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Rowan estaba tendido sobre la orilla occidental del río Ciar. Apoyando la cabeza sobre un brazo, contemplaba los árboles con expresión somnolienta. Tenía el torso desnudo; las sombras y luces jugaban sobre los músculos de su estómago y pecho, otorgando reflejos al vello dorado. Llevaba sólo sus calzas y pantalones cortos de montar.

Aparentemente, estaba sereno, pero durante años había sido entrenado para ocultar sus sentimientos. Su anciano tutor lanconiano siempre le había dicho que sólo tenía una parte lanconiana y que su débil mitad inglesa debía ser eliminada o transformada. Según Feilan, los lanconianos eran más fuertes que el acero y más inconmovibles que las montañas, y Rowan sólo era lanconiano a medias.

Experimentó un escozor en la cicatriz que tenía en la parte posterior del muslo. Siempre le sucedía cuando pensaba en Feilan, pero no se rascó. Los lanconianos no demostraban temor; los lanconianos siempre pensaban ante todo en su país; los lanconianos no se dejaban arrastrar por las emociones y los lanconianos no lloraban. Su tutor se lo había inculcado. Cuando era niño Rowan y había muerto el perro favorito que le había consolado en sus muchas noches solitarias, había demostrado su dolor llorando por él y su viejo tutor se había enfurecido. Había acercado un atizador al rojo sobre la parte posterior del muslo de Rowan, advirtiéndole que si lloraba o hacía el menor gesto de temor, lo aplicaría por segunda vez.

Rowan no había vuelto a llorar.

Oyó que alguien corría detrás de él, acercándose. Alerta, tomó su espada.

—Soy yo — dijo Lora con voz enfadada.

El tomó su túnica. A lo lejos, oyó el movimiento de los guerreros lanconianos. Seguramente lo buscaban, temiendo que viera un mosquito y se asustara. Miró a su hermana.

—No — dijo Lora— , no te vistas. He visto hombres sin ropa antes. — Se sentó sobre el césped, cerca de él y guardó silencio. Sus brazos abrazaban sus rodillas flexionadas; su delgado cuerpo estaba rígido de cólera. No le importó que la humedad manchara su vestido de brocado. Luego habló vehementemente— . Son hombres horribles —dijo con furia, la mirada fija en la distancia. Su mandíbula estaba tensa— . Me trataron como si fuera estúpida, como a una niña malcriada y perezosa que sólo debe recibir órdenes. No me permitieron caminar sin ayuda. Como si fuera una inválida. Y ese Xante es el peor de todos. Si llega a mirarme otra vez con ese desdén lo golpearé. — Se interrumpió al oír la suave risa de Rowan y lo miró furiosamente con sus ojos azules. Era muy bonita; sus rasgos eran delicados, y su cuerpo alto y esbelto. La ira encendía sus mejillas.

—¿Cómo te atreves a reír? — dijo, apretando los dientes— . Nos tratan así por tu culpa. Cada vez que uno de ellos te ofrece una almohada, suspiras y sonríes. Y ayer sostuviste el hilo de mi labor. Jamás lo habías hecho; siempre estabas muy ocupado afilando tu espada o tu cuchillo, pero ahora te complaces en fingir que eres débil y blando. ¿Por qué, no golpeas a un par de ellos? Especialmente a ese Xante.

La sonrisa de Rowan suavizó los rasgos fuertes de su mandíbula. Era de una belleza clásica. Tenía cabellos de color rubio oscuro y profundos ojos azules; junto a los lanconianos, parecía pertenecer a otra especie humana. Los ojos de ellos refulgían; los de él destellaban suavemente. Las mandíbulas de ellos eran enjutas y curtidas; las mejillas de Rowan eran pálidas y suaves. Lora estaba habituada a ver que los hombres sonreían a Rowan, pensando que se enfrentarían con un joven barbilampiño, alto pero fofo. Lora solía reír con entusiasmo cuando Rowan los vencía fácilmente en los torneos. Los hombres descubrían que su rostro se tornaba súbitamente pétreo y que su cuerpo era fuerte y musculoso.

—¿ y por qué no les hablas en su idioma? — prosiguió Lora; la aparente indiferencia de Rowan no disminuía su enojo— . ¿Por qué les pides que te traduzcan lo que dicen? ¿Y quiénes son esos zernas a quienes tanto temen? Creí que los zernas eran lanconianos, Rowan. Deja de reír. Son hombres insolentes y arrogantes.

— Sobre todo Xante, ¿verdad? — preguntó él con su voz profunda, mirándola y sonriendo.

Ella desvió la mirada. Su mandíbula tensa expresaba su furia.

—Puede que tú te rías de ellos, pero tus hombres y tu escudero no ríen. El joven Montgomery tenía unas feas magulladuras esta mañana, y creo que las obtuvo defendiendo tu nombre. Deberías...

—Debería ¿qué? — preguntó Rowan en voz baja, mirando los árboles sobre su cabeza. No deseaba que Lora viera en su rostro qué experimentaba ante el trato que le daban los lanconianos. Eran su propia gente, pero lo trataban con desdén, haciéndole ver que no lo deseaban allí.

