Capítulo 4
Junio de 1995
Se acercaba el final del curso, en apenas unos días se acabaría el colegio para él, no tendría que volver allí nunca más. En menos de un mes se cerraría una etapa en su vida que nunca regresaría. Al pensar esto último, Daniel sintió un vuelco en el estómago. Un montón de recuerdos de los últimos años empezaron a pelearse por ser los primeros en pasar por su cabeza: su llegaba al pueblo, el primer día de colegio, su coche teledirigido, las comidas de los domingos, el primer día de clase de Nerea, las risas con Nerea en los trayectos de ida y vuelta del colegio, los deberes en la casita del árbol.
Daniel detuvo la bicicleta. Otro grupo de recuerdos se agolpaban intentando borrar los primeros: el primer día de ese curso, Vanessa, las gamberradas con sus amigos, el sujetador de Vanessa, las bromas gastadas a los pequeños, Nerea mirándole con los ojos llorosos desde el suelo...
De repente sintió como si alguien le estuviera dando golpecitos en la sien. En ese momento se dio cuenta de lo estúpido que había sido y le entraron ganas de vomitar. Había desaprovechado su último año en el colegio tratando de ser quien no era. Se había portado mal con otros, se había reído de los que eran más débiles que él, había desobedecido a sus padres, había mentido, se había dejado manejar por una chica que lo único que quería era llamar la intención y, lo más grave de todo, había hecho mucho daño a su mejor amiga. Había estropeado un año que al principio creía que sería el mejor de su vida.
Daniel se sentó en el suelo y lloró. Era un llanto sincero, de arrepentimiento. Estaba realmente avergonzado de cómo se había comportado durante los últimos meses. Quería ser mayor, pero ser mayor no debería significar tratar mal a los demás. Estaba desesperado, había actuado mal durante mucho tiempo.
Un nuevo recuerdo le sorprendió sin previo aviso. Se vio hace nueve meses despertándose feliz pensando en que ese día empezaba su último curso de EGB. Una vez más recordó que quería que aquel fuera mejor hasta el momento.
—Todavía puedo intentar arreglarlo —pensó para sí mismo.
Se levantó del suelo, se montó en su bicicleta y se dirigió rápidamente al colegio. Llegaba tarde. Ató la bici en el aparcamiento y corrió escaleras arriba. Por fin sonó el timbre. Cogió su mochila y salió disparado hacia el pasillo. Lo recorría a toda velocidad cuando de pronto alguien le agarró del brazo. Daniel se detuvo y se dio la vuelta.
—¿Me buscabas? —preguntó Vanessa con voz melosa.
—No —respondió Daniel tajantemente.
—Entonces... ¿dónde vas tan deprisa? —preguntó ella acercándose un poco.
—Lo siento, tengo que encontrar a alguien —dijo él algo molesto por la pérdida de tiempo.
—Quería hablar contigo sobre el baile... —añadió Vanessa como si no lo escuchara.
—¡Ahora no puedo! —respondió Daniel en voz alta mientras reemprendía su carrera.
Un poco más adelante algo hizo que volviera a detenerse. La máquina expendedora llamó su atención. Rebuscó en sus bolsillos desesperadamente.
—¡Bien! —exclamó alegremente al encontrar una moneda. La introdujo por la ranura y marcó el código. Sabía que ese pastelito era su favorito. Lo cogió y volvió a echar a correr. Dobló un par de esquinas más y por fin ante sus ojos apareció su destino. No detuvo la marcha hasta que se encontró en la puerta que conocía tan bien. Observó el cartel: «Sala de profesores». Respiró hondo tratando de recuperarse de la carreta y llamó suavemente. Una voz desde dentro le invitó a entrar. Daniel abrió la puerta muy despacio y asomó la cabeza. Todos los que había dentro le miraron aunque nadie dijo nada. Chelo fue la única que rompió el silencio.
—¡No me digas que ya te han vuelto a castigar! —dijo con una voz que a Daniel se le clavó como si fuera una espada. No estaba enfadada, daba la sensación de estar cansada y sin fuerzas para soportar ni una bronca más.
Daniel tragó saliva.
—No, mamá. He venido a invitarte a desayunar.
Chelo se levantó y le indicó con la mano que entrara en la sala. Daniel le tendió el pastelito que había comprado en la máquina y los dos entraron en el despacho de la directora que estaba vacío. Durante un largo rato estuvieron hablando, también lloraron, pero Chelo, como cualquier madre, no dudó en dar una segunda oportunidad a su hijo y le perdonó.
—Cuando llegué a casa hablaré también con papá —dijo Daniel con la cabeza gacha.
—Me parece muy bien —respondió ella acariciándole la cabeza—. Pero no olvides que hay otras personas a las que también has hecho daño.
