1. CREZCO COMO UN ANIMALITO

I

Corre el año 1898. Cerca de la cordillera de los Andes, en la ciudad de San Juan, una chiquita de unos seis años se acerca a los vidrios de un comercio. No sabe muy bien qué hacer. De pronto, se le ocurre una idea y entra. Habla un momento con el dependiente, seguramente vestido de guardapolvo gris, le pide un libro de uso escolar, y cuando lo tiene en sus manos pregunta por un juguete. Mientras el hombre lo busca en la trastienda, entran otros chicos. La chiquita sale corriendo con el libro en la mano.

Se llama Alfonsina, y no es una desconocida en la pequeña ciudad de provincia. Su familia, los Storni —el padre de Alfonsina y varios hermanos mayores—, hasta hace poco tiempo ha sido destacada y próspera. Hace seis años, Alfonsina nació muy lejos, en otro lugar rodeado de montañas. Sala Capriasca, en el Cantón Ticino. Alfonso y Paulina, los padres, vinieron de Suiza, casados y jóvenes, a San Juan. Allí vivieron varios años, nacieron sus dos hijos mayores, Romeo y María, y luego volvieron a su país.

Pero ahora están otra vez en San Juan, con una hija más.Y las cosas no van bien para la familia. Si la chiquita de nariz respingada y carita sonrosada y redonda no pudo comprar su libro de lectura y tuvo que robarlo, quizá fue porque no había dinero en la casa o porque en la cabeza de sus padres, absorbidos por otras urgencias, no hubo lugar para esta necesidad. En su recuerdo, Alfonsina cuenta que cuando los dueños del comercio revelaron el robo a las autoridades del colegio ella lloró y aseguró que había dejado el dinero en el mostrador.

Este episodio habría de marcar a Alfonsina. No sabemos si los padres intervinieron en su favor para aclarar el episodio o para respaldar lo dicho por la chica, pero éste es el primero de los acontecimientos en los que Alfonsina aparece —¿se muestra?— huérfana de toda protección. Lo cierto es que ella necesitó y deseó el libro, y los adultos no pudieron satisfacerla. Con mucha gracia, Alfonsina, al contar este episodio, llamará “lo pirateado” al objeto del robo.

Años después Olimpia, su media hermana, suaviza las circunstancias y muestra a la madre enferma, en cama, y al padre ocupado en atender las necesidades familiares. Minimiza la conducta de Alfonsina y transforma el episodio en una travesura sin importancia. Lo es, sin duda, pero también es la evidencia de ese corte que siempre existirá entre Alfonsina y sus protectores naturales o posibles.Y para ella ese corte, muchas veces provocado por su necesidad de sentirse todopoderosa, germinará en un poema, que no tiene valor sino como testimonio biográfico:

Tenía entonces diez años

Robaron algún dinero

De las arcas de mi madre.

Fue un domingo… ¡Lo recuerdo!

Se me señaló culpable

Injustamente y el reto

Que hicieron a mi vergüenza

Se me clavó aquí, ¡muy adentro!

Recuerdo que aquella noche

Tendida sobre mi lecho

Llegó un germen de anarquía

A iniciarse en mi cerebro.

Pero volvamos atrás. La historia de los Storni no es la de todos los inmigrantes. Cuando llegan a la provincia de San Juan en 1880, los tres hermanos Storni —Ángel, Pablo y Antonio—, provenientes de Lugano, Suiza, vienen con el capital suficiente como para fundar una pequeña empresa familiar. En 1885 tienen una sólida posición económica. Han instalado la primera fábrica de soda de la provincia, y más adelante fabricarán hielo, una verdadera novedad para la época.Años después, las botellas de cerveza etiquetadas “Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía.” circularán por toda la región. Por eso cuando Alfonso, el menor de los hermanos, llegue con su bonita mujer luego de casarse en Lugano, habrá grandes posibilidades de progreso para el matrimonio.

Paulina Martignoni tiene dieciséis años cuando se casa con Alfonso. Como corresponde a una niña suiza de clase media ilustrada, conoce todas las habilidades femeninas —borda, pinta a la acuarela y al óleo, ha estudiado música y canto—, pero también tiene un título que le permite ejercer la enseñanza. Después sabremos que, además, sus dotes naturales la inclinaban hacia el teatro, y que seguramente no tuvo ocasión, o sus familiares no lo propiciaron, de acercarse a esta actividad. No se conocen otros datos familiares sino los que la misma Paulina, en 1939 —cuando las necrológicas de su hija se cansen de aludir a su “oscuro origen”—, ofrecerá en una carta dirigida al director de la revista Mundo Argentino.

Éste es un testimonio valioso no sólo por los datos que aporta, sino principalmente porque permite valorar la atmósfera cultural en la que creció Alfonsina y las razones por las cuales se sintió, ella también, orgullosa de sí misma, segura a pesar de sus dificultades. En el momento de escribir la carta Paulina tiene setenta años y se da el gusto de salir de una oscuridad a la que, no sabemos por qué, la tuvo sometida su hija.Y en su carta hay un lenguaje que, si bien es correcto y muy culto, revela los problemas de un extranjero obligado a hacer uso permanente de una lengua que no es la suya. Hay una cita de Dante que habla de una cultura general no común en una mujer de la época, y una frase que se transforma en su retrato:“Publicaré los verdaderos informes sobre el tan zarandeado origen y el lector que desee cerciorarse puede dar un paseíto a Lugano (Suiza), donde hallará quien se lo confirme”.1 “Publicaré” quiere decir, por supuesto, “haré público”, “daré a conocer”. Pero el tono desafiante habla a las claras del carácter de esta mujer que, para ejemplo de su hija Alfonsina, no se dejó vencer por las circunstancias adversas.

La carta sigue:“Alfonsina Storni, por los dos costados, materno y paterno, luce un origen envidiable, y de unas razas que si no fueron ricas en dinero, lo fueron en talento e inteligencia. Por mi parte, tengo un hermano sacerdote, un tío poeta, un primo hermano que fue ministro de gobierno por muchos años, dos tíos abuelos, uno ingeniero y el otro escultor, que residían en Bolonia, y con ellos pasé mis primeros años”.2 Luego se refiere con el mismo énfasis a la familia Storni, y destaca que el abuelo paterno “era un hombre inteligentísimo, que tanto sabía manejar la azada como la pluma. La abuela, mi suegra, era una mujer como hay pocas.Tuvo dos hermanos sacerdotes, una hermana maestra, un sobrino médico y toda ella era un roble, recia y orgullosa”.3 La carta conmueve, en medio de su ingenua soberbia, porque la despedida alude a una relación que no sabemos si fue de mucha ternura y comunicación pero que fue, finalmente, la de una madre y una hija:“Que duerma en paz mi amada muerta y que el genio y las musas aleteen sobre su tumba”.

Paulina, tan orgullosa de su prosapia de pequeñoburguesa suiza, mira a los dieciséis años con ojos asombrados desde una foto en la que su carita redonda recuerda a la de Alfonsina. Pero las plumas y flores de su tocado hablan no solamente de la coquetería femenina propia de los finales del siglo diecinueve, sino también de aspiraciones de lucimiento personal difíciles de concretar en la provincia argentina. Por entonces, Paulina recibe de su marido un valioso regalo, el hermoso piano de cola que, luego de pagar por él nada menos que la suma de quinientos pesos, la acompañará en sus tertulias. Todos la llaman la pequeña Patti, cuando un invitado que viene de Buenos Aires la compara con la entonces célebre soprano Adelina Patti. La sociedad sanjuanina se reúne en la casa de los Storni —destruida por el terremoto de 1945, muchos años después de que los Storni la dejaran—, y dicen que hasta va el gobernador a esas tertulias.Y la joven señora, que en 1887 y 1888 ha dado a luz a sus hijos Romeo y María, invita también a algunos de los músicos y actores de las compañías que llegan en gira.

