CAPITULO VIII

Las pobres coristas tenían motivos para chillar de aquella manera.

Los apaches las habían tendido en el suelo, boca arriba, y habían atado sus manos y pies a sendas estacas clavadas en la tierra. Los brazos los tenían en cruz y las piernas muy separadas.

Hasta ese momento Doris y Elsa no habían podido gritar, porque los salvajes las habían amordazado. No querían que revelasen con sus chillidos el lugar exacto donde se encontraban.

Ahora, era distinto.

Los apaches, seis en total, habían visto que el sargento Pardy y el soldado Andy regresaban al campamento, tras haber dado muerte a los dos indios que tenían que haber acabado con ellos.

Querían que los militares abandonasen la caravana, para caer sobre ellos por sorpresa y aniquilarlos. Y como parecía que los soldados no estaban dispuestos a salir en busca de las dos mujeres, los apaches habían decidido atraerlos con los chillidos de las prisioneras blancas.

Era una táctica que solían emplear mucho, porque solía dar buenos resultados, ya que era difícil soportar los chillidos de terror, de angustia y de dolor de alguien que estaba siendo salvajemente torturado.

Y cuando los chillidos eran de mujer aún resultaba más difícil soportarlos sin hacer nada por intentar res catar a la víctima o víctimas.

Antes de arrancarles las mordazas, los apaches destrozaron los vestidos de las coristas y su ropa interior, dejándolas completamente desnudas.

Ello, lógicamente, llenó de terror a Doris y Elsa.

Y su terror aún fue mayor cuando vieron que los salvajes se disponían a torturarlas con sus cuchillos.

Justo en ese momento, cuando ya los destellantes aceros descendían sobre sus temblorosos cuerpos desnudos, los apaches les arrancaron las mordazas, para que pudieran chillar a pleno pulmón.

Y eso hicieron las coristas, al tiempo que se agitaban con desesperación, intentando inútilmente soltarse de las estacas que las mantenían sujetas contra la tierra.

En el campamento, el sargento Pardy, la media docena de soldados y las otras diez coristas se estremecieron hasta la médula, al escuchar los desgarradores chillidos de la rubia y la morena.

—¡Son Doris y Elsa! —exclamó la pelirroja Jenny.

—¡Los apaches las están torturando! —adivinó Ginger.

—¡Tienen que salvarlas, sargento Pardy! —gritó Caroline London, agarrándolo del brazo—. ¡No pueden permitir que esos salvajes se ensañen con ellas!

Hoss Pardy se vio entre la espada y la pared.

Si abandonaba el campamento con algunos de los soldados, los que quedasen con las coristas podían ser fácilmente liquidados por los apaches.

Y si no acudían en ayuda de Doris y Elsa los indios las harían sufrir horriblemente, antes de acabar con sus vidas.

El cerebro le decía que no debían abandonar el campamento, porque caerían en una trampa, pero el corazón pudo más y Pardy rugió:

—¡Tres hombres conmigo! ¡Los otros dos que se queden aquí, con Andy y las chicas!

El sargento Pardy salió del campamento a toda prisa, seguido de los tres soldados.

 

* * *

Doris y Elsa seguían chillando como ¡ocas.

Los apaches todavía no las habían herido con sus cuchillos, ya que se habían limitado a toquetear sus cuerpos desnudos, estrujándoles los pechos, las caderas, los muslos.

Los ojos de los salvajes brillaban de deseo, y las coristas adivinaron que serían violadas antes de morir.

De pronto cuatro de los apaches se alejaron y se ocultaron, para caer por sorpresa sobre los militares que venían en busca de las dos mujeres, mientras que los otros dos salvajes continuaron manoseando a las prisioneras y amenazándolas con sus cuchillos, para que no dejaran de chillar.

Inesperadamente, dos hombres surgieron a espaldas de los apaches.

Doris y Elsa casi se desmayan de la alegría, porque eran Max Turner y el teniente Durren.

Ambos esgrimían el revólver en la diestra.

Y le dieron al gatillo.

Los dos apaches que aterrorizaban a las coristas recibieron sendos impactos en sus espaldas, soltaron los cuchillos y se desplomaron.

Los otros cuatro indios abandonaron sus escondites, dispuestos a acabar con el guía de la caravana y el militar, cuya sigilosa aproximación no habían sido capaces de detectar.

Max Turner y el teniente Durren tuvieron que arrojarse al suelo para esquivar las flechas que ya surcaban el aire, buscando sus cuerpos.

Desde el suelo dispararon contra los apaches.

Max le alojó una bala en la frente a uno de ellos.

Durren le incrustó dos plomos en la caja torácica a otro.

Los otros dos se lanzaron sobre ellos, blandiendo sus tomahawks y aullando como lobos.

Max y el teniente gatillearon de nuevo, alcanzando en el aire a la pareja de apaches, que se estrellaron contra el suelo muy cerca de ellos.

El guía y el oficial se irguieron con rapidez.

Casi al momento aparecían el sargento Pardy y los tres soldados que le acompañaban.

—¡Turner! ¡Teniente Durren! —exclamó Hoss.

—¡Regresen inmediatamente al campamento, sargento! —rugió Max.

—¡A la orden!

Pardy y los tres soldados echaron a correr.

Max enfundó el Colt y dijo:

—Desatemos a las chicas, teniente.

—Menos mal que hemos llegado a tiempo —repuso Durren, guardando también su revólver.

Doris y Elsa lloraban de alegría, porque habían creído que nada ni nadie podría evitar que los apaches las torturaran, las violaran y las asesinaran.

Max soltó a la rubia y el teniente Durren se ocupó de la morena.

Como los vestidos y la ropa interior de las coristas estaban hechos pedazos, el guía se despojó de su camisa de cuero y se la ofreció a Doris.

—Cúbrete con esto.

—Gracias.

El teniente Durren de despojó también de su guerrera y se la entregó a Elsa.

—Póntela.

—Gracias, teniente.

Las coristas, entre sollozos, se colocaron las prendas.

Como les quedaban muy largas, sólo mostraban las piernas. Todo lo demás había quedado a cubierto.

Y de eso se trataba.

Max y el teniente llevaron a las chicas hasta el lugar en donde habían dejado los caballos.

El guía cogió a la rubia Doris por la cintura y la subió a la grupa de su caballo, mientras que Durren hizo lo propio con la morena Elsa.

Después, montaron ellos y Max dijo:

—En marcha, teniente.

Espolearon sus monturas y enfilaron hacia el campamento.