No podía decir a Lora que estaba tan enfadado como ella, porque debía apaciguada, no enardecerla— . ¿Debería luchar contra alguno de ellos? — — — dijo, bromeando— . ¿Matar o mutilar a uno de mis hombres? Xante es el capitán de la guardia del rey. ¿Qué ganaría con hacerle daño?

— Pareces muy seguro de vencer a ese monstruo vanidoso.

Rowan no estaba seguro de vencer. Esos lanconianos eran como Feilan; estaban tan convencidos de que Rowan era débil e inútil, que él mismo lo creía a veces.

— ¿Desearías que venciera a tu Xante? –preguntó Rowan seriamente.

—¿Mi? —— — dijo ella. Luego tomó un montón de hierbas y se lo arrojó— . De acuerdo, quizá no deberías luchar contra los tuyos, pero debes impedir que continúen tratándote mal. Es una falta de respeto.

—Estoy comenzando a disfrutar de un almohadón cuando me lo ofrecen. — Rowan sonrió y luego se tomó serio. Sabía que podía confiar en ella— . Los escucho — — — dijo un instante más tarde— . Me siento en la parte exterior del círculo que forman los hombres y los escucho.

Lora comenzó a tranquilizarse. Debió saber que Rowan tenía un motivo para hacerse el tonto. Pero le había resultado muy penoso abandonar Inglaterra. Ella, Rowan, su pequeño hijo, tres caballeros de Rowan y su escudero, Montgomery de Warbrooke, habían cabalgado en silencio junto a los silenciosos lanconianos de ojos oscuros. El primer día había estado feliz, como si finalmente se cumpliera su destino. Pero los lanconianos les habían hecho ver claramente que ella y Rowan eran ingleses, no lanconianos, y que los ingleses eran para ellos gente débil e inútil. No perdían oportunidad de demostrar su desprecio hacia ellos. La primera noche, Neile, uno de los tres caballeros de Rowan, había estado a punto de atravesar con su espada a un guerrero lanconiano. Rowan se lo impidió.

 

Xante, el alto y feroz capitán de la guardia, preguntó a Rowan si alguna vez había empuñado una espada. El joven Montgomery casi ataca al hombre. Considerando que Montgomery, de dieciséis años, era casi tan alto como Xante, Lora lamentó que Rowan impidiera la riña. Cuando Rowan pidió a Xante que le mostrara su espada, pues siempre había deseado ver una de cerca, Montgomery se alejó, fastidiado.

Hasta ahora, Lora había detestado esa actitud de Rowan, sin pensar que él tenía una razón para adoptarla. Había cien lanconianos, morenos Y alerta, y sólo seis ingleses y un niño. No debió dudar de su hermano.

—¿Qué escuchaste? — preguntó ella.

—Feilan me habló de las tribus de Lanconia, pero no me dijo o quizá yo supuse que eran más o menos unidas.

—Rowan guardó silencio durante un instante— . Aparentemente, sólo seré el rey de los iriales.

—Nuestro padre, Thal, es irial, ¿no?

—Sí.

—y los iriales pertenecen a la clase gobernante, de modo que eres el rey de todos los lanconianos, cualquiera que sea el nombre que se den a sí mismos.

Rowan rió, deseando que la vida fuese tan simple como Lora solía verla. Si amaba a un hombre, se casaba con él. No se preocupaba por lo que pudiera suceder en el futuro si llegase a ser convocada a Lanconia y estuviese ligada a un marido inglés. Pero para Rowan, el destino y el deber eran lo más importante.

—Así lo ven los iriales, pero me temo que las otras tribus no están de acuerdo. En este momento nos hallamos a pocos kilómetros de las tierras que los zernas reclaman como propias y los iriales están preocupados y vigilan. Los zernas tienen fama de ser muy feroces.

—¿Quieres decir que estos lanconianos les temen?— preguntó Loma, sin aliento.

— Los zernas también son lanconianos, y estos hombres, los iriales, no les temen, pero son cautelosos...

— Pero si los iriales les temen...

Rowan comprendió el significado de sus palabras y sonrió. Estos iriales altos, adustos, malhumorados y llenos de cicatrices no parecían temer a nadie en el mundo. Por algo el diablo no se arriesgó a tentar a un lanconiano.

—Aún debo comprobar si estos lanconianos saben hacer otra cosa que jactarse y hablar de la guerra. No los he visto pelear.

— Sí, pero el tío William dijo que peleaban como demonios, como jamás lo había hecho ningún inglés.

—William es un hombre débil y perezoso. No, no protestes. Yo también lo amo, pero el amor no me impide vedo  tal como es. Sus hombres son obesos y sólo pelean entre ellos.

— Para no hablar de sus hijos — dijo Lora por lo bajo.

— ¿Desearías estar con los cuatro bufones de William, en lugar de hallarte aquí, en esta hermosa tierra nuestra?

Ella contempló el río profundo y ancho que fluía velozmente.

