Capítulo 2 - Lo que cambió mi vida
Hola, mi nombre es Marc Kionaru, y vivo en la ciudad de Barcelona. Sí… lo sé… mi primer apellido es un poco extravagante; de hecho casualmente proviene de mi abuelo Tom, por parte materna. Cuando yo nací, mi madre insistió mucho en ponérmelo como primer apellido, y mi padre accedió caballerosamente a ello, porque si no el nombre se hubiera perdido.
Mi vida siempre había sido como la de cualquier persona normal y corriente, hasta que un día tuvo lugar un acontecimiento, que lo cambió todo por completo…
Este suceso llegó cuando yo tenía veinte años, el 1 de agosto de 2014. Ese día fuimos con un grupo de amigos a una playa de las afueras de la ciudad de Barcelona, lo normal que pueden hacer unos chicos veinteañeros un viernes: intentar disfrutar un poco de la vida y de la juventud. Después de dar un paseo por el puerto admirando el paisaje marítimo, fuimos a cenar a un restaurante que estaba cerca del arenal de la playa; no obstante, desde el comedor no se podía apreciar el mar. Allí estábamos Anna, Pol, Mery, Jordi, Sandra y yo. Disfrutábamos de una velada divertida, llena de conversaciones interesantes, cada uno explicando sus planes de futuro. Gozando de la típica noche que hace en verano por estas tierras, con un clima agradable y la aromática brisa marina que se filtraba por alguna ventana del restaurante.
Todo empezó, cuando yo estaba saboreando un delicioso helado de limón en los postres. Mientras estaba degustando ese exquisito manjar, Anna nos estaba dando una noticia de su futuro…
—¡Chicos…! ¡Tengo que daros una noticia importante…! He decidido que de cara el año que viene, me iré a vivir a Girona.
—¿Cómo? Esto no me lo esperaba, Anna… —dijo Mery ante la sorpresa de todo el grupo.
—Mery…, ¿Tú no lo sabías siendo su compañera de piso? —preguntó Sandra extrañada.
—No… —respondió.
—A ver…, calma, chicos, ya sabéis que Girona es mi ciudad favorita, donde pasé los mejores años de mi infancia. Ahora me ha salido una buena oportunidad para ir a vivir allí, y hoy, que estamos todos, he pensado que era un buen momento para dar la noticia —dijo Anna.
—¿Ahora qué? Si te vas, ya no podremos vernos tan a menudo —dije yo.
—Bueno…, ya me vendréis a ver… tampoco está tan lejos Girona —añadió Anna.
—Pues tendré que empezar a buscarme otra compañera de piso —resaltó Mery.
—Yo he pensado que es una buena oportunidad para dar un paso a delante en tu relación de pareja con Pol, y que se vaya a vivir contigo —expresó Anna.
—Uy, no vayas tan rápido… —dijo Pol con cara de circunstancias.
—Siempre que a Pol le sale algo serio de compromiso, se echa para atrás —dijo Sandra con tono de burla, provocando risas en todo el grupo.
—Pues propongo un brindis por estos planes de futuro de Anna —dijo Jordi, levantándose de la mesa con el vaso—. Esperemos que esta nueva etapa en tu vida te vaya muy bien. Te vamos a echar mucho de menos. ¡Salud! ¡Por Anna! —añadió mientras todos se levantaban.
—¡Salud! ¡Por Anna! —repetimos todos a la vez mientras brindábamos.
Ciertamente, esa noticia no me gustó mucho, por la razón de tener a una de mis mejores amigas un poco más lejos de lo normal, y no poder verla tan a menudo como de costumbre. Ya que a Anna siempre le había tenido un cariño muy especial, debido a que mis sentimientos hacia ella, iban más allá que la de cualquier amistad. Sin embargo, me alegró mucho saber que tenía estos bonitos planes de futuro.
Fue en el instante que nos sentamos, justo después de realizar aquel brindis, cuando una extraña sensación se apoderó de mí. Tuve la extraña percepción, necesidad e intuición de que tenía que salir de allí para ir a la playa. Al principio intenté ignorar ese presentimiento y seguí disfrutando de la noche con mis amigos. Pero esa sensación cada vez se apoderaba más de mí, tenía esa necesidad como si fuera algo muy importante, como si algo me llamara a hacer eso. Hasta el punto de que Anna notó algo extraño en mí…
—Marc, ¿te encuentras bien? Estás un poco pálido… —preguntó Anna preocupada.
—Sí, tranquila…, estoy bien —respondí intentando disimular.
Pasados unos minutos, algunos de mis amigos ya estaban tomándose un café o una copa, y yo cada vez sentía que esa sensación aumentaba más en mi interior; esa necesidad de salir a la playa… No sabía ni por qué ni qué me esperaba allí fuera. Fue en ese momento, cuando una desconocida voz se comunicó en mi mente: «Marc, no tengas miedo… déjate llevar por este impulso. ¡Te necesitamos!».
Yo confundido pensé que alguno de mis amigos me había hablado.
—¿Perdona? ¿Cómo dices? —pregunté con cara de pasmo.
