CAPÍTULO CINCO. EL PRIMER MILENIO REAL
1000 d. C.[4]
Durante los milenios citados hasta ahora, poca gente pensaba en términos de períodos de mil años. Como ya hemos visto, hasta finales de este milenio no se empezó a contar el tiempo a partir del nacimiento de Jesús. Además, las creencias milenaristas que atribuían un gran significado al principio y fin de un milenio, no aparecieron hasta justo el final de este milenio. Debido a ciertos pasajes del libro bíblico del «Apocalipsis», algunos creyeron que el fin del mundo llegaría en el año 1000 d. C.
Por lo tanto, a la época transcurrida entre el año 1 a. C./1 d. C. y 1000 d. C. se le puede llamar el primer milenio real, en cuanto fue la primera vez que hubo conciencia de los períodos de mil años. Al principio de este período Roma dominaba casi todo el mundo. Al final Roma se había convertido en el núcleo de un nuevo tipo de imperio, que se apoyaba más en los valores espirituales que en los materiales. Se produjeron grandes cambios en todas partes, mientras se iban colocando los cimientos de nuestro propio milenio y de los tiempos modernos.
Caída de Roma
La república romana había sido un estado expansionista desde su fundación. Una vez convertida en imperio, el ansia de expansión aumentó más que disminuyó. Los partos habían detenido a Roma en Carres en el 53 a. C., pero las batallas en el este continuaban. El imperio romano absorbió también áreas próximas a sus fronteras, que se convirtieron en marionetas de Roma aunque conservaron a sus gobernantes.
Roma limitaba al oeste con el Océano Atlántico, al sur con el desierto del Sahara, al este con la frontera de Partia y al norte con los Ríos Rhin y Danubio. Los romanos hicieron su mayor esfuerzo expansionista hacia el norte, donde sus ejércitos avanzaron desde el Rhin hasta el Río Elba, intentando incluir a las tribus germánicas dentro del imperio.
La derrota de Roma en el bosque de Teutoburgo pone al imperio a la defensiva
Sin embargo, bien al contrario, el avance romano en esta zona provocó un desastre. En el año 9, tres legiones romanas fueron cercadas y aniquiladas en el bosque de Teutoburgo. Esta gran pérdida quebró la voluntad de Augusto y disminuyó sus ansias de expansión. Se retiró al otro lado del Rhin, y a partir de entonces el imperio romano se mantuvo casi siempre a la defensiva.
Desde luego, hubo algunas excepciones. En el año 43, siendo Claudio (10 aC-54 d. C.) emperador, las legiones tomaron la parte sur de la Isla de Britania y la convirtieron en provincia romana. Medio siglo después, el emperador Trajano (53-117) atacó y conquistó Dacia, al norte del Danubio (la actual Rumania). Entre el 113 y el 117 por fin logró derrotar a los partos y anexionarse el Valle del Tigris-Éufrates.
En esa época, las legiones romanas llegaron hasta el Golfo Pérsico y el imperio alcanzó su extensión máxima. Su población ascendía a unos 50 millones.
Sin embargo, el sucesor de Trajano, Adriano (76-138), abandonó las conquistas partas y construyó una muralla a lo largo de la zona más estrecha de Britania. Su acción era un mensaje de que no habría intentos de extender el imperio en esa zona, y de que se limitarían a defenderse de las embestidas de los pictos, que ocupaban lo que ahora es Escocia.
Aunque el imperio romano ya no estuviera interesado en aventuras en el extranjero, proporcionó al mundo mediterráneo un período de paz que duró dos siglos después de su fundación. A esta época se la conoce como la Pax Romana (la paz romana). El Occidente civilizado no ha conocido un período como éste ni antes ni después (por lo menos hasta hoy).
Igual que una serie de factores se unieron para que la Pax Romana pudiera existir, otra serie de acontecimientos ayudaron a su destrucción. Como en el pasado, la presión de las tribus amenazaba constantemente al imperio y consumía sus recursos. Como en el caso de Atenas, una enfermedad incontrolada no sólo frenó el crecimiento de la población de Roma, sino que casi hizo que disminuyera. Además, el sistema imperial engendró inestabilidad política, debido a que no proporcionaba un método para la elección del sucesor del emperador ni para controlar a emperadores cuya política fuera irracional.
Por último, no se debe subestimar el impacto del cristianismo. La nueva religión era ajena a la cultura romana, y subversiva por naturaleza en cuanto que sus seguidores se negaban, de forma explícita, a aceptar al emperador como a su máxima autoridad.
El problema de las tribus empezó a parecer insoluble durante los primeros siglos del milenio. Mientras que Julio César penetró en territorio de los galos y los acosó, los emperadores posteriores se vieron forzados a mantenerse a la defensiva, dedicados a contener a las tribus fuera del territorio romano.
Las tribus de Germania y las del este eran cada vez más hostiles, y presionaban en las fronteras del norte del imperio a medida que las tribus de Asia central se desplazaban hacia el oeste, empujándolas.
Asia central siempre había sido una reserva de nómadas inquietos. Cuando los pastos eran buenos, la población de las tribus crecía, y cuando las tierras se volvían áridas, no se podían mantener y marchaban hacia el sur y hacia el oeste para poder sobrevivir.
A veces, estas tribus asiáticas alcanzaban Europa y empujaban a su vez a las tribus europeas. De esta forma, las regiones civilizadas del Mediterráneo sufrieron los estragos de los cimerios, escitas, galos y otros celtas. Ahora eran los germanos los que se extendían hacia el sur y el este desde su patria original, Escandinavia, hasta que se instalaron a lo largo de las fronteras del Rhin y del Danubio.
En el 166, siendo Marco Aurelio (121-180) emperador, una tribu germánica, llamada los marcomanos, cruzó el alto Danubio, y los romanos tuvieron que luchar contra ellos durante unos quince años sin descanso. Este conflicto fue el comienzo de las invasiones bárbaras, que a partir de entonces siguieron de manera esporádica. Aunque estas invasiones fueron rechazadas durante dos siglos, cada vez eran mayores los costos y el esfuerzo necesario.
Al mismo tiempo que se producía la invasión de los marcomanos, los soldados que volvían de luchar en el este trajeron consigo una terrible peste que despobló y debilitó gravemente al imperio, que nunca se recuperó del todo.
Además, el imperio no había establecido un método claro para elegir al sucesor cuando moría el emperador. Puesto que el ejército era la fuerza más poderosa del imperio, la sucesión acabó siendo un procedimiento electoral según el cual las legiones eran las que decidían. Ya en el año 69, a la muerte de Nerón (37-68), diferentes candidatos hicieron de emperador durante poco tiempo, hasta que el ejército puso a Vespasiano (9-79) en el trono. La situación se deterioró tras la muerte de Marco Aurelio. Durante un siglo los emperadores fueron a menudo coronados y destronados a capricho de los militares.
