Capítulo Doce

 

Luc debía de estar loco. Era la única explicación que encontraba para cruzar el camino que separaba la casa principal de la cabaña a primera hora de la mañana. No había dormido en toda la noche. Todos los momentos vividos desde la caída se le repetían en la mente como una película.

La rigidez de Kate cuando la tocó la primera vez, su renuencia a hacer el amor con él. Las señales estaban ahí, pero él dio por hecho que era su prometida y Kate nunca le dijo lo contrario. Ahora que había tenido tiempo para pensar, procesó lo profundamente que le había herido su traición. Quería respuestas, y no estaba dispuesto a esperar un segundo más para averiguar en qué diablos pensaba para creer que podría salirse con la suya con semejante mentira.

Cuando salió a un claro lleno de plantas tropicales miró hacia el muelle. Se quedó paralizado al ver a Kate allí de pie con dos maletas a los pies. No iba a marcharse sin decirle por qué diablos le había hecho algo semejante. No escaparía tan fácilmente.

Luc se acercó a los escalones que daban a la playa sin saber qué iba a decirle. Supuso que cuando abriera la boca las palabras le saldrían a borbotones.

Kate se dio la vuelta cuando le vio acercarse. Las ojeras y los ojos rojos indicaban que había dormido tan mal como él. Por desgracia, su habitación estaba llena de visiones de Kate: la ducha, la cama, sus chanclas al lado del armario, el albornoz colgado. Ella estaba por todas partes.

Kate había controlado por completo la situación, ahora Luc tenía que encontrar la manera de salir de su hechizo, porque incluso al verla ahora, con toda la rabia que tenía, su cuerpo respondía a ella.

¿Cómo era posible que todavía la deseara?

Kate abrió mucho los ojos cuando él se detuvo a escasos centímetros.

—Estoy esperando a que venga el barco. Mi padre ha enviado a uno de los guardias a recogerme.

—¿Por qué? —preguntó Luc apretando los puños—. Antes de irte dime por qué me mentiste.

Se le habían escapado unos mechones largos y oscuros del moño y le revoloteaban alrededor de los hombros. Llevaba uno de aquellos vestidos veraniegos que tanto le gustaban, esta vez negro.

—En un principio me sorprendió que pensaras que era tu prometida —le dijo colocándose un mechón rebelde detrás de la oreja—. Luego quise saber qué opinaba el médico antes de decirte nada. Me dijo que no te diera ninguna información, y eso hice. No quería mentirte, Luc. Traté de mantener las distancias, pero cuando tuvimos relaciones sexuales quise más. Tomé lo que no tendría que haber tomado. Nada de lo que diga podrá cambiar eso, pero siento haberte hecho daño.

Luc se puso en jarras esperando que le dijera algo más, pero Kate guardó silencio.

—Tiene que haber otra razón, un motivo más profundo que te da miedo decirme.

Kate apartó la mirada, se giró y volvió a mirar al mar.

—Mis razones son irrelevantes.

Luc maldijo entre dientes.

—¿Qué intentabas conseguir? —inquirió—. Te estoy dando la oportunidad de explicarte, Kate. Dime por qué no debería despedirte, por qué no debería sacarte de mi vida.

El sonido de un motor captó su atención y miró hacia el yate real, que se acercaba hacia ellos. Kate no dijo nada, se limitó a agarrar las maletas.

Si no quería hablar con él ahora, de acuerdo. Pero no había terminado todavía con ella.

—Vuelve al palacio —le dijo—. Yo volveré a casa dentro de unos días y nos pondremos a trabajar con la agenda que dejamos a medias el otro día.

Kate le miró de reojo.

—¿Qué?

Luc la rodeó y le tapo la visión del barco que se acercaba. Esperó a que le mirara a los ojos.

—No vas a dejar el trabajo. Vas a quedarte conmigo hasta que sepa cuál es tu juego.

Ella alzó la barbilla con gesto desafiante.

—Creo que será mejor que renuncie.

Luc la agarró de los hombros y se maldijo a sí mismo por sentir debilidad por ella a pesar de todo lo que había hecho.

—No me importa lo que tú creas que es mejor. Eres mía hasta que yo diga lo contrario. Tú empezaste este juego, Kate, y lo vas a jugar hasta el final.

Se apartó de ella y se dirigió a buen paso a la casa principal sin mirar ni una sola vez atrás.

 

* * *

 

Luc miró la zona que antes era la cocina. Si no fuera miembro de la realeza podría plantearse trabajar con un contratista. Demoler cosas era una excelente salida para su rabia.

