de billones de átomos. ¿Podemos imaginar la información codificada que puede reunir? (N. del m.) <<
[45] El cinturón de seguridad llamado IR (radiación infrarroja) y también el sistema de teletermografía dinámica, como ya expuse, tenían la capacidad de detectar cualquier cuerpo vivo a las distancias previamente programadas. Esta detección se basaba fundamentalmente en la propiedad de la piel humana, capaz de comportarse como un emisor natural de radiación infrarroja. Como se sabe por la fórmula de la ley de Stephan-Boltzmann (W = εJT4), la emisión es proporcional a la temperatura cutánea, y debido a que T se halla elevada a la cuarta potencia, pequeñas variaciones en su valor provocan aumentos y disminuciones marcados en la emisión infrarroja (W: energía emitida por unidad de superficie; ε: factor de emisión del cuerpo considerado; J: constante de Stephan-Boltzmann, y T: temperatura absoluta). En numerosas experiencias, iniciadas por Hardy en 1934, se había podido comprobar que la piel humana se comporta como un emisor infrarrojo, similar al «cuerpo negro». (Este espectro de radiación infrarroja emitido por la piel es amplio, con un pico máximo de intensidad fijado en 9.6 µ.) Nuestro cinturón IR consistía, por tanto, en un sistema capaz de localizar a distancia intensidades de radiación infrarroja. Básicamente constaba de un dispositivo óptico que focalizaba la IR sobre un detector. Éste se hallaba formado por sustancias semiconductoras (principalmente SbIn y Ge-Hg) capaces de emitir una mínima señal eléctrica cada vez que un fotón infrarrojo de un intervalo de longitudes de onda determinado incidía en su superficie. Y aunque el detector era de tipo «puntual», Caballo de Troya había logrado ampliar su radio de acción mediante un complejo sistema de barrido, formado por miniespejos rotatorios y oscilantes. La alta velocidad del barrido permitía analizar la totalidad de un cuerpo o de una zona hasta cincuenta veces por segundo. (N. del m.) <<
[46] El dispositivo de defensa —altamente secreto— fue construido merced a una eficacísima combinación de «pozos cuánticos», la denominada «epitaxia de haz molecular» y las técnicas normales de fotolitografía. (N. del m.) <<
[47] Una de las características que diferenciaba los microláseres del «cíclope» de su «hermano», el láser normal (tipo diodo), consistía en que aquéllos «nacían» de forma perpendicular a la base de emisión y amplificación. Por otra parte, su especial geometría —en forma de «manguera»— hacía imposible la dispersión fuera de los límites programados. (N. del m.) <<
[48] Merced a una micropastilla con ochenta mil elementos detectores térmicos —inventada por Texas Instruments y Honeywell—, el «cíclope» proporcionaba unas magníficas imágenes dinámicas. Seguidamente a la emisión, la señal eléctrica correspondiente a la presencia de fotones infrarrojos era amplificada y filtrada, siendo conducida posteriormente a un osciloscopio miniaturizado. En él, gracias al alto voltaje existente y a un barrido sincrónico con el del detector, se obtenía la imagen correspondiente, que quedaba almacenada en la memoria de cristal de titanio de «Santa Claus». Por supuesto, el «cíclope» disponía de una escala de sensibilidad térmica (0,1, 0,2 y 0,5º centígrados, etc.) y de una serie de dispositivos técnicos adicionales que facilitaban la medida de gradientes térmicos diferenciales entre zonas del termograma (isotermas, análisis lineal, etcétera). Las imágenes así obtenidas podían ser de dos tipos: en escala de grises y en color (entre ocho y dieciséis), muy útil para efectuar mediciones térmicas diferenciales. (N. del m.) <<
[49] Basándonos en fuentes como la de Plinio, Caballo de Troya, entre los nueve tipos de papiros utilizados comúnmente en la época de Jesús, eligió el modelo amphitheatrica, así denominado por el taller donde se confeccionaba, muy próximo al anfiteatro de Alejandría. Este papiro, dada la cercanía de Egipto, era uno de los más asequibles y habituales entre los judíos. (N. del m.) <<
[50] El papiro, una planta acuática, fue empleado en la escritura egipcia desde el año 2600 a. de C. Su técnica de fabricación era extremadamente simple. Se cortaba la médula del tallo en tiras muy finas, colocándolas en hileras hasta obtener el ancho de hoja deseado. A continuación se repetía la operación, situando las nuevas tiras sobre las primeras y en sentido transversal. Generalmente eran adheridas a base de goma, acelerando el proceso de pegado con un peso que oscilaba entre los cinco y diez kilos. Posteriormente se exponían al sol y, una vez deshidratadas, se procedía al pulido de las hojas con el concurso de piedra pómez. Para la obtención de cada una de las hojas utilizadas por quien esto escribe, los expertos de Caballo de Troya necesitaron un total de dos manojos de tallos. En caso de necesidad, este material podía ser lavado o raspado, quedando en disposición de ser utilizado nuevamente. (N. del m.) <<
[51] Véase información en Caballo de Troya 1. (N. del a.) <<
[52] En la primera mitad del siglo I —la época imperial—, tras las reformas de Augusto y Tiberio, cada legión, en líneas generales, sumaba alrededor de 5500 hombres, hallándose dividida en diez cohortes. La miliaria, con mil soldados, y las nueve siguientes con quinientos cada una (quingenaria). La cohorte destacada en Nahum era, por tanto, de rango inferior: quingenaria.
Estas unidades aparecían integradas, a su vez, por tres manípulos, con dos centurias por manípulo. Salvo excepciones, cada cohorte estaba mandada por un número de centuriones que oscilaba entre seis y diez. A éstos había que sumar otros tantos optiones (suboficiales). Una legión, en consecuencia, reunía entre sesenta y cien centuriones.
Con Augusto, a la tradicional infantería se unió de nuevo la caballería —recobrando el prestigio perdido— y un contingente de tropas auxiliares. En cada legión, la caballería aparecía formada por 480 jinetes, divididos en turmae, con tres decuriones al mando de cada turma. Sus objetivos básicos eran la exploración y el apoyo a los infantes. En Nahum, la cohorte se hallaba redondeada por uno de estos escuadrones (una turma), con treinta y tres jinetes.
En la organización de la legión no figuraban los llamados servicios auxiliares, formados por músicos, príncipes aliados, artillería, ingeniería e intendencia, que pertenecían a la plana mayor del general en jefe del ejército.
