8
EL SENTIDO SECRETO
Las rítmicas notas de un vals de Strauss llenaban la estancia. La música crecía y decrecía bajo los sensibles dedos de Lincoln Fields, y a través de sus ojos entornados casi veía a unas figuras que danzaban y evolucionaban sobre el suelo encerado de algún lujoso salón.
La música siempre le afectaba de este modo. Llenaba su mente con sueños de una extraña belleza y transformaba su habitación en un paraíso de sonido. Sus manos se deslizaron sobre el piano en las últimas y deliciosas combinaciones de tonos y después aminoraron la velocidad de mala gana y se detuvieron.
Suspiró y permaneció un momento en absoluto silencio, como si intentara extraer la última esencia de belleza a los ecos desfallecientes. Después, se volvió y sonrió débilmente al otro ocupante de la habitación.
Garth Jan sonrió a su vez, pero no dijo nada. Garth sentía un gran afecto hacia Lincoln Fields, aunque no le comprendía. Eran mundos aparte —literalmente—, pues Garth procedía de las gigantescas ciudades subterráneas de Marte y Fields era el producto de la gran urbe terrestre de Nueva York.
—¿Qué te ha parecido eso, Garth, viejo amigo? —inquirió Fields, dubitativamente.
Garth sacudió la cabeza. Habló con el esmero y precisión con que solía hacerlo.
—He escuchado atentamente y, en honor a la verdad, he de decir que no ha sido desagradable. Tiene un cierto ritmo, una cadencia de notas que, en realidad, es tranquilizante. Pero ¿hermoso? ¡No!
Los ojos de Fields expresaron una compasión intensamente dolorosa. El marciano vio la mirada y comprendió su significado, pero no hubo ningún destello de envidia como respuesta. Su huesuda y gigantesca figura siguió doblada en una silla que era demasiado pequeña para él mientras una de sus delgadas piernas se balanceaba hacia delante y hacia atrás.
Fields saltó impetuosamente de su asiento y agarró a su compañero por el brazo.
—¡Ven! Siéntate tú en el banco.
Garth obedeció jovialmente.
—Veo que quieres llevar a cabo un pequeño experimento.
—Lo has adivinado. He leído trabajos científicos que trataban de explicar las diferencias entre los sentidos de los terrícolas y los marcianos, pero nunca he logrado entenderlas del todo.
Tocó las notas do y fa en una sola octava y miró interrogativamente al marciano.
—Si existe una diferencia —dijo Garth dubitativamente—, es muy ligera. De no haber prestado mucha atención, hubiera dicho que habías tocado dos veces la misma nota.
El terrícola se asombró.
—¿Cómo es posible? —Tocó el do y el sol.
—Esta vez sí que he distinguido la diferencia.
—Bueno, supongo que todo lo que dicen sobre tu pueblo es cierto. Pobres de vosotros… ¡Tener un sentido del oído tan imperfecto! No sabéis lo que os perdéis.
El marciano se encogió filosóficamente de hombros.
—No se echa de menos lo que nunca se ha tenido.
Garth Jan rompió el corto silencio que siguió:
—¿Te das cuenta de que este periodo de la historia es el primero en que dos razas inteligentes han podido comunicarse entre sí? La comparación del aparato sensitivo es muy interesante… y amplia mucho las opiniones que uno tiene sobre la vida.
—Es verdad —convino el terrícola—, aunque, al parecer, nosotros tenemos todas las ventajas de la comparación. El mes pasado, un biólogo terrícola declaró su extrañeza ante el hecho de que una raza tan pobremente dotada en materia de percepción sensitiva hubiera podido desarrollar una civilización tan adelantada como la vuestra.
—Todo es relativo, Lincoln. Lo que tenemos es bastante para nosotros.
Fields sintió que le embargaba una turbación creciente.
—Pero, Garth, si por lo menos supieras lo que te pierdes…
»Nunca has visto las bellezas de una puesta de sol, o de un campo de flores. No puedes admirar el azul del cielo, el verde de la hierba, el amarillo del maíz tierno. Para ti, el mundo consiste en sombras de luz y oscuridad —se estremeció al pensarlo—. No puedes oler una flor o apreciar su delicado perfume. Ni siquiera puedes disfrutar de algo tan simple como una buena y sabrosa comida. No tienes gusto, ni olfato, ni distingues los colores. Me compadezco de tu mundo opaco.
