13. HELLGATE
Cuando Chavasse salió a cubierta a las cuatro y media de la madrugada, se encontró en un ambiente gris y frío. La lluvia martillaba las aguas de la marisma produciendo extraños ecos, pero la vida alentaba en las tinieblas. Los pájaros trinaban y los patos silvestres se elevaban en la lluvia.
Llevaba altas botas de agua, un anorak impermeable con capucha y un par de prismáticos colgaban en su cuello. Darcy Preston acudió a reunirse con él, vestido con un equipo semejante y le seguía Malik, que se protegía bajo un amplio paraguas negro.
-El lugar más perdido que hizo Dios. -El polaco se estremeció-. Me había olvidado que pudiera existir un tiempo semejante.
-Es bueno para el alma, Jacob. -Chavasse entró en el bote-. No podemos tardar mucho, un par de horas a lo sumo. Sólo quiero explorar los alrededores, eso es todo.
-Lo importante es que se asegure de encontrar el camino de regreso -advirtió Malik-. No resulta fácil en un lugar como éste.
Darcy Preston empuñó los remos y bogó alejándose y, a los pocos instantes, L'Alouette había desaparecido en la oscuridad. Chavasse proyectó su linterna de bolsillo sobre el mapa. Empleó la brújula y siguió un trayecto hacia Hellgate que les llevaba en línea recta a través del fango, junquillos y estrechos canales, penetrando cada vez más en un mundo perdido.
-Así debió de ser en los principios del tiempo -dijo Darcy-. Nada ha cambiado.
Se escuchó un crujido en los juncos a su izquierda, y un novillo apareció chapoteando en el agua. Se detuvo en el vado y les contempló con recelo.
-Sigue remando aprisa -dijo Chavasse-. Es un toro bravo con una gran agresividad. No aceptan amablemente a los forasteros.
Darcy acentuó el ritmo de sus paladas y el novillo se perdió de vista.
-Ciertamente, no me gustaría estar en tierra con uno de esos bichos pisándome los talones -comentó-. Lo que me parece poco sensato es dejarles por ahí sueltos.
-Así es como los crían. Crecen fuertes y libres con un espíritu orgulloso. Ésta es una región de toros, Darcy. Casi adoran a esos condenados animales. Somos nosotros los intrusos, no los toros.
Emergieron en una amplia laguna y los torreones de la casa asomaban por encima de la neblina a unos cincuenta pasos de distancia. Chavasse hizo un gesto rápido, y Darcy impulsó el bote entre el refugio de los junquillos a la derecha. Había un trozo de tierra seca donde vararon el bote. Acurrucándose, Chavasse enfocó los prismáticos.
Tal como había dicho Malik, la casa era de estilo ruso y construida de madera, con un elevado torreón en cada esquina y una galería al frente. El conjunto estaba rodeado de pinos, que probablemente fueron plantados a propósito al iniciarse la construcción, pero lo que había sido en su origen un jardín era ahora una jungla exuberante.
Se respiraba algo curiosamente falso en el lugar. Era demasiado parecido a un paraje ruso, como un decorado para una versión en Hollywood de una comedia de Chéjov.
Chavasse no podía ver el terreno de acceso, que presumiblemente estaba en el otro lado. Desde el punto de vista de la aproximación, no podían haber elegido una mejor situación estratégica para la casa. La laguna tenía forma de una semiluna de aproximadamente unos cien metros de ancho y doscientos de largo. No había posibilidad alguna de acercarse a cubierto a la luz del día.
Le tendió los prismáticos a Darcy.
-¿Qué te parece?
El jamaiquino echó una ojeada y meneó la cabeza.
-No veo cómo nadie pueda llegar más cerca de lo que ahora estamos durante el día sin ser localizado.
En aquel momento ladró un perro y dos hombres aparecieron corriendo rodeando la esquina de la casa. Quedaron a la vista cuando Chavasse enfocó los prismáticos. Dos chinos, cada uno empuñando un fusil de asalto. El perro se les unió un momento después, un alsaciano que brincaba adelante y atrás, husmeando en la maleza.
-No sé lo que estará olfateando, pero no va a encontrar ningún rastro con esta lluvia -dijo Darcy.
-No estoy tan seguro. -Chavasse vigilaba atentamente por los prismáticos-. Hace falta mucho para engañar a un pastor alemán.
