CAPÍTULO OCHO
Archer yacía en la cama del estrecho dormitorio de la cabaña. Apenas había dormido esa noche. Había sido un golpe para él comprender que estaba en manos de la Mafia y que Grenville estaba aún en una situación más difícil. Archer deseaba ahora con desesperación no haberse embarcado jamás en este plan de secuestro. La idea de sacarle dos millones a Helga había empañado su cautela. Hizo correr los dedos por su pelo ralo. Se dijo que había estado muy imprudente al mezclarse con un hombre como Mose Seigal, y totalmente loco por haber recurrido a un asesino como Bernie, con su historia de un secuestro simulado.
Se estremeció ante la idea de decirle a Helga que el rescate se había elevado ahora a diez millones de dólares. ¿Cómo reaccionaría ella? Por supuesto, contaba con los medios para pagar. ¿Pero llegaría a tanto su fascinación por Grenville? ¿Y si trataba de engañarlo? ¿Y si incluso se negaba? ¿Y si esos asesinos le cortaban una oreja a Grenville y lo obligaban a llevársela a Helga?
¡Esto era inimaginable! ¡No podía llegar a suceder! ¡Debería convencerla para que pagara!
Tuvo ganas de hacer su valija, abandonar a Grenville y escapar de Suiza camino de Inglaterra; pero Bernie había previsto que se podía escapar. Sin su pasaporte, no podía irse.
Se retorció y dio vueltas en la cama con el rostro bañado de sudor. Ahora, si es que podía confiar en Bernie, sólo conseguiría quinientos mil dólares. Un millón parecía algo seguro, pero quinientos mil podían cortar sus planes por la mitad. ¿Y si cuando Helga pagara, Bernie se riera de él y no le diera nada? ¡Ésta era una posibilidad bastante probable!
Con el corazón latiéndole pesadamente, Archer se levantó de la cama y fue hacia el baño. Mientras se afeitaba se observó en el espejo. Su rostro obeso tenía la blancura de la cera y los ojos estaban cercados de ojeras por la falta de sueño. Su mirada de desesperación y de derrota, como la marca de la lepra, estaba allí, para que todos la vieran.
Se puso a buscar una camisa limpia y, finalmente, la encontró en una de sus valijas: tenía el cuello deshilachado y le faltaba un botón en uno de los puños. Se sintió viejo y haraposo. Debía rehacerse, se dijo. No debía permitir que Helga tuviera la menor sospecha de que estaba en problemas. La conocía tan bien. Era despiadadamente dura cuando sabía que la ventaja estaba de su parte.
Luego hizo algo que nunca antes había hecho a esa hora de la mañana. Fue hasta el placard y sacó la botella de whisky. Se sirvió un trago abundante y se lo tomó. Luego se sirvió otro, y con el vaso en la mano fue a sentarse, sintiendo que el whisky se desplazaba dentro de él, fortaleciéndolo.
El segundo trago lo puso un poco borracho; pero, al menos, se sintió con mucha más confianza.
A las diez y quince sonó la campanilla del teléfono.
Era Bernie.
— Dentro de unos pocos minutos, Mr. Archer, estará negociando de parte mía con la Rolfe. Confío en usted. ¿Piensa que tendrá problemas?
─No lo sé. Ella es difícil.
— Se me ocurrió que sería una buena idea que Mr. Grenville la llamara. Está un poco nervioso y puede resultar muy convincente. En realidad, Mr. Archer parece muy preocupado por la posible pérdida de una oreja. Por eso le sugiero que llegue a la villa a las once en punto; a la media hora, haré que Mr. Grenville vaya al teléfono. Puede hacer las cosas más fáciles para usted.
Archer vaciló, pero se dio cuenta de que necesitaría toda la ayuda que pudiera conseguir. Dijo:
─Sí, hágalo.
─Entonces, a las once y media Mr. Grenville la va a llamar — Bernie colgó.
Archer comenzó a recorrer el pequeño living-room. Si Grenville se comportaba en el teléfono tan histéricamente como lo había hecho el día anterior, Archer pensaba que toda posible resistencia de Helga ante la nueva demanda quedaría demolida. Siempre dando por supuesto que estuviera tan enamorada de Grenville como éste proclamaba. Archer comenzó a tener esperanzas de que ella pagaría pero no de que Bernie le daría algo cuando la transacción terminara.
Bernie había pedido billetes en efectivo. Animado por el whisky, Archer súbitamente sonrió. ¡No! No le pediría a Helga dinero en efectivo. ¡El dinero debería ser depositado en su propia cuenta numerada, donde Bernie no podría meter sus manos! ¡Ésta era la forma de manejarlo! Con esto, tendría a Bernie bajo control. Bernie no se atrevería a hacerle nada en tanto el dinero estuviera en su propia cuenta. Estaría en una posición fuerte para negociar con Bernie. ¡Diez millones de dólares! Le daría cinco a Bernie y se quedaría con cinco para él. Con magnanimidad, decidió que le daría a Grenville un millón de su propia tajada.
Archer emitió una risita de borracho. Miró su reloj. Era tiempo de salir. Tambaleándose un poco, salió de la cabaña y subió al Mercedes. Para el momento en que llegó a villa Helios estaba bastante más sobrio y mucho menos confiado. Dejando el Mercedes en el camino, ascendió hasta la puerta del frente y apretó el timbre.
Se produjo una larga pausa. La puerta del frente se abrió y Hinkle lo inspeccionó.
─Hola, Hinkle — dijo Archer, forzando una amplia sonrisa —. Creo que Madame Rolfe me está esperando.
─Así es — dijo Hinkle, cortante —. Le mostraré el camino.
Siguiendo la ancha espalda de Hinkle, Archer atravesó el living-room y salió a la terraza.