El imperio tampoco fue capaz de crear un sistema tributario adecuado, de manera que su economía decayó, y la lealtad al gobierno por parte del pueblo fue decreciendo hasta desaparecer casi por completo.
Estos problemas eran permanentes y no se podían resolver sin cambios radicales en la naturaleza misma de la sociedad. Varios emperadores intentaron hacer reformas y detener el declive continuo del imperio, pero fue en vano.
Por ejemplo, Diocleciano (245-305) dividió el imperio en cuatro regiones para hacerlo más gobernable. También renunció a la pretensión de que la antigua república todavía permanecía vigente y convirtió al imperio en una monarquía absoluta. Sus esfuerzos no sirvieron más que para debilitar el sistema, ya que los gobernadores de las cuatro regiones empezaron a pelearse entre sí.
Constantino I de Roma «cristianiza» el imperio
Constantino I (288-337) subió al trono en el 306 e hizo probablemente el cambio más importante del imperio hasta entonces. Trasladó la capital imperial de Roma a Bizancio (rebautizada como Constantinopla en su honor), en el Bósforo. La nueva capital estaba mejor situada, y el este del imperio llegó a ser más rico y civilizado que el oeste, pero el traslado debilitó a las provincias occidentales.
Durante todo este tiempo las tribus germánicas seguían siendo una serie amenaza, y se convirtieron en un peligro todavía mayor cuando los hunos de Asia central empezaron a empujar hacia el oeste. De repente los godos germánicos se encontraron con que eran cazados en vez de cazadores, y no tuvieron más elección que empujar con más fuerza las puertas del imperio.
En el 376 las tribus conocidas como visigodos cruzaron el Danubio y penetraron en la Península de los Balcanes. Llegaron más como refugiados que como invasores, pero los oficiales romanos los maltrataron. Como consecuencia de ello, se levantaron en armas contra el imperio.
El 9 de agosto del 378 se libró la Batalla de Adrianápolis. Los godos ganaron porque se aprovecharon de un sencillo pero efectivo hallazgo de la tecnología militar. Habían aprendido a usar los estribos, que se habían inventado algún tiempo antes en Asia central. Los estribos permitían al jinete seguir en la silla cuando su lanza golpeaba al enemigo. De esta forma, el peso del caballo se sumaba al del hombre al cargar sobre el objetivo, y la caballería resultaba mucho más eficaz.
La caballería goda derrotó a las legiones romanas, y setecientos años de proezas romanas en la guerra acabaron de repente. De entonces en adelante, la caballería dominaba el campo de batalla.
Roma es saqueada por los visigodos
Los romanos lograron recuperarse de la derrota y durante el reinado de Teodosio I (346-395) el imperio estuvo unido por última vez. Después de su muerte se dividió de nuevo —esta vez entre sus dos hijos— y nunca se volvió a unir. Arcadio (377-408) gobernó el imperio romano de Oriente desde Constantinopla; Honorio (384-423) reinó en el imperio romano de Occidente, primero desde Milán y después desde Rávena. Ambos resultaron ser unos gobernantes incompetentes, y los ejércitos romanos recurrieron a los germanos en busca de jefes y soldados.
Para entonces, el imperio era poco más que un pálido reflejo de lo que había sido en otro tiempo. A principios del 406 las tribus germánicas invadieron la Galia y el ejército romano no pudo expulsarlas. Los romanos abandonaron Britania en el 407, y en el 410 la ciudad de Roma fue saqueada por los visigodos bajo el mando de Alarico (370-410). Este ataque ocurrió justo ochocientos años después del primer saqueo de Roma por los galos.
Derrota de Atila, rey de los hunos
El imperio romano de Occidente empezó a desintegrarse mientras que las tribus germánicas establecían reinos en las provincias romanas. Los visigodos fundaron su reino en el sudoeste de la Galia y en España. Otra tribu, los vándalos, invadieron las provincias del norte de África. Los hunos se desplazaban hacia el oeste pisándoles los talones, y a las órdenes de su rey Atila (406-453) fundaron un imperio de grandes dimensiones, pero sin cohesión, que alcanzaba desde el Mar Caspio hasta casi el Atlántico.
En el centro de la Galia, un ejército romano-godo a las órdenes de Aecio logró derrotar a Atila en la Batalla de los Campos Cataláunicos, en junio de 451. Atila murió dos años después y el imperio de los hunos se desintegró casi al mismo tiempo. La amenaza inmediata de los hunos había desaparecido, pero el daño ya estaba hecho.
Caída del imperio romano de Occidente; Europa entra en una «Edad Oscura»
El imperio romano de Occidente siguió derrumbándose, y ya no se podía hacer nada para detener su caída. En el 476 el último emperador romano con capital en Italia, Rómulo Augústulo, fue derrocado sin que hubiera ningún sucesor disponible. A este momento se le conoce en la historia como la «caída del imperio romano». No obstante, esto es una muestra de nuestra estrechez de miras, ya que en realidad sólo cayó el imperio romano de Occidente. De hecho, el imperio romano de Oriente permanecía fuerte e intacto. Sin embargo, fue un acontecimiento de suma importancia que anunciaba la llegada de tiempos difíciles, y que probaba, una vez más, que el progreso de la civilización no era un hecho inmutable.
La Edad Oscura
Italia quedó bajo el dominio de las tribus germánicas y en el 489 fue conquistada por los ostrogodos bajo el mando del rey Teodorico (454-526). Britania fue invadida por tribus germánicas: los anglos, los sajones y los jutos. En el 481 la Galia fue invadida por una tribu germánica nueva, los francos, bajo el rey Clodoveo (466-511).
Hacia el año 500, prácticamente habían desaparecido todos los vestigios del imperio romano de Occidente. La situación política había dado la vuelta, ya que todas las provincias estaban bajo el dominio de las tribus, con una nueva aristocracia germánica que dominaba despóticamente a una clase inferior que descendía de los antiguos romanos.
En términos de evolución social, habría sido necesario aflojar el control político del imperio para que una sociedad nueva y más vital pudiera ocupar su lugar. Lo que Occidente perdió de verdad fue el conocimiento de la sabiduría griega y la fuerza de las instituciones de la civilización, tales como el poder de la ley.
Un proceso como éste ya se había visto antes; en Sumeria, por ejemplo. A medida que las ciudades, carreteras e instituciones romanas se deterioraban y se desmoronaban, Europa occidental entraba en una Edad Oscura. Al recordarla con nuestro criterio occidental, tendemos a pensar que esta edad oscura fue universal, pero no lo fue. Se circunscribía a las provincias occidentales de lo que había sido el imperio romano. Al imperio romano de Oriente y a muchos de los reinos de Asia les iba bastante bien, y sus civilizaciones eran muy avanzadas.