Seguramente no era común que las señoras de provincia fueran tan activas socialmente, tan elegantes y tan protagonistas de sus propias reuniones, y se desliza de este testimonio recogido por Conrado Nalé Roxlo y Blanca Mármol, primeros biógrafos de Alfonsina,4 la sensación de que la personalidad y las actitudes de Paulina provocaron envidia y resquemor. Pero en medio de este dorado esplendor, la joven de veintiún años empieza a comprender que a su marido le ocurre algo que no sabe a qué atribuir. Alfonso tiene veintinueve años, es el más joven de los hermanos, y parece haber perdido todo interés por el manejo de los negocios. Desaparece durante días, da como pretexto la búsqueda de unas minas de plata, pero lo cierto es que, si alguien insiste con alguna pregunta,Alfonso estalla y asusta a su interlocutor. Luego viene algo peor, la bebida. Ya se hace evidente que una inexplicable melancolía invade a Alfonso y le impide vivir en paz. Los médicos aconsejan un viaje, y la pareja se dispone a partir, en el año 1891, junto con sus dos pequeños hijos, hacia esa Suiza donde quizás esté la clave de la tranquilidad de Alfonso.

El largo viaje en barco sin duda fue una tregua. Paulina dirá, una vez muerta su hija, que fue un viaje de placer. Otros opinan que la amenazante ruina familiar los llevó otra vez a su patria a buscar nuevos recursos. Alejandro Storni cuenta que, durante la larga travesía, su abuela tiraba al mar la lencería usada. ¿Cómo habrá sido la estadía en Suiza? La verdad es que duró varios años, más de cinco. La dimensión del tiempo por aquella época no tenía nada que ver con nuestra febril medida actual. Un viaje que duraba meses tenía que justificarse con una estadía que equilibrara el tiempo invertido en llegar.

Pero lo cierto es que tantos años en Suiza y luego el regreso permiten pensar en una vida sin un rumbo muy claro. En 1892, en Sala Capriasca, donde se alojaban en casa de unos familiares, el 29 de mayo nació Alfonsina, la tercera hija del matrimonio Storni. Algunos dicen que nació el 22 y la anotaron el 29. Otros, que nació en el barco, en alta mar. Bautizada en la parroquia de Tesserete, puede leerse hoy, en el margen del acta de bautismo, una inscripción del padre Osvaldo Crivelli: Grande poetese morta al mar della Plata. Llevó el nombre del padre, de un padre melancólico y raro. Más tarde le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: “Me llamaron Alfonsina, que quiere decir dispuesta a todo”.

Llamarse como el padre siendo la tercera hija, y mujer, no es un detalle sin importancia. ¿Por qué no se llamó Alfonso el primogénito? ¿Quizá le pusieron ese nombre shakesperiano por las veleidades teatrales de Paulina? Alfonsina aprendió a hablar en italiano, en un lugar que luego recordaría poco; sus primeros recuerdos son de San Juan, adonde la familia vuelve en 1896. “Estoy en San Juan, tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causo en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta.”5 Otra vez los libros, otra vez el fingimiento infantil.

Años más tarde, en un reportaje, Alfonsina recordó con gracia otros episodios de su niñez.

“Mi primer contacto con el público tuvo lugar en la Escuela Normal de San Juan, donde tomaba parte con frecuencia en sus fiestas infantiles. Declamar, cantar, representar comedias, fue lo primero que, artísticamente, realicé. Recuerdo, como índice de mi carácter, una escena de aquella escuela. Había yo bajado del escenario donde acababa de ser muy aplaudida, y mi profesora me encontró llorando detrás de una puerta.Al requerirme el motivo, recuerdo que le respondí:‘Lloro porque pude hacerlo mejor y no lo hice’.

”Poco tiempo después debuté en mis aficiones literarias con una composición que para mí fue un gran motivo de angustia. Creo que estaba por el segundo grado inferior, y la profesora me había explicado algo acerca de la fusión racial de los indios con los españoles durante la conquista. Hice la composición sobre ese tema, y cuando me la pidieron no quise leerla; tenía la sensación de haber entrado en un tema poco apto para mi edad… para mi edad de entonces. Sentía vergüenza y angustia por lo que había escrito. Ante los mandatos insistentes de la profesora tuve que leer mi trabajo, y sus elogios debieron ser calurosos, porque recuerdo que mi angustia se trocó en alegría.”6

Otros recuerdos provienen de la pluma de Olimpia Perelli, la hermana menor de Alfonsina, hija del segundo matrimonio de Paulina. Le han llegado a través de ésta y se publican en una revista femenina en el año 1950. Por lo tanto no pudieron ser aprobados ni corregidos por Alfonsina, pero, aun exagerados o alterados, dan una idea de la personalidad de una niñita que se sintió y fue percibida como poco común.

Paulina la inscribió en el jardín de infantes, según cuenta Olimpia, cosa que no había hecho con ninguno de sus hijos, para ver si así encauzaba su carácter díscolo y original. Se la recuerda como a una chica inteligente y preguntona, a la que no era sencillo satisfacer con explicaciones generales. Por esa época empieza a mentir. Inventa, por ejemplo, que su familia tiene una quinta en las afueras de la ciudad —este recuerdo es de la propia Alfonsina— adonde invita a sus maestras, confiando en que la inocente mentira no tendrá consecuencias.Y la descubren cuando aquellas se lo comentan a la madre, y ésta no sabe cómo reprenderla y enseñarle a no mentir. O la sutil diferencia entre mentir e imaginar. O desear. Otras veces, Alfonsina inventa celebraciones que no existen e invita a la casa a personas de su relación, ante el desconcierto, nuevamente, de la madre.

Todo esto ocurre en una ciudad provinciana de fines de siglo, en un país tan al sur que cuesta creer que esta familia suiza lo haya elegido para aclimatar aquí a sus descendientes. Si bien los recuerdos suelen carecer de rigor objetivo y llevan el sello del tiempo transcurrido y de la personalidad ya constituida del que los registra, en estas primeras imágenes de la infancia de Alfonsina hay sin duda un denominador común: la autonomía de una chica voluntariosa, que sabe lo que quiere, su afán de impresionar a los demás y la extrema sensibilidad ante el juicio ajeno.

II

El tema de las mentiras puede ser fácilmente asociado a la conflictiva relación de Alfonsina con su padre.Ausencias, ebriedad, cóleras e incapacidad para sostener a su familia deben haber sido motivos suficientes como para hacer de la vida familiar algo pesado de sobrellevar.Y las mentiras, una manera de evadir esa pesada realidad. Ese hombre, que a los treinta años está terminado, quizás hundido en lo que hoy se denomina clínicamente depresión, tuvo que marcar la vida de sus familiares más cercanos.Todos los proyectos del grupo, aun desde antes del nacimiento de Alfonsina, están signados por el estado psíquico de Alfonso. El viaje a Suiza, la vida en San Juan desde 1896 hasta 1900, y la decadencia mayor, hasta su muerte ocurrida en 1906, cuando Alfonsina apenas tiene catorce años.

