CAPÍTULO TRES

Poco después de las nueve, un camarero le trajo el desayuno a Helga. Sobre la bandeja había un sobre cerrado. Casi sin esperar a que el camarero se marchara, rasgó apresuradamente el sobre para encontrar el siguiente mensaje:

A menos que me diga lo contrario, ¿puedo llamar a su puerta a las 20:30? He extrañado su belleza y su compañía. Chris.

Helga se quedó arrobada. Mientras tomaba el café, su mente trabajaba presurosa.

"¡Esta noche!", pensó.

Era tiempo de que asumiera el control. Nada de ir a un pequeño bistrot. ¡Comerían aquí, en su suite, y luego...!

Tenía todo el día por delante para hacer los preparativos. Una espléndida cena servida en su suite, sin mozos: ¡al diablo las murmuraciones! Y luego, ¡Chris en su cama!

Sonó el teléfono. Era Winborn, para decir que él y Loman irían otra vez a Versailles. ¿A qué hora estaría lista para ir con ellos?

¿A quién le importaba esa propiedad en Versailles?

¡Esto era París en primavera!

─Me duele la cabeza. Usted y Fred pueden manejar el

asunto —dijo lacónicamente, y colgó.

Llamó al peluquero del Plaza Athénée y le dijo que subiera a las quince.

—También quiero los servicios de su maquilladora — dijo.

─Por cierto, Madame Rolfe.

Tomó un baño y, mientras yacía sumergida en el agua perfumada, no dejaba de pensar en Grenville. ¡Está noche! Cerró los ojos, imaginó cómo la tomaría entre sus brazos, sus labios apretando los suyos y exhaló un leve quejido de éxtasis.

Más tarde, vestida con un traje con pantalones color celeste pálido, llamó a la recepción y pidió que subiera el maitre.

Cuando llegó le dijo:

─Necesito una cena para dos personas. Debe ser algo muy

especial. ¿Qué me sugiere?

─Depende de sus preferencias, madame — le replicó el

maitre —. ¿Podría darme alguna indicación: pescado, carne, ave?

─Quiero algo muy especial —repitió Helga impaciente

. No deseo que haya mozos aquí. Algo que pueda servir yo misma, pero que sea impecable.

─Por cierto, madame. Entonces le sugiero una mousse de

langosta y noisette de veau aux morilles, queso naturalmente, y, tal vez, champagne. La noisette de veau es una de nuestras especialidades y puede mantenerse al calor. No habrá necesidad de ningún mozo, madame.

Helga asintió.

─Es lo mejor que puede sugerirme...

─Le aseguro, madame, que no se verá defraudada.

Champagne y ningún otro tipo de vino.

─A las ocho en punto, entonces.

─Como usted ordene, madame.

En un bistrot de la Rive Gauche, Archer y Grenville conferenciaban.

Éste es el día D —comentó Grenville —. Esta noche la llevo a la cama. Me arreglé para sacarle otros cinco mil a ese horroroso hombrecillo. Le daré su parte. — Ofreció un billete de mil francos a Archer.

Archer, que estaba preocupado por la forma en que desaparecía su dinero, por lo caro que era París, tomó ávidamente el dinero.

He leído esa hojarasca que me dio Patterson —dijo Grenville —. Estoy seguro de que nadie con la cabeza bien puesta invertiría su dinero en semejante proyecto.

Es posible, pero no improbable — dijo Archer —. Casi seguro que a Helga no le interesará. Es demasiado inteligente para poner su dinero en semejante proyecto. Pero veamos lo que usted debe decirle...

Durante la media hora siguiente, Grenville escuchó. Finalmente, cuando Archer hubo terminado con sus consejos, asintió.

Está bien, le digo todo eso. ¿Pero después...? ¿Cuándo me diga que no? ¿Qué haremos? ¿Se le ha ocurrido alguna idea, Jack?

—Tengo el germen de una idea, pero es demasiado pronto para discutirla. Acuéstese con ella. Eso es importante. Una vez que esté en la cama, ya es suya. — Archer sonrió. — Y mía.

A las ocho, llegaron dos mozos a la suite de Helga, pusieron una mesa y, sobre una mesa auxiliar, ubicaron una fuente térmica y dos baldes con hielo que contenían botellas de champagne. Mientras realizaban su trabajo, Helga ardía de impaciencia, mirando constantemente su reloj. Vestía un traje de Dior en lanilla color durazno. Sus joyas eran simples: aros y brazaletes de oro. Lucía magnífica.

Llegó el maítre y supervisó los toques finales de la mesa.

—Todo está listo ya, madame —le dijo —. Nada saldrá mal. Le aseguro que quedará satisfecha.

Helga asintió.

─Gracias. — Le dio un billete de cien francos y él se marchó con una reverencia.

Comenzó a recorrer la suite sin dejar de mirar su reloj. En el preciso momento en que las manecillas marcaban las 20:30, se oyó un discreto golpe en la puerta. Tuvo que contenerse para no correr. Abrió la puerta.

Grenville, con un traje oscuro de corte impecable, luciendo su corbata Old Etonian, le tomó la mano y la rozó con sus labios.

─ ¡Qué hermosa está! —exclamó —. Parece como si

hubiera pasado un siglo desde la última vez que la vi. — Cuando entró en la suite, vio la mesa puesta. — ¡Pero Helga! Pensaba llevarla...

─No esta noche — lo interrumpió, casi sin aliento —. Es

mi turno. Tomemos una copa. —Señaló las botellas, ubicadas sobre otra mesa. — Yo tomaré un martini con vodka.

─Es también mi favorito —dijo Grenville. Colocando

sobre una silla el portafolio que traía, se puso a preparar las bebidas. ─ ¿Ha estado de compras? —le preguntó sonriente — ¿Devastando Balmain?

