CAPÍTULO 8

CUANDO Gaye y Garry volvieron a su suite, encontraron todas las ventanas y puertas que daban a la terraza, cerradas y el aire acondicionado en funcionamiento.

Garry fue inmediatamente a las puertas y trató de abrirlas, pero estaban cerradas con llave y ésta había sido sacada. Cuando trató de abrir una de las ventanas, la encontró inamovible.

—Trancados para pasar la noche —dijo, rascándose la cabeza—. Ahora ¿cómo diablos va a entrar Fennel?

—Yo pensé que eras demasiado optimista. ¿Te parece que iban a dejar todo esto abierto de noche?

—Avísale a Fennel. Es trabajo suyo ver cómo va a entrar. Tal vez se las pueda arreglar con esta Cerradura. —Garry miró el reloj. Eran las 22. Se sentó y miró a Gay—. Tenemos que esperar una hora. ¿Qué te pareció Kahlenberg?

Gaye se sonrió.

—No me gustó. Creo que se aburrió de mí y el hombre que me encuentra aburrida no puede llegar a ser mi persona favorita. —Se rió—. ¿Qué te pareció a ti?

—Es peligroso —dijo Garry serenamente—. Y te diré algo más. Tengo la impresión, después de haberlo observado, de que no está cuerdo. Todavía pienso que hemos caído en una trampa. Pero ya que estamos aquí, seríamos locos si no intentáramos llegar hasta el anillo. Me pregunto si no estaba mintiendo cuando dijo que los alrededores de la casa no eran custodiados durante la noche. Le tendré que advertir a Fennel que tenga cuido al venir.

—No crees que está cuerdo... ¿qué quieres decir?

—Hay algo en sus ojos... no digo que esté loco, sino que está desequilibrado.

—Estoy segura de que son imaginaciones tuyas, Garry. No puedo creer que nos haya dejado ver el museo si realmente sospechara de nosotros. Yo creo que está amargado por ser tullido, y si estaba distante probablemente se debería a eso... por todo lo que sabes, puede ser que sufra.

—Podrías tener razón —Garry levantó los hombros—. Pero toda la puesta en escena me parece demasiado fácil.

—¿Vas a verificar el ascensor?

—Por supuesto. Si no está en funcionamiento no veo cómo podemos llegar hasta la puerta del museo. Esperaré una media hora, luego iré a ver. —Se levantó fue hasta la puerta y la abrió. Miró hacia el desierto corredor. Estaba iluminado, y pudo ver que terminaba en una puerta doble. No había nadie. Volvió al cuarto de estar y cerró la puerta—. Podría ser peligroso. Si Tak o uno de los sirvientes sale de cualquiera de los cuartos mientras estoy allí afuera, estoy perdido. Ni una mosca se podría esconder allí.

—Siempre te queda el pretexto de decir que eres sonámbulo.

Garry le frunció el ceño.

—Me gustaría que tomaras esto más seriamente. Parecería que no te dieras cuenta de que si estamos atrapados podemos llegar a pasarla mal.

—Mejor preocuparnos cuando las cosas sucedan. Garry se sonrió repentinamente.

—Creo que tienes razón. Ven acá y déjate besar.

Ella sacudió la cabeza.

—Ahora no... estamos trabajando.

Garry vaciló, luego encendiendo un cigarrillo, se dejó caer en un sillón.

—Si salimos con éxito de esto, ¿qué vas a hacer con el dinero, Gaye? —preguntó.

—Ahorrarlo. Ahorro todo mi dinero y lo coloco al seis por ciento en un banco suizo. Pronto tendré una buena entrada y entonces Shalik puede buscarse otra esclava.

—¿No te cae en gracia?

— ¿A quién le podría caer en gracia? Es útil pero eso es todo, y tú, ¿qué vas a hacer con tu parte?

—Hacer un curso de electrónica —dijo Garry con prontitud—. Siempre he querido hacerme de una educación, y hasta ahora, nunca tuve la oportunidad. Con el dinero de Shalik, estudiaré, y luego me conseguiré un trabajo decente. Hay muchas oportunidades en el campo de la electrónica.

—Me sorprendes... no se me ocurre que eres el tipo de hombre estudioso. ¿Piensas casarte?

—Sí, pero no antes de haberme capacitado. Luego lo haré.

—¿Tienes elegida la chica ya?

Le sonrió.

—Sí, así lo creo.

—¿Quién es ella?

—Nadie que conozcas... sólo una chica. Nos llevamos bien.

—Yo pensé más bien que ibas a nombrarme a mí.

Se rió.

—Tú hubieras dicho que no de todos modos:

—¿Por qué estás tan seguro?

—Hubieras dicho que no, ¿no es verdad?

Gaye le sonrió.

—Sí. No quisiera casarme con un ingeniero electrónico. Cuando me case será con un hombre que piensa a lo grande, vive a lo grande y es rico.

—Ya lo sé. Por eso la elijo a Toni.

—¿Ése es el nombre de ella?

Garry asintió.

—Te deseo suerte, Garry y espero que seas muy feliz con ella.

—Gracias. Espero que tú también seas feliz, pero no te aferres demasiado al dinero.

Gaye se puso pensativa.

—La vida puede ser bastante dura sin él.

—Sí —él aplastó su cigarrillo y miró fijo al techo—. Uno debe tener lo suficiente, pero todo esto.:. —señalo con la mano la habitación lujosamente amueblada—. Esto no es necesario.

—Lo es para mí.

—En eso diferimos. —Miró su reloj—. Creo que voy a darle un vistazo al ascensor.

Gaye se puso de pie.

—Iré contigo. Si nos encontramos con alguien, diremos que teníamos ganas de caminar por el jardín y como no podíamos salir por la terraza, íbamos a tratar de salir por la puerta principal.

—Un poco flojo... pero tendrá que resultar. Vamos.