Mis amigos me miraron con rostros de preocupación, y no tardaron en interesarse por mí.
—Marc, ¿seguro que estás bien? —volvió a preguntar Anna extrañada.
Era evidente que no estaba bien. Aunque esa sensación, ese impulso de salir, esa voz que me habló, no me daba malas percepciones como si fuera algo malo. De hecho, era justo lo contrario, me daba la sensación de que era algo bueno, y esa tranquilidad de que era algo bueno todavía potenciaba más el impulso de salir a la playa, para a acudir a esa enigmática llamada.
—Sí… estoy bien. Pero voy a tomar un poco el aire —respondí con claros síntomas de nerviosismo.
—Ya te acompaño, Marc —añadió Anna, mientras todos me observaban preocupados.
—No hace falta… solamente necesito tomar el aire y dar un paseo yo solo. Ahora vuelvo —repliqué inquieto.
Salí con prisas del restaurante, mientras de fondo escuchaba un comentario de Anna:
—¿Sabéis lo que le pasa a Marc? —preguntó.
—Debe de estar afectado porque te vas a vivir a Girona —respondió Pol, delante del rostro de preocupación de Anna.
Nada más salir del restaurante, me dirigí directo a la playa, parecía que las piernas me andaban solas, como si llevara un piloto automático. A pesar de esto, yo era totalmente consciente de mis movimientos y los controlaba. Aun así, me dejaba llevar por este misterioso impulso; era como si mi cuerpo y mi mente supieran el sitio exacto donde debía acudir. Solo con llegar a la playa y pisar la arena, me embriagó una perfumada brisa marina; me fijé que no estaba solo, había varios grupos de gente sentados en el arenal, lo normal en una noche veraniega. Casi sin darme cuenta, andando apresuradamente, llegué donde estaba la zona más rocosa de la playa, quedándome en la punta de la roca del extremo de un acantilado. Fue en ese preciso instante, cuando esa sensación, esa intuición de ir a ese sitio, se desvaneció, y sentí una enorme tranquilidad y paz en mi interior. Permanecí unos minutos observando el cielo, contemplando toda su magnificencia; recuerdo que hacía una noche preciosa y se podían observar perfectamente las estrellas del firmamento.
Mientras miraba las estrellas, suspirando de tranquilidad porque hubiera desaparecido esa inquietante sensación, me fijé que había una luz verde entre ellas, que parecía que se desplazaba de una forma muy peculiar. Me quedé perplejo contemplándola, y curiosamente tuve la impresión de que cada vez estaba más cerca. Llegó un momento en que, sin darme cuenta, ya la tenía justo encima de mi cabeza. En ese mismo segundo, percibí que era un vehículo parecido a una nave. Era de forma circular, de un gran tamaño; unos cincuenta metros, la textura de la carcasa era lisa, de color plateada, y toda ella estaba envuelta de una fuerte luz verde. Deduje que con los movimientos y maniobras que había hecho, para llegar hasta unos cuantos metros encima de mí, esa tecnología no era de este planeta, debido a que no hay ningún avión ni vehículo aéreo de este mundo que pueda hacer este tipo de maniobras.
Unos segundos después de estar observando con todo mi asombro la nave, escuché un ruido aturdidor que me hizo perder el conocimiento por completo.
Estaba yaciendo desfallecido en una especie de camilla luminosa de color azul, en el interior de la misteriosa nave. Lo siguiente que recuerdo es que la misma voz que me había hablado una hora antes en el restaurante volvió a dialogar conmigo para que me despertara y saliera del estado inconsciente:
—Despierta, Marc…, tranquilo, estás a salvo.
Empecé a reaccionar lentamente, aún muy desorientado y con los sentidos aturdidos. Primero empecé a mover las manos, luego los brazos, y mientras abría los ojos pausadamente, empecé a observar detenidamente la habitación donde me encontraba. Era un habitáculo de dimensiones pequeñas, donde tenía la impresión de que podía ser recorrido tan solo con cuatro pasos. La altura del techo llegaba aproximadamente a los tres metros y medio. El suelo, las paredes y el techo eran de color plateado. No se podía apreciar ningún ángulo, todas las esquinas de las paredes acababan en punto redondo. Justo en la pared de al lado contrario donde yo estaba situado, se podía contemplar una puerta rectangular de unos tres metros de altura, que también era de color plateada. Sin embargo, era un tono más claro, y aunque carecía de picaporte, se podía distinguir fácilmente que era una puerta. La luz era de color azulada, era muy intensa, pero agradable. Extrañamente no se diferenciaba ningún punto de luz, ni ninguna lámpara, simplemente la luz estaba allí y se repartía por todo el aposento.
Me fui despertando paulatinamente, estaba muy confundido, en realidad no sabía ni dónde me encontraba ni qué me había sucedido.
Luego, pasados unos minutos, intentando esclarecer mi mente y recuperar la lucidez, me vino la imagen de lo último que había visto antes de quedarme inconsciente…, rememoré la estampa de la misteriosa nave. Un estado de preocupación y de ansiedad empezó a apoderarse de mí, haciéndome múltiples preguntas a mí mismo: «¿Pero dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Qué quieren de mí?».