Hasta la muerte de Augusto, el imperio contaba con un total de veinticinco legiones, con un número aproximado de 140 000 hombres. A éstos había que sumar otros tantos, pertenecientes a las tropas auxiliares y más de 10 000 pretorianos. Ello elevaba los contingentes a más de 320 000 individuos. En tiempos de Jesús, tres de estas legiones —la VI Ferrata, la X Fretensis y la III Gallica— se hallaban concentradas en la vecina Siria, punto estratégico de la región oriental del imperio, vigilando a los partos y, por supuesto, a los levantiscos judíos. En total, en la provincia de Judea (así se conocía en Roma a la nación palestina), aunque la cifra podía modificarse en función de las necesidades, alcanzamos a contabilizar hasta seis cohortes, casi todas del tipo quingenaria (500 a 600 hombres). La más importante (miliaria: 1000 soldados), que recibía el nombre de Itálica, permanecía habitualmente en Cesarea, residencia oficial del gobernador. El resto se hallaba repartido por las zonas más conflictivas de Israel. La fortaleza Antonia, en Jerusalén, era uno de estos puntos «calientes». Dichas unidades las formaban tropas auxiliares, compuestas por griegos, tracios, samaritanos, sirios, galos, germánicos y españoles. (Los judíos se encontraban exentos del servicio de armas). A este ejército de ocupación había que sumar cuatro turmae (alrededor de 120 jinetes), igualmente distribuidas por el país, aunque con un carácter «volante». (N. del m.) <<
[53] El candidato a la legión era sometido a un riguroso examen médico y psicológico. Si pesaba sobre él algún defecto físico o una tara moral o mental o si no daba la talla mínima, era repudiado. Si lo declaraban probabilis se le tallaba (incumare), siendo destinado a una cohorte. Y cada nuevo «recluta» recibía una placa de plomo, con su identidad, que debería colgar obligatoriamente del cuello. (N. del m.) <<
[54] El optio —una especie de brigada o sargento— desempeñaba el cargo de ayudante del centurión, descargándole de las funciones administrativas y pudiendo mandar pequeños grupos de tropa. El nombre, según Festo, procedía del hecho de elegir (optare) un auxiliar por parte del centurión. (N. del m.) <<
[55] El sarmiento o uitis era el emblema y símbolo del centurionado. (N. del m.) <<
[56] En la compleja organización de las legiones, los centuriones eran seleccionados por los tribunos, de acuerdo a su valor y capacidad de mando. Procedían siempre de la tropa y, generalmente, ascendían después de muchos años de servicio. Desde Augusto, lo normal era que dicho servicio se prolongara durante veinte años. Se designaban diez por cada línea de hastati, principes y triarii y otros diez de segunda categoría para que se fueran formando a su cargo. Los primeros recibían el nombre de priores. Como la unidad táctica era el manípulo (cada cohorte constaba de tres manípulos), el centurio prior mandaba dicha unidad. (N. del m.) <<
[57] La llamada honesta missio era una de las principales metas del soldado romano. Consistía en la licencia absoluta y podía beneficiarlos de doble manera: económica y jurídicamente. La primera ventaja se materializaba en tierras o en dinero. El veterano podía así establecerse en colonias o en haciendas particulares o disponer de una suma que le autorizase a vivir con cierto decoro. A esto había que añadir los privilegios legales. Además de ser dispensado de los impuestos, el veterano recibía automáticamente el título de ciudadano romano. No importaba el origen. Cualquier individuo que se alistase en la legión tenía derecho a este importante rango. El único inconveniente es que no se hacía efectivo hasta que hubiera obtenido la mencionada honesta missio. Estos privilegios —para los marinos y miembros de las tropas auxiliares— eran consignados en un diploma militar que certificaba, a su vez, el definitivo licenciamiento y la condición de ciudadano de Roma. En dicho diploma se favorecía también al soldado con el principio de connubium, legalizando así sus matrimonios. Como es sabido, los legionarios y mercenarios de las tropas auxiliares no podían casarse oficialmente. Al recibir, por tanto, la honesta missio, tanto las esposas como los hijos habidos durante el periodo de servicio militar quedaban automáticamente legalizados y convertidos en ciudadanos romanos. Este título de veterano era mucho más que una distinción honorífica. Bastaba su presentación en cualquier rincón del imperio para que magistrados y poderosos en general —una vez comprobada su autenticidad— abrieran todas las puertas al nuevo ciudadano. La concesión de la honesta missio era rodeada de una especial solemnidad, otorgándose a los veinticinco años de servicio o bien a aquellos soldados que se hubieran distinguido por sus acciones heroicas. Si el individuo incurría en alguna de las faltas graves establecidas por la rígida disciplina militar corría el riesgo de ser expulsado o ajusticiado o de perder sus privilegios a la hora de la jubilación. (N. del m.) <<
[58] Aunque ya mencioné algo al referirme al supuesto abandono de la guardia por parte de la patrulla romana que custodiaba el sepulcro de Jesús de Nazaret, en Jerusalén, no me importa extenderme ahora en este interesante e importante capítulo de los castigos militares. En especial, teniendo en cuenta que puede aclarar algunos de los sucesos que nos tocó presenciar durante la vida pública del Maestro.
Según nuestras informaciones, depositadas en el banco de datos de «Santa Claus», el ejército romano contemplaba las siguientes penas para los soldados infractores: castigo, multa pecuniaria, trabajos pesados, cambio de destino, degradación, licenciamiento ignominioso, tortura y pena de muerte.
El castigo —castigatio— consistía en la flagelación con varas o sarmientos (fustuarium supplicium). Pero el más temido era el apaleamiento, que conducía generalmente a la muerte, y que se aplicaba por negligencia en las imaginarias de la noche, por abandono del puesto, por salida no justificada del orden en las marchas, por rebelión, robo, homicidio en el campamento o cuartel, pillaje, atentado al pudor, por pérdida o venta de las armas y por tercera reincidencia en una falta. Existían, además, las penas de cárcel, la privación de alimento y la sangría.
La multa pecuniaria era impuesta cuando el soldado o el oficial descuidaban el servicio, iniciaban un ataque sin la orden previa o, simplemente, no rendían lo exigido por sus jefes. En este caso les era retirada una parte o la totalidad del sueldo.
Los llamados trabajos pesados —munerum indictio— consistían en servicios peligrosos o vejatorios. Si alguien, por ejemplo, abandonaba su puesto podía ser condenado a permanecer de pie toda la noche delante del pretorio o a acampar fuera del campamento, expuesto así al peligro de un ataque enemigo. Si el delito había sido la pérdida o venta de las armas, el culpable era descalzado, se le desnudaba y se le obligaba a permanecer durante un tiempo a la vista de sus compañeros. En otras ocasiones, legionarios u oficiales eran trasladados a guarniciones consideradas molestas o de alto riesgo.
La militiae mutatio o cambio de destino era una de las penas más frecuentes. El insubordinado pasaba a un cuerpo de rango inferior. Por ejemplo, un jinete o caballero lo hacía a la infantería y un infante a una cohorte de armadura ligera o a un cuerpo auxiliar. Las faltas que llevaban a esta situación eran a veces ridículas: insultar a un compañero, tomar parte en una pelea o salirse de una columna en marcha sin haber pedido autorización.
La degradación o gradus deiectio se aplicaba casi exclusivamente a los oficiales. A veces, lógicamente, se prestaba a injusticias, abusos y venganzas personales. Se cuenta, por ejemplo, que Tiberio degradó a un legado por haber enviado a algunos legionarios a cazar para proveer su mesa. En otras ocasiones, el castigo recaía en aquellos jefes que no sabían defender una posición. Éste fue el caso de Aurelio Pacuniola, degradado en el asedio de Lipari. Cota se ausentó, dejándolo al frente de las tropas. Pero el enemigo prendió fuego a la empalizada del campamento y Cota ordenó que lo azotaran, relegándolo a soldado raso.
El licenciamiento ignominioso —ignominiosa missio— podía recaer en un solo soldado, en una unidad o, incluso, en una legión completa. En este último caso, los inocentes eran distribuidos en otras legiones y aquélla borrada de entre los ejércitos. Así sucedió en la derrota de Varo y también con las legiones III Gallica y III Augusta. César, según cuenta en Bell. Afric. 54, practicó la ignominiosa missio con dos tribunos y un centurión que habían fomentado la indisciplina.
