11. PASOS EN LA NOCHE

Navegaron con un tiempo tan excelente que tan sólo eran las nueve y media de la noche cuando llegaron a las proximidades de Sainte Denise. Había una pequeña ensenada marcada en la carta náutica, aproximadamente a un cuarto de milla al Este, con un canal de gran calado y Chavasse decidió penetrar en ella.

No pudo haber elegido mejor. La ensenada formaba un círculo casi completo de no más de un centenar de metros de diámetro y resguardada por altos acantilados que proporcionaban un excelente refugio contra el mar. Echaron el ancla y bajaron a la cámara.

Chavasse colocó su maletín de viaje sobre la mesa, lo abrió y empujó un par de fajos de billetes franceses hacia Darcy.

-La mitad para ti, la otra para mí. Por si acaso.

-Equivale casi a estar a sueldo yo también.

Darcy guardó el dinero en un bolsillo interior y Chavasse pulsó una presilla oculta y quitó el falso fondo del maletín, descubriendo un compartimiento interior. Dentro, expertamente encajadas, había una "Smith-Wesson 38 Magnum", una automática "Walther PPK" y una metralleta desmontada.

Darcy silbó suavemente.

-¿Qué es eso? ¿La Ley Seca?

-No hay nada como estar preparado para lo que se presente. -Chavasse le tendió la "Smith-Wesson"-. Garantizada contra todo tipo de encasquillamiento.

Viene a ser casi el mejor detenedor de hombres que conozco. -Se guardó la "Walther" en el bolsillo, y volvió a colocar el falso fondo en el maletín que encerró en un cajón bajo la mesa-. Y ahora vayamos en pos del acto más interesante de la noche.

Remaron hacia la playa en el bote de fibra de vidrio, lo vararon y escalaron un acantilado por un estrecho sendero. El cielo tenía una tonalidad negroazulada y cada estrella brillaba como fuego blanco. No había luna y, sin embargo, una extraña luminosidad colgaba sobre todos los relieves, proporcionando una visibilidad mucho mayor de lo que podía esperarse razonablemente en tales circunstancias. Avanzaron a través de pinares diseminados y pronto llegaron a un punto desde el cual podían ver bajo sus pies Sainte Denise.

Brillaba una luz aquí y allá por las casas de campo y algunas en las ventanas de la planta baja de la posada de "El Corredor".

-¿Cómo piensas tocar este asunto? -preguntó Darcy.

-De oído -repuso Chavasse-. Estrictamente de oído. Veamos primero cuántos invitados hay en la reunión nocturna.

Bajaron por la ladera de la colina, se abrieron paso a través de un seto y continuaron por un estrecho sendero comarcal que pronto les llevó hasta las afueras del pueblo. Allí, las casas estaban muy espaciadas entre sí, cada una con su propio huerto cultivado.

Rebasaron la primera casa, y al irse aproximando a la segunda, Darcy tocó en el brazo a Chavasse.

-Aquí vive Mercier, ¿o ya lo sabías?

-Pues resulta interesante -Susurró Chavasse-. Echemos un vistazo.

Avanzaron por el patio empedrado con guijarros y se agazaparon junto a la ventana. La luz llegaba fuera con dedos dorados rompiendo la oscuridad y a través de una rendija en la cortina pudieron ver a Mercier sentado tras la mesa de la cocina, con la cabeza inclinada y una botella de coñac y un jarrillo ante él.

-No tiene aspecto muy alegre -susurró Darcy.

Chavasse asintió.

-¿No dijiste algo acerca de su esposa medio inválida?

-Así es. No se ha levantado de la cama desde hace cuatro años.

-Entonces no es probable que pueda interponerse si actuamos con el menor ruido posible. Llama a la puerta y piérdete de vista. Yo me encargo de él.

Mercier tardó en responder a la llamada y sus pasos se arrastraron pesadamente por el suelo de piedra. Abrió la puerta y miró al exterior, dio un paso hacia delante, con ansiosa y expectante expresión en el rostro. Chavasse aplicó suavemente el cañón de la pistola en su sien.

-Un solo grito y eres hombre muerto, Mercier. Vamos, adentro.

Mercier retrocedió y Chavasse entró seguido de cerca por el jamaiquino. Cerró la puerta y Mercier miró a uno y a otro y rió roncamente.

-Una sorpresa para Jacaud. Me dijo que los dos habían muerto.

-¿Dónde está ahora?

-En la posada invitando a sus compinches del pueblo.