─No. Me aburrí yendo a ver un terreno con dos aburridos

colegas. ¿Y usted?

Grenville se rió.

─Hice exactamente lo mismo. — Puso las bebidas sobre

una mesa y, cuando Helga se sentó, arrimó una silla para estar cerca de ella. — ¿Qué vamos a comer?

Ella tomó un sorbo de su copa y asintió con aprobación.

—Tan bueno como el que prepara Hinkle.

─ ¿Hinkle?

─Mi viejo y fiel mayordomo, a quien dejé en mi casa de

Florida. Prepara las más divinas omelettes.

Grenville no estaba interesado en viejos y fieles mayordomos.

─Pero no me ha dicho todavía qué vamos a comer.

─Parece que tiene hambre.

Él le brindó su sonrisa más deslumbrante.

─Ya lo creo. Acabo de regresar de Niza. No pude probar

esa horrible bazofia que sirven en el avión, así que no comí en todo el día.

De hecho, Grenville se había detenido cuando volvía con la Maserati hacia París para tomar un ligero refrigerio, pero no podía resistir jamás su deseo de ganar la simpatía de las mujeres.

─ ¿Niza? Adoro el sur de Francia. Acabemos la copa,

entonces, y pasemos a comer.

Mientras Grenville servía la mousse de langosta, Helga se quedó observándolo. No podía dejar de pensar: "¡Es realmente maravilloso! Tiene ese algo de que carecían los demás hombres que conocí".

─Hábleme de Niza — le dijo, mientras comenzaba a comer.

—En realidad, Helga, deseo pedirle su consejo. Tal vez deba viajar a Arabia Saudita en un par de días y, francamente, no deseo hacerlo.

Eso fue un golpe para Helga. Lo miró, rígida.

─ ¿Arabia Saudita? ¿Pero para qué?

Pensó: "¡Dios mío! ¿Voy a perderlo?"

Es una historia bastante larga, pero si puede soportarla, se la contaré. —Tomó otro bocado de mousse. — Esto es excelente. ¿Quiere un poco más?

Helga negó con la cabeza.

─Cuénteme lo de Arabia Saudita.

─Es por ese estúpido proyecto —dijo Grenville —. Para

que pueda comprenderlo, le esbozaré rápidamente los antecedentes. Tengo un ingreso de Inglaterra, que me dejó mi padre (era mentira). En una época era aceptable, pero ya no lo es. Cuando la libra esterlina era fuerte, vivía con comodidad; pero ahora, como está el cambio en el presente, francamente tengo dificultades para vivir en la forma en que me gusta. Por eso acepté este estúpido trabajo que me ofreció un promotor inmobiliario norteamericano. Es la persona más pesada del mundo. Tiene la ilusión de promover campamentos de vacaciones en lugares soleados de Europa. Necesita dinero. Decidió que yo se lo puedo conseguir. He hablado con varios hombres de negocios acaudalados pero no muestran interés. Ahora piensa que hay tanto dinero en Arabia Saudita, que se van a desesperar por dárselo a él. Estoy seguro de que son puras tonterías, pero quiere que vaya. Ofrece pagarme los gastos y, también, una buena comisión. —Empujó su plato y se encogió de hombros. —Supongo que tendré que ir.

Se levantó, recogió los platos y sirvió la noisette de veau.

—Tiene un aspecto delicioso —dijo, mientras llevaba los platos a la mesa —. Me encanta esta idea suya de una cena a solas.

Pero la mente de Helga estaba muy ocupada. Sólo le quedaban otros cinco días en Francia; después debería regresar a Paradise City. No podía soportar la idea de que Grenville se marchara a Arabia Saudita y la dejara sola.

Sonrió forzadamente.

Supuse que le gustaría. Cuénteme algo sobre ese proyecto, Chris.

"Está mordiendo la carnada", pensó Grenville, y sacudió su mano despreciativa.

No creo que le interese ni a usted ni a nadie —dijo, mientras comenzaba a comer —. ¡Hmmm... esto es muy bueno!

¡Quiero que me cuente! —La súbita dureza de su voz lo sorprendió.

Bueno, pero más tarde. En realidad, tengo todos los papeles ahí. —Señaló con la cabeza el portafolio, que estaba sobre una silla, y ése fue su primer movimiento en falso.

Archer le había aconsejado manejar muy cuidadosamente a Helga, pero viendo su obstinado interés, se permitió ser demasiado confiado.

Viéndolo sonreír confiadamente, Helga lo observó. Una luz roja se encendió en su mente. Archer le había dicho que ella era sagaz y rápida para oler a un embaucador y conocía bien a Helga: ese consejo debía ser tomado en serio. Pero Grenville, acostumbrado a tratar con mujeres ricas y estúpidas, no lo había tomado con la debida seriedad.

Helga se estaba preguntando ahora si ése no sería el gambito de apertura para alguna estafa. Pero al ver a Grenville, que comía pleno de felicidad, se dijo que no debía ser tan desconfiada; sin embargo, la luz roja seguía encendida. Deseaba a este hombre. Lo deseaba en su cama. Pero, ¿y si eso fuera una trampa?

Para ponerlo a prueba, dijo como al pasar:

─ ¿Está ese lugar en Niza?

─No. En Vallauris. Es un terreno espectacular, con vistas maravillosas.

─ ¿Cuántas hectáreas?

Grenville no tenía idea. Se encogió de hombros.

─Está todo en los planos. Pero disfrutemos de esto, Helga.

No sabía que cocinaran tan bien aquí. ¿Quiere un poco más? —Sirvió más champagne.

─Es suficiente para mí, gracias.

Tenía plena conciencia de que ella lo estaba estudiando; la mirada directa de sus ojos azules lo hacía sentir incómodo.

No me mire tan seria, Helga —le dijo —. Ya le dije que este proyecto no le va a interesar. Tampoco creo que el nuevo rey árabe vaya a participar con un dólar siquiera.