Sin lugar a duda, intuía que me encontraba a bordo de una nave de otro mundo. Aunque desconocía sus intenciones, sabía que la voz que me había hablado unos minutos atrás tenía un mensaje bueno. Eso eliminaba cierto grado de preocupación, y me aportaba tranquilidad. Pero era inevitable que tuviera un evidente estado de inquietud, por todo lo sucedido, y por saber que, seguramente, los seres que tripulaban esa nave no eran de este planeta.
Todavía estaba medio desorientado, acostado en esa especie de camilla resplandeciente, cuando de repente, la misteriosa puerta se abrió automáticamente hacia un lado, introduciéndose sutilmente dentro de la pared; igual que una puerta corrediza. En ese instante, mi corazón se empezó a acelerar, y cada vez aumentaba más la incógnita de lo que iba a suceder. Pero en breve, se iban a desvelar todas las respuestas de las preguntas que me había estado haciendo a mí mismo.
Mientras ojeaba la puerta que se acababa de abrir, pude apreciar que la habitación de al lado también estaba iluminada con la misma luz azulada tan agradable que predominaba en todo el habitáculo. Entre tanto distinguí, en medio del resplandor, una enorme figura humana que se disponía a cruzar la puerta. Justo al sobrepasarla, se desveló todo su rostro. Indudablemente la apariencia era idéntica al de un ser humano, y una pregunta empezó a irrumpir mi pensamiento: «¿Son humanos los tripulantes de esta insólita nave?». Con toda seguridad, tendría la respuesta de manera inminente.
A medida que ese ser se iba aproximando, empecé a analizar detalladamente toda su anatomía. Percibí que el pelo de la cabeza era rubio y corto, sus ojos resaltaban con un color verdoso intenso muy extraño, la piel como de porcelana, blanca y casi perfecta, como si fuera la piel de un recién nacido. No se podía distinguir ni pelo ni cicatriz alguna en su cutis, y lo más llamativo es que estaba mirándome fijamente mientras sonreía. No era una sonrisa de burla ni de prepotencia, era una sonrisa amigable, que inspiraba total confianza. Destacaba la enorme envergadura que tenía su cuerpo, sobrepasando los dos metros de altura, y las manos grandes a proporción con su gran extensión. Llevaba un vestido de color verde claro que le cubría todo el cuerpo, hasta llegarle al cuello, las muñecas y los tobillos. El tacto del vestido a simple vista parecía como de terciopelo; curiosamente, en el centro del pecho, lucía un inusual símbolo, en cuyo interior había como tres medias lunas que se entrecruzaban, rodeadas con una especie de remolino verde. Los zapatos eran completamente negros, parecidos a unas deportivas, con la textura lisa y sin cordón alguno.
Llegado el momento de la verdad, ese ser se detuvo a medio metro de mí, mirándome con su inquietante sonrisa amigable. Al principio me infundía un poco de respeto, y me era difícil aguantarle la mirada. Pero entre la incertidumbre, nuevamente escuché una voz que me habló:
—Hola, Marc, tranquilo, aquí estás a salvo. Hace tiempo que te estábamos buscando…
Mientras escuchaba esta voz, levanté la mirada apresuradamente, y observé fijamente el rostro del ser que acababa de entrar en el habitáculo. Me percaté de que esa voz no procedía de él, ya que tenía los labios estáticos, y continuaba mirándome con su peculiar sonrisa. Pero la voz seguía comunicándose…
—Con la grandeza que tiene nuestro maravilloso universo, con los siglos y los milenios, hemos aprendido a coexistir y ayudarnos los unos a los otros. Y tú eres una pieza fundamental para ayudar a tu planeta.
Me quedé perplejo al escuchar el contenido del mensaje que acababa de desvelar esa inquietante voz. Por fin se habían revelado algunas de las preguntas que me estaba haciendo desde que había recobrado el conocimiento. Lo que estaba claro es que los tripulantes de esta misteriosa nave eran de otro mundo, y decían que habían estado buscando a alguien como yo para ayudar al planeta Tierra…
—¿Pero por qué? ¿Qué tengo yo de especial? ¿Qué tengo yo de diferente a cualquier otro ser humano? ¿Por qué yo? ¿Y qué le sucede al planeta Tierra…?
Un mar de dudas y de preguntas ahogaba de nuevo mis pensamientos… Y no podía dar crédito a todo lo que me estaba sucediendo.
Permanecí unos segundos contemplando a ese ser con cara de circunstancias, hasta el punto en el que ese individuo alargó el brazo, lo puso encima de mi hombro, y la misma voz volvió a reincidir en mi cabeza…
—Acompáñame, por favor…, y sabrás todas las respuestas.
Nuevamente observé que esa voz no procedía de ese sujeto, ya que otra vez lo estaba mirando fijamente, y en ningún momento movió los labios; él seguía con su afable sonrisa.