Helga, usando anteojos oscuros, yacía en una reposera; una copa de martini con vodka estaba apoyada en una mesa que había a su lado.
─Mr. Archer, señora —anunció Hinkle.
Sin darse vuelta, Helga señaló una silla. Hinkle acomodó la silla de modo que cuando Archer se sentara, estuviera frente a Helga, con el sol dándole en los ojos.
─Puede retirarse, Hinkle —dijo Helga.
─Sí, señora —dijo Hinkle, y se marchó.
─Bueno, Helga —dijo Archer. Dando vuelta la silla de
modo que el sol no le diera en los ojos, se sentó. — Luces espléndida, como siempre.
La opacidad de sus anteojos para el sol le molestó.
Sus ojos, que él conocía por experiencia, reveladores de sus sentimientos, estaban ahora ocultos para él.
Ella no dijo nada ni se movió. Sus manos descansaban sobre la falda. Parecía completamente relajada.
Archer se aclaró la garganta.
—Tengo malas noticias, Helga — comenzó —. Primero, quiero que comprendas que estoy representando a mi cliente y que lo que tengo que decirte lo hago siguiendo sus instrucciones. — Esperó. Como ella permanecía en silencio, prosiguió: — Mi cliente se ha dado cuenta de lo rica que eres. Uno de sus amigos de la Mafia acaba de cobrar siete millones de dólares por devolver a la víctima de un secuestro. Mi cliente ha elevado el rescate. Quiere diez millones de dólares para para devolver a Grenville.
Helga permanecía inmóvil y silenciosa. Después de una larga pausa, Archer, transpirando, preguntó incómodo:
─ ¿Escuchaste lo que dije?
— No soy sorda —replicó Helga. Y la dureza de su voz lo sobresaltó.
— Bueno, eso es todo. Te aseguro que no es cosa mía. ¿Qué dices? ¿Estás dispuesta a pagar diez millones de dólares para tener de vuelta a Grenville?
Helga se removió en su silla; eran los movimientos de un gato desperezándose.
─ ¿Qué parte de ese dinero es para ti? — le preguntó.
— ¡Eso no es algo que te importe! —tronó Archer —. ¿Sí o no?
Ella dio vuelta la cabeza y él pudo sentir que lo estaba observando, oculta detrás de sus anteojos oscuros.
─ ¿Y suponiendo que fuese no?
¿Así que iba a fanfarronear? Su incomodidad aumentó.
─Eso es cosa tuya — le dijo —. Grenville está en manos
de gente depravada. Lamento tener que tratar con ellos. Si te niegas a pagar el rescate, le cortarán una oreja y me obligarán a traértela. Es una situación terrible para mí. Estoy en la misma trampa que Grenville. Te aseguro, Helga, que si quieres verlo de vuelta, tendrás que pagar.
Todavía mirándolo desde la sombra de sus anteojos para sol, ella dijo:
— ¿Estás en una trampa?
─Ya te lo he explicado. No sabía que estaba en tratos con
la Mafia —dijo Archer — . Son muy brutos. Me veo forzado a hacer lo que me dicen.
— Qué triste para ti —dijo Helga.
Él se sonrojó.
─ ¡Estamos perdiendo el tiempo! ¿Cuál es tu respuesta? ¿Sí o no?
Nuevamente Helga se removió como un gato que se despereza, luego tomó su copa y la terminó.
─ ¿Qué sabes de un hombre llamado Timothy Wilson? —le preguntó.
Sorprendido, Archer se quedó mirándola.
─ ¿Timothy Wilson? ¡No me interesa ningún Timothy Wilson! Te pregunto: ¿sí o no?
Helga tomó un cigarrillo y lo encendió.
─Había una época en que yo pensaba que tenías cerebro,
que eras perspicaz e inteligente. Desde entonces te has transformado en un estafador, un falsificador y un chantajista, y ahora, en un miembro de la Mafia. He llegado a considerarte como alguien que está más allá del desprecio.
Archer cerró sus puños.
— ¡Ahora escúchame! ¡Ya he tenido bastante de tus insultos! ¡Si quieres ver de vuelta a tu amante, deberás depositar diez millones de dólares en una cuenta en Ginebra! ¡Si no quieres volver a verlo, dilo!
Los labios de Helga se entreabrieron con una amarga sonrisa.
— Pobre y andrajoso Archer — le dijo —. ¡Qué estúpido puedes ser! Déjame que te hable de Timothy Wilson. Su padre era un pobre profesor de golf, quien, al menos, le enseñó a su hijo a jugar buen golf. Este chico tenía apariencia y ambiciones desmedidas. Aunque proclama haber ido a Eton y a Cambridge, en realidad dejó su casa a los dieciséis años y se fue a París como aprendiz en el Crillon Hotel. Allí aprendió francés, pero su trabajo no era satisfactorio. Se fue luego a Italia, donde trabajó como mozo en un pequeño restaurante de Milán y aprendió italiano. Tampoco allí su trabajo fue satisfactorio. Su mayor interés en la vida eran las mujeres. De Italia se fue a Alemania, como mozo en el Adlon Hotel, y aprendió alemán. Una mujer madura y rica se enamoró de él y le ofreció matrimonio. Se casaron y, durante dos años, vivió sin hacer nada, hasta que se cansó de ella. Encontró otra mujer vieja y rica que también le ofreció matrimonio y se casó con ella. Nuevamente se cansó de sus exigencias y se volvió a casar con otra vieja ricachona. Antes que todo esto ocurriera, Timothy Wilson cambió su nombre por Christopher Grenville.
Archer sintió una punzada. Comenzó a decir algo pero Helga prosiguió con su voz acerada, cortándolo en seco:
—Tengo el prontuario policial de Grenville. O Wilson. La policía alemana lo busca por bigamia.