─ ¿Quién es el norteamericano para el que trabaja? ¿Cómo se llama?

Grenville vaciló.

─ ¿Su nombre? Joe Patterson. En realidad, se aloja en este

hotel.

─ ¿Es bajo, grueso y con marcas en la cara?

Grenville por poco se queda con la boca abierta.

─Correcto, y el bicho más pesado del mundo.

─Lo he visto. ¿Cuánto necesita para la promoción de ese

campamento de vacaciones?

Grenville tenía la incómoda sensación de que estaba perdiendo la iniciativa. Esa mujer, que lo miraba en forma tan directa, comenzó a preocuparlo.

-Dos millones de dólares. —Se rió. —Según él eso alcanza para comprar el terreno y construir el campamento. ¿Pero quién que esté en su sano juicio va a invertir, en estos días, dos millones? —Hizo una mueca.

— Claro que eso significaría una ganancia maravillosa para mí. Obtengo el dos por ciento y eso es una buena cantidad de dinero.

Nuevamente la luz roja se encendió en la mente de Helga.

─Sí, puedo entender por qué le interesa, Chris. — Tomó un sorbo de su champagne.

─Bueno, supongo que no va a resultar, pero será divertido

ir a Arabia Saudita. Nunca estuve allí.

─ ¿Tiene conexiones? — El tono inquisitivo de su voz

volvió a preocupar a Grenville.

—Creo que Mr. Patterson se está ocupando de eso.

Helga cabeceó e hizo a un lado sus cubiertos.

─Sírvase usted mismo, Chris. Estoy segura de que se ha

quedado con hambre.

─Bueno, está tan rico...

Mientras él se servía, Helga encendió un cigarrillo.

─ ¿Un campamento de vacaciones? —dijo —. No sería

una mala inversión. ¿Dos millones? ¿Vallauris? ¿Cuáles serían los términos de la propuesta de Mr. Patterson si uno aporta el dinero?

Grenville la miró, volvió a la mesa con su plato servido y se sentó.

—Ofrece el veinticinco por ciento sobre el capital.

─Suena excesivamente generoso. Los Bancos dan

muchísimo menos.

Grenville se encogió de hombros. Deseaba que ella dejara de hablar. Estaba disfrutando plenamente de la comida.

─No sabría decirle, Helga.

─Y ¿respecto al control?

─Por lo que yo sé, desea mantener el control absoluto;

pero ¿eso qué importa? Estoy seguro de que ni remotamente le puede interesar.

Se produjo una pausa prolongada que lo hizo sentir incómodo. Mientras comía, la miraba de tanto en tanto. Seguía sentada allí con un aire de sospecha en sus ojos azules y el rostro inexpresivo.

─Mire, Helga...

Ella levantó la mano con gesto de impaciencia.

— Disfrute de la comida, Chris... Estoy pensando. — El tono acerado de su voz hizo que Grenville perdiera de pronto el apetito. Hizo a un lado su plato.

─He comido más de lo necesario.

─Hay queso y un helado — dijo Helga —. Sírvase usted

mismo.

─ ¿Y usted?

─Café, por favor.

Se levantó, decidiendo de mala gana pasar por alto el queso. Sirvió dos tazas de café y volvió a sentarse. Sentía que algo había cambiado en ella, pero no podía definir el cambio. Ahora parecía distante y su expresión se había endurecido.

─Déjeme ver esos papeles, Chris.

Hacía no más de cuarenta minutos, su cuerpo anhelaba ser poseído. Durante todo el día había pensado en este hombre: pero ahora, con la creciente convicción de que todo había sido montado para estafarla, su deseo se desvaneció.

Como Archer, que la conocía tan bien, le había prevenido: "Estoy seguro de que el sexo ocupará un segundo lugar si sospecha que se quieren burlar de ella".

El sexo estaba pasando ahora a un segundo plano.

─ ¿Está segura de que no se aburrirá? —Grenville

experimentaba la incómoda sensación de que ella estaba empezando a dominarlo, y esto lo preocupaba. Siempre había estado en condiciones de controlar a las mujeres que se enamoraban de él.

¡Le estoy diciendo que me muestre esos papeles, Chris! — Había una súbita dureza en su voz.

Un poco aturdido y perdiendo su frialdad, Grenville abrió el portafolio y sacó los folletos ilustrados y los planos.

Sírvase un brandy... nada para mí —dijo Helga, y reclinándose se puso a estudiar el folleto y luego los planos, en tanto que Grenville, seguro ahora de que había perdido el control de la situación, se encaminó hacia la mesa de las bebidas y se sirvió un brandy.

─Usted verá... —comenzó, pero ella lo silenció con un

gesto impaciente de su mano.

¡Déjeme leer esto primero!

Grenville cortó un trozo de queso y lo comió. Con el vaso de brandy en la mano, se dirigió hacia las ventanas, corrió las cortinas y miró hacia la calle. Esta mujer, se previno, iba a resultar difícil; pero estudió las posibilidades. Aunque la confianza en sí mismo había sido minada, aún estaba seguro de que si lograba llevarla a la cama todo iba a andar bien.

Al fin, ella dejó los papeles. Su aguda mente había absorbido los detalles. Comprendió que la empresa nunca llegaría a nada, pero también vio la forma en que podía llegar a controlar a ese hombre que significaba tanto para ella. Era ridículamente fácil.

Esto podría resultar interesante —comentó —. Hablémoslo un poco. — Se dirigió al sofá y Grenville se sentó a su lado. Tengo tanto dinero y pienso que el dinero siempre debe trabajar. Si Mr. Patterson está realmente dispuesto a pagar el veinticinco por ciento sobre dos millones... Sí, es interesante.

Grenville la miró.

