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El mercado de trabajo como institución social
Los efectos de una reforma laboral siempre son inesperados.
LUIS TOHARIA
El título de este capítulo es un homenaje al de un libro publicado por Robert Solow que leí mientras estudiaba economía en la universidad y que me impactó profundamente.
Luis Toharia fue catedrático en la Universidad de Alcalá de Henares y uno de los profesores más brillantes que he conocido jamás. Se doctoró en el MIT de Massachusetts y tuvo como director de tesis nada menos que a Robert Solow. Así es como Luis se convirtió en uno de los mayores expertos en el mercado de trabajo que ha tenido este país, creó escuela entre sus alumnos. Toharia recomendó a otro de sus discípulos, Juan Francisco Jimeno, para que fuese también a Massachusetts a terminar sus estudios de doctorado, y Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, fue el encargado de dirigir su tesis. No es de extrañar que la Universidad de Alcalá sea un referente en España en esta rama de la economía.
FUNCIONAMIENTO DEL MERCADO DE TRABAJO
Cualquier análisis macroeconómico del mercado de trabajo, como la tasa de paro de un país o su tasa de empleo, debe empezar por el estudio de los fundamentos microeconómicos del mismo. Por eso es necesario comenzar este capítulo examinando los fundamentos de las decisiones de los trabajadores.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que el trabajo no es un bien sino lo contrario. Los seres humanos aceptamos el trabajo como un mal menor, pero un mal al fin y al cabo, y por eso exigimos una remuneración a cambio de que compense el sacrificio que llevamos a cabo.
Los economistas somos conscientes de que si a un empleado le toca la lotería o recibe una herencia considerable, lo más probable es que ponga fin a su actividad laboral o la reduzca significativamente. Pero también sabemos que aunque no le toque la lotería, cuando un trabajador llega a cierto umbral de retribuciones salariales, desciende el número de horas que quiere dedicar a su labor y demanda más tiempo libre para desarrollar su vida o su ocio.
En jerga económica se explicaría más o menos así: el salario constituiría el precio del trabajo y el trabajador actuaría como un empresario que oferta horas de trabajo. Las empresas desempeñarían el papel de los consumidores que acuden al mercado a comprar. Si no lo has entendido a la primera, vamos por buen camino. El objetivo de este capítulo es romper varios mitos sobre el mercado de trabajo y no es posible hacerlo sin algo de provocación.
La exposición que acabas de leer se corresponde con los postulados del modelo ultraliberal, que trata el mercado de trabajo del mismo modo que lo haría con un mercado de naranjas. Así, según su visión, el desempleo se produce porque los salarios se encuentran por encima del nivel de equilibrio y su solución para terminar con el paro consiste en bajar los salarios. Esta visión simplista es la que nos gobernó durante la Gran Depresión, compartida más tarde por políticos como Ronald Reagan, Margaret Thatcher o José María Aznar (con veinte años de retraso).
Por fortuna para Estados Unidos, los asesores de los presidentes demócratas fueron hombres como Paul Samuelson o Robert Solow que, sin ser keynesianos, continuaron la estela de Keynes descrita en su Teoría general. Los discípulos de Keynes en Cambridge polemizaron vivamente con ellos por su aplicación del modelo, pero este economista observador tiene la intuición de que, de haber seguido vivo, el propio Keynes habría rechazado muchas de las ideas y políticas que se desarrollaron posteriormente en su nombre.
Si tomamos como ejemplo los mercados de naranjas, en éstos, cuando sube el precio, los empresarios procuran vender más naranjas. Se trata de una decisión lógica. Sin embargo, como hemos visto antes, en el mercado de trabajo cuando aumenta el salario, los trabajadores piden reducir horas. Esto se debe a que cuando sube la renta de las familias por encima del nivel que garantiza las necesidades básicas de comida, vivienda, atención médica y demás, los individuos que la componen desean ir al cine, salir a cenar con los amigos o viajar… todas esas pequeñas cosas que hacen que la vida merezca la pena. ¿Es ésta una decisión carente de lógica? No, lo que en realidad no tiene fundamento es creer que el mercado de trabajo está sometido a la misma lógica que el mercado de naranjas.
EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE EN EL MERCADO LABORAL
El segundo desarrollo esencial de la obra de Solow es el que toma la idea de incertidumbre y la aplica al mercado de trabajo. Por lo general, el empresario diversifica sus ventas entre muchos clientes. Es una norma básica de prudencia que le ayuda a salir adelante: si un cliente dejara de comprarle, tendrá otros a los que venderles su mercancía o sus servicios. Sin embargo, lo habitual es que el trabajador concentre toda su renta y su salario en una sola empresa, lo cual incumple la regla financiera que recomienda no poner todos los huevos en la misma cesta. Lo que demuestra este ejemplo es que, una vez más, el modelo de competencia perfecta que tanto gusta a los ultraliberales y que supone que los individuos tomamos decisiones en un entorno de certidumbre completa, no funciona. La neuroeconomía nos dice que el comportamiento humano casi nunca es lineal, y que a menudo resulta caótico como la propia naturaleza.
El ser humano detesta los cambios bruscos tanto en su renta como en su nivel de vida. El mercado de trabajo sigue una distribución binaria muy drástica: o trabajas o no trabajas, escenario que dificulta considerablemente su estabilidad. Cuando un trabajador pierde su empleo, se asusta y reduce de forma brusca el gasto para ajustarlo a su renta disponible y futura. Si muchos trabajadores pierden su empleo y reducen su gasto, las ventas de las empresas se hunden y da comienzo un círculo vicioso de destrucción de empleo y depresión.
Las empresas determinan la demanda de trabajo, y su principal partida de gastos suelen ser los costes salariales. Cuando el ciclo de negocios es expansivo y las ventas aumentan, no existe problema para contratar o subir los salarios ya que el incremento de costes se financia con el aumento de ingresos derivado de las ventas. Pero cuando llega el ciclo recesivo y toca ajustar, los salarios son un coste variable. No hay demasiadas opciones: o se reduce el salario por hora trabajada o lo hacen las horas trabajadas, parcial o totalmente.
El mercado de trabajo es el centro neurálgico del sistema económico, construido sobre una dinámica de equilibrios múltiples y muy inestables. De un lado se encuentra la mano de obra, el principal factor de producción, y del otro, la distribución de la renta generada. Aquí nace el conflicto que fue la base del Marxismo y de la creación del movimiento obrero. En su Manifiesto comunista, Marx y Engels apostaron por dar fin al conflicto acabando con el empresario. Sin embargo, los países que han intentado ponerlo en práctica han destrozado su economía, pues el empresario es una pieza clave en la riqueza de las naciones. De este modo, el comunismo resuelve el problema de la distribución de la renta haciendo pobre a toda la sociedad. En el otro extremo se encontraría el sistema ultraliberal y el capitalismo salvaje que permite la acumulación de riqueza en muy pocas manos, agravando el conflicto con la clase trabajadora, que termina en la revolución del proletariado como anticiparon con acierto Marx y Engels.
El conflicto existe y no hay por qué negarlo, lo que debe hacerse es encontrar el mejor modo de resolver ese delicado sistema de equilibrios. Una vez más, lo apropiado es aplicar una economía mixta donde el Estado legisla unas reglas del juego para la negociación colectiva y se encarga de vigilar su cumplimiento. De este modo, el mercado de trabajo se convierte en una institución social y forma parte del debate político y del funcionamiento democrático.
Los países más pobres o emergentes carecen de instituciones de este tipo, y eso explica en gran medida su bajo nivel de renta. Los mercados de trabajo poco regulados son un entorno que favorece la informalidad y la incertidumbre extrema de la clase trabajadora, que se ve obligada a vivir día a día y que tiene como consecuencia una capacidad muy limitada a la hora de tomar decisiones de compra de bienes duraderos. En el otro extremo, los mercados de trabajo excesivamente regulados limitan la capacidad de las empresas para adaptarse a los cambios del ciclo de negocio y de sus ventas, paralizan la inversión y frenan el crecimiento de las naciones.