Me aventuré a levantarme de esa especie de cama lumínica, para proceder a seguir a ese individuo, que supuestamente era de otro planeta y así desvelar todas las dudas que mi mente albergaba. Me alcé y la luz azul que componía la cama se desvaneció, quedándose una especie de óvalo negro en el suelo. Me di cuenta de que ya se me había desvanecido todo el aturdimiento y el malestar que tenía anteriormente. En realidad me sentía perfecto, incluso con más energía de lo normal. El individuo que tenía justo delante de mí desde hacía unos minutos, al contemplar que me levantaba, aumentó su sonrisa de simpatía, aportándome aún más confianza y seguridad. Cuando yo ya estaba en pie, se giró, empezó a andar muy despacio, y de repente volví a percibir la misma voz…
—Sígueme, por favor.
Cada vez tenía más la sensación de que esa alarmante voz que se colaba en mi mente procedía de ese misterioso individuo.
Sin vacilar, empecé a seguirlo… Decidido, crucé el umbral de la habitación, justo al sobrepasarlo me introduje en una especie de pasadizo lleno de puertas. Las paredes, el techo, el suelo, incluso las puertas, eran idénticas a las de la habitación que acababa de dejar atrás. Yo estaba justo detrás de ese ser, que mientras andaba con lentitud tenía el brazo hacia arriba e iba haciéndome gestos con la mano para que le siguiera. Pude observar que al final del pasadizo había una puerta que estaba abierta, donde abundaba la misma luz azulada; y nosotros nos dirigíamos directos hacia ella. Anduvimos todo el pasaje hasta llegar a esa puerta, cruzamos la abertura, y al entrar en esa habitación, me sorprendí al ver que allí se hallaban cinco seres parecidos al mismo que había acudido a buscarme. Curiosamente, todos con las mismas características: pelo rubio, ojos de color verde intenso y gran envergadura. A primera vista calculé que el más alto llegaba a los dos metros y medio de altura. La única diferencia que noté entre ellos fue el color de la piel: había dos que tenían la piel más amarillenta, como de color canela. Iban vestidos exactamente iguales, y lo más curioso era que todos llevaban el mismo inusual símbolo en el pecho.
Cuando entré en la sala, todos los seres dirigieron la mirada hacia mí de forma amistosa. Empecé a analizar minuciosamente el aposento donde me encontraba con estos curiosos especímenes. Era un habitáculo de grandes dimensiones, donde predominaba la misma luz azulada, y todas las paredes eran exactamente iguales que las anteriores. Sin embargo, en el fondo de todo, se podían observar lo que parecían tres ventanales cuadrados de proporciones medianas. Curiosamente carecían de cristal, era como si la pared fuera transparente, y a través de los cuadrados se podía ojear el exterior. Me maravillé al ver que detrás de ellos se contemplaba lo que parecía la luna. Me quedé conmovido delante de la magnificencia de esta imagen lunar, no tenía palabras para describir lo precioso y sobrecogedor que era este paisaje. Justo delante de los ventanales, se podía admirar lo que parecían varios hologramas multicolores. Deduje que desde allí debía de ser donde tenían los controles de la misteriosa nave. Delante de los hologramas había tres redondas negras en el suelo, de aproximadamente un metro, y exactamente en el centro del habitáculo se encontraban ocho redondas más idénticas a las otras, distribuidas de forma circular una al lado de la otra. También pude observar que unos tres o cuatro metros al costado de la entrada de donde provenía había otra puerta similar a las demás.
Después de haber analizado el habitáculo durante unos segundos, y de cruzar miradas con estos misteriosos seres, uno se acercó a mí pausadamente, puso su considerable mano encima de mi hombro, como si quisiera saludarme, y seguidamente otra voz penetró en mi mente…
—Hola, Marc, mi nombre es Ribix, no te asombres si no nos percibes hablar. Debido a que no conocemos tu lenguaje, nos expresamos contigo mentalmente, a través de nuestra percepción extrasensorial; el idioma universal que entienden todos los seres vivos de este universo.
Me asombré al recibir este mensaje... Tampoco entendía mucho qué quería decir esto de comunicarse extrasensorialmente. Pero me dio la impresión de que era como comunicarse telepáticamente. Por fin una de mis preguntas había sido revelada, y ahora ya sabía que las voces que escuchaba procedían de ellos.
Posteriormente se acercó a mí el ser que me había guiado hasta allí, también puso su mano en mi hombro, y se presentó de la misma forma…
—Encantado, Marc, mi nombre es Mordix. Teníamos muchas ganas de conocerte.
Ante mi asombro, consecutivamente uno por uno, cada tripulante que se hallaba allí se iba presentando a mí ordenadamente. Al igual que los dos primeros, ponían su mano en mi hombro, comunicándose de esa forma tan singular, pero de forma muy breve.
—Encantado, Marc, me llamó Surox.
—Encantada, Marc, mi nombre es Sorinax.
—Encantada, Marc, soy Amirax.
Pude apreciar que Surox y Sorinax eran los seres que, a diferencia de los otros, tenían el color de la piel más amarillenta, y esta última, al igual que Amirax, era del sexo femenino de su especie. Aunque también llevaban el pelo rubio y corto, como los otros, se podía distinguir fácilmente, debido a que tenían las mismas diferencias físicas que hay entre cualquier hombre o mujer humana.
