Capítulo IV

El carlismo contestatario

 

 

 

Don Javier participa en la II Guerra Mundial en el bando aliado y los nazis lo deportan a Dachau

 

Una vez finalizada la guerra, el sistema impuesto por Franco confirmó las tesis carlistas de construcción de un Estado totalitario y fascista. Su oposición desde la primera hora le valió una represión solapada y subterránea. Numerosos jefes y militantes carlistas irían a parar a la cárcel o a los campos de concentración franquistas. Este es el caso de un joven militante e intelectual carlista, Fernando Polo –autor de “¿Quién es el Rey?”, obra fundamental en el tema de la cuestión dinástica– que falleció a consecuencia de una tuberculosis contraída en uno de esos campos de concentración de Franco. Pagó con su vida su oposición al franquismo.

 

Un hecho vendría a incidir a favor de Franco. Iniciada la II Guerra Mundial, don Javier tomó partido –consecuentemente con la línea propugnada por el Carlismo– por el bando Aliado y amparó un maquis en Francia, enlazado a la Resistencia contra los nazis. Pero, desgraciadamente, fue descubierto por los alemanes y confinado en el campo de concentración de Dachau hasta el final de la guerra. Los nazis descubrieron su personalidad española y escribieron a Franco comunicándole que tenían en su poder “al jefe de los Requetés” y que esperaban instrucciones suyas al respecto. Franco vio aquí la gran oportunidad de deshacerse de un enemigo peligroso y contestó que “no conocía a ese señor de nacionalidad francesa y que hicieran con él lo que quisieran”. Es decir, lo condenaba explícitamente a la muerte. Don Javier logró subsistir a las penalidades de Dachau –salió con un peso de 35 kilos–, pero estuvo apartado de España hasta 1945, año en que fue liberado por los Aliados.

 

El 21 de julio de 1945, el Carlismo denuncia la grave situación que sufre el País Vasco, mediante una Declaración, en la que señala que: “el Estado falangista frente al problema vasco se ha dedicado únicamente a esconder la cabeza bajo el ala y a producir agravios nuevos: la abolición del Concierto Económico con Vizcaya y Guipúzcoa, la persecución de la lengua vascongada, contra el Derecho Natural y la costumbre tradicional; la represión, acerba y desatinada”.

 

 

 

La liberación de Don Javier y su retorno a la política española

 

El 26 de julio de 1950, ya repuesto de las heridas y enfermedades sufridas en Dachau, don Javier entra clandestinamente en España y renueva el juramento de los Fueros vascos hecho en Guernica en plena guerra civil. Lo mismo realiza en Cataluña, el año 1951, con los Fueros catalanes. La policía franquista le descubre y vuelve a expulsarlo del territorio nacional.

 

La presencia y actividad de don Javier renueva los ánimos en la base del Carlismo, que le insta a que considere finalizado su periodo de Regencia y que asuma la titularidad dinástica, lo que realiza en Barcelona el año 1952 ante el Consejo de Gobierno de la Comunión Tradicionalista.

 

El 6 de enero de 1955, el partido lanza una nota a la opinión pública con motivo de la entrevista Franco-Don Juan y un mes mas tarde don Javier entra en España acompañado, por vez primera, de su hijo don Carlos Hugo. Ello era una clara muestra de que el Carlismo no se arredraba ante la ofensiva franco- juanista y que presentaba al país a un joven príncipe bien preparado en universidades europeas. Inmediatamente, y por directa indicación de don Javier, inició sus contactos con los jóvenes universitarios del Carlismo. La clara inteligencia y las agudas intenciones del joven príncipe entusiasmaron a los carlistas: ya tenían un “candidato” que ofrecer al país. La batalla por la Corona se había abierto.

