Capítulo 5 - El atraco y un momento mágico

En cuanto subí la rampa de salida del garaje, encontré a Anna, que me estaba esperando en la entrada. Nada más verme, se subió al asiento delantero del coche con una sonrisa de oreja a oreja.

—A ver dónde me llevas, ¿eh?, ya te aviso que no soy una chica fácil de impresionar —dijo Anna entusiasmada.

—¡Ah! Cuando lleguemos, lo verás —le repliqué entrañablemente.

Envueltos en conversaciones agradables, ya habíamos salido de Barcelona. En ese momento sonó el móvil de Anna…

—Es un mensaje de Mery, dice que han llegado bien —comentó Anna—. La verdad es que a Pol y Mery cada día les va mejor con su relación de pareja… ¿verdad? —preguntó.

—Pues sí… Hacen muy buena pareja, Mery es muy buena chica, y Pol es mi mejor amigo. Lo conozco desde pequeño, es de esos amigos de verdad que nunca te fallan; lo aprecio muchísimo —dije mientras conducía.

—Sí… a mí me pasa lo mismo con Mery. Qué suerte hemos tenido de conocerlos.

—La verdad es que sí, porque cuesta encontrar amigos de verdad…

Mientras estaba afirmando lo que me acababa de expresar Anna, me fijé que iba mirando los carteles que indicaban las poblaciones.

—¡Eh! ¡Eso es trampa! Prohibido mirar carteles hasta que lleguemos —dije jugueteando, para mantener el encanto de la sorpresa.

—Uy, qué misterio… vale, vale, guardaremos la incógnita de esta sorpresa hasta que lleguemos —dijo Anna sonriendo, con una mirada traviesa.

Conversando y disfrutando de la buena música, casi ya llevábamos una hora de viaje. En ese instante le di libertad a Anna para que observara los carteles…

—Venga… ya te doy permiso para mirar. Fíjate en este cartel del fondo, porque allí es donde nos dirigimos —dije ilusionado, mientras ella fijaba la mirada en el cartel.

—¡¡Girona!! ¡Mi ciudad favorita! ¡Gracias, Marc! —exclamó Anna emocionada—. La verdad es que no me lo esperaba… —añadió.

Era su ciudad preferida, donde había pasado parte de su infancia, y tenía intención de trasladarse a vivir en un futuro próximo. Casualmente hacía unas semanas que un amigo mío de la zona me había recomendado un restaurante italiano de esta ciudad.

Nos adentramos en la encantadora ciudad de Girona, hasta encontrar un aparcamiento cerca del centro. Penetramos en las más bellas calles del casco antiguo, pasamos delante de la impresionante catedral; hubo más de un momento intenso con miradas agradables, donde yo noté una conexión especial entre Anna y yo. Cuando el sol ya se había escondido, y la noche había impregnado la ciudad, nos dirigimos al restaurante italiano. A primera vista me fijé que era un local muy acogedor, con ambiente familiar. Nos acomodamos en una mesa y el camarero nos acercó la carta…

—Qué buena pinta tiene todo, creo que voy a decantarme por una pizza. ¿Y tú, Marc? —dijo Anna mientras ojeábamos la carta.

—Es una buena opción; creo que yo también —añadí mientras observaba las variedades de pizzas, y de reojo el rostro de Anna.

El camarero se acercó, y pedimos una pizza juntamente con un refresco. Ciertamente los platos que habían visto al entrar tenían una pinta exquisita, se notaba que era un restaurante de alta cocina italiana.

Pasados unos minutos, nos llevaron las pizzas y no nos defraudaron, tenían un sabor delicioso…

—Mmm… qué rica. Tenías razón, es un restaurante excelente —dijo Anna—. ¿Te puedo decir una cosa, Marc? —preguntó mientras degustaba la pizza.

—Sí, claro… —afirmé intrigado por escuchar lo que tenía que exponerme.

—Desde que desapareciste ayer en la playa con tus misteriosos amigos, te noto diferente. No en el buen ni mal sentido, simplemente me da la sensación de que algo ha cambiado en ti —dijo mirándome con un punto de inquietud.

—Pues te aseguro que sigo siendo el mismo de siempre… —repliqué afablemente.

—Lo sé, pero te noto diferente, como si algo en ti hubiera cambiado. No digo que sea nada malo, yo creo que sigues siendo la misma maravillosa persona de siempre.