En realidad, la civilización en Europa occidental acabó restableciéndose desde Oriente. En el Este se preservaron la cultura y el saber griegos, lo que mantuvo ardiendo la llama de la sabiduría durante siglos, mientras que Occidente se esforzaba para encontrar nuevos caminos.
La mayoría de los reinos germánicos no duraron mucho tiempo. Los vándalos del norte de África fueron destruidos por el imperio romano de Oriente en el 534, y los ostrogodos encontraron el mismo destino en el 544. No obstante, los longobardos, otra tribu germánica, llenaron el vacío de poder y evitaron el restablecimiento del gobierno romano.
Los visigodos de España fueron derrotados por invasores procedentes del norte de África, a los que los españoles llamaron moros y acabaron siendo un problema para los europeos durante toda la Edad Oscura.
Los francos fueron el único reino germánico que floreció de verdad. Por desgracia, eran los menos civilizados de todas las tribus que habían desmantelado el imperio romano, y su reino retrasó la salida de la Edad Oscura (La provincia romana de la Galia acabó llamándose Francia porque estaba gobernada por los francos).
Los francos tenían la mala costumbre de dividir el reino entre sus hijos, de forma que los reinos siempre se fragmentaban y los hijos siempre estaban luchando entre sí. Estas guerras civiles constantes sirvieron para que se hundiera todavía más en la Edad Oscura.
De vez en cuando, había algún signo de esperanza. Por ejemplo, a los descendientes de Clodoveo, el fundador del reino franco, se les conoció como merovingios, por un famoso antecesor de Clodoveo. Llevaron algo de luz a esta oscuridad y sus reinados fueron bastante afortunados, pero su capacidad fue disminuyendo poco a poco, y el último merovingio fuerte que gobernó a todos los francos fue Dagoberto I (605-639).
Carlos Martel derrota a los moros en la batalla de Poitiers
Después de su muerte, el gobierno estuvo a cargo de una serie de ministros que servían bajo unos reyes inútiles. Carlos Martel (688-741), que quiere decir Carlos «el Martillo», fue un ministro destacado de esta serie y logró hacer bien algunas cosas. Asumió la responsabilidad de enfrentarse a los moros que habían invadido España y amenazaban a toda Europa. Martel creó la caballería pesada, utilizando grandes caballos y lo bastante fuertes como para llevar armadura, montados por jinetes asimismo revestidos de armadura. Con esta nueva versión del tanque viviente, se enfrentó a los moros en la Batalla de Poitiers, en el centro de Francia.
Los moros fueron incapaces de hacer frente a esta innovación de la estrategia militar y sufrieron una derrota total. Finalmente tuvieron que retirarse al otro lado de los Pirineos, lo que dio a Europa una oportunidad para recuperarse de sus dificultades.
El hijo de Carlos Martel, Pipino «el Breve» (714-768), fue nombrado ministro del reino franco a la muerte de su padre. No se contentó con ello y en el 751 derrocó al último monarca merovingio y se convirtió en rey, fundando la dinastía carolingia.
Carlomagno es coronado emperador
Su hijo Carlos (742-814) le sucedió en el trono en el 768 y tuvo tanto éxito en su reinado que se le conoció como Carlos «el Grande», o, en francés, Charlemagne (Carlomagno). Carlomagno logró agrandar su reino a costa de sus vecinos. Primero atacó a los moros y se apoderó de una franja de tierra al sur de los Pirineos, conocida como la Marca Hispánica. También destruyó el reino lombardo de Italia y lo incorporó al suyo en la mayor parte. Se desplazó hacia el este contra los sajones y extendió su nuevo imperio en esta dirección.
En el 800, Carlomagno se hizo coronar emperador, intentando una especie de restauración del imperio romano de Occidente, aunque el imperio romano de Oriente se negó a reconocer la validez de esta restauración.
El imperio carolingio de Carlomagno comprendía las naciones que ahora conocemos como Francia, Holanda, Bélgica, Alemania occidental, la mayoría de Italia y parte de España. De las distintas provincias del imperio romano de Occidente, el norte de África y España todavía estaban controladas por los moros, y la Britania sajona (llamada ahora Inglaterra) tenía sus propios gobernantes. Todo el resto era franco, junto con algunas regiones del este que nunca habían pertenecido al imperio romano.
No era la Pax Romana, pero Carlomagno mantuvo la paz dentro del imperio carolingio y trató de recuperar un cierto grado de civilización. La población de zonas como la Galia, que habían estado en declive, empezó a recuperarse, y Carlomagno restableció las escuelas y fomentó la educación. Trabajó mucho para iluminar la Edad Oscura, aunque fuera sólo un poco.
Desgraciadamente, el éxito del imperio de Carlomagno no duró después de su muerte. Su único hijo y sucesor Ludovico «Pío» (778-840) era un gobernante débil. Ludovico a su vez, tenía varios hijos y siguió con la tradición de dividir el reino entre ellos. El resultado fue una Guerra Civil antes y después de su muerte. La Edad Oscura se cernía de nuevo sobre Europa.
El imperio de Carlomagno se fraccionó para siempre en el 843 con la firma del Tratado de Verdún entre los hijos de Ludovico. Este y oeste eran sociedades separadas, incluso sus lenguas eran distintas. El este se convirtió en lo que ahora es Alemania, y el oeste corresponde a la actual Francia.
Nuevas incursiones de tribus aceleraron la desintegración del imperio carolingio. En esa época, Escandinavia experimentó un aumento de población que un clima tan frío como el suyo no podía mantener. Por tanto, bandas de vikingos salieron por tierra y mar en busca de botín y de un nuevo hogar.
Las bandas suecas invadieron la tierra que hoy conocemos como Rusia. En las incursiones por mar de daneses y noruegos se saquearon las costas de las Islas británicas y el imperio carolingio. Llegaron incluso a penetrar en el Mar Mediterráneo.
También llegaron nuevos invasores procedentes del este. En la época de Carlomagno, los alanos habían establecido un imperio en el este, y desde entonces tribus de búlgaros asolaban la región. En el Mediterráneo, las incursiones de africanos ocuparon las Islas de Sicilia, Córcega y las Baleares.
Los gobernantes de estas tierras estaban desamparados, y el pueblo llano se congregaba aterrorizado alrededor de los nobles locales que podían ofrecer alguna resistencia. El incompetente rey franco, Carlos III (879-929), que subió al trono en el 893, terminó con la última invasión noruega, en el 911, entregándoles una provincia en la desembocadura del Sena. Así nació el ducado de Normandía. Su acción fue muy diferente de la de Eudes, conde de París, que resistió una incursión vikinga en París en el 885 y expulsó a los atacantes.
