«El falangismo desencadenó entre los jóvenes una especie de neorromanticismo, con la preferencia del vivir apasionado y peligroso sobre el vivir habitual y racionalizado, del acto heroico sobre la ley inteligente y de la compañía de soldados o la parada de masas sobre la asamblea de jurisperitos o el comicio electoral. El cultivo retórico de esta embriaguez de estilo permitiría luego llamar revolución a una operación de policía y, lo que es más grave, vivirla espiritualmente como si lo fuera».
Dionisio Ridruejo, 1962