LA DIFERENCIA ENTRE SENTIR Y SER
COMO espacio abierto en el que todas las olas aparecen, ninguna de esas olas te puede en realidad definir. La ira, el miedo, el aburrimiento, la alegría... son olas que simplemente aparecen y desaparecen en lo que eres. Tienes una relación íntima con ellas, pero no te pueden definir. Los sentimientos más felices, los más tristes o más dolorosos, los más intensos, todo tipo de pensamientos, por muy extraños, desagradables o «anormales» que sean, pueden todos ir y venir en lo que eres, y lo que eres permanece intacto, de la misma manera que, proyectes lo que proyectes en una pantalla de cine, se conserva la pantalla prístina.
Lo que eres es sencillamente la capacidad de pensar cualquier cosa y de sentir cualquier cosa, pero no te define ninguno de los pensamientos y sentimientos que aparezcan. Lo que eres es como un cedazo a través del cual puede pasar toda la experiencia humana. Eres la pantalla de cine a la que ninguna película se puede adherir jamás.
La furia puede ir y venir en lo que eres, pero no hay dentro de ti una persona furiosa. Hay temor, pero no una persona atemorizada. Hay tristeza, pero no encontramos por ninguna parte una persona triste. Tú no eres un ser limitado; eres capacidad ilimitada y eterna para la vida toda.
Para entender lo que significa ser capacidad para toda ola, es importante que entendamos la diferencia entre sentir algo y ser algo. Puedes sentirte feo (o débil, inútil, confuso, atemorizado, aburrido, entusiasmado..., lo que sea) en el momento, pero, en realidad, lo que eres no puede ser eso. Te puedes sentir feo, pero, como espacio abierto, no puedes ser feo. No hay una persona fea; el sentimiento «feo» no puede definirte. El espacio abierto que eres está más allá de todos los opuestos. Aparecen en lo que eres sentimientos de fealdad y de belleza, y lo que tú eres permanece intacto; no pueden afectarle ninguna de las dos polaridades. Lo que eres no está menos completo por que aparezcan sentimientos de fealdad, ni está más completo por que aparezcan sentimientos de belleza. Lo que eres no es ni feo ni hermoso; permite que existan tanto la fealdad como la belleza, pero ninguna de las dos lo puede definir, al igual que el océano permite que existan todas sus olas, pero no lo puede definir ninguna de las olas individuales que aparecen.
Así que no puedes ser feo, pero te puedes sentir feo. No existe una persona fea; lo único que existe son los sentimientos de fealdad que aparecen en ti en el momento presente. Tú no puedes ser un fracaso, pero te puedes sentir un fracaso.
No hay una persona fracasada, sino solo sentimientos de fracaso que surgen y se desvanecen en lo que eres. No puedes ser inseguro, pero te puedes sentir inseguro. No hay una persona insegura, sino sentimientos de inseguridad que vienen y van en ti. No puedes ser nada en particular (porque lo que eres contiene todo sentimiento según viene y va), pero te puedes sentir cualquier cosa, la que sea. A todos los sentimientos — cualquiera del que un ser humano sea capaz, cualquiera que un ser humano jamás haya tenido—, se les permite ir y venir en lo que eres. La totalidad de la consciencia humana está, en este sentido, a tu disposición. Cualquier cosa que tú sientas, yo la puedo sentir. Cualquier cosa que tú pienses, yo la puedo pensar. No hay ninguna ola que sea ajena al océano de la consciencia. No hay, en realidad, ningún pensamiento ni sentimiento que sea ajeno a lo que eres. Eres el espacio que contiene a toda la humanidad; permites que el río entero de la consciencia humana fluya a través de ti. Eres la nada que abarca todo lo que fluye a través de ella. En ausencia de una persona separada, descubres a toda la humanidad.
Mucho de nuestro sufrimiento está basado en la idea de que, si sentimos algo durante demasiado tiempo, o con demasiada intensidad, o lo sentimos siquiera, nos convertiremos en ello. Estamos convencidos de que, si de verdad permitimos que el sentimiento esté en nosotros, se nos adherirá y acabará por definirnos. ¡Mucho de nuestro sufrimiento está basado en lo que, en definitiva, es pura superstición! Solo porque te sientas fracasado no significa que seas un fracasado. Solo porque te sientas feo no significa que seas feo. Solo porque te sientas una ola, no significa que la ola pueda definirte.