No sorprende que al final los francos abandonaran al linaje carolingio que había fracasado. El último carolingio que gobernó a los francos del este o germanos fue Ludovico III (893-911). Cuando murió sin un sucesor carolingio, los germanos eligieron un gobernante entre sus nobles.
El último carolingio que gobernó a los francos del oeste o franceses fue Lotario, que murió en el 986. Le sucedió Hugo Capeto, biznieto del conde Eudes.
Ni Francia ni Alemania fueron monarquías fuertes y unidas bajo los nuevos reyes. La desorganización de las guerras civiles carolingias y las incursiones vikingas habían aumentado el poder de la nobleza y debilitado el poder del gobierno central. Lo que había sido el imperio carolingio, sobre todo la parte francesa, se convirtió en una colección de provincias cuyos gobernantes eran prácticamente independientes de la monarquía central.
Cada provincia hacía lo que quería y luchaba contra sus vecinos; casi toda Europa occidental era feudal. En esta época la corona imperial, transmitida por Carlomagno a descendientes menos capaces, prácticamente había perdido su significado.
Otón I, emperador del sacro imperio romano germánico
Sin embargo, en el 936, Otón I (912-973), que subió al trono de Alemania, era el rey más fuerte desde Carlomagno, y decidió resucitar el ideal imperial. Empezó por someter a los gobernantes locales de Alemania y después derrotó a las tribus invasoras de magiares procedentes del este. Invadió Italia dos veces, y finalmente se hizo coronar en el 962.
Este período marcó un auténtico renacimiento del imperio romano de Occidente. Por supuesto, apenas era romano, dado que el nuevo emperador reinaba sólo sobre Alemania y el norte de Italia. Para diferenciarlo del antiguo imperio, que era mayor y había sido pagano durante mucho tiempo, el nuevo imperio se le llamó el sacro imperio romano germánico.
Otón III, el nieto de Otón I, que tenía veintidós años, reinaba sobre el sacro imperio romano germánico en el año 1000. Estaba casado con una princesa del imperio romano de Oriente, o imperio bizantino, lo que hacía que su corte estuviera sujeta a influencias más civilizadas de Oriente.
Mientras tanto, Roberto II, de treinta años e hijo de Hugo Capeto, reinaba en Francia. Las tendencias feudales no le permitían ser un rey fuerte. Por ejemplo, Ricardo II, duque de Normandía, era más poderoso que el rey.
La Inglaterra anglosajona había sufrido mucho con las incursiones de los daneses, pero se empezaba a recuperar poco a poco. Tenía un rey capaz, Alfredo (849-899), que había subido al trono en el 871. Por desgracia, su sucesor no siguió su ejemplo. En el año 1000, los ingleses eran gobernados por Ethelred III «el Indeciso», cuyo apodo indica su capacidad por sí solo. Se vio obligado a sobornar a los daneses en vez de expulsarlos, y hasta esto lo hizo mal.
Hacia el año 1000, por lo tanto, Europa occidental seguía sumergida en el feudalismo, pero la Edad Oscura empezaba a iluminarse. Como en el pasado, las innovaciones tecnológicas jugaron un papel fundamental como catalizadores de los cambios sociales. Inventos en apariencia muy sencillos fueron muy importantes. Por ejemplo, la collera y las herraduras hicieron posible el uso de los caballos para tirar de los arados. Entonces se inventó un tipo nuevo de arado de reja que era mucho más eficaz para remover el húmedo y pesado suelo del noroeste de Europa.
Este descubrimiento produjo un aumento en el suministro de comida en Europa occidental, y para el final del milenio la población de la zona había vuelto al nivel que había tenido en el apogeo del imperio romano, unos seis millones y medio en Francia y unos ocho millones en todo el sacro imperio romano germánico.
Como hemos visto desde el principio de nuestro repaso a la época anterior a la civilización, sigue siendo el ingenio humano el que empuja al progreso, a pesar de las grandes penalidades, privaciones y falta de liderazgo político. Esto era tan cierto en el año 1000 d. C. como lo había sido en el 8000 a. C.
Oriente resiste
Cuando se derrumbó el imperio romano de Occidente, en el 476, el imperio romano de Oriente sobrevivió. De hecho, el emperador, con sede en Constantinopla, se consideraba a sí mismo como el heredero de todas las provincias occidentales.
Pero el imperio romano de Oriente se vio en un problema cuando quiso recuperar por la fuerza las provincias perdidas. Seguía sin tener un sistema bien definido para la sucesión de los emperadores, de forma que seguían produciéndose sin descanso luchas dinásticas e intervenciones militares. Esto provocaba continuos tumultos, al igual que lo hacían los peligros exteriores. En el este, un nuevo imperio persa había sucedido al imperio parto, y continuaba con su lucha varias veces centenaria contra los romanos. Además, nuevas olas de tribus invasoras seguían cruzando el Danubio e invadiendo los Balcanes.
El imperio romano de Oriente tenía un ejército experto capaz de expulsar a los invasores, y los puestos avanzados fortificados, y la misma Constantinopla, resistieron. Se rodeó a Constantinopla de murallas y la armada romana de Oriente vigilaba el acceso por mar para que no pudiera ser ni asaltada ni sitiada. No obstante, las luchas constantes arrasaron la tierra, provocaron la muerte de sus soldados y vaciaron su tesoro.
En el 527 un poderoso emperador, llamado Justiniano (483-565), subió al trono. Estaba decidido a reconquistar Occidente, y disponía de un General lo bastante genial para llevar a cabo su propósito: Belisario. En el 553, Belisario, al mando de un pequeño ejército, conquistó el reino vándalo del norte de África y lo anexionó nuevamente al imperio.
La capital de los vándalos era Cartago, que había sido reconstruida como ciudad romana siglos después de su destrucción como ciudad fenicia, convirtiéndose en un importante centro romano.
Belisario fue después a recuperar Italia de los ostrogodos. Fue una tarea mucho más difícil, que duró veinte años. De hecho, tuvo que ser terminada por el sucesor de Belisario, Narsés, un General y administrador inteligente que cuando asumió el mando tenía más de setenta años. En el 554 las fuerzas romanas orientales conquistaron también zonas del litoral español. Esto se llevó a cabo mientras seguían las luchas con los persas en el este y con las tribus invasoras en el norte.