—No mamá, no me olvido. Te prometo que lo arreglaré —añadió Daniel mientras se levantaba de la silla.
Chelo le dio un beso en la cabeza por respuesta y Daniel volvió corriendo a clase.
Durante los siguientes días, Daniel se fue disculpando con todos los niños y con todos los adultos con los que recordaba haberse portado mal durante los últimos meses. Casi todos mostraban cierto recelo ante las muestras de arrepentimiento de Daniel pero consiguió que la mayoría de ellos le perdonaran o por lo menos se plantearan esa posibilidad. Sin embargo, todavía le quedaba la parte más dura. No sabía cómo acercarse a Nerea. Cuando se cruzaban en el patio ella ni siquiera le miraba. Aunque él trataba de hablarle, Nerea nunca se giraba ni mostraba el más mínimo interés. Tampoco Alicia quería ayudarle.
Viendo que los encuentros casuales no funcionaban, decidió llamar por teléfono a su casa pero Nerea nunca podía ponerse. Unas veces estaba ocupada haciendo deberes, otras veces se estaba bañando y otras estaba de paseo con Alicia.
Daniel estaba desesperado. Se sentía totalmente impotente y sabía que si no lograba recuperar a su amiga sería solamente culpa suya. Miró el calendario que colgaba de la pared de su habitación. El tiempo se le estaba echando encima, tenía que agotar la última posibilidad que le quedaba. Sabía que si fallaba ya no tendría más opciones, por eso decidió esperar un par de días más para tener tiempo de prepararse. Se levantó de la cama, se dirigió al cuarto de baño y comenzó a hablarle al espejo.
***
Dos días más tarde caminaba despacio por la calle mientras repetía una y otra vez el discurso que había ensayado tantas veces frente al espejo. Rodeó el jardín por fuera para hacer un poco de tiempo. La casita del árbol parecía estar vacía, las cortinas estaban echadas y no se oía ningún ruido. Finalmente llegó a la puerta de la verja del jardín y llamó a la campanita. Joaquín se asomó por la ventana y le hizo un gesto para que pasara. Daniel abrió lentamente y subió las escaleras aún más despacio. Cuando llegó arriba dio unos golpecitos en la puerta y al cabo de un rato Joaquín apareció al otro lado.
—¡Hola, chaval! —saludó el hombre—. ¡Qué sorpresa!
—Hola —respondió Daniel estrechándole la mano—. ¿Está Nerea?
—Pues... —contestó Joaquín dubitativo—. Creo que está ocupada haciendo deberes.
—Ya... —dijo Daniel muy triste—. ¿Puedes decirle algo de mi parte?
Joaquín asintió con la cabeza y miró hacia atrás.
—Dile que sé que me he portado muy mal con ella y que estoy muy arrepentido. Entiendo que no quiera ni verme, me lo merezco, pero quiero que sepa que es mi mejor amiga y que no la cambiaría jamás por nadie. La echo mucho de menos —Daniel soltó deprisa porque no quería empezar a llorar.
De repente de escuchó el sonido producido por las patas de una silla al arrastrarla, seguido de unos pasos lentos y ligeros. Nerea salió de la cocina y se asomó desde detrás de su padre. A Daniel le recordó el primer día que la vio cuando, por timidez, se escondía detrás de las piernas de Joaquín.
—Nerea... ¡soy un idiota! ¡Por favor, perdóname! —suplicó y, ahora sí, las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.
Joaquín acarició el pelo a su hija, entró en la cocina y cerró la puerta. Nerea no dijo nada, miraba a Daniel fijamente y en sus ojos podía verse aún el enfado mezclado con la decepción.
Daniel volvió a intentarlo.
—Creía que este sería el mejor curso, que sería divertido ser de los mayores del colegio, pero no ha resultado nada divertido hacer daño a la gente y mucho menos a ti. Además me he dado cuenta de que las cosas no son divertidas si no las comparto contigo. Lo siento muchísimo...
Daniel había estado cabizbajo mientras decía esto último y al comprobar que Nerea seguía sin decir nada levantó la cabeza para mirarla una última vez antes de irse. Sin embargo no pudo moverse de allí porque en los ojos azules de Nerea se había desatado una tormenta. El enfado había desaparecido, no así la decepción, y lloraba en silencio. Daniel probó a acercarse. Estiró el brazo para tocarla pero ella se apartó un poco. A Daniel se le partía el corazón al verla llorar y volvió intentar tocarla. Esta vez Nerea no se movió y Daniel la estrechó entre sus brazos.
—Lo siento muchísimo, Nerea. Te prometo que a partir de ahora te compensaré por todo este tiempo. Quiero volver a ganarme el puerto de mejor amigo —le susurró Daniel al oído. Nerea esbozó una sonrisa débil y le devolvió el abrazó, un abrazo que pareció durar horas. Llevaba meses deseando que ese momento llegara.