Cuando Archer se desplomó en su silla, con la cara chorreada de sudor, oyó la campanilla del teléfono en el living-room.
─ ¿Todavía te parecen buenos tus cuatro ases? — le
preguntó Helga —. ¿Eso fue lo que dijiste, no? Que tenías los cuatro ases.
Hinkle salió a la terraza.
— Discúlpeme, señora, Mr. Grenville está en el teléfono, quiere hablarle.
Cuando Helga hizo un gesto de negación con la cabeza, la última migaja de esperanza que le restaba a Archer se desvaneció.
─No tengo ningún deseo de hablar con él —dijo.
— Muy bien, señora. —Hinkle regresó al living- room. En el pesado silencio que siguió, Archer oyó que Hinkle decía: "Madame no desea hablar con usted".
Entonces Helga se quitó los anteojos para sol y miró a Archer directamente a los ojos. El odio que brillaba en sus ojos lo asustó.
— ¡Vete! ¡No creo ni una sola de tus palabras! ¡La Mafia! ¡Ése es un mal chiste! Tú y ese despreciable bígamo inventaron este plan ridículo para sacarme dinero. Me dijiste que no lo conocías, mentiroso barato. La policía me ha dado pruebas de que fueron vistos juntos. ¡Fuera de mi vista! ¡Ni siquiera tienes inteligencia para engañar! ¡Vete!
Archer parecía estar a punto de tener un ataque cardíaco. Manoteó el cuello de su camisa en un esfuerzo por respirar.
Helga lo observaba con expresión pétrea.
Por fin, jadeante, Archer dijo:
— ¡Helga, debes escucharme! ¡Debes creerme! Te diré la verdad. Grenville y yo urdimos este plan para que pensaras que él había sido secuestrado. Yo tenía un contacto sospechoso en Ginebra y, estúpidamente, le pedí que me consiguiera dos hombres de confianza para simular el secuestro. ¡Te juro que te estoy diciendo la verdad! Una vez que tuvieron a Grenville, la cosa se transformó en un secuestro de verdad. Me han sacado el pasaporte. Me obligaron a venir a verte. ¿Grenville no significa nada para ti? —Sacudió sus manos con desesperación. — ¡Lo amabas! ¡A menos que pagues ese dinero, lo desfigurarán! ¡Son terriblemente crueles y depravados! ¡Helga, debes hacer algo para ayudarlo!
Helga encendió otro cigarrillo y Archer vio que sus manos estaban firmes.
— Sí, yo lo amaba — dijo con calma —, pero ahora eso terminó. ¿Cómo puede una mujer seguir amando a un tramposo, a un mentiroso, a un hombre tan degradado que se casará una y otra vez con mujeres viejas para vivir en el lujo? Su voz se volvió estridente, e inclinándose, con el rostro ardiente de furia, le gritó: — ¡No creo una sola de tus palabras sobre esa mentira de la Mafia! ¡Siempre fuiste un fullero barato! ¡Fuera! Puedes considerarte afortunado de que no los ponga a ti y a tu bígamo en manos de la policía. Pero te prevengo: si vuelves a acercarte a mí otra vez, te vas a arrepentir. ¡Ahora vete!
Hinkle apareció en la terraza y le tocó el hombro a Archer.
Casi llorando, Archer se puso de pie.
— ¡Helga, te juro que te estoy diciendo la verdad! — gritó —. Esta gente...
Con una fuerza sorprendente, Hinkle tomó el brazo de Archer, se lo retorció y lo empujó por la terraza hacia la puerta del frente.
Archer bajó tambaleándose la escalera y se metió en su auto. Hinkle lo observó partir y regresó a la terraza.
Con los puños apretados y los labios temblorosos, Helga le dijo trémula:
─Empaque, Hinkle. Me iré mañana.
─Eso será lo más cuerdo, señora.
La miró fugazmente, con expresión triste; luego fue hacia el dormitorio y sacó las valijas del guardarropas.
Helga se tapó los ojos con las manos. ¡Timothy Wilson! No sólo tramposo sino también bígamo. ¡Y cómo lo había amado! Un hombre que, según la policía, vivía de las mujeres maduras. No creía ni una sola palabra de lo que Archer había dicho de la Mafia. Había tratado de engañarla y ella lo había desenmascarado. Él y Grenville tenían la esperanza de que esa estúpida amenaza con la Mafia la asustaría hasta el punto de pagar. ¡Que se fueran al demonio los dos!
Dejó escapar un prolongado suspiro. Los hombres eran fatales para ella. De algún modo, debía deshacerse de esa compulsiva urgencia sexual que continuamente la metía en problemas. Cerró los ojos y rememoró los momentos maravillosos en que había estado en los brazos de Chris. Si hubiera sido un ladrón, o incluso un asesino lo hubiera podido perdonar. Pero a un bígamo despreciable y calculador... ¡no!
Se puso de pie y fue hacia su dormitorio, en donde Hinkle estaba empacando con cuidado sus ropas.
— ¡Vaya lío, Hinkle! —dijo, forzando una sonrisa —. Me alegra irme. — Le apoyó la mano en el brazo. — Gracias por ser un amigo tan bueno y leal.
Hinkle la miró con tristeza.
─Usted tiene coraje, señora, y con coraje no existe la
derrota.
Cuando Archer regresaba hacia Paradiso, se sentía como una laucha atrapada, presa del pánico. Bernie habría deducido que ella no iba a pagar el rescate. ¿Qué haría Bernie ahora? Tanto podría dejar a Grenville en libertad como ponerse duro.
En cuanto a él, Archer no quería tener nada más que ver. Decidió que recogería su valija y se marcharía rápidamente hacia Ginebra. En el Consulado de Estados Unidos diría que había perdido su pasaporte.