Salieron silenciosamente al corredor, se detuvieron para escuchar, no oyeron nada y luego caminaron ligero, pasando por la puerta principal y más adelante hacia el escondido ascensor. Garry se dirigió al borde del ventanal y tanteó debajo de éste; sus dedos encontraron un botón que presionó. La pared se corrió. Se miraron mutuamente, luego haciéndole señas a ella de que se quedara donde estaba, se acercó a las puertas del ascensor que se abrieron deslizándose silenciosamente. Entró a la jaula, presionó primero el botón rojo que Tak había dicho que cortaba la alarma, luego presionó el verde. Las puertas se cerraron y el ascensor descendió. Cuando llegó al piso bajo, Garry apretó nuevamente el botón verde y el ascensor subió. Salió al corredor y volvió a hacer correr la pared.

Tomando la mano de Gaye en la suya, corrió silenciosamente por el corredor y volvió a la suite.

—Bueno, funciona —dijo, cerrando la puerta—. Ahora todo depende de que Fennel pueda entrar y luego, por supuesto, si puede llegar a abrir la puerta del museo.

Después de esperar un cuarto de hora, Garry tomó el radio transmisor. Fennel contestó enseguida.

Garry le explicó, la situación y le dijo que el ascensor funcionaba. Fennel dijo que todavía se veían luces en las ventanas de las dos alas extremas de la casa.

—La luz de la derecha es la mía —dijo Garry—. La otra es de los aposentos de Kahlenberg.

—La luz de la izquierda se ha apagado —informó Fennel—. La única luz que se ve ahora es la de usted.

—Kahlenberg me dijo que los alrededores de la casa no están custodiados, Lew —dijo Garry—, pero no confío en él. Tómese tiempo y utilice todo lugar cubierto al venir. Podría haber alguno de los guardias zulúes por alrededor.

—Estaré alerta. Salgo ahora. Me llevará una buena media hora llegar hasta donde están ustedes. Ken se quedará aquí hasta que le avisemos.

—Comprendido... cambio —y Garry apagó el aparato. Volviéndose a Gaye, continuó—, viene para acá. Todas las demás luces se han apagado. —Fue hasta las lámparas de al lado de la cama y las encendió, luego apagó las del cielo raso. Yendo hacia la ventana, atisbó en la oscuridad. La gran luna estaba parcialmente oculta por las nubes, pero después de unos minutos, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudo llegar a ver los muebles de la terraza y más allá, los canteros de flores. —Tal vez estemos volando para Mainville dentro de dos horas —dijo Gaye—. Me voy a cambiar.

Entró al cuarto, se sacó el sari y se puso la camisa y los shorts. Cuando volvió a la sala de estar, encontró que Garry también se había cambiado. Se sentaron sobre la cama, mirando por la ventana, esperando a Fennel.

Los minutos se arrastraron lentamente. Los dos se sintieron excitados mientras estaban sentados, esperando. Después de lo que pareció un siglo, Garry puso la mano en el brazo de Gaye.

—Está aquí. —Se puso de pie y fue hacia la ventana. Fennel salió de la oscuridad, se detuvo en la ventana y les hizo una seña. Bajó la caja de herramientas al piso y fue hacia las puertas que daban a la terraza. Con ayuda de una linterna de bolsillo, examinó la cerradura. Mirando a Garry, levantó su dedo pulgar, luego fue a buscar su caja de herramientas.

En pocos minutos las puertas de la terraza se abrieron. Levantando la caja, Fennel entró al cuarto de estar. Volviéndose a Garry, dijo:

—Lo han estado pasando bien, ¿eh? —Miró por el cuarto—. Ken y yo tuvimos la peor parte, ¿no?

—Difícil —dijo Garry sonriendo—. No se preocupe. Ya se repondrá.

Fennel le dirigió una mirada diabólica, luego se dio vuelta. Viendo el estado de ánimo en que estaba, Gaye lo observó, pero no le habló.

—¿Dónde está el ascensor? —preguntó Fennel—. Este trabajo me puede llevar tres a cuatro horas.

Garry se volvió a Gaye.

—Tú mejor te quedas aquí, si va a demorar tanto.

Ella asintió.

—Muy bien.

—¿Qué pasa con las lentes de T.V.? —preguntó Fennel.

—Están allí en el museo, pero no tengo idea dónde está el cuarto de las pantallas o si alguien vigila durante la noche.

Fennel se puso colorado de rabia.

—¡Su trabajo consistía en averiguarlo! —rezongó. Garry fue hacia la puerta, la abrió y le hizo una leña con la cabeza a Fennel.

—Venga a ver... hay cerca de treinta y cinco puertas a lo largo de este corredor. Podría estar detrás de cualquiera de ellas. No podemos entrar y verificarlo. ¿Vio algún zulú al venir por el jardín?

—No. ¿Qué tiene que ver con esto?

—Las probabilidades son de que si no custodian de noche los alrededores, tampoco controlarán las pantallas de T.V.

—Si no es así estamos hundidos.

—Así es. ¿Tiene usted idea de cómo verificarlo?

Fennel pensó, después se encogió de hombros.

—Podrían estar en cualquier lugar... podrían estar en alguna de las chozas fuera de la casa. —Vaciló—. Es correr un gran riesgo.

—O no corremos el riesgo o nos vamos sin el anillo.

—¿Quiere correr el riesgo? —preguntó Fennel.

—Seguro, si usted quiere.

—Entonces vayamos.

Anduvieron silenciosos por el corredor, dejando a Gaye todavía sentada sobre la cama. Unos minutos más tarde, descendían por el ascensor. Cuando llegaron a la cámara abovedada, Garry le señaló las lentes de T.V. que estaban en el cielo raso.

—Ahí están.

Fennel se corrió debajo de las lentes y las observó.

Luego hizo una profunda aspiración.

—No están en funcionamiento.

—¿Seguro?

—Sí.

Garry se limpió las manos transpiradas en las sentaderas de los shorts.

—Ahí está la puerta del museo. ¿Quiere que haga algo?