—Me agrada esta tierra, pero no sus hombres. Esta mañana un lanconiano me dijo que me volviera mientras él desollaba un conejo porque temía que me desmayara al verlo. Grrr. ¿Recuerdas el jabalí que maté el año anterior? ¿Quién cree que soy?

— Una débil dama inglesa. ¿Cómo imaginas a sus mujeres? — preguntó Rowan.

—Estos hombres son de los que encierran a las mujeres en un sótano y las sacan de allí dos veces al año, una  para dejarlas encinta y la otra para recibir al niño.

—No me parece una mala idea.

—¿Qué? — dijo Lora, horrorizada.

—Si las mujeres tienen el mismo aspecto de los hombres, deberían ser encerradas.

—Pero los hombres no son feos —dijo Lora— . Simplemente tienen mal carácter.

Rowan la miró arqueando una ceja.

Lora se sonrojó.

—Deseo ser justa. Son todos muy altos, delgados y sus ojos... —Se interrumpió cuando la sonrisa de Rowan se convirtió en una mueca.

— Por eso estamos aquí. Imagino que nuestra madre pensaba de ellos lo mismo que tú.

Lora se sintió molesta y maldijo a todos los hombres del mundo. Pero de pronto, se interrumpió y sonrió.

—Apuesto que oí algo que tú no sabes. Nuestro padre escogió una novia para ti. Se llama Cilean y es la capitana de la llamada guardia femenina. Es la versión femenina de un caballero. — Lora vio con placer que la sonrisa de Rowan se desvanecía. El le prestó atención.

—Averigüé que es alta como tú y que emplea su tiempo aprendiendo a usar la espada. Creo que tiene su propia armadura. — Sonrió con un ágil movimiento de párpados— .  ¿Crees que su velo nupcial será de cota de malla?

La expresión de Rowan se había endurecido. — No — fue su única respuesta.

—No, ¿qué? — preguntó Lora inocentemente— . ¿No es de cota de malla?

—No escogí ser rey; me lo impusieron antes de nacer, pero he pasado toda mi vida preparándome para ello. Había pensado casarme con una mujer lanconiana, pero no será con una mujer que no me agrade. Un hombre no puede hacer cualquier sacrificio por su país. No me casaré con una mujer a la que no ame.

—Imagino que los lanconianos lo considerarían una debilidad de tu parte. Ellos se casan, pero no puedo imaginarios enamorados. ¿Imaginas a Xante, con su frente llena de cicatrices, ofreciendo un ramo de flores a una mujer?

Rowan no respondió. Pensaba en todas las mujeres hermosas de Inglaterra con las que pudo haberse casado y no lo hizo. Nadie, ni siquiera Lora, sabía de los sufrimientos físicos y mentales que Rowan había padecido bajo la férula de Feilan. El anciano parecía leer sus pensamientos. Si Rowan tenía alguna duda, Feilan la percibía y se esforzaba por eliminarla. Rowan había aprendido a no exteriorizar su temor o sus dudas sobre su capacidad para gobernar Lanconia. Pero, después de muchos años de aprendizaje junto a Feilan, Rowan creía sinceramente que podía reír en presencia de la muerte. Jamás dejaría traslucir sus sentimientos.

No obstante, a lo largo de todos esos años, había conservado la ilusión de poder entregarse algún día a una mujer; una mujer dulce y tierna, que lo amara y en quien pudiese confiar.

Todos los años, Feilan enviaba una carta a su padre, Thal, describiendo cada uno de los errores de Rowan y expresando sus dudas de que alguna vez se convirtiera en un verdadero lanconiano. Feilan se quejaba de que Rowan era como su madre inglesa y que deseaba pasar mucho tiempo junto a su hermana.

Rowan había luchado silenciosamente para demostrar lo contrario. Se entrenaba a diario, soportando todas las torturas a que Feilan lo sometía, pero también aprendió a tocar el laúd y a cantar algunas canciones. Y descubrió que necesitaba la ternura de Lora. Quizá nunca sería completamente lanconiano, porque imaginaba su futura vida hogareña como la que compartía con Lora. Cuando crecieron se aferraron el uno al otro, contra la crueldad y la estupidez de los hijos de William. Rowan solía consolar a Lora cuando ella lloraba porque los hijos de William la habían golpeado con palos, hiriendo su rostro y rasgando sus ropas. El la tranquilizaba, contándole historias de Lanconia.

Cuando fueron mayores, aprendieron a permanecer juntos para que Rowan pudiese proteger físicamente a Lora y Rowan había llegado a amar los suaves modales de Lora. Después de un día en la campiña, donde Feilan lo entrenaba duramente, Rowan aliviaba su cuerpo fatigado y dolorido, tendido en el suelo a los pies de Lora; ella le cantaba, le narraba una historia o simplemente acariciaba sus cabellos. La única ocasión en que Rowan exteriorizó sus sentimientos fue cuando Lora dijo que se casaría y se marcharía. Durante los dos años en que ella estuvo casada, Rowan había estado triste y solitario, pero luego ella había regresado con Phillip. En ocasiones, Rowan pensaba que formaban una familia y, cuando imaginaba cómo sería su esposa, deseaba que fuera tierna y dulce como Lora, con sus pequeños celos y riñas sin consecuencia. No deseaba una guerrera lanconiana.