—Yo no he cambiado en nada, a veces uno está de más buen humor o no. Pero ten claro que pase lo que pase yo siempre seré el mismo, y siempre estaré a tu lado —dije emotivamente—. Gracias por lo de maravillosa persona; tú también lo eres. Aparte, siempre has sido y serás alguien muy importante y especial para mí —añadí.

En ese momento, se le trazó una dulce sonrisa, empezó a mover la mano sutilmente por encima de la mesa, y suavemente cogió la mía. En consecuencia, mi corazón se empezó a acelerar, por la emoción de vivir ese momento tan romántico con ella. Nos quedamos embobados unos segundos, con las manos cogidas encima de la mesa, y mirándonos afectuosamente.

—¿Habéis cenado a gusto, parejita? —preguntó el camarero rompiendo la magia del momento.

—Sí, muy rico todo, gracias. Si quiere, ya puede traernos la cuenta —respondí mientras nos soltábamos la mano con Anna, mirándonos con una clara expresión de timidez.

Pagué la cena, tal y como le había dicho a Anna, y salimos del restaurante sin prisas, en medio de una noche cálida y perfumada. Dirigiéndonos hacia el coche, pasamos por una de las plazas más céntricas y hermosas de Girona, donde estaba llena de gente. Me percaté que Anna observaba detenidamente una heladería que estaba justo en dicha plaza…

—¿Quieres un helado? —le pregunté.

—Sí, me apetece muchísimo —respondió.

Complací su petición, y compré un delicioso helado para cada uno. Saboreándolo anduvimos pausadamente hacia el coche, dando el último paseo antes de partir a Barcelona. Cuando faltaba poco para llegar al coche, Anna se acercó tímidamente y me cogió nuevamente la mano… No hay palabras para describir la enorme felicidad que sentía, paseando por esas románticas calles, cogido de la mano por la persona que más quiero. Llegamos al coche, nos subimos en él e iniciamos el viaje de vuelta dirección a Barcelona.

—Marc, me lo he pasado en grande, ha sido una tarde-noche muy especial; gracias por todo —manifestó Anna mirándome con una expresión de agradecimiento.

—De nada. Gracias a ti por querer compartir este día tan bonito conmigo, para mí también ha sido muy especial —dije con un tono evidente de gratitud, mientras cruzábamos un cariñoso gesto—. ¿Sabes una cosa? —pregunté.

—¿Qué...?

—Ahora entiendo por qué quieres venir a vivir aquí, esta ciudad tiene un encanto especial —dije, mientras arrancaba el motor del coche.

—Uy… ya veo que también te has enamorado de Girona… —dijo Anna bromeando.

—No, no… que quede claro que mi ciudad favorita todavía sigue siendo Barcelona —añadí sonriendo, mientras salíamos del aparcamiento.

—Sí, la verdad es que tanto Barcelona como Girona son ciudades muy bonitas. Cada una te embruja de una forma distinta, con encantos diferentes; son ciudades muy especiales —explicó Anna entrañablemente.

Continuamos conversando de forma agradable y amena todo el viaje, escuchando buena música de fondo, y casi sin ser conscientes de ello, ya estábamos entrando en Barcelona. En ese momento, me fijé que se encendía la luz de reserva del depósito de gasolina del coche.

—Anna, ¿te importa que pare un momento a echar gasolina?

—No, así aprovecharé para comprarme un refresco. Creo que por aquí cerca hay una estación de servicio de veinticuatro horas —reveló Anna.

Llegamos a dicha estación de servicio, y estacioné justo en uno de los surtidores de gasolina.

—Voy a pagar para llenar el depósito. ¿Qué refresco quieres? —pregunté mientras bajaba del coche.

—Ya te acompaño; así veo qué variedad de refrescos tienen —respondió.

Nos dirigimos dentro de la estación de servicio. En el interior había como un pequeño supermercado, donde pude observar que únicamente estaba el dependiente. Una vez allí, Anna cogió un refresco de cola y nos acercamos al mostrador. Mientras le daba la tarjeta de crédito al dependiente, y él la ponía en la terminal bancaria para abonar el importe, Anna se desplazó a un lado del mostrador para ojear unas revistas. En ese momento entró un hombre de unos cuarenta años, con una larga maraña de pelo desarrapada, y con ropa deteriorada. Solo verlo me dio malas sensaciones, y mientras él se dirigía a la parte delantera de la tienda, accedí a percibir uno de sus pensamientos… «Si alguno de estos cabrones intenta evitar que atraque este sitio, le meto una bala…».