En nuestro afán por definirnos, por distinguirnos de los demás, por mantener en pie un relato coherente sobre quiénes somos, lo que acabamos haciendo es no permitirnos albergar sentimientos que se contrapongan a la imagen o el relato de nosotros mismos que intentamos mantener. Decimos: «Este sentimiento es yo» o «Este sentimiento no es yo». Si la imagen que tengo de mí es la de una persona guapa, atractiva, no voy a permitir que entre una ola fea; esa ola sencillamente no concuerda con cómo quiero verme a mí mismo y con cómo quiero que tú me veas. Si me siento feo, empiezo a sentir que algo no va bien..., que hoy no «me siento a mí mismo». O si tengo la idea de que soy un triunfador, no voy a permitir que entre la ola del fracaso. No concuerda con la idea que tengo de mí. No me puedo permitir sentirme fracasado. Si tengo la imagen de que soy una persona fuerte y quiero que otros me vean así, no me puedo permitir sentirme débil. No puedo permitir que entre en mi experiencia ninguna idea que ponga en peligro la idea que tengo de mí mismo.
Si de verdad tuviéramos algún control sobre las olas que aparecen, podríamos impedirles la entrada a todas aquellas que no respalden nuestro relato de nosotros mismos. Pero la realidad es que el océano de la vida no está bajo nuestro control. A pesar de todos nuestros esfuerzos, los pensamientos v sentimientos que no deseamos siguen apareciendo. Intentamos desterrar las olas feas, temerosas, dolorosas, perturbadoras; las olas de fracaso, de debilidad, de «energía negativa»; las olas «oscuras», y descubrimos finalmente que no es posible; Aparecen de todos modos. No podemos cerrarle el paso a la mitad del océano. El océano de la vida es salvaje y libre, y no se puede domar ni reprimir.
¿Por qué no tenemos control sobre las olas? ¿Por qué aparecen las olas indeseadas? Porque en el mundo de la dualidad, los opuestos tienen que mostrarse juntos. Es muy importante que entendamos también esta verdad. Nuestra experiencia está en perfecto equilibrio: si hay guapo, tiene que haber feo. Si hay éxito, tiene que haber fracaso. Si hay iluminado, tiene que haber no iluminado. Si hay amado, tiene que haber no amado. Así son las cosas, y no es un problema hasta que entramos en guerra con el modo en que son, hasta que nos oponemos al equilibrio de la vida.
La belleza de la vida es que está en constante movimiento, siempre cambiando. No podemos sentir lo mismo todo el tiempo. En la experiencia presente, no hay «todo el tiempo», y tampoco hay «nunca»; solo la danza de las olas ahora. Cuando decimos: «Quiero ser atractivo, quiero ser guapo», lo que queremos decir es que deseamos sentimos atractivos todo el tiempo, nunca sentirnos feos. Recuerda, lo que eres no puede ser nada en particular, pero, a la vez, lo que eres es la facultad de sentir cualquier cosa ahora. Queremos ser algo inmutable y sólido en el tiempo y el espacio, y sin embargo, cuando observamos, vemos que nuestros sentimientos están constantemente fluctuando, cambiando, en el momento intemporal.
La realidad es que, en cualquier momento, podemos sentirnos bellos o feos. A veces sentimos que somos un éxito, y a veces que somos un fracaso. A veces nos sentimos débiles, y a veces fuertes. A veces nos sentimos seguros, y a veces inseguros. A veces nos sentimos alegres, y a veces tristes. A veces sentimos que estamos a favor de algo, y a veces en contra de eso mismo. Así es como son las cosas, y es totalmente natural tener estos sentimientos aparentemente contradictorios uno detrás del otro, o incluso sentirlos al mismo tiempo.(No nos gustan las paradojas, pero, cuando comprendes que somos en esencia criaturas paradójicas y que eso está profundamente bien, ¡ves lo natural que es no sentir lo mismo todo el tiempo'
En el océano que eres, el cambio, la fluctuación y la impermanencia son la manera de ser de las cosas. Al océano inmutable le encanta expresarse en forma de olas que cambian constantemente; lo que sucede es que, en nuestro empeño por ser un yo coherente, por tener un relato de quiénes somos sólido, congruente e inmutable, consideramos negativa la incoherencia y la volubilidad, e intentamos evitarlas a toda costa. Queremos sentirnos igual mañana que hoy. Queremos tener los mismos pensamientos y opiniones, querer las mismas cosas, albergar las mismas creencias día tras día y año tras año. No queremos cambiar de idea. No queremos que se nos considere personas volubles, cambiantes, con las que no se sabe a qué atenerse, incapaces de decidirse por una cosa o por otra. El cambio, el movimiento, el flujo son la manera de ser de todo cuanto existe, y sin embargo, nosotros deseamos ser inamovibles, llevar por bandera una imagen definida e inmutable de quiénes somos, contar un cuento coherente sobre nosotros mismos día tras día. Queremos ser algo, \; no obstante, nuestra naturaleza nos impide ser jamás «algo» fijo. Y a causa de nuestro malentendido sobre quiénes somos realmente, entramos en guerra con la integridad de la experiencia, intentando inmovilizar el flujo natural de la vida..., lo cual tiene como resultado una gran frustración y sufrimiento.