Fennel fue hasta la puerta y examinó el dial y la cerradura.

—No... déjelo por mi cuenta. Va a llevar tiempo, pero la puedo abrir. —Abrió la caja y extendió una selección de herramientas sobre el piso. Garry fue hasta un sillón de cuero de alto respaldo y se sentó. Encendió un cigarrillo y trató de contener su impaciencia.

Fennel trabajaba cuidadosamente, con un leve silbido al respirar. Su cuerpo ocultaba lo que estaba haciendo, y después de un rato, Garry se aburrió de observar las anchas espaldas y levantándose, comenzó a caminar de un lado a otro. Fumó un cigarrillo detrás de otro y continuamente miraba el reloj. Después de haber pasado lentamente una hora, se detuvo para preguntar:

—¿Qué tal va?

—He neutralizado el interruptor del reloj —dijo Fennel, sentándose hacia atrás sobre sus talones y limpiándose la frente con el brazo—. La peor parte del trabajo la tenemos detrás. Ahora, tengo que luchar con la cerradura misma.

Garry se sentó y esperó.

Pasó otra hora lentamente, luego Fennel hizo un gruñidito.

—¡Lo logré! —exclamó.

Garry se acercó a la puerta.

—Más rápido de lo que pensaba.

—Simplemente cuestión de suerte. Anteriormente he estado cinco horas con una de estas malditas cerraduras. —Se levantó y abrió la puerta—. ¿Sabe usted dónde está el anillo?

—Lo llevaré hasta allí.

Fennel volvió a ordenar rápidamente la caja de herramientas y entraron juntos a la galería de pintura. Adelantándose Garry entró al segundo cuarto y llegó al nicho iluminado. Luego se detuvo, experimentando una noción de colapso. El pedestal estaba allí, pero la caja de vidrio y el anillo faltaban.

—¿Qué pasa? —preguntó Fennel.

—¡No está! —Garry se pasó la lengua por los resecos labios—. Allí era dónde estaba... ¡Ha desaparecido! Pensé...

Se cortó de golpe al ver a Fennel, la cara crispada, que estaba mirando hacia el ancho arco de la entrada por el que habían pasado a ese cuarto, desde la galería de pintura.

Parados allí, vestidos únicamente con una piel de leopardo, había cuatro zulúes gigantes, cada uno con una puntiaguda lanza de ancha hoja en la mano, los crueles, fieros ojos negros fijos en los espantados hombres. Uno de ellos dijo en inglés gutural:

—Vengan con nosotros.

—Esto es lo que se llama un buen policía, —dijo Garry y caminó hacia el zulú.

Fennel vaciló, pero sabía que no tenía ninguna probabilidad contra esos cuatro gigantes. Maldiciendo por lo bajo, recogió la caja y fue detrás de Garry.

 

A medida que pasaban los minutos lentamente, Gaye se puso más y más inquieta e impaciente. Caminaba por el lujoso salón de estar, preguntándose cómo le iría a Fennel. Ya hacía dos horas que habían dejado el salón. Se repetía todo el tiempo que Fennel había dicho que podía ser un trabajo de cuatro horas. En ese momento deseaba haber ido con ellos. Esta larga espera la estaba poniendo nerviosa.

Luego oyó un leve golpe en la puerta. Pensando que era Garry, corrió apresurada por el hall y abrió la puerta. Se enfrentó con un zulú que la sobrepasaba, la luz que le daba desde arriba, hacía brillar su piel negra y destellar la hoja de su lanza.

Sofocó un grito y retrocedió apuradamente, llevándose la mano a la boca. El zulú la miró echando fuego los ojos como piedras mojadas.

—Venga conmigo —gruñó y dio un paso a un lado.

—¿Qué quiere? —preguntó Gaye, la voz cascada por el susto.

—El amo quiere que vaya... ¡venga!

Ella vaciló. Entonces Garry había tenido razón después de todo, pensó, habían caído en una trampa. Por entonces se estaba recobrando del susto. No había otra cosa que hacer que obedecer, y levantando alta la cabeza salió al corredor. El zulú señaló la doble puerta al final del corredor.

Sabía que era inútil tratar de escapar de modo que fue caminando por el corredor, seguida por el zulú.

Cuando finalmente llegó a la doble puerta, se abrió automáticamente. Sin mirar al zulú, entró a la oficina de Kahlenberg, el corazón que le latía con fuerza, la boca seca.

En el extremo del amplio cuarto, Kahlenberg sentado, estaba junto a su escritorio, un cigarrillo entre los dedos, Hindenburg a su lado.

—Ah, Miss Desmond —dijo, mirando hacia arriba—. Por favor acérquese. Estoy observando algo de gran interés.

Al acercarse por el costado del escritorio, vio que el pequeño equipo de T.V. estaba encendido. Kahlenberg le señaló una silla cerca de la suya, lejos de Hindenburg que no le había sacado los ojos de encima desde que había entrado al cuarto.

—Siéntese y mire esto.

Ella se sentó, cruzando las manos sobre la falda y miró la pantalla iluminada. Su corazón dio un salto al ver a Fennel de rodillas frente a la puerta que daba al museo.

—Creo que en realidad está anulando mi hermosa cerradura —dijo Kahlenberg—. Los fabricantes me dijeron que nadie lo podía hacer.

Fennel se sentó repentinamente sobre sus talones.

—¡Lo logré! —exclamó. La voz un poco apagada, salió bastante bien por el parlante.

Entonces entró Garry en el cuadro.

—Su amigo es inteligente. —dijo Kahlenberg. Aunque habló con suavidad, sus ojos brillaron enojados—. No creí que lo haría, pero como ve, lo ha logrado.

Gaye no dijo nada.

—Normalmente inmovilizamos el ascensor —continuó Kahlenberg, sentándose hacia atrás en su sillón, los ojos todavía en la pantalla—. Pero tenía interés en saber si este experto la podía violar. Tendré que hablar seriamente con los fabricantes. Esto no resulta para nada.