-¿Y Rossiter?

Mercier alzó los hombros.

-Regresaron esta mañana poco antes del mediodía en el barco del inglés.

-¿Un inglés llamado Gorman?

Mercier asintió.

-Hemos hecho muchos negocios con él. Va y viene constantemente.

-¿Y qué pasa con las autoridades?

-¿Por estos andurriales, señor? -Mercier se encogió de hombros-. La gente se ocupa sólo de sus propios asuntos.

-¿Qué sucedió con Rossiter y los otros? ¿Siguen todavía en la posada?

Mercier negó con la cabeza.

-El señor Rossiter se marchó después del mediodía en el "Renault". Se llevó a la muchacha india y al chino con él. El chino llevaba un gran vendaje en la cara.

-¿Qué aspecto tenía la muchacha?

-¿Qué aspecto podía tener, señor? Siempre igual de bonita.

-No quise decir eso. ¿Parecía asustada..., asustada de estar con Rossiter?

Mercier volvió a negar con la cabeza.

-Todo lo contrario, señor. Le miraba como si él fuese... -Pareció hallar dificultad en encontrar el calificativo adecuado-. Como si él fuese...

-¿Dios? -sugirió Darcy Preston.

-Algo parecido, señor.

Estaba extrañamente sereno, sin temor visible, y contestaba categórico. Chavasse prosiguió:

-¿Dónde fueron?

-No tengo la menor idea.

-Vamos, vamos, Mercier, puede darnos mejores respuestas. Para empezar, mencionaremos Helgate y Montefiore... No me diga que nunca oyó hablar de eso.

-Desde luego que sí, señor. He oído esos dos nombres en varias ocasiones... Retazos de conversación entre Jacaud y el señor Rossiter, pero eso es todo. Para mí, son nombres y nada más.

Estaba diciendo la verdad, pensó Chavasse, lo cual parecía carecer de sentido.

-¿Qué ha sucedido, Mercier? -preguntó casi afablemente-. Es usted un hombre distinto. Mercier dio media vuelta en silencio, fue hacia una puerta, la abrió y se apartó a un lado.

-Señores -invitó con un leve ademán desesperanzado.

Chavasse y Preston avanzaron hasta llegar al dintel y miraron al interior de un pequeño salón de estar.

Un ataúd de lisa madera estaba sobre la mesa, con un cirio a cada lado.

Chavasse cerró lentamente la puerta.

-¿Su esposa?

Mercier asintió.

-Ni un día sin dolores durante cuatro años, señor, y sin embargo, ella nunca se quejó, aunque sabía que sólo podía haber un final. Lo intenté todo. Buenos médicos desde Brest, medicinas caras... Todo para nada.

-Todo lo cual debió de costarle dinero.

-¿Y por qué cree usted que acabé trabajando para un animal como Jacaud? Por mi Nanette, sólo por mi Nanette. Fue por ella por lo que soporté tanto horror. Fue por ella, solamente por ella, por lo que mantuve cerrada la boca.

-¿Está diciéndome que temió por su vida?

Mercier meneó la cabeza.

-No, señor, por temor a la vida de mi esposa, de lo que podía ese diablo de

Rossiter hacerle a ella. -¿Le amenazó con eso?

-Para mantenerme callado. Tenía que hacerlo, señor, sobre todo después de una travesía de hace algunas semanas cuando navegué en el Leopard como marinero de cubierta.

-¿Qué sucedió entonces?

Mercier titubeó y Chavasse añadió:

-Déjeme decirle lo que sucedió después que zarpamos de aquí anoche. El

Leopard se hundió en el Canal. ¿Se lo dijo Jacaud?

-Dijo que sufrieron un accidente. Que el motor había reventado y que el resto de ustedes habían muerto.

-Él y Rossiter nos dejaron encerrados en la cámara para que nos ahogásemos

-dijo Chavasse-. La mujer y el anciano murieron intentando llegar a nado a la costa.

Mercier mostró una expresión sinceramente escandalizada.

-Dios mío, son animales, no hombres. Tan sólo hace unas semanas, señor, en la ocasión de que antes hablé, fuimos avistados desde el litoral inglés por una lancha torpedera británica. Llevábamos en aquella ocasión un solo pasajero... Un viaje especial por alguna razón -se volvió hacia Darcy-. Un antillano como usted, señor.

El rostro del jamaiquino se tensó visiblemente y pareció indispuesto.

-¿Qué sucedió?