—Lo que dices es absurdo, Lincoln. No malgastes tu compasión conmigo, porque soy tan feliz como tú. Se levantó y cogió su bastón, necesario en el campo gravitacional mucho mayor de la Tierra.
—No debes juzgarnos con tanta superioridad, ¿sabes?
Al parecer, aquél era el aspecto más importante de la cuestión.
—Nosotros —añadió— no alardeamos de ciertas perfecciones de nuestra raza, sobre las cuales no sabéis nada.
Y entonces, como si lamentara profundamente sus palabras, una mueca de ironía distendió su rostro, y se dirigió hacia la puerta.
Fields permaneció asombrado y pensativo durante un momento y después se levantó de un salto y corrió tras el marciano, que avanzaba lentamente hacia la salida. Asió a Garth por los hombros e insistió para que volviera.
—¿A qué te referías con tu última observación?
El marciano volvió la cara, como si no fuera capaz de encararse con su interrogador.
—Olvídalo, Lincoln. No ha sido más que un momento de indiscreción, cuando tu piedad me ha puesto nervioso.
Fields le lanzó una penetrante mirada.
—Es verdad, ¿no? Es lógico que los marcianos posean sentidos que los terrícolas no tengan, pero es irracional que tu pueblo quiera mantenerlo en secreto.
—Es lo que debe ser. Pero ahora que mi propia estupidez me ha descubierto, quizá estés de acuerdo en no divulgarlo.
—¡Naturalmente! Seré tan discreto como una tumba, aunque que me maten si puedo hacer algo con este secreto. Dime, ¿de qué naturaleza es este sentido secreto vuestro?
Garth Jan se encogió de hombros con indiferencia.
—¿Cómo puedo explicártelo? ¿Acaso tú puedes definirme el color, a mí, que ni siquiera soy capaz de concebirlo?
—No te pido una definición. Dime qué usos tiene. Por favor —asió al otro por el hombro—, puedes hacerlo. Te he prometido guardar el secreto.
El marciano suspiró fuertemente.
—No te servirá de mucho. ¿Te satisfaría saber que si me enseñaras dos recipientes, ambos llenos de un líquido claro, yo podría decirte enseguida cuál de los dos era venenoso? ¿O, si me enseñaras un alambre de cobre, podría decirte instantáneamente si pasaba corriente eléctrica por él, aunque fuera tan pequeña como una milésima de amperio? ¿O que podría decirte la temperatura de cualquier sustancia, con un margen de error de sólo tres grados, aunque la mantuvieras a cinco metros de distancia? ¿O que podría…? Bueno, ya he dicho suficiente.
—¿Eso es todo? —preguntó Fields, con una exclamación desilusionada.
—¿Qué más quieres? —Todo lo que has descrito es muy útil… pero ¿qué belleza encierra? ¿Acaso este extraño sentido vuestro no tiene valor para el espíritu así como para el cuerpo?
Garth Jan hizo un movimiento de impaciencia.
—Realmente, Lincoln, hablas sin pensar. No he hecho más que contestar a lo que me has preguntado…, los usos de este sentido. No pretendía explicar su naturaleza. Toma tu sentido del color. En lo que a mí concierne, el único uso que tiene es hacer ciertas distinciones que yo no puedo. Por ejemplo, tú puedes identificar ciertas soluciones químicas por medio de algo que llamas color, mientras que yo tendría que realizar un análisis químico. ¿Qué belleza encierra?
Fields abrió la boca para hablar, pero el marciano le hizo un irritado gesto para que guardara silencio.
—Ya lo sé. Vas a balbucear tonterías sobre puestas de sol o algo parecido. Pero ¿qué sabes tú de la belleza? ¿Has sabido alguna vez lo que es presenciar la belleza de los alambres de cobre desnudos cuando se conecta una corriente alterna? ¿Has percibido la delicada belleza de las corrientes inducidas dentro de un selenoide cuando se pasa un imán a través de él? ¿Has asistido alguna vez a un portwem marciano?
Los ojos de Garth Jan se habían empañado al evocar estos pensamientos, y Fields le contemplaba con la estupefacción más profunda. Ahora las cosas habían cambiado y su sentido de superioridad le abandonó de repente.