Estamos en guerra con los opuestos; rechazamos cualquier opuesto que no se ajuste a nuestra imagen de nosotros mismos, y no nos damos cuenta de algo muy importante: de que en realidad, no hay opuestos. Los opuestos son creación de la mente. Solo la mente separa la realidad, divide en dos las experiencias y luego se lanza en pos de uno de los opuestos e intenta escapar del otro.
He aquí algo que resulta crucial entender: en realidad, los sentimientos no tienen opuesto. La energía del cuerpo no tiene opuesto. La vida no tiene opuesto.
¿Puede tener un opuesto el canto de un ave? En este momento, escuchando a un pájaro cantar, ¿hay algo semejante a un opuesto? Es posible que el pensamiento diga que «lo opuesto de un pájaro que canta es un pájaro que no canta», pero eso no es más que otro pensamiento, otra imagen que aparece justo ahora. ¿Tiene el auténtico pío, pío de un pájaro —escúchalo— un opuesto, en la realidad?
¿Tiene este momento un opuesto? ¿Tiene un opuesto la presencia de la vida aquí y ahora? ¿Hay realmente algo que se oponga a ella?
¿Tiene un opuesto la sensación? Pellízcate. Pon tu atención en las intensas sensaciones que siguen. ¿Puedes encontrar algún opuesto a esas sensaciones? Sí, claro, el pensamiento diría que «lo opuesto de este dolor es la ausencia de ese dolor», pero, de nuevo, eso no es más que otro pensamiento que aparece ahora. En realidad, ¿tiene la sensación presente un opuesto que puedas encontrar de verdad en la experiencia presente?
¿Es un sentimiento abominable lo opuesto de un sentimiento hermoso, o son simplemente dos experiencias muy distintas, acompañadas de sensaciones diferentes, de sabores diferentes? ¿Es un sentimiento alegre lo opuesto de un sentimiento triste? El pensamiento diría que lo son, pero, fuera del pensamiento, ¿encuentras algún opuesto?
En la realidad, no existe lo opuesto de un sentimiento o una emoción. Todo sentimiento y toda emoción son una experiencia completa en sí mismos.
La experiencia en sí no tiene opuesto. *
Sentirse feo no es lo opuesto de nada..., es simplemente sentirse feo. Sin calificar de «negativo» sentirse feo y de «positivo» sentirse guapo, sin convertirlos en opuestos, vemos que sentirse feo es sencillamente una experiencia que está sucediendo ahora..., nada más que una ola de experiencia, nada más que algo que pasa por nosotros. Ninguna ola es intrínsecamente mejor ni peor que cualquier otra. Toda ola es igualmente agua. Sentirse feo no es lo opuesto de nada; es solo sentirse feo. Es solo energía de vida con un movimiento en particular.
Profundicemos un poco más. No solo es que la belleza no sea lo opuesto de la fealdad, sino que la fealdad es además simplemente un concepto, y, como tal, no puede capturar la auténtica experiencia del momento presente. En otras palabras, sin el relato que cuenta que lo que estoy experimentando es fealdad, ¿qué está ocurriendo aquí de hecho?
Sin el relato de que lo que experimento en este momento es el fracaso, ¿qué hay aquí de hecho?