Le diría que tenía un negocio urgente en Inglaterra. Les mostraría sus antiguas credenciales. ¡Tendrían que ayudarlo!
Se arrepintió de no haber puesto la valija en el baúl del Mercedes en lugar de dejarla en la cabaña alquilada. La valija contenía todas sus pocas pertenencias: tenía que ir a buscarla. Si se apuraba, aún tendría tiempo para ponerse en camino antes que Bernie saliera tras él.
El denso tráfico del camino del lago lo obligó a marchar al paso y, para el momento en que llegó a la cabaña, estaba empapado en sudor. Dejando el auto corrió por el sendero y entró en la cabaña. Su valija estaba en el vestíbulo, donde la había dejado. Cuando iba a agarrarla, Bernie salió del living-room. No era el Bernie sonriente y untuoso que había conocido hasta entonces; era un asesino siniestro con los ojitos brillantes de odio.
─ ¡Venga para acá! — gruñó —. ¿Qué pasó? ¿Porqué se negó ella a hablar?
Con el corazón latiéndole con violencia y el rostro lívido, Archer entró inseguro en el living-room.
─No va a pagar.
Bernie escupió en la alfombra.
— ¡Lo hará! —Se volvió hacia Archer y gritó con una voz congestionada por la rabia. — ¡Usted es un gordo inútil! ¡Yo le mostraré cómo hay que manejarla! ¡Venga conmigo!
La malignidad de su odio aterrorizó a Archer, que se alejó de él precipitadamente.
─ ¡Venga conmigo! — gritó Bernie. Saliendo de la cabaña, descendió por el sendero y entró en el auto de Archer. Archer vaciló, pero se dio por vencido. Sabiendo que no le quedaba otra alternativa que obedecer, tomó su valija y se unió a Bernie en el auto.
Sin decir nada, con el rostro contorsionado por la ira, Bernie se dirigió hacia el negocio de Lucky.
─ ¡Abra las puertas!
Con alguna dificultad, pues estaba temblando, Archer abrió las puertas y Bernie entró el auto.
─ ¡Venga!
Lo condujo hacia el granero y luego, escaleras arriba, hacia el enorme cuarto. Archer lo siguió.
Grenville, a quien le hacía falta una afeitada, tenía un aspecto totalmente desmoralizado y estaba sentado en uno de los sillones. Al ver a Archer, de un salto se puso de pie.
─ ¿Qué fue lo que salió mal? —le preguntó ásperamente—, ¿Por qué no quiso hablar conmigo?
—Ojalá nunca lo hubiera visto —dijo Archer. Sintiendo que las piernas se le doblaban se dejó caer en una silla. — ¿Me pregunta por qué no quiso hablarle? ¡Porque es un bígamo! ¡Si hubiera sabido que la policía lo buscaba por bigamia, nunca hubiera tenido tratos con usted! ¿Por qué no me lo dijo... maldito sea?
La cara de Grenville adquirió un color ceniza.
─ ¿Ella lo sabe?
─ ¿Lo sabe? ¡Tiene una copia de su prontuario, de la
policía alemana! Dios sabe cómo lo habrá conseguido, pero tiene pruebas de que usted es Timothy Wilson y un tramposo redomado. Sabe que se casó con tres viejas por interés y que estas tres viejas todavía están vivas.
─ ¡Dios! — Grenville miró con desesperación en torno del cuarto. — ¡Tengo que escapar! ¡Me denunciará a la policía!
Al escuchar todo esto, Bernie de pronto los interrumpió:
─ ¡Ustedes dos, malditos aficionados! ¡Ni piensen que voy a dejar escapar diez millones de dólares! ¡Voy a probar hasta qué punto es tan dura esa perra!
Fue hacia la puerta y silbó.
Segetti y Belmont, que estaban en el granero, subieron rápidamente la escalera y entraron en el cuarto.
─Ella no va a pagar — les dijo Bernie —. Ahora deberemos ablandarla. — Señaló a Grenville. — ¡Córtale la
oreja! —Dándose vuelta y mirando a Archer prosiguió: — ¡Usted le llevará la oreja sangrante! Y si no paga, le llevará la otra oreja. Y si no paga, le llevará cada día uno de sus dedos, hasta que pague.
Casi enfermo de horror, Archer dijo:
─ ¡Debe escucharme! Si él fuera un ladrón, un estafador,
cualquier cosa, menos un bígamo, ella lo perdonaría y pagaría. ¿No comprende? ¡Él prometió casarse con ella, y ahora descubre que es un bígamo! ¡Nunca va a pagar!
Bernie escupió en el piso.
─Podemos probar. ¡Córtale la oreja, Jacques!
Belmont llevó su mano hacia atrás. Sacó una larga y afilada navaja de afeitar. Miró a Segetti, quien asintió y sacó de su bolsillo una cachiporra de cuero.
─Sólo un golpe en la cabeza, Mr. Grenville —dijo Bernie,
con una sonrisa malvada — . No le dolerá mucho. Jacques es un experto. Tal vez le duela un poco después, pero vale la pena probar.
Grenville retrocedió, mientras Archer, aterrado, escondía la cara entre las manos.
Entonces Grenville dijo con voz ronca:
─ ¡Esperen! ¡Escúchenme! Puedo decirles la forma en que
pueden sacarle quince millones de dólares. ¡Yo conozco... ustedes no! ¡Quince millones!
Bernie levantó su mano, deteniendo a Segetti, que ya avanzaba hacia Grenville.
─Ella odia la violencia —dijo Grenville, con el rostro
bañado en sudor—. Nuestro error fue enviar a Archer para que hablara con ella. Debería haber ido usted. Usted la hubiera convencido; pero es demasiado tarde para usarme a mí como palanca. He pensado en otra palanca, pero usted deberá hablar con ella.
