CAPÍTULO UNO. ANTES DE LA CIVILIZACIÓN
LA APARICIÓN DEL HOMBRE
El hombre es un miembro muy reciente de un Universo que empezó a existir hace miles de millones de años. La mayoría de los científicos creen que el Universo se inició como una masa diminuta de materia que explotó con una violencia inimaginable a una temperatura increíblemente alta, y que las consecuencias de esta explosión, conocida como Big Bang, todavía son visibles.
Al principio se creyó que ésta se produjo hace sólo 2.000 millones de años, pero estudios posteriores adelantan bastante esta fecha, y en la actualidad se piensa que el Universo se creó hace unos 15.000 millones de años.
El Universo está formado por muchos miles de millones de enormes agrupaciones de estrellas, llamadas galaxias, que empezaron a existir poco tiempo después del Big Bang. Estrellas aisladas han seguido naciendo y muriendo a lo largo de la vida del Universo.
Nuestro Sol y su séquito de planetas y otros cuerpos celestes, conocidos como Sistema Solar, se formaron aparentemente hace unos 4.600 millones de años. La vida en la Tierra apareció poco tiempo (en términos cósmicos) después de que el planeta se formara. A principios de 1954, un científico estadounidense, Elso Sterrenberg Barghoorn, descubrió vestigios de lo que parecía ser restos de diminutas bacterias en rocas antiguas. De su trabajo se deducía que debía de existir vida en la Tierra por lo menos desde hace 3.500 millones de años.
Durante unos 2.000 millones de años, la vida en la Tierra sólo consistió en distintos tipos de formas bacterianas. Sin embargo, hace unos 1.400 millones de años se desarrollaron unos tipos de células más complicadas. Éstas eran las llamadas eucariotas, y de ellas están compuestos todos los seres vivos más complejos que las bacterias, incluido el hombre. Incluso después de que estas células complejas aparecieran, la vida en la Tierra era primitiva, formada por organismos que constaban de una única célula (organismos unicelulares). Tiempo después, las células empezaron a unirse entre sí para formar organismos más complejos, en los que varias de ellas se especializaron y empezaron a desempeñar funciones diferentes. Es probable que el primero de estos organismos multicelulares empezara a existir hace unos 800 millones de años. Todas las formas de vida lo bastante grandes como para ser vistas sin una lupa son multicelulares, incluyendo a los seres humanos. Por tanto, los organismos multicelulares fueron un experimento evolutivo que tuvo éxito.
Los organismos unicelulares y los multicelulares primitivos eran blandos, formados en su mayor parte por agua. En la mayoría de los casos se desintegraban al morir y dejaban tras sí muy pocos restos; como consecuencia, se sabe muy poco acerca de ellos.
Hace unos 600 millones de años, sin embargo, algunos organismos empezaron a desarrollar partes duras, conchas, por ejemplo, y más tarde huesos y dientes. Éstas persistían después de la muerte, mientras el resto del animal se desintegraba, y con el tiempo sufrieron alteraciones químicas que las convirtieron en sustancias rocosas llamadas «fósiles».
A partir de estos fósiles, los científicos empezaron a percatarse de que la vida fue cambiando de modo gradual a lo largo de millones de años: algunos tipos de organismos desaparecían o se extinguían, mientras que otros evolucionaban lentamente hacia nuevas formas. A estos cambios se les conoce como «evolución biológica», y los hombres de ciencia sintieron curiosidad por saber qué había causado este desarrollo.
El primero en elaborar una teoría convincente sobre la evolución fue el biólogo británico Charles Robert Darwin, quien publicó sus teorías sobre esta cuestión en 1859. Darwin sostenía que la evolución era impulsada en su mayor parte por un proceso conocido como «selección natural». Las especies se adaptaban a los cambios de su medio ambiente, y las nuevas características que contribuían a su supervivencia eran seleccionadas y transmitidas a la siguiente generación. A menudo los individuos menos afortunados morían antes de que pudieran reproducirse, de manera que, normalmente, sólo los mejores genes se transmitían. Esta idea dio lugar al uso, a menudo inadecuado, de la frase «la supervivencia de los más fuertes», para describir el fundamento de la Teoría de Darwin.
Unos 600 millones de años atrás, época de la que datan las primeras cantidades significativas de fósiles, los organismos vivos estaban divididos en numerosas categorías generales, a las que llamamos phyla (phylum en singular). El phylum al que pertenecen los seres humanos se llama Chordata, y los primitivos cordados aparecieron por primera vez hace unos 550 millones de años.
Incluso después de que el planeta hubiese llegado al 90% de su actual existencia, la vida seguía limitada al agua, mientras que el resto permanecía estéril. No obstante, hace unos 450 millones de años, la vida vegetal empezó a invadir la Tierra, al tiempo que desarrollaba tallos, raíces y hojas. Los arácnidos y los insectos siguieron a las plantas como primeros colonizadores del suelo.
Durante este período, los cordados más avanzados eran los peces. Después, hace unos 370 millones de años, se produjo un desarrollo evolutivo de gran importancia: algunos peces emergieron del mar y desarrollaron adaptaciones que les permitieron la vida fuera del agua.