Del período en San Juan sabemos poco más. “A los siete años aparezco en mi casa a las diez de la noche acompañada de la niñera de una casa amiga donde voy después de mis clases y me instalo a cenar.”7

Este testimonio habla no sólo del abandono de la niña sino también de la desintegración del hogar, y cuando años más tarde recuerde al padre en su poesía, será en dos momentos diferentes. Uno, para fijar su imagen de hombre huraño y malo. Otro, para acercarse a él al filo ya de una muerte buscada. En el primero de ellos recoge lo que ha oído contar:

De mi padre se cuenta que de caza partía

Cuando rayaba el alba, seguido de su galgo,

Cuenta mi pobre madre que, como comprendía,

Lo miraba a los ojos y su perro gemía.

Que andaba por las selvas buscando una serpiente

Procaz, y al encontrarla, sobre la cola erguida,

Al asalto dispuesta, de un balazo insolente

Se gozaba en dejarle la cabeza partida.

Que por días enteros, vagabundo y huraño,

No volvía a la casa, y como un ermitaño,

Se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo.

Y sólo cuando el Zonda, grandes masas ardientes

De arena y de insectos levanta en los calientes

Desiertos sanjuaninos, cantaba bajo el cielo.

(“A mi padre”, Ocre, 1927)

Melancolía, crueldad y un poco de locura es la imagen de este hombre tan ligado a la naturaleza, aparentemente sin otro intercambio. La segunda mención lo une a otro muerto querido, Horacio Quiroga, y a ambos con los primeros recuerdos infantiles:

¿Con Horacio? —Ya sé que en la vejiga

tienes ahora un nido de palomas

y tu motocicleta de cristales

vuela sin hacer ruido por el cielo.

¿Papá? —He soñado que tu damajuana

está crecida como el Tupungato:

aún contiene tu cólera y mis versos.

Echa una gota. Gracias.Ya estoy buena.

Iré a veros muy pronto; recibidme

con aquel sapo que maté en la quinta

de San Juan —¡pobre sapo!— y a pedradas.

Miraba como un buey, y mis dos primos

lo remataron; luego con sartenes

funeral tuvo, y rosas lo seguían.

(“Ultrateléfono”, Mascarilla y trébol, 1938)

Aquí el diálogo imaginado es de ultratumba y encierra la promesa de reunirse pronto. Pero, además, hay una clave que asocia la damajuana de vino del padre, fuente de sus cóleras, con los versos de Alfonsina. ¿Y no se parecen acaso Horacio y el Alfonso del poema? Selva, serpiente, el balazo en la cabeza del animal, la cólera, esa melancolía incurable que persiguió a Quiroga hasta su final, y que enturbió su vida familiar y la marcó, también, con el suicidio. Juntarlos en el poema de la muerte, pedirles que la esperen, fantasearlos juntos en el más allá, es, sin duda, un mecanismo significativo que los homologa, que los iguala.Y el signo de humor, casi sarcasmo, que la lleva a terminar el poema dirigido a los dos hombres más importantes a la hora de pensar en la muerte: el funeral de un sapo que mira como un buey.

Alfonsina ha tomado de esta imagen masculina forjada en el dolor los elementos que la llevarán a luchar con su destino, a vivir a contrapelo de la sociedad. Porque su madre, que también fue luchadora e intrépida, tiene, en la poesía de Alfonsina, la marca del llanto, de la víctima, y Alfonsina en cambio nunca llora.

Dicen que silenciosas las mujeres han sido

De mi casa materna… Ah, bien pudiera ser…

A veces en mi madre apuntaron antojos

De liberarse, pero se le subió a los ojos

Una honda amargura, y en la sombra lloró…

(“Bien pudiera ser”, Irremediablemente, 1919)

Seguramente esta madre que llora es de la época que precedió al traslado a Rosario, y de los duros años que siguieron. En 1900 nació el último de los Storni, Hildo Alberto, el hermano del que Alfonsina será la madrecita. Y en 1901, al comenzar el siglo, todos —los padres, Romeo, María, Alfonsina y el bebé— se trasladan, con sus pobres pertenencias, lejos ya el derroche del viaje a Europa, a la ciudad de Rosario, en ese entonces próspero puerto del Litoral.

Allá queda la libertad de la tierra sanjuanina, allá, los primos que eran una compañía fuertemente impregnada de complicidad en las aventuras.Allá, para siempre abandonado, el paraíso infantil al que se vuelve en la memoria para buscar lo que no se tiene y se añora. Allá, ese padre amenazador cuya cólera inexplicable deja huellas en el poema. Pero las huellas van más lejos, porque cuando Alfonsina esboce sus primeros versos y aguarde un amor reparador, otra alusión a esa primera figura masculina se deslizará en los intersticios del poema:

Aguardo dos manos que no maten pájaros.

Si llegan, la puerta se abrirá sin llave.

(“En silencio”, El dulce daño, 1918)

III

El tránsito fue difícil. La prosperidad de los otros Storni no decrecía, pero Alfonso, este hombre alucinado, no podía manejar ya nada. Paulina hacía lo que podía; no hay datos del hermano mayor, Romeo, que por esa fecha ya tendría catorce años, y se desconoce si llevaron algunos ahorros para instalarse. No había un propósito claro, y el viaje más bien parece una huida, porque la actividad que emprendieron podrían haberla llevado a cabo en San Juan. El recurso que les quedaba era una pequeña escuela domiciliaria, en la que la maestra era Paulina, esta mujer que de los mimos de su familia suiza debió pasar a ser la cabeza de una familia numerosa, pobre y sin timón. Los alumnos pagaban, según consignan los testimonios, un peso cincuenta cada uno, y llegaron a ser alrededor de cincuenta. Setenta y cinco pesos al mes no era, para la época, una cifra que proporcionara una vida holgada.

Alfonsina probó la desolación de la pobreza y no pudo seguir yendo a la escuela. Lo que molestaría a su presente de chica postergada sería el recuerdo de la abundancia, por eso las mentiras recrudecieron.

“A los ocho, nueve y diez años miento desaforadamente: crímenes, incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. Soy una bomba cargada de noticias espeluznantes; vivo corrida por mis propios embustes, alquitranada en ellos; meto a mi familia en líos, invito a mis maestros a pasar las vacaciones en una quinta que no existe; trabo y destrabo; el aire se hace irrespirable; la propia exuberancia de mis mentiras me salva. En la raya de los catorce años abandono.”

¿Por qué a los catorce años? Volvamos para atrás. En Rosario ya el padre resultaba una presencia problemática en exceso; la bebida era su único refugio y nadie podía sacarlo de allí. Sin embargo, en la casa alquilada,Alfonso se despierta una mañana con un plan que parece viable: instalar un café cerca de la estación Sunchales, el acceso norte a Rosario, en la esquina de las calles Mendoza y Constitución. Un lugar óptimo si se piensa en la circulación de los viajeros.Y la familia se traslada a las modestas habitaciones que tiene el local en la trastienda.