Sin el relato de que lo que experimento en este instante es dolor, pesar, aburrimiento, ira, malestar, depresión, confusión, o incluso búsqueda, ¿qué hay de hecho aquí?
Sin cualquier relato sobre lo que está sucediendo ahora, sin catalogar esta experiencia como «fracaso» y compararla con el éxito, sin calificarla de «fealdad» y compararla con la belleza, sin llamarla «ira» o «dolor» y compararla con sus opuestos conceptuales, ¿cómo sé lo que de hecho estoy sintiendo?
Como decía antes, sin relato, no tienes forma de saber lo que estás experimentando. Sin ningún relato, sin nombrar las olas, la vida es simplemente energía en bruto, energía pura, en movimiento. Es el océano —sin nombre, y misterioso—. Intentamos calificar esa energía; la juzgamos, tratamos de escapar de ella, la convertimos en el negativo de un opuesto positivo, y luego buscamos lo positivo.
Y sin embargo, por debajo de todo esto, ni siquiera sabemos en realidad de qué huimos. Llamamos a una ola «miedo», «ira», «tristeza», «aburrimiento», «pesar», «alegría» o «dolor» porque estos son los nombres y conceptos que hemos aprendido —solo por eso—, y luego o intentamos escapar de estas olas o nos aferramos a ellas. Pero quítales todos esos rótulos que les has puesto y, en realidad, ¿de qué intentas escapar, o a qué te aferras? ¿Lo sabes? ¿Qué sucede cuando nos desprendemos de todos los rótulos, de todas las descripciones que hemos aprendido, y afrontamos la energía en bruto de la vida tal como es en este momento, sin intentar cambiarla, eludirla ni aferramos a ella? ¿Qué ocurre cuando nos desprendemos de todas las descripciones de lo que es o no es este momento y sentimos profundamente las sensaciones presentes?
Aquí es donde empieza la verdadera aventura de la vida.
Cuando trasciendes el relato de lo que sientes en cualquier momento, acabas viendo que en realidad nunca has sabido realmente de qué escapabas. Y te encuentras con la energía en bruto de la vida. Estás desnudo ante la vida..., y esta es la verdadera sanación. Es el derrumbe de todas las ideas sobre cómo debería ser este momento.
Es al calificar las olas cuando la guerra comienza. En el momento en que calificamos una ola de experiencia, la convertimos en lo opuesto de otra ola, pese a que, en realidad, las olas no tengan opuesto. En cada calificativo, hay un juicio implícito. Al crear los opuestos de belleza y fealdad y luego buscar la belleza, entramos en guerra con aquello a lo que llamamos feo. Al intentar ser atractivos, al intentar sentimos atractivos, al intentar no sentirnos feos, acabamos entrando en guerra con esta experiencia presente y tratando de conseguir su opuesto —¡aunque en realidad no tiene opuesto!—. No es de extrañar que suframos. Pensamos: «Este sentimiento de fealdad pone en peligro mi completitud. Si consigo librarme de él, si puedo pasar de lo feo a lo bello, estaré completo».
Y el juego ya está en marcha.
¿Qué imagen de ti deseas dar? ¿Qué quieres que los demás te consideren? ¿Feliz, guapo, triunfante, sosegado, dichoso, iluminado? ¿Un experto? ¿Un maestro? ¿El que sabe? ¿El que lo ha resuelto todo? Y ¿qué no deseas que los demás te consideren? ¿Triste, estresa do, sin amigos, feo, necio, un fracaso? ¿Qué imágenes de ti mismo no están bien? ¿Qué quieres sentir? ¿Qué no quieres sentir? ¿Qué olas no están bien consideradas en tu mundo?
Una vez vino a verme una mujer que me habló del empeño que había tenido toda su vida en ser hermosa. Quería desesperadamente resultarles deseable a los hombres. Quería ser la más bella, allí adonde fuera. Pensaba día y noche en su aspecto, y se había gastado una auténtica fortuna en ropa, cosméticos y cirugía plástica, todo en busca de belleza. Después de hablar un rato con ella, vi con claridad de dónde provenía su obsesión. En secreto, se sentía desesperadamente fea.