***
A la mañana siguiente, Daniel tocó la campanita a las nueve menos cuarto en punto. Nerea corrió feliz a la puerta bajó las escaleras esbozando una inmensa sonrisa, una sonrisa que a Daniel le pareció la más bonita del mundo.
—¡Buenos días! —dijeron los dos alegremente.
—¡Tengo un regalo para ti! —anunció Daniel poniendo voz misteriosa.
—¿Qué es? —preguntó ella intrigada.
Daniel sacó de su bolsillo un sobre pequeño y se lo tendió a Nerea. La niña abrió la boca al descubrir lo que había dentro. El año anterior había estado haciendo la colección de cromos de El Rey León y le había sido imposible conseguir el número trece. Lo había buscado por todos sitios, había intentado cambiarlo con casi todos los niños del pueblo, pero nada. Y allí estaba. Su amigo lo había conseguido por fin y era para ella.
—¡Gracias! ¿Cómo lo has encontrado? —exclamó Nerea manteniendo la sonrisa con la que había salido de casa.
—Eso no importa. Lo importante es que te guste —respondió feliz de ver contenta a su amiga, mientras pensaba que aquella había sido la mejor manera de gastar su paga de todo un mes.
Los dos caminaron hasta el colegio contándose muchas cosas que tenían pendientes. Cuando llegaron a la puerta se despidieron.
—En el recreo nos vemos que tengo que deciros algo a Alicia y a ti —anunció justo antes de desaparecer escaleras arriba.
Pocos minutos después, Nerea se reunió con Alicia en la clase y le contó todo lo que había pasado. Alicia se alegró mucho por su amiga y, sobre todo, le invadió la curiosidad sobre qué sería lo que Daniel tenía que decirles. Se pasó todo el tiempo hasta el recreo muy nerviosa, no podía quedarse quieta, cuando no estaba tamborileando con el bolígrafo en la mesa, movía frenéticamente las piernas. Nerea la observada divertida, especialmente cada vez que el profesor le dedicaba una mirada amenazante mientras pedía silencio.
Tras un par de horas, que a Alicia le parecieron dos años, sonó por fin el timbre que indicaba el final del sufrimiento. Se levantó de la silla y salió disparada hacia el patio. Nerea no tuvo tiempo ni siquiera de levantarse y se quedó allí plantada con gesto de perplejidad. Un minuto después comenzó a reír a carcajadas cuando vio a Alicia asomarse por la puerta. Se levantó de la silla tranquilamente y las dos bajaron las escaleras, esta vez caminando como dos personas normales.
Cuando llegaron al patio enseguida vieron a Daniel jugando a la pelota con otros niños y se acercaron. Él las saludó con la mano, dijo algo a sus compañeros y se reunió con ellas.
—Esperad aquí un momento —les pidió antes de salir corriendo en dirección contraria.
Nerea y Alicia se miraron y encogieron los hombros. En un abrir y cerrar de ojos, Daniel volvió acompañado de Alberto. Alicia le dio un codazo a Nerea y sonrió de manera exagerada.
—¡Ya estamos aquí! —anunció Daniel parándose frente a las dos niñas—. Lo que quería deciros es que el viernes de la semana que viene es el último día de cole.
—Dani, eso ya lo sabíamos —respondió Nerea un poco escéptica, provocando la risa de su amigo.
—Sí, ya lo sé —siguió él—. Y seguro que también sabéis que nos hacen una fiesta de despedida a los que terminamos EGB. Habrá música, comida y esas cosas...
Las dos asistieron con la cabeza.
—Vale, pues queríamos invitaros —intervino Alberto.
—Pero, ¿podremos entrar? —preguntó Nerea.
—Si venís con nosotros sí —respondió Daniel—. Podemos traer a los invitados que queramos.
—¿A qué hora es? —preguntó esta vez Alicia.
—Empieza a las ocho de la tarde y termina a las once —contestó Alberto.
—Tendré que preguntárselo a mis padres porque... —comenzó a decir Nerea. Pero una voz la interrumpió.
—¡Hola Dani!
Alicia y Nerea se giraron y vieron a Vanessa detrás de ellas jugueteando con un mechón de su melena rubia. Alicia puso los ojos en blanco y Daniel devolvió el saludo con poco entusiasmo.
—¿Podemos hablar? —preguntó Vanessa haciendo uso de su tono de voz empalagoso, su preferido.
—Estaba hablando con... —empezó a decir Daniel. Pero de nuevo Vanessa interrumpió la frase.
—Venga, sólo será un momento —le apremió.