— El rey posee algunos privilegios y uno de ellos es el de casarse con quien desee — dijo rotundamente.

Lora frunció el ceño.

— Rowan, no es así. Los reyes se casan para formar alianzas con otros países.

El se puso de pie y se vistió rápidamente, dando a entender a Lora que no hablaría más del asunto.

—Haré una alianza con Inglaterra si es preciso. Pediré en matrimonio una de las hijas de Warbrooke, pero no me casaré con una bruja que usa armadura. Ven. Tengo hambre.

Lora deseó no haber tocado el tema. Creía conocer muy bien a su hermano, pero había momentos en que lo dudaba. Había una parte de él que permanecía oculta. Tomó el brazo que Rowan le ofrecía.

—¿Me enseñarás a hablar lanconiano? — Trataba de cambiar de conversación para que Rowan recobrara su buen humor.

— Hay tres idiomas lanconianos. ¿Cuál de ellos deseas aprender?

— El xantiano — dijo rápidamente, pero luego se contuvo— . Quise... decir el idioma de los iriales.

Rowan hizo una mueca, pero ya no estaba enfadado.

Antes de que llegaran al campamento, Xante salió al encuentro de ellos. Medía más de un metro ochenta de estatura, tenía espaldas anchas, y su cuerpo era fuerte y delgado como un látigo de cuero crudo. Sus cabellos negros caían hasta sus hombros, formando ondas. Su rostro moreno tenía gruesas cejas, ojos negros y profundos, un bigote espeso y oscuro y una mandíbula cuadrada y rígida. La cicatriz que había en su frente estaba acentuada por su expresión adusta.

—Tenemos visita. Os hemos estado buscando— dijo Xante con voz áspera. Llevaba una piel de oso sobre una túnica corta, que dejaba ver sus piernas musculosas.

Lora estuvo a punto de responder a la insolencia de Xante, pero Rowan oprimió sus dedos con fuerza.

Rowan no explicó por qué se había ausentado del campamento, a pesar de que Xante le había dicho que no debían alejarse de los lanconianos, que precisamente estaban allí para protegerlos.

—¿Quién ha venido? — preguntó Rowan. Era un poco más bajo que Xante, pero más joven y corpulento. Xante ya era mayor y no tenía los fuertes músculos de Rowan.

—  Thal ha enviado a Cilean y a Daire con cien hombres.

— ¿Cilean? — preguntó Lora— . ¿Es la mujer con quien Rowan deberá casarse?

Xante le dirigió una mirada penetrante, como indicándole que no se inmiscuyera en esos asuntos.

Lora lo miró, desafiante.

— ¿Por qué no vamos a su encuentro? –preguntó Rowan, frunciendo levemente el ceño.

Su caballo estaba ensillado, aguardándolo y, Como siempre, rodeado por cincuenta lanconianos, como si fuera un niño que necesitase protección. Cabalgaron hacia el noroeste, hacia las montañas, donde, bajo el sol del atardecer, Rowan vio numerosas tropas. Cuando estuvieron cerca, se dispuso a conocer a esa mujer, que ostentaba un rango similar al de un caballero.

La distinguió desde lejos. No podía ser confundida con un hombre: era alta, delgada, erguida, de senos firmes y altos. Llevaba un ancho cinto en la fina cintura y sus caderas formaban elegantes curvas.

Azuzó a su caballo, ignorando las protestas de los hombres que lo rodeaban y fue a su encuentro. Cuando vio su rostro, sonrió. Era muy bella. Tenía cabellos oscuros y labios muy rojos.

—Señora, sea usted bienvenida — dijo Rowan, sonriendo— . Soy Rowan, el humilde príncipe de su magnífico país.

Los lanconianos que lo rodeaban permanecieron en silencio. Un hombre no actuaba de esa manera, especialmente si su destino era ser rey. Miraron sus cabellos rubios que brillaban bajo el sol poniente y comprendieron que los temores que abrigaban respecto a ese hombre se confirmaban: era un estúpido alfeñique inglés.

Detrás de Cilean se oyó una risotada, pero ella se adelantó con su caballo y dio la bienvenida a Rowan, tocando su mano. También ella estaba decepcionada. Era apuesto, pero su sonrisa tonta hizo que su opinión concordara con la de sus hombres.

Rowan sostuvo la mano de Cilean durante un instante y percibió sus pensamientos, reflejados en sus ojos oscuros. Notó que los lanconianos que lo rodeaban adoptaban una actitud de superioridad y la ira casi asomó a su rostro. No sabía si la experimentaba hacia ellos o hacia sí mismo. La cicatriz de su pierna le produjo escozor y su sonrisa se disipó.

Rowan dejó caer la mano de Cilean. Una cosa era hacer el ridículo ante otros hombres y otra hacerlo ante esa espléndida criatura que sería su esposa...