 

 

 

Aparece otro pretendiente, Carlos VIII, auspiciado por Falange

 

El “carloctavismo” fue una disidencia del Carlismo que se produjo en los últimos años de don Alfonso Carlos I. Visto el avanzado estado de edad del anciano monarca carlista, un reducido número de afiliados tradicionalistas quisieron forzar la voluntad del titular de la Dinastía obligándole a que señalara sucesor. Don Alfonso Carlos no tuvo ningún hijo de su matrimonio con doña María de las Nieves de Braganza, y ello puso nerviosos a este grupo de tradicionalistas, que veía en las maniobras de los elementos proalfonsinos infiltrados en el partido un peligro cierto. Los proalfonsinos proponían la candidatura del pretendiente don Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII.

 

Las cábalas terminaron cuando don Alfonso Carlos instituyó la Regencia a favor de su sobrino don Javier de Borbón Parma, sin que este nombramiento significara renunciar éste sus derechos a la titularidad dinástica.

 

Esta medida fue aceptada, tras algunas dificultades iniciales, por la mayoría del Partido Carlista, excepto por este grupo de tradicionalistas, que proponían la candidatura del archiduque austríaco don Carlos de Habsburgo-Lorena y Borbón, hijo menor de doña Blanca de Borbón, hija de Carlos VII.

 

El 22 de julio de 1934, en un mitin celebrado en Zumárraga, declararon abiertamente sus preferencias. Pero el archiduque, en carta dirigida a Fal Conde el 29 de noviembre de aquel mismo año, rechazó tal derecho. Los dos hermanos mayores del archiduque no fueron tenidos en cuenta por estos tradicionalistas, porque tanto las actitudes morales como familiares de ambos dejaban mucho que desear. No obstante, el llamado "Núcleo de la Lealtad” insistió en mayo de 1935 en Zaragoza en sus preferencias dinásticas. Al frente de esta disidencia figuraban Ignacio María Plazaola, Martínez López, Larraya, Zuazo y algunos otros más.

 

El archiduque, mediante innumerables gestiones, fue convencido por los disidentes y el 30 de mayo de 1936 aceptó presentar y sostener sus supuestos derechos dinásticos. El grupo, ya de una forma clara y directa, se apartó de la disciplina de don Alfonso Carlos y del partido.

 

Finalizada la guerra civil, este grupo continuó sosteniendo los derechos del archiduque austríaco y, en 1943, el “Núcleo de la Lealtad” le proclamó sucesor bajo el nombre de Carlos VIII. Por eso, fueron conocidos como “carloctavistas”. El pueblo carlista jamás aceptó tal proclamación. Ni mucho menos el jefe del partido, Manuel Fal Conde, ni el regente don Javier de Borbón Parma, a quien las masas carlistas le instaban a que aceptara su proclamación como Rey legítimo. Los carlistas que se habían opuesto a la Unificación, no veían con buenos ojos las preferencias del archiduque hacia una total colaboración con FET y de las JONS. Un “carloctavista” destacado, Jaime del Burgo, ha reconocido este sentimiento al escribir que el pueblo carlista creía firmemente que “Don Carlos estaba vendido a la Falange”. En conversación que sostuve en Madrid con el ex dirigente de Falange Dionisio Ridruejo, éste declaró que el “carloctavismo” fue inventado y auspiciado desde la sombra, en las reuniones de “La Ballena Alegre” que altos dirigentes falangistas celebraban en un conocido café madrileño y que algunos de los fondos que se gastaban para el sostenimiento de las campañas propagandísticas del pretendiente “carloctavista” salieron de la Delegación de Propaganda de FET y de las JONS, de la que él había sido jefe. Se trataba –me señaló Ridruejo– de que el Carlismo y con él todo el sector monárquico español, apareciera ante la opinión pública atomizado y profundamente dividido, favoreciendo con ello las aspiraciones de la Falange. En 1951, el archiduque visitó en Barcelona a Franco y le entregó una condecoración: la de Caballero de la Orden de San Carlos Borromeo.