Pero, Helga querida. ¿Seguramente usted...?

Lo hizo callar con un gesto.

─Dos millones no son nada para mí, y para usted sería

bueno obtener el dos por ciento de comisión. Bien, esto es lo que haremos. Iremos juntos a ver ese lugar en Vallauris. Me encanta el sur de Fruncia. Nos divertiremos y al mismo tiempo haremos un negocio. Podríamos quedarnos en Cannes por un par de días. El Carlton Hotel siempre me ha gustado tanto. No se preocupe por los gastos, yo me hago cargo. Dígale a su Mr. Patterson que estoy interesada, y que usted me ha convencido para ir a ver el lugar. Diciéndole eso se asegurará, si la operación se concreta, que le pague su comisión. —Le palmeó la mano. —Tomemos el vuelo de mañana a las 22:30. ¿Qué le parece?

Desconcertado, Grenville asintió.

─Eso sería maravilloso. Se lo diré a Mr. Patterson. Estará

encantado.

─Seguro que lo estará. —Los ojos azules miraban

acerados — . Muy bien, Chris, esto ha resultado muy excitante. He tenido un día muy pesado. Deje todos los detalles por mi cuenta. Nos encontraremos mañana a las diecinueve en el vestíbulo. Entonces, juntos, volaremos a Niza.

Comprendió, lo que fue un golpe para él, que lo estaba despidiendo.

—Tenía la esperanza... —comenzó; pero se interrumpió cuando ella se puso de pie.

─Más tarde, Chris... mañana.

Cuando iba a recoger los papeles y el folleto, ella le dijo bruscamente:

Déjelos. Querría estudiarlos. Buenas noches, Chris. Estoy segura de que nos vamos a divertir.

Por primera vez en su carrera como gigoló, Grenville se sintió completamente dominado. Le besó la mano. Luego, desconcertado, se encontró fuera de la suite. Se quedó parado en el corredor durante varios minutos. Cuando logró rehacerse, se dirigió apurado hacia su propia suite. Llamó por teléfono a Archer y le contó con minuciosidad la velada.

Escuchó cómo Archer lanzaba un suspiro de exasperación.

─Le dije que no era ninguna tonta —estalló Archer —.

¡Se lo previne! ¡Lo arruinó todo! ¡Ella sabe que esto es una estafa!

─ ¡Pero mañana me lleva a Vallauris! —dijo Grenville,

con tono agudo — . Si sabe que es una estafa, ¿por qué me lleva?

─Eso demuestra lo poco que la conoce, pero ya aprenderá

—dijo Archer con amargura —. Ella lo desea. Ahora escuche, Chris, haga exactamente lo que ella quiera. No le discuta. Vaya con ella. Mi idea está germinando.

─ ¡Por Dios! ¿Qué idea?

─Déme unos días más. Y recuerde, Chris, ni por un

momento se imagine que usted va a vencer a Helga. Ella es muy especial. — Hizo una pausa y luego prosiguió. — Pero yo sí puedo. Vaya con ella y deje el resto por mi cuenta. —Colgó.

Grenville estaba en el balcón de su cuarto en el Carlton Hotel de Cannes, sintiendo el sol ardiente sobre su rostro. Miró hacia la populosa Croisette. Por primera vez en su larga vida de gigoló se sentía inseguro y desdichado.

El día anterior, en París, había hablado con Patterson, informándole que Helga deseaba ver el terreno en Vallauris. Patterson, rebosante de alegría, le palmeó el hombro.

─ ¡Así que está mordiendo la carnada! ¡Ha hecho un

trabajo fino, Grenville! ¡Cuando vea el lugar, va a quedar realmente ablandada! ¡Es hermoso! Bueno, esto es lo que hará: llame a Henri Leger cuando llegue a Cannes. Va a encontrarlo en la guía. Es el tipo que está manejando el terreno. Los llevará a los dos allí. Una vez que ella lo haya visto, ¡casi seguro el asunto está concluido!

Grenville había intentado ver a Helga, pero el gerente del Plaza Athénée Hotel le dijo que Madame Rolfe había salido y no tenía idea de cuándo volvería.

Después de un día solitario y desdichado, rondando por París, Grenville estaba en su suite cuando Helga lo llamó por teléfono. Eran las dieciocho.

─Lo veo dentro de una hora, Chris, en el vestíbulo — le

dijo con prisa — . Todo está arreglado. Lleve ropa suficiente como para una semana.

Nunca antes una mujer le había dado órdenes. Intentó reafirmarse.

─Helga... yo...

Ella lo cortó.

─Después, Chris... Estoy con gente. — Y colgó.

Entonces le telefoneó Archer.

─ ¿Cómo van las cosas? —le preguntó.

─ ¡Dios sabe! —dijo Grenville —. ¡Me está cansando!

¡No sé si podré aguantarla mucho más! ¡Me está tratando como a un condenado gigoló!

Archer se rió amargamente.

─Eso es usted ¿no? Tómelo con calma. Mi plan se está

cocinando. Cuando llegue al Carlton, llámeme por teléfono. Tenga esto presente, Chris, actúe como su gigoló: ¡llévela a la cama!

Enojado, Grenville dejó caer el receptor.

Pero a las diecinueve estaba en el vestíbulo con su valija. Tenía plena conciencia de que Patterson, sentado en un reservado, con un whisky en la mano, lo observaba.

Helga apareció acompañada por el gerente del hotel. Tuvo lugar una elaborada despedida, propinas, apretones de mano, en tanto Grenville, de pie, miraba.

Finalmente, Helga se acercó a él, sonriente.

Vamos, Chris. —Se rió. Él pensó que tenía un aspecto joven, maravilloso y muy vivaz.

Había un Cadillac con chofer esperándolos. Mientras se dirigían al aeropuerto, Helga mantenía la conversación. Había tenido un día terrible con sus colegas.