Las torturas y pena de muerte, por último, eran el castigo máximo y sólo podían ser impuestas por el general en jefe. Obedecían a delitos como la desobediecia, insubordinación, abandono del puesto, pérdida o venta de la espada, traición y, sobre todo, deserción. Generalmente, la pena capital era precedida de la tortura. Se calificaba de desertor al que abandonaba la guarnición sin permiso, al que se salía de las filas antes del preceptivo toque de trompeta, al que huía ante el enemigo o al que se pasaba a sus filas. Estos dos últimos casos —los más graves— llevaban consigo la muerte por cruz. En ocasiones se les respetaba la vida, pero se les cortaba las manos o eran vendidos como esclavos. Si la deserción era en masa, lo normal era ejecutar a los jefes y diezmar a los soldados. En tiempo de paz, el culpable o culpables de deserción eran degradados. Sólo se los ajusticiaba si resultaban reincidentes. La rígida disciplina alcanzaba a los que ayudaban o colaboraban con los desertores. A éstos se les confiscaban los bienes, pudiendo ser deportados o condenados a trabajos forzados. Los castigos llegaban incluso a los uagus, los perezosos o remolones que no se presentaban a tiempo a filas, y a los emansor o soldados que alargaban los permisos más de lo autorizado.
En general, la mayor parte de estos castigos era responsabilidad de los optio y de los centuriones. (N. del m.) <<
[59] En sus obras Antigüedades (15, 9) y Guerras (1, 21), el historiador judío-romanizado Flavio Josefo explica cómo el rey «constructor» (Herodes el Grande) «había visto a lo largo del mar un lugar llamado Torre o Pirgo de Estratón cuyo asiento era muy ventajoso». Y allí, sobre la antigua y decadente población, sin reparar en gastos, fue a edificar una espléndida villa y un puerto —réplica del famoso Pireo—, al estilo de los mejores núcleos del momento. Y la llamó Cesarea, en honor al emperador César Augusto. Fue iniciada el año 22 a. de C. y concluida hacia 9 a. de C. Tres años más tarde, Roma la designaba residencia oficial de sus gobernadores en Judea. (N. del m.) <<
[60] El poeta latino de origen hispánico, en su libro 12 (57) se lamenta del insoportable ruido que castigaba a la Roma de la segunda mitad del siglo I. Y escribe textualmente: «¡Cómo vivir en Roma! Lo que es en Roma, Esparso, el hombre pobre no puede ni pensar ni dormir. ¿Cómo vivir, dime, con los maestros de escuela por la mañana, con los panaderos por la noche y con el martilleo de los caldereros durante el día? Aquí hay un cambista que se divierte haciendo sonar sobre su sucio mostrador las monedas marcadas con la efigie de Nerón; allá, un batidor de cáñamo, cuyo mayal reluciente golpea sobre la piedra el lino traído de España. En cada instante del día puedes oír gritar a los fanáticos sacerdotes de Belona, al náufrago charlatán que lleva consigo una alcancía, o al judío al que su madre ha enseñado a mendigar…
»Quien contara las horas de sueño perdidas en Roma, podría contar fácilmente el número de manos que golpean los barreños de cobre para hechizar la luna… Me despierta el escándalo de los transeúntes: Roma entera está en mi cabecera. Cuando se apodera de mí el asco y quiero dormir, corro hacia el campo». (N. del m.) <<
[61] Entre la copiosa información almacenada en el banco de datos de «Santa Claus» sobre la miriada de dioses venerada por aquella supersticiosa civilización romana figuraba el culto al «genio». Cada hombre tenía el suyo. Horacio afirmaba que esta especie de dios tutelar nacía y moría con el sujeto, velando y controlando sus actos. Séneca iba más allá, asegurando que el ser humano, al nacer, recibía a uno de estos genios como guía y protector. No un dios grande, sino de la categoría que Ovidio llamaba «plebeya». Estos genios eran los encargados de suscitar los deseos y apetitos naturales. De ahí que cumplir las inclinaciones de la naturaleza humana fuera definido como indulgere genio.
Algunos, como el emperador Augusto, sostenían que alma y genio eran la misma cosa. Y resultaba habitual jurar por ese genio particular y privado, poniéndolo como testigo de lo que se afirmaba. Si la persona mentía, bastaba elevar un sacrificio para recuperar la «amistad» y protección del ofendido genio.
A la muerte del ciudadano, su genio permanecía sobre el sepulcro, transformándose en un espíritu bondadoso que llamaban «manes» o en un ser maligno («lemures»).
Todo en la Naturaleza —incluidos los dioses mayores— tenía su propio genio. Según Cicerón, hasta el senado disfrutaba del privilegio de uno de estos dioses de menor rango. Sus grandes resoluciones eran siempre inspiradas por estos guías protectores.
Los romanos solían representarlos con una serpiente, pintada generalmente en los lugares más íntimos de la casa. Los más ricos se procuraban incluso un reptil vivo, que merodeaba por las estancias o era encerrado en una urna. Desde ese momento, el hogar quedaba lleno de «genio». (N. del m.) <<
[62] Horacio (Epd. 5, 16), Virgilio (Ecl. 8, 64 y ss.) y Apuleyo (De magia, 31). (N. del m.) <<
[63] N.H. 24, 171. (N. del m.) <<
[64] En los rituales mágicos, la hora elegida era de especial importancia. Según el Papiro de París, la puesta de sol y los momentos previos al orto solar eran los de mayor simpatía mágica. También los días de luna llena resultaban propicios. En mi caso, con el sol próximo al horizonte marino, la comedia fue perfecta. (N. del m.) <<
[65] Según autores como Séneca (Phaedr. 420 y Med. 840 y 841), además de Hécate, el mago debía recurrir a todos los dioses griegos chthonicos: Hades, Cibeles, Deméter, las Furias, etc., así como a los superiores —Apolo, Zeus y Heracles— y a los egipcios Anubis, Horus y Seth. La posesión de estos nombres —decían— equivalía a la posesión del mismísimo dios. Y la súplica, naturalmente, era esencial para el buen resultado de la operación mágica. Cuantos más dioses fueran invocados, más posibilidades de éxito. Entre otras razones, «porque siempre había dioses sordos». (N. del m.) <<
[66] Según la estricta normativa de los augures del Estado —colegiados profesionalmente (augures publici)—, el silentium en los rituales mágicos era una de las condiciones esenciales para la pureza y buen desenlace de la operación. Cualquier interrupción o falta de respeto invalidaban el conjuro, obligando al mago a empezar de nuevo. Nadie podía hacer preguntas. El silencio, en definitiva, debía ser total. (N. del m.) <<
[67] La proliferación de brujos, echadores de buenaventuras, adivinos, intérpretes de sueños y demás pícaros era tal en aquellos tiempos que Cicerón, en uno de sus escritos (Diu. 2, 149), se lamenta en los siguientes términos: «La superstición nos amenaza, nos estrecha y nos persigue por todos lados: las palabras de un adivino, un presagio, una víctima inmolada, un ave que vuela, el encuentro de un Caldeo, un arúspice, un relámpago, un trueno, un objeto herido por el rayo, un fenómeno que tenga algo de prodigioso, cosas todas que deben ocurrir con frecuencia nos inquietan y perturban nuestro reposo. Hasta el sueño, en el que deberíamos encontrar olvido de las fatigas y cuidados de la vida, se convierte para nosotros en manantial de nuevos terrores». Conviene que el hipotético lector de estos diarios no olvide esta penosa realidad, a la que también debió hacer frente el Maestro. (N. del m.) <<
[68] Ennio (An. fr. 467 W). (N. del m.) <<
[69] Propercio (Elegías 3, 22, 17-22). (N. del m.) <<
[70] En aquel tiempo, el imperio se hallaba dividido fundamentalmente en tres clases de provincias: senatoriales, imperiales y procuratorianas. Judea (Israel), desde la caída de Arquelao (hijo de Herodes el Grande) en el año 6 de nuestra era, pertenecía a este último grupo. Y tras el gobierno de Coponius, Ambibulus, Rufus y Valerius Gratus, Tiberio designó a Poncio (26 al 36 después de Cristo) como gobernador. Los territorios senatoriales —pacificados totalmente— eran dirigidos por un precónsul, elegido por el senado de Roma. Carecía de legiones (caso de Anatolia o la Bética, en España). Por el contrario, las llamadas provincias imperiales, a causa de su alta conflictividad, aparecían bajo el control directo del emperador. Y eran tuteladas por un legado. En Siria, por ejemplo, con la amenaza de los partos en sus fronteras y los revoltosos judíos en el sur, el legado imperial se hallaba al frente de varias legiones, pudiendo movilizarlas según las necesidades. Por último, las «procuratorianas» figuraban como provincias de rango inferior, con escasas fuerzas militares y dirigidas por funcionarios, generalmente pertenecientes al distinguido «orden ecuestre» (caso de Poncio). Sus competencias se centraban en asuntos administrativos, jurídicos y, sobre todo, financieros. Es muy probable que estos gobernadores no recibieran el título de «procurador» hasta los años 41 al 54, con la reforma de Claudio. (N. del m.) <<
[71] Según los estudios de Raz, verificados minuciosamente por los hombres de Caballo de Troya, el principal abastecedor de agua al mar Muerto (el río Jordán), al contrario de otros arroyos, arrastra un importante abanico sedimentario, formado fundamentalmente por arcilla. Más del 80 por ciento de este arrastre aparece integrado por componentes de reducidas dimensiones, de hasta media centésima de milímetro. Este ínfimo tamaño favorece la impermeabilidad de la arcilla, evitándose así la acción del oxígeno que termina coloreando el barro con su típica tonalidad oscura. Basta descubrir la arcilla para que el aire oxide el hierro, variando el color.