 

No obstante, esta disidencia terminó con el fallecimiento del archiduque, acaecido el 24 de diciembre de 1953, en Barcelona. Tras este hecho, el grupo volvió a la disciplina de don Javier, a pesar de los esfuerzos del almirante Jesús de Cora y Lira, en presentar como sucesor del llamado Carlos VIII, el 2 de mayo de 1965, a su hermano Francisco José. Esta última pirueta dinástica ya no tuvo partidarios convencidos, e incluso fue tomada a broma por los propios “carloctavistas”.

 

 

 

Don Javier toma las riendas del partido

 

Para que el partido llevara adelante sus planes necesitaban una nueva dirección política en el interior. El 11 de agosto de 1955, don Javier cesa a Manuel Fal Conde y nombra para sustituirle a José María Valiente. Mientras tanto, don Carlos Hugo traspasa la frontera clandestinamente y se instala en casa de un obrero vasco, antiguo fundador de los Sindicatos Libres, Pedro Ulaortua. Vive una temporada en Bilbao sin que nadie llegara a adivinar su verdadera identidad y conoce la dura lucha del obrero vasco en aquellos años del desarrollismo tecnocrático. Don Javier culmina la operación enviando a España a sus hijas María Teresa, Cecilia y María de las Nieves, que recorren casi toda España, visitando círculos carlistas y suscitando adhesiones dinásticas. Esta vanguardia política de la Dinastía sería la llave que apartaría la costra integrista y tradicionalista enquistada en el partido, permitiendo con ello, bajo la paciente y eficaz dirección de don Carlos Hugo, el inicio de la clarificación y evolución ideológicas.

 

 

 

El Montejurra de1957: se presenta por vez primera Don Carlos Hugo de Borbón Parma

 

La presentación oficial y pública de don Carlos Hugo se efectuó el 5 de mayo de 1957 en el acto de Montejurra, donde compareció ante 40.000 carlistas en esta mítica cumbre de la historia del Carlismo, acompañado por sus tres hermanas.

El discurso que pronunció ya presentaba las primeras connotaciones renovadoras: “España necesita que se actualice su Tradición, para que sus principios se concreten en instituciones (...) El municipio y la región deben alcanzar, con espíritu foral renovado, su personalidad. Los sindicatos y las entidades profesionales alcanzarán con vigor social su independencia del poder político (...) España es uno de los pueblos más austeros de Europa capaz de realizar una profunda transformación en su estructura económica”.

 

La figura de don Carlos Hugo, después de su presentación en Montejurra, se alzó como definitiva para el futuro del partido. A partir de entonces, una sorda pugna acababa de iniciarse en el Carlismo: las distintas corrientes lucharían para hacer de don Carlos Hugo la imagen de su propia táctica política. Los integristas –Fal Conde, Segura Ferns, Gambra, etc.– para controlar posibles “desviaciones” ideológicas. Los tradicionalistas –Valiente, Fagoaga y Massó, principalmente– quienes querían que el príncipe se identificase con el Régimen como alternativa cierta del poder que querían alcanzar. Y, por último, los que bebían en las fuentes populares del Carlismo – Zavala, Romera, Echevarría, los jóvenes universitarios y los veteranos antifascistas– que deseaban una clara evolución ideológica y política del partido.

 

La incidencia y creciente actividad de don Carlos Hugo se empezaron a sentir. Los llamados “jefes naturales”, que hasta hace poco tiempo habían manipulado las aspiraciones y el sentir del pueblo carlista, se alarmaron ante el carisma que el príncipe adquiría poco a poco en la base del partido, y lo que era más importante, en los sectores obreros e intelectuales del país. Muchos de ellos – José Miguel Ortí Bordás, Narciso Cermeño, Merino, Agustín de Asís, José Luis Zamanillo, etc.–, ante su impotencia de seguir manteniéndose en lugares privilegiados del partido y también porque sus imágenes públicas de servilismo al llamado “Caudillo” se iban deteriorando, con la consiguiente pérdida de prebendas y cargos en el aparato burocrático y totalitario del Sistema, fueron abandonando uno detrás de otro las filas carlistas. Concretamente, José Luis Zamanillo, que había llegado a ostentar la jefatura nacional del Requeté, manifestaría años más tarde en “Blanco y Negro”, en 1975, la razón de su separación: “Don Carlos Hugo decía que era un príncipe europeo, cosa que a nosotros no nos hacía ninguna gracia. Total, que en el 61 rompí toda relación con ellos y en el 69 voté por Juan Carlos”.