Observaron a Garry y Fennel entrar al museo. Al presionar Kahlenberg un botón del tablero, el cuadro cambió de ángulo.

—No quise alarmar a sus amigos de modo que no hice funcionar este equipo hasta que estuvieron tranquilos de que no estaba en funcionamiento. —continuó Kahlenberg—. Ahora me temo que estén a punto de recibir un disgusto y una sorpresa.

El cuadro mostró a los dos hombres mirando fijo el pedestal que estaba en el nicho iluminado.

Gaye oyó que Fennel decía.

—¿Qué pasa?

Inclinándose hacia adelante Kahlenberg apagó el aparato.

—Estarán aquí dentro de unos minutos, Miss Desmond —dijo. Tomó una caja de oro, de cigarrillos y se la ofreció—. ¿Un cigarrillo?

—Gracias —Gaye tomó un cigarrillo y aceptó fuego.

—Dicho sea de paso, ¿cómo está Mr. Shalik?

Si esperaba desconcertarla, ella lo desilusionó. La cara inexpresiva mientras decía.

—La última vez que lo vi, parecía estar muy bien.

—¿Continúa tramando sus miserables pequeñas estafas?

—Realmente no lo sé. Parece estar ocupado siempre, pero no tengo idea de lo que hace exactamente.

—Es hora de haberlo parado, para bien. —El destello de fuego en los ojos de Kahlenberg le recordaron que Garry pensaba que era un desequilibrado—. Está resultando un estorbo.

—¿Creé usted eso? Yo hubiera pensado que no era más estorbo que otros —dijo Gaye fríamente—. Después de todo, Mr. Kahlenberg, seguramente ustedes son pájaros del mismo plumaje, ¿no?

Los ojos de Kahlenberg se achicaron un poco.

—¿Qué le hace pensar eso, Miss Desmond?

—Mr. Tak me dice que todo lo de su museo es original. Me imagino que las autoridades de Florencia no le han vendido a usted el panel de Ghiberti o el David de Bernini. Sé que usted robó el anillo de Borgia. Seguramente usted es un estorbo tan grande para los directores de los diferentes museos como lo es Mr. Shalik para usted.

Kahlenberg se sonrió.

—Sí, admito que todo lo que hay en mi museo es robado, pero existe una razón. Yo aprecio las cosas hermosas. Necesito de la belleza. Estoy demasiado ocupado para visitar Europa de modo que prefiero tener las cosas hermosas aquí dónde las puedo ver cuando tengo deseos. Pero Shalik sólo piensa en el dinero, no en la belleza. Se desvive por el dinero como yo por la belleza. Intento detenerlo.

—Tal vez necesite el dinero —dijo Gaye—. Usted tiene más que suficiente. A lo mejor usted sería igual que él si no tuviera dinero.

Kahlenberg aplastó el cigarrillo. Ella se dio cuenta de que hacía un esfuerzo por controlar sus nervios.

—Usted es una mujer de mucho espíritu, Miss Desmond. Estoy seguro de que Mr. Shalik se sentiría halagado de oírla defenderlo.

—No lo estoy defendiendo. Simplemente digo que no veo la diferencia entre usted y él —dijo Gaye.

En ese momento se abrieron las puertas y entraron Garry y Fennel. Los cuatro zulúes se detuvieron en la entrada, mirando en dirección a Kahlenberg quien los despidió haciendo una seña con la mano. Retrocedieron y las puertas se cerraron.

—Entren, señores y siéntense. —dijo Kahlenberg, señalando dos sillones frente al escritorio—. Como pueden ver, Miss Desmond ya está conmigo.

Garry se acercó a un sillón y se ubicó, pero Fennel se quedó parado mirándolo con rabia.

—Por favor, siéntese Mr. Fennel —dijo Kahlenberg suavemente—. Permítame felicitarlo. No creí posible que alguien pudiera abrir la puerta de mi museo y ahora usted lo ha hecho. Es una hazaña.

—¡Termine con los sentimentalismos! —gruñó Fennel— ¡Vinimos por el anillo y no lo hemos conseguido de modo que ahora nos vamos a ir bien rápido de aquí y usted no nos va a detener!

—Seguramente que se va a ir —dijo Kahlenberg—, pero tenemos que discutir algo primero.

—¡Yo no discuto nada con usted! —interrumpió Fennel. Estaba lívido de rabia y disgusto. Miró a Gaye y Garry—. Vamos... no se atreverá a detenernos.

Y se puso en movimiento hacia la puerta, agarró la manija pero encontró la puerta cerrada, giró sobre sí mismo y miró a Kahlenberg echando chispas por los ojos.

—¡Abra esta puerta o le rompo el maldito cogote!

Kahlenberg levantó las cejas.

—Eso podría ser peligroso para usted, Mr. Fennel, —dijo e hizo un leve chasquido de la lengua contra los dientes. Inmediatamente, Hindenburg se paró y comenzó a moverse lentamente hacia adelante, los ojos fijos en Fennel, los labios dejaron al descubierto los dientes con un feroz gruñido que lo hizo retroceder.

—Le aseguro —siguió Kahlenberg—, que mi cachorro lo haría pedazos con otra señal que le diera. ¡Siéntese!

Acobardado por el cheetah, Fennel se sentó de golpe al lado de Garry.

—Gracias —dijo Kahlenberg, luego continuó—, no quiero que el esfuerzo que han hecho ustedes tres para conseguir el anillo de Borgia sea desperdiciado. Como acaba de señalar Miss Desmond con mucha razón, el anillo no me pertenece legalmente. Ya que ustedes han demostrado tener tanta iniciativa para llegar hasta donde han llegado, he decidido darles el anillo bajo ciertas condiciones. —Abrió el cajón del escritorio y sacó la caja de vidrio que contenía el anillo. La colocó sobre el escritorio donde los tres pudieran verla.

