Las migajas de la mesa
DIJO un día el gallo a sus polluelos:
—Vamos corriendo al cuarto de arriba a picotear las migas de la mesa; el ama se ha marchado de visita.
Pero los pollitos replicaron:
—¡No, no, no vamos! Ya sabes que siempre andamos a la greña con el ama.
—No sabrá nada —insistió el gallo—. ¡Ala, venid conmigo! Nunca nos da nada bueno.
Los polluelos se mantuvieron en sus trece:
—¡Qué no y que no! No subiremos.
Sin embargo, el crestarroja no los dejó en paz hasta conseguir sus propósitos y, subiéndose a la mesa, pusiéronse a comer las migas a toda velocidad.
Pero he aquí que se presentó de súbito la dueña y, agarrando una estaca, enredóse a palos con toda la pollada.
Una vez reunidos de nuevo frente a la casa, los polluelos dijeron al gallo:
—¡Ta-ta-ta-tal como habíamos dicho!
El gallo se echó a reír y respondió:
—¡Qui-qui-qui-quitaros de aquí!
Y se fueron.