¿Y DÓNDE ESTÁ EL EQUILIBRIO?
La Organización del Trabajo de la ONU, con sede en Ginebra, y la OCDE, con sede en París, han hecho grandes esfuerzos por tratar de homogeneizar los distintos mercados de trabajo, pero la realidad es muy heterogénea. Los estudiosos del mercado laboral analizan las distintas regulaciones de los países y estudian sus efectos, así como los cambios de reglamentación dentro de un mismo país. Los datos estadísticos han evolucionado mucho, pero la tarea es muy compleja. Como decía el célebre economista estadístico español Antonio Flores de Lemus, a menudo los economistas intentamos medir troncos de leña en balanzas de precisión.
Lo que sí sabemos gracias a los datos compilados es que los países con mayor renta por habitante regulan su mercado de trabajo mientras que los países más pobres apenas tienen regulación. Pero nuestro trabajo consiste en ir más allá y tratar de comprender qué regulaciones tienen efectos positivos sobre el empleo, el ciclo económico, la capacidad para aumentar la riqueza a largo plazo y la desigualdad.
La mayoría de los economistas aceptamos que la incertidumbre salarial tiene efectos muy negativos sobre el comportamiento de los consumidores. Esto justifica, por ejemplo, la existencia de un seguro de desempleo. La mayoría de los países de la OCDE garantizan seguros de desempleo públicos. Y varios economistas que han investigado sobre el tema y han defendido la existencia del seguro de desempleo han recibido el premio Nobel de economía.
El seguro de desempleo tal y como lo entendemos hoy nació dentro del marco del New Deal. La situación era extremadamente grave, pues durante la Gran Depresión la tasa de paro en Estados Unidos alcanzó el 25 por ciento. Perder el trabajo era casi sinónimo de entrar en la pobreza extrema. En las depresiones se dispara la tasa de desempleo y eso hace que el seguro consuma muchos recursos públicos. Esto exige tener un sistema fiscal que dote al Estado de recursos para financiarlo. Dado que durante los ciclos recesivos el Estado sufre una bajada de la recaudación de impuestos, debe financiarse con deuda pública. Por esta razón es fundamental que durante las etapas expansivas los países lleven a cabo una gestión prudente de sus finanzas públicas, o de lo contrario no conseguirán financiación o crédito cuando más lo necesiten.
Por lo general, los países emergentes, América Latina no es una excepción, no suelen haber desarrollado estas herramientas de protección y eso agrava las depresiones. En momentos de crisis, la sociedad carece de red que dé mantenimiento y el gasto de las familias se desploma. Después de una década de fuerte crecimiento, reformas fiscales y reducción del endeudamiento público, algunos países de América Latina han empezado a desarrollar estos seguros, pero aún están lejos de los niveles de protección alcanzados en Europa o incluso en Estados Unidos.
HAYEK Y LA TEORÍA DEL CICLO ECONÓMICO
En otras partes de este libro ya hemos aludido a la existencia de ciclos económicos expansivos seguidos de otros recesivos. Quien mejor explicó esta teoría de los ciclos fue Friedrich von Hayek en su libro Precios y producción.
En 1931 Hayek era un joven economista que presentó un seminario en la prestigiosa London School of Economics. Su teoría sobre el ciclo es magnífica y explica a la perfección el mercado laboral en ciclos normales, sin embargo no se cumple en las grandes depresiones, como la que entonces asolaba la economía mundial, de modo que sus ideas quedaron relegadas ante el empuje de las de Keynes. Hayek abandonó la economía, se hizo filósofo y se dedicó a teorizar sobre política. En la actualidad es un icono indiscutible de los ultraliberales.
El sistema capitalista se basa en la acumulación de capital. El capital se obtiene de las ventas de las empresas, que se abonan con los salarios y que generan los beneficios que necesita la empresa para acumular capital. Las empresas a su vez son las responsables de fijar los salarios de sus empleados teniendo en cuenta que éstos tienen que ser lo suficientemente altos para permitir el consumo que mantiene el mercado en funcionamiento, pero también moderados, de manera que la empresa pueda obtener beneficios. Para que los beneficios compensen el riesgo asumido, éstos además deben ser superiores a la compra de deuda pública.