Fennel le dirigió una mirada destellante al anillo y luego miró a Garry.

—¿Es ése? —y cuando Garry asintió. Fennel se volvió a Kahlenberg—. ¿Qué significa... condiciones?

Kahlenberg se dirigió a Gaye.

—Miss Desmond, aunque vivo en un lujo considerable, aunque soy un hombre excesivamente ocupado, hay momentos en que me aburro de mí mismo. Como ve, soy un tullido. Estoy encadenado a este sillón. Una de mis ambiciones cuando era joven era llegar a ser un cazador. Nada me hubiera dado tanta satisfacción como ir a un safari. Pero siendo un tullido, esto ha sido imposible y admito que me he sentido frustrado en cierta medida. Cualquier forma de frustración para un hombre de mi poder y mi fortuna es intolerable.

—¿Qué diablos es esto? —preguntó Fennel impaciente—. ¿Cuáles son esas condiciones de las que habla?

Kahlenberg lo ignoró.

—Aquí está el anillo de Borgia. —Levantó la caja de vidrio y se la entregó a Gaye—. Tengo entendido que a cada uno de ustedes se les pagará nueve mil dólares cuando entreguen el anillo a Shalik. —Sonrió fríamente—. Como ustedes ven, tengo un excelente sistema de espionaje. Nueve mil dólares para ustedes es una suma importante y naturalmente un incentivo para entregar el anillo a Shalik.

—¿Usted quiere decir que nos dará el anillo? —preguntó Fennel.

—Miss Desmond ya lo tiene. Ahora les voy a proporcionar otro incentivo más... uno mucho más importante... entregar el anillo a Shalik. Pero, no obstante éstos dos incentivos, todavía tienen que sacar el anillo de mi estado.

—Así que es eso. —Los ojos de Fennel se achicaron—. Sus salvajes nos van a detener... ¿es eso?

—Si pueden lo van a hacer. Voy a organizar una cacería. Ustedes tres y Mr. Jones que los está esperando, serán las presas y mis zulúes serán los cazadores. Deben verlo como un juego tan excitante como lo veré yo. Tendrán una razonable oportunidad de escapar de los cazadores porque les daré unas tres horas de ventaja. Saldrán de aquí a las cuatro, cuando haya suficiente luz como para que puedan correr bien rápido y va a hacerles falta una buena corrida. A las siete mis zulúes irán por ustedes. Dependerá completamente de la rapidez y del ingenio de ustedes, el sortearlos.

—¿Habla seriamente? —preguntó Garry.

—Ciertamente hablo muy en serio como lo descubrirán si tienen la mala suerte de ser capturados.

—¿Y si nos capturan? ¿Qué pasa?

Kahlenberg hizo una inclinación de cabeza.

—Una pregunta muy sensible, Mr. Edwards. Si los capturan, los matarán cruelmente. Mis hombres son extremadamente primitivos. En los días de Shaka, el famoso jefe zulú, cuando atrapaba a sus enemigos, los estaqueaban. Esto se hace clavando con martillo una estaca atada en el intestino bajo y dejando que la víctima muera lentamente y en extrema agonía.

La cara de Garry se puso rígida.

— ¿Y sus salvajes nos harán eso a nosotros si nos atrapan? —preguntó.

—Sí lo harán.

Hubo una larga pausa, luego Garry dijo, entonces usted está montando esta cacería para conformar su perversa y sádica frustración. ¿Es así?

La cara de Kahlenberg cambió: de un hombre cortés que hablaba suavemente se convirtió repentinamente en un lunático cruel y maligno.

—Yo les voy a enseñar a no traspasar los límites de mi estado —dijo, inclinándose y mirando con furia a Garry—. ¡Se han atrevido a venir acá con su ridículo cuento y ahora pagarán por ello! —Se controló a sí mismo y se sentó hacia atrás, la boca trabajando y se quedó inmóvil hasta que la furia se aplacó—. Es necesario librarse de todos ustedes ya que han visto mi museo. Es esencial que no se escapen para hablar.

Un poco tembloroso al darse cuenta de que su idea de que Kahlenberg era desequilibrado mentalmente, se confirmaba ahora, Garry dijo:

—¿Entonces por qué darnos el anillo? ¿Por qué no llamar a sus hombres y que nos maten ahora?

—La cacería me entretendrá. Les doy el anillo porque si llegan a escapar, merecen guardárselo... pero les aseguro que es improbable que puedan lograrlo.

—Supongamos que le prometemos no hablar y dejarle el anillo? —dijo Garry—. ¿Nos permitiría tomar el helicóptero y salir?

—No, y en el caso de que tengan esperanzas de usar el helicóptero, les diré de una vez, que está custodiado. Diez de mis zulúes lo rodean y mañana temprano, uno de mis pilotos lo llevará de vuelta a la compañía que se los alquiló. —Apretó un botón de su escritorio y se corrió un panel en la pared opuesta dejando al descubierto un mapa en relieve, del estado y de la casa—. Les daré una ventaja razonable y me disgustaría mucho si la cacería se terminara en unas pocas horas. Me gustaría que durara varios días. De modo que, por favor, miren el mapa y estúdienlo. Verán que la salida por el Este está bloqueada por una cadena de montañas. Al menos que sean todos expertos alpinistas, no les aconsejaría ir por ese camino. Les advierto que a mis zulúes les resulta insignificante trepar las laderas de esas peligrosas cumbres y rápidamente los alcanzarían. Tampoco recomendaría la salida por el Sur. Como pueden ver por el mapa hay un río, allí, pero lo que no se ve es que en las cercanías del río hay ciénagas que están infectadas de cocodrilos y de algunas de las más mortales víboras de Natal. La salida por el Norte está derecho hacia adelante. Ese es el camino por el que entraron. Sin embargo veinte de mis zulúes están siempre custodiando ese acceso. Usted no los vio, Mr. Fennel, pero ellos lo vieron a usted y a Mr. Jones y nos informaban continuamente de su marcha. De modo que le aconsejaría no salir por ese camino aunque lo hayan dejado entrar por instrucciones mías, puede estar seguro de que no le dejarán salir. De modo que sólo queda el Oeste. No es fácil pero es posible. No encontrarán agua allí, pero hay una buena huella que lleva finalmente a la autopista principal para Mainville. Está a unos ciento veinte kilómetros y tendrán que apurarse. Un zulú puede alcanzarlos fácilmente con un caballo ligero, pero tienen tres horas de ventaja. —Kahlenberg miró el reloj—. Ya se me ha hecho tarde para ir a dormir. Por favor, vuelvan a la suite de huéspedes y descansen un poco. A las cuatro se los pondrá en libertad. Nuevamente les aconsejo moverse todo lo rápido que puedan —Presionó un botón de su escritorio y las puertas se abrieron. Los cuatro zulúes que estaban esperando entraron.