Se había sentido fea a lo largo de toda su vida, y ahora intentaba encubrir el sentimiento de fealdad con ropa de última moda, maquillaje y un aspecto de belleza. Aunque no hay nada de malo en querer estar atractivo —esforzarse por resultar atractivo puede ser una parte agradable y divertida de la vida—, en su caso, las tentativas no funcionaban; no eliminaban la completitud de fondo. Intentar ser bella no había puesto fin a sus sentimientos de fealdad. De hecho, se sentía más fea que nunca y estaba más desesperada que nunca por escapar de aquellos sentimientos.
Cada vez que se sentía particularmente fea, se acicalaba, se iba a un bar de copas, encontraba a un hombre, y tenía con él una relación sexual superficial y nada satisfactoria. Durante un rato, se sentía atractiva, bella, sensual y deseada. Durante un rato, se sentía completa. Aparentemente, el sexo tenía el poder de quitarle los sentimientos de fealdad. El sexo se había convertido en su gurú.
Pero a la mañana siguiente, los sentimientos de fealdad regresaban con más fuerza, si cabe, y, ahora, mezclados además con la culpa, porque en el fondo sabía que no estaba siendo auténtica, que no estaba revelando quien realmente era en el momento. Estaba fingiendo ser hermosa cuando en realidad se sentía fea y no podía mostrar ninguno de aquellos sentimientos. Era todo una comedia, una comedia que no le estaba dando lo que de verdad anhelaba: amor, completitud, liberarse de la carga que suponía buscar continuamente, que alguien la quisiera por lo que era en realidad, y no por lo que fingía ser. El buscador de amor llegará hasta donde haga falta con tal de sentirse amado, aunque solo sea durante un rato.
¿Te das cuenta de que su búsqueda de amor y belleza en el futuro era idéntica a su intento de escapar de la fealdad en la experiencia presente? A cierto nivel, los sentimientos de fealdad eran una amenaza para ella, para su idea de quién era, de quién quería ser. La fealdad equivalía a «no estar bien». Me reveló que habían abusado sexualmente de ella cuando era niña, y sentirse fea iba acompañado además de sentimientos de indignidad, de culpa y de fracaso. Básicamente, sentirse fea iba unido a sentirse no querida ni digna de amor, así que no podía permitirse a sí misma sentirse fea durante mucho tiempo. Salir y tener una relación sexual insatisfactoria era una manera estupenda de distraerse de aquellos sentimientos perturbadores; pero, al final, siempre se sentía todavía más fea, así como más desconectada, más falsa y menos amada.
Sencillamente, nunca se le había ocurrido pensar que pudiera estar perfectamente bien sentirse fea a veces. «Pero sentirse fea ha de ser por fuerza síntoma de ser fea, luego no puede estar bien», decía. Había asociado sentirse fea con ser fea. Ella creía que solo una persona fea podía sentirse fea. Esta era su superstición.
Al comprender que la ola de la fealdad ya había sido aceptada en el océano —dicho de otro modo, al comprender que, incluso en medio del más atroz sentimiento de fealdad, el espacio abierto que ella era se mantenía intacto—, se pudo permitir sentirse fea y saber que, en el nivel más profundo, aquel sentimiento estaba bien. La fealdad no podía definirla; así que, aunque podía sentirse fea, como espacio abierto de consciencia no podía ser fea. Nadie es feo; simplemente nos sentimos feos a veces. Y cuando estamos en guerra con ese sentimiento en nosotros mismos, proyectamos la reacción en el mundo y calificamos de feas a otras personas.
La mujer acabó entendiendo que a veces sentirse fea no era culpa suya, sino una parte natural del equilibrio total de la experiencia humana. Mucha gente se siente fea, pero lo no admite. No es el tipo de tema del que habla la gente guapa..., ¡o al menos no la gente que quiere parecer guapa!
En el fondo, ni esta mujer ni nosotros queremos en realidad ser guapos; queremos estar completos. Y estar completo significa estar abierto a toda experiencia. Significa saber que eres el espacio en el que la fealdad y la belleza vienen y van, hasta el punto de que, de un modo un tanto extraño —y esto puede sonar un poco disparatado al principio—, añoramos ser feos, porque en cierto nivel sabemos que lo feo también forma parte del océano y que solo cuando nos permitimos sentirnos verdaderamente feos, podemos sentirnos también verdaderamente bellos.
