2
Armada era el Elefante Blanco y el militar anunciado en el Congreso y el líder de la operación, pero quienes la ejecutaron fueron el general Milans y el teniente coronel Tejero. Los tres urdieron la trama del golpe. ¿Había una trama detrás de la trama? También desde el mismo día del golpe se empezó a especular con la existencia de una trama civil escondida tras la trama militar, una trama al parecer integrada por un grupo de ex ministros de Franco, magnates y periodistas radicales que habría manejado en la sombra a los militares y los habría inspirado y financiado. El hecho de que el tribunal que juzgó el 23 de febrero sólo procesara a un civil acabó de convertir esa trama oculta en otro de los enigmas oficiales del golpe.
La especulación no carecía de base, pero en lo fundamental era falsa. Hay una regla que raramente se incumple: cuando se dispone a dar un golpe de estado, el ejército se cierra en sí mismo, porque a la hora de la verdad los militares sólo se fían de los militares; en este caso la regla no se incumplió, y el enigma de la llamada trama civil tampoco es un enigma: si se exceptúa la intervención de algún civil concreto como Juan García Carrés —jefe del Sindicato de Actividades Diversas franquista y amigo personal de Tejero, quien fue el único civil procesado en el juicio por su papel de enlace entre el teniente coronel y el general Milans en los meses previos al golpe—, tras los militares rebeldes no hubo trama civil alguna: ni ex ministros y líderes u hombres de referencia de grupos franquistas como José Antonio Girón de Velasco o Gonzalo Fernández de la Mora, ni banqueros como la familia Oriol y Urquijo, ni periodistas como Antonio Izquierdo —director de El Alcázar—, ni ninguno de los demás miembros de la ultraderecha que se han mencionado con frecuencia manejaron ni inspiraron directamente el golpe, porque Armada, Milans y Tejero no tenían necesidad de que ningún civil inspirara una operación militar y porque no permitieron que ningún civil se inmiscuyera en sus planes más que de forma anecdótica (ni siquiera permitieron que García Carrés participara en la principal reunión preparatoria del golpe: acudió a ella, pero Milans le obligó a marcharse para evitar interferencias civiles); en cuanto a la financiación, el golpe del 23 de febrero fue pagado con dinero del estado democrático, que era quien financiaba al ejército.[7] Es cierto no obstante que miembros conspicuos de la ultraderecha —incluidos algunos de los mencionados más arriba— tenían magníficas relaciones con los golpistas y quizá sabían con antelación quién iba a dar el golpe y dónde y cómo y cuándo lo iba a dar; también es cierto que llevaban años alentándolo y que, a pesar de las diferencias a menudo irreconciliables que los separaban, de haber triunfado la versión más dura del golpe quizá hubieran sido reclamados por los militares para administrarlo, y en cualquier caso lo hubieran celebrado con entusiasmo. Todo eso es cierto, pero no basta para implicar a ese grupo de civiles en los preparativos del golpe, una operación estrictamente militar que de conseguir sus objetivos confiaba en obtener el aplauso no sólo del círculo minoritario de la ultraderecha y que, a juzgar por la respuesta popular e institucional al golpe y por la pura lógica de las cosas, lo más probable es que lo hubiese obtenido. Se dice que cuando el presidente del consejo de guerra que juzgaba a José Sanjurjo por el intento de golpe de estado de agosto de 1932 le preguntó al general quién respaldaba su intentona la respuesta del militar fue la siguiente: «Si hubiera triunfado, todo el mundo. Y usted el primero, señoría». Es mejor no engañarse: lo más probable es que, si hubiera triunfado, el golpe del 23 de febrero hubiese sido aplaudido por una parte apreciable de la ciudadanía, incluidos políticos, organizaciones y sectores sociales que lo condenaron una vez que fracasó; años después del 23 de febrero Leopoldo Calvo Sotelo lo dijo así: «Qué duda cabe que si hubiera triunfado Tejero y hubiera habido un golpe de Armada, pues a lo mejor la manifestación en su apoyo no hubiera sido de un millón de personas, como lo fue la del día 27 en Madrid en apoyo de la democracia, aunque quizá hubiera sido de ochocientas mil gritando: “¡Viva Armada!”». Esto es lo que esperaban los golpistas, y no era una esperanza infundada; que confiaran en la aprobación de la sociedad civil no significa sin embargo, insisto, que estuviesen dirigidos por civiles (78): aunque la ultraderecha clamaba por un golpe de estado, el 23 de febrero no existió una trama civil tras la trama militar o, si existió, quien la urdió no fue sólo la ultraderecha, sino también toda una clase dirigente inmadura, temeraria y ofuscada que, en medio de la apatía de una sociedad desengañada de la democracia o del funcionamiento de la democracia tras las ilusiones del final de la dictadura, creó las condiciones propicias para el golpe. Pero esa trama civil no estaba detrás de la trama militar: estaba detrás y delante y alrededor de la trama militar. Esa trama civil no era la trama civil del golpe: era la placenta del golpe.