INTRODUCCIÓN

El año 2000 se acerca a gran velocidad. En menos de una década estará aquí, y la gente lo espera ansiosa, con una mezcla de temor y júbilo. ¿Marcará el comienzo de una nueva era más feliz, o el momento decisivo en que el mundo inicie su declive hacia una miseria cada vez mayor? ¿Es posible incluso que el año 2000 traiga consigo, como algunos creen, el fin del mundo?

No conocemos la respuesta a todas estas preguntas, pero éste es un buen momento para plantearlas mirando hacia el pasado y hacia el futuro. Quienes vivimos hoy, disponemos de una oportunidad que muy pocos seres humanos han tenido: la ocasión de vivir el principio y el fin de un año, de una década, de un siglo y de un milenio. Es natural prepararse para un acontecimiento como éste, y quizás una mayor comprensión del pasado nos ayude a crear un futuro más constructivo.

En este libro, volvemos la vista hacia atrás y hacia delante con la esperanza de adquirir algunos conocimientos que nos permitan entrar en el próximo milenio con más expectación que miedo. Contemplaremos el desarrollo de la civilización milenio a milenio, empezando por el pasado remoto del hombre, hacia el octavo milenio antes de Cristo, y avanzando hacia los últimos años del segundo milenio después de Cristo.

Obviamente de esa forma no se puede abarcar toda la historia de la humanidad con precisión; sencillamente es demasiado extensa. Sin embargo, quizá se pueda encontrar un hilo conductor en los profundos cambios del pasado del hombre. El número de habitantes, por ejemplo, ha seguido creciendo durante este largo período, y parece que continuará haciéndolo en el futuro. ¿Cómo va a repercutir eso en el próximo milenio?

Además, el uso de la energía ha sido decisivo para el desarrollo de la civilización durante este período. ¿Cómo utilizaremos la energía en el próximo milenio, sobre todo a medida que nuestra inquietud por la situación del medio ambiente aumenta?

El uso ingenioso de la tecnología es otra característica constante que se observa en el desarrollo de la civilización, y que se ha hecho cada vez más importante en los últimos años de este segundo milenio. ¿Qué papel desempeñará en los próximos mil años?

Debemos tener en cuenta estas y otras cuestiones con el fin de prepararnos para el próximo milenio. Sin embargo, hoy en día no podemos comprender del todo la trascendencia de la población, la energía, la tecnología y demás temas sin contemplarlos en su contexto pasado. Sin saber de dónde venimos no podemos descubrir fácilmente adónde vamos.

Algunos de los siguientes capítulos de este libro son, por tanto, una base para el capítulo final, que aborda de forma directa la cuestión de cuáles serán los descubrimientos importantes en el próximo milenio, y de cómo podemos crear un futuro seguro para nuestros hijos.

Sin embargo, antes de empezar nuestro repaso, debemos plantearnos la cuestión fundamental: ¿Por qué hemos elegido el año 2000 como fecha de la cual dependen nuestras esperanzas y miedos? Quizá la clave está en que es un número redondo. Un año que termina en 0 nos parece significativo, es un año que puede marcar el principio o el final de algo por su forma matemática. Un año que termina en 00 lo es todavía más, y uno que lo hace en 000 resulta el más significativo de todos. En general se cree que un año que termina en 0 comienza una nueva década, uno que termina en 00, un nuevo siglo, y uno que termina en 000, un nuevo milenio.

Por supuesto, esta creencia popular no es del todo exacta. Si empezamos a contar por un año al que llamamos 1, el décimo año es el 10, y los años entre 1 y 10 constituyen la primera década. Por consiguiente, es el año 11 el que en realidad marca el principio de la segunda década.

Siguiendo un razonamiento similar, el año 101 es el que marca el principio del segundo siglo y el 1001 el que inaugura el segundo milenio. Esto quiere decir que el año 2000 es el último año del siglo XX y del segundo milenio, y que empezamos realmente el siglo XXI y el tercer milenio el 1 de enero del 2001.

No obstante, persuadir a la humanidad de que acepte esta lógica matemática es una tarea imposible. El 1 de enero del año 2000 oiremos el clamor y el estrépito que señalan el comienzo del nuevo milenio, y todas las voces de los pedantes, diciendo: «No, no, debemos esperar otro año», serán ahogadas e ignoradas.

Debemos salir del paso como mejor podamos, incluso aquellos de nosotros que mejor lo sabemos, tendemos a aceptar el valor mítico del 2000 y nunca pensamos en el 2001 como en algo representativo, excepto como título de una película.

Sin embargo, la Tierra tiene miles de millones de años, y el Universo es todavía más antiguo. Entonces, ¿por qué el número de años es tan bajo? La respuesta es que los hombres empiezan a contar de forma arbitraria a partir de un determinado punto reciente de la historia que nos parece importante y único.

Los revolucionarios franceses, por ejemplo, se complacían en haber establecido hace unos doscientos años, una nueva república en la que una nueva era de «libertad, igualdad y fraternidad» nacía. Por tanto, definieron el año 1792 como el año 1 de la República. Este sistema continuó durante unos catorce años, pero si hubiese perdurado y se hubiese adoptado en todo el mundo, el año al que llamamos 2000 sería el año 208 de la era republicana.

En algunos documentos oficiales, los estadounidenses no sólo indican el año como se hace normalmente, sino que también cuentan los años a partir del año de la independencia de Estados Unidos en 1776. El 4 de julio del año que llamamos 2000 pasaría a ser el año 224 de la independencia de Estados Unidos.