Se produjo una súbita conmoción a la derecha de donde se hallaban, un sonoro chapoteo como si algo o alguien forzara su camino a través de los juncos. Al principio, Chavasse pensó que podía ser otro toro, pero, por si acaso, extrajo la "Walther PK". Se oyó un gemido de dolor, un chapaleo seguido de una exclamación en petición de ayuda en francés.
Chavasse y Darcy se abrieron paso a través de los juncos y surgieron al otro lado del banco arenoso, mientras una cabeza asomaba a ras del agua del canal y una mano se crispaba desesperadamente en el aire.
Chavasse se tendió hacia delante, con el agua llegándole al pecho y agarró la mano extendida al volver a sumergirse el hombre. Sus dedos se encontraron y Chavasse retrocedió lentamente, pues el espeso fondo de negro lodo parecía reacio a soltarlo.
Darcy le ayudó y entre los dos depositaron al hombre sobre la espalda bajo la lluvia, un sujeto flaco, demacrado, de cabello gris, que tendría unos setenta años. Llevaba pantalones de pijama y un chaleco sin mangas, y su cuerpo aparecía amoratado por el frío. Sus ojos rodaban enloquecidamente en las órbitas y farfullaba aterrorizado hasta que se desmayó.
-¡Pobre diablo! -Chavasse alzó uno de los brazos del yacente, como un bastón-. ¿Has visto algo igual antes?
Darcy examinó las múltiples y diminutas cicatrices y asintió pensativo:
-Un adicto a la heroína, por el aspecto y desde hace largo tiempo. Me pregunto quién puede ser.
Chavasse empezó a quitarse el anorak.
-La última vez que lo vi fue en una fotografía que Mallory me mostró, aunque debo admitir que en la foto tenía un aspecto mucho más saludable.
-¿Montefiore? -indagó Darcy.
-En persona. -Chavasse hizo sentarse al hombre inconsciente, le deslizó el anorak por debajo de la cabeza y lo levantó en vilo-. Ahora, vámonos de aquí antes de que se nos muera en descampado.
En el viaje de regreso, Chavasse se sentaba a popa, con Enrico Montefiore sujeto en sus brazos. Estaba en muy mal estado, no cabía la menor duda, y gemía constantemente, gritando y llorando a intervalos, pero sin recobrar ni por un instante la consciencia.
En algún lugar sonaban los ladridos del pastor alsaciano, incómodamente cerca, y entonces el áspero ronquido de un motor fuera borda rompió el silencio de la madrugada.
Chavasse miraba la brújula empuñada en su mano libre, dándole instrucciones concretas a Darcy que remaba con todas sus fuerzas. En determinado punto, se atascaron en un cañaveral sumamente espeso, y Chavasse dejó en el suelo del bote a Montefiore y saltó a un lado para ayudar a empujar.
Sentía frío, un intenso frío, porque el agua se había introducido en el interior de sus altas botas y sin el anorak la parte superior de su cuerpo carecía de protección.
El perro ladraba con intensa monotonía, mucho más cerca ahora, mientras el ruido del motor fuera borda se aproximaba por instantes. Chavasse empujó con fuerza y trepó al moverse de nuevo el bote.
Poco después abandonaban el cañaveral y surcaron agua clara. L'Alouette se distinguía en la neblina.
-¡Jacob! -llamó Chavasse, y al acercarse más el bote, pudo ver a Malik sentado a popa, protegiéndose de la lluvia bajo su paraguas negro.
El bote chocó suavemente contra el costado de L'Alouette. Chavasse se incorporó y miró directamente al rostro de Malik bajo el negro paraguas, que ahora comprobó estaba atado a la barandilla de popa con una larga cuerda. Los ojos de Malik tenían la vidriosa fijeza de la muerte, le faltaba la oreja izquierda y mostraba un pequeño orificio azul justamente encima del caballete de su nariz.
-Buenos días, Chavasse, bien venido a bordo.
Rossiter apareció en la cabina, sonriendo agradablemente como si en realidad le agradase volverle a ver de nuevo.
El coronel Ho-Tsen estaba al fondo, con un lado de su cara cubierto de esparadrapo. Empuñaba un fusil "AK" de asalto y tenía aspecto sombrío e implacable, el clásico profesional.
-Uno de mis hombres le tomó una foto anoche cuando llegó -expuso Rossiter-. Nos gusta siempre comprobar quiénes son los que van llegando por esta parte de la Camarga. Puede imaginarse mi sorpresa cuando me mostró la fotografía.
-Se tomó tiempo para llegar aquí -dijo Chavasse.