Al percatarme de las intenciones de este hombre, intenté azuzar al dependiente para que me cobrara más rápido.

—¡Por favor! ¡Puede darse un poco de prisa! —dije alterado.

—Tranquilo, chaval, esto lleva su tiempo… Además, no sé qué pasa que no sale el recibo —dijo el dependiente apretando impulsivamente los botones de la terminal bancaria—. Ah… ya veo… se ha terminado el papel, en un momento cambio el rollo y te le doy—añadió.

—Da igual… no lo necesito… ya nos marchamos —dije nervioso.

En ese preciso segundo, noté cómo un instinto dentro de mí me avisaba de que el peligro nos acechaba. Me giré y observé que el atracador ya se acercaba a nosotros con una pistola en la mano…

—¡Esto es un atraco! ¡Dadme todo el dinero que tengáis! ¡Como alguien se mueva… me cago en la puta…, lo lleno de plomo! —gritó el atracador con tono intimidador.

El atracador estaba situado a cinco pasos delante de nosotros. Anna aún permanecía en la zona de las revistas, a cuatro pasos de distancia de mí en el lado izquierdo. Ella estaba totalmente aterrorizada, y se puso a gritar. Ese temor la llevó a acercarse a mí para sentirse más protegida. Pero tal y como había amenazado el atracador, al ver que Anna se movía, disparó su arma apuntando hacia ella. Justo al salir la bala, casi inconscientemente, utilicé toda mi velocidad urkiana. Con un sutil movimiento prácticamente imperceptible por el ojo humano, intercepté la bala con la mano y me planté a dos pasos delante del atracador. Mientras lo miraba con cara intimidadora, bajé agudamente la mano y dejé caer la bala. El atracador se quedó observando mi mano y pudo visualizar cómo dejaba caer el proyectil. Debido a lo que había visto, se le fue dibujando gradualmente un rostro de pánico, y subió su mirada directa hacia mí, intentando dialogar conmigo:

—¿Pe-pe-pe-ro, quién e-e-eres? —tartamudeó el atracador, como si estuviera en estado de shock.

Había estado a punto de herir a Anna gravemente, y debido a eso yo estaba muy alterado. Notaba cómo la sangre me hervía, y una sensacional fuerza corría por mis venas. Sin duda el estado urkiano había irrumpido en mi cuerpo, provocado por la ira de su ataque. Me acerqué a él con cara de pocos amigos, le asesté un flojo golpe, proporcionalmente por la fuerza que tenía, y todo su cuerpo salió propulsado, rompiendo y atravesando una de las cristaleras de la tienda. Permanecí unos segundos mirando la cristalera rota, asombrado por todo lo que había hecho casi sin darme cuenta. Cuando de repente, vi reflejado mi rostro en la cristalera de al lado… Percibí que mis dos ojos brillaban con un color verde intenso, como el de los urkianos que había conocido en la nave. Posteriormente, intenté tranquilizarme, y noté cómo se iban apagando paulatinamente hasta volver a mi color natural. Luego me giré, observé a Anna, que estaba justo detrás de mí, con un rostro de asombro que nunca había visto en ella. En ese momento, el dependiente salió de debajo del mostrador, donde se había ocultado al ver el atracador armado.

—¿Estáis bien? —preguntó el dependiente boquiabierto.

—Sí… Aunque… aún tengo un poco el sobresalto, pero estoy bien. ¿Y tú, Marc? —dijo Anna con una respiración acelerada y mirándome preocupada.

—Sí —respondí, serio y pensativo.

—Chaval, has tenido agallas al enfrentarte a este tipo, yo nunca le hubiera plantado cara. Por suerte la pistola de este chorizo debe de ser de fogueo; de lo contrario no estarías en pie —comentó el dependiente acercándose a mí.

—Solo lo he hecho para proteger a mi amiga —repliqué—. ¿Te importa si nos marchamos? —le pregunté sin dirigirle la mirada.