Sin duda, eran impresionantes las similitudes y parecidos corporales que tenían estos especímenes con la raza humana. Lo único un poco diferente era el intenso color verdoso de sus ojos, y la enorme envergadura de su cuerpo. Incluso Sorinax y Amirax, siendo entre ellos los seres de menor estatura, calculé que estaban al límite de llegar a los dos metros de altura.
Una vez hechas todas las presentaciones, el que se había presentado como Ribix se acercó de nuevo y continuó comunicándose conmigo…
—Marc, sé que te debes estar haciendo muchas preguntas, y ahora llegó el momento de hallar las respuestas. Pero en primer lugar te voy a pedir permiso para estimular tu percepción extrasensorial, y así será más factible que te comuniques con nosotros. Si estás de acuerdo en que proceda a hacerlo, haz un movimiento con la mano.
Cada mensaje que recibía me dejaba más desconcertado. No me imaginaba que los seres humanos también podíamos comunicarnos de esta forma, ni que ellos podían otorgarme esta cualidad.
Dudoso y un poco atemorizado, pero con ganas de desvelar todas las preguntas que mi mente cobijaba, levanté la mano tímidamente. A Ribix, al verlo, se le borró la sonrisa que tenía implantada, por un rostro de concentración absoluto, y se acercó sosegadamente hasta situarse a dos palmos delante de mí. Posteriormente alzó la mano y la puso encima de mi cabeza, con claras expresiones de nerviosismo por mi parte.
—Tranquilízate, Marc, no vas a sentir ningún dolor, al contrario, te va a ser muy placentero —dijo Ribix mientras me observaba concentrado, ante la atenta mirada de todos los tripulantes de la nave.
Inmediatamente, los ojos de Ribix se encendieron con un color verdoso mucho más resplandeciente de lo que había visto hasta el momento en ellos. Pude notar cómo sus dedos presionaban mi cráneo, y consecutivamente de su mano salía una intensa luz verde que iluminó toda mi cabeza. Como había vaticinado, no sentí ningún dolor, sino al contrario, tuve una agradable sensación de bienestar. Pasados unos segundos, la luz se disipó y sus ojos volvieron a la normalidad.
—Ahora si quieres ya puedes comunicarte con nosotros —dijo Ribix mientras apartaba su enorme mano de mi cabeza.
Entusiasmado y ansioso por conversar con ellos, y poder esclarecer todo este embrollo, accedí a intentar comunicarme con Ribix. Me quedé mirándolo fijamente con cara de concentración; al contemplarlo me percaté que se le dibujaba una pequeña sonrisa. No sabía ni cómo hacerlo ni cómo tenía que proceder para conseguir parlamentar con él, pero de repente escuché otro mensaje suyo:
—Marc, a veces las cosas que parecen más difíciles se logran de la forma más simple y sencilla. Cierra los ojos, nota mi presencia y háblame —recalcó Ribix.
Cerré los ojos, tal y como me había sugerido, y seguidamente percibí no solo la presencia de Ribix, sino también la de todos los tripulantes de esa misteriosa nave. Visualmente no observaba a nadie, pero sabía con exactitud dónde estaba situado cada uno de ellos. Aún con todo el asombro, procedí a enviarle mi primer mensaje extrasensorial. Me concentré con su presencia mental y su situación, y prácticamente sin saber cómo lo había hecho, instintivamente, le formulé la primera pregunta que se me cruzó por la cabeza:
—¿Todos los humanos tenemos esta habilidad? —pregunté.
—Sí… Lo que sucede es que todavía no habéis aprendido a usarla, y la tenéis muy poco desarrollada; por eso te la he estimulado. Tu civilización tiene tantas cosas que aprender… Os hemos estado observando desde el principio de vuestros tiempos, hemos visto todas las barbaridades que habéis llegado a hacer, pero también hemos visto que sois capaces de las cosas más bonitas —respondió Ribix.
No me lo podía creer, me acababa de comunicar con un ser de otro mundo. Estaba igual de desconcertado tanto por su respuesta como por la forma con que había conversado con él.
Inmediatamente me fijé en que, por segunda vez en el rostro de Ribix, se desvanecía la sonrisa tan agradable que me ofrecía desde que había llegado. Y sin darme tiempo a formularle la siguiente pregunta, volvió a comunicarse conmigo:
—Marc, para desvelarte lo que te voy a decir, sería bueno que nos acomodáramos.
Quedé confuso, ya que en este habitáculo no se podía apreciar ninguna silla o butaca. Pero a estas alturas ya no había nada que pudiera sorprenderme.
Ribix se giró y, junto con los demás tripulantes, se dirigió a esas redondas de color negro que había en el suelo. De repente, se asentaron todos encima de ellas, quedándose posados a un metro de la redonda, suspendidos encima de una potente luz azul. Era como si hubiera un sillón invisible, lo único que allí no había nada, solo la luz.
Permanecí inmovilizado, mirando a toda la tripulación con cara de pasmo. Delante de mi indecisión, Ribix intentó hacerme reaccionar y me señaló con la mano el círculo que había delante de él.