Bernie asintió.
─Bien. Hablaré con ella... ¿sobre qué?
Archer se quedó mirando a Grenville. Belmont, que jugueteaba con la navaja, y Segetti, que se golpeaba la palma de la mano con la cachiporra, también se quedaron mirando a Grenville.
─Deberíamos haberlo pensado antes —dijo Grenville —. No hubiéramos tenido todos estos problemas. Es tan
fácil... tan simple.
Bernie se acercó a Grenville y le hundió el índice en el pecho.
─ ¿Qué es lo fácil... lo simple? —le exigió con un
gruñido.
Grenville se lo dijo.
Poco después de las ocho y cuarto, Helga se despertó de su pesado sueño. Se desperezó y paseó la mirada por el lujoso dormitorio. No sentía ninguna pena por dejar ese cuarto para siempre. La villa le despertaba ahora demasiados malos recuerdos. Pensó en Chris y se alegró de poder hacerlo sin dolor. En unas pocas semanas, se dijo, lo habría olvidado. Se transformaría entonces en otro hombre tenebroso de su pasado.
Cuánto cuidado, pensó, se debe tener cuando uno piensa que está enamorado. ¿Qué es el amor? Tuvo que admitir que nunca había conocido el verdadero sentido del amor. El amor era ilusorio. Tantos hombres y mujeres piensan que están enamorados y luego descubren un día que el amor no significa nada y que se han convertido en extraños. Pero aun así, sabía que otros tantos hombres y mujeres habían descubierto que el amor significaba una base sólida en sus vidas. Para ella el amor significaba excitación sexual. ¡Sexo! Ésta era la maldición que determinaba su vida. Ella realmente había creído estar enamorada de Chris, pero cuando Hinkle le contó que ese hombre apuesto y suave no sólo era un bígamo sino también un tramposo calculador, su amor por él había cesado abruptamente, como si se apagara una luz.
Dentro de pocas horas estaría en el aeropuerto de Ginebra, dejando a Hinkle para que supervisara la venta de la villa y del mobiliario. Volaría a Paradise City y retomaría su vida tediosa y solitaria; viajaría a Nueva York para asistir a tediosas reuniones de trabajo con Loman y Winborn. Ése parecía ser ahora el patrón de su vida futura. En junio próximo, cumpliría los cuarenta y cinco.
Miró el reloj que estaba sobre la mesita. Eran las ocho y cuarenta. ¡Hinkle estaba atrasado! Bueno, no importaba; no estaba tan desesperada por el café. Él había tenido un día duro empacando y sacando todos sus objetos personales del guardarropas. Probablemente se había quedado dormido.
Cerró los ojos y se dejó adormecer; se despertó un poco más tarde, con un ligero sobresalto. Vio que eran ya las nueve y diez.
¿Hinkle?
Se levantó de la cama, fue hasta el baño y se duchó. Se puso una bata y fue hacia el living-room. Las ventanas estaban cerradas. Desconcertada, las abrió y luego fue hacia la puerta del frente, que encontró cerrada con llave. Abrió la puerta y miró hacia el sendero que descendía hasta el camino principal.
Se le ocurrió que tal vez Hinkle hubiera ido al pueblo de Castagnola en busca de leche fresca. Pero eso no había ocurrido nunca antes. Se sintió intranquila. Fue hasta la cocina y abrió la puerta del refrigerador. Vio que había tres cartones de leche en los estantes.
Experimentó un súbito estremecimiento de terror. ¿Estaría enfermo Hinkle? ¿Habría tenido un ataque cardíaco después de los esfuerzos del día anterior? Rápidamente se dirigió a su propio dormitorio y se vistió con un traje con pantalones colorado. Se vistió en menos de tres minutos y corrió por el largo pasillo que conducía al cuarto de Hinkle. Golpeó con fuerza en la puerta y esperó con el corazón sobresaltado. Volvió a golpear. Sólo le respondió el silencio. Dándose ánimo, hizo girar la manija y abrió la puerta.
Miró dentro del cuarto. Vio que la cama estaba tendida y el cuarto impecablemente ordenado; pero Hinkle no estaba.
El pánico hizo presa de ella. Corrió a lo largo del pasillo, abrió la puerta del frente y fue hacia el garaje. El VW de Hinkle estaba estacionado al lado del Rolls Camargue. ¡Así que no había ido hasta el pueblo! ¿Entonces dónde estaba?
¿Habría ido al jardín y sufrido un ataque al corazón? Descendió corriendo las escaleras, mirando a derecha e izquierda, hasta que llegó al portón que conducía al camino principal. El portón estaba cerrado con llave. Al comprobar que Hinkle no estaba en el jardín, tomó la silla aérea para regresar a la casa.
¿Dónde estaba Hinkle?
Fue durante el corto viaje de ascenso hacia la casa cuando Helga comprendió lo que realmente significaba para ella su leal sirviente. Se dio cuenta de que era su único amigo verdadero. Ahora su ausencia la atemorizó. ¿Habría decidido dejarla? ¡No! ¡Nunca hubiera hecho algo así sin avisarle primero! Entonces, ¿qué había ocurrido? ¿Dónde estaba?
La silla se detuvo. Descendió y, atravesando la terraza, se dirigió hacia el living-room, preguntándose si debía llamar a la policía. Entonces se detuvo de golpe.
Sentado en una reposera, con un cigarrillo colgando de sus labios, había un hombre bajo, rollizo, con una espesa barba negra, rasgos achatados y negros ojillos relucientes. Usaba una sucia camisa azul y pantalones grises llenos de manchas de aceite. Sobre las rodillas sostenía un taladro eléctrico que había conectado a un tomacorriente cercano.