¡El lío que armaron estos hombres porque iba a comprar un terreno! —exclamó alzando los brazos —. ¡Estoy tan contenta de alejarme de ellos! Dígame, Chris, ¿qué estuvo haciendo hoy?

¿Qué había estado haciendo? Nada. Pero se rehízo y comenzó a contarle una visita ficticia a una galería de la Rive Gauche. Pronto se dio cuenta de que ella no lo escuchaba.

En el aeropuerto dos mandaderos se ocuparon del equipaje. Una azafata los esperaba para conducirlos al salón para VIP Grenville se dio cuenta de que sólo era un espectador, papel que lo irritaba. Por primera vez, además, se dio cuenta del poder de los millones de Rolfe. Ya en el avión, dos azafatas los atendieron. El capitán estrechó la mano a Helga, ignorando a Grenville. Ella parecía conocerlo, pues le preguntó por sus hijos. Grenville se dio cuenta de que sólo era un figurón, lo que lo puso de mal humor; pero Helga, aparentemente, no lo notó. Conversaba alegremente, se reía y disfrutaba la situación.

En el aeropuerto de Niza los esperaba un Mercedes.

El chofer, un hombre maduro, se quitó la gorra cuando Helga se aproximó. Ella le estrechó la mano y le preguntó por su esposa, en tanto Grenville esperaba, sintiéndose un estúpido.

El viaje a Cannes sólo les tomó veinte minutos. El gerente del Carlton Hotel estaba esperándolos para saludar a Helga. Se inclinó con indiferencia ante Grenville, cuando Helga se lo presentó.

─Chris, estoy cansada... Hasta mañana —dijo ella y

desapareció, mientras él tomaba un segundo ascensor para llegar a su cuarto.

Por la mañana, le llegó una nota con el desayuno.

¡Lo siento! Estaré ocupada por negocios. Páselo bien. Lo veré a las 21:00 en el vestíbulo. Helga.

Esta mujer estaba empezando a asustarlo. Le había dicho que ya había visto el terreno en Vallauris. Ahora comprendía cuán estúpida había sido esa mentira. Ella esperaba que la llevara a verlo al día siguiente y él no tenía la más remota idea de dónde estaba ese terreno. Debía hacer algo. Llamó a la oficina de Henri Leger.

Una chica le dijo:

─Monsieur Leger salió. No regresará hasta esta tarde.

─Le hablo de parte de Mr. Joe Patterson, quien tiene una

opción sobre un terreno en Vallauris —dijo Grenville —. ¿Podría decirme dónde está ubicado el terreno?

─Mr. Leger está allí ahora —le informó la chica —. Fue

con Madame Rolfe.

Grenville sintió que un escalofrío le corría por la espalda.

─Está bien, no se preocupe —dijo, y colgó.

Recordó la prevención de Archer. No imagine ni por un instante que podrá vencer a Helga.

Bueno, está bien, pensó, le seguiré el juego. Le revancha vendrá después que me haya acostado con ella. Eso es lo que Archer me ha estado diciendo. Al menos, estoy cubierto. Siempre le dije que esta promoción era ridícula.

Llamó a Archer.

─Está bien — le dijo Archer, después de escuchar la

historia de Grenville —. De momento, ya ha descubierto que la promoción de Patterson es un engañabobos, pero aún sigue interesada en usted. Hágase el inocente. Viajo para allí; esta noche estaré en el Clarice Hotel. Ya tengo casi lista mi idea. Tómelo con calma, Chris. Le vamos a sacar dos millones de dólares. Ella es inteligente, pero yo lo soy más aún.

Grenville le pidió a Dios que así fuera.

A las veintiuna estaba en el vestíbulo, después de haber pasado el día curioseando los negocios de Cannes y de haber nadado, pero sin disfrutar de ello ni un solo momento.

Helga, con un vestido de chiffon de seda turquesa y una estola de zorros blancos, se deslizó fuera del ascensor y se reunió con él.

¡Chris, perezco de hambre! Iremos al Boule d'Or. ¿Pasó un lindo día?

Sin esperar su respuesta, atravesó como una exhalación el vestíbulo hacia un Mercedes que los estaba esperando.

Velozmente fueron conducidos hasta un restaurante con vista sobre el puerto, donde Helga fue recibida como una reina.

Grenville, que se sentía cada vez más fuera de lugar, se quedó en un costado.

─Mi esposo y yo siempre comíamos aquí -explicó Helga, mientras se acomodaban en una mesa sobre la terraza-. Louis es digno de confianza. -Le sonrió al maitre, que se acercaba presuroso. — ¡Louis! ¡Qué alegría volver a verlo! Queremos una cena deliciosa. Sugiéranos algo.

─Madame, ¿por qué no su menú favorito: crêpes con

camarones y atún, y pato deshuesado con ciruelas?

Helga miró a Grenville.

─Es maravilloso. ¿Por qué no?

Grenville vaciló. Deseaba reafirmarse pero su confianza había desaparecido.

─Está bien.

─Ahora elija los vinos, Chris. Usted es un experto.

Esto, al menos le devolvía cierta iniciativa. Comenzó a examinar la lista de los vinos mientras el mozo que se ocupaba de las bebidas revoloteaba alrededor de ellos. Entonces, en el preciso momento en que iba a dar sus órdenes, Helga exclamó:

—Jacques ¿Les queda ese divino Margaux 29 que tanto le gustaba a mi marido?

El mozo hizo una reverencia.

─Sólo quedan dos botellas, Madame.

─Oh, Chris, debe probarlo. Y también tienen un fabuloso Domaine de Chevalier.

Vencido y desalentado, cerró la lista de los vinos.

Lo que usted diga, Helga.

Ahora comprendió que lo tenía completamente dominado. Un Margaux 29 debía costar por lo menos quinientos francos, pero recordó el consejo de Archer: sígale el juego.