El dependiente se quedó con cara reflexiva unos segundos, hasta volver a hablar…

—Tendríais que esperar a que llegara la policía…, pero…, qué demonios, debéis de estar asustados, y ya es suficiente por lo que habéis pasado esta noche. Además, puede que me hayas salvado la vida… Así que podéis marcharos. Yo ya me encargaré de todo, no te preocupes por la cristalera, que ya la pagará el seguro.

Mientras nos acercábamos a la salida con visibles rasgos de inquietud, Anna me cogió la mano como gesto evidente de apoyo. Justo cuando ya estábamos a punto de cruzar la puerta, escuchamos un comentario del dependiente:

—Lo curioso es que en el momento en que el chorizo ha sacado el arma, he mirado la pantalla de las cámaras de videovigilancia, y he visto que había interferencias; no se debe haber grabado nada... —comentó el dependiente con cara de extrañeza.

Al oír eso, una teoría penetró en mi mente…

«¿Podría haber sido que al usar mi poder urkiano, hubiera provocado yo dichas interferencias en las cámaras de videovigilancia?».

Eso eran detalles que tendría que ir descubriendo por mí mismo.

Salimos de la tienda a paso ligero, y pudimos apreciar que todavía estaba el atracador en el suelo inconsciente; bañado en un charco de cristales rotos. Unos metros antes de llegar al coche, Anna se detuvo bruscamente, la miré y contemplé que tenía los ojos llorosos con una expresión de emoción evidente.

—Anna… ¿Estás bien? —pregunté preocupado.

—Te has puesto en medio de la trayectoria de una bala para protegerme y salvarme… —afirmó Anna mientras derramaba una lágrima.

—Sí… es que yo…

—Nunca nadie se había arriesgado tanto por mí —añadió interrumpiéndome, mientras continuaba llorando.

—Es que yo…, Anna…, te quiero desde el primer día que te conocí —le dije emocionado, mientras le limpiaba dócilmente las lágrimas con el dedo pulgar.

En ese instante, Anna dirigió su lacrimosa y sensible mirada hacia mí, posó lentamente sus dos manos en mi cuello, acercó suavemente sus preciosos labios rojos a los míos, y me dio un beso de esos que son infinitos, de esos que desearías que fueran eternos. Mientras nos besábamos, notaba cómo sus dos brazos se deslizaban por mi cuerpo abrazándome suavemente; y yo le respondía con el mismo gesto. En el momento que terminó este inigualable beso, nos quedamos embobados mirándonos unos segundos.

—Anna, tendríamos que irnos —le manifesté, mientras le acariciaba cariñosamente una mejilla con la mano.

—Sí, tienes razón.

Nos subimos en el coche, arranqué el motor y nos fuimos. Al adentrarnos en las profundidades de la ciudad de Barcelona, se cruzaron con nosotros varias patrullas de la policía, que iban con las sirenas encendidas y a toda velocidad; seguramente dirigiéndose al lugar del atraco. Posteriormente, Anna no tardó en curiosear por lo que había sucedido…

—Marc, ¿sabes qué sensación he tenido?

—¿Cómo? ¿A qué te refieres? —pregunté intrigado, mientras conducía.

—Te vas a pensar que me he vuelto loca, pero justo cuando has golpeado al atracador, antes de girarte, me ha parecido ver reflejado en una de las cristaleras que tus ojos brillaban de color verde. Pero curiosamente cuando me has mirado tenían tu color natural. Seguramente debía ser algún reflejo de alguna luz de la gasolinera —reveló Anna con cara de extrañeza.

—Sí… probablemente —respondí con cara de circunstancias.

Llegamos al cautivante centro de la ciudad de Barcelona, hasta situarnos delante del portal del garaje.

—¿Te apetece venir esta noche a mi piso? Te recuerdo que Mery no está —me propuso Anna, guiñándome el ojo con una mirada traviesa.

La verdad es que pasar la noche con la chica de mis sueños era una idea muy apetecible… ¿Y cómo negarse ante tal proposición?

—Vale, me apetece muchísimo —respondí, mientras le cogía la mano.

Mientras salíamos del garaje para dirigirnos al piso de Anna, quise enviarles un mensaje a mis padres para evitarles preocupaciones, tal y como les había prometido.

Llegamos a la entrada del bloque de Anna, subimos las escaleras entre sonrisas y miradas tiernas, hasta llegar al portal de su piso e introducirnos en él. Una vez dentro nos dirigimos a la sala de estar y me acomodé en el sofá.