La vista de este hombre de aspecto malvado trastornó a Helga, que se quedó fría. Se dio cuenta de que estaba sola con él. No estaba Hinkle para protegerla. Recurriendo a todas sus fuerzas se reanimó y dijo con voz firme:
─ ¿Qué está haciendo aquí?
Bernie sonrió. Hizo funcionar el taladro e, inclinándose, hizo un agujero en la antigua mesa para café que estaba a su lado. Cuando terminó, levantó el taladro e hizo un nuevo agujero. Después desconectó el taladro.
─Una herramienta muy manuable ¿no, señora? — dijo.
Helga contuvo el aliento.
─ ¿Qué quiere? —le preguntó, sin moverse.
— Pensé que había llegado el momento, señora, de hablar con usted —dijo Bernie —. Ese tipo Archer no parece haber sido capaz de convencerla de que tenemos que hacer un negocio. Por lo que me dijo, su amante no significa nada para usted ahora. Le iba a cortar las orejas, pero él me dio una idea. —Se inclinó e hizo otro agujero en la mesa.
¡Entonces Archer no mentía! Esa aterradora criatura debía de ser un mafioso, pensó Helga. Al mirarlo, comprendió que era demasiado depravado y brutal para que ella intentara manejarlo.
─ ¿Qué quiere? —Esta vez su voz era insegura.
Él liberó la mecha del taladro.
─Quince millones de dólares, señora, en efectivo. — Se
inclinó y con un ronquido en la voz, prosiguió: — Tengo a su sirviente Hinkle. Grenville dijo que Hinkle es importante para usted. ¿Lo es?
Helga sintió que se iba a desmayar. Con movimientos inseguros se dejó caer en una silla.
─ ¿Dónde está?
─Ya lo verá. Usted y yo vamos a ir a verlo ahora. — Bernie hizo aun un nuevo agujero en la mesa. — Va a ver
qué útil es esta herramienta, señora. A menos que pague, le voy a hacer una pequeña exhibición que la hará cambiar de idea. —Se puso de pie. — Vamos.
─ ¡No iré con usted!
Bernie la miró con ferocidad.
— Dije vamos. Y escuche, señora. ¿Nunca pensó lo que le ocurre a un tipo cuando le meten la mecha de un taladro como éste en las dos rodillas? O sigue mi juego, señora, o ese sirviente suyo no volverá a caminar.
Helga sintió que la sangre se le detenía. Siempre había sentido horror por la violencia y esta horrible amenaza la enfermó... ¡Y a Hinkle!
─Pagaré. —Con inseguridad se puso de pie. —Llamaré a mi Banco ahora mismo.
Bernie la estudió, hizo un gesto de asentimiento y le sonrió.
─Eso es ser sensible. Pero nada de tretas. Vaya y
arréglelo. Quiero los billetes aquí para mañana a la mañana. De lo contrario, este taladro va a empezar a funcionar.
Temblando, Helga fue hacia el teléfono y levantó el receptor.
─Eso será absolutamente innecesario, señora —dijo
Hinkle con su untuosa voz de obispo.
Helga se dio vuelta.
Parado en la puerta, flanqueado por dos hombres altos y robustos, con pistolas automáticas en sus manos, estaba Hinkle: un Hinkle sin afeitar y con aspecto desaliñado, pero Hinkle al fin.
Bernie se puso de pie de un salto, dejando caer el taladro. Uno de los gigantones se le acercó.
─Hola, Bernie — dijo el hombre —. Ha ido demasiado
lejos. Ahora es nuestro turno. Vamos.
Bernie miró el arma y luego se encogió de hombros.
─No podrá cargarme nada, Bazzi —gruñó —. Y usted lo sabe.
El hombre sonrió.
─Siempre se puede intentar, Bernie. Vamos.
Bernie miró a Hinkle y luego cruzó el living-room.
Los dos oficiales de policía lo siguieron. La puerta del frente se cerró. Un auto arrancó.
Hinkle dijo:
— Debo pedirle que me disculpe, señora. Tengo un aspecto desaseado. Si tiene la bondad de disculparme por unos pocos minutos, le traeré café.
Las lágrimas comenzaron a correr por el rostro de Helga. Fue hacia él y rodeándolo con sus brazos lo apretó con fuerza.
─ ¡Oh, Hinkle! ¡Estaba tan asustada! Si le hubieran hecho
algo malo a usted...
— ¡Señora! — la voz de Hinkle era cortante —. Debe disculparme unos pocos minutos. —Dándole una palmada paternal en el hombro, se desprendió y caminó con rapidez hacia sus dominios.
Helga se tiró en un sillón y siguió llorando.
Ya había dejado de llorar y había logrado controlarse cuando Hinkle, inmaculado, apareció empujando el carrito con el café.
─Le sugiero ponga un poco de coñac en su café, señora
le dijo —. Es bueno para los nervios.
Con los labios temblorosos, ella se obligó a sonreír.
─Usted piensa en todo, Hinkle, pero no beberé ni un sorbo
a menos que usted lo haga conmigo. Por favor, siéntese.
Hinkle arqueó sus cejas.
─ ¡Se lo ordeno! —dijo Helga, cortante.
─Muy bien, señora. Iré a buscar otra taza.
Se produjo una pausa y Hinkle regresó con otra taza. Sirvió el café, agregó el coñac y se sentó frente a Helga.
─Señora, debo pedirle disculpas — dijo —. La he expuesto a una experiencia terrible; pero le aseguro que la
policía insistió en que era la única forma de atrapar a estos rufianes.
Helga sorbió su café. La calma presencia de Hinkle ejercía un efecto tranquilizante sobre ella.
─Cuénteme, Hinkle. Quiero saber lo que ocurrió.