El consumo determina dos tercios del PIB, pero varía poco. Lo que los economistas hemos observado es que, a pesar de que la inversión empresarial explica menos del 20 por ciento del PIB, es la variable determinante para explicar el ciclo, las expansiones y las recesiones, debido a su gran volatilidad.
LEGISLACIÓN LABORAL
La rentabilidad de una empresa se calcula restando los gastos a los ingresos y dividiendo el resultado por la inversión realizada. Esa rentabilidad debe ser positiva y superior a la que ofrece comprar un bono de deuda pública o un depósito para compensar el riesgo que asume el empresario. El gasto más significativo de una empresa suele ser el pago de los salarios. Si sólo veláramos por los intereses empresariales, podría parecer que el sistema ideal se sostendría sobre leyes de esclavitud que permitieran a los empresarios no remunerar el trabajo y aumentar drásticamente sus beneficios. Sin embargo, un sistema de estas características sería insostenible para las empresas que no tendrían clientes suficientes a los que vender. Si hacemos el ejercicio contrario y ponemos el peso de la balanza en el lado del trabajador, éstos deberían percibir salarios que comprendieran el total de los beneficios producidos por las ventas. La situación sería igualmente insostenible porque la economía colapsaría a causa de la falta de inversión.
Una vez más, no disponemos de ejemplos reales como los arriba descritos ya que nunca han sido aplicados en ningún país en versiones tan extremas. Por descontado, la legislación laboral es muy diferente entre países. Sin embargo, los economistas hemos observado que la tasa de desempleo presenta un comportamiento cíclico con independencia de este factor.
A la hora de analizar las cifras disponibles, hay que reconocer el esfuerzo que se ha realizado desde Naciones Unidas y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para armonizar su medición. En la actualidad, la mayoría de los países del mundo miden su desempleo a través de la Encuesta de Población Activa (EPA), lo cual permite que los datos resulten homogéneos y comparables con los de otros países. Eso la convierte en una herramienta esencial para estudiar y entender por qué hay países con tasas de paro más elevadas que otros y a buscar posibles soluciones para combatirlas.
La tasa de paro es una variable determinante para explicar la evolución de los salarios y el ciclo de inversión de las empresas. Y, al mismo tiempo, el ciclo de inversión y los salarios determinan el empleo y la tasa de paro. Al analizar conflictos como éste es importante estudiar la relación causal entre los elementos y entender qué fue primero: el huevo o la gallina. Siempre hay una variable independiente que sufre variaciones y otra dependiente que sufre los efectos.
La EPA sostiene que la tasa de paro es baja cuando la mayoría de la gente en edad de trabajar, y que quiere hacerlo, está empleada. En esta fase del ciclo las empresas buscan invertir y necesitan aumentar su capital humano, pero encuentran serias dificultades para reclutar trabajadores que se adecúen a sus necesidades. Los candidatos, además, tienen poder de negociación de salarios, especialmente si son individuos con una alta cualificación que se encuentran en activo en otra empresa.
Se trata de una fase expansiva del ciclo en la que crecen los salarios en general. Este aumento de la renta disponible se traduce en inflación, y si la subida salarial está por encima de la inflación y de los precios, entonces tanto los beneficios como la rentabilidad de las empresas disminuyen, lo que lleva aparejado un descenso de la inversión, de la contratación, del consumo y, en consecuencia, el inicio de la fase recesiva.
En una fase recesiva la tasa de paro aumenta, y entonces la situación se invierte: cuando una empresa quiere invertir y ampliar su plantilla encuentra muchos trabajadores disponibles, lo que hace que su poder de negociación sea mínimo y también el salario que se ofrece al candidato. La bajada o congelación de salarios eleva el beneficio de la empresa, que ve crecer su rentabilidad y pone en marcha un nuevo ciclo de inversión y de creación de empleo.