-Este puerco tiempo. Llegamos aquí justamente después de que usted se fuera. O sea, que decidimos esperarle. Realmente aprovechamos este tiempo. Su amigo fue muy parlanchín después de que el coronel le convenciera con un trato especial. Pues sí, ahora ya comprendo que usted lo sabe todo sobre nosotros, Chavasse. Por otra parte, nosotros lo sabemos todo acerca de usted.
-Mejor para todos. ¿Y qué le pasó a Montefiore?
-Un problema. Ya intentó otra vez escaparse, lo cual siempre es fastidioso. Tendré que hablar en serio con la persona que se suponía tenía que vigilarle.
Fue hacia el umbral, cogió un silbato y sopló tres veces. Cuando se volvió, Darcy Preston indagó ásperamente:
-¿Quién le hizo adicto a la heroína? ¿Usted?
-Le mantenía dócil la mayor parte del tiempo -repuso Rossiter.
-Como un vegetal viviente. ¿Por qué no le dejó morir?
-¿Entonces, quién iba a firmar los cheques? -preguntó Rossiter con entonación medio humorística, como si intentase razonar sensatamente sobre el asunto.
Y en ese momento sucedieron varias cosas al mismo tiempo. Montefiore empezó a gemir, agitó frenéticamente los brazos, sentándose, y un bote fuera borda apareció en la niebla transportando al perro alsaciano y a dos chinos.
Los dos hombres subieron a bordo, dejando al perro en el bote. Ho-Tsen le habló en tono agudo a uno de ellos en chino, tan rápidamente que Chavasse no pudo enterarse de lo que dijo. El hombre replicó en voz baja, con la cabeza agachada y Ho-Tsen le asestó un fuerte bofetón.
-¿Han traído con ellos una dosis? -preguntó Rossiter en chino.
Uno de los hombres depositó en el suelo su fusil de asalto y extrajo una cajita de cuero. La abrió, sacó de ella una jeringuilla y una ampolla. Rossiter llenó la jeringa e indicó al chino que sujetase por los hombros a Montefiore. Rossiter le aplicó la inyección.
-Esto le calmará.
Montefiore dejó de forcejear y quedó muy quieto, desaparecida toda tensión, y después ocurrió algo extraño. Abrió los ojos, alzó la vista y, mirando a Rossiter, sonrió.
-¿Padre Leonard? -dijo-. Padre Leonard, ¿es usted?
Y sonriente, el aliento se le truncó en breve suspiro y su cabeza se desplomó a un lado.
Se hizo un súbito silencio. Rossiter le palpó suavemente la yugular. Fue Ho-Tsen el que se movió primero. Empujó con rudeza a Rossiter y sacudió por los hombros con violencia a Montefiore. Cuando se volvió, sus ojos brillaban de cólera.
-Está muerto, ¿se entera? Le ha matado. Ya le advertí... Ya le dije que estaba inyectándole en exceso. -Asestó un golpe a Rossiter, que lo lanzó contra la otra litera-. Un error tras otro. Tendrá usted que responder a muchas preguntas cuando lleguemos a Tirana.
Durante un momento, toda la atención se concentró en Rossiter. Chavasse empujó con fuerza al otro chino enviándole tambaleándose hacia atrás, giró rápidamente atravesando el umbral. Saltó por encima de la barandilla, en honda zambullida, salió a la superficie y nadó con fuerza hacia el refugio del cañaveral.
Echó un rápido vistazo por encima del hombro y vio a Darcy forcejeando con los dos chinos junto a la barandilla. Apareció Ho-Tsen, quien asestó al jamaiquino un culatazo y alzó el fusil para disparar. Chavasse volvió a zambullirse y nadó hacia el cañaveral.
Seguro ya entre la protección de los juncos, se volvió para mirar. Los dos chinos estaban ya en el bote fuera borda, con el pastor alsaciano aullando como un lobo. Chavasse empezó a avanzar a través de los juncos, medio nadando, medio vadeando. Y entonces otro ruido rasgó la mañana. El del motor de L'Alouette al ponerse en marcha.
Llegó a un canal tan hondo que sus pies ya no tocaban fondo. Nadó a través de una pared verde-grisácea de hierba, en la que forzó una abertura. Se detuvo al cabo de unos minutos, flotando en el agua. El rumor del motor de L'Alouette fue desapareciendo. Probablemente regresaba a Hellgate, pero el bote fuera borda continuaba oyéndose por los alrededores y el lúgubre aullido del perro alsaciano provocaba ecos pavorosos a través de la lluvia como una voz de ultratumba.