─Por supuesto, señora. Como ya sabe, llamé a mi sobrino político, Jean Faucon, para indagar sobre Mr. Grenville. Lo que usted no sabe es que le conté a Faucon toda la situación: que Mr. Grenville había sido supuestamente secuestrado y que Mr. Archer pedía un rescate de dos millones de dólares. Faucon alertó a la policía suiza. El inspector Bazzi mantuvo la villa vigilada durante los dos últimos días. Quería descubrir dónde estaban escondidos Mr. Grenville y Mr. Archer. Cuando me deshice de Mr. Archer, un oficial de policía lo siguió hasta una cabaña que tenía alquilada en Paradiso y allí apareció este hombre, Bernie. Al parecer, Bernie es muy conocido por la policía, aunque siempre ha sido lo bastante astuto como para no dejar evidencias que permitieran arrestarlo. El policía siguió a Mr. Archer y a Bernie hasta un pequeño negocio en Lugano, que quedó bajo vigilancia. La policía suiza es paciente. Esperó. Al parecer, Bernie decidió, en cuanto usted parecía haber perdido interés en Mr. Grenville, secuestrarme a mí. De esto la policía no se enteró; pero como la villa estaba bajo vigilancia no había razón para preocuparse.
Esta mañana, abrí la puerta del frente, como es mi costumbre, y fui atrapado por dos rufianes que me metieron a la fuerza en un auto y me llevaron hasta ese negocio que tiene un galpón en el fondo. Allí me encontré con Mr. Grenville, Mr. Archer y este hombre diabólico, Bernie. La policía siguió esperando. Bernie salió y vino aquí a amenazarla a usted. Tan pronto como él se fue, la policía, bajo la dirección del inspector Bazzi, arrestó a Mr. Grenville, a Mr. Archer y a los dos rufianes. El inspector Bazzi y yo vinimos hasta aquí, justo a tiempo para oír cómo Bernie la amenazaba. — Hinkle hizo una pausa, luego prosiguió: —Ésa es la historia, señora. Lamento que se haya visto sometida a una experiencia tan alarmante y que ese hombre depravado haya arruinado su hermosa mesa.
─No me importa nada de la mesa —dijo Helga —. Sólo
me siento agradecida de que usted esté de vuelta.
— Gracias, señora. — Hinkle terminó su café. —Todo el asunto será tratado con la mayor discreción. El inspector Bazzi me dijo que Mr. Grenville será enviado a Alemania para que enfrente los cargos por bigamia. Bernie y sus dos rufianes serán acusados de recibir objetos robados. La policía revisó el departamento de Bernie y encontró allí una considerable cantidad de objetos robados. El inspector Bazzi piensa que será mejor no hacer alusión al intento de secuestro, para que usted no se vea implicada.
─ ¿Y Archer? —preguntó Helga.
— Mr. Archer, por supuesto, representa un problema. El inspector Bazzi es muy comprensivo. Estoy seguro de que no querrá acusar a Mr. Archer del mismo modo que Mr. Rolfe se abstuvo de hacerlo. Si se lo acusara, podría crear dificultades. — La voz de Hinkle descendió un tono para mostrar su contrariedad. — Se convino que Mr. Archer será deportado de Suiza, no permitiendo su regreso. Dadas las circunstancias y para evitar acusarlo, parece lo mejor.
Helga lo miró. Se dijo a sí misma que este hombre bondadoso debía de saber que durante algún tiempo, hacía ya mucho, ella había sido la amante de Archer. Tal vez su marido se lo había dicho. ¡Qué inteligente era Hinkle! Estaba segura de que si Archer hubiera sido acusado, habría tratado, y probablemente con éxito, de informar a todo el mundo, a través de la prensa, de que en el pasado la fabulosa y acaudalada señora Rolfe solía echarse en el suelo de su oficina para que la poseyera.
─Sí — dijo, y miró a la distancia —. Así que todo terminó.
─Sí, señora. Ahora, quedan cosas por hacer. Usted va a
tomar el vuelo de las tres hacia Nueva York. —Se puso de pie. — Debo terminar de empacar. — Al levantar la bandeja hizo una pausa y dijo: — ¿Puedo sugerirle, señora, que en el futuro tenga un concepto adecuado de los valores? Por cierto no creo valer quince millones de dólares. —Su cara rechoncha y bondadosa se iluminó con una cálida sonrisa. — Pero se lo agradezco.
Dejándola se marchó a la cocina.
Para sorpresa de Archer, el inspector Bazzi de la policía de Ticino resultó ser cordial y conversador, a pesar de sus rasgos pesados, sus labios estrechos y sus pequeños ojos de polizonte.
Sonriendo con amabilidad, le dijo a Archer que lo iba a escoltar personalmente hasta el aeropuerto de Ginebra, para verlo partir sano y salvo en su vuelo hacia Londres. Mientras conducía a Archer hacia el aeropuerto, le habló de su mujer y de su hijo, y de las vacaciones que iba a tomar en Niza a fin de mes. A menos que uno lo hubiera sabido, pensó Archer, nadie sospecharía que ese hombre robusto que iba a su lado era un oficial de policía.
Con gran alivio porque no lo habían arrestado sino solamente deportado, Archer recuperó algo de su fanfarronería. Le dio a Bazzi el nombre de varios restaurantes, baratos pero buenos, en las inmediaciones de Niza e, incluso, le recomendó dos hoteles modestos pero buenos. Bazzi se lo agradeció y le dijo que recordaría sus sugerencias.
Juntos penetraron en el vestíbulo del aeropuerto, y Archer con su valija andrajosa se dirigió a registrar su pasaje aéreo. Una vez cumplidas las formalidades, los dos hombres pasaron la aduana. Los dos agentes de la aduana miraron a Archer, intercambiaron apretones de mano con Bazzi y los dejaron pasar. Bazzi acompañó a Archer hasta una sala de espera.