Como hemos advertido más arriba, la teoría de Hayek explica muy bien el mecanismo del ciclo en condiciones normales, pero no lo consigue en el caso de las grandes depresiones. La crisis actual es un buen ejemplo: desde 2007 los salarios más bajos en España, donde se concentran los empleos de menor cualificación, han caído de media un 20 por ciento en términos reales, descontando el aumento de la inflación. Si las empresas han conseguido mantener sus precios en línea con el IPC, hay que pensar que habrán aumentado sus beneficios y la rentabilidad de su inversión. Entonces… ¿por qué la tasa de paro de trabajadores de baja cualificación en España sigue siendo una de las más altas del mundo? Y ¿por qué, a pesar de la bajada de salarios y del aumento de los beneficios, las empresas han seguido reduciendo la inversión y destruyendo empleo a lo largo de 2012 y 2013? Quien sí supo responder a preguntas como éstas fue Keynes, que se impuso en el debate de ideas durante las siguientes cuatro décadas.
KEYNES Y EL DESEMPLEO INVOLUNTARIO
Keynes demostró que los salarios eran muy rígidos a la baja. Durante la fase recesiva del ciclo se da el fenómeno de que los empleados se vuelven muy reacios a bajar sus sueldos mientras que las personas desempleadas ofrecen sus servicios por precios muy inferiores a los de los trabajadores en activo. Sin embargo, las empresas se encuentran sin posibilidad de inversión y no demandan empleo. Así pues, aunque exista una masa de trabajadores dispuesta a bajar los sueldos, los empresarios no consiguen bajar la media de sus costes salariales.
Como explicamos en el segundo capítulo, la variable que mide la riqueza de un país es la productividad, que se calcula tomando el PIB y dividiéndolo por el número total de trabajadores o de horas trabajadas totales. Hemos padecido una crisis muy dura en términos de empleo, pero lo que observamos es que si bien los salarios apenas han subido desde 2007 en los países desarrollados, éstos no han bajado como sería de esperar teniendo en cuenta las fuertes cifras de desempleo y su larga duración.
Por descontado, estamos hablando de cifras promedio pues es evidente que muchas de las personas que perdieron su empleo y han conseguido reincorporarse a otro lo han hecho a costa de tener que asumir fuertes rebajas de sueldo y de renta. La reforma laboral aprobada en España en 2012 ha contribuido mucho a este proceso ya que desmantelaba casi por completo el sistema de negociación colectiva y salarial al facilitar el descuelgue de las empresas de los convenios pactados.
Sobre esta base empírica, Keynes desarrolló su teoría del desempleo involuntario. Entre 2007 y 2014 hemos visto en España una destrucción de empleo que ha alcanzado casi el 20 por ciento. Millones de personas han buscado trabajo, pero no lo han encontrado porque no existen las empresas que puedan contratarlos, ni aunque bajaran sus sueldos escandalosamente.
El sector de la construcción es un ejemplo muy ilustrativo de este fenómeno conocido como desempleo involuntario. En el año 2007 España construía 700.000 viviendas. Según los cálculos de la patronal de la construcción, en España cada vivienda empleaba a dos personas, entre trabajadores directos e indirectos, lo que significa que en el mayor año del boom inmobiliario este sector daba trabajo a 1,4 millones de personas. La cifra de viviendas construidas en 2013 descendió hasta las 35.000, de modo que, si hacemos la regla de tres correspondiente, la ocupación en este sector afectaba a 70.000 personas. Estamos hablando de una caída del PIB 7,5 por ciento y del 30 por ciento del total de empleos destruidos en España. Las cifras son escalofriantes.
Para evitar (o frenar) los cierres de empresas y el crecimiento del desempleo, Keynes proponía estimular la demanda desde el Estado a través de obra pública. Ante situaciones de recesión, los individuos se asustan y dejan de gastar por si acaso sus rentas se ven afectadas a corto plazo. Las medidas financieras como bajadas de impuestos o el aumento del dinero en circulación no resultan muy efectivas porque el dinero se destina al ahorro y no revierte en consumo, inversión o creación de empleo, de manera que la única solución verdaderamente efectiva consiste en aumentar el gasto público.