—Por favor, vayan con estos hombres, —continuó Kahlenberg—. Hay un viejo dicho africano que harán bien de recordar todos. Es que el buitre es un ave paciente. Personalmente, preferiría un buitre a uno de mis zulúes. Buenas noches,

De vuelta en la suite de huéspedes y cuando Fennel cerró la puerta, Garry dijo:

—Es un caso patológico. Tuve un presentimiento en el momento que lo vi. ¿Creen que está bromeando sobre lo de los zulúes?

—No —Gaye contuvo un temblor—. Es un perverso sádico. ¡Esa expresión de la cara cuando dejó caer la máscara! Vámonos ahora, Garry. Ellos creen que la puertas de la terraza están cerradas. Podemos ganar siete horas si salimos ahora mismo.

Garry fue hacia las puertas y las abrió. Se detuvo, luego dio un paso atrás cerrándolas.

—Están allí afuera ya... esperando.

Gaye fue hacia donde estaba él y atisbó a través del vidrio. Pudo ver un semicírculo de zulúes en cuclillas, frente a ella: la luz de la luna brillaba en sus lanzas, las plumas de avestruz se movían con la suave brisa. Sintiéndose atemorizada se apartó de las ventanas.

—¿Qué vamos a hacer, Garry?

—¿Eres buena para la montaña? —le preguntó Garry, acercándose para sentarse a su lado.

—No creo... nunca lo probé.

—Ustedes pueden cortar camino por las montañas, —dijo Fennel, limpiándose la cara con el brazo—. Yo no tengo cabeza fuerte para las alturas.

—Tendremos que consultar a Ken. Tenemos que ponernos en marcha para el Norte para recoger a Themba. Sin él, no saldremos.

—Correcto —dijo Fennel—. Ken dice que el tipo tiene una brújula en la cabeza. Él nos llevará afuera.

—Tomemos un trago. —Garry se puso de pie y fue al bar—. ¿Qué quieres tomar, Gaye?

—Nada a esta hora.

—¿Lew?

—Scotch.

Mientras Garry preparaba las bebidas, preguntó:

—¿Lleva Ken el Springfield encima?

—No. Lo dejamos con Themba.

—Podríamos necesitarlo.

—Sí, recogeremos a Ken, y luego iremos directamente adónde dejamos a Themba. No sólo tiene el rifle, sino agua especial y la mayor parte de la comida. Si tenemos que caminar todo ese maldito camino, podríamos pasarnos en él tres y hasta cuatro días.

Garry vio que Gaye estaba examinando el anillo a través de la caja de vidrio.

Se le acercó y atisbó por encima de los hombros de ella.

—Sácalo y póntelo —dijo él—. Esa caja es molesta para llevar y podría romperse. El anillo estará mucho más seguro en tu mano que en la caja.

—Si alguien tiene que llevarlo, seré yo —dijo Fennel, dejando su bebida.

—Ella lo va a llevar —dijo Garry tranquilo—. Confío en Gaye, pero no puedo decir que confío en usted.

Fennel lo miró con rabia, pero la mirada fija de Garry le hizo vacilar, Finalmente, se sentó groseramente y tomó de un trago su bebida. Muy bien, hijo de puta, pensó. Te arreglaré las cuentas cuando se las arregle a ella.

Gaye sacó el anillo de la caja.

—Los diamantes son hermosos, pero el anillo no es lindo, ¿no? —Se lo probó en el tercer dedo de la mano derecha, pero lo encontró demasiado flojo—. Por supuesto, me olvidaba… es un anillo de hombre. —Se lo colocó en el pulgar—. Así está bien. Es un poco molesto, pero no se saldrá.

Garry miró el reloj. Eran las dos.

—Ve y tiéndete en la cama, Gaye. Yo voy a mi cuarto. Tenemos que descansar todo lo que podamos. No sabemos cuándo dormiremos nuevamente.

La observó mientras se iba a su cuarto, luego se fue al suyo, ignorándolo a Fennel.

Este se estiró sobre el diván. Sabía que no dormiría. Todo su deseo y frustración volvieron a él al pensar en Gaye.

Si tuviera que seguirla hasta Inglaterra, se dijo, lo haría aún con ella. Había tenido esperanzas de encontrar una oportunidad de arreglarle las cuentas en el camino de vuelta a Mainville, pero tendrían que estar continuamente en movimiento si tenían que sacarse de encima a los zulúes. Cambió de posición, inquieto. El pensamiento de ser perseguido por una cantidad de zulúes le secó la boca.

Un poco antes de las cuatro, Gaye fue despertado por el sonido del tambor batiente. Se incorporó, revoleó las piernas fuera de la cama y escuchó.

No muy lejos, pudo oír el sonido rítmico del tambor como el latido del pulso. Miró apresuradamente el reloj y vio que faltaban dos minutos para la hora. Arrebató su mochila y fue al salón de estar.

Garry y Fennel estaban parados junto a las puertas de la terraza.

Un zulú gigante vino por la terraza y les hizo una seña con la cabeza. Era un magnífico ejemplar de hombre en su piel de leopardo y plumas de avestruz.