—Cada raza tiene sus propios atributos —murmuró con un fatalismo que encerraba algo de hipocresía—, pero no veo la razón de que los guardéis en un secreto tan absoluto. Nosotros, los terrícolas, no tenemos secretos para vuestra raza.
—No nos acuses de ingratitud —exclamó Garth Jan con vehemencia. Según el código marciano de la ética, la ingratitud era el supremo vicio, y ante la insinuación, la cautela de Garth se desvaneció—. Nosotros, los marcianos, nunca actuamos sin una razón. Y desde luego no es por nuestro propio bien por lo que ocultamos esta magnífica facultad.
El terrícola sonrió burlonamente. Se hallaba sobre la pista de algo —lo notaba en sus huesos— y la única forma de averiguarlo era por medio de bromas.
—No dudo de que hay algún motivo noble detrás de todo esto. Tu raza posee el extraño atributo de encontrar siempre algún motivo altruista para sus acciones.
Garth Jan se mordió los labios coléricamente.
—No tienes derecho a decir algo así.
Por un momento pensó en alegar la inquietud sobre la futura paz de espíritu de Fields como una razón para guardar silencio, pero la burlona referencia de éste al «altruismo» lo hacía imposible. Un sentimiento de ira le dominó gradualmente y eso reforzó su decisión.
No existía equivocación posible sobre la nota de frígida enemistad que contenía su voz.
—Te lo explicaré por analogía.
El marciano mantuvo la vista fija enfrente suyo mientras hablaba, con los ojos medio cerrados.
—Me has dicho que vivo en un mundo compuesto tan sólo por sombras de luz y oscuridad. Tratas de describir un mundo exclusivo tuyo compuesto por infinita variedad y belleza. Escucho, pero no me importa demasiado. Nunca lo he conocido y nunca podré conocerlo. No se llora por la pérdida de algo que nunca se ha tenido.
»Pero… ¿qué pasaría si pudieras conferirme la facultad de ver el color durante cinco minutos? ¿Qué pasaría si, durante cinco minutos, me deleitara en maravillas con las que nunca había soñado? ¿Qué pasaría si, después de estos cinco minutos, tuviera que renunciar a ello para siempre? ¿Compensarían esos cinco minutos de paraíso la vida de pesar que seguiría… una vida de descontento a causa de mis propias deficiencias? ¿No hubiera sido mucho mejor no hablarme nunca del color, evitando así su tentación siempre presente?
Fields se había puesto en pie durante la última parte del discurso del marciano y sus ojos se abrieron de golpe con una violenta suposición.
—¿Quieres decir que un terrícola podría poseer el sentido marciano si así lo deseara?
—Durante cinco minutos en el curso de la vida —los ojos de Garth Jan eran soñadores—, y en estos cinco minutos percibiría…
Se interrumpió confundido y miró agriamente a su compañero.
—Tú sabes mejor lo que te conviene. Procura no olvidar tu promesa.
Se levantó apresuradamente y se escabulló con la mayor rapidez que le fue posible, apoyándose sobre el bastón con fuerza. Lincoln Fields no trató de detenerle. Se limitó a permanecer donde estaba y a reflexionar.
La gran altura de la caverna envolvía el techo en una velada oscuridad en la que a intervalos determinados, flotaban luminosos globos de rayos. El aire, calentado por un estrato volcánico subterráneo, se esparcía suavemente. Ante Lincoln Fields se extendía la ancha y pavimentada avenida de la principal ciudad de Marte, que se desvanecía en la distancia.
Caminó torpemente hacia la entrada del hogar de Garth Jan, con el manifiesto estorbo de una capa de quince centímetros de plomo unida a cada uno de sus zapatos. Pero esto era mucho mejor que los incontrolables saltos a que sometía la gravedad más ligera a los músculos terrestres.
El marciano se sorprendió al ver a su amigo de seis meses atrás, pero no demostró alegría. Fields no dejó de observarlo, pero se limitó a sonreír interiormente. Una vez cumplidas las primeras formalidades y hechos los comentarios convencionales, los dos se sentaron.
Fields aplastó el cigarrillo en un cenicero y se enderezó en su asiento, repentinamente serio.