—Siéntate si quieres, Marc —propuso Ribix.
—Sí, gracias —respondí, mientras toda la tripulación me obsequiaba con una agradable sonrisa.
Me dirigí para acomodarme, tal y como había visto que habían hecho ellos. Me asenté, y en el momento en que me dejé caer encima de la redonda negra, escuché un pequeño silbido que provenía de ella. Como había sucedido con ellos, me quedé suspendido y sentado encima de esa intensa luz, y en ese momento desapareció ese curioso silbido. Eso no era ninguna butaca, pero si lo hubiera sido, puedo afirmar que sería la butaca más cómoda que nunca había probado.
Estaba posado en ese inaudito asiento, justo delante de Ribix. A continuación, dirigí mi mirada hacia él, y le volvió a desaparecer esa jovial sonrisa con la que me estaba contemplando constantemente. Eso me hacía intuir que lo que iba a decirme a continuación era algo de suma importancia. Sin dudarlo un segundo más, Ribix empezó a comunicarse de nuevo…
—Marc, nosotros provenimos de una galaxia muy alejada a la vuestra. Nuestra raza tiene habitados múltiples planetas en varias galaxias, y gozamos de civilizaciones amigas por todo el espacio. Somos originarios del planeta Urko y, por lo que sabemos, nuestra especie es la civilización inteligente más antigua del universo. Los principios de nuestra cultura son la paz y el bienestar de todas las civilizaciones que existen. Más de una vez hemos enviado urkianos a la Tierra para que convivieran y analizaran cómo es vuestra civilización, y así plantearnos en el futuro ofreceros nuestra amistad y todos los conocimientos de nuestro pueblo. Pero los resultados no fueron satisfactorios. Estáis muy poco evolucionados, en vuestras vidas aún predomina mucho la violencia y la delincuencia. Pensamos que todavía no estáis preparados, y que os queda mucho camino para recorrer —relató Ribix con seriedad.
Me quedé pensativo, y a la vez sobrecogido… Mi mente no podía evitar plantearse unas preguntas.
—¿Por qué habéis venido a buscarme a mí? ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? —pregunté confundido.
—Como bien sabes, en tu planeta hay personas malas, a las que les gusta la violencia, el terrorismo, la delincuencia, la guerra… Todas las cosas malas que te puedas imaginar. Pues con las infinitas civilizaciones que hay en el universo, pasa exactamente lo mismo, Marc. No todas las razas inteligentes son como la nuestra, existen algunas que llevan la maldad en su interior, formando parte de su naturaleza, y son temidas en todo el universo. Su maldad es tan grande que únicamente se dedican a invadir y destruir planetas, para luego apropiarse de ellos, sin temor a exterminar a cualquier especie que se ponga en medio de sus objetivos. Los urkianos llevamos luchando y defendiendo la paz universal desde hace muchos milenios. Siempre ayudamos a civilizaciones débiles y poco evolucionadas como la tuya. Aunque sabemos que hay personas malas en tu planeta, también sabemos que hay muchas personas buenas y pacíficas, y estamos convencidos de que con el paso de siglos, tu raza acabara siendo una civilización totalmente pacifica, como la nuestra. Por eso vale la pena luchar por vuestra supervivencia —relató Ribix dramáticamente.
Permanecí pensativo unos segundos, observando a Ribix con cara de extrañeza…
—Entiendo lo que me estás intentando decir, pero yo no puedo hacer nada, yo en mi civilización no soy nadie importante. Con todos los respetos, eso tendríais que hablar con los gobiernos y autoridades de mi planeta; además, si dices que dentro de unos siglos seremos totalmente pacíficos, solo tenéis que esperar a que llegue ese momento —repliqué.
Hubo unos instantes en que me sentí como un embajador del planeta Tierra. No comprendía qué papel tenía yo en todo esto que me estaba planteando Ribix. Pero unos silenciosos segundos después, me replicó respetuosamente…
—En el momento en que has subido en nuestra nave, te has convertido en el ser más importante de tu planeta, y te voy a explicar con todo detalle todo lo que necesitas saber para que lo entiendas.
Se me proyectó un rostro de misterio, deseoso de escuchar todo el enigma que tenía que revelarme, y así desvelar de una vez por todas cuál era mi papel en todo esto que me estaba expresando; Ribix no se hizo esperar y siguió comunicándose…
—Cómo te decía, no todas las civilizaciones son buenas; existen algunas malas, que no quieren entrar en razón, para que predomine la paz universal que nosotros tanto deseamos. Hace un tiempo detectamos que una de estas civilizaciones, conocida como los rigots, estaba invadiendo planetas de vuestra galaxia, y nos pusimos en marcha para defender todos los astros que pudimos. Por suerte, vuestro planeta se encuentra en un sector de la galaxia que está poco poblada por vida inteligente, y creemos que esta zona está alejada de su interés. Pero desde hace un tiempo hemos detectado que los rigots se están acercando cada vez más a vuestro sistema solar. Así que, por precaución, hemos decidido empezar a actuar en tu planeta para defenderlo. Puede que los rigots nunca vengan a atacaros, o puede que sí, no lo sabemos…, pero cualquier precaución es poca. —Ribix me observó con cara seria y de preocupación, y de repente bajó la mirada—. Marc, los rigots son muy peligrosos, nosotros no hemos podido defender con éxito todos los planetas que han invadido. Ten en cuenta que si vinieran a la Tierra, y no tuvierais nuestra ayuda, en cuestión de horas arrasarían vuestro planeta y aniquilarían la raza humana —dijo Ribix con un rostro de angustia.