Las principales características de este famoso «barro negro» —de excelentes propiedades cosméticas y terapéuticas— son las siguientes: densidad, 1,65 gramos por centímetro cúbico (me refiero al que queda al descubierto cerca de la orilla); cantidad de agua, un 27 por ciento, aproximadamente; minerales disueltos (principalmente sal gema), un 39 por ciento; fragmentos de vegetales desmenuzados, un 1 por ciento; minerales disueltos en una mezcla oxigenada salada (10 por ciento HCL), un 15,7 por ciento y minerales no solubles, un 17,3 por ciento.
En este sedimento son frecuentes los cristales de sal gema, en forma de cubo, precipitados en el interior del barro, como se demuestra por el lodo atrapado en dichos cristales durante su formación. Este fenómeno se debe, al parecer, a la capacidad de la arcilla para captar iones. (N. del m.) <<
[72] Según cuenta Josefo en Antigüedades de los judíos (3, 9), aquella costa, en la ruta marítima a Egipto, presentaba desde siempre un gravísimo problema: el fuerte viento de África (sudoeste) que dificultaba el atraque de los barcos. Desde Dora a Jope, el litoral no ofrecía un solo refugio medianamente aceptable. Y el intenso tráfico se veía en la necesidad de capear la mala mar, echando el ancla lejos de la costa, con las lógicas dificultades a la hora de embarcar o desembarcar pasajeros y cargamento. Pero Herodes el Grande puso remedio a la situación, construyendo en la torre de Estratón, equidistante de Dora y Jaffa, una réplica del sistema portuario del Pireo. Y lo llamó Sebastos. Y trazó el puerto en forma circular, de tal manera que aun las mayores embarcaciones pudieran acercarse a la orilla, sumergiendo a este fin —prosigue Flavio Josefo— rocas enormes hasta una profundidad de veinte brazas. La mayor parte de estas rocas tenían cincuenta pies de largo (15,25 metros) y, por lo menos, dieciocho de ancho (6 metros) y nueve de espesor (3 metros). Y la mole que hizo construir sobre estos fundamentos, para resistir al ímpetu del mar, tenía una anchura de doscientos pies (unos 60 metros). La mitad, verdadera fortaleza contra el mar tempestuoso, estaba destinada a resistir el empuje de las olas que rompían contra ella de todos lados. Y la llamó rompeolas. La otra mitad estaba formada por un muro de piedra, con varias torres, siendo la mayor, muy hermosa, la llamada Druso, nombre que tomó del nieto del César, que murió muy joven. También hizo construir una serie de abrigos abovedados, para mansión de los marineros. Enfrente de éstos hizo construir un gran muelle de desembarco, que rodeaba todo el puerto y era un lugar admirable para pasear. La entrada y la abertura del puerto estaban expuestos al viento del norte, que es el más favorable. Al extremo del muelle, a la izquierda de la entrada, se levantaba una torre de piedra cuadrada para resistir a los enemigos. Sobre el lado derecho se alzaban, unidos entre sí, dos grandes pedestales, más grandes que la torre de enfrente. (N. del m.) <<
[73] Como manifiesta el gran arqueólogo submarino Alexander Flinder, en contra de la opinión de expertos como Nicholas Flemming, el poderoso puerto de la antigua Cesarea no desaparecería a causa de un hipotético terremoto. Durante mucho tiempo seguiría constituyendo un importante foco comercial. El Talmud lo menciona en algunas ocasiones. Fue a partir del siglo VI cuando, al parecer, comenzó su decadencia. Procopio de Gaza lo insinúa en uno de sus escritos: «Como el puerto de la ciudad que lleva el nombre del César se encuentra en malas condiciones debido al paso del tiempo, y se ha abierto a cualquier amenaza del mar y ya no sirve, de hecho, para ser clasificado como un puerto, sino que conserva de su anterior esplendor sólo un nombre, no se ha pasado por alto sus necesidades y sus frecuentes lamentos por las naves que escapando del mar han quedado destruidas definitivamente en él». Para Flinder, ratificando el lamento del mayor, la explicación a la desaparición de Sebastos hay que buscarla en la deliberada y sistemática obra de desmantelamiento de aquella gigantesca estructura, por parte de ciudades y reinos próximos. El puerto, sencillamente, fue desmembrado piedra a piedra y columna a columna. El khan El Ourdan, de Acre, por ejemplo, fue levantado enteramente con los restos de Cesarea. Y otro tanto sucedió con metrópolis de Italia, Egipto y Asia. Durante la Edad Media, decenas de navíos partieron del casi desaparecido Sebastos, transportando una riqueza arquitectónica que serviría para remodelar y construir infinidad de palacios, fuentes y mezquitas. Y la rapiña llegó al extremo de extraer los sillares sumergidos del gran «anillo». A pesar de esta lamentable desintegración del «orgullo» de Herodes el Grande, el basamento original de la media luna puede observarse todavía desde el aire, en los días de calma. (N. del a.) <<
[74] De entre los miles de divinidades que convivían con la cultura romana, entiendo que por su importancia debo detenerme unos instantes en los llamados «lares». De los cultos practicados por Roma, éste —el de los dioses menores, protectores de las casas— era uno de los más arraigados. Según consta en el canto de los Arvales y en las obras de Apuleyo, entre otros, estos «lares» eran las almas de los muertos, responsables del cuidado de las domus (las casas). Y aunque el origen de esta veneración no es muy claro, parece que, en principio, fueron identificados con espíritus infernales que perseguían a los humanos. Con el tiempo, la creencia popular fue suavizándose, transformándolos en auténticos «miembros de la familia». Unos dioses que protegían la salud, muebles, habitaciones, jardines, fuentes, campos y cuanto integraba el hogar. Tibulo los denomina custodes agri: una especie de «ángeles custodios».