La comunidad musulmana numera los años a partir del momento en que el profeta Mahoma huyó de la ciudad árabe de La Meca a Medina en el año que nosotros llamamos 622. Este año se conoce como La Hégira (emigración), y este acontecimiento define su año 1. Además, los musulmanes utilizan un calendario lunar en el que el año sólo tiene 354 días. Por lo tanto, el año que nosotros llamamos 2000, en el mundo musulmán será en realidad el año aH 1421 (las iniciales significan «en el año de la Hégira»).

Los griegos de Asia empezaron a contar a partir del año que nosotros llamamos 312 a. C., porque fue el año en que su soberano Seleuco I empezó su reinado. El uso de esta era de los seléucidas fue un método popular durante algún tiempo, y si hubiese continuado hasta hoy, el año que llamamos 2000 sería el 2312 de la era de los seléucidas.

Los romanos seguían muchos métodos, pero finalmente los unificaron y contaron los años a partir del año de la fundación de Roma, que fijaron en el año que llamamos 753 a. C. Lo denominaron año 1 auc, que significa anno urbis conditae, que en latín quiere decir «el año de la fundación de la ciudad». Este método se utilizó en Europa durante siglos, y si se siguiese utilizando todavía, el año que llamamos 2000 sería el 2752 auc, y el año que llamamos 1247 habría sido el año 2000 auc.

En teoría podríamos contar los años a partir del comienzo del Universo o del nacimiento de la Tierra, pero esto nos daría unos números demasiado largos para utilizarlos en la vida diaria, tales como 10.000 millones o 300 millones. Además, no sabemos con exactitud el año en que el Universo o la Tierra empezaron a existir. Hasta hace poco no se tenía ni la más remota idea de los verdaderos comienzos, y se pensaba que el Universo y la Tierra se habían formado en tiempos relativamente recientes.

Por ejemplo, los rabinos judíos, después de estudiar a fondo la «Biblia», decidieron que el mundo comenzó en el año que nosotros llamamos 3760 a. C. De modo que el año que llamamos 2000 sería el 5760 del calendario israelita. Según esto, el año 1760 a. C. fue por lo tanto el año 2000.

Hacia 1650, un obispo anglicano llamado James Ussher calculó el año 4004 a. C. como el de la creación del mundo. Durante mucho tiempo, esta fecha fue aceptada como válida por los protestantes, y la mayoría de las Biblias protestantes la indican al principio, antes del relato de la Creación. Por tanto, el año que llamamos 2000 sería el 6004 de la era cristiana.

Nuestro sistema para contar los años se empezó a desarrollar hacia el año 1288 auc, cuando un sabio llamado Dionysius Exiguus llevó a cabo su propio análisis de la «Biblia». Decidió que Jesucristo había nacido 535 años antes, en el 753 auc.

Unos doscientos cincuenta años después, Carlomagno, que gobernaba la mayor parte de Europa occidental, decidió que era mucho más piadoso contar los años a partir del nacimiento de Jesús, en vez de partir de la fundación de la ciudad de Roma, tiempo en el que había sido pagana. Por esta razón el año 753 auc se convirtió en el 1 AD, siendo AD la expresión de Anno Domini, «el Año de Nuestro Señor» en latín. Las fechas anteriores se consideraron como a. C., que quiere decir «antes de Cristo». Con estas revisiones, ahora se piensa que Roma se fundó en el año 753 a. C.

El uso del método de la era cristiana se extendió rápidamente por toda Europa. Más tarde, después del 1400, cuando los barcos y las armas europeas fueron dominando al resto del mundo, el nuevo sistema de contar los años se generalizó.

Desgraciadamente, Dionysius Exiguus se equivocó en sus cálculos. En ninguna parte de la «Biblia» aparece una cronología exacta, y por lo tanto era fácil cometer un error. Según la «Biblia», Jesús nació cuando Herodes I reinaba en Judea. En la actualidad sabemos que Herodes murió en el 749 auc. Jesús no pudo haber nacido después de esta fecha, que es el año 4 a. C. de la era cristiana.

Si estuviéramos contando de verdad desde el nacimiento de Jesús, el año que llamamos 2000 estaría en realidad entre el 2004 y el 2020, y el verdadero año 2000 AD[1] habría pasado ya.

Nos hemos extendido sobre estas anomalías simplemente para ofrecer una perspectiva de cómo se convierten en relativamente arbitrarias fechas de gran significado para nosotros. El año que llamamos 2000 es el 2000 para todo el mundo, y es el año que todos esperan con ilusión y ansiedad.

A medida que empezamos a sentar las bases para entender qué nos puede deparar el próximo milenio, cuanto más hacia atrás vamos en el tiempo, menos sabemos en realidad de los detalles de la vida de la gente. Hasta que los seres humanos no inventaron la escritura no pudieron dejar constancia de los acontecimientos y no empezó lo que llamamos historia. Por eso las épocas anteriores a la invención de la escritura son «prehistóricas», y sabemos lo que ocurrió sólo de forma indirecta: a través del estudio de las ruinas de ciudades antiguas, los restos de cerámica y otros materiales y examinando otros indicios.

El período milenario más primitivo del que se puede hablar con cierto grado de fiabilidad es el comprendido entre el 9000 a. C. y el 8000 a. C., época que todavía queda en la oscura prehistoria. Fue hacia el 8000 a. C. cuando apareció lo que llamamos civilización, lo que lo convierte en un buen momento para empezar.

Aunque el 8000 a. C. puede parecemos una fecha muy lejana, resulta bastante próximo con relación a la verdadera historia de la Tierra. Para crear un contexto que nos permita entender este remoto milenio, debemos mencionar algunos sucesos clave que ocurrieron incluso antes de que comenzara.