—¡He venido a solicitar esos cinco minutos que dices poder darme! ¿Puedo tenerlos?
—¿Es una pregunta retórica? Por lo menos, no parece requerir ninguna respuesta. —El tono de Garth era abiertamente despectivo.
El terrícola lo consideró pensativamente.
—¿Te importa que defina mi posición en unas cuantas palabras?
El marciano sonrió con indiferencia.
—No servirá de nada —dijo.
—Me arriesgaré. La situación es ésta: he nacido y crecido rodeado de lujos y me han consentido de la manera más repugnante. Aún no he tenido un deseo razonable que no haya podido realizar, y no sé lo que significa no conseguir lo que quiero. ¿Lo entiendes?
No hubo respuesta y prosiguió:
—He hallado la felicidad en vistas hermosas, palabras hermosas y sonidos hermosos. He practicado un culto a la belleza. En una palabra, soy un esteta.
—Muy interesante —la pétrea expresión del marciano no cambió ni un átomo—, pero ¿qué relación tiene todo esto con el problema que tratamos?
—Es muy sencillo: harías de una nueva forma de belleza, una forma desconocida para mí hasta ahora e incluso totalmente inconcebible, pero que podría conocerse si así se desea. La idea me atrae. Más que atraerme… me domina. Vuelvo a recordarte que cuando una idea se apodera de mí, me doblego…, siempre lo hago.
—No eres el amo en este caso —recordó Garth Jan, Es grosero por mi parte recordártelo, pero no puedes forzarme, ya lo sabes. De hecho, tus palabras son casi ofensivas en sus implicaciones.
—Me alegro de que hayas dicho eso, pues así yo también puedo ser grosero sin tener remordimientos de conciencia.
La única contestación de Garth Jan a esto fue una sonrisa de confianza en sí mismo.
—Te lo exijo —dijo Fields, lentamente—, en nombre de la gratitud.
—¿Gratitud? —El marciano se sorprendió violentamente.
Fields sonrió
—Es una apelación a la que ningún marciano honorable puede negarse… por vuestra propia ética. Y tú me debes gratitud porque a través de mí lograste entrar en las casas de los hombres más importantes y nobles de la Tierra.
—Ya lo sé. —Garth Jan enrojeció de ira—. Eres un mal educado al recordármelo.
—No tenía elección. Tú reconociste la gratitud que me debías, allí en la Tierra. Yo solicito la oportunidad de poseer este misterioso sentido que mantenéis tan en secreto… en nombre de esta gratitud reconocida. ¿Puedes negarte ahora?
—Ya sabes que no —fue la sombría respuesta—. No dudaba mas que por tu propio bien.
El marciano se levantó y alzó la mano con gravedad.
—Me tienes asido por el cuello, Lincoln. Está hecho. Pero, después, no te deberé nada más. Esto saldará mi deuda de gratitud. ¿De acuerdo?
—¡De acuerdo! —Ambos se estrecharon la mano y Lincoln Fields prosiguió en un tono completamente distinto—: Sin embargo, seguiremos siendo amigos, ¿no? Este pequeño altercado no estropeará las cosas, ¿verdad?
—Espero que no. ¡Vamos! Reúnete conmigo a la hora de la cena y discutiremos el momento y el lugar para tus… er… cinco minutos.
Lincoln Fields se esforzó en calmar la inquietud que le embargaba mientras esperaba en la habitación «de conciertos» particular de Garth Jan. Experimentó un súbito deseo de reír al ocurrírsele la idea de que solía sentirse exactamente igual en la sala de espera de un dentista.
Encendió su décimo cigarrillo, dio dos chupadas y lo tiró.
—Estás haciendo todo esto de forma muy complicada, Garth.
El marciano se encogió de hombros.
—Sólo dispones de cinco minutos y yo debo procurar que los emplees de la mejor manera posible. Vas a oír parte de un portwem, que para nuestro sentido es el equivalente a gran sinfonía (¿es ésta la palabra?).
—¿Tenemos que esperar mucho más? El suspense, para decir una trivialidad, es horrible.
—Estamos esperando a Novi Lon, que tocará el portwem, y a Done Vol, mi médico particular. Pronto llegarán.
