Brigitte Coster puso unos ojos como platos.

—¿Qué estoy qué...? —exclamó, todavía con las piernas descansando en los estribos.

—Embarazada —repitió el médico, mientras se despojaba de los guantes de goma.

—¡No es posible...!

—Vaya si lo es.

—¡Tiene que estar equivocado, doctor Drut!

—No, no lo estoy. Y puedes bajar las piernas de los estribos. El examen ha terminado — hizo saber Gastón.

Brigitte Coster bajó las piernas lentamente e irguió el torso, quedando sentada en la mesa de exploraciones. Como lo hizo de una manera maquinal, olvidó sujetar las sábanas y ésta resbaló, dejándola con los pechos al aire.

Ella ni se enteró.

Se hallaba demasiado atónita como para darse cuenta de nada.

Gastón carraspeó suavemente y dijo:

—Ya te ausculté el pecho, Brigitte.

—¿Qué?

—La sábana, se te ha caído.

Brigitte se miró el pecho y descubrió que sus senos estaban al aire.

—¡Oh! —exclamó, levantando la sábana y apretándola contra su pecho desnudo—. No me había dado cuenta.

—Sí, eso supuse —sonrió Gastón—, Puedes vestirte, Brigitte —indicó, haciendo ademán de pasar al otro lado de los bastidores.

—¡Doctor Drut!

—¿Sí, Brigitte...?

—Espere un momento, por favor.

—¿Qué quieres?

—Ha sido una broma, ¿verdad?

—¿El qué?

—Lo de que estoy embarazada.

—¿Cómo iba yo a gastarte una broma así?

—¡Es imposible, doctor Drut!

—Explícame por qué, anda —rogó Gastón, cruzándose de brazos.

—¿Sabe cuánto hace que no mantengo relaciones íntimas?

—Dímelo tú.

—¡Más de tres años!

—¿Qué te parece si lo dejamos en tres meses?

—¿Cómo?

—Eso es, aproximadamente, el tiempo que tiene tu hijo.

Brigitte abrió la boca, absolutamente perpleja.

—¿Tres meses, dice...?

—Así es.

—¡Imposible!

—¿Por qué razón?

—¡El mes pasado tuve la regla!

—Sería la de cálculo.

—¡La de cuernos!

Gastón tosió.

—No te enfades, mujer. Era sólo una broma.

—¡No estoy para bromas, doctor!

—Lo siento, Brigitte, pero es que eso de que el mes pasado tuvieras la regla...

—¡La tuve! ¡Y el mes anterior! ]Y el otro! |Y todos, desde que me hice mujer! ¡No he tenido una sola falta!

—Será de ortografía.

—¡De porras! —rugió Brigitte, saltando de la mesa de exploraciones.

Quiso envolver con la sábana su cuerpo desnudo, pero como lo hizo furiosa, se armó un lío y la sábana le cayó al suelo.

Gastón se apresuró a recogerla.

—Permíteme, Brigitte. Y disculpa el chiste.

La enfurecida muchacha le arrebató la sábana de un zarpazo y se la enrolló al cuerpo, gritando:

—¡No le disculpo nada!

—Se me escapó, de verdad. Lo mismo que a ti la sábana.

—¡Ha tomado mi caso a pitorreo, doctor Drut!

—Por favor, no digas eso.

—¿Qué quiere que piense, después de oírle decir lo de la regla de cálculo y las faltas de ortografía?

—Era dos chistes muy fáciles, y no pude resistir la tentación de hacerlos. De haber sabido que iban a molestarte tanto...

—¡Los hubiera soltado igual!

—No, palabra que no.

—¡Me ha estado tomando el pelo desde el principio, confiéselo!

—En todo caso, tú a mí.

—¿Yo a usted...?

—Dices que hace más de tres años que no has mantenido relaciones íntimas, y estás embarazada de tres meses. Aseguras, además, que el mes pasado y el anterior tuviste la regla normalmente. ¿Cómo se explica todo eso, Brigitte...?

—¡No sé cómo se explica, pero es la pura verdad!

—Es imposible, Brigitte, y tú lo sabes tan bien como yo.

—¡Naturalmente que lo sé! ¡Por eso dije que está usted equivocado! ¡No puedo estar embarazada, ni de tres meses, ni de dos, ni de uno!

—Lo estás, créeme.

—¡Hace años que no me acuesto con un hombre, se lo repito!

—Quieres encubrirlo, ¿verdad?

—¿A quién?

—Al padre del hijo que esperas.

Brigitte Coster se tiró del pelo con desesperación.

—¡Ay, Dios, voy a volverme local

—O te vuelves tú o me vuelves a mí — rezongó Gastón.

—¡No estoy encubriendo a nadie, doctor Drut, se lo juro!

—Brigitte, los arañazos que tienes en el pecho demuestran que este fin de semana estuviste con un hombre.

—¡No es cierto! ¡Fui a visitar a mi tía!

—¿Tía?

—¡Sí, una tía que tengo en Orleáns! ¡Con ella pasé el fin de semana! ¡Si no me cree, llámele por teléfono y ella se lo confirmará! ¡Le daré el número, si quiere!