-Rossiter dijo que nos condenarían a siete años si éramos atrapados con él a bordo. Lo arrojó por la borda envuelto en cadenas y estaba todavía vivo. Todavía vivo. Algunas veces, en mis sueños, puedo todavía ver la expresión de sus ojos cuando Rossiter le colocó sobre la barandilla.

Darcy, con los ojos cerrados, indagó:

-¿Y le dijo que mataría a su esposa si no guardaba usted silencio?

-Así fue, señor.

Darcy giró de pronto sobre los talones, abrió violentamente la puerta y salió.

Mercier mostró una expresión asombrada y Chavasse dijo en voz baja: -Era su hermano, su hermano, Mercier. Hemos venido a ajustar cuentas.

¿Quiere ayudarnos?

Mercier cogió una pelliza de detrás de la puerta y se la puso.

-Lo que sea, señor.

-Bien. Eso es lo que usted va a hacer. Esperar junto a la posada y acechar el puerto. No tardará mucho en ver al Mary Grant entrando. ¿Conoce el barco?

-Desde luego, señor. Es el barco de Gorman. -Entrará usted en la posada y le dirá a Jacaud que Gorman ha regresado y que le está esperando con toda urgencia en el embarcadero.

-Asegúrese de que otras personas le oigan decirle esto.

-¿Y después?

-¿Tiene usted un barco de su propiedad?

-Un viejo ballenero con un motor diesel.

-Bien... Cuando abandonemos el puerto, iremos a una bahía llamada Panmarch.

¿La conoce?

-Lo mismo que conozco palmo a palmo esta costa.

-Le esperaremos allí. -Chavasse le palmeó el hombro-. Vamos a acabar con él, con ese animal de Jacaud, ¿eh, Mercier?

Los ojos de Mercier brillaron ardientes, a causa del odio acumulado durante años. Salieron juntos de la casa.

Había una docena de pescadores en el bar cuando Mercier entró en la posada y Jacaud estaba presidiendo el coro de aduladores. Se apretujaban en torno a él mientras escanciaba vino tinto de un jarro de barro dejando un rastro como de sangre en el mostrador mientras la vieja mujer que trabajaba para él mantenía muy apretados los labios.

-¡Gratis! -bramaba Jacaud-. Todo el gasto corre por mi cuenta. Por la mañana estaré lejos y nunca volveréis a ver al viejo Jacaud.

Mercier tuvo dificultad en abrirse paso hasta el mostrador, pero cuando Jacaud le vio, le acogió con efusión.

-Mercier, viejo amigo, ¿dónde has estado escondido?

Su habla era estropajosa y tenía toda la apariencia de estar borracho. Mercier sintió instantáneamente sospechas, ya que nunca le había visto borracho por más licor que ingiriese.

-Tengo un mensaje para usted -declaró en voz muy alta-. Del señor Gorman.

Varias cabezas giraron interesadas y Jacaud frunció el ceño, instantáneamente sobrio.

-¿Gorman? ¿Está aquí?

-En el malecón. Acaba de entrar con el Mary Grant. Jacaud depositó el jarro sobre el mostrador e interpeló a la vieja. -Sírveles a todos ellos. -Salió de detrás del mostrador y pasó junto a Mercier-.

Vamos allá.

Fuera, un leve viento soplaba desde el mar y agitaba las ramas de los pinos.

-¿Dijo qué quería? ¿Problemas?

Mercier se encogió de hombros.

-¿Por qué iba a decirme nada, señor Jacaud? Yo soy una persona sin importancia. No me explicó nada.

Jacaud le echó una fiera ojeada, sorprendido, al observar una nueva beligerancia en su voz, pero ahora no podía perder tiempo en indagaciones. Al final de la calle,

Mercier se detuvo.

-Aquí le dejo, señor.

-¿Vuelves a tu casa?

-Eso es.

Jacaud intentó inyectar algo de entonación amistosa en su voz.

-Más tarde pasaré a verte, si puedo, después de enterarme de lo que quiere

Gorman. Me gustaría arreglar las cosas contigo ahora que voy a irme del pueblo para siempre.

-Como usted quiera, señor.

Mercier desapareció en la noche, y Jacaud continuó su camino, andando rápidamente, con ni siquiera el menor indicio de embriaguez en su actitud. Lo único que le sucedía es que estaba preocupado, ya que carecía en absoluto de inteligencia. Rossiter le había dejado instrucciones estrictas sobre lo que tenía que hacer y Gorman no figuraba en ellas.