En la casa ocupaban siempre un puesto de honor, con el obligado sacrarium o sagrario. Allí ardía permanentemente una llama sagrada y allí se acudía a la hora de los ruegos y súplicas. Allí se presentaban las ofrendas, incluidos los platos de las comidas diarias. Pero, sobre todo, el romano recurría a sus lares familiares en los momentos más significativos de su vida. Por ejemplo, cuando el joven cambiaba la bulla de adolescente por la toga viril, cuando se disponían a iniciar o regresaban de un viaje o al ser reclamados para la guerra. Y al abandonar la casa paterna era igualmente obligado que el joven dirigiera una oración a los lares, agradeciendo su protección y solicitando ayuda para «encontrar sus propios lares». (N. del m.) <<
[75] Herodes el Grande, además de los acueductos y una red que repartía el agua potable a la casi totalidad de Cesarea, dotó a la ciudad de un gigantesco e inteligente complejo de cloacas abovedadas que se adentraba en la mar. Por estos túneles, de tres metros de altura y medio kilómetro de longitud, penetraba el agua salada en cada marea, saneando y retirando los detritos. Una de estas conducciones se hallaba preparada incluso para permitir el ingreso del Mediterráneo en las calles, baldeándolas. (N. del m.) <<
[76] Según pude comprobar, la loción contra las canas no era otra cosa que sangre de toro o vaca, hervida en aceite. La creencia popular admitía que el color del pelo del animal pasaba al individuo que usaba dicha mezcla. (N. del m.) <<
[77] El uso de estos estrigilos fue puesto de moda por los atletas griegos, que los empleaban en gimnasios y competiciones, eliminando así el aceite y la arena. Una vez raspada la piel se procedía al baño o a la ducha. (N. del m.) <<
[78] Estas mascarillas de belleza estaban formadas básicamente por harina, a la que podían añadir pepitas de ciprés trituradas en leche, miel, clara de huevo y miga de pan. En ocasiones, la ornatrix (criada responsable de la cosmética) preparaba la mascarilla a base de polvo de albayalde, un carbonato básico de plomo de dudosa eficacia. (N. del m.) <<
[79] Las pócimas contra las arrugas y demás signos de la vejez eran mucho más peregrinas y sujetas a todo tipo de supersticiones. Así, por ejemplo, una de las más «cotizadas» consistía en una mezcla de incienso, aceite fresco, cera y las mencionadas pepitas de ciprés previamente molidas en leche de burra. El «tratamiento» debía repetirse durante seis días. (N. del m.) <<
[80] Según el banco de datos del ordenador central, aquel Gavio Apicio llegó a derrochar en orgías, viajes y todo tipo de caprichos entre sesenta y cien millones de sestercios (un denario de plata equivalía a seis sestercios, aproximadamente). Apio, en un libro sobre este millonario, cuenta que su locura era tal que, en cierta ocasión, emprendió un fatigoso y largo viaje hasta el mar de Minturne, en África, porque alguien le aseguró que en dicha zona los cangrejos eran gigantescos. Al parecer, este dilapidador incorregible acabó su vida suicidándose porque, por un error de cálculo, creyó que su fortuna había menguado hasta la «ridícula e insoportable» cifra de diez millones de sestercios (algo más de un millón y medio de denarios de plata). La cuestión es que el nombre de Apicio se convertiría en un símbolo de riqueza y placer desenfrenado. Todo joven, y no tan joven, aspiraba a ser un «Apicio». Heliogábalo, incluso, lo tomó como modelo doscientos años más tarde. (N. del m.) <<
[81] Aunque comprendo que no es un tema agradable, creo que debo ser fiel a cuantas costumbres acerté a conocer en aquel tiempo y en aquellos lugares. Una de ellas —la limpieza tras las deposiciones— provocaría repugnancia y consternación en nuestros días. Tanto judíos como paganos, a excepción de los más pudientes y refinados, se servían para tal menester de lo que tenían más a mano: generalmente piedras, hojas o, sencillamente, los dedos. De ahí que una de las obligaciones, amén de enterrar los excrementos, era lavarse antes de las comidas. Introducir la mano derecha (también la izquierda entre muchos judíos) en el plato común, sin haberse lavado previamente, era calificado como una grave ofensa. Y con razón. (N. del m.) <<
[82] Podría tratarse del jefe supremo de las fuerzas romanas destacadas en Capri y que tenían por misión velar por la seguridad del «jefe» o «viejecito»: el emperador Tiberio. (N. del m.) <<
[83] Estos aposentos eran el lugar ideal para demostrar y exhibir poder y riqueza. Y las comidas y recepciones, el mejor pretexto. El «cenáculo», en cambio, era reservado para los almuerzos íntimos. (N. del m.) <<
[84] Siguiendo las instrucciones de los arquitectos romanos, en especial del genial Vitrubio, las casas de las familias acaudaladas eran construidas con una estudiada precisión. Nada se dejaba al azar. Comedores y baños de invierno, por ejemplo, eran orientados al oeste, dado que se utilizaban por la tarde. De esta forma conservaban una agradable temperatura. Dormitorios y bibliotecas, en cambio, se situaban mirando al este, propiciando así la mejor conservación de los rollos y el secado de la ropa de cama. En el Mediterráneo, los vientos del sur y del oeste soplan cargados de humedad. Los comedores de primavera y otoño aparecían también orientados al este. No así el de verano. En este caso, para mantenerlo fresco, se elegía el norte. Y lo mismo ocurría con los salones donde se exhibían pinturas y tapices. Todos debían orientarse al norte. La luz constante realzaba la brillantez de los colores. (N. del m.) <<
[85] Los modelos romanos del hydraulis —estudiados por Ulrich Michels y cuyas investigaciones nos sirvieron de documentación— habían sido lógicamente perfeccionados. Disponían de tres hileras de tubos (en bronce o estaño) a distancia de una quinta y una octava (también a octava y doble octava), conectados con tiradores de registros y teclas. El aire era suministrado mediante un ingenioso sistema consistente en dos bombas provistas de válvula de retención. El genial Ktesibios, para equilibrar las ráfagas, dirigió el aire a presión hacia un depósito de metal abierto por la parte inferior y encerrado a su vez en otro tanque lleno de agua. El aire presionaba el líquido hacia abajo, obligando al agua a subir en el depósito exterior. Al mismo tiempo, el aire del recinto interior se veía sujeto a una presión uniforme, lográndose finalmente un mismo nivel de agua en ambos tanques.
Existe documentación sobre la utilización de estos sonoros instrumentos musicales al aire libre; en especial en los anfiteatros. (N. del m.) <<
[86] Las técnicas del fresco, conocidas desde el III milenio antes de Cristo, alcanzaron gran auge durante el imperio romano. La pared circular de aquel triclinium fue dispuesta en su totalidad para el desarrollo de esta bella y difícil modalidad artística. El muro que servía de soporte recibió un primer revoque, grueso y rugoso. Sobre éste se dispuso un segundo enlucido, más sutil y a base de la mencionada cal. Otros artistas preferían el yeso fino. Sobre esta segunda preparación dibujaba el pintor, perfilando paisajes o figuras. Posteriormente la cubría con una leve capa de mortero o mármol pulverizado (intonaco). Y el boceto, transparentándose, servía de guía para el definitivo coloreado. Generalmente, el artista debía ultimar el trabajo en una sola jornada. El intonaco que quedaba sin pintar tenía que ser raspado, siendo sometido a una nueva imprimación. Una de las grandes ventajas del fresco consistía en la rápida absorción de la pintura por el enlucido, formando así un todo compacto y de gran resistencia a la decoloración. (N. del m.) <<
[87] Como creo haber mencionado, el nombre de «Jasón» fue adoptado por los responsables de la operación Caballo de Troya en recuerdo de las aventuras vividas por el héroe griego en su búsqueda del Vellocino de Oro. Y, salvando las distancias, la verdad es que acertaron.
En síntesis, la vida de Jasón, príncipe heredero de Yolcos (Tesalia), fue un continuo ir y venir, a la conquista de lo que Jung definió como «un imposible» (lo que repugna a la razón).
