SEIS AÑOS DE SILENCIO
Nunca, en los treinta y dos libros anteriores, había experimentado tanto miedo. Pero ¿a qué? No lo sé muy bien. Miento. Claro que lo intuyo. Es terror a franquear una puerta que cerré un 18 de setiembre de 1989. En aquella fecha —«siendo las veintiuna horas»— daba por concluido Caballo de Troya 4. Y hoy, siendo las once horas del miércoles, 1 de noviembre de 1995, esa puerta ha sido empujada de nuevo. Y el miedo, como digo, me tiene acobardado. Un miedo justificado, supongo. Miedo porque, en estos largos seis años, los ojos interiores se han abierto providencial y definitivamente. Miedo porque, al fin, he captado el magnífico y esperanzador mensaje del Protagonista de esta obra. Miedo, en suma, a no saber transmitir la genial verdad de Jesús de Nazaret: existe un Dios-Padre que ama, dirige y sostiene. Miedo a enfrentarme a una historia que es mucho más que una historia.
Resulta reconfortante. Ahora, querido Padre, querido «Ab-bā», comprendo y te comprendo. El presente relato no podía ser atacado en tanto en cuanto servidor —el instrumento— no hubiera hecho suya la esencia que perfuma y define la llamada vida pública del Maestro: «que se haga la voluntad del Padre». Una idea —la gran idea— que motorizó su existencia terrenal.
Y ese Dios-Padre, en otro alarde de paciencia y sabiduría, me ha dejado reflexionar y madurar sobre ello, nada menos que durante seis años. Seis años de silencio, de dudas, de sufrimiento, de comprobaciones en cadena y de una íntima e indefinible alegría al verificar —una y otra vez— que, en efecto, todos estamos sentados en las rodillas de un Padre que «sabe»…, antes de que acertemos a despegar los labios.
Debo confesarlo. Cada vez que puse manos a la obra, luchando por abrir la puerta del siguiente Caballo de Troya, una fuerza firme y sutil me apartaba sin concesiones. Recuerdo media docena de intentos. Y sólo cuando mi corto conocimiento apareció justa y sólidamente forjado en el yunque de la voluntad del Padre, sólo entonces ha sido posible esta nueva y fascinante aventura. Pero, supongo que desconfiado (y no le falta razón), antes de regalarme su confianza, el Padre Azul decidió someterme a una última prueba. Y en 1994 este aturdido mensajero se desnudaba en público, sacando a la luz uno de sus libros más querido: Mágica Fe. Una suerte de ensayo general de lo que ahora comienza. Y estoy convencido: la serie de los Caballos de Troya vive gracias a esa mágica fe.
He aquí la única explicación a tan dilatado silencio. Era preciso que, antes de desvelar cuanto me ha sido dado, me hallara entrenado y en sintonía. Y aun así —que el Padre me disculpe— siento miedo.
J. J. BENÍTEZ