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He dejado una pregunta pendiente, y vuelvo a ella: ¿conspiraban contra el sistema democrático los servicios de inteligencia en el otoño y el invierno de 1980? ¿Participó el CESID en el golpe de estado? La hipótesis no es sólo literariamente irresistible, sino históricamente verosímil, y de ahí en parte que éste siga siendo uno de los puntos más controvertidos del 23 de febrero. La hipótesis es verosímil porque no es infrecuente que en períodos de cambio de régimen político los servicios de inteligencia —liberados de sus antiguos patronos y aún no controlados del todo por los nuevos, o descontentos con sus antiguos patronos por promover la desaparición del antiguo régimen— tiendan a operar de forma autónoma y a constituir focos de resistencia al cambio, organizando o participando en maniobras destinadas a hacerlo fracasar. Es lo que en 1991 ocurrió por ejemplo en la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov. ¿Ocurrió también diez años antes en la España de Adolfo Suárez? ¿Era en 1981 el CESID un foco de resistencia al cambio? ¿Organizó el CESID el golpe del 23 de febrero? ¿Participó en él?

El general Gutiérrez Mellado tenía quizá una conciencia más clara que ningún otro político español del peligro que unos servicios de inteligencia desafectos podían representar para la democracia, porque había realizado en ellos gran parte de su carrera y conocía de primera mano sus interioridades; a la inversa: pocos políticos españoles debían de tener una conciencia más clara que Gutiérrez Mellado de la utilidad que podían tener para la democracia unos servicios de inteligencia leales a los nuevos gobernantes. Así que en junio de 1977, en cuanto Adolfo Suárez formó el primer gobierno democrático tras las primeras elecciones libres, Gutiérrez Mellado se apresuró a intentar dotar al estado de unos servicios modernos, eficaces y fiables. Para ello quiso de entrada fusionar los numerosos organismos de inteligencia de la dictadura en uno solo, el CESID, pero la cerrada resistencia que encontró su proyecto sólo le permitió unir los dos principales: el SECED y la tercera sección del Alto Estado Mayor del ejército. Eran servicios muy distintos: ambos estaban integrados por militares, pero la tercera sección del Alto se orientaba al espionaje exterior y tenía un carácter más técnico que político, mientras que el SECED se orientaba al espionaje interior y tenía un carácter mucho más político que técnico, porque había sido concebido a mediados de los años sesenta por el entonces comandante San Martín —el coronel golpista de la Acorazada Brunete durante el 23 de febrero— como una suerte de policía política encargada de velar por la ortodoxia franquista. El fracaso de Gutiérrez Mellado al tratar de unificar todos los organismos de inteligencia se repitió al tratar de modernizarlos: en 1981 el CESID era todavía un servicio de inteligencia insuficiente y primitivo, casi artesanal; su dotación humana era escasa y su estructura rudimentaria: lo componían apenas setecientas personas, poseía poco más de quince delegaciones repartidas por todo el país y estaba organizado en cuatro divisiones (Interior, Exterior, Contrainteligencia, y Cifra y Comunicaciones); al mando de ellas se encontraban un director y un secretario general; al margen de ellas —y sólo supervisada por el secretario general— se encontraba una unidad de élite: la AOME, la unidad de operaciones especiales dirigida por el comandante Cortina. De las dificultades que afrontó el servicio de inteligencia de Gutiérrez Mellado da una idea un hecho insólito: pese a que una de las principales misiones que le encomendó el general fuera el control de las tramas golpistas y pese a que existiera un área dedicada a ello en la División de Interior, el área de Involución, los miembros del CESID no estaban oficialmente autorizados a entrar en los cuarteles e informar sobre lo que ocurría o se planeaba en ellos (esa tarea estaba reservada al servicio de información de la División de Inteligencia del ejército, la llamada Segunda Bis, que en la práctica bloqueaba las noticias y fomentaba el golpismo), de manera que todo cuanto el CESID sabía sobre el ejército lo sabía de forma oficiosa, lo que no impidió que en noviembre de 1978 el centro desarticulara gracias a un chivatazo el primer intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero, la llamada Operación Galaxia. Del desorden que reinaba en el servicio de inteligencia da una idea un hecho no menos insólito que el anterior: a la altura del 23 de febrero, tras poco más de tres años de existencia, el CESID había tenido tres directores, ninguno de ellos era un experto en espionaje, todos habían sido poco menos que obligados a aceptar su cargo y todos consideraban poco menos que indigno investigar a sus compañeros de armas. Esto significa que, además de insuficiente y primitivo, en 1981 el CESID era también un servicio de inteligencia caótico y chapucero. ¿Significa también que no era fiable?