—¿Qué te apetece para beber? —preguntó Anna sonriendo.

—Sorpréndeme… —dije mientras Anna se proponía servir unas copas.

—Vaya nochecita hemos pasado, ¿eh? Ha sido muy bonita, pero vivir ese atraco a la gasolinera… ha sido un poco surrealista —reseñó Anna, mientras estaba de espaldas preparando las copas para servirlas.

—Sí… la verdad es que sí —afirmé yo, en medio de un suspiro.

—Bueno, ha sido toda una experiencia, como una aventura. Lo que no sabía… era que tenías esas virtudes de luchador. ¿Dónde aprendiste a luchar así? —curioseó Anna, mientras se acercaba con las copas en las manos.

—Es una larga historia… —dije dudoso.

—Por otro lado… aunque cuando el atracador ha sacado el arma, yo me he girado porque estaba asustada, y no lo he visto bien… me ha dado la sensación de que te has movido muy rápido —resaltó Anna extrañada.

—No sé…, debe de haber sido por el sobresalto…, pero mejor hablamos de otra cosa, ¿no? —contesté intentando eludir cualquier explicación.

—Uy…, otra vez los misterios del señor Marc. Bueno, algún día ya me lo explicarás…

—Sí… ya te lo explicaré más adelante. Lo que sucede es que quiero olvidar un poco lo del atraco. No ha sido nada agradable para mí… Además, es nuestra primera noche juntos, quiero que sea perfecta, y hablar de otros temas más interesantes. Si a ti no te importa, claro —le dije.

—Lo sé, cariño, no ha sido agradable para ti. Te entiendo. Para mí también ha sido una situación difícil —agregó Anna mientras se acercaba para darme un beso de ánimo, juntamente con un abrazo—. Pero, Marc, a veces es bueno contar las cosas que te dan temor y respeto a la gente que quieres. Ya sabes que si algún día quieres hablar de ello, siempre me tendrás a tu lado para escucharte —añadió.

—Gracias, Anna; eres un encanto —dije mientras la besaba.

Me fue imposible volver a mentir a Anna, por eso esta vez solo evadí la respuesta. Me era difícil engañarla otra vez, después de lo que había sucedido entre ella y yo; porque si lo hubiera hecho, no hubiera sido honesto conmigo mismo. Pero al tener esa sensación, un gran oasis de temores inundaba mi mente, tenía que procurar a toda costa que nadie más me viera utilizando los poderes urkianos. Ya que ellos me habían recalcado que ningún ser humano podía saber la verdad, por eso únicamente debía usar los poderes en caso de mucha necesidad. Aparte, tampoco sabía cómo podría reaccionar Anna; y eso aún me daba más temor, por su bienestar, y por miedo a perderla.

Estuvimos conversando hasta altas horas de la perdida madrugada, dialogando sobre el futuro, la vida, los amigos… Los minutos parecían segundos, las horas se desvanecían sin darnos cuenta. Fue una de esas conversaciones en las que conectas totalmente, y te llenas de paz y armonía.

—¿Nos vamos a la cama? Que hoy ha sido un día muy largo… —propuso Anna mientras se levantaba del sofá.

—Tienes razón. Pues… yo… ya me voy a casa —dije dudoso, sin atreverme a manifestarle que lo que más deseaba en ese momento, era quedarme con ella.

—No seas tonto, Marc, venga, ven a dormir conmigo… —replicó cariñosamente con una tierna insinuación.

Nos dirigimos a la habitación de Anna. Una vez allí, nos desnudamos tímidamente, quedándonos solo con las prendas de ropa interior. Nos acostamos retraídamente, y permanecimos mirándonos unos segundos. Hasta el punto en que Anna acercó su precioso rostro al mío, y empezó a besarme… Lentamente puede notar cómo sus manos me abrazaban, y su cuerpo se acercaba cada vez más al mío rodeándolo con el suyo. Estuvimos haciendo el amor hasta el amanecer, y cuando la luz del sol empezaba a curiosear entre las ranuras de la persiana de la habitación, Anna se quedó dormida reposando su cabeza encima de mi pecho. Con una radiante cara de bienestar, permanecí un rato embobado observando el techo de la habitación, luego empecé a cerrar los ojos, mientras saboreaba una felicidad en mi interior que jamás había sentido, cayendo en un plácido sueño.