En realidad, no anhelamos encontrar lo que buscamos; anhelamos descubrir queja somos lo que estamos buscando, incluso en medio de sentimientos de fealdad, de fracaso, de debilidad, de inseguridad, de devastación total. En realidad, anhelamos todo aquello de lo que escapamos —la fealdad, el fracaso, el miedo, la debilidad, la inseguridad, la devastación—, porque, en cierto nivel, sabemos que es en estas cosas donde reside la completitud. Anhelamos permitirlo todo.
Al ver que su fealdad ya estaba aceptada, esta mujer descubrió que por fin podía dejar de intentar ser guapa, y ser simplemente sincera en cuanto al hecho de que a veces se sentía fea. Al ver que su fealdad estaba admitida (en otras palabras, que tenía ya pleno permiso para entrar en la experiencia presente), ¡podía admitir su fealdad! ¡Qué alivio admitir la verdad de este momento, dejar al fin de fingir ser algo que ella sabía que no era! ¡Qué alivio no tener que volver a dar una falsa imagen de sí misma! Qué alivio ser ella misma en el verdadero sentido de la palabra: el océano de la consciencia, plenamente abierto, en el que toda ola está profundamente aceptada.
Y lo extraño del caso es que, al admitir sus sentimientos de fealdad, dejó de sentir la necesidad de encubrirlos buscando hombres y fingiendo ser hermosa delante de ellos y de esconder sus sentimientos de fealdad del modo en que lo había hecho hasta entonces, ya que dejó de sentir la necesidad de mantener en pie una identidad de mujer hermosa.
¿Por qué mantenemos en pie un relato de nosotros mismos? ¿Por qué necesitamos un relato, el que sea, que nos defina? ¿Por qué no dejamos que la experiencia presente sea tal como es, sin que finjamos que es lo que no es? ¿Por qué necesitamos vivir con una imagen de quienes somos? ¿Por qué no podemos sencillamente ser sinceros acerca de la experiencia presente? ¿Por qué no podemos sencillamente admitir lo que está presente y descubrir que lo que está presente ya ha sido admitido en lo que somos?
La mujer dejó de querer ser atractiva. En vez de eso, quería ser sincera y auténtica. Quería simplemente sentir lo que sentía..., ni más ni menos. Al cabo del tiempo me dijo que los hombres podían conectar ahora con ella en un nivel mucho más profundo, ¡porque les daba permiso para admitir que ellos también se sentían feos a veces! Era un alivio para ellos conocer a una mujer que les entendiera a ese nivel más profundo, una mujer ante la cual no tenían que representar ningún papel. Qué maravilloso es conocer a alguien que es sincero respecto a sus sentimientos de fealdad. Qué íntimo es encontrarse con alguien en su fealdad, más allá de la imagen. Qué atractivo es conocer a alguien que se siente cómodo no siendo atractivo, a alguien que no intenta ser atractivo.
Qué alivio —para todos— no tener que fingir más.
«Soy fea» era algo que esta mujer nunca habría sido capaz de admitir, porque admitirlo habría sido la muerte de la imagen de persona hermosa que quería dar de sí misma. Solía aterrarle pensar que tal vez a los demás les pareciera fea. Actualmente, en cambio, puede decir: «Soy fea», y estas palabras tienen un significado completamente distinto. «Soy fea» no significa que hay alguien aquí que es feo, una persona separada que tiene la cualidad de ser feo en vez de hermoso. No hay una persona fea, pues en verdad no hay una persona.
«Soy fea» significa que el sentimiento de fealdad tiene permiso para estar presente, a veces, en el espacio abierto que soy. Se le permite estar, si se presenta.
Las palabras «soy fea» pueden ser una celebración de la vida en vez de un juicio negativo sobre una persona separada. La vida se presenta con todos los aspectos, belleza, fealdad, y todo lo que hay entre ellos— en el espacio abierto que soy, y a todos se les permite ir y venir en él. Lo contengo todo. Lo abarco todo. Lo incluyo todo. Lo encuentro todo en mí. Soy bello. Soy feo. Soy digno de amor. No soy digno de amor. Soy un éxito. Soy un fracaso. Soy jovial. Soy desdichado. Soy fuerte. Soy débil. Sé. No sé. Estoy iluminado. No estoy iluminado. Me siento seguro. Me siento inseguro. Cuando dejas de estar en guerra con los opuestos, hay suficiente sitio para todo esto. La totalidad de la consciencia humana puede entonces pasar por ti. Todo aquello a lo que en un tiempo llamamos «negatividad» ahora forma parte de la celebración de la vida. Todas las olas tienen permiso para estar en el océano. Las ideas que albergábamos sobre lo que es negativo y lo que no es negativo se liberan completamente cuando hay una profunda aceptación.