Un evidente aspecto de preocupación se apoderó de mí, por todo lo que me acababa de relatar, pero todavía sin entender qué papel tenía yo en todo este embrollo.
—El procedimiento habitual que los urkianos ejecutamos en estos casos es asignar un protector que sea de la misma civilización del planeta amenazado, para que lo proteja. Ese protector tendrá contacto permanente con nosotros, y poseerá las habilidades necesarias para defender el astro con plenas garantías. Para realizar eso, es necesario aplicar una alteración genética en el individuo elegido. Marc, llevamos rastreando la Tierra desde hace un tiempo, y por motivos que de momento no te puedo desvelar, tú eres el candidato perfecto para ser nuestro elegido a convertirte en el protector de tu planeta. Pero necesitamos tu consentimiento para tratarte genéticamente.
Me quedé atónito ante tal propuesta, y a la vez pensativo… Yo no sabía si estaba preparado para ejercer una tarea de tanta responsabilidad. Después de estar unos segundos reflexionando, ante mi cara de pasmo, Ribix no tardó en intentar hacerme entrar en razón...
—Marc, no es casualidad que te hayamos elegido a ti para este cometido. Sabemos que tienes un potencial muy grande, algo fuera de lo normal en un ser humano. Lo que sucede es que desconocemos hasta dónde puede llegar —añadió Ribix.
—¿Pero cómo sabéis que soy la persona adecuada? —pregunté estupefacto.
—Hay cosas que con el tiempo sabrás, pero solo tienes que fijarte con qué facilidad has aprendido a comunicarte extrasensorialmente. Todos los seres humanos tenéis esa cualidad, como te he dicho, lo único es que no la sabéis usar; la tenéis poco desarrollada. Pero no es habitual que un ser de tu especie aprenda a usarla tan rápidamente. Eso es solo una prueba irrefutable de ese enorme potencial que posees en tu interior —rebatió Ribix, dejando pasar unos segundos mientras yo seguía atónito e indeciso—. Entiendo que te infunda respeto esta propuesta, pero tienes que confiar en nosotros. Si no lo quieres hacer por temor, al menos hazlo para proteger tu bello planeta, y todos los seres que habitan en él —añadió.
La verdad es que con este mensaje había logrado convencerme en parte. Pero tenía que plantearle varias dudas, antes de responder.
—En el caso de que invadieran la Tierra, ¿cómo tendría que actuar yo? —pregunté.
—En el hipotético caso de que eso sucediera, tú te comunicarías con nosotros para alertarnos, y en un espacio pequeño de tiempo, haríamos lo que fuera necesario para defender tu planeta. Pero eso es poco probable que suceda, porque tenemos casi toda la galaxia controlada, y prácticamente siempre sabemos cuándo una nave entra en tu sistema solar. Por eso, en el caso de que alguna civilización tuviera la intención de invadir tu planeta, seguramente lo sabríamos antes de que llegaran.
Al oír esta respuesta, una sensación de alivio se instaló en mí. Pero aún había más detalles que quería aclarar antes de todo.
—¿Exactamente en qué consiste este tratamiento genético? —pregunté.
—Tardaríamos diez horas terrestres en aplicártelo, y luego estarías diez horas más para recuperarte. Pero puedo asegurarte que el resultado sería satisfactorio —respondió convencido.
—¿Qué cambios se efectuarían sobre mí? —pregunté.
—Tendrías algunas de las habilidades que tenemos los urkianos. Aunque cabe la pequeña posibilidad, en tu caso, de que salieran un poco más potenciadas de lo normal; pero eso no lo sabemos del todo —respondió Ribix.
Llegados a este punto, me había respondido y me había persuadido para que mi respuesta fuera afirmativa. También era una buena oportunidad para hacer algo bueno e importante para los míos, y defender mi querido planeta y todos los seres que habitan en él. Así que sin dudarlo un instante más, acepté...
—Está bien…, acepto tu propuesta —respondí—. Lo hago por la seguridad y bienestar de mi planeta y de los seres que residen en él —añadí, mientras todos los tripulantes me otorgaban unos gestos llenos de satisfacción.
De hecho, a pesar de las dudas que me albergaron al principio, incluso sabiendo el riesgo que suponía haber aceptado la propuesta, tanto para mi vida personal como para mi seguridad, sentía que estaba haciendo lo correcto. Aun así, me aportaba tranquilidad al pensar que los urkianos siempre me brindarían toda su ayuda y apoyo, y que no estaría solo.