Rowan hizo girar su caballo.

—Retornamos al campamento — — ordenó, sin mirar a nadie. Sabía que sus tres caballeros ingleses serían los primeros en obedecerlo.

De pronto se oyó un grito y los lanconianos rodearon a Rowan y a sus tres hombres para protegerlos.

—Están demasiado cerca de los zernas — dijo una voz en idioma irial. Era la de un joven de expresión seria que cabalgaba junto a Cilean y que reprendía a Xante. Rowan pensó que debía ser Daire.

Aunque los lanconianos trataron de impedírselo, Rowan avanzó con su caballo hasta ponerse al frente del grupo para saber qué había provocado la alarma.

Sobre una montaña había tres hombres, cuyos perfiles se recortaban contra el sol del atardecer.

—Zerna — dijo Xante a Rowan, como si ello lo explicara todo— . Lo llevaremos de regreso al campamento. Daire: escoge cincuenta hombres y prepárate para combatir.

Rowan, que se había estado conteniendo durante días, estalló.

—De ninguna manera — dijo a Xante en perfecto lanconiano irial— . No dañarán a mis hombres y además, no os confundáis. Los zernas me pertenecen tanto como los iriales. Yo daré la bienvenida a esos hombres. Neile. Watelin. Belsur — exclamó, llamando a sus tres caballeros.

Ningún hombre había obedecido nunca una orden tan diligentemente, pues estaban hartos del trato que les daban los lanconianos. Arrogantemente, se abrieron paso entre ellos para ubicarse detrás de Rowan.

—Detened a ese tonto — dijo Daire a Xante— . Si lo matan, Thal jamás nos perdonará.

Rowan miró a Daire con ojos fulminantes. — Obedeced mis órdenes — dijo y Daire calló. Xante miró a Rowan con cierto interés, pero era mayor que Daire y no se dejaba intimidar tan fácilmente. Habló con tono muy paciente.

—Son zernas y no acatan la voluntad de un rey irial. Consideran que su reyes Brocain y les complacería mucho matar.

—No complazco a los demás tan fácilmente. Cabalguemos — dijo Rowan por encima del hombro, dirigiéndose a sus hombres.

Detrás de él, Xante detuvo a los iriales para que no siguieran a Rowan.

—Será mejor que el tonto muera ahora, antes de que Thal lo convierta en rey — dijo. Los lanconianos, impasibles, contemplaron al príncipe que marchaba hacia la muerte.

Los tres zernas que estaban sobre la colina permanecieron inmóviles mientras Rowan y sus caballeros avanzaban hacia ellos. Rowan vio que se trataba de hombres jóvenes que habían salido de caza y que, sin duda, se habían sobresaltado al ver tantos iriales en un sitio en el que no les correspondía estar.

La ira de Rowan aún no se había apaciguado. Siempre le habían dicho que sería el rey de todos los lanconianos, y ahora resultaba que los iriales trataban de matar a los zernas.

Rowan hizo una señal a sus hombres para que permanecieran rezagados, mientras él avanzaba para saludar a los tres jóvenes. Se detuvo a unos cien metros de distancia.

—Soy el príncipe Rowan, hijo de Thal— dijo en idioma irial que los zernas también hablaban— . Os saludo y deseo paz.

Los tres jóvenes permanecieron inmutables sobre sus cabalgaduras, obviamente fascinados por el hombre rubio y solitario, algo inusual en ese país, que avanzaba hacia ellos sobre su alto y hermoso caballo ruano. El zerna que estaba en el centro y que era poco más que un niño, fue el primero en reaccionar. Rápidamente apuntó hacia Rowan y le arrojó una flecha.

Rowan se apartó hacia la derecha antes de que la flecha lo alcanzara, pero rozó su brazo izquierdo. Maldijo en voz baja y lanzó su caballo al galope. Los lanconianos habían agotado su paciencia. Una cosa era el desdén y la burla, pero otra muy distinta era ser agredido por un niño al que acaba de saludar en son de paz. Llegó hasta él y, sin dejar de galopar, lo desmontó y arrojó al suelo. Rowan desmontó al instante y sostuvo al niño contra el suelo con el peso de su cuerpo. Detrás de él oyó el tronar de los cascos de doscientos caballos lanconianos.

—Fuera de aquí — gritó a los otros dos jóvenes.

— No podemos marchamos — dijo uno de ellos, mirando con horror al niño que Rowan aplastaba contra el suelo. Su voz era casi un susurro— . Es el hijo de nuestro rey.

— Yo soy vuestro rey — gritó Rowan, iracundo. Levantó la mirada y vio a sus caballeros que se acercaban.

— Sacadlos de aquí — — ordenó, señalando a los jóvenes zernas— . Xante los matará.

Los caballeros de Rowan embistieron a los dos jóvenes, que huyeron.

Rowan miró al niño. Era un jovencito apuesto, de unos diecisiete años. Estaba enfurecido.

— Vos no sois mi rey — gritó el adolescente— . El rey es mi padre, Brocain. — Escupió en el rostro de Rowan.