Por muy excitante y heroica que hubiese podido parecer la reconquista, ésta no tuvo éxito y afectó negativamente al poder del imperio. Las provincias recién recuperadas no pudieron ser mantenidas durante mucho tiempo, y pronto se perdieron en manos de los visigodos y otros invasores. Los romanos orientales lograron mantener durante algún tiempo el sur y una franja de la parte central de Italia. La consecuencia principal de la larga lucha entre los romanos de Oriente y los ostrogodos en Italia fue la ruina de este país y su entrada en la Edad Oscura, al igual que había hecho el reino de los francos. Sólo la provincia de África permaneció durante un tiempo relativamente largo unida al imperio romano de Oriente.
Justiniano tuvo más éxito con su política interna. Reformó por completo el gobierno del imperio, lo que permitió que el sistema durase más de lo que habría sido de esperar en caso contrario. Reunió y reorganizó el Derecho Romano, que había acumulado precedentes durante siglos, y mandó realizar el Código de Justiniano, que serviría de guía legal para toda Europa en los siglos posteriores.
Justiniano también embelleció Constantinopla, que había sido destruida casi por completo en los disturbios ocurridos en los primeros años de su reinado. En particular, construyó la basílica de Hagia Sophia (Santa Sabiduría), que se terminó en el 537 con una gran cúpula en la que se abrían ventanas que inundaban de luz el interior. La cúpula misma parecía flotar en el aire.
Sin embargo, era fácil predecir que después de la muerte de Justiniano las luchas por la sucesión traerían de nuevo el caos. Mientras Constantinopla tenía que soportar luchas dinásticas sin fin, los persas aprovecharon la oportunidad para avanzar. En esa época, la población de Persia era sólo de 6 millones, frente a los 14 millones del imperio romano de Oriente. Sin embargo, Persia era una nación mucho más sólida, mientras que el imperio se hallaba sacudido por las guerras civiles del interior y la invasión de las tribus del exterior.
A principios del 606, Persia empezó a arrebatar una provincia tras otra al imperio. Para el 619 habían tomado incluso Asia Menor y Egipto. Al final Persia casi había reconstruido el antiguo imperio persa, como había sido bajo Darío once siglos antes. También parecía que el imperio romano de Oriente estaba perdido. Los visigodos habían ocupado el litoral español y los ávaros estaban a las puertas de Constantinopla.
En el 610 Heraclio subió al trono y emprendió la ingrata tarea de intentar unir a su pueblo. Mientras Persia iba de victoria en victoria, trabajó para reorganizar y reforzar su ejército. En el 622 estaba preparado, y con la ayuda de su armada sorteó Asia Menor y desembarcó sus tropas en la orilla este del Mar Negro. Desde allí, como Alejandro Magno, atacó el corazón de Persia. Los derrotó en tres campañas, y hacia el 630 había recuperado todo el territorio perdido.
Pero esta guerra espectacular, que duró veinticinco años, terminó arruinando a los dos contendientes. En el 634 un ejército procedente de Arabia, una región que había representado hasta entonces un papel menor en la historia, atacó desde el sur e invadió los dos imperios, el persa y el romano oriental, derrotando con una velocidad sorprendente a ambas naciones, que estaban exhaustas. Posteriormente el imperio romano de Oriente perdió Siria, en el 636, Judea, en el 637, Egipto, en el 640 y al final, incluso Cartago, en el 698.
Estas pérdidas fueron definitivas. Después de esta época el área gobernada por Constantinopla dejó de llamarse el imperio romano de Oriente, y pasó a ser conocido por los historiadores como el imperio bizantino o, a veces, el imperio griego. A partir de ese momento Constantinopla gobernó sólo sobre Asia Menor y la península Balcánica. Su pueblo hablaba griego, pero los emperadores, hasta muy al final, se referían a sí mismos como emperadores romanos, y a Roma, como su patria.
Los árabes atacaron la ciudad de Constantinopla en el 673, y durante cinco años intentaron desembarcar en la ciudad. La armada bizantina los contuvo con la ayuda de un nuevo invento conocido como el «fuego griego». Contenía nafta, cal y otros ingredientes que lo convertían en un arma muy potente. Cuando se arrojaba al mar, la cal reaccionaba con el agua, generando un calor que encendía la nafta.
Si las llamas alcanzaban los barcos de madera del enemigo, éstos estaban perdidos. Finalmente la visión del fuego ardiendo en el agua y el miedo que provocaba bastó para expulsar a los árabes. Volvieron a intentarlo en el 717, pero fueron expulsados por León III, un emperador enérgico que usó el fuego griego como arma principal.
Si los árabes hubiesen tomado Constantinopla, poco podría haber hecho Occidente para evitar que continuaran sus conquistas. Podrían haber penetrado por la frontera oriental del reino franco mientras los moros en España atacaban las fronteras occidentales. Toda Europa pudo haber caído en manos de los árabes y de los moros, y su historia habría sido completamente diferente de la que conocemos.
Constantinopla resistió, pero entonces los búlgaros se convirtieron en una amenaza en los Balcanes, y los bizantinos tuvieron que luchar contra ellos, y al mismo tiempo asegurar sus fronteras contra los árabes en el este y en el sur.
Durante los dos siglos posteriores, el imperio bizantino siguió enfrentándose a los búlgaros, que, junto con los eslavos, ocuparon de forma permanente muchas regiones balcánicas. Como consecuencia, hoy en día las naciones balcánicas al norte de Grecia hablan lenguas eslavas, a excepción de Rumania, cuya lengua es derivada del latín. Aunque los búlgaros descendían de asiáticos, se mezclaron con los eslavos y acabaron hablando un dialecto eslavo.
En el 963 Basilio II (958-1025) fue el sucesor del trono imperial. Era un niño, pero el imperio bizantino tenía dos excelentes Generales, Nicéforo Focas y Juan Tzimisces, para ayudarle. Reconquistaron la Isla de Chipre y extendieron el dominio del imperio al este de Asia Menor, e incluso al norte de Siria.
Cuando Basilio fue lo bastante mayor para gobernar, resultó ser un monarca que sólo estaba interesado en la guerra, y se pasó cincuenta años luchando. Infligió una devastadora derrota a los búlgaros y toda la Península Balcánica quedó bajo el control de Bizancio.
Apogeo del imperio bizantino (romano de Oriente)
Hacia el año 1000, el imperio bizantino había alcanzado su cenit. Era sólo una parte de lo que había sido el imperio romano en su apogeo, pero era, con mucho, la mayor fuerza de Europa. Su población era superior a los 11 millones, mayor que la de cualquier nación de Europa occidental, y su maquinaria militar era mucho más efectiva.
Además Constantinopla se había convertido en la ciudad más grande y más rica de Europa, y quizá del mundo. Por entonces debía de tener cerca de un millón de habitantes. Mientras que la cultura se hallaba hundida en lo más profundo en Occidente, que todavía trataba de salir de la Edad Oscura, Constantinopla seguía siendo la depositaría de todo el saber griego. Se enorgullecía de poseer una gran universidad con eruditos de gran talento, y era mucho más civilizada que las primitivas ciudades de Occidente.