El Mary Grant esperaba amarrado junto al embarcadero, con sus motores ronroneando suavemente. Bajó la escalera hasta cubierta y se detuvo inseguro. Hubo un movimiento dentro de la timonera y él avanzó rápidamente.

-¿Gorman? -llamó con voz ronca.

Llegó a la puerta abierta y el corazón pareció dejar de latir, ya que la cara que le estaba mirando fríamente desde la oscuridad, separada del cuerpo a la luz de bitácora, era una cara que nunca pensó volver a ver en toda su vida.

Chavasse sonrió, pero la sonrisa resultaba siniestra.

-Entra sin rodeos, Jacaud.

Jacaud dio un paso atrás y la boca del cañón de una pistola le tocó en la sien. Giró la cabeza sin darse cuenta y se encontró mirando directamente a Darcy Preston.

El sudor brotó de su frente, frío como la muerte, y empezó a temblar, porque lo que estaba viendo no podía ser verdad. Se desplomó contra la puerta lanzando un gemido, y el Mary Grant abandonó el embarcadero con toda la potencia de sus motores y salió a mar abierta.

Cuando anclaron en la bahía de Panmarch, Jacaud ya no creía en fantasmas, sólo en milagros, y un milagro era algo que le podía suceder a cualquiera. Su terror había sido remplazado por el furor y esperaba ansiosamente su oportunidad de golpear. Se le presentó cuando Mercier llegó y amarró a un lado en su viejo ballenero. Preston fue a coger el cabo que le arrojaba, dejando la vigilancia a cargo de Chavasse que de pronto pareció confiarse excesivamente. Jacaud alargó ambas manos hacia la pistola que empuñaba Chavasse, quien, anticipándose al intento, se apartó a un lado y le asestó un culatazo en la cabeza.

El golpe habría aturdido a cualquier otro hombre, enviándole de rodillas donde permanecería varios minutos. Jacaud simplemente rodó sobre un hombro, se puso en pie de un salto y se abalanzó hacia la barandilla. Darcy adelantó una pierna, le puso la zancadilla y Jacaud cayó ruidosamente de bruces.

Cuando se puso en pie, vio que el jamaiquino se había quitado la chaqueta.

-Vamos, venga, Jacaud -le retaba-. Veamos si sabes pelear.

-Simio negro. Puerco simio negro.

Jacaud embistió como un tornado, agitando sus enormes brazos, avanzadas las manos para destruir y empezó a encajar la mayor paliza de su vida, mientras Darcy le iba destrozando con científica exactitud que imponía por su precisión. El jamaiquino en acción era algo asombroso y el odio le añadió una ventaja adicional.

Jacaud pudo colocar dos o tres golpes, pero todo lo demás que lanzó sólo agitaba el aire. A cambio, fue sometido a un martilleo concentrado de puñetazos que tenían efectos devastadores, haciéndole caer de rodillas una y otra vez hasta que finalmente un gancho de derecha lo derribó de espaldas.

Quedó tendido, jadeando en busca de aire, y ahora el jamaiquino hincó una rodilla a su lado.

-Y ahora, Jacaud, vas a contestar algunas preguntas, rápida y adecuadamente.

-¡Cerdo negro! -jadeó Jacaud intentando escupir. Chavasse levantó a Darcy. -Tómate un poco de descanso. Déjame probar a mi estilo. -Encendió un cigarrillo y exhaló una larga voluta de humo-. Aquí todos te odiamos, Jacaud. El jamaiquino porque tú y Rossiter ahogasteis a su hermano hace unas semanas. Mercier, porque le arrastraste a la fuerza en la porquería contigo. Yo, porque no me gusta tu olor. Eres un animal, algo digno de estar bajo una piedra y no experimentaría la menor vacilación en matarte que la que sentiría pisando una babosa. Y ahora que ya sabemos nuestras respectivas posiciones, vamos a probar de nuevo. ¿Dónde ha ido Rossiter?

La respuesta de Jacaud fue obscena, aunque incomprensible.

-Ponte en pie -le ordenó Chavesse.

Jacaud titubeó y Mercier le asestó un puntapié en el costado.

-Ya oíste al caballero.

Jacaud se incorporó reacio, y Chavasse tendió un rollo de cuerda.

-Átele las muñecas, Mercier.

Jacaud no se molestó en resistirse, ya que era inútil.

-Pueden hacer lo que quieran, pero no conseguirán obligarme a hablar. Primero les veré a todos en el infierno.