Ella lo miró con ojos resplandecientes.

─Esto es divertido, Chris. Cuénteme qué hizo hoy.

─ ¿Hoy? Oh, di vueltas por ahí, nadé y la extrañé.

Esto le agradó y le palmeó la mano.

─Yo también lo extrañé, pero mañana será diferente. Nos vamos a divertir. Me muero de ganas de nadar.

─ ¿Y usted qué hizo? — le preguntó, aunque ya sabía qué

había estado haciendo.

─Dejemos eso para después. - La mirada directa lo hizo

sentir incómodo.

Durante la excelente cena, hablaron de cualquier cosa. Grenville descubrió que se sentía incapaz de lanzarse en uno de sus monólogos, aunque deseaba explayarse sobre Montecarlo y Rainiero. De algún modo, Helga dominaba la conversación hablando de sus experiencias con Herman Rolfe, cuando ambos habían pasado varias semanas en Cannes.

Cuando terminaron la cena, ella dijo:

─Volvamos al hotel.

Para su alivio, ella pagó la cuenta y dejó una generosa propina.

Dijo débilmente:

─Esto corre por mi cuenta, Helga. — Aparentemente, ella

no lo oyó.

Ya de regreso en el hotel, fueron juntos a la suite de ella. Helga salió al balcón y observó el mar, la multitud, las palmeras y las luces.

─Adoro Cannes — dijo mientras Grenville se le unía.

─Sí, es algo especial. *

Se quedó de pie a su lado, incómodo y aburrido.

─Ahora hablemos de negocios —dijo ella, y se dejó caer

en una silla.

Grenville hubiera deseado que Archer estuviera allí. Esa mujer lo desmoralizaba. Nunca antes había encontrado una mujer con tal fortaleza de carácter; nunca antes había oído ese súbito tono acerado de voz ni había debido enfrentar una mirada tan directa.

¿Negocios? Por supuesto. -Se sentó al lado de ella. —Se refiere al asunto Patterson.

Ella le sonrió.

Chris, usted tiene un talento especial para muchas cosas, pero la promoción inmobiliaria no es para usted.

Grenville cruzó sus largas piernas, abrió su cigarrera de oro y la convidó. Helga tomó un cigarrillo y él también. Encendió los cigarrillos antes de responder:

—Tal vez tenga razón.

Ella echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada. Observándola, Grenville se dio cuenta de pronto de que era una mujer hermosa. La línea de su garganta era soberbia.

─Cuando usted me habló acerca de esta promoción de

Cielos Azules en la que está implicado —dijo Helga—, decidí comprobarla. Ayer di instrucciones a mi gente para que investigara a Joe Patterson. Esta mañana visité el terreno en Vallauris. Ahora, permítame que le cuente lo que descubrí. Primero, Joe Patterson pasó cinco años en una cárcel de Estados Unidos por fraude. Tiene muy poco dinero, sólo el necesario para mantener las apariencias. La promoción de Cielos Azules es sólo otra de sus estafas. Esta mañana fui al catastro de Vallauris. Me informaron que dos caminos atraviesan ese terreno, lo que lo inutiliza para la construcción. Leger, el agente, es un tramposo. Debe enfrentar el hecho, Chris, de que está implicado en una estafa.

Sacando su pañuelo, Grenville se secó sus húmedas manos.

─Se lo dije, Helga, que nadie en su sano juicio...

─Sí —lo interrumpió —. Le fastidió que lo siguiera

manteniendo a distancia. Podemos olvidar a Patterson.

Lo lamento, pues usted perderá su dos por ciento de esta supuesta negociación.

Grenville se encogió de hombros.

─Así es la vida ¿no? Nunca pensé en serio que lo tendría. — Miró hacia la multitud que se desplazaba por la avenida.

—Tal vez deba seguir con esta farsa hasta el final. Si Patterson desea realmente que vaya a Arabia Saudita, me pagará para que lo haga.

Pensó que ésta había sido una movida inteligente y miró a Helga, pero su mirada inquisitiva lo hizo sentir inmediatamente incómodo. Se obligó a sonreírle.

─Olvídese de Arabia Saudita —dijo Helga cortante—.Tengo una propuesta que hacerle.

─ ¿Sí? ¿Cuál es, Helga?

─Mi corporación puede sacar provecho de su talento.

Quiero que se transforme en miembro de mi comité ejecutivo.

Con un esfuerzo, Grenville mantuvo su rostro inexpresivo.

─Pero yo no entiendo nada de electrónica,

─No le hará falta. Quiero que sea mi asistente personal —

Helga apoyó su mano sobre la de él —. No se imagina de cuántas cosas debo ocuparme. Con usted a mi lado, mi trabajo será más liviano. ¿Qué le parece?

Ya está, pensó Grenville. Súbitamente recobró su autoconfianza. Sus dedos acariciaron la muñeca de Helga.

─Me encantaría. Pero dígame primero: ¿su asistente

personal? —La miró con esa mirada sensual que dedicaba a las mujeres maduras o de mediana edad y que nunca le había fallado. ─¿Hasta qué punto personal?

─Muy, muy personal, Chris, querido -dijo Helga, y se

puso de pie.

Cuando entró en el dormitorio, Grenville pensó que esta vez no había fallado. Casi podía escuchar los aplausos de Archer.

El tibio sol, que atravesaba las rendijas de las persianas, despertó a Helga. Se revolvió voluptuosamente, gimiendo; luego abrió los ojos. Miró el reloj y vio que eran las diez.

Nunca había dormido tan bien. Volviéndose, miró la otra almohada y la acarició.

Grenville se había marchado poco después de las tres. Odió la idea de que se fuera, pero ambos habían estado de acuerdo en que él regresara a su cuarto en beneficio de las apariencias.