Éste es el comienzo del tránsito de Alfonsina por los trabajos que sólo sirven para comer. En el Café Suizo de sus padres —triste manera de llevar el desarraigo hasta la vidriera de un pobre comercio suburbano—, Alfonsina oficia de lavaplatos y atiende las mesas, a los diez años. La fecha de instalación del café es incierta, pero ya en 1904 la experiencia se considera fracasada y Alfonsina, con su madre y hermana, comienza a coser “para afuera”, como se decía en esos años en que la costura era una de las armas de las mujeres decentes y pobres. ¿Por qué cierra el Café Suizo? No cuesta mucho imaginárselo.Alfonso no estaba para negocios, y mucho menos para los que no conocía. En San Juan, como socio de sus hermanos, la cosa no era tan difícil. Pero en Rosario, con cuatro hijos y un café… Parece que el pobre hombre se sentaba en una mesa a emborracharse hasta que salía el sol y alguno de sus hijos, seguramente Romeo, lo arrastraba a la cama. Paulina debió sufrir todas las humillaciones del mundo, hasta que cerraron el negocio y se fueron a otra casa, la tercera de Rosario, en la que moriría Alfonso y se casaría María con un novio del que no sabemos ni siquiera el nombre.

Cuando muere,Alfonso tiene apenas cuarenta y cuatro años, dos menos que los que tendría su hija cuando elige ir a reencontrarse con él. Pero en ese año de 1906 Alfonsina tiene catorce, y ahí se interrumpen, según su propia confesión, las mentiras que enredaban su vida. También empieza, como una nueva forma de liberación, a escribir versos. Milagrosamente, en la sordidez de un territorio tan alejado del consuelo de una actividad simbólica que podría haber sido agente movilizador, la niña mentirosa y traviesa comienza a juntar palabras, buscando armonizar sonidos y sentidos. ¿Qué es esta locura de refugiarse en un lenguaje nuevo y propio, en una torpe manera de pasar el tiempo? ¿O de negarse a que las negras circunstancias de su presente se apoderen de la conciencia dejándola inerme, como al hombre que se emborrachaba detrás de las vidrieras empolvadas del Café Suizo…?

Al recordar sus comienzos literarios, hay una amarga tristeza en Alfonsina: parece que su veleidad no era muy oportuna. Las obligaciones de cada uno de los miembros de la familia no permitían emplear el tiempo en algo tan inútil como la poesía.

“A los doce años escribo mi primer verso. Es de noche; mis familiares ausentes. Hablo en él de cementerios, de mi muerte. Lo doblo cuidadosamente y lo dejo debajo del velador, para que mi madre lo lea antes de acostarse. El resultado es esencialmente doloroso; a la mañana siguiente, tras una contestación mía levantisca, unos coscorrones pretenden enseñarme que la vida es dulce. Desde entonces, los bolsillos de mis delantales, los corpiños de mis enaguas, están llenos de papeluchos borroneados que se me van muriendo como migas de pan.”8

¿Qué leerían los Storni? Probablemente libros en italiano, viejos libros arrastrados en los viajes como un testimonio de la vida pasada, esos libros en los cuales se buscaría un saber que permitiera seguir adelante. Cuando Paulina escribe su carta abierta explicando los orígenes de Alfonsina, la cita de dos versos de Dante da a sus palabras un marco de prestigio cultural. ¿Leerían la Divina Comedia a la luz de las lámparas de kerosene, en los momentos de descanso, cuando la adversidad resultara difícil de remontar? ¿O más lejos, allá en San Juan, cuando las tertulias provincianas vieron reinar la fresca belleza de la vivaz Paulina?

En 1919, el diario La Capital de Rosario promueve un concurso literario al que Alfonsina manda un poema que resulta rechazado. En él narra un episodio en el que una Alfonsina de apenas once años se dirige en la mañana de invierno a su trabajo y, al pasar, encuentra en un cajón carcomido un ejemplar de la Divina Comedia.

“Y por las calles, yo, la miserable, / fui con el sucio libro sobre el pecho. / Era la hora en que las otras niñas entraban al colegio con sus trajes azules, con sus libros / limpios y nuevos.”

Años después, ya muerta la autora, el poema se publica en La Capital9 con una nota preliminar de Félix Molina Téllez. La anécdota sigue, en el poema y en el recuerdo de Alfonsina y de su hermana Olimpia, con un final terrible.Alfonsina leía de noche y se quedó dormida. El libro cayó de sus manos y al tomar contacto con el fuego de la vela, se incendió, quemando las ropas de Alfonsina y de su hermano Hildo. Paulina llegó a tiempo para apagar las llamas y Alfonsina, dolida por la pérdida de su tesoro, se escondió a llorar en un rincón.

El cuento tiene demasiado sabor a aquellas anécdotas que se atribuyen a los próceres para demostrar qué laboriosos y esforzados fueron en su infancia y cómo desde pequeños persiguieron el objetivo que dio sentido a sus vidas. En el caso de Alfonsina, no se necesitan anécdotas de esta clase para corroborar todo lo dicho.

Volviendo a las lecturas, cuando la familia viajó a Europa, precisamente en el año en que nació Alfonsina, Grazia Deledda, una poeta que luego recibiría el premio Nobel, acababa de publicar Fior de Sardegna, su primer libro. La Deledda tiene algunos aspectos en común con Alfonsina. Principalmente novelista, publicó su primer libro alrededor de los veinte años.Alfonsina muere en el 38. Grazia en el 26, diez años después de haber obtenido el Nobel, casi a la misma edad que la poeta argentina. Quizá leyeran también los Storni el libro de Ada Negri, aparecido en 1893, Fatalità. Cuando los poemas de Alfonsina sean traducidos al italiano,Ada le enviará una foto suya a la autora, con una dedicatoria que las hermana: Alla mia sorella armoniosa. En 1913 se filmó una novela de la Deledda, con Eleonora Duse como protagonista; se llamaba Cenizas, pero es difícil que Alfonsina, a quien le gustaba mucho el cine, haya podido verla o enterarse de su existencia.

Estas dos mujeres, escritoras de su lengua materna, podrían figurar como madrinas simbólicas de Alfonsina o, por lo menos, transmisoras de una retórica de época que compartió con ellas. Otros libros circulaban por aquellos años, escritos por autores argentinos, tales como Las montañas del oro, de Leopoldo Lugones, que podría haber aportado a la mentalidad tempranamente despierta de esta chica la percepción del paisaje, o las misas herejes de Evaristo Carriego, con esos poemas casi narrativos donde siempre hay un personaje. Pero es difícil imaginar las razones más oscuras, las que hacen que en un hogar donde las urgencias son otras de pronto una niña, sin motivos muy claros, sea apasionadamente atraída por el juego de las palabras.

Luego de hacer de lavaplatos en el Café Suizo,Alfonsina ayuda a su madre con la costura, y la madrugada las sorprende muchas veces con la máquina de coser —quién sabe cómo llegaron a poder comprarla—, y el hermanito ayuda con las entregas. Alfonsina pone en su hermano muchos de los cuidados que ella no recibió, y se ocupa de acompañarlo a la escuela y de revisar sus cuadernos.

Una foto de 1905 los muestra a los dos.Alfonsina sentada en un delicado silloncito de mimbre, de aquellos que a principios de siglo adornaban la galería de las casas, y junto a ella el chico, con cara de asombro. El ineludible y decoroso trajecito de marinero, una media ligeramente caída, testimonio del descuido que acompaña a los hijos menores de las familias numerosas y modestas. Hildo se parece a Alejandro Storni, el hijo de Alfonsina. Ella, vestida de blanco, tiene un aire de señora que no corresponde a sus trece años y que no tendrá más adelante, porque refleja más bien la seria gravedad de comienzos de siglo. Los bucles parecen haber sido armados con prolijidad para la fotografía. Si bien el cuerpo se ve armoniosamente desarrollado, el rostro lleva el sello ambiguo de la temprana adolescencia, la redondez de la infancia que se va. ¿A quién miran los dos hermanos? ¿Quién está del otro lado de la máquina, exigiendo una expresión, señalando la necesidad de permanecer erguidos? Podría ser Paulina; esta compostura que oculta el innegable drama familiar se debe sin duda a su ímpetu conservador.