Desde muy joven fue separado de la corte de su padre, el rey Esón, siendo educado en las artes de la medicina, la guerra, la filosofía y la ciencia por Quirón, un sabio centauro. En ese tiempo, su tío Pelias destronó a Esón. Y Jasón regresó a Yolcos para reclamar el trono. En el camino ayudó a una anciana a cruzar un río, perdiendo una sandalia. La anciana era en realidad la diosa Hera, disfrazada. Y Jasón se benefició de su poder. Y al presentarse ante el usurpador, Pelias se atemorizó. Al parecer, un oráculo había vaticinado que se guardara de un extranjero calzado con una sola sandalia. Y tratando de ganar tiempo, Pelias prometió restituir el trono siempre y cuando su sobrino Jasón trajera el Vellocino de Oro. Este vellón o lana de oro perteneció a un prodigioso carnero dotado de inteligencia y capaz de hablar y volar. El fantástico animal fue regalado por Hermes a los hermanos Frixo y Hele, hijos del rey boecio Atamante. Estos hermanos tuvieron que huir de su reino y lo hicieron a lomos del carnero volador. Hele cayó al mar y, desde entonces, aquel lugar fue conocido como el Helesponto. Frixo consiguió llegar a Cólquide, en el extremo del Ponto Euxino. Y allí, en agradecimiento, sacrificó el carnero a Zeus, regalando la «piel» (el Vellocino de Oro) al rey Eetes, dueño y señor de Cólquide. Y el tesoro fue colgado de un árbol, siendo custodiado por una serpiente que no dormía jamás. Jasón aceptó el casi imposible reto y armó una nave a la que llamó «Argos». Y reuniendo a los héroes más famosos se lanzó a la aventura, rumbo a Cólquide. Y después de múltiples peripecias consiguió vencer a la serpiente con la ayuda de Medea, hija de Eetes, apoderándose del preciado botín. (N. del m.) <<
[88] En la mitología de la Grecia clásica, al dios Crono, que despedazó a su padre Urano con una hoz, se le atribuía el haber devorado a su prole, movido por un oráculo que predijo su destronamiento por uno de sus hijos. Y conforme nacían, Crono, en efecto, los devoraba. Su esposa Rea, próximo el siguiente alumbramiento, pidió ayuda a sus padres y, trasladándose a Creta, dio a luz en una profunda caverna de los bosques del monte Ageo. Y envolviendo una gran piedra entre pañales se la ofreció a Crono, que la tragó al momento, imaginando que se trataba del último vástago. Más tarde, como anunció el oráculo, aquel hijo superviviente —el gran Zeus— derrotaría a su padre. (N. del m.) <<
[89] La mitología griega cuenta cómo, durante el reinado de Crono, dioses y hombres firmaron la paz. Pero, con el golpe de estado de Zeus —según Hesíodo—, todo cambió. El nuevo jefe del Olimpo impuso su poder a los mortales. Y en una reunión para determinar qué partes de los sacrificios rituales correspondían a los dioses y cuáles a los hombres, otro de los héroes —Prometeo— consiguió engañar a Zeus, cubriendo los huesos de un buey con reluciente grasa. Y Zeus, colérico, retiró el fuego eterno que alumbraba la Tierra. Pero el astuto Prometeo consiguió robar una chispa de ese fuego inextinguible. Y la entregó a los humanos. Indignado, Zeus ordenó a Hefesto que moldeara un cuerpo de barro cuya belleza superase la de las diosas del Olimpo. Y todas las divinidades colmaron de regalos y dones a esta joven virgen. Y fue llamada Pandora, que en griego significa «todo» y «regalo». Uno de los dioses, sin embargo, encerró en su corazón la perfidia y el engaño. Y Zeus la envió a Epimeteo, hermano de Prometeo. Y a pesar de las advertencias de este último, Epimeteo acogió a la hermosa Pandora. Y aquél fue el peor momento de la Humanidad. Pandora abrió entonces el «vaso» (no la caja) que llevaba entre las manos, dejando libres males y calamidades. Y con la primera mujer entró la desgracia en el mundo. Sólo la Esperanza permaneció inmóvil en el filo del vaso, como único consuelo de los hombres. (N. del m.) <<
[90] Aunque no fueran creyentes en la resurrección de la carne (caso de los saduceos), el pueblo judío difícilmente quemaba a sus muertos. La incineración era considerada como un atentado contra la Naturaleza. Si, además, creían en la vida eterna, la cremación significaba la absoluta imposibilidad de recuperar el cuerpo para ese nuevo estado. De ahí que la ejecución por abrasamiento fuera una de las más temidas. Para la religión de Moisés sólo existía el enterramiento. (N. del m.) <<
[91] La kithara, colgando del hombro, era punteada por la mano derecha mediante un plektron atado a una cuerda. Con la izquierda pulsaba las fibras de tripa de carnero. (N. del m.) <<
[92] La lira o chelus (tortuga) fue inventada, al parecer, por Hermes cuando, accidentalmente, pisó el tendón seco tendido en el interior de un caparazón de tortuga. Como la kithara, se hallaba consagrada al culto a Apolo. (N. del m.) <<
[93] El aulos o kalamos (caña) disponía de una lengüeta doble, al igual que el oboe. En el doble aulos se soplaban dos auloi. (N. del m.) <<
[94] La tonalidad de esta canción de moda en aquel tiempo correspondía a la extensión de una octava (mi’mi), nota central la, con nota superior y final mi. Las semicadencias sobre el sol y la distribución de los semitonos daban la denominada «escala frigia». (N. del m.) <<
[95] Entre los epilépticos, los fenómenos ictales suelen ser comunes durante el sueño. Consisten básicamente en comportamientos anómalos, generalmente violentos, que pueden ir desde el manoteo a escenificaciones complejas y con objetivos puntuales. A veces, en plena ensoñación, se les ve amenazar con el puño, apuntar con el dedo o saludar con la mano. También son frecuentes los gritos, chillidos, muecas faciales y saltos o movimientos bruscos de las extremidades. Otros individuos —no necesariamente epilépticos— llevan a cabo durante el sueño verdaderas y costosas actividades. Por ejemplo, caminar por la habitación (sonambulismo), saltar por las ventanas, mover muebles o pasear por las calles. (N. del m.) <<
[96] Gracias a los electroencefalogramas, la ciencia ha podido descubrir que, durante el sueño, el cerebro emite una serie de ondas eléctricas de ritmo lento y magnitud creciente, mezcladas con otras de frecuencia rápida. Esto diseñó el sueño en cuatro etapas, según la actividad eléctrica. Con posterioridad, los científicos observaron que existía otro estadio, intercalado regularmente en el sueño, en el que el EEG (los electros) simulaban el estado de vigilia. Los ojos oscilaban bajo los párpados cerrados, el corazón aceleraba el ritmo, la respiración se agitaba y la tensión arterial subía. Este estadio fue denominado REM («Rapid Eye Movement»). El sujeto, al ser despertado en dicha fase REM, recordaba la ensoñación. (N. del m.) <<
[97] La ciencia acepta actualmente que un 85% de las pesadillas, ensoñaciones y demás contenidos oníricos se registra en el llamado sueño REM o paradójico. Pero la generación de tales episodios no está clara. Es probable que tengan su origen en los centros reticulares mesencefálicos y protuberanciales del cerebro y que las descargas nerviosas conocidas como PGO (puntas ponto-genículo-occipitales), al recorrer los sistemas neurológicos y alcanzar el tálamo y la corteza cerebral, estimulen determinados fragmentos de vivencias, «convirtiéndolos» en las típicas ensoñaciones. Este fenómeno maravilloso y esencial para el sostenimiento de la vida ha sido sobradamente investigado en hombres y animales, comprobándose que es común en todos los mamíferos, a excepción del delfín y oso hormiguero. Por razones que ignoramos, estos dos últimos animales están privados del fascinante placer de soñar. Hasta los fetos sueñan. Y lo hacen en ese prodigioso estadio REM. Pero los factores neurofisiológicos que intervienen en la arquitectura del sueño son tantos y tan complejos que, como digo, es arriesgado intentar razonar cómo y para qué surgen dichas ensoñaciones. En las de Claudia ninguna de las actuales teorías científicas explica satisfactoriamente el origen y finalidad de las mismas. No estoy de acuerdo con Freud, que proponía la hipótesis de la «calzada real». Es decir, los sueños como «vía» de penetración hacia el subconsciente y medio para sacar a flote los más íntimos elementos de la vida de la persona. Tampoco creo que dichas pesadillas puedan considerarse una consecuencia del azar, estimulado por la actividad aleatoria de las neuronas. Es posible, como defiende Jonathan Winson, que los sueños intervengan en los procesos de memorización. La teoría, sin embargo, tampoco encaja en el «caso Claudia». En cuanto a la hipótesis de la «activación-síntesis», que especula sobre sueños carentes de significación, ni siquiera llegué a considerarla. Tampoco la explicación de Crick y Mitchison resolvía el problema: los sueños, para estos investigadores, no son otra cosa que un sistema de eliminación de todo aquello que debe ser desechado por la memoria. Sencillamente, Claudia Procla no soñó para olvidar. Todo lo contrario. (N. del m.) <<