Lanzó obscenidades durante algún tiempo, pero Chavasse le ignoró, dirigiéndose a popa donde estaban empotrados los sillones giratorios para la pesca mayor, así como la cabria y el cuadernal de poleas equipado para izar atunes o tiburones.

-Traedlo aquí.

Darcy empujó a Jacaud hacia delante. Chavasse le obligó a dar media vuelta y enlazó sus ligaduras en el gancho terminal de un cable de la polea.

-¡Eh! ¿Qué es esto? -quiso saber Jacaud. Chavasse indicó a los otros dos.

-Ízenlo.

Mientras el jamaiquino y Mercier accionaban entre los dos el largo mango de la cabria, Jacaud notó que sus pies abandonaban la cubierta y en un momento estuvo suspendido en el aire. Empezó a forcejear, pateando furiosamente, y Chavasse empujó la cabria sobre el agua. Jacaud quedó colgando fuera de la borda, maldiciendo, y Chavasse hizo otro intento.

-¿Dispuesto a hablar, Jacaud?

-¡Al demonio contigo! ¡Al diablo con todos vosotros!

Chavasse asintió. Darcy soltó la polea y Jacaud desapareció bajo la superficie del agua. Chavasse le concedió todo un minuto comprobándolo en su reloj, y entonces hizo una seña, y Darcy y Mercier giraron la manivela y lo izaron.

Jacaud colgaba justamente detrás de la barandilla, jadeando mientras trataba de aspirar aire. Empezó a toser y después vomitó.

-Jacaud, Hellgate y Montefiore. Quiero saber todo lo referente a los dos.

Jacaud le insultó, pataleando furiosamente. Chavasse se volvió, hizo una seña, implacable y frío el rostro, y el cabrestante chirrió de nuevo.

Esta vez cronometró minuto y medio, y cuando Jacaud reapareció, apenas se movía. Chavasse le atrajo hacia sí y, al cabo de unos instantes, la cabezota del asesino se alzó y abrió los ojos.

-Hellgate -graznó-. Es una casa de la Camarga, cerca de un pueblo llamado Chatillon. Su dueño es el señor Montefiore.

-¿Y allí es donde han ido Rossiter y los demás? -Jacaud asintió débilmente-. Y Montefiore, ¿está allí ahora?

-No lo sé. Nunca le he visto. Sólo sé lo que Rossiter me ha dicho.

-¿Por qué no te fuiste con los demás?

-Rossiter quería que yo me encargase de Mercier... Creía que sabía demasiado y él deseaba que cuando me marchara no hubiese nadie que pudiera contestar preguntas. Solamente tenía arrendada la posada. El alquiler termina dentro de un par de meses, de todos modos, o sea que se la traspasé a la vieja bruja que trabaja conmigo. Les dije a todos que me iba mañana a Córcega. Que había heredado una granja de un pariente lejano.

Chavasse asintió lentamente.

-Por consiguiente, ¿tenías que matar a Mercier, no?

Jacaud empezó a toser y lanzó un extraño grito entrecortado. Su cuerpo se retorcía como si estuviera sufriendo, y Mercier y Darcy lo arriaron a cubierta rápidamente. Mercier se arrodilló y aplicó una oreja contra el pecho de Jacaud. Alzó la mirada y anunció en tono grave:

-Ha muerto, señor. Debió de fallarle eso que llaman corazón.

-Esperemos, pues, que haya dicho la verdad -comentó Chavasse con tranquilidad-. Quítele las ligaduras y colóquelo en la cámara.

Se volvió y Darcy le cogió del brazo.

-¿Eso es todo lo que se te ocurre decir, por Dios santo? Acabamos de matar a un hombre.

-De un modo u otro, era su destino bien merecido -replicó Chavasse-. Nadie se afligirá ni estamos para pésames.

Se soltó el brazo y pasó a la timonera. Estaba examinando la carta náutica cuando se reunieron los otros con él.

Necesito un canal con fondo suficiente -le dijo a Mercier-. Con suficiente fondo para que se hunda el Mary Grant sin dejar rastro.

Mercier suspiró.

-Una pena, señor. Es un barco precioso.

-Sería peligroso conservarlo. Hay que hundirlo -dijo Chavasse-. ¿Dónde sugiere usted?

Mercier examinó la carta durante unos instantes y señaló con el índice sobre un grupo de rocas señaladas como peligrosas a unas seis millas.