Olimpia Perelli, la hermana, años después revela la verdad de la foto. Una tarde,Alfonsina vistió a su hermano de manera impecable —aunque con la media caída— y peinó con mayor esmero que otras veces sus bucles ceniza. Salió misteriosamente con el chico.Todos pensaron que iba a dar una vuelta por la plaza cercana. Pero al volver contó muy orgullosa su hazaña: la fotografía en lo de un fotógrafo del barrio. Unos años después, en una de sus apostillas, dirá con humor que,“cuando una señorita de catorce años es retratada sentada con su hermano de pie, éste cumple la función de una columna de adorno”.10

Poco después, algunas cosas cambian con la muerte de Alfonso. Es el año 1906, no sabemos si enfermó o se agravó su estado, y este lento suicidio precipitó su desenlace.Alfonsina ha madurado, María ya está casada, y la familia, reducida a cuatro de sus miembros, tendrá un nuevo estatus, precario pero sostenible.

A Alfonsina no le gusta el trabajo en su casa. Rinde poco dinero y hay que estar encerrada sin más compañía que la madre y los hermanos, cuando están. Mientras tanto, afuera pasa la vida. Joven como es, empieza a buscar nuevos horizontes, y encuentra empleo como obrera en una fábrica de gorras. Es en lo de un judío de barba rabínica, y Alfonsina se destaca en el grupo de muchachas por su sentido del humor, algo que la acompañaría toda su vida.También dicen que por esa época se la vio repartiendo volantes en algún 1º de Mayo anarquista.Y es que ya sabía lo duro que es querer ser de otra manera y no tener los medios al alcance, a una edad en que su educación se reducía a los conocimientos recibidos de Paulina; esto restringía sus posibilidades de ganarse la vida de otra manera que no fuera el trabajo manual.

IV

Por aquellos años, el país presentaba una consolidada imagen de pujanza económica, ya que se perfilaba en el comercio internacional como proveedor de carne y cereales, pero las luchas sociales tomaban un cariz cada vez más concreto. Rafael Barrett, un militante anarquista español que llegó a Buenos Aires en 1903 y murió en Paraguay siete años después, describe con imágenes dramáticas la realidad de la calle en las grandes ciudades argentinas:

“Chiquillos extenuados, descalzos, medio desnudos, con el hambre y la ciencia de la vida retratados en sus rostros graves, corren sin aliento, cargados de Prensas, corren, débiles bestias espoleadas, a distribuir por la ciudad del egoísmo la palabra hipócrita de la democracia y del progreso, alimentada con anuncios de rematadores. Pasan obreros envejecidos y callosos, la herramienta a la espalda. Son machos fuertes y siniestros, duros a la intemperie y al látigo. Hay en sus ojos un odio tenaz y sarcástico que no se marcha jamás”.11

Ésta es la base de la prédica anarquista, por la cual se sentiría atraída Alfonsina. Claro, no condice con otras. Cuando Rubén Darío, que vive en Buenos Aires por los años del Centenario, escribe su “Canto a la Argentina”, en él dice: “¡Argentina: tu día ha llegado!”. Entre los dos extremos Georges Clemenceau, un visitante del Centenario, trata de ser más objetivo: acumulación de la riqueza en unas pocas manos, desequilibrio poblacional que convierte a Buenos Aires y a Rosario en los centros superpoblados del país, una incipiente estructura educacional que permitirá la integración de la masa de inmigrantes a un proyecto nacional, es decir, común. La opinión de Alfonsina puede leerse en unos versos publicados después de su muerte: el “Canto a Rosario”:

Cuando era adolescente, allá en tu negro puerto Vi los bosques cargados bajo aquel peso muerto. (…) Ciudad donde naciera, precoz, la rima mía. Quizás nació mirando cómo el ágil navío Perdíase en las nieblas grisadas de aquel río. Iba a lejanas tierras, que yo jamás vería, Porque era miserable. Para vivir cosía.

En 1907 llega a Rosario la compañía de Manuel Cordero, un director de teatro que recorre las provincias con su pequeño grupo.Va a representar, porque es Semana Santa, los cuadros de la Pasión. Paulina Martignoni toma contacto con la compañía y le asignan el papel de María Magdalena. El teatro era una verdadera pasión para Paulina, y pudo haber conocido al director en algún viaje anterior a Rosario, o muchos años antes, cuando vivía en San Juan. Cuentan algunos amigos de Alfonsina que, cuando Paulina ensayaba sus parlamentos, su hija, ya de quince años, la observaba con ojos encendidos. Paulina, al ver que ella se probaba el vestido negro hecho para la escena, le dijo a Manuel Cordero por qué no cambiaba de actriz y tomaba a la jovencita en su lugar. Parece que don Manuel, que ya había reparado en el interés de la chica y en sus condiciones, pudo advertir, sin embargo, que el papel le quedaba todavía grande, no así a la señora de treinta y ocho años.

Pero el azar está, como otras veces, del lado de Alfonsina. Dos días antes del estreno, y en un clima que seguramente será de trabajo a presión, se enferma la responsable de interpretar a San Juan Evangelista. ¿Cómo resolver esta situación apremiante? Alfonsina, desde un rincón, está dispuesta a solucionar el problema. Sabe de memoria todos los papeles y no le importa hacer de hombre. Nadie podrá impedirle el orgullo reverencial con el que viste la túnica romana y las sandalias del personaje ni la infinita satisfacción de oír su voz multiplicada por el silencio absoluto de la sala.Tampoco la enorme alegría de leer al día siguiente del estreno, y cuando los aplausos son todavía un recuerdo maravilloso, la crónica que el diario local publica, pareciera, sólo para elogiar su actuación.

Claro, después de las escasas representaciones hay que volver a la oscuridad de la vida cotidiana, y para Alfonsina esto quiere decir la pobreza de su casa y el trabajo en la fábrica. Pero la realidad resulta menos amarga cuando se ha podido arañar, aunque sea fugazmente, el brillo de una vida mejor. Sobre todo, de una vida en la que ser tenga el sentido de una elección. Por eso cuando interviene otra vez el azar y visita Rosario la compañía de don José Tallaví, el viejo amigo que en San Juan vio actuar a Paulina y la comparó con las mejores artistas de la época, Alfonsina sabe ya que su vida no va a reducirse a los estrechos límites de una ciudad de provincia ni a las paredes de una fábrica de gorras o de lo que sea. Seguramente estos quince años fogosos de Alfonsina llevan el germen de un deseo muy consciente: transmitir a los otros, en forma de arte, todas sus sensaciones, todo su inconformismo, todas sus ganas de vivir.

Paulina y su hija habrán hablado del futuro, y ya no está Alfonso, con su melancolía, para frenar, probablemente, los proyectos artísticos. La entrevista con don José se produce, y éste queda sorprendido por la facilidad de la joven Alfonsina para recitar largos parlamentos en verso. Quizá las obras de Eduardo Marquina o algunas otras del género chico español, que mantenían viva la llama del teatro por las olvidadas ciudades de provincia. Lo cierto es que le ofrece un papel en su compañía, y Alfonsina se va, dejando atrás la casa de Rosario, con su familia, y años más tarde le hablará a su madre desde un poema, diciéndole:

No las grandes verdades yo te pregunto, que

No las contestarías; solamente investigo

Si, cuando me gestaste, fue la luna testigo,

Por los oscuros patios en flor, paseándose. (…)

Porque mi alma es toda fantástica, viajera,

Y la envuelve una nube de locura ligera

Cuando la luna nueva sube al cielo azulino.

Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros,

Arrullada en un claro cantar de marineros

Mirar las grandes aves que pasan sin destino.

(“Palabras a mi madre”)

Alfonsina viaja durante todo un año y recorre Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Santiago del Estero y Tucumán. Después dirá que representó Espectros, de Ibsen, La loca de la casa, de Pérez Galdós, y Los muertos, de Florencio Sánchez. Resulta difícil imaginarse a una chica de solamente quince años en medio de un grupo de desconocidos, entablando con ellos relaciones de trabajo y, sobre todo, aprendiendo los secretos —por simples que fueran los recursos en una compañía como aquélla— de la actuación teatral. Tiene que haber habido en la muchacha una gran intuición y un gran tesón, que hicieron posible esta experiencia. Para Alfonsina el teatro sería siempre un camino, y si no como actriz, volvería a él como autora de obras infantiles y para todo público, y en sus clases en el Instituto Lavardén.

No hay muchos detalles de este año de gira, pero sí algunos fragmentos de cartas de Alfonsina dirigidas al filólogo español don Julio Cejador,12 al que en su correspondencia hace un resumen de algunos momentos de su vida. Refiriéndose a esta época, le dirá:“A los trece años estaba en el teatro.13 Este salto brusco, hijo de una serie de casualidades, tuvo una gran influencia sobre mi actividad sensorial, pues me puso en contacto con las mejores obras del teatro contemporáneo y clásico (…). Pero casi una niña y pareciendo ya una mujer, la vida se me hizo insoportable. Aquel ambiente me ahogaba. Torcí rumbos…”. Luego, en un reportaje de la revista El Hogar, contará que al regresar escribió su primera obra de teatro, Un corazón valiente, de la que no han quedado testimonios.14

Si fue dura la experiencia para Alfonsina, ésta supo tomar las decisiones necesarias para no quedar prendida indefinidamente en aquella vida que califica de insoportable.Al volver a Rosario se encuentra con que su madre no vive más allí, sino en un pueblito del departamento santafesino de Iriondo llamado Bustinza. Se ha casado con Juan Perelli, el tenedor de libros de Colulom y Bussi, y ha vuelto a abrir su escuelita domiciliaria para ganarse la vida con dignidad junto a su nuevo marido. Con él tendrá otros hijos, y poco sabemos del rumbo que tomó la nueva familia, pero lo cierto es que para Paulina se inició una vida de paz, de cierta módica seguridad, luego de las aventuras de su temprana juventud, que incluyeron algo tan importante y audaz como el viaje a Sudamérica en compañía de un marido melancólico e inestable.

Alfonsina llegó a la estación de Cañada de Gómez el 24 de agosto de 1908, y desde allí la llevó hasta Bustinza José Martínez en su break con capota,15 con el que transportaba la correspondencia, puesto que todavía el correo no llegaba al pueblo. Esa misma noche va a una fiesta en la casa del juez de paz, don Bartolomé Escalante, ya que es el día de su santo. Se hace amiga de algunas jovencitas del lugar, va de visita, anda a caballo. Sus amigas son Petrona Pereira y Rafaela Ramírez.

Va con ellas en sulky al campo de los Anselmi, y allí entretiene a todos con sus recitados. De pronto, durante una de sus actuaciones, se pone a llorar y todos se asustan. Cuando alguien se le acerca, lo recibe con una carcajada. Su afán de actuación la lleva a jugar así con su público.

En la casa alquilada por Paulina y su marido, frente a la plaza,Alfonsina juega al tenis con otra amiga, Prima Correa, hija de la dueña de casa. Como no tienen raquetas se valen de unas enormes alpargatas negras.

También fuma, escondida con Rafaela en el galpón del fondo, cigarrillos de chala. Paseos, fiestas vecinales, celebraciones religiosas la tienen como protagonista privilegiada. Además ayuda a la madre en la escuela e introduce clases de recitado y de buenas maneras. Amalia Medina, una de sus alumnas, dirá que era “muy fina en su porte, en su bailar y en su mímica. Era delicada y cariñosa”. Pero también hay testimonios de algunos días melancólicos, en los que Alfonsina se encierra en sí misma o, más expansiva, canta canciones tristes y dolientes.

Alfonsina hubiera podido, como su madre, acogerse a esta nueva vida, seguir oficiando de maestra, aunque sin título, y casarse a los veinte años con un natural de Bustinza, al que hubiera acompañado en su búsqueda de una vida mejor. ¿O fue así tal vez porque, como ella misma lo dirá, su alma es “toda fantástica, viajera”? Claro, si Paulina viajó a los dieciséis años acompañando a su marido, también Alfonsina cruzó el inmenso mar a los cuatro, y resulta difícil resignarse a la quietud de un pueblito mediterráneo. Además, la chica comprende, con sentido adulto poco común, que no basta con la intuición y el sentido artístico, que no está preparada para mantenerse sino que también es necesario llenar formalidades como la de conseguir un título. Habrá hecho sus averiguaciones, pero lo cierto es que, a principios de 1909, la tenemos en la ciudad vecina de Coronda.

La carrera de maestra rural duraba dos años. El 8 de marzo de 1909, por iniciativa del ministro José María Naón, fueron inauguradas, con asistencia del ministro de Instrucción Pública de Santa Fe, don Juan Arzeno, las aulas de la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda. El número de alumnos de ambos sexos inscriptos para ingresar a primer año era reducido. En el registro figura anotada “Alfonsina Storni, 17 años, suiza”. Olimpia Perelli cuenta otros detalles:“Amistades de casa, entre ellas una inspectora de escuelas que también había reparado en la capacidad de Alfonsina y tenía la certeza de que no la defraudaría, le gestiona con anterioridad, por esto, un puesto de celadora que le permitiría ayudarse a costearlos. Las autoridades de Coronda, sin saber de quién se trataba, confirmaron el nombramiento asignándole un sueldo de cuarenta pesos”. Veinticinco pesos le costaba la pensión, y con los quince restantes tenía que arreglárselas. Usaba un uniforme azul de alpaca, había llevado la ropa interior necesaria y solamente tenía que gastar en medias, que por aquella época costaban alrededor de un peso. La situación económica no era entonces, tampoco esta vez, muy holgada.

Se hospedó en la casa de la señora Mercedes Gervasoni de Venturini, hermana de la directora de la Escuela Normal y esposa del comisario. Compartía su habitación con otras dos jóvenes. Algunos hablan de una beca de treinta pesos concedida por el gobierno de la provincia por gestiones realizadas por el diputado Mardoquio Contreras.

Aunque Alfonsina no tiene los certificados de escolaridad primaria, se la acepta por su entusiasmo. La directora, la señorita Gervasoni, dice años más tarde: “El examen que rindió no satisfizo a la mesa, pero era necesario ser complacientes. La escuela acababa de fundarse y necesitaba alumnos. Por otra parte, habíamos descubierto en Alfonsina un afán de surgir, de sobresalir, de ser algo. Estudiaba afanosamente; leía mucho. Era alegre, jovial, comunicativa”.16

Frente a otras perspectivas de vida, frente a la indudable imposibilidad de salir adelante sin el apoyo o las facilidades cuya inexistencia hace que tantas inteligencias se desperdicien, resulta absolutamente conmovedor ver a esta jovencita que resuelve por sí misma, afronta todas las contingencias y sale indemne en su energía luego de haber fregado copas en un bar, cosido para afuera, trabajado en una fábrica de gorras, viajado por el país como actriz de reparto y ahora, como si toda su vida hubiera quedado borrada por el presente, vuelve a reírse a carcajadas junto a sus compañeras, mientras en las manos sostiene un libro que la sorprende o la deleita.