Al principio, estos cordados terrestres tenían que regresar al agua para desovar y tener sus crías. Entonces, hace unos 300 millones de años, se desarrollaron los huevos con cáscara, que permitían el nacimiento en tierra de las crías. Los reptiles que nosotros ahora llamamos dinosaurios usaron esta adaptación para evolucionar y convertirse en los señores de la Tierra.
Los mamíferos, grupo al que pertenecemos, aparecieron por primera vez hace unos 220 millones de años. En su mayor parte eran criaturas pequeñas que sólo lograban sobrevivir si se mantenían fuera del alcance de los dinosaurios.
Más tarde, hace unos 100 millones de años, los mamíferos desarrollaron otra adaptación importante, la placenta, que permite mantener a la cría dentro del cuerpo de la madre durante un período de tiempo prolongado. Las crías nacían en un estado de desarrollo relativamente avanzado, lo que era una ventaja para su evolución.
Hace unos 70 millones de años aparecieron los primeros miembros de un grupo de mamíferos llamados «primates», grupo que incluye al hombre. Sin embargo, aun entonces, los reptiles —especialmente los dinosaurios— dominaban la Tierra. Pero ocurrió algo extraordinario. Hace unos 65 millones de años los dinosaurios sencillamente desaparecieron. Sigue sin saberse la verdadera causa de su extinción, pero hay pruebas de que un cometa se estrelló contra la Tierra en esa época. Una colisión como ésa debió de ocasionar olas gigantescas e incendios, lanzando a la atmósfera superior una nube de polvo lo bastante grande como para impedir el paso de la radiación solar durante mucho tiempo.
En estas circunstancias, algunas formas de vida, especialmente los pequeños mamíferos, pudieron sobrevivir, pero muchas otras, entre ellas los dinosaurios, se extinguieron. De esta forma, desaparecidos los grandes reptiles, los mamíferos evolucionaron rápidamente. Algunos siguieron siendo pequeños, pero se especializaron, alcanzando un desarrollo cerebral que ninguna otra forma de vida había logrado antes. Entre los primates, los primeros simios aparecieron hace aproximadamente 40 millones de años, y los primeros antropoides hace unos 30 millones de años.
Cinco millones de años atrás, la evolución sufrió un nuevo giro al aparecer los primeros primates semejantes al hombre. Se parecían más a los seres humanos actuales que cualquier antropoide, viviente o extinto. Estos primates andaban erguidos, apoyándose en las dos extremidades posteriores, tal y como lo hacemos nosotros (y no los antropoides) y se les conoce como «homínidos». A los más primitivos se les llamó «australopitecinos», y los primeros restos de estas criaturas fueron estudiados por el antropólogo Raymond Arthur Dart a principios de 1924.
Durante cerca de tres millones de años, los únicos homínidos fueron distintas especies de australopitecinos, hallados solamente en el este y sur de África. Sin embargo, un millón de años después, una de las variedades de homínidos era tan semejante a nosotros que se la clasificó dentro del mismo género que los humanos, el género Homo («hombre» en latín). A la nueva variedad se la llamó Homo habilis, y sus restos fueron encontrados por primera vez por el antropólogo británico Louis S. B. Leakey en los años sesenta.
Homo habilis fue el primer homínido con capacidad para hacer utensilios de piedra. Mediante el uso de primitivos cuchillos y hachas de piedra cazaba animales y terminó por aprender a cortarlos para comérselos. Hasta entonces, los homínidos habían sido recolectores de plantas y carroñeros de los animales que mataban los grandes carnívoros. A partir de ese momento podían matar y comer sus propias presas.
Hace 1,6 millones de años aproximadamente, apareció en escena un nuevo y mayor homínido: el Homo erectus. Fue el primero en extender su área de distribución más allá de África, abriéndose camino a través de Asia, probablemente al perseguir manadas de caza.
Finalmente alcanzaron el Pacífico y algunas de las islas del sudeste asiático. En 1984, el antropólogo holandés Eugène Dubois hizo en Java los primeros descubrimientos del Homo erectus. El Homo erectus tuvo tanto éxito que, hace aproximadamente un millón de años, era el único homínido que quedaba sobre la Tierra.
Después, hace unos 600.000 años, la Tierra entró en la primera de una serie de eras glaciales. A medida que la temperatura global del planeta descendía, enormes capas de hielo fueron bajando de las regiones septentrionales hacia el sur. Cuando estos glaciares alcanzaron su máxima extensión, el nivel del mar llegó a descender hasta noventa metros, dejando al descubierto tierras que hacían de puente entre áreas cercanas. Este cambio contribuyó a que el Homo erectus pasara de África a Asia y de allí al Archipiélago de Indonesia.
Las glaciaciones estimularon la adaptación en todas las formas de vida, incluidos los homínidos. Como respuesta al tiempo frío predominante en la época, el Homo erectus se vistió con pieles, construyó refugios en forma de tiendas, vivió en cuevas y aprendió a hacer fuego y a mantenerlo encendido. El descubrimiento del fuego, cambio crucial en las relaciones de la humanidad con la energía, ocurrió hace unos 500.000 años. La capacidad de controlar la energía de esta manera se convirtió en un aspecto evolutivo predominante de la civilización y de la interacción de la humanidad con su medio, y continúa teniendo importancia hoy en día.