—Ahí vamos —dijo Garry y abrió las puertas.

El batir del tambor era ahora muy fuerte. Una fila de unos treinta zulúes formaban una pared de brillantes cuerpos negros, cubiertos con piel de leopardo. El ornamento de plumas de avestruz que tenían en la cabeza se movía hacia adelante y hacia atrás mientras arrastraban los pies y pateaban contra el piso al golpe del tambor. Llevaban largos y angostos escudos de piel de búfalo y sostenían en la mano izquierda seis lanzas mientras se inclinaban, arrastraban los pies y pateaban el piso. Formaban un espectáculo imponente y atemorizador. El zulú, que estaba solo delante hizo un gesto salvaje sacudiendo la lanza primero hacia los tres y luego hacia la distante selva.

Los dos hombres se colgaron las mochilas de la espalda y con Gaye en medio de ellos, salieron a la terraza.

Al verlos, los bailarines profirieron un fuerte y salvaje gruñido que hizo latir fuertemente el corazón de Gaye. El batir del tambor aumentó.

Caminaron apuradamente atravesando el jardín, mirando hacia adelante y no a los zulúes. Gaye se tenía que contener para no correr. Siguieron caminando y en pocos minutos estuvieron en la selva.

—Un lote de buen aspecto —dijo Garry—. Son los muchachos que nos perseguirán. ¿Dónde está Ken?

Fennel señaló el lugar.

—¿Ve esa roca movediza allí arriba? Allí es donde está. —Hizo bocina con las manos y gritó:

—¡Ken! ¡Baja rápido! —Luego sacó su linterna, la encendió y comenzó a hacer señas con ella. Una luz le respondió desde la roca y oyeron que Ken gritaba, voy. Mantengan la luz encendida.

Cinco minutos más tarde, se reunió con ellos.

—¿Lo consiguieron? Pensé que iban al campo de aterrizaje.

—¡Lo conseguimos! —dijo Fennel—. Tenemos que buscar rápidamente a Themba. El helicóptero se terminó. Vamos, le contaré mientras caminamos.

Ken lo escudriñó con la mirada.

—¿Problemas?

—Le contaré... ¡siga caminando!

Ken arrancó con Fennel, hablándole, a su lado. Garry y Gaye se mantuvieron juntos.

Cuando Ken comprendió la situación, aceleró el paso.

—¿Usted cree realmente que vienen por nosotros?

—Estoy muy seguro de eso. No me voy a preocupar tanto cuando tenga el rifle —dijo Fennel—. Si nos parece que nos alcanzan, les podemos tender una celada, pero sin el rifle estamos en un problema tremendo.

Mientras caminaban apurados por la huella de la selva, Garry iba pensando en la mejor manera de evadir a los zulúes. Si tomaban la salida del Oeste que Kahlenberg había dicho que era relativamente fácil, resultaría una carrera entre los zulúes y ellos y aquéllos podrían andar a la velocidad, de un caballo galopando. La salida del Este estaba descartada. Ninguno de ellos tenía experiencia de montaña, mientras que los zulúes sí. La salida del Norte era demasiado peligrosa. Garry estaba seguro de que Kahlenberg decía la verdad cuando dijo que tenía hombres apostados ya allí. Restaba la salida del Sur… ciénagas y cocodrilos y posiblemente la última salida que imaginarían los zulúes que intentarían ellos.

Cerca de cuarenta minutos les llevó alcanzar el claro dónde habían dejado a Themba. Veinte minutos menos de lo que le había llevado a Ken y a Fennel llegar a la roca movediza. Estaban todos un poco sin aliento y nerviosos.

—Es ese árbol que está allí arriba —dijo Ken señalándolo.

—¿Está seguro? Allí no está. —Fennel miró fijo por el claro en la tenue luz del cercano amanecer.

—¡Themba! —gritó Ken—. ¡Themba!

El silencio que los recibió les hizo correr un escalofrío por el cuerpo. Ken entró a correr. Los otros lo siguieron.

Al llegar al árbol, Ken se detuvo. Sabía que era el árbol debajo del que habían dejado a Themba. No sólo reconoció el raquítico arbusto espinoso que había notado cuando había partido con Fennel, sino que había una pila de leña junto al árbol. Debajo de ese árbol habían estado la garrafa de agua, la valija con comida y el rifle Springfield. No había señas de ninguna de esas cosas,

—¡El hijo de puta escapó con nuestro equipo! —gruñó Fennel.

—Él no haría semejante cosa. Algo le ha pasado.

Fue Garry quien avistó la tumba lejos hacia la derecha.

—¿Qué es eso?

Miraron la montaña de tierra recién removida y caminando juntos, se acercaron.

Para que no hubiera ningún error con respecto a lo que había debajo de la tierra, el sombrero australiano de Themba estaba colocado en la punta.

Ken fue el primero en darse cuenta de lo que pasaba.

—Lo han matado, y se han llevado la comida, el agua y el rifle —dijo con voz ronca.

Por un largo rato se quedaron parados mirando fijo la tumba.

Recobrándose, Garry dijo:

—Bueno, ahora sabemos lo que podemos esperar. Tenemos que ir yendo. Vea, Ken, Fennel le ha hablado de las cuatro salidas. Yo opto por ir por la del Sur. Ellos esperan que salgamos por la del Oeste. Con suerte, yendo por la del Sur y a través de las ciénagas, tal vez no sean capaces de seguirnos. ¿Qué piensa?

—Depende de lo malas que estén las ciénagas. Pueden ser absolutamente el infierno, y esa es tierra de cocodrilos.

—De todos modos creo que es nuestra mejor apuesta. ¿Tiene una brújula?

Ken sacó una del bolsillo.

—Soy un navegante especializado —continuó Garry—. ¿Quiere que yo guíe el camino o lo quiere hacer usted?

—Hágalo usted. Yo siempre me he apoyado en Themba.