Hay muchas historias de hombres de fortuna que fueron fogoneros, maquinistas de tren, mozos de café, mineros, para conseguir finalmente una apabullante fortuna; no conocemos muchas historias de mujeres similares, y menos con el objetivo de conseguir otros bienes distintos del dinero. La relación de Alfonsina con su familia sigue siendo de una gran distancia.También sabemos que ella, para poder escribir, roba los formularios del correo porque no tiene papel.

Durante este primer año de su estadía en Coronda, se ganó un lugar sobresaliente en la comunidad escolar. Su profesora de Idioma Nacional, Emilia Pérez de la Barra, la estimulaba a trabajar porque había descubierto en ella condiciones de escritora. La secretaria del colegio era una escritora santafesina, Carlota Garrido de la Peña. Carlota tuvo la idea de publicar un boletín del colegio que reflejara todas las actividades, no sólo escolares sino también del lugar. En el número dos aparece la crónica de lo realizado en Coronda con motivo del Centenario, y así nos enteramos de que la alumna maestra Alfonsina Storni cantó una romanza “con voz dulce y sentimental”. Los números cuatro a siete del boletín publican un trabajo leído en una conferencia sobre temas pedagógicos, celebrada todos los sábados por los alumnos de segundo año. Se trata de un nuevo método de enseñar aritmética en los primeros grados.17

En la fiesta final del primer año,Alfonsina actúa como protagonista de la obra teatral Conspiradores incautos, del doctor Zenón Rodríguez. Por esos días, en la lejana Buenos Aires, el anarquista Simón Radowitzky tira una bomba sobre el carruaje del jefe de policía, Ramón L. Falcón, y lo mata junto con su secretario. La república se mueve entre contradicciones y comienzan los preparativos para festejar el primer Centenario de la Independencia. Ese verano de 1910 Alfonsina lo pasó en Bustinza, se reencontró con sus amigas, jugó con su hermano Hildo, le contó a su madre las cosas nuevas que estaba conociendo, paseó por los campos sembrados, y finalmente volvió a Coronda.

Allá retomó los estudios y comenzó un nuevo hábito: viajar todos los fines de semana. Se supone que a Bustinza.Y la gente empieza a murmurar. ¿Por qué Alfonsina se va todos los fines de semana, si antes no lo hacía? Claro, extrañará a su familia, hace ya un año que vive lejos de ella… Pero ¿le alcanza el dinero que gana para tanto viaje? Y si lo gasta todo en viajes, ¿para qué trabaja? O mejor dicho, ¿por qué su familia no le da dinero para que no tenga que trabajar? Las conjeturas son muchas hasta que alguien descubre que la familia Perelli vive en Bustinza, y Alfonsina pasa sábado y domingo en la ciudad de Rosario.

Si las señoras que vigilaban la conducta de sus hijas clamaban por una mayor claridad, la oportunidad se les presentó muy pronto.Y aquí comienza uno de los episodios de la vida de Alfonsina que habrían de poner a prueba la capacidad de comprender de los otros y, también, su propia capacidad de resistir los juicios ajenos cuando éstos eran adversos. Para celebrar el aniversario de la batalla de San Lorenzo, las autoridades escolares organizan un festejo en las barrancas del Paraná, y luego de haber cumplido con todas las formalidades alguien le pide a Alfonsina que cante. Ésta, feliz de ser una vez más reconocida en sus aptitudes, sube al tablado adornado con banderas argentinas y canta la “Cavatina” de El barbero de Sevilla, de Rossini. Le piden un bis, las canciones se suceden hasta que alguien aprovecha un silencio para concretar la sospecha que a todos invadía: esta muchacha es la misma que canta los domingos en Rosario, en un lugar de fama incierta.Todos murmuran, algunos la señalan, otros se ríen. No sabemos si Alfonsina reaccionó, tampoco si la mayoría de la gente tomó partido por el chismoso e injuriante acusador, pero sí que el episodio tuvo consecuencias.

Claro, había que volver de San Lorenzo a Coronda, y seguramente la experiencia teatral de Alfonsina, aunque reciente, sirvió para fingir que nada de lo sucedido la había afectado. Pero al reflexionar sobre las consecuencias del episodio, apenas una respuesta se abrió paso en su conciencia: escaparse, no volver a enfrentarse con la trabajosa tarea de sobrevivir. ¿Por qué nadie la respaldaba? ¿Por qué la orfandad era su condena en vez de ser un sinónimo de libertad? ¡Si tuviera un padre que se ocupara de ella todo sería diferente! Y quizás esa falta de padre la estaba empujando por caminos poco convenientes… En medio de estas confusas sensaciones, que imaginamos difíciles de analizar en un momento así,Alfonsina llega a la casa donde se aloja y sólo tiene fuerzas para borronear una nota:“Después de lo ocurrido no tengo ánimo para seguir viviendo.Alfonsina”.

A la hora de la comida, todos esperan que venga.Al ver que tarda demasiado, la esposa del comisario se precipita en su cuarto y encuentra la nota, luego de golpear la puerta en vano. Nos imaginamos lo que sigue. La noticia se difunde y la familia entera, acompañada de algunos vecinos, sale de la casa rumbo a las barrancas. Es de noche, no hay luna y resulta difícil ubicar algún rastro. ¿Puede ser Alfonsina aquella mancha blanca que no se mueve, sobre aquella piedra? El comisario se acerca con cautela, teme asustar a la muchacha, y al llegar a ella descubre que está llorando. La conforta palmeándole la espalda y Alfonsina se calma.Aliviados, todos vuelven al pueblo.

Parece que Alfonsina no tardó, esa misma noche, en recuperar su humor. Poco a poco fue haciéndose cargo de la situación, del susto de los otros, y, así como se dejó llevar por la desesperación, resuelve que no vale la pena sino burlarse de un episodio nimio como el ocurrido en San Lorenzo. Se ríe otra vez como siempre, quizá con algo más de amargura, y al día siguiente vuelve a la escuela como si nada hubiera pasado.Y no interrumpe sus viajes de los fines de semana.

La escena de Alfonsina junto al río no puede dejar de asociarse con su final treinta años después, y resulta claro que en su naturaleza estaba presente el combate entre la idea de seguir y la de entregarse. Ambas, con la fuerza que dan las contradicciones, el dolor sufrido desde chica, las marcas que la vida restringida y difícil dejan en cualquiera.Y este episodio, que podría haber sido solamente el exabrupto adolescente de alguien que quiere destacarse, leído desde el futuro, cambia su significado.