Crece la Influencia de la Cristiandad
En tiempos del emperador Augusto, los judíos de Judea aguardaban con expectación al Mesías, y aparecieron varios candidatos al puesto. Uno de ellos fue Jesús de Nazaret, cuya vida se describe en los «Evangelios» del «Nuevo Testamento». Los judíos esperaban a alguien que les guiara, no sólo espiritual sino también militarmente, y les liberara del yugo de Roma. Por esta razón la estirpe de David tenía tanta importancia en la elección del Mesías, puesto que aquél había sido un rey victorioso constructor de un imperio.
Por consiguiente, tanto los romanos como algunos jefes judíos de la época encontraban amenazador este fervor mesiánico. Según la «Biblia», la influencia de Jesús creció con rapidez, y mucha gente empezó a seguirle. Cuando llegó a Jerusalén con sus discípulos, para celebrar la Pascua, había una gran preocupación de que pretendiera encabezar una insurrección contra Roma. Así pues, fue detenido, juzgado y crucificado por sedición, un típico castigo romano para las actividades criminales.
Para los que habían creído en Jesús, el desenlace de su ministerio fue humillante. Pudo haber sido su fin, como lo fue para otros supuestos mesías de la época, pero un hombre extraordinario, llamado Saulo de Tarso (m. alrededor del 65), se convirtió en seguidor de Jesús al tiempo que transformaba el cristianismo.
Saulo había sido perseguidor de los primeros cristianos en nombre de las autoridades judías. Sin embargo, tras una experiencia en las calles de Damasco, se convirtió, cambió su nombre por el de Pablo y se transformó en el mejor abogado de la nueva religión. Gracias a sus predicaciones, los seguidores de Jesús (mesianistas, o, en griego, cristianos) llegaron a ser bastante más que otra nueva secta judía. Pablo abandonó la adhesión estricta a los ritos particulares del judaísmo, tales como las leyes sobre los alimentos y la circuncisión, y separó al cristianismo de los aspectos nacionales del judaísmo. Empezó a convertir «gentiles», que se hacían cristianos sin tener que hacerse previamente judíos.
La revuelta de los judíos contra Roma es aplastada; el templo, destruido
También algunos judíos se hicieron cristianos, pero no muchos. La mayoría seguían esperando a un Mesías militar y políticamente victorioso, no a uno que se dejaba crucificar. Para el 66, se habían cansado de esperar y se rebelaron contra Roma. Los resultados fueron catastróficos. Los judíos lucharon encarnizadamente y obligaron a Roma a combatir con dureza durante tres años, pero en el 70 Jerusalén fue conquistada y el templo destruido de nuevo, esta vez para siempre.
Los últimos restos de la revuelta fueron aplastados en el 73. No obstante, los judíos nunca aceptaron el gobierno de Roma, y se volvieron a sublevar del 132 al 135. Como consecuencia de esta revuelta los judíos fueron obligados a abandonar Judea. Desde entonces hasta la actualidad los judíos han vivido formando grupos dispersos por las naciones del mundo. Éste fue el período de la «Diáspora», una palabra griega que quiere decir «dispersión»; y resulta asombroso que bajo circunstancias tan difíciles los judíos hayan sido capaces de conservar su identidad nacional y religiosa.
Comienza la «Diáspora» judía
Los cristianos judíos permanecieron neutrales durante la rebelión. Debido a la hostilidad que esto produjo en los demás judíos, la mayoría de estos cristianos desaparecieron, y el cristianismo se convirtió casi por completo en una religión de gentiles.
El cristianismo floreció sobre todo en el este de Grecia, pero su presencia en el imperio de Occidente también fue importante. Dondequiera que existiera, la nueva religión sufría persecuciones, porque los cristianos se negaban a participar en los ritos religiosos nacionales. El cristianismo se dividió en numerosas sectas que estaban en desacuerdo entre sí sobre varios puntos doctrinales y discutían con vehemencia.
A pesar de las persecuciones y de las peleas internas, se hizo más fuerte, y en la época de Constantino, los cristianos eran un grupo vigoroso y unido que constituía el diez por ciento de la población romana. Constantino pensó que podían ser un buen apoyo en sus primeras luchas contra otros posibles emperadores. Por eso en el 313 se declaró en favor de la tolerancia religiosa. Para el final de su reinado había sido bautizado y el imperio se hizo cristiano de forma oficial, un cambio total respecto a la política de Nerón, que había mandado matar a numerosos cristianos en el Coliseo.
Los cristianos lucharon por la tolerancia religiosa cuando eran una minoría perseguida, pero cambiaron de postura en cuanto fueron una religión oficial. El cristianismo siguió dividiéndose en sectas que peleaban sin descanso entre sí por la supremacía.
En los primeros años del imperio cristiano, se hizo particularmente fuerte un grupo llamado «arrianos». Misioneros arrianos convirtieron a las tribus germánicas, y cuando estas tribus fundaron reinos en Occidente, se convirtieron en una aristocracia arriana que gobernaba sobre un pueblo católico. Sin embargo, al final los arrianos se convirtieron de nuevo a las doctrinas mayoritarias.
Como era de esperar, la principal rivalidad dentro de la Iglesia fue la que hubo entre las dos grandes capitales del imperio: Roma, la antigua capital, y Constantinopla, la nueva. Tanto el obispo de Roma como el patriarca de Constantinopla afirmaban ser la verdadera cabeza de la Iglesia.
Uno podía suponer que el patriarca de la rica y poderosa Constantinopla debería de haber ganado sin problemas al obispo de una Roma en decadencia. Sin embargo, en Oriente, las rivalidades entre sectas eran muy fuertes, y regiones como Egipto y Siria estaban tan en desacuerdo con la doctrina de Constantinopla que no había posibilidad de que aceptaran al patriarca como jefe. Además, periódicamente había emperadores poderosos en el trono de Constantinopla que tenían tendencia a dominar al patriarca, rebajando su autoridad a los ojos de los cristianos. Finalmente, los seguidores del Islam, la religión rival, en Siria, Egipto y el norte de África se independizaron del dominio de Constantinopla.
Gregorio I establece el papado moderno
Por el contrario, el obispo de Roma no tenía rivales en Occidente. Durante largos períodos no había emperador, o si lo había era débil o estaba lejos de la ciudad. El obispo de Roma, ahora llamado el Papa, que a veces era un hombre poderoso, podía ejercer una gran influencia. Así, el Papa León I (400-461) tuvo el valor de enfrentarse a Atila, rey de los hunos, en el 452, una época en que no había una autoridad secular capaz de hacerlo. Este acto de valentía hizo que el Papado ganara mucho prestigio. Gregorio I (540-604) llegó a ser Papa en el 590, y estableció el Papado tal como ha seguido siendo después, rechazando firmemente todas las nuevas doctrinas que aparecían en Oriente.