¿Quieres ser bello? Entonces has de aceptar profundamente tu fealdad, has de darte cuenta de que tiene permiso para estar en lo que eres. Ese es el trato. ¿Quieres ser fuerte? Entonces debes aceptar profundamente tu debilidad, debes ver que solo cuando permites por completo todos los sentimientos de debilidad, aflora una fuerza verdadera..., una fuerza que no está en guerra con la debilidad. Ese es el trato. ¿Quieres ser un triunfador? Entonces es necesario que triunfes en amar tu fracaso, que te des cuenta de que incluso el más completo sentimiento de fracaso tiene permiso para estar en lo que eres. Ese es el trato. ¿Quieres sentirte amado? Entonces tienes que poder aceptar profundamente el no sentirte amado, aquí y ahora. Ahí es donde descubres un amor sin opuesto..., un amor al que nada se puede oponer. Ese es el trato.
En una ocasión le pregunté a un empresario que estaba obsesionado con el éxito:
—¿Qué pasará si fracasas?
—Perderé el dinero que tengo —dijo.
—¿Y luego, qué? —quise saber.
—Perderé mi casa, mi coche, a mi familia.
—¿Y luego qué?
—Acabaré en la calle, sin un techo, sin protección, indefenso ante la vida. Seré un marginado social. Nadie me querrá; solo recibiré desprecio.
Aquí llegamos a la raíz de su miedo, que no tenía nada que ver en realidad con dejar de tener éxito, sino con perder el amor, perder la aprobación, perder la completitud. Había asociado el éxito con la completitud y el fracaso, con la incompletitud. No me sorprendió saber que, de niño, aunque había tenido un padre y una madre afectuosos, sentía —muy sutilmente— que le querían más cuando triunfaba, y que, cuando fracasaba, se sentía muy levemente rechazado. Hasta el día de hoy, sigue reproduciendo los mismos patrones: «Cuando fracaso, nadie me quiere; me quieren cuando triunfo». Su ansia de éxito no estaba en realidad relacionada con el dinero, sino con el amor.
Si te abres paso a través de tus miedos más profundos y oscuros —el miedo a ser feo, el miedo al fracaso, el miedo a la pobreza, el miedo a la enfermedad—, al tocar fondo, lo que casi siempre encontrarás es el miedo esencial «nadie me querrá». Seré feo y se me despreciará por mi fealdad; sentiré dolor, y estaré solo e indefenso por ese dolor; sentiré añoranza del hogar, estaré incompleto, y más cerca de la muerte, si fracaso. Nuestro miedo no es en realidad miedo al fracaso, a la fealdad o al dolor, sino a lo que todo ello simboliza en nuestro mundo. Y, para mucha gente, el fracaso está ligado a la desaprobación, al rechazo, al abandono y, en última instancia, a la falta de amor. Incluso el financiero más pragmático anhela secretamente el amor y escapa del sentimiento de que, si fracasa, no será digno de amor. Como no siente que esté completo aquí y ahora, busca completitud en el éxito y teme el fracaso.
Cuando descubres quién eres realmente —el espacio plenamente abierto que lo entraña todo—, descubres que el fracaso, la enfermedad, la fealdad, la indefensión, la inseguridad y la debilidad existen para que los abraces, no para que los eludas. El océano de la vida ya ha abrazado todas las olas —incluidas las que más tememos, incluidas las que nos parecen una amenaza mayor para quienes somos—. Lo que eres no es una imagen, y ninguna ola puede ponerlo en peligro. Lo único que puede peligrar es la imagen.
Cuando empiezas a vivir como el vasto espacio que eres, el espacio en el que todo sucede, y sabes que eres la capacidad para que exista este momento, te das cuenta de que todos los sentimientos —buenos y malos, positivos y negativos— están ya aceptados profundamente en lo que eres. Llevan apareciendo toda tu vida, y no necesitas más prueba que esa. Ese abrazo total a todas las olas de experiencia es el amor que siempre has buscado.