Ese año, al terminar los cursos, Paulina Martignoni de Perelli viaja hasta Coronda para asistir a la entrega de los diplomas. En el programa de la fiesta de fin de curso figuran tres poemas de Alfonsina, uno de ellos recitado por alumnos de jardín de infantes y titulado “Un viaje a la luna”. El tema planetario está a la orden del día porque ese año se ha visto el cometa Halley, que despertó mucho miedo y hasta algunos suicidios. Luego, Alfonsina canta el brindis de La Traviata, de Verdi. El boletín Adelante dice que se trata de una deliciosa dilettante y que fue “ovacionada por su pura vocalización”.Antes de irse dedica a la directora, María Margarita Gervasoni, un poema que se llama “El maestro”, con la frase “a mi inteligente y noble directora”. Es una poesía ingenua y empieza con una encendida advocación:

Maestro que del lodo hasta la cumbre

Levantas a la plebe embrutecida

Para cantar lo heroico de tu vida

No bastan de mis cuerdas el laúd.

Y una nota fúnebre, totalmente inesperada, en la mitad de la composición:

¡Oh! ¡Tú maestro que en luchar profundo

Descansas solo allí en el ataúd!

Años más tarde, al escribirle a una vieja amiga de Coronda, Alfonsina dice:

“El recuerdo de Coronda y los seres que allí amé, es para mí toda una evocación de juventud, de esperanzas, y de horas en que creí en el porvenir. No dan los tiempos, por lo general, calor suficiente al corazón para que éste olvide. Al contrario, mientras más fácil parece todo, externamente, más quiere el alma acercarse a los viejos afectos. Pero he pasado horas muy duras, que ojalá no se repitan (…). Más de una vez he soñado con ella (con la escuela), con su edificio, para mí nuevo, cuando la idea de un viaje por el interior se mezclaba en mis proyectos”.18

Ese verano en Bustinza es un verano preparatorio para otra vida. Calma, lecturas, algo de escribir, otra vez largos y sedantes paseos, seguramente charlas con las amigas y con la madre, y sobre todo, los proyectos. ¿Cómo vería Alfonsina su futuro? ¿Entraba en sus cálculos publicar un libro? ¿Habría conocido ya a algunos escritores rosarinos? Porque la meta es Rosario, el puerto, la ciudad, tremenda por su mezcla social, los marineros que visitan las zonas marginales, pero también centro de difusión de ideas, circulación de periódicos, revistas literarias. No sirve, para Alfonsina, enterrarse en algún pueblo a languidecer, o perpetuar hasta el infinito el ámbito de celebración cultural propio de las fiestas de fin de curso. Por suerte su padrastro consigue para ella un puesto de maestra en una escuela elemental, la número 65. Y se vincula con dos revistas literarias, Mundo Rosarino y Monos y Monadas.Allí aparecen sus poemas durante todo ese año, y si bien no hay testimonio de ellos, sí sabemos de otros publicados al año siguiente en Mundo Argentino, y que tienen resonancias hispánicas.

En esa época, el hispanismo era considerado elegante, ya que la generación del 80 había centrado su xenofobia en los inmigrantes italianos y el conflicto de la identidad no estaba —como no lo está todavía— resuelto. De modo que los primeros poemas de Alfonsina tienen una lejana resonancia de los españoles Campoamor, Núñez de Arce o Marquina. Porque Rubén Darío, el innovador y creador del modernismo, que por esos años vivía en Buenos Aires y escribía en el diario La Nación, no había llegado todavía a las clases medias ilustradas sino que lo haría más tarde con poemas tales como “¡Ya viene el cortejo!” o “Los motivos del lobo”.

En este ambiente de modesta bohemia literaria encontró Alfonsina a su primer amor, un hombre de familia conocida, casado, que llegó a ser diputado provincial y que además ejercía el periodismo y tenía aficiones literarias.

V

Nos la imaginamos viviendo otra vez en pensión, distribuyendo el dinero con precisión de equilibrista y sintiéndose, por qué no, la dueña del mundo. Diecinueve años, escritora de versos absolutamente consciente de su actividad, que publica en Mundo Rosarino y Monos y Monadas sus primeras composiciones.Tendría muchas amigas, y allí conoció sin duda a Juan Julián Lastra, el poeta que la conectó con los escritores de Buenos Aires y de quien fue amiga hasta su muerte.

Su estadía en Rosario transcurrió en medio de conflictos políticos y sociales que no la tuvieron como espectadora indiferente. En abril de ese año, 1911, la provincia de Santa Fe había sido intervenida por el gobierno de Sáenz Peña, y el interventor, el doctor Anacleto Gil, había prometido llamar a elecciones. La Unión Cívica Radical quería garantías, ya que la Ley de Sufragio Universal y Obligatorio sería aprobada recién al año siguiente. Con este motivo, el 30 de julio se realizó un importante acto en la ciudad de Rosario, centro de la agitación que reclamaba intervención y elecciones en todas las provincias.

Se trataba del comienzo de un ciclo histórico que concluiría el 6 de septiembre de 1930 con la revolución del general Uriburu y la primera dictadura militar, y Alfonsina era un testigo que, además, se beneficiaría del clima de crecimiento cultural y educativo que se implantaría en el país.Todas las instituciones de las que ella participó, los establecimientos escolares en los que enseñó, formaban parte de una sociedad que quería el sufragio universal, pero además preparaba a los ciudadanos para que pudieran ejercerlo con conocimiento. Alfonsina en esta época tenía ideas socialistas, y cuando empezó la Guerra Mundial manifestó su repudio a la invasión de Bélgica. Pero en ese 1911 todavía vivía en Rosario y escribía sus primeros poemas.

Precisamente en ese mes de julio tan alborotado engendró a su hijo, algo tan valioso para Alfonsina, y que debió cambiar el rumbo de su vida. Parecería, sin embargo, que no hubo nada de dramático en este decidir, como creemos que lo decidió, ser madre soltera. En una época en la que —y ella misma lo experimentó en Coronda— cualquier transgresión de las normas morales imperantes, por mínima que fuera, se pagaba cara. Época en las que los hijos ilegítimos eran ocultados celosamente o disfrazados los parentescos. La medida de este episodio trascendente la da el hecho mismo de que durante la vida de Alfonsina nunca apareció mencionado el hijo, mucho menos entre las causas que pudieron haber motivado el viaje a Buenos Aires.

Lo cierto es que, como dice Nalé Roxlo, “no hubo engaño”.Alfonsina supo que había un impedimento legal, pero por lo visto el amor pudo más, y quizá también el extremo idealismo, la necesidad de vivir plenamente una relación que para ella debió significar mucho.Varios años mayor que ella, el hombre tal vez encontró no solamente el indudable atractivo de una juventud distinta sino también la posibilidad de un diálogo con una mujer joven cuyo sentido de la libertad individual debió ser poco frecuente. Si Victoria Ocampo, perteneciente a la clase social más elevada y poderosa de la Argentina de entonces, los terratenientes y ganaderos, tuvo que renunciar a ser madre por no poder casarse con su amante,Alfonsina, pobre, orgullosa y trabajadora, resolvió a solas con su conciencia un problema por el cual muchas otras mujeres han visto sus vidas frustradas o, al menos, descompensadas.

No conocemos los detalles: cómo lo supo, a quién se lo confió, qué conversaciones tendría con el padre.Tampoco sabemos si hubo, por parte de éste, voluntad de reconocer al chico y darle su apellido.Alfonsina aparece en esto, como un rasgo de su personalidad, resolviendo a solas, sin refugiarse en ninguna amistad o consejo.También influyeron en este cerrado silencio las presiones sociales, como años más tarde diría su amiga Berta Singerman: una maestra soltera y con un hijo era algo seguramente escandaloso. Fueron estas presiones las que hicieron que Alfonsina, al terminar el año escolar, renunciara a su empleo y decidiera viajar para instalarse en Buenos Aires.