Durante años, el poder y la influencia del Papado aumentaban y disminuían como lo habían hecho las instituciones seculares. Durante el siglo X se produjo un declive, pero cuando Otón I revivió el sacro imperio romano germánico en el 962, el Papado también se recuperó.
Entretanto, aunque se habían perdido las provincias cristianas de Asia y África, el cristianismo se difundía hacia el norte. De la misma forma que Roma, desde los días de su fundación, había sido un poder políticamente expansionista, el cristianismo desde el principio fue una religión orientada hacia la misión. Los «Evangelios» hablan de Jesús enviando a sus discípulos a difundir la buena nueva de su mensaje; los Papas y los patriarcas apoyaron este tipo de actividad.
Los Papas llamaban a la conversión al cristianismo de tipo occidental de los paganos de Britania y Alemania. Mientras tanto, los patriarcas alentaban las misiones para convertir a los paganos de las tribus balcánicas al cristianismo oriental.
Hacia el 990, Constantinopla había convertido a las tribus rusas a su cristianismo, un avance de gran importancia, dada la influencia que Rusia ha llegado a tener en el mundo en general.
Por tanto, para el año 1000 el cristianismo, que había empezado en Judea y se había extendido con rapidez a Siria y Egipto, había perdido para siempre estas provincias y había quedado confinado sobre todo en Europa. Existían, por consiguiente, dos tipos rivales de cristianismo que diferían considerablemente en puntos de la doctrina. El occidental o católico romano en Europa occidental (la mayor parte del sacro imperio romano germánico, Francia y Britania). El oriental o griego ortodoxo en Asia Menor y los Balcanes, y empezaba a echar raíces en la región al norte del Mar Negro.
En conjunto, si se mira al mundo como un todo, el cristianismo todavía era una religión minoritaria. El islamismo era mucho más fuerte y poderoso, y un gran número de devotos seguían las religiones orientales del hinduismo y budismo.
Hemos llamado a este período el primer milenio real, porque el año 1000 tuvo una gran importancia especial para los cristianos, puesto que marcaba el mil aniversario del nacimiento de Jesús. En los tiempos bíblicos, mil era también el número mayor con nombre propio, ya que en aquella época había pocas ocasiones de contar algo que existiera en mayor cantidad que unos cuantos miles. Por consiguiente, cuando los escritores bíblicos querían usar un número muy grande, empleaban el término «mil».
El «Apocalipsis», último libro del «Nuevo Testamento», contiene una manifestación confusa (capítulo 20, versículos 1-3) que dice que Satanás permanecerá encadenado durante mil años (esto es, un largo tiempo, pero sin definir cuánto), y entonces será liberado. Después de esto, se librará la batalla final, en la que el bien vencerá al mal. Entonces el mundo llegará a su fin, dando paso a un nuevo cielo y a una nueva tierra, que será perfecta y eterna.
Algunos de los que seguían la palabra de la «Biblia» de forma literal pensaron que el fin de todas las cosas llegaría en el año 1000. Además, debía de ser portentoso el hecho de acercarse a los primeros mil años del nacimiento de Cristo y ser consciente de ello.
Hasta hace unos años, se creía que los hombres de esa época se pusieron muy nerviosos con la llegada del nuevo milenio. Se pensaba que dieron todas sus pertenencias a los pobres, peregrinaron a Jerusalén y dejaron que iglesias y casas se desmoronasen, ya que no había ninguna razón para reparar las cosas si el final estaba tan próximo. Historiadores posteriores, como Hillel Schwarz, han afirmado que, aunque en esa época hubo preocupación, no estuvo tan extendida como nos cuenta la leyenda.
De todas formas, como podemos atestiguar, el mundo no se acabó con el paso del 999 al 1000. En sentido metafórico ahora podemos darnos cuenta de que los viejos tiempos desaparecían, ya que la Edad Oscura empezaba a disiparse y el Renacimiento se vislumbraba en el horizonte, pero la Tierra seguía en su órbita y la humanidad seguía evolucionando como lo había hecho en el pasado.
Las confusas observaciones del Apocalipsis siguen provocando el que algunos creyentes calculen y vuelvan a calcular cuándo se producirá el fin del mundo. Estos milenaristas (del latín «mil años») están todavía entre nosotros, pero sus predicciones de la llegada del fin del mundo aún se tienen que probar. Sin duda, algunas de las emociones que inundan a los seres humanos a medida que se acerca el año 2000 pueden ser consecuencia de la inquietud de que éste es un año que realmente marcará un final.
El Islam se impone
Al principio del milenio parecía como si los acontecimientos en el oeste de Asia fueran a seguir el viejo patrón de sucesivas ascensiones y recaídas de imperios. Hasta ahora hemos visto que el imperio parto volvió a ser el imperio persa en el 236 y logró salir adelante. Bajo Cosroes I se reorganizaron las finanzas de la nación, se reformó el zoroastrismo, y se inauguró una edad de oro de la literatura y las artes. Antes de ser derrotado por Heraclio, el imperio neopersa estuvo a punto de vencer al imperio romano de Oriente.
Nacimiento de Mahoma, fundador del Islam
Pero en la región estaba emergiendo una fuerza mucho más poderosa, una religión nueva cuya influencia sigue siendo extraordinaria incluso hoy en día. Justo cuando en Judea nacía algo nuevo para la religión cristiana, Arabia daba a luz al Islam. El Islam (significa «sumisión», es decir, a la voluntad de Dios) fue fundado por el profeta Mahoma (570-632), que predicó la nueva religión basada en revelaciones y en su interpretación del judaísmo y del cristianismo.
A los que la practicaban se les conocía como «musulmanes» (los que se someten), y a la muerte de Mahoma, en el 632, toda Arabia era islámica. Después el Islam se difundió hacia el norte y el oeste, más allá de las fronteras de Arabia. En una extraordinaria carrera de conquistas, hacia el 642 los musulmanes habían derrotado al imperio persa y al imperio romano de Oriente. Cartago cayó en el 698, y para el 705 los musulmanes habían avanzado por todo el norte de África y alcanzando el Océano Atlántico. En el 711 cruzaron el Estrecho de Gibraltar e invadieron España.
Como ya hemos dicho, el avance musulmán fue detenido por el este cuando estuvieron a punto de tomar Constantinopla en el 718, y en Occidente en la Batalla de Poitiers en el 732.
Sólo un siglo después de la muerte de Mahoma el Islam controlaba un área que se extendía desde el Río Indo hasta el Océano Atlántico. Era más extensa de lo que había sido el imperio romano, pero estaba menos poblado, ya que incluía muchas áreas desérticas escasamente habitadas.