— Habrá una demora — dijo Bazzi —. El vuelo a Londres sale con retraso.
— En la actualidad todo lo que tenga que ver con Inglaterra está retrasado —dijo Archer con amargura.
Los dos hombres se sentaron en uno de los bancos que miraban hacia la pista en donde se alineaban varios aviones.
─Sólo una palabra oficial, Mr. Archer —dijo Bazzi con su
amable sonrisa — . Por favor, no trate de regresar a Suiza. Me comprende, ¿no?
─Sí.
— Bueno —Bazzi lo observó —. Debo decirle, Mr. Archer, que usted es un hombre muy afortunado. Si madame Rolfe hubiera formulado cargos contra usted, hubiera tenido que pasar varios años desagradables en una de nuestras cárceles.
Archer hizo un gesto de asentimiento.
—Tendrá sus razones —dijo.
─La gente muy rica siempre tiene razones. — Bazzi se
encogió de hombros. — Así que se va a Londres. ¿Peco de curioso si le pregunto qué va a hacer allí, Mr. Archer?
La pregunta fue formulada de un modo amistoso, y Archer deseó poder contestarla con sinceridad.
— ¿Qué voy a hacer? —repitió, mientras pensaba: "¿Qué voy a hacer? ¡Cómo me gustaría saberlo!" Tenía varios contactos en Londres, pero todos ellos estaban, más o menos, en la misma situación desesperada que él: andrajosos desesperados por ganar dinero fácil. Tal vez, si tenía suerte, alguno de ellos utilizaría sus servicios y su cerebro por una pequeña comisión: si tenía suerte. Pero no le iba a decir esto a Bazzi. —Usted no tiene idea, inspector, de las oportunidades que se presentan en Inglaterra. Importantes empréstitos para sacar a flote, el dinero de los árabes, ansiosos por invertirlo, promotores inmobiliarios buscando nuevas salidas... muchas, muchas oportunidades para un hombre de mi experiencia.
Bazzi lo miró pensativo, luego sonrió.
─Yo tenía la impresión, Mr. Archer, de que Inglaterra
estaba sufriendo, en este momento, algún tipo de depresión.
Archer sacudió su mano con desenfado.
—Todo eso es charla de los diarios. Nunca debe creer lo que lea en los diarios. Le sorprendería saber cuánta riqueza oculta hay aún en Inglaterra.
─ ¿Es así?
─Así es. Oh, ya sé que se ha hablado mucho sobre los
problemas de Inglaterra. ¿Qué país no tiene problemas y huelgas? — Archer meneó la cabeza. —Pero le aseguro que no tendré dificultades.
Se produjo una ligera conmoción que hizo que ambos hombres se volvieran. Dos fotógrafos de la prensa andaban revoloteando. Luego Helga, que lucía radiante, con un pequeño bolso y un abrigo, cruzó el vestíbulo hacia la sala de espera VIP.
─ ¡Ah, Mrs. Rolfe en persona! —dijo Bazzi —. Una mujer espléndida.
Archer se sintió deprimido. Así que Helga había olvidado ya a Grenville, pensó. No podría tener un aspecto tan radiante y tan feliz si estuviera sufriendo. ¡Qué perra!
Si el plan del secuestro hubiera tenido éxito, él también podría ahora entrar en la sala VIP y ser halagado por las azafatas. Pero, aquí estaba, con escolta policial, volando a Londres en clase turista, sin saber cuánto más le iba a durar su dinero, y si encontraría algún sospechoso promotor que le hiciera una proposición.
— Una mujer espléndida —repitió Bazzi —. En una época, tengo entendido, usted tuvo el privilegio, Mr. Archer, de trabajar con ella.
Archer no lo estaba escuchando. Estaba mirando a un hombre alto, bien constituido, rondando la cincuentena, que acababa de entrar en el vestíbulo. Inmaculadamente vestido, trasuntaba riqueza y poder. El rostro delgado y fuerte, la barbilla hendida, los ojos celestes y el bigote gris bien recortado, le daban una atractiva apariencia.
Bazzi, siguiendo la mirada de Archer, dijo:
─Ah, ése es Monsieur Henri de Villiers, uno de los
industriales más importantes y ricos de Francia. Corren rumores de que será el próximo embajador de Francia en los Estados Unidos.
Los dos fotógrafos ya estaban haciendo funcionar sus flashes. De Villiers se detuvo y les brindó una sonrisa encantadora, antes de que una azafata lo condujera hacia el salón VIP.
Archer ahogó un suspiro.
Con un millón de dólares, él también habría tenido un aspecto tan imponente como ese hombre, pensó.
Anunciaron el vuelo a Nueva York.
Archer vio a Helga caminando hacia el avión. Tras ella iba de Villiers, seguido por otras dos personas. Archer observó el andar natural de Helga; luego, a mitad de camino hacia el avión, se le cayó algo blanco que podría haber sido un pañuelo; pero Archer estaba demasiado lejos para poder asegurarlo. De Villiers lo levantó y, apurando su paso, se lo alcanzó a Helga. Archer observó cómo ella se detenía, miraba a ese hombre imponente y le brindaba una sonrisa radiante. Intercambiaron algunas palabras. De Villiers tomó el pequeño bolso de mano que ella llevaba y juntos caminaron hacia el avión.
─Eso, pienso, fue un trabajo rápido — comentó Bazzi.
— Ella siempre trabajó rápido y siempre lo hará — dijo Archer con amargura. Luego, al oír el anuncio de su vuelo a Londres, se puso de pie.
─Adiós, Mr. Archer. — Bazzi le estrechó la mano. — Buena suerte.
Sabiendo que iba a necesitar toda la suerte del mundo, Archer le dio las gracias.