Rowan se limpió el rostro y luego abofeteó al jovenzuelo de una manera ofensiva, como lo haría un hombre con una mujer insolente. Lo levantó en vilo.

—Vendrás conmigo.

—Antes prefiero morir.

Rowan lo hizo volver para contemplar a las tropas iriales que avanzaban. Constituían un formidable espectáculo de hombres y corceles musculosos; sus armas brillaban bajo el sol.

—Si tratas de huir, te matarán.

—Un zerna no teme a un irial — dijo, pero estaba pálido.

—Hay momentos en que un hombre utiliza su cerebro en lugar de su brazo derecho. Compórtate como un hombre. Procura que tu padre se enorgullezca de ti. — Soltó al muchacho; después de un momento de indecisión, el joven permaneció en su sitio. Rowan alentó la esperanza de que no hiciera ninguna tontería. Los iriales experimentarían un gran placer si matara a ese joven zerna. Los lanconianos rodearon a Rowan y al joven. Sus caballos estaban sudados y resoplaban. Los hombres, cejijuntos, empuñaban sus armas. Rowan hubiera deseado huir de allí.

—Bien — dijo Xante— , ha tomado un cautivo. Lo ejecutaremos ahora por tratar de matar a un irial.

Rowan estaba orgulloso del joven: no vaciló ni demostró cobardía ante las palabras autocráticas de Xante. La furia de Rowan, momentáneamente aplacada por su riña con el muchacho, se reavivó. Era el momento de imponer su autoridad. Reprimió su ira y miró a Xante.

—Este es mi invitado —dijo mordazmente— . Es el hijo de Brocain y ha accedido a viajar con nosotros y conducirnos a través de las tierras de su padre.

Xante resopló como su caballo.

—¿Este fue el invitado que le arrojó una flecha? Rowan se dio cuenta de que su brazo sangraba, pero no podía echarse atrás.

— Me lastimé con una roca — dijo, mirando a Xante con ojos desafiantes.

Cilean se adelantó, colocándose entre los dos hombres.

—Un invitado es bienvenido, aunque sea un zerna — dijo, como si diera la bienvenida a una serpiente venenosa que se introdujera en su cama. Miró a Rowan, que, a su vez, miraba a Xante. No muchos hombres se atrevían a  desafiar a Xante y nunca creyó que ese débil y rubio inglés osaría hacerlo. Pero lo había visto avanzar hacia los zernas, esquivar una flecha, arrojar su caballo contra el joven y ahora ese joven estaba junto al inglés, como si el hombre rubio pudiera dominar a los iriales. Y este Rowan estaba desafiando a Xante como nadie se había atrevido antes. Quizás ese hombre fuera un tonto, pero tal vez era mejor de lo que pensaban.

Belsur, el caballero de Rowan, sostenía las riendas del caballo de Rowan. Este montó y luego ofreció su mano al joven zerna para que montara con él. Cuando Rowan enfiló su caballo hacia el campamento, preguntó:

—¿Cómo te llamas?

— Keon — dijo el joven orgullosamente, pero había un cierto temor en su voz que delataba su nerviosismo al haberse visto tan cerca de la muerte— . Soy el hijo del rey zerna.

— Creo que debemos dar otro título a tu padre. Yo soy el único rey de este país.

El joven rió desdeñosamente.

— Mi padre lo destruirá. Ningún irial dominará a un zerna.

—Ya veremos, pero esta noche será mejor que me consideres un zerna y no te alejes de mi lado. No creo que mis otros lanconianos sean tan benévolos como yo.

Detrás de ellos cabalgaban los caballeros de Rowan, seguidos por el grupo de lanconianos precedidos por Daire, Cilean y Xante.

—¿Es siempre tan tonto? — preguntó Daire a Xante, contemplando la espalda de ese hombre que supuestamente era un irial, pero que trataba al joven zerna como si fuese un amigo— . ¿Cómo lo han mantenido con vida? — preguntó, asombrado.

Xante miraba a Rowan y al joven zerna pensativamente.

—Hasta esta noche fue tan dócil como un animalito doméstico. Su hermana ha demostrado ser más fogosa que él. Y, hasta esa noche, sólo habló en inglés.

—Si continúa cabalgando a solas contra los zernas, no vivirá mucho tiempo — dijo Daire— . No deberíamos intentar evitar que haga cuantas tonterías se le ocurra. A juzgar por lo que ha hecho hoy, abrirá las puertas de Escalon a cualquier invasor. Lanconia podría caer en manos de un gobernante tan estúpido como él, ¡no!, no evitaremos que ataque solo al enemigo. De esa manera nos desharemos de él. Geralt será nuestro rey.

—¿Es estúpido? — preguntó Cilean— . Si hubiéramos atacado a esos jóvenes y matado al hijo de Brocain, no tendríamos paz hasta que Brocain matara a cientos de los nuestros. En cambio ahora tenemos un rehén importante. Brocain no puede atacamos porque temerá que matemos a su hijo. Y vosotros decís que este Rowan, con el que han viajado durante semanas, ¿no les dijo que sabía hablar nuestro idioma? Xante, me sorprendes. ¿Qué más sabe ese hombre que tú no sepas de él? — Adelantó su caballo para galopar junto a Rowan.