Casi desde el principio el Islam se dividió en sectas, como lo había hecho el cristianismo. Estos grupos lucharon entre sí, y las guerras se propagaron entre las familias rivales. De esta forma se malgastó gran parte de la fuerza del movimiento islámico.
Los primeros gobernantes del Islam fueron miembros de la familia de los omeyas, que tenían su capital en Damasco. En el 750, una familia rival, los abasíes, ocuparon el poder y establecieron una nueva capital en Bagdad, a orillas del Tigris.
Bajo los abasíes, los musulmanes continuaron extendiéndose, arrebatando varias posesiones al imperio bizantino. Incluso hicieron incursiones en el litoral italiano, y saquearon la misma Roma en el 846. El imperio abasí era gobernado por Harún al-Rashid (736-809) que subió al trono en el 786. Es el famoso sultán protagonista de los cuentos de «Las mil y una noches».
Bajo el reinado del hijo de Harún, al-Mamun (746-833), el imperio abasí alcanzó su mayor esplendor. Sin embargo, después de su muerte se fragmentó y se derrumbó.
Hacia el año 1000, aunque todas las conquistas hechas anteriormente seguían siendo musulmanas, el imperio, todavía bajo el control teórico de Bagdad, estaba dividido en varias partes. Cada una estaba regida por una familia distinta, y todas estaban tan dispuestas a luchar entre sí como lo estaban a hacerlo contra los cristianos. El Islam seguía siendo una fuerza importante, pero su peligro respecto a Europa y a la Cristiandad se había vuelto menos acuciante.
Oriente: ciclos de feudalismo y unidad
Durante la mayor parte del primer milenio después de Cristo la India permaneció dividida, aunque ocasionalmente aparecieron gobernadores capaces de unir gran parte de ella. Por ejemplo, Chandragupta I, que subió al poder en el 320 cuando el imperio romano se estaba cristianizando, unificó el norte de la India. Permaneció intacta bajo su sucesor inmediato. Más tarde, Harsa, que gobernó desde el 606 al 647, cuando el imperio romano de Oriente estaba rechazando a Persia y al Islam, estableció un estado fuerte al norte de la India y entabló contactos con China.
Sin embargo, ninguna de estas uniones duró mucho. Después de que los musulmanes conquistaran Persia, empezaron a hacer incursiones en el noroeste de la India. En lo que ahora es Afganistán, el jefe musulmán Mahmut de Gazna, que tomó el poder en 997, llegó a invadir el norte de la India un total de diecisiete veces.
China, la región más avanzada del mundo, con una población de 60 millones
Hacia el año 1000, el Islam penetró con fuerza en la India, lo que al final llevaría a su división en poblaciones hindú y musulmana, y a su definitiva fragmentación en dos naciones.
China estuvo unida bajo la dinastía Han, durante el apogeo del imperio romano, pero todo terminó en el 220, justo cuando los romanos empezaban a sufrir las primeras incursiones de las tribus.
Después hubo cuatro siglos de feudalismo con dinastías rivales que gobernaban reinos independientes y que luchaban entre sí. Durante este tiempo, el budismo, llegado de la India, floreció también en China. Los tiempos feudales acabaron cuando China se unió en el 618 bajo la dinastía Tang.
El emperador Tai Zong (627-649), de la dinastía Tang, reinaba cuando el Islam empezaba su rápida expansión, y llevó a cabo muchos cambios positivos en China. Acogió en su reino a los primeros cristianos (aunque eran nestorianos, considerados herejes tanto por Roma como por Constantinopla) y fue también el gobernante chino que empezó los contactos con la India. Bajo este emperador y sus sucesores, China se enriquecía en arte y literatura y llegó a ser tecnológicamente avanzada.
A la dinastía Tang, que terminó en el 907, le siguió un nuevo período de feudalismo. El norte de China quedó bajo el gobierno de una tribu conocida como los mongoles Kitán, que pronto adoptaron la cultura china. La mayoría de la China quedó bajo la dinastía local Song, que siguió fomentando los avances culturales y tecnológicos realizados bajo sus predecesores.
Hacia el 1000, China, bajo los Kitán y los Song, había alcanzado un nivel de población superior a los 60 millones, y era con mucho la región del mundo más avanzada desde el punto de vista tecnológico y cultural.
No muy lejos, Japón, isla que permanecía culturalmente aislada, empezó a adoptar las formas chinas y pasó a estar bajo el control de la familia Fujiwara.
El crecimiento sigue en todo el mundo
Aunque nuestra atención se ha centrado en las áreas donde las civilizaciones dominantes ascendían y caían, siguió habiendo progresos importantes en otras partes del mundo. En África, el reino de Ghana, situado en la parte occidental del continente, alcanzó gran desarrollo hacia el año 1000. Se extendía desde el Océano Atlántico hasta cerca de Tombuctú, y comerciaba con el norte de África a través del desierto del Sahara.
En Centroamérica, en el año 1000, había varias civilizaciones muy activas que ejercían una fuerte influencia en la región. Por esta época, los mayas, astrónomos y constructores de ciudades y zigurats, misteriosamente empezaron a abandonar estos centros y a desvanecerse en la jungla. En el sur del Pacífico, los intrépidos exploradores de la Polinesia habían alcanzado casi todas las islas de este océano, incluyendo las Hawai y la Isla de Pascua.
A medida que este primer milenio se acercaba a su fin, la civilización se extendía por una amplia franja que abarcada la parte central del hemisferio norte desde el Océano Pacífico al Atlántico. Yendo de este a oeste la banda comprendía a Japón, China, India, el mundo musulmán, el imperio bizantino y Europa occidental. También había núcleos aislados de civilización en el África tropical y Centroamérica.
Población mundial: 265 millones
La presencia de la humanidad en el planeta Tierra era ya muy importante. La población era de unos 265 millones, de los cuales unos 65 millones vivían en China y cerca de 80 millones en la India. Juntas sumaban más de la mitad de la población de la Tierra, y cada una tenía su cultura y civilización. La cultura de la China era probablemente la más avanzada del mundo de la época.
Más hacia el oeste, el imperio bizantino todavía conservaba la herencia de la civilización grecorromana, mientras que el mundo musulmán había traducido muchos de los clásicos griegos al árabe y mantenía su propia cultura, que alcanzó un gran nivel de erudición.
Sólo Europa occidental había sufrido una edad oscura de cinco siglos. Había perdido la mayoría de su herencia griega y en el año 1000 era con mucho el área de civilización menos importante. Al mirar al mundo en su conjunto, nadie habría podido adivinar que sería Europa occidental la que dominaría el planeta en el curso de los próximos mil años.