[98] Como ya apunté, los mamíferos —a excepción del oso hormiguero y el delfín— tenemos un mismo tipo de estadio REM. Este sueño aparece generalmente a la hora y media de haber iniciado el descanso. Y dura alrededor de diez minutos. La segunda y tercera fases REM son más largas y surgen después de episodios más cortos de ondas lentas. Por último, el cuarto y quinto REM alcanzan entre veinte y treinta minutos cada uno. En el transcurso del quinto se produce el despertar del individuo, que en muchas ocasiones recuerda esa postrera ensoñación. (N. del m.) <<
[99] Este importante componente neurofisiológico del sueño REM aparece como consecuencia de la activación del núcleo denominado peri-locus coeruleus. Merced a la vía tegmento-reticular se encarga de movilizar el foco inhibidor magnocelular reticular bulbar de Magoun y Rhines. Y esta «orden-acción» inhibidora o de prohibición del tono o movimiento muscular es comunicada por el canal reticuloespinal a las correspondientes neuronas motoras del asta anterior. Si destruimos dicho núcleo peri-locus o anulamos el tracto tegmento-reticular, el estadio REM aparecerá «con movimiento», produciéndose secuencias como la ya mencionada de los gatos atacando o huyendo de «fantasmas». (N. del m.) <<
[100] En general, según nuestras fuentes, los penates fueron lares que, con el tiempo, adquirieron personalidad propia. Parece que tenían como misión fundamental el cuidado de la despensa de la casa. La verdad es que los romanos no conservaban una idea clara de dichos penates, confundiéndolos, como digo, con los lares y a éstos con aquéllos. El penus o almacén de provisiones era el recinto habitual de estos diosecillos de segundo orden. Sus imágenes se guardaban también en el interior de la vivienda. En cada comida, la familia les ofrecía un plato (generalmente sal y harina). Algunos de los enseres habituales de la cocina —mesas, saleros, escudillas, etc.— eran considerados propiedad de los penates y, por tanto, sagrados. Cada casa, aldea, pueblo y ciudad tenía sus propios penates, con lo que el número de dioses ascendía a cientos de miles. Augusto, por ejemplo, descendiente de Eneas, acogió en su casa a los penates tutelares de Troya. (N. del m.) <<
[101] Las oleadas de brujos y hechiceros, con sus correspondientes ritos, invaden Roma a partir de la segunda guerra púnica. Y es tal el desastre provocado entre los crédulos ciudadanos que la legislación interviene sin contemplaciones. Un senadoconsulto ordena la destrucción de los libros sobre adivinación, prohibiendo los ritos y sacrificios extranjeros. En el año 32 a. de C., Octaviano, Antonio y Lépido arrojan a los magos fuera del imperio. Y es el propio Tiberio quien introduce el término magus en la legislación, calificándolos como «hechiceros criminales». Sin embargo, como digo, magos y «arúspices» pulularon por pueblos y ciudades burlando la ley y «aconsejando» incluso a los que debían velar por el cumplimiento de dicha legislación. Tiberio y Nerón fueron dos claros ejemplos. (N. del m.) <<
[102] Tácito (Anales, 2, 32). (N. del m.) <<
[103] Plinio (Historia natural, 30, 1, 3) asegura que fueron dictados un senadoconsulto, prohibiendo los sacrificios humanos, y una ley de Tiberio contra los druidas. (N. del m.) <<
[104] La superstición del pueblo romano era tal que, prácticamente, no daban un paso importante sin consultar a los dioses. Y ahí intervenían los augures, interpretando toda clase de signa o señales. Los había incluso involuntarios, como la crispación de los párpados, el vuelo de los pájaros, un estornudo o los signos celestes. Y poco a poco esta parafernalia fue profesionalizándose. Y nació una curiosa división de signos: el prodigium, el monstrum, el ostentum y el portentum. Los dos últimos eran manifestación divina a través de la materia inanimada. Los prodigia eran actos o movimientos especiales efectuados por los seres vivos. Los monstra correspondían a la naturaleza orgánica. (N. del m.) <<
[105] Véase información en Caballo de Troya 1. (N. del a.) <<
[106] Desde el siglo VII y a lo largo de buena parte de la Edad Media aparece en el mundo cristiano —tanto oriental como occidental— una serie de informes y actas, atribuidos a Poncio. Tertuliano y Simón Cefas —según la tradición— ya habían hablado de dicha «confesión» del gobernador de la Judea. En estos escritos —Anáfora, Parádosis y demás cartas— Poncio aparece como un decidido defensor de Jesús de Nazaret, comulgando con su divinidad y doctrina. Algunos autores modernos, caso de Sordi, con un escaso conocimiento histórico, defienden la autenticidad de un primitivo documento, asegurando incluso que Poncio terminaría convirtiéndose en un paladín de los primeros cristianos. (N. del m.) <<
[107] La religión romana establecía igualmente que los auspicia oblatiua o señales no deseadas podían ser rechazadas por el ciudadano. La tradición de los augures fijaba varios métodos: non obseruare (no prestándoles atención), refutare (despreciando o repudiando el signo) o, sencillamente, siguiendo la política del avestruz (negándose a «ver»). (N. del m.) <<
[108] Tanto en la Eneida como en las Geórgicas, Virgilio se refiere con frecuencia a los «manes», confiriéndoles diferentes papeles. En ocasiones, por metonimia, representan los «infiernos», como lugar de residencia de los muertos. También los asocia a las sombras de los fallecidos, consideradas colectivamente. Otros autores llaman «manes» a los restos mortales de los difuntos. El pueblo terminó definiéndolos, lisa y llanamente, como los «espíritus de los muertos». (N. del m.) <<
[109] Los romanos, en efecto, creían que los «manes» se irritaban cuando no eran atendidos con respeto y veneración. Ésta —decían— era la causa de las pesadillas, de los tics nerviosos, de las manías y de las enfermedades misteriosas. El mejor homenaje eran las flores. De ahí, justamente, la costumbre de adornar las sepulturas con rosas, gladiolos, violetas, mirtos y lirios. Las flores eran el símbolo de la renovación. Y los «manes» disfrutaban con su presencia. (N. del m.) <<
[110] Lucrecio, muerto a mediados del siglo I a. de C., podría considerarse un predecesor del moderno ateísmo. En su obra De la naturaleza de las cosas, siguiendo la física de su maestro Epicuro, estudió el tema de la suprema felicidad, llegando a la conclusión de que dicha felicidad consiste en la indiferencia. Lucrecio apostó por un orden inmutable en el universo, estimando por tanto que el temor a lo sobrenatural (a los dioses) resultaba absurdo. «El hombre —afirmaba— es únicamente materia organizada, compuesta de átomos, y como tal sólo puede volver a la nada de la que surgió». Estos planteamientos cayeron como un jarro de agua fría en la tradicional sociedad romana, que los calificó de escandalosos. (N. del m.) <<
[111] Séneca sería acusado años más tarde por Suilio de «enriquecimiento abusivo». Al parecer consiguió trescientos millones de sestercios en cuatro años. (N. del m.) <<
[112] Parte de la leyenda de la gran hechicera Isis —según Plutarco— decía así: Isis fue la primera hija de Geb y Nut. Nació en los pantanos del delta del Nilo, siendo elegida como esposa por su hermano Osiris. Y le ayudó en su obra civilizadora. Mientras Osiris enseñaba las técnicas de la agricultura y de la fabricación de metales, Isis se ocupaba de las mujeres, adiestrándolas en el hilado, la molienda del grano y la curación de enfermedades. Instituyó también el matrimonio, acostumbrando a sus súbditos a vivir en familia.