Deslizó los dedos por su sedoso cabello.

¡Qué amante! ¡El mejor!

Arqueó su cuerpo, deseando que estuviera a su lado, que la poseyera una vez más.

¡Qué amante!

Durante algunos minutos permaneció recostada, recordando los sucesos de la noche. ¡Perfecto! ¡Y debería repetirse, repetirse y repetirse! ¡Este hombre maravilloso tenía que ser su marido! No podía soportar la idea de tener que separarse de él alguna vez. Lo tenía todo: apariencia, inteligencia, talento. ¡Y era un amante magnífico!

Estaba atrapada, se dijo a sí misma, y se rió. Sí... ¿Y por qué no? Él también la amaba, y con la misma pasión. Lo sabía por la forma en que la miraba y la acariciaba. Por supuesto, debía tener cuidado. No debía precipitarse. Él era inglés; seguro que tenía el estúpido prejuicio de que, por ser tan rica, no debía casarse con ella. Pero estaba segura de poder manejar el asunto.

─No, por cierto, en el Carlton Hotel.

Se dio vuelta mientras pensaba; luego, súbitamente, se sonrió. ¡Por supuesto! ¡La villa en Castagnola! El nido de amor perfecto alejado de los ojos curiosos de la prensa... Chris y ella. ¡Nada podía ser más perfecto!

A Herman Rolfe siempre le había gustado pasar un mes o dos en Suiza y había comprado una villa —propiedad de un próspero productor norteamericano de películas— justo en las afueras de Lugano, con una espléndida vista sobre el lago. En esa villa fue donde Archer había tratado de chantajearla sin éxito, pero eso pertenecía al pasado. Era el lugar ideal para una discreta aventura amorosa.

Su mente se puso en actividad. Había varias cosas que arreglar. Primero, necesitaba una persona discreta que se hiciera cargo de la atención de la villa. Las mujeres del pueblo harían correr chismes. De pronto, sonrió y abrazó la almohada.

¡Hinkle!

Ese hombre rechoncho y bondadoso que había cuidado de Herman Rolfe durante quince años, y que ahora había transferido su lealtad hacia ella y era casi como un padre.

¡Hinkle, por supuesto!

Levantó el receptor y le pidió al conserje que le averiguara los detalles de un vuelo de Miami a Ginebra y otro de Niza a Ginebra.

Llamó luego al Signor Transel, que se ocupaba de cuidar la villa de Castagnola. Le ordenó que abriera y que limpiara la villa: ella llegaría en el término de dos días. El Signor Transel dijo que se encargaría inmediatamente de los arreglos.

Sólo entonces pidió el café.

El conserje llamó dándole los horarios de los dos vuelos; le pidió que reservara un pasaje desde Miami y dos desde Niza.

Llegó el café.

Llamó a la telefonista del hotel y le pidió que la conectara con su residencia en Paradise City. La telefonista le dijo que sólo le tomaría unos minutos.

Helga tomó su café, encendió un cigarrillo y esperó, pensando en Grenville.

Sonó la campanilla del teléfono.

─La comunicación con su residencia — le dijo la telefonista.

─ ¿Hinkle? —preguntó Helga excitada.

─Sí, señora. Espero que se encuentre bien.

Sofocó una carcajada. Eso era tan típico de Hinkle.

─ ¡Maravillosamente! ¡Tengo novedades!

─ ¿De veras, señora? —Su untuosa voz de obispo le

llegaba con nitidez. —Parecen ser buenas noticias.

─ ¡Estoy enamorada, Hinkle!

Se produjo una pausa. Luego Hinkle dijo:

─Parecen ser noticias excelentes, señora.

─ ¡He encontrado al hombre con quien deseo casarme!

Otra vez se produjo una pausa. Luego Hinkle dijo:

─Confío en que el caballero sea digno de usted, señora.

Ella lanzó una carcajada.

─ ¡Oh, Hinkle, no sea tan remilgado! ¡Es maravilloso!

Ahora escúcheme. He hecho los arreglos para que abran la villa Castagnola. Quiero permanecer allí por una semana o dos, así podré conocer mejor a Mr. Grenville... ¿me comprende?

─Por cierto, señora, y querría que yo estuviera con usted.

─ ¡Sí! Deje todo. Ya le he reservado su vuelo. —

Tomó el papel en que había tomado nota y le leyó el número de vuelo y la hora de partida.

─Está bien, señora. Estaré en el aeropuerto de Ginebra pasado mañana a las 22:30.

─Mr. Grenville y yo llegaremos un poco más tarde. iOh,

Hinkle, soy tan feliz! —Lanzó un beso al aire.

─Entonces, yo también me alegro por usted, señora.

Ella cortó.

Ahora, el auto.

Llamó al agente de Rolls-Royce en Lugano.

─Quiero un Rolls —dijo, después de presentarse.

—Tiene mucha suerte, Madame Rolfe. Nos acaban de entregar el nuevo Camargue. Es un auto verdaderamente magnífico: dos tonos, plata y negro.

─ ¡Lo quiero! Llegaré al aeropuerto de Ginebra pasado

mañana a las 22:30. Por favor, póngase en contacto con Signor Transel, que es mi agente en Lugano. Él arreglará todo lo que sea necesario.

─El auto la estará esperando, señora, en el aeropuerto.

¡La llave mágica de Herman Rolfe!

¡Chris! ¡Querido Chris! ¡Cuánto deseaba que estuviera con ella en ese instante! Dos días más y estarían plenamente juntos, a salvo de la prensa: sólo él, ella y Hinkle.

—Tranquilícese, Chris —dijo Archer con serenidad—. Las cosas marchan como queremos.

Estaban sentados en un oscuro bistrot de la rue de Canadá.