Empezó a nadar de nuevo, abriéndose paso a través de los juncos, hasta que de repente, el ruido del motor fuera borda cesó bruscamente y el perro dejó de ladrar. Lo cual no le gustó en absoluto porque ahora no tenía la menor idea de dónde estaban.
Sus pies tocaron fondo, chapoteó a través del espeso lodo negro y salió del terreno de juncos y hierbas para pisar suelo relativamente firme. La brújula seguía colgando de su cuello, lo cual le permitía comprobar la dirección y se concentró para intentar formarse una imagen del mapa. Era un viejo truco, sorprendentemente efectivo. La isla sería el único lugar donde anclar L'Alouette en la vecindad, un par de centenares de metros de diámetro y a unos cuatrocientos metros al sudoeste de Hellgate.
Empezó a correr, y se detuvo en seco al surgir de la neblina un toro frente a él. El animal mantenía en alto la testuz y le miraba fijamente. Exhalaba vapor por sus fosas nasales, y Chavasse fue retrocediendo lentamente. Hubo un movimiento a su derecha y otro toro apareció como una sombra negra, con los flancos lustrosos. Escarbaba el suelo nerviosamente, con la cabeza agachada y los grandes cuernos curvos brillando malignamente; luego apareció otro tras el primero y todavía otro, seis o siete de las enormes bestias en conjunto, toros de lidia criados para embestir en el ruedo, famosos por su bravura e ímpetu.
Aspiró a fondo y caminó por entre ellos muy despacio, pasando entre dos del círculo exterior tan cerca que podía alargar el brazo y tocarles. Siguió caminando, dando traspiés a través de la alta hierba y salió a una playa arenosa. Se escuchó un grito agudo seguido de dos disparos consecutivos y la arena saltó en el aire a su derecha.
El bote surgió fuera de la niebla a unos veinte pasos. En un breve instante de indecisión, observó claramente que el perro llevaba bozal. El fusil "AK" de asalto volvió a crepitar, y mientras Chavasse daba media vuelta para escapar comprendió que al perro le habían quitado el bozal, porque ladraba a la vez que se arrojaba al agua.
No disponía de mucho tiempo, acaso un minuto o minuto y medio máximo, antes de que se le abalanzase y le derribara. Hurgó febrilmente en su cinturón mientras avanzaba a trompicones. Había una técnica para luchar con perros grandes, pero su aplicación satisfactoria dependía enteramente de mantenerse sereno y tener mucha suerte en los primeros segundos del ataque.
Se quitó el cinturón, enlazando un extremo en cada mano, se volvió y esperó, tendidas las manos rectamente al frente, tenso el cinturón.
El perro alsaciano surgió de la neblina corriendo y patinó brevemente al detenerse. Casi en el mismo instante, se abalanzó, con las fauces abiertas. Chavasse empujó el cinturón y el viejo truco surtió efecto como un hechizo. El perro alsaciano aprisionó entre sus mandíbulas el cinturón, rasgando sus dientes el cuero. Chavasse tiró hacia arriba con todas sus fuerzas, obligando al perro a sostenerse sobre sus cuartos traseros y le asestó un golpe bestial con el pie en el vientre.
El alsaciano rodó por el suelo y volvió a asestarle puntapiés en los costillares y la cabeza. Aullaba de manera horrible, retorciéndose en el fango. Ahora aparecieron los dos chinos, mientras Chavasse se volvía y emprendía de nuevo la fuga.
Silbó un disparo y en algún lugar próximo se oyó un bramido de dolor. Los toros. En la tensión del momento se había olvidado de los toros. Sonó un súbito pisoteo y apareció uno de ellos, manando sangre por una herida en una pata.
Chavasse se zambulló hacia la protección de un macizo de juncos y cayó boca abajo, mientras los pesados cuerpos de los toros hacían trepidar el suelo fangoso. Hubo un grito de espanto, estalló un disparo y alguien chilló. Cuando Chavasse alzó la cabeza, vio a un toro semental sacudiéndose bajo la lluvia, con uno de los chinos colgando de la testuz, empalado en el cuerno derecho. El toro dio otra sacudida más fuerte para liberarse del hombre, y ahora volvió a cornearle en el suelo.
Se escucharon más disparos por algún otro lugar en la niebla, y después un alarido de terror. Chavasse ya había visto y oído lo suficiente. Salió de los juncos y entró en el agua. Poco después, alcanzaba otro pedazo de tierra seca, comprobó su brújula y empezó a dirigirse al Sudoeste en dirección a Hellgate.