 

Por otro lado, estaban los franco-juanistas. Estos antiguos tradicionalistas, que aspiraban por el legitimismo integrista alfonsino y que desde el decreto de Unificación se habían pasado con armas y bagajes al franquismo, con la consiguiente expulsión del Carlismo, todavía pululaban por los aledaños de la Comunión Tradicionalista, creyendo ingenuamente que don Javier señalaría a don Juan de Borbón como único pretendiente a la sucesión monárquica que Franco estaba preparando. Pero la presentación de don Carlos Hugo en Montejurra les convenció de su error y prepararon minuciosamente lo que vino en llamarse el Acto de Estoril, con evidente apoyo propagandístico del aparato franquista.

 

Estos tradicionalistas –que no carlistas– habían sido convenientemente utilizados por Franco desde 1937, para hacerles aparecer como los únicos representantes válidos del Carlismo ante el Régimen. Eran los Rodezno, Bilbao, Iturmendi, Oriol, etc., cuya subsistencia financiera y política dependía de la voluntad del dictador.

 

El 15 de mayo de 1957, diez días después del acto de Montejurra en el que se presentó don Carlos Hugo, una fantasmagórica y misteriosa “Comunión Tradicionalista Madrileña” envió una carta a don Javier en la que se calificaba de “desgraciada actuación de V.A. en el reciente acto de Montejurra” a la presencia de don Carlos Hugo y en la que los firmantes se declaraban desligados de aceptar

“la supuesta jefatura de la Comunión Tradicionalista que V.A. pudiera seguir ostentando”.

 

 

 

 

El Acto de Estoril: El último intento de los franco-juanistas contra los carlistas

 

Evidentemente, se notaba que el franco-juanismo se había puesto nervioso y estaba perdiendo los papeles.

 

En los carlistas más que enfado, esta maniobra fue recibida con hilaridad, ya que los tales tradicionalistas eran totalmente desconocidos para ellos ya que desde hacía cerca de veinte años no habían mantenido la más mínima relación con el partido.

 

El siguiente paso de los franco-juanistas produjo todavía más sorpresa, ya que autotitulándose miembros de la Juventud Tradicionalista de Madrid –¡hombres de cincuenta, sesenta y hasta setenta y pico de años!– se presentaron el 31 de mayo en Estoril y se pusieron a las órdenes de don Juan, reconociéndole como “príncipe de mejor derecho”. El elegido les contestó que

 

“dichosamente superados brillantes y engañosos espejismos decimonónicos, ya nadie duda de que la única garantía de estabilidad y acierto de nuestra monarquía, descansa en los principios que la mantuvieron durante siglos, grande, justa y amada, cuando correlativamente fue Católica, Social, representativa, Nacional y Hereditaria”.

 

En una palabra, aceptaba plenamente la nomenclatura de la definición monárquica de Franco. Y por si fuera poco, les señaló: “para evitar que España fuese el primer satélite de la URSS, estalló el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, que vuestro Mensaje evoca, y en el que tan abnegada participación os cupo”. Aceptando, claro está, la supuesta jefatura dinástica carlista.