Se secó la frente con el antebrazo, se dejó caer en una de las sillas del comedor y observó su destrucción. Los armaritos estaban destrozados, la encimera yacía bajo los escombros. Había sacado un poco la nevera para poder sacar comida de ella, pero aparte de eso, había demolido por completo el espacio.

Hacía una semana que se había marchado Kate. Habían pasado dos desde que llegó a la isla y al día siguiente volvía a casa. En los últimos siete días solo había tenido tiempo de sobra para reflexionar sobre todo, y sin embargo seguía sin saber qué iba a hacer cuando volviera a verla.

Había tenido que dormir en la habitación de invitados sobre un colchón viejo porque no podía estar tumbado en el dormitorio principal sin olerla, verla, sentirla a su lado. La ducha que tanto le gustaba estaba ahora contaminada, porque solo veía el cuerpo mojado de Kate mientras él la hacía suya bajo la falsa idea de que eran una pareja.

Le sonó el móvil. Cruzó la habitación abierta y miró la pantalla del teléfono. Era Mikos, su mejor amigo. Le había llamado tres días atrás para contarle sus penas y desahogarse como una colegiala, así que supuso que su amigo le llamaba para ver cómo estaba.

—Hola —contestó con un suspiro.

—Suenas fatal.

Luc se rio y se dejó caer en el sofá.

—Sí, bueno, no me encuentro muy bien. ¿Qué tal todo? ¿No deberías estar planeando la boda del siglo? —preguntó Luc sintiendo una punzada de envidia.

¿Envidia? ¿Por qué diablos sentía envidia? Sí, necesitaba casarse para subir al trono, pero no quería estar atado a una mujer. No, Mikos había encontrado a la mujer perfecta para él, y Luc se alegraba por los dos.

No había una mujer perfecta para Luc. Lo había comprobado al estar tan cerca de dos mentirosas muy convincentes.

—La boda está planeada hasta el último detalle —afirmó Mikos—. Vas a venir, ¿verdad?

Se suponía que Luc iba a ser uno de los padrinos de Mikos junto con su hermano Stefan. Un honor que la puñalada de Kate no le iba a arrebatar.

—Por supuesto. No doy a dejar que mi desgracia te arruine el día.

—¿Has hablado con Kate?

Luc cerró los ojos. Escuchar su nombre le provocaba una mezcla de sentimientos. Más allá del dolor, la rabia y la amargura estaba el hecho de que seguía deseándola locamente.

—No, mañana vuelvo a casa —respondió Luc—. Pero no tengo ni idea de qué voy a hacer.

Mikos suspiró.

—¿Quieres un consejo, amigo? Averigua por qué mintió. Una vez me dijiste que sentías algo por ella. Tal vez Kate actuó siguiendo sus propios sentimientos y al hilo de los que tú tenías antes del accidente.

—¿Estás defendiendo lo que ha hecho?

—Diablos, no. Lo único que digo es que el amor es una emoción muy poderosa.

—Estás cegado por esta boda —respondió Luc—. Kate no me ama. No mientes ni manipulas a los que amas.

—Yo lo hice con Darcy —le recordó Mikos—. Ella no tenía ni idea de quién era yo, y yo estaba totalmente enamorado de ella. Estuve a punto de perderla, pero me perdonó. Ya sabes cómo se pueden liar las cosas.

Luc recordó el momento en el que Mikos contrató a la niñera. No tenía ni idea de que Mikos fuera un príncipe viudo. Los dos se habían enamorado antes de que él pudiera contarle toda la verdad.

—Nuestras situaciones con completamente distintas —murmuró Luc—. Yo no voy a perdonarla.

—Solo asegúrate de pensarlo bien antes de lanzarte sobre ella cuando vuelvas a casa —le aconsejó Mikos—. Lo que hizo estuvo mal, de eso no cabe duda. Pero Kate no es como Alana. Ella tenía un motivo oculto desde el principio. Hace años que conoces a Kate y nunca te había engañado.

Luc colgó, no era capaz de pensar en nada más que en la verdad que Mikos le había puesto delante. No, Kate nunca le había engañado con anterioridad. Había sido la mejor asistente del mundo.

Cuando volviera a Ilha Beleza, Kate y él hablarían ahora que ambos habían tenido tiempo de asimilar todo lo que había pasado. Necesitaban hablar. No podía seguir contando con ella si no le tenía confianza.

Desgraciadamente, en su vida personal no confiaba lo más mínimo en ella. Aunque eso no le impedía desearla. ¿Qué diablos iba a pasar cuando volviera a casa? ¿Sería capaz de controlarse?