-Los Pinnacles, señor, han tragado muchos barcos en otros tiempos. Se amontonan en un foso a unos trescientos metros de profundidad. Cualquier cosa que se hunda allí, permanecerá para siempre allí, créame.

-Entonces ése es el lugar más adecuado -asintió Chavasse-. Precédame con su embarcación. Le seguiré. Ve con él, Darcy.

-Me quedo aquí -dijo el jamaiquino. Chavasse meneó la cabeza.

-No hay motivo. Esta clase de trabajo puedo hacerlo solo.

-Dije que me quedaba. -La voz de Darcy era destemplada-. Y eso es lo que voy a hacer.

Se alejó hacia la proa y permaneció allí con las manos en los bolsillos y los hombros encorvados.

-Me parece que no se siente satisfecho, señor -comentó Mercier-. Lo cual me sorpren de. Al fin y al cabo, le hicieron lo mismo a su hermano.

-Eso es precisamente lo que le está incomodando -manifestó Chavasse-. No es un animal cazador, Mercier. Y ahora pasemos a la acción. No nos sobra el tiempo.

Los Pinnacles, a primera vista, eran como manchas de agua blanca en la distancia. Al irse aproximando, la turbulencia aumentó, y Chavasse percibió los grandes surtidores de espuma que se elevaban en la noche.

Los Pinnacles, en sí mismos, formaban un diseminado grupo de rocas dentelladas que en algunos casos estaban cubiertas siempre por las aguas y en otros se elevaban unos seis metros por encima del oleaje. Cuando Mercier silbó agudamente y agitó los brazos, que era la señal convenida, Chavasse paró los motores y llamó a Darcy. El abogado había estado esperando en la escotilla de proa, con un hacha de incendios. Ahora se dejó caer dentro y comenzó a abrir una serie de brechas en la proa. Cuando reapareció, el barco estaba ya hundiendo la punta de quilla y Darcy se hallaba totalmente empapado.

Chavasse tomó un salvavidas de corcho que llevaba el nombre del barco y lo arrojó por encíma de la borda al irse aproximando al costado de la barca de Mercier.

-Perdido en el mar -dijo Chavasse-. Hundido con todos sus tripulantes. Nadie volverá a ver nunca más a Jacaud.

-¿Y Gorman? -preguntó Darcy.

-Lo creas o no, muchas personas que se zambullen en el Canal nunca vuelven a reaparecer. Incluso si alguien encuentra los restos que quedan al cabo de unas pocas semanas todo encaja claramente.

-Tienes una mente muy ordenada -comentó Darcy.

-No se trata de nada tan complicado. Soy un profesional, y tú no. Así de sencillo.

La barca tocó de costado y saltaron a bordo. Mercier hizo describir a su barco un amplio círculo mientras observaban. El Mary Grant estaba ahora muy hundido de proa, con la popa elevándose fuera del agua. Cuando se fue a pique, desapareció tan rápidamente que si alguno de ellos hubiese cerrado los ojos por un momento no lo habría visto desaparecer. Las aguas formaron unos remolinos hasta volver a cerrarse del todo. Mercier puso el motor en marcha y el barco se alejó.

-¿Y ahora qué? -quiso saber Darcy Preston, dejándose caer en uno de los anchos asientos, con los hombros encorvados para defenderse de las rociaduras.

-Tomaremos el tren -dijo Chavasse-. Un tren con destino a Marsella, si lo hay. ¿Seguimos juntos o no?

Darcy asintió lentamente.

-Ya he llegado demasiado lejos ahora para retirarme. Te seguiré todo el camino.

-De acuerdo. -Chavasse se volvió hacia Mercier-. Llévenos a un lugar tranquilo en la costa, lo más cerca posible de Saint Brieuc. ¿Puede hacerlo?

-Ciertamente, señor.

Chavasse le ofreció un cigarrillo y le sostuvo un fósforo protegido por el hueco de sus manos.

-Mercier, tal vez hagan preguntas sobre Jacaud.

-Tal vez, señor, pero lo dudo. Anunció públicamente que se iba por la mañana. Todos pensarán que se marchó antes. En cualquier caso, fue visto salir a la mar en el Mary Grant. ¿Y dónde está ahora el Mary Grant? Quizá dentro de unos días aquel salvavidas será hallado por un pesquero o será arrastrado hacia algún punto del litoral. En definitiva, Henri Jacaud ha dejado de existir, señor.

-¿Y usted? ¿Qué hará?

-Enterraré a mi esposa, señor -repuso Mercier lacónicamente.