—Entonces vamos hacia el Sur —Garry situó la brújula y obtuvo la orientación.

—Vamos.

Comenzó a caminar por una huella con Gaye que lo seguía. Fennel y Ken iban atrás.

Ninguno de ellos decía nada. La muerte de Themba les había impresionado a todos. El peligro que los amenazaba se les había instalado muy adentro.

Se movían a paso ligero. Eran las 4,50. En un poco menos de dos horas, los zulúes estarían detrás de ellos. Habían caminado unos veinte minutos cuando, Garry se detuvo y controló la brújula.

—Esta huella está empezando a curvarse hacia el Oeste —dijo mientras los otros dos los alcanzaban—. Tendremos que dejarla y cortar camino por la selva.

Miraron la maraña de alto pasto, los arbustos espinosos y los árboles.

—Esto nos va atrasar mucho —se quejó Fennel.

—No hay más remedio, tenemos que ir hacia el Sur y ésta es la dirección Sur.

—No los quiero asustar —dijo Ken con tranquilidad—, pero éste es un lugar de víboras. Mantengan los ojos bien abiertos.

Gaye se tomó del brazo de Garry.

—No te preocupes —dijo él tratando de sonreír—. Yo te cuidaré. Vamos.

Comenzaron a moverse con dificultad a través del espeso y acolchonado pasto, zigzagueando los árboles, conscientes de los monos charlatanes en lo alto.

Garry seguía controlando la brújula. Mientras Kahlenberg había estado hablando, Garry había estado estudiando el mapa de la pared. Se había dado cuenta de que el río podía ser la salvación, pues recordaba que cuando sobrevoló el estado, había visto el río a la distancia y también una pequeña ciudad al Sur de éste. El río era para ellos de importancia vital ya que no llevaban agua. Pero también era consciente de que desde que habían entrado a la selva sus pasos habían aflojado y estaba bastante seguro de que los zulúes iban a tener mucha menos dificultad que ellos para cubrir esta clase de terreno.

Después de unos tres kilómetros, salieron a otra huella que oportunamente llevaba al Sur.

—¿Qué tal va? —preguntó Garry, mientras apuraba el paso, tomando a Gaye de la mano y arrastrándola a su lado.

—Estoy muy bien, pero desearía saber cuánto más tenemos que andar.

—No creo que sea demasiado lejos... cerca de veinte kilómetros antes de salir del estado. Estudié ese mapa de la pared. Este es el camino más corto para llegar a las fronteras de Kahlenberg.

Caminando con dificultad detrás de ellos, le habían sacado ventaja a Fennel, por el peso de su caja de herramientas.

—Yo la llevaré un poco, —dijo Ken, viendo que se estaba cansando.

Fennel se detuvo mirando la caja enojado.

—¡No, no lo va a hacer! ¡Ya he tenido bastante de esta porquería! No llegaremos a ninguna parte si seguimos cargándolo. Muy bien, me costó dinero, pero si conseguimos salir de aquí, me puedo comprar una nueva. Si no salimos, entonces no la voy a necesitar. Al diablo con ella. —Tiró la caja, lejos en la selva.

—Yo la hubiera podido cargar —dijo Ken. Fennel le sonrió de costado.

—Ya lo sé y gracias. Me alegro de haberme librado de ella.

Siguieron caminando y pronto alcanzaron a los otros dos. Luego repentinamente la huella se perdía en un enorme charco de barro blando.

—Aquí es dónde empieza la ciénaga. —dijo Ken—. Con la lluvia que hemos tenido puede estar mal.

Dejaron la huella y entraron a la selva. El terreno se sentía blando bajo los pies, pero se siguieron arrastrando. Más tarde, el suelo empezó a hundirse bajo su peso y se hizo más difícil la marcha.

Por entonces el sol estaba alto y se podía sentir el calor húmedo. Garry seguía controlando la brújula. Cuando el terreno se puso demasiado empapado. tuvieron que buscar un camino por alrededor y volver, por la orientación de la brújula. El olor del agua estancada en putrefacción, el calor húmedo que aumentaba continuamente a medida que el sol subía por encima de los árboles, el terreno resbaladizo de la ciénaga, aumentaban lenta y desagradablemente.

Siguieron avanzando, los ojos fijos en el piso buscando víboras.

Ken dijo repentinamente:

—Están en camino.

Garry miró el reloj. Eran exactamente las siete. Todos apuraron el paso con una sensación de leve pánico, pero el apuro no duró mucho: la marcha era demasiado dura.

Ken dijo repentinamente:

—Huelo a agua. El río no está muy lejos. Diez minutos después, salieron de la sombra de los árboles a un ancho y resbaladizo terraplén que conducía a un arroyo parduzco, de no más de veinte metros de ancho.

—Esa es nuestra dirección si es que podemos cruzar, —dijo Garry—. ¿Cree que es profundo?

—Podría ser. —Ken se reunió con él y observó el agua—. No es distante... sólo la maldición de tener que mojarse en esta agua fétida. Veré. —Se sacó los zapatos y la camisa, caminó pesadamente por el barro escurridizo y tomándose fuertemente de la rama de un árbol, se hundió en el agua estancada mientras buscaba con los pies el fondo.

—Es hondo. Tendremos que nadar. —Se dejó llevar, luego se largó por el arroyo hacia el otro lado del terraplén con fuerte brazada.

Sucedió tan rápidamente que ninguno de los tres que lo estaban observando creyeron lo que veían. Hubo una repentina acometida desdé el espeso pasto de la selva en el terraplén opuesto. Algo que parecía un tronco de árbol verde y marrón pasó como un relámpago por el agua cerca de Ken. Unas fauces escamosas de aspecto salvaje aparecieron por un breve instante. Ken gritó y levantó los brazos.

Luego él y el cocodrilo desaparecieron debajo del agua que se agitó y rápidamente se convirtió en un espumoso torbellino de maloliente agua marrón, horriblemente teñida de rojo.