La destrucción de empleo provocada por esta crisis se ha cebado con los trabajadores menos cualificados. Además del impacto del pinchazo de la burbuja inmobiliaria, no hay que perder de vista que se trata de un fenómeno vinculado a la globalización y la deslocalización de empresas, la eliminación de aranceles y la irrupción de países emergentes en el comercio mundial. China aglutina casi el 20 por ciento de la población del planeta y la India otro 20 por ciento más. Lógicamente, su presencia en el mercado de trabajo mundial ha tenido un fuerte impacto y no ha sido sencillo de digerir para el resto de los países.
La mayor parte de los empleos creados en China han sido de baja cualificación y por eso el efecto ha sido más acusado en esos segmentos. Desde que comenzara el proceso de liberalización de su economía en 1980, los salarios han crecido significativamente y en la actualidad se encuentran en niveles similares o incluso superiores a los de muchos países de América Latina. Esto ha provocado que muchas fábricas, sobre todo de textil y calzado, se hayan trasladado desde China a Vietnam y Bangladesh.
Estamos hablando de salarios muy inferiores a los europeos, pero los costes de transporte y la baja calidad de fabricación de algunos productos ha hecho que ciertas empresas españolas vuelvan a recuperar fábricas de proximidad en las que controlan mejor la calidad del producto y los plazos de entrega. Portugal vio cómo muchas fábricas textiles se cerraron en los años noventa y en la actualidad, tras la intensa bajada de salarios desde 2008, algunas han vuelto a abrir.
China ahora tiene por delante el reto de cambiar su modelo de crecimiento y reducir su dependencia de salarios bajos. Esto es un proceso normal en el desarrollo de un país. España también lo vivió hace algunas décadas. La apertura comercial permitió la llegada de multinacionales europeas y americanas para aprovecharse de nuestros bajos salarios. Pero si el proceso tiene éxito, los salarios aumentan y es necesario cambiar la producción y especializarse en producir bienes y servicios de mayor complejidad que permitan a las empresas pagar salarios más elevados y mantener beneficios y una rentabilidad adecuada de su inversión.
China se encuentra ahora en la paradoja de acertar con el nivel de regulación deseable en el mercado de trabajo. Es necesario encontrar un punto de equilibrio que permita aumentar la renta y la riqueza de los países al tiempo que el Estado interviene para corregir los problemas sociales que puedan lastrar su desarrollo. La OIT, desde Ginebra, presiona a China para que incorpore gradualmente los derechos sociales de los países desarrollados y consiga un mercado de trabajo mundial y una globalización que ponga al hombre en el centro y que permita corregir problemas como la desigualdad que Piketty ha denunciado.
Otro problema es el desempleo tecnológico que agrava la situación de los trabajadores menos cualificados. Los avances de la tecnología han hecho que las máquinas sustituyan mucho trabajo humano o que surjan nuevos sistemas de organización que algunos trabajadores no alcanzan a utilizar. El desempleo tecnológico condena al paro a millones de trabajadores que nacieron en un entorno analógico y para los que la era digital les es ajena y extraña.
En las grandes reestructuraciones de empleo que afectan a estos perfiles, los sindicatos suelen priorizar prejubilaciones y, cuando no hay más remedio, en los despidos se negocian planes de recolocación que incluyen asesoramiento y orientación profesional y formación en nuevas habilidades. Es imprescindible formar a esos trabajadores para que desarrollen nuevas habilidades y se adapten al nuevo entorno. La sindicalización funciona bien en empresas medianas y grandes, cuando el negocio es rentable y la empresa continúa en funcionamiento. Pero cuando ésta va a cerrar, tiene pocos incentivos para negociar y en las pequeñas empresas no hay recursos para estos planes. El Estado no puede quedarse al margen y tiene que desarrollar y ofrecer políticas activas de empleo que preparen a jóvenes y no tan jóvenes para el actual mercado de trabajo.
EL MODELO QUE VIENE: LA FLEXISEGURIDAD
Si analizamos los mercados laborales que mejores resultados obtienen, los ejemplos más interesantes son aquellos basados en la flexiseguridad: flexibilidad por parte de las empresas para adaptarse al ciclo de negocios y los cambios en sus ventas, y seguridad en el lado de los trabajadores que son los que más sufren la incertidumbre, dado que la mayor parte de su renta se concentra en su salario.