Daniel miró a sus amigas y después a Alberto. Los tres le respondieron asintiendo con la cabeza y él se encaminó hacia donde estaba Vanessa. Ella se apartó un poco más del grupo que no les quitaba la vista de encima.
—¿Qué quieres? —preguntó Daniel.
—Quería hablarte del baile de la semana que viene... —dijo ella casi ronroneando.
—Vanessa, creo que has visto demasiadas películas Americanas. Es una fiesta normal y corriente, no es ningún baile —respondió él con un tono cortante.
—Bueno, en cualquier caso... ¿te gustaría que fuera contigo? —prosiguió ella consiguiendo que la pregunta sonara más bien como una afirmación.
Daniel miró hacia atrás y vio a sus tres amigos que se les seguían observando.
—Lo siento —dijo por fin—. Nerea y Alicia van a venir con nosotros y creo que no sería buena idea juntaros con el mismo grupo.
—¿Habéis invitado a las niñas de la guardería? —preguntó Vanessa haciéndose la sorprendida.
—Para tu información, no van a la guardería. Y sí, las hemos invitado a venir —respondió él con voz segura.
Vanessa hizo un mohín exagerado para mostrar su indignación, se dio la vuelta provocando que su melena se moviera violentamente y se fue sin decir más.
Daniel se giró sus amigos y vio que los tres estaban riendo a carcajadas mientras Alicia imitaba la forma en que Vanessa se había ido.
***
Los días siguientes pasaron tan deprisa que nadie se dio cuenta de que el viernes se les había echado encima. Alicia y Nerea regresaron juntas del colegio. Comieron en casa de Nerea mientras hablaban sin parar sobre la fiesta de esta tarde. Llevaban dos semanas tratando de imaginarse cómo sería y ahora cada una lanzaba sus propuestas, algunas de las cuales provocaban sonoras carcajadas.
A las seis en punto decidieron que era hora de vestirse. Elvira subió con ellas a la habitación de Nerea para ayudarlas. Alicia había elegido un vestido rojo de manga corta con un estampado de distintos dibujos y unas manoletinas del mismo color. Nerea observaba indecisa su armario abierto.
—¿Qué te parece la falda vaquera y la camiseta morada? —preguntó pidiendo consejo a su madre.
Elvira asintió sonriendo y descolgó la falda de la percha.
Nerea abrió el cajón y sacó una camiseta morada de tirantes que combinó con unas manoletinas también moradas.
Una vez estuvieron vestidas, Elvira las ayudó a peinarse. Alicia se sujetó el pelo con una diadema roja y los rizos rubios de Nerea quedaron recogidos en una trenza sujeta con un lacito morado.
—¡Estáis guapísimas! —exclamó Elvira entusiasmada—. ¡Joaquín! ¡Ven con la cámara de fotos!
Durante un buen rato, Nerea y Alicia estuvieron jugando a ser modelos. Posaban divertidas posturas ante Joaquín, un improvisado paparazzi.
A las siete y media sonó la campanita del jardín. Las niñas corrieron escaleras abajo y se asomaron a la ventana. Allí plantados, delante de la verja, se encontraban Daniel y Alberto, ataviados con camisa, pantalón de vestir y zapatos.
—¡Ya bajamos! —gritó Alicia.
Nerea se despidió de sus padres.
—A las once en punto estará papá en la puerta del colegio para recogeros, ¿de acuerdo? —aclaró Elvira mientras daba un beso a su hija—. ¡Pasadlo muy bien!
Acto seguido, las dos amigas se encaminaron escaleras abajo hacia la calle. Cuando estuvieron junto a Daniel y Alberto, Joaquín gritó por la ventana: “¡Mirad al pajarito!”. Los cuatro se colocaron y miraron sonrientes a la cámara.
En la fiesta lo pasaron genial. El patio del colegio estaba decorado con guirnaldas y globos e iluminado con focos. Rodeándolo había dispuestas varias mesas con comida. Hablaron, rieron, comieron sándwiches y todo tipo de golosinas y hasta bailaron. Alicia fue la primera en lanzarse. A Nerea le costó bastante más, aunque al final la convencieron entre todos. Vanessa finalmente apareció en la fiesta agarrada del brazo de un compañero de Daniel.
Las tres horas que duró la celebración se les pasaron volando. Como había prometido, Joaquín les recogió a las once y acompañaron a los chicos a casa de Daniel antes de volver a la suya.
—¡Gracias por invitarnos! ¡Me lo he pasado muy bien! —dijo Nerea al despedirse.
—Yo también. Me alegro de que vinieras —contestó Daniel.
—Espero que tú también vengas a mi fiesta cuando termine el colegio —añadió ella.
—¡Te lo prometo, pequeñaja! —respondió guiñándole un ojo.
Nerea fingió enfadarse y se despidieron entre risas.