Durante toda la noche Cilean observó a Rowan y a su hermana, su sobrino y sus hombres, sentados en torno al fuego, frente a la hermosa tienda de seda de Rowan. El joven zerna, Keon, estaba junto a ellos, callado, taciturno, atento. Cilean imaginó que los modales de Rowan le resultarían tan extraños como lo eran para los iriales. Rowan sostenía a su sobrino en su regazo y le murmuraba palabras que lo hacían reír y emitir chillidos. Ningún niño lanconiano de esa edad estaría en brazos de su padre. A los cuatro años los niños aprendían a manejar armas, lo mismo que las niñas elegidas para formar parte de la guardia femenina.

Cilean observó la manera en que Rowan sonreía a su hermana, oyó que le preguntaba si se encontraba bien, y comenzó a preguntarse cómo sería la vida junto a ese hombre tan contradictorio, que se aventuraba solo contra tres zernas y dos horas después abrazaba a un niño y hacía bromas con una mujer. ¿Cómo podía un hombre así ser un guerrero? ¿Cómo podía ser rey?

A la mañana siguiente, antes de que amaneciera, los guardias encargados de la vigilancia, hicieron sonar sus cuernos. Al instante, los lanconianos despertaron y se levantaron.

Rowan salió de su tienda en calzones y los lanconianos pudieron ver el cuerpo que habían creído débil. Los músculos de Rowan habían sido moldeados por el trabajo duro y pesado.

—¿Qué sucede? — gritó a Xante en lanconiano.

— Zerna — dijo Xante concisamente— . Brocain viene hacia aquí para luchar por su hijo. Iremos a su encuentro. — Ya estaba montando su caballo.

Rowan tomó a Xante por el hombro y lo sacudió.

— No atacaremos de acuerdo con tus convicciones

—  ¡Keon! — gritó— . Prepárate para ir al encuentro con tu padre.

Xante lo miró fríamente.

—Perderás la vida.

Rowan reprimió su ira y miró a Neile con gesto de advertencia. Este dio un paso hacia Xante. Había esperado que dudasen de él, pero no sólo dudaban, estaban seguros de que era un inútil.

Se vistió en pocos minutos. No se puso la cota de malla, sino una túnica de terciopelo bordado, como si fuese a asistir a un acontecimiento social. Rowan hizo una mueca cuando los lanconianos sonrieron al vedo y Keon meneó la cabeza, dubitativamente. En ese momento, Keon deseó que lo hubieran matado el día anterior, pues la muerte era preferible a tener que enfrentarse a su padre.

Desde la distancia, Cilean observó la escena y vio la expresión de furia que cubría el rostro de Rowan, para luego desaparecer. Si debía casarse con ese hombre, era mejor que se convirtiese en su aliada. Además, le interesaba ver cómo se las ingeniaba para tratar con el viejo y traicionero Brocain.

—¿Puedo ir contigo? — preguntó.

—No — gritaron a la vez Daire y Xante.

Rowan los miró, con ojos fríos como el acero. — No les importa la vida de un príncipe inglés, pero cuidan las propias — dijo amargamente.

Cilean llevaba una larga lanza, un arco y un carcaj de flechas colgado a su espalda.

— Soy una guardiana. Tomo mis propias decisiones.

Rowan le sonrió y Cilean parpadeó. Por todos los dioses, el hombre era muy apuesto.

—Entonces, toma tu caballo — dijo él y Cilean montó apresuradamente, como una novata, ansiosa por complacer a sus maestros.

Rowan la contempló. Feilan no le había dicho que las mujeres lanconianas eran inteligentes y generosas.

Los otros lanconianos no estaban impresionados por el aspecto personal de Rowan y permanecieron sobre sus caballos, en una larga hilera, contemplando en silencio cómo Rowan, Cilean, los tres caballeros ingleses y Keon se dirigían a enfrentarse contra doscientos guerreros zernas, rumbo a una muerte segura.

— Endereza la espalda, muchacho — dijo Rowan a Keon— . No estás afrontando la ira de tu rey.

— Mi padre es rey — replicó Keon. Su rostro oscuro estaba casi tan blanco como el de Rowan.

Cuando se hallaban aproximadamente a cien metros de los zernas, que estaban inmóviles, aguardando que se acercara el pequeño grupo, Rowan se adelantó. El sol hacía brillar el bordado de oro de su túnica, sus cabellos rubios, el diamante de la empuñadura de su espada, y a su vez producía reflejos que salían de los arreos de su caballo. Los lanconianos, tanto iriales como zernas, nunca habían visto a un hombre tan elegantemente vestido. Era totalmente diferente a ellos, una rosa en un campo de malezas. Lo miraron con asombro.