—¿Cuándo volviste de Orleáns, Brigitte?

—¡El domingo por la tarde!

—¿A qué hora llegaste a París?

—¡De noche, supongo!

—¿Es que no lo recuerdas?

—¡No!

—¿Cómo es posible?

—¡Estaba cansada, doctor! ¡Llegué a casa, me acosté en seguida y me dormí como un tronco!

—Sin el camisón...

—¡Sí!

—¿Sueles acostarte desnuda?

—¡No!

—¿Por qué lo hiciste esa noche, entonces?

—¡No lo sé!

—¿No será que había un hombre esperándote en tu cama?

—¡No!

—Hicisteis el amor apasionadamente, y él te arañó el pecho.

—¡No hice el amor con nadie!

—Era el padre del hijo que se está formando en tus entrañas.

—¡No, no, no!

—Confiésamelo todo, Brigitte. Te sentirás mejor, créeme.

—¡Le odio, doctor Drut, le...!

Brigitte Coster no pudo seguir hablando, porque sufrió un repentino desvanecimiento y se desplomó.

 

*

 

Cuando Brigitte Coster abrió los ojos, se encontró de nuevo tendida en la mesa de exploraciones.

—¿Te sientes mejor, Brigitte? —le preguntó Gastón Drut, cogiéndole cariñosamente la mano.

Ella le miró.

—¿Qué me ha pasado, doctor..?

—Sufriste un desmayo, pero no llegaste a caer al suelo. Yo te sostuve y te acosté sobre la mesa.

—Oh, sí, ya recuerdo... —Brigitte se tocó la frente con la otra mano—. Estábamos discutiendo, y de pronto...

—No volveremos a discutir, te lo prometo. Es evidente que a ti te ha ocurrido algo extraño, Brigitte. Pensé que tratabas de engañarme, pero ahora sé que no es así. Me dijiste la verdad, aunque esa verdad resulte difícil de creer. También a ti te resulta difícil admitir mi verdad. El hecho, sin embargo, es que un nuevo ser se está formando en tus entrañas. Y que lleva tres meses en formación. Ahora, lo que debes preguntarte no es cómo y cuándo concebiste ese hijo, sino que deseas tenerlo o no.

—¿Se refiere a...? —musitó la muchacha.

—A provocar el aborto, sí —asintió Gastón.

Brigitte apenas lo dudó.

—Dispóngalo todo, doctor Drut.

—¿No quieres meditarlo?

—No hay nada que meditar. No sé qué es lo que se está formando en mi vientre, pero quiero que me lo extirpe antes de que se desarrolle más.

—Muy bien. Esta misma tarde ingresarás en la clínica del doctor Moreau. Y mañana, a primera hora, serás intervenida por él.

—Creí que iba a encargarse usted personalmente de mí, doctor Drut.

—Podría hacerlo, si fuera necesario, pero prefiero que te opere el doctor Moreau. Es un excelente cirujano. Yo siento una profunda admiración por él. Tengo el honor, además, de ser su amigo.

—Todo saldrá bien, ¿verdad?

—Por supuesto que sí.

—¿Cuándo podré volver a casa?

—Sólo estarás en la clínica un par de días. El sábado y el domingo. El lunes por la mañana, podrás abandonarla.

—¿Y venir a la oficina...?

—¿Por qué preguntas eso?

—Si no falto el lunes al trabajo, no tendré que dar ninguna explicación. Y sería muy embarazoso para mí tener que darla, doctor Drut.

Gastón sonrió.

—No te preocupes, Brigitte. Si el lunes no estuvieras en condiciones de acudir al trabajo, yo me encargaré de justificar tu ausencia de manera que no te perjudique lo más mínimo.

—Gracias por todo, doctor Drut.

—No hay de qué.

—Bien, creo que ya es hora de que me vista.

—¿Podrás hacerlo tú sola?

—Espero que sí.

—Si necesitas ayuda, dímelo.

—No me lo imagino subiéndome las braguitas y ajustándome el sujetador —sonrió la muchacha.

Gastón rió.

—La verdad es que los hombres tenemos más práctica en quitar esas prendas que en ponerlas, pero...

—¿Usted también...?

—¿Por qué no?

—Bueno, yo pensé que usted, debido a su profesión, no...

—Soy un hombre como los demás, Brigitte. Y no estoy casado. Es normal, pues, que de cuando en cuando me procure compañía femenina. Tengo mis necesidades, como cualquier varón.

—No ha salido nunca con ninguna chica de la empresa, que yo sepa.

—No, es cierto.

—¿Por qué? ¿Es que no le gustan...?

—Oh, sí, las hay muy atractivas. Tú, por ejemplo, eres una chica preciosa, Brigitte.

—Caramba, muchas gracias. Sin embargo, nunca me invitó a salir con usted.

—No quiero intimar con las empleadas, ésa es la razón. Soy el médico de la empresa y no estaría bien visto. Lo comprendes, ¿verdad?

—Sí, creo que sí.

—Te dejo sola para que te vistas, Brigitte. Y ya sabes, si necesitas ayuda, no dudes en llamarme.

—De acuerdo —sonrió la joven.