Seguidamente Ribix enfocó su mirada unos segundos hacia Mordix, que se levantó de una forma muy sutil de los insólitos asientos en que permanecíamos todos acomodados, se dirigió directo a mí, me contempló con la típica cara de amabilidad urkiana y se comunicó conmigo…
—Acompáñame, Marc. Empezaremos a aplicarte el tratamiento genético.
Sin titubear un instante, me levanté de dichos asientos con facilidad. Mordix se giró mientras me hacía un gesto entrañable con la mano para que le siguiera, empezó a andar pausadamente, y nos quedamos parados delante de la puerta que estaba situada al lado del pasadizo de donde proveníamos, al recobrar el conocimiento. En ese momento, una sensación de intriga y temor sacudió mi interior. Ya que no sabía cómo se aplicaba este tratamiento, pensar que la tecnología y todos los conocimientos de los urkianos eran muy superiores a los de los seres humanos me infundía cierta tranquilidad, y me hacía pensar que estaba en buenas manos.
Después de que Mordix estuviera mirando detenidamente esa misteriosa puerta, se abrió automáticamente y nos introdujimos en el interior de ella. Justo al cruzarla, percibí que estábamos en un pasadizo similar al de antes de ir a parlamentar con Ribix. La única diferencia es que solo había tres puertas, una era la que habíamos usado para entrar, y las otras dos estaban situadas en el lado derecho del pasadizo. Mordix continuó andando con su particular lentitud, hasta llegar a la última puerta. Al igual que la otra, volvió a quedarse delante de la entrada mirándola fijamente durante varios segundos, luego la puerta se abrió exactamente igual que las anteriores, y procedimos a adentrarnos. Situado en el centro del suelo, había un óvalo de color negro parecido al de la habitación donde había recobrado el estado consciente; también tuve la percepción de que las proporciones de este habitáculo eran tres veces superiores a la otra habitación. Posteriormente me fijé en que justo encima del óvalo, en el techo, se podía apreciar lo que parecía una plataforma de plástico de color azul claro, era de dimensiones un poco más extensas que el peculiar óvalo. Llegados a ese instante, Mordix se situó en la banda izquierda de la habitación, y justo delante de él emergió un holograma parecido a los que había avistado anteriormente en el otro habitáculo; antes de parlamentar con Ribix. Me quedé maravillado delante de tal tecnología, y pensé que era una buena oportunidad para preguntarle a Mordix para qué servían exactamente estos hologramas.
—¿Para qué sirve exactamente esto? —le pregunté curioseando, mientras me observaba de reojo con una tímida sonrisa.
—Desde estos paneles holográficos controlamos todos los sistemas de esta nave. Desde la más pequeña habitación hasta la conducción de la nave. Toda la tecnología urkiana se activa, se maneja y funciona con la percepción extrasensorial —respondió—. Ahora accederé a configurar el aposento para proceder a hacerte la alteración genética —añadió.
Consecutivamente, dirigió su mirada hacia el panel holográfico y pude observar cómo las líneas luminosas de dicho panel empezaban a moverse a toda velocidad. Quedé deslumbrado ante las explicaciones de Mordix. Eso significaba que uno de los principios de la tecnología urkiana era su propia mente y la percepción extrasensorial.
Pasados unos minutos, Mordix completó la configuración necesaria para hacerme el tratamiento genético, y de nuevo se comunicó conmigo:
—Marc, ahora es necesario que te liberes de las prendas de ropa más grandes que llevas en tu cuerpo.
Permanecí unos segundos mirándole con signos evidentes de duda. Pero luego entendí que era algo necesario para realizarme el tratamiento. Mientras me liberaba de los zapatos, el jersey y los pantalones, Mordix volvió a contemplar el panel holográfico. Unos segundos después, escuché el mismo silbido que había oído anteriormente, al sentarme en los inusuales círculos del otro habitáculo; sin embargo, el sonido todavía era más intenso. Inmediatamente, el óvalo que estaba en el suelo se llenó de esa luz azulada tan agradable. Me percaté que más o menos la luminosidad llegaba hasta mi cintura.
—Ahora tienes que acceder a tumbarte aquí —dijo Mordix, mientras me indicaba con la mano la potente luz. —Me acerqué al óvalo, con un palpable aspecto de nerviosismo. Tanto que Mordix intentó tranquilizarme—. Tranquilo, Marc, todo irá bien. Además, te quedarás dormido las diez horas que dura este proceso. Sin darte cuenta te despertarás y ya habrá pasado todo.
Noté un ligero alivio, porque solo pensar que tenía que estar diez horas yaciendo despierto en ese lugar, durante todo el tratamiento genético, me daba una sensación de angustia.
Procedí a tumbarme cuidadosamente; una vez acostado encima del resplandor, sentí una enorme sensación de confort y bienestar.
Tras unos segundos, Mordix volvió a dirigir la mirada hacia el panel holográfico. En ese preciso instante, la plataforma de plástico que había encima de mí, bajó, se doblegó y cubrió todo mi cuerpo. Me entró una pequeña sensación de claustrofobia, pero, de repente, casi sin tener tiempo para preocuparme, empecé a escuchar un fuerte silbido ensordecedor que me dejó inconsciente.