Le costó cerca de una hora llegar al punto ventajoso, desde el cual él y Darcy habían avistado la casa aquella madrugada. Se acurrucó entre los juncos y atisbó a través de la laguna. La niebla se había espesado y todo era indistinto, confuso y fantasmal, más que nunca semejante a un lóbrego paisaje ruso.
Por entonces, L'Alouette estaría ya amarrada en un lugar al otro lado de la isla detrás de la casa, y si algo se debía hacer, sería a partir de allí.
A su izquierda, los juncos desfilaban hasta el agua gris, suministrando la cobertura necesaria para quizá la mitad de la distancia. La aproximación final tendría que ser a campo abierto. No había otro modo.
Seguía calzando las botas de agua que le había facilitado Malik, y ahora se sentó y se las quitó. Debajo llevaba un par de calcetines y unos pantalones tan húmedos que se le adherían como una segunda piel. Se movió hacia la línea de juncos y vadeó el agua manteniéndose encorvado. Por vez primera desde que había saltado desde la borda de L'Alouette, sintió frío, un intenso frío, y tembló incontrolablemente mientras el agua iba ascendiendo. Y entonces sus pies perdieron el contacto con el fondo y empezó a nadar.
Se detuvo al final de los juncos, flotando. Le quedaban unos cincuenta metros de agua clara que recorrer. Efectuó un par de hondas aspiraciones, se zambulló y empezó a nadar. Cuando emergió en busca de aire, estaba ya a medio camino. Se tendió boca arriba lo más sigilosamente posible, para descansar unos momentos antes de volver a zambullirse.
En un tiempo muy breve, su cuerpo rascó el negro fango del fondo al acercarse a la isla y asomó la cabeza hasta que pisó tierra en el refugio de una línea de matorrales.
Se acurrucó allí bajo la lluvia, jadeando para recuperar el aliento, después se incorporó y avanzó con suma cautela por el jardín abandonado hacia la casa. No se oía el menor ruido ni señal de vida. Nada, y le acometió una extraña especie de pánico. ¿Y si se habían ido ya? ¿Y si Rositer había decidido escapar cuando aún estaba a tiempo? Y entonces apareció Famia Nadeem, en el otro extremo del sendero cubierto de hierba que él seguía.
Ella calzaba botas de caucho hasta las rodillas y un viejo abrigo de marino, con la capucha levantada. Era la misma y, no obstante, no lo era, de un modo extraño parecía una persona diferente. Caminaba con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo de lana azul, con expresión seria. Chavasse esperó hasta tenerla a su alcance y, saliendo de los matorrales, le tocó en el hombro.
La expresión de la chica era de inmensa incredulidad. Con los ojos dilatados, la boca abierta como si quisiera gritar sin lograrlo, hasta que, por fin, aspiró hondo, trémula.
-No pude creerlo cuando Rossiter dijo que estaba usted vivo.
-¿Está aquí? ¿Le ha visto?
Ella asintió:
-Regresaron en el otro barco hará cosa de una hora con el señor Jones, aunque no se llama ya así, ¿verdad?
Chavasse apoyó una mano en el hombro de la joven hindú.
-¿Lo pasó mal?
-¿Mal? -Parecía casi sorprendida-. Es un término relativo, pero no debemos continuar aquí hablando. Va a pillar una pulmonía. Tras aquellos árboles hay una glorieta medio en ruinas. Espere allí. Le traeré ropa seca, y entonces decidiremos lo que se puede hacer.
Desapareció como un fantasma y él permaneció mirándola alejarse a través de la mansa lluvia, consciente de que estaba agotada, como vacía de todas sus fuerzas. Dios sabía lo que Rossiter había hecho con ella, pero era evidente que fue tratada duramente, debía de haber sido así para que se produjera un cambio tan profundo con tal rapidez.
La glorieta le recordó su infancia. El tejado estaba agrietado y la mitad de los tablones faltaban en el entarimado. Se dejó caer sentado contra el tabique bajo la ventana cuarteada. Él solía jugar en un lugar semejante hacía ya mil años.
Cerró los ojos, cansado hasta la médula de los huesos. Una tabla crujió. Cuando alzó la vista, Rossiter estaba allí pistola en mano, con Famia a su lado.
El rostro de la chica estaba sereno, completamente impávido, puro como la pintura de una Madonna medieval.