Después de un instante de vacilación, un hombre corpulento se dirigía hacia Rowan. Su rostro tenía cicatrices; una profunda estría lo atravesaba verticalmente, desde el ojo izquierdo hasta el cuello, y le faltaba la mitad de una oreja. Además, tenía cicatrices en los brazos y las piernas. Su expresión era tan hostil que parecía no haber sonreído jamás en su vida.

—¿Eres tú el inglés que capturó a mi hijo? — preguntó, con una voz que inquietó al caballo de Rowan. El animal reconocía el peligro.

Rowan sonrió, disimulando su temor. Dudaba que el   entrenamiento recibido para combatir lo hubiera preparado para luchar contra un hombre como ese.

— Soy lanconiano, el sucesor del rey Thal. Seré el rey de todos los lanconianos — — dijo con inusitada firmeza.

Durante un momento, el anciano permaneció boquiabierto. Luego reaccionó.

— Mataré a cien hombres por cada pelo que hayan quitado a mi hijo.

Rowan gritó por encima de su hombro.

—Keon, ven aquí.

Brocain miró a su hijo de arriba a abajo, gruñó satisfactoriamente al ver que no estaba herido y luego le dijo que se uniera a los zernas que estaban sobre la colina.

—No — — dijo bruscamente Rowan. Apoyó la mano sobre la rodilla, a pocos centímetros de su espada. Aunque experimentase temor, no debía demostrarlo y no podía permitir que ese hombre se llevara a Keon. El destino lo había puesto en sus manos y Rowan estaba decidido a retenerlo. No dejaría escapar esa pequeña oportunidad de lograr la paz— . Me temo que no puedo permitido. Keon permanecerá conmigo.

Una vez más, Brocain adoptó una expresión de asombro total, pero se recuperó rápidamente. Las palabras y las actitudes de ese hombre no coincidían con su rostro agradable, pálido y sin cicatrices.

—Lucharemos por él — — dijo, tomando su espada.

— Preferiría no hacerlo — — dijo Rowan amablemente, deseando que nadie percibiera la intensa palidez de su rostro— , pero si fuese necesario, lo haré. Deseo conservar a Keon porque tengo entendido que es vuestro sucesor.

Brocain miró fugazmente a Keon.

—Lo es, siempre que a un estúpido como él se le permita reinar.

—No es estúpido, simplemente es joven, impetuoso y tiene mala puntería. Desearía tenerlo a mi lado, para demostrarle que los iriales no somos demonios y que quizás algún día pueda reinar la paz entre nosotros. — Los ojos de Rowan brillaron— . Y desearía enseñarle a arrojar flechas en línea recta.

Brocain contempló a Rowan durante un buen rato. Rowan supo que el horrible anciano estaba decidiendo la vida o la muerte de su hijo y del inglés. Rowan no creía que un hombre como ese pudiese experimentar amor por su hijo.

—Vos no habéis sido criado por el viejo Thal — — dijo finalmente— . El ya hubiera matado a mi hijo. ¿Qué garantía tengo de que estará a salvo?

—Mi palabra — — dijo Rowan solemnemente— . Pondré mi vida en sus manos si es herido por un irial. — Rowan contuvo el aliento.

—Me estáis pidiendo una excesiva confianza — — dijo Brocain— . Si le hacen daño, vos moriría tan lentamente que rogaría que os maten.

Rowan asintió.

 

Brocain lo miró detenidamente y en silencio. Había algo diferente en ese hombre; era distinto a los demás lanconianos. Y, aunque iba vestido llamativamente como una mujer, Brocain percibió que había en él cualidades ocultas. De pronto, Brocain se sintió viejo y fatigado. Había visto matar a un hijo tras otro; había perdido a tres esposas en combate. Sólo le quedaba ese muchacho.

Brocain miró a su hijo.

—Ve con este hombre. Aprende de él. — Se volvió hacia Rowan— . Tres años. Dentro de tres años enviadlo a casa o incendiaré vuestra ciudad hasta arrasarla. — Tiró de las riendas de su caballo y regresó junto a sus hombres que  estaban en la colina.

Keon miró a Rowan, consternado, pero nada dijo. — Ven muchacho, iremos a casa — dijo Rowan, exhalando un suspiro de alivio y con la sensación de haber escapado de una muerte vil— . Quédate a mi lado hasta que la gente se habitúe a verte. No me agrada la idea de ser torturado.

Cuando Rowan y el joven pasaron junto a Cilean, Rowan hizo una señal con la cabeza y ella los siguió. Estaba estupefacta. Este inglés que vestía llamativamente acababa de ganar una batalla verbal contra el viejo Brocain. "Preferiría no hacerlo", había dicho cuando el anciano lo desafió, pero Cilean había visto que apoyaba la mano sobre su espada Y había dicho a Brocain que retendría al joven sin que se le moviera un músculo, sin demostrar el menor temor.

Cabalgó hasta llegar junto a los demás, pero aún no podía hablar. Este Rowan no sólo parecía diferente, era diferente. O era el tonto más grande del mundo o el más valiente. Pensó en Lanconia y en su vida futura junto a él y deseó sin dudarlo que llegara esto último.