 

Pero no acabaron ahí las actividades pro-alfonsinas de los franco-juanistas. El 20 de diciembre culmina su operación trasladándose, una vez más, a Estoril. Sólo lograron reunir 44 personas. Entre ellos, el conde de Rodezno, los Oriol, Arauz de Robles, Morte, Olazábal, etc. Es decir, los mismos de antes. Tras una serie de ceremonias muy monárquicas, con misa y besamanos incluido, le encasquetaron a don Juan una boina roja y le entregaron un documento por el cual "el auténtico carlismo” se entregaba al hijo de Alfonso XIII. El documento, redactado por el antiguo ministro de Franco, don Pedro Sáinz Rodríguez, no aportaba nada nuevo a la vida política española. En cambio, sí beneficiaba al Carlismo, ya que una serie de personajes ambiciosos “dejaban” el partido y públicamente se declaraban partidarios de don Juan, acabando así un capítulo confuso del arcaico legitimismo alfonsino.

 

Inmediatamente, todas las jefaturas regionales, provinciales, comarcales y locales del Carlismo enviaron cartas y telegramas de adhesión a don Javier y a don Carlos Hugo. Una vez más, el pueblo carlista supo reaccionar y rechazó las maniobras de los que han pasado a pequeña historia bajo el apelativo de “estorilos”. El partido dio a conocer un documento titulado “La verdad sobre los hechos de Estoril” del cual es el siguiente párrafo:

 

“Dos distintas concepciones monárquicas están planteadas ante el porvenir político: la monarquía tradicionalista, popular y la monarquía liberal, capitalista y reaccionaria, que sostiene el juanismo”. Para acabar de remachar oficialmente el asunto, don Javier declaró desde Perpignan que: “Nunca he hecho dejación de mis derechos y deberes que como representante de la Legitimidad Monárquica me corresponde, ni renunciaré jamás a este glorioso legado”.

 

No obstante, el franquismo no paró de maniobrar intentando presentar a la opinión pública otras supuestas escisiones y “pretendientes carlistas”, como fueron la “sivattista” y la “carloctavista” patrocinada por Cora y Lira. Todas ellas acabaron, como la “estorilada”, consiguiendo objetivos contrarios a los programados. La unidad del pueblo carlista con don Javier y don Carlos Hugo fue cada vez más estrecha, a pesar de las expulsiones de los miembros de la Dinastía, encarcelación de sus líderes, cierre de prensa y locales del partido, así como campañas informativas oficiales contra el Carlismo, todo ello ordenado por el general Franco.

 

Pero quien reflejó mejor la respuesta de los carlistas ante estas maniobras y habilidades franquistas, fue el historiador Melchor Ferrer. En “Observaciones de un viejo carlista a unas cartas del conde de Rodezno” (pág. 62) escribe lo siguiente:

 

“Al Carlismo no se le entrega sean quienes sean, sean cuantos sean los que sigan en su vía al conde de Rodezno. El Carlismo no se entrega, porque quedaría por entregar la bandera que sostiene S.A.R. el Príncipe Regente. El Carlismo no se entregó en los campos de Vergara, cuando una gran cantidad de “personalidades” abrazaron al “mamarracho” de Espartero; el Carlismo no se entregó cuando en 1849 se acogieron muchas “personalidades” a la amnistía que les daba “el espadón Narváez”; el Carlismo no se entregó, cuando, impulsado por el traidor Lezeu, don Juan III pedía ser reconocido por doña Isabel II como Infante de España; el Carlismo no se entregó cuando Cabrera y otras “personalidades” reconocieron al abuelo de don Juan; el Carlismo no se entregó cuando en 1879 eran invitadas las honradas masas para que acudieran a la Unión Católica, aunque muchas “personalidades” claudicaron; el Carlismo no se entregó cuando el cardenal Sancha nos daba sus desinteresados “consejos”; el Carlismo no se entregó cuando la madre de don Juan iba a aplaudir a Vázquez de Mella, no sé si en La Zarzuela o en la Comedia; el Carlismo no se entregó cuando Esteban Bilbao y tantos otros se fueron a la Unión Patriótica; el Carlismo no se entregó cuando el conde de Rodezno y sus correligionarios se fueron con el general Franco a la Falange, ni el Carlismo se entrega ahora aunque Rodezno y todos los que como él piensan vayan a Lisboa a “reconocer” a su rey”.