Los países más flexiseguros son los nórdicos: Suecia, Noruega, Dinamarca o Finlandia. En ellos los ciudadanos pagan altos impuestos y por eso sus servicios públicos se encuentran bien financiados y dotados con recursos suficientes para conseguir sus objetivos. Si recordamos las enseñanzas de North, no es recomendable copiar un modelo sin tener en cuenta las características propias de cada país. Los países nórdicos están muy avanzados en tecnología y cuentan con empresas punteras que pueden permitirse pagar salarios e impuestos sobre el trabajo tan elevados que sufraguen los costes de servicios públicos solventes.
Por ese motivo muchas de estas instituciones constituyen una utopía para los países emergentes, ya que no tienen dinero y recursos para financiarlas. Lo normal es comenzar por instituciones básicas como el seguro de desempleo. El diseño de este sistema es también muy importante y conviene adaptarlo a las peculiaridades del mercado de trabajo que pretende regular.
La idea básica es que este seguro proteja de manera transitoria a un trabajador que está buscando empleo. En condiciones normales estaríamos hablando de unos meses. Sin embargo, en épocas de depresión la demanda de empleo es muy débil y es cuando más se necesita que el desempleado disponga de un colchón de seguridad que lo salve de la pobreza severa. En realidad se trataría de una renta básica, y debe ser moderada para que el trabajador no pierda el incentivo a la hora de seguir buscando empleo de forma activa. La mayoría de los estudios recomiendan que el seguro de desempleo cubra una parte elevada del sueldo durante los primeros meses de paro y que la cantidad vaya reduciéndose con el trascurso de los meses con el fin de que el desempleado encuentre motivación para aceptar ofertas de empleo. En un mundo ideal, sin restricción presupuestaria, habría una renta para todos los ciudadanos que eliminara la incertidumbre, pero el problema es que los seguros de desempleo se financian con el dinero de todos los contribuyentes y hay que distribuirlo con responsabilidad.
Otra medida de seguridad para los trabajadores es el salario mínimo. La fijación de su importe siempre genera controversia ya que en cualquier mercado imponer precios mínimos lleva a fuertes ineficiencias. Pero ya hemos visto que el mercado laboral no funciona como el de las naranjas y merece un tratamiento diferenciado. Fijar un salario mínimo sirve para determinar la renta y el consumo y existen países que aun contando con salarios mínimos elevados sufren tasas de desempleo muy bajas.
Por desgracia, un salario mínimo elevado no es la solución para acabar con la pobreza. Se trata de una herramienta que funciona como la barra en el salto de altura y eso significa que habrá empresas que no puedan superarla. Por eso hay que ser muy cuidadoso con el cálculo: ponerlo muy bajo suele conllevar problemas de desigualdad como los que vivimos en este momento, pero optar por elevarlo normalmente acarrea subidas de la inflación, ya que muchos salarios se calculan con el salario mínimo como referente, y, como ya hemos visto en otros lugares de este libro, la inflación puede ser muy destructiva.
Por tanto, en épocas de recesión la moderación salarial es conveniente para reactivar el ciclo de inversión y la creación de empleo. La legislación sobre negociación colectiva es determinante en este aspecto. Los partidarios de la no regulación como Reagan y Thatcher o el Tea Party en la actualidad, conducen a una desigualdad abrumadora de la renta y ponen en riesgo la estabilidad social. En el extremo opuesto, los defensores de la regulación máxima, generan economías escleróticas sin capacidad de adaptarse a los cambios en el entorno, lo que termina empobreciendo a empresas y trabajadores.
El mercado de trabajo es un órgano vital para la economía, y de su buena salud depende el bienestar de los ciudadanos. Al igual que en medicina, las mejores soluciones y las menos costosas son las preventivas: es fundamental que durante la fase expansiva se aproveche el crecimiento y el empleo generado para levantar instituciones que garanticen el equilibrio y la sostenibilidad en el futuro.