Unos 300.000 años atrás, los primeros homínidos con un cerebro tan grande como el nuestro aparecieron en la escena del mundo. El primer vestigio de estos homínidos se encontró en Neanderthal (Alemania). A este espécimen se le conoce como hombre de Neanderthal.
El cráneo de los neanderthalenses era claramente menos humano que el nuestro, con arcos superciliares prominentes, dientes grandes, mandíbula avanzada, frente huidiza y mentón ligeramente retrasado. Eran más bajos y rechonchos que nosotros, y más musculosos. Sin embargo, a excepción de su cráneo, se nos parecen tanto que muchos los considerarían una variedad de nuestra propia especie: Homo sapiens («hombre sabio» en latín).
Hace aproximadamente 50.000 años aparecieron por primera vez seres humanos como nosotros. Hace unos 30.000 años, el hombre de Neanderthal se había extinguido, y la única especie de homínidos que había sobrevivido a 30.000 años de evolución era el hombre moderno.
Hasta entonces, los homínidos habían vivido confinados en lo que se conoce como la Isla del Mundo: África, Asia y Europa, junto con algunas islas próximas a sus costas. Hace poco más de 25.000 años, sin embargo, los seres humanos aprovecharon el descenso del nivel del mar durante uno de los períodos glaciales para avanzar desde el nordeste de Asia hasta América del Norte, y desde el Archipiélago de Indonesia hasta Australia. Con el tiempo alcanzaron los puntos más lejanos de las nuevas tierras, hasta la Tierra de Fuego, más allá del extremo sur del continente americano, y hasta Tasmania, más allá del extremo sudeste de Australia.
Los individuos de estas primeras versiones de la humanidad moderna eran en todo tan humanos como nosotros. Dejaron tras sí pinturas en las cavernas, tan artísticas como cualquiera que hayamos podido hacer después. Estas pinturas fueron descubiertas por primera vez en 1879 en una cueva del norte de España.
Las pinturas eran tan buenas que al principio la gente se negó a creer que fueran realmente antiguas, hasta que se descubrieron otras cuevas con pinturas de este tipo. Algunas de las mejores pinturas se encontraron en una cueva en el área de Cro-Magnon en Francia, por lo que a estos humanos primitivos se les llamó hombres de Cro-Magnon.
Los hombres precivilizados formaron sociedades que al principio estaban constituidas sólo por seres humanos. Aunque se den casos de especies que colaboran de forma instintiva con otras (algunas hormigas mantienen afídidos[2] debido a sus secreciones, por ejemplo), los hombres fuimos los primeros en buscar deliberadamente la ayuda de otros animales. Fuimos también los primeros en domesticar a otras especies.
Los primeros animales domesticados fueron los perros, que pudieron haber empezado a vivir con el hombre hace unos 14.000 años. Todos los perros, incluso los de aspecto más distinto, descienden de los lobos. No se sabe cómo llegaron a ser domesticados, pero empezó un proceso que hoy en día es tan común que no se pone en duda.
Los perros, siendo descendientes de animales gregarios, debieron de aceptar a su amo humano como jefe de la manada. Cazaban con su dueño, le ayudaban a rastrear y matar la presa y luego recibían como pago una pequeña parte de ella.
Probablemente el éxito con una especie debió de conducir a la domesticación de otros animales. Hace unos 12.000 años, por ejemplo, es posible que las cabras fueran domesticadas en el Oriente Medio. Éstas fueron cuidadas, alimentadas y estimuladas a reproducirse. Podían suministrar leche, mantequilla y queso, y, mediante una prudente selección, podía asimismo aprovecharse su carne.
Mientras que los perros comían alimentos que también podían servir al hombre como tales, las cabras comían hierba y otros productos no comestibles para el hombre; así que el suministro de alimentos aumentaba sin ningún costo.
Finalmente otros animales fueron domesticados: vacas, ovejas, camellos, gallinas y ocas. El suministro de comida de los seres humanos que poseían rebaños y manadas se hizo de esta forma mucho más seguro. Por consiguiente, no fue tan necesario cazar y matar, operaciones de resultado más incierto. La domesticación auguraba un suministro de alimentos constante, salvo casos de enfermedad, falta de lluvia o depredadores, y de esta forma, los seres humanos empezaron a vivir más cómodamente.
Es importante, por consiguiente, darse cuenta de que la civilización es un invento relativamente reciente. Incluso aunque veamos que se fue desarrollando durante 11.000 años, este período de tiempo es corto si lo comparamos con las etapas preparatorias que precedieron a su aparición. Puede ser también un corto período de tiempo en comparación con su desarrollo futuro.
En cualquier caso, esta fase nos lleva al comienzo de la civilización, que podemos situar en el año 8000 a. C. Con esto empezamos a seguir los pasos a los milenios.