Tras la fusión en el CESID de los dos principales servicios de espionaje de la dictadura, la herencia que predominó en él fue la del SECED —la policía política del régimen: la rama de la inteligencia más adicta al franquismo—, pero Gutiérrez Mellado procuró que al mando del centro siempre estuvieran hombres procedentes de la tercera sección del Alto que gozaran de su total confianza. Quien llevaba la dirección efectiva del CESID el 23 de febrero no era el coronel Narciso Carreras, su director, sino el teniente coronel Javier Calderón, su secretario general. La trayectoria de Calderón es singular porque es característica de una reducidísima minoría de militares que, al modo de Gutiérrez Mellado, intentaron liberarse de la dependencia ideológica del franquismo y propiciar el cambio político: educado a fines de los cuarenta en el entorno del Colegio Pinilla —una escuela militar preparatoria que estimulaba un falangismo con inquietudes sociales de la que surgieron algunos miembros de la futura, exigua e ilegal Unión Militar Democrática (UMD)—, a principios de los setenta Calderón empezó a trabajar en el servicio de contrainteligencia de la tercera sección del Alto; poco más tarde ejerció de abogado defensor del capitán Restituto Valero, uno de los responsables de la UMD, y participó en GODSA, un gabinete de estudios o amago de partido que pretendía promover en el tardofranquismo un ensanchamiento del régimen y que apostó por Manuel Fraga como conductor de la reforma hasta que, desplazado y rebasado por Suárez, aquél se enrocó en el franquismo desnatado de Alianza Popular; en 1977, con la creación del CESID, Calderón se incorporó a su División de Contrainteligencia, y en 1979 Gutiérrez Mellado lo convirtió en el hombre fuerte del centro. El 23 de febrero Calderón mantuvo una conducta impecable: el CESID fue bajo su mando uno de los escasos organismos militares que se colocó desde el principio y de forma inequívoca al lado de la legalidad, contribuyendo notoriamente a frenar la salida de la Acorazada Brunete en Madrid (cosa que acabó siendo capital para la derrota de los golpistas); más dudas ofrece su conducta tras el 23 de febrero: el CESID había cosechado un fracaso rotundo al no detectar de antemano el golpe y, para no esquilmar del todo el crédito del centro, en los días que siguieron al 23 de febrero Calderón intentó acallar los rumores sobre la participación de algunos de sus hombres en la asonada, pero el hecho es que al final ordenó abrir una investigación y que acabó expulsando a quienes quedaron salpicados por sospechas de connivencia con los golpistas, incluido el comandante Cortina. Esta discutible forma de proceder de Calderón tras el golpe no puede sin embargo ocultar lo evidente, y es que a la altura de 1981 el hombre fuerte del CESID era uno de los pocos militares demócratas del ejército español, cuya labor en el servicio de inteligencia hizo de éste lo opuesto a un foco de resistencia al cambio político: por eso los militares de ultraderecha colocaron al CESID en el blanco de sus críticas; por eso el nombre de Calderón figuraba en todas las listas de compañeros de armas indeseables que publicaban periódicamente; por eso era un hombre del todo seguro para Gutiérrez Mellado, con quien antes del 23 de febrero mantenía una buena amistad que se afianzó después del 23 de febrero y que explica que en 1987, a raíz de la muerte de un hijo de Calderón por consumo de drogas, el general creara una Fundación de Ayuda a la Drogadicción a cuyo patronato incorporó a su amigo. No: Gutiérrez Mellado no consiguió poner en marcha unos servicios de inteligencia potentes, unitarios, modernos y eficaces, y a ese fracaso cabe atribuir el fracaso del CESID a la hora de prever el quién, el cuándo, el cómo y el dónde del 23 de febrero; pero el general sí consiguió poner en marcha unos servicios de inteligencia fiables: el CESID como organismo cooperó en el fracaso del golpe de estado (51), y no hay por el contrario ninguna prueba que lo vincule con sus preparativos o su ejecución.

Ninguna salvo la participación en el golpe de algunos de sus miembros. Porque a estas alturas ya sabemos que varios agentes del CESID —sin duda el capitán Gómez Iglesias, posiblemente el sargento Miguel Sales y los cabos Rafael Monge y José Moya— colaboraron con el teniente coronel Tejero en la tarde del golpe: el primero, persuadiendo a ciertos oficiales indecisos destinados en el Parque de Automovilismo de la Guardia Civil de que secundaran al teniente coronel en el asalto al Congreso; los últimos, escoltando hasta su objetivo a los autobuses de Tejero por las calles de Madrid. Esos cuatro agentes pertenecían a la AOME, la unidad de élite del comandante Cortina. ¿Actuaron de forma autónoma? ¿Actuaron por orden de Cortina? Ya que ni Calderón ni el CESID apoyaron ni organizaron el golpe del 23 de febrero, ¿lo apoyó o lo organizó la AOME? ¿Lo apoyó o lo organizó Cortina? Ésa es la pregunta que queda pendiente.