─ ¡Usted puede decir eso —dijo Grenville con violencia

—, pero soy yo quien tengo que vivir con ella! ¡Es tan positiva! ¡Es como una araña hembra que se devora al macho!

¡Vamos! ¡Vamos! —dijo Archer con dureza —. Pensamos obtener un millón cada uno. No puede menos que trabajar un poco. Hasta ahora ha hecho un trabajo magnífico, pero aún queda más por hacer. Antes que esté completamente atrapada, debe imaginarse que usted desea casarse con ella.

Grenville resopló.

─ ¿Casarme?

─Dejo en sus manos darle la impresión de que desea

convertirse en su marido —dijo Archer — . Conozco a Helga. Se siente sola, se ha enamorado de usted y, una vez que crea que usted desea casarse, la habremos acorralado de tal modo que no podrá escapar.

Grenville ya le había contado que Helga lo llevaba a su villa en Castagnola por dos semanas y Archer rebosaba de alegría.

─No podía ser más perfecto. Por eso es que le digo que las

cosas van como nosotros queremos. ¡Qué bien conozco esa villa! —Le hizo un guiño a Grenville. — ¿Así que le dio dinero?

Me obligó a tomarlo. Me dijo que saliera y me comprara ropa.

─Bueno, va a necesitar ropa. No se muestre tan sorprendido. Después de todo, usted me dijo que era un

gigoló profesional ¿no? — Archer sonrió —. ¿Cuánto le dio?

─¡Cien mil francos!

Archer asintió.

—Helga siempre ha sido generosa con sus amantes. Es un poco exagerado; pero, después de todo, tiene millones. — Hizo una pausa, lo miró con ojos penetrantes. — Necesito dinero, Chris, si quiero llevar adelante mi plan. ¿Supongamos que me da cincuenta mil?

¿Supongamos que me cuenta cuál es el plan que ha estado maquinando? —le preguntó Grenville.

─Sí, por supuesto. — Archer se recostó en su silla.

─Realmente es muy simple; todos los buenos planes lo son. Después de tres días en villa Castagnola, y después de convencer a Helga de que desea casarse con ella, y después de hacerla gozar en la cama hasta enceguecerla, si me perdona una expresión tan grosera, usted va a ser secuestrado y retenido hasta que paguen un rescate, que será de dos millones de dólares.

Grenville lo miró absorto.

─ ¿Se ha vuelto loco? ¿Yo? ¿Secuestrado?

Será un secuestro simulado, pero el rescate no será simulado —dijo Archer —. Conozco a Helga. Una vez que la convenza de que desea casarse con ella, la tendremos en el lugar exacto en que queremos. Considere la situación. Para ella todo es maravilloso: amor, matrimonio, no más soledad. Va a estar como pez en el agua y, de pronto, usted es secuestrado. Si no paga dos millones de dólares no volverá a verlo nunca. ¡Tiene tanto dinero! Con tal de tenerlo de vuelta no dudará. Y así nos hacemos de dos millones, uno para usted y uno para mí. ¿Qué le parece?

Bueno. ¡Bendito sea Dios! —Grenville parecía atónito. — ¿Suponga que recurre a la policía?

No lo hará. Se lo aseguro. La tendré tan asustada que no irá a la policía. Conozco a Helga. Pagará.

Bueno, ella paga. ¿Y después?

—Tan pronto tenga yo el dinero, abandonamos Suiza. Nuevamente le repito que conozco a Helga. Aun cuando se dé cuenta de que la han tomado por una tonta, su orgullo le impedirá gritar: ¡"Al ladrón"!

¿En qué forma pagará ese dinero? —preguntó Grenville.

─Ésa es una buena pregunta. Ella y yo somos viejos

enemigos. Una vez que usted haya sido secuestrado, yo la llamaré. Me producirá el mayor de los placeres. Posee una cuenta numerada en un Banco privado suizo. Depositará el dinero en esa cuenta y yo le transferiré la mitad a usted.

─ ¿Quién se encargará del secuestro? —preguntó

Grenville, incómodo.

─Eso lo voy a arreglar. Tengo un buen contacto en

Ginebra. No se preocupe por eso. — Archer miró su reloj. — Ahora, déme cincuenta mil francos. Debo partir para Ginebra dentro de una hora.

Grenville dudó. Sacó luego un fajo de francos franceses de su bolsillo. Le dio la mitad a Archer, quien se los metió en el bolsillo.

─Desde Ginebra iré a Lugano —dijo Archer —. Me

alojaré en el Hotel de Suisse. Llámeme allí. Su trabajo consiste en convencerla de que no puede vivir sin ella. Deje todo lo demás en mis manos. — Le sonrió a Grenville. — Los secuestros están de moda en estos días. No despertará sospechas. Cuando tenga lugar, no se haga el valiente. Haga una pequeña demostración de resistencia, pero nada más. Ocurrirá en forma inesperada. Se lo llevarán de la villa y, después de eso, todo lo que tendrá que hacer será acompañarme hasta que obtengamos el dinero.

─Esto me preocupa —dijo Grenville, incómodo —. He

hecho algunos pequeños trabajos sucios en el pasado, pero nunca he llegado hasta el punto de cometer un delito.

─Esto no es un delito, Chris. —Archer se puso de pie.

La policía no se va a meter. Piense en lo que va a poder hacer con un millón de dólares. Con tal cantidad se verá libre de todas esas viejas damas ricachonas.

Ámela, Chris: ése es su trabajo. Cuanto más lo necesite, tanto más fácil resultará sacarle el dinero.

Grenville dejó escapar un profundo suspiro.

— Está bien. ¿Cuándo ocurrirá?

—Tres días después de haberse instalado en la villa. Pero nos encontraremos otra vez antes. Le haré saber lo que haya arreglado. — Archer hizo una pausa, su mirada se tornó gélida. —Una vez ella me ganó, ahora es mi turno.