Cuando esta obra estuvo concluida, Osiris partió hacia Asia para transmitir sus conocimientos al resto del mundo. Y su esposa permaneció como regente. Pero, al regresar a Egipto, el «Ser Bueno» fue víctima de la envidia de su hermano Set. Y matándolo lo encerró en un cofre, arrojándolo al río Nilo. Y cuenta la mitología egipcia que el cadáver de Osiris llegaría finalmente a las playas de Fenicia. Allí lo encontraría Isis. Y, retornando con el cofre, lo escondió en los pantanos de Buto. Pero Set consiguió dar con él. Y cortándolo en catorce trozos dispersó los restos. Pero la diosa, sin desanimarse, fue reuniendo los despojos. Y merced a su poder reconstruyó de nuevo el cuerpo de su marido y hermano. Y le devolvió la vida eterna. Desde entonces, Osiris fue el dios de los muertos. (N. del m.) <<
[113] Esta peculiar y peligrosísima característica, que la distingue del resto de los ofidios, es posible merced a la disposición de los colmillos. El canal inyector aparece en las najas nigricollis casi en ángulo recto. De esta forma, los poderosos músculos contractores que movilizan el veneno permiten un lanzamiento (una pulverización) hacia adelante y a distancia. E instintivamente el reptil selecciona el rostro —más concretamente los ojos— del agresor. Sólo en casos excepcionales muerde a la víctima. (N. del m.) <<
[114] En el banco de datos de «Santa Claus» aparecía la siguiente información: «fiesta análoga a los Parentalia, pero celebrada en la intimidad del hogar y en honor a los muertos. Posible origen: asesinato de Remo por su hermano Rómulo. Según la leyenda, aquél se aparecía cada noche para atemorizar a Faustulus y Acca Larentia. La sombra en cuestión fue llamada “Remores”. Quizá de ahí la corrupción a “Lemures”. Para conjurar el tormento, Rómulo estableció la citada fiesta. Días fijados: 9, 11 y 13 de mayo. Cada una de estas jornadas, y en especial sus noches, representaba para la supersticiosa sociedad romana una gravísima amenaza por parte de los fantasmas de sus muertos. Considerados días especialmente nefastos. Templos cerrados. Prohibida la celebración de matrimonios. Los ciudadanos más supersticiosos no salen de sus casas. Actividad prácticamente paralizada…». (N. del m.) <<
[115] Mezclados con los «lemures» aparecían también otros «fantasmas, esqueletos, espectros y aparecidos»: las «larvas». Éstas resultaban más dañinas que los «lemures». Para algunos autores laruae y «lemures» son sinónimos. Todos ellos, como digo, eran almas en pena. Y durante tres días al año regresaban al mundo de los vivos para vengarse. (N. del m.) <<
[116] Uno de los rituales obligado en las noches de los «Lemuria» consistía en lo siguiente: el cabeza de familia se levantaba de madrugada y, descalzo, chasqueaba el pulgar contra los otros dedos. Así evitaba que se aproximaran los espectros. Se lavaba las manos tres veces y al retornar a su habitación introducía habas negras en la boca. Y conforme caminaba las arrojaba a sus espaldas, repitiendo nueve veces: «¡Yo tiro estas habas!…». «¡Por ellas me rescato a mí mismo y a los míos!».
No podía volverse, ya que se suponía que los muertos lo seguían. Nuevo lavado de manos y tañido de un objeto de bronce. Y el padre invitaba a las sombras a salir del domicilio, exclamando otras nueve veces: «¡Manes de mis padres, salid!». Sólo entonces regresaba a la cama. (N. del m.) <<
[117] Véase información en Caballo de Troya 2. (N. del a.) <<
[118] Estos roedores —frecuentes en Kenia, Etiopía y Somalia— se alimentan básicamente de tubérculos. Cuando han devorado la parte interna, cubren la raíz con la tierra removida, favoreciendo la regeneración de la planta. (N. del m.) <<
[119] Como ejemplo de la enorme capacidad de amplificación de estas fibras diré que una radiación infrarroja de 1,06 micrómetros de longitud de onda puede ser ampliada a 50 000, correspondiendo a una ganancia de 47 decibelios. Estos «canales» se hallaban preparados para soportar transmisiones superiores a los 10 000 gigabits por segundo. Y aunque no estábamos autorizados a sacarlos del módulo, en este caso excepcional rindieron un excelente servicio. (N. del m.) <<
[120] Estos cristales fueron fabricados para la Operación con semiconductores de arseniuro de galio y varios compuestos orgánicos (sólo puedo mencionar el «2-ciclooctilamino-5-nitropiridina»). (N. del m.) <<
[121] Los hologramas «movi-son» (movimiento-sonido), como se los denomina en el argot militar, son todavía alto secreto, no hallándome autorizado a ampliar detalles sobre los mismos. Baste decir que su creación ha servido en algunos conflictos bélicos para engañar a las fuerzas enemigas, multiplicando, por ejemplo, el número de hombres y armas «a la vista» y provocando numerosas retiradas y rendiciones. (N. del m.) <<
[122] Amplia información en Caballo de Troya 1. (N. del a.) <<
[123] Entre los judíos, el duelo se prolongaba durante treinta días. En los tres primeros, los familiares, amén de no salir prácticamente de la casa, no respondían a saludo alguno ni trabajaban. El resto del mes, al menos entre los más piadosos, vestían las ropas más viejas y sucias, se dejaban la barba, arrojaban ceniza sobre la cabeza y, por supuesto, no se bañaban ni utilizaban las filacterias en las oraciones. Las viudas fieles se colocaban el saq o taparrabo que, en ocasiones, era de pelo de cabra o camello. Y muchas de ellas no se lo quitaban durante el resto de su vida.
Una vez al año, cumpliendo igualmente con la Ley, la familia acudía a la tumba, procediendo al encalado del sepulcro o de la estela. Como creo haber mencionado, el color blanco era símbolo de luto y, en el caso de los cementerios, servía igualmente como aviso a los caminantes para que no se aproximaran. El contacto con la muerte acarreaba un grave pecado de impureza. (N. del m.) <<
[124] Este explorador tuvo conocimiento de la muerte de Elías Marcos, ocurrida el miércoles, 3 de mayo, durante la última visita a Zebedeo padre, en Saidan. Según mis informaciones, Juan Marcos, que viajaba con los discípulos desde el lago hacia Jerusalén, no llegó a verlo con vida. (N. del m.) <<