Fields paseó la mirada sobre el estrado de poca altura que ocupaba el centro de la habitación y contempló el intrincado mecanismo que había encima con curioso interés. La parte anterior estaba encerrada en brillante aluminio, dejando sólo al descubierto siete hileras de relucientes botones negros arriba y cinco grandes pedales abajo. Sin embargo, por detrás estaba abierto, y dentro se cruzaban y entrecruzaban alambres finísimos en senderos increíblemente complicados.
—Es una cosa muy curiosa —observó el terrícola.
El marciano subió también al estrado.
—Es un instrumento muy caro. Me costó diez mil créditos marcianos.
—¿Cómo funciona?
—Casi igual que un piano en la Tierra. Cada uno de los botones superiores controla un circuito eléctrico diferente. Manipulando los botones, uno a uno, o juntos, un experto músico de portwem puede formar cualquier patrón concebible de corriente eléctrica. Los pedales de debajo controlan la intensidad de la corriente.
Fields asintió distraídamente y deslizó los dedos, al azar, sobre el teclado. Vio cómo el pequeño galvanómetro, localizado justo encima de las teclas, oscilaba violentamente cada vez que apretaba un botón. Aparte de esto, no percibió nada.
—¿Es verdad que el instrumento está tocando?
El marciano sonrió.
—Sí, así es. Y una serie de atroces discordancias, además.
Tomó asiento frente al instrumento y murmuró:
—Se hace así.
Sus dedos rozaron rápida y expertamente los brillantes botones.
El sonido de una chillona voz marciana que gritaba con acentos estridentes le interrumpió, y Garth Jan se detuvo con súbita confusión.
—Es Novi Lon —dijo apresuradamente a Fields—. Como de costumbre, no le gusta mi forma de tocar.
Fields se levantó para saludar al recién llegado. Tenía, los hombros encorvados y no había duda de que contaba una edad avanzada. Un fino trazado de arrugas, especialmente alrededor de los ojos y la boca, cubría su rostro.
—Así que éste es el joven terrícola —exclamó, en un inglés con marcado acento—. Desapruebo su irreflexión, pero simpatizo con su deseo de asistir a un portwem. Es una lástima que no pueda disfrutar de nuestro sentido más que cinco minutos. Sin él, nadie puede decir sinceramente que ha vivido.
Garth Jan se echó a reír.
—Exagera, Lincoln. Es uno de los mejores músicos de Marte y cree que cualquiera que prefiera respirar a oír un portwem merece la condenación eterna. —Abrazó cariñosamente al anciano—. Fue mi profesor en mi juventud y pasó muchas horas esforzándose en enseñarme las mejores combinaciones de circuitos.
—Y al final he fracasado, zopenco —dijo el viejo marciano—. He oído tus intentos al entrar. Aún no has aprendido la combinación fortgass correcta. Estabas profanando el alma del gran Bar Danin. ¡Mi alumno! ¡Bah! ¡Es una vergüenza!
La entrada del tercer marciano, Done Vol, impidió a Novi Lon continuar con su diatriba. Garth, satisfecho de aquel descanso momentáneo, se apresuró a acercarse al médico.
—¿Todo listo?
—Sí —gruñó Vol con mal humor— y será un experimento particularmente interesante. Sabemos todos los resultados por adelantado. —Su mirada cayó sobre el terrícola, al que observó coléricamente—. ¿Es éste el que quiere ser inoculado?
Lincoln Fields afirmó con impaciencia y sintió que de pronto se le secaban la garganta y la boca. Observó al recién llegado con incertidumbre y se sintió intranquilo al ver una diminuta botella de líquido claro y una hipodérmica que él médico había extraído del maletín que llevaba.
—¿Qué va usted a hacer? —inquirió.
—Nada más que inocularte. Sólo tardará un segundo —le aseguró Garth Jan—. Verás, en este caso los órganos sensitivos son varios grupos de células de la corteza del cerebro. Están activados por una hormona, una preparación sintética que se emplea para estimular las células durmientes del ocasional marciano que ha nacido… er… «ciego». Tú recibirás el mismo tratamiento.
—¡Oh…! ¿Así que los terrícolas poseen esas células corticales?
—En un estado muy rudimentario. La hormona concentrada las activará, pero sólo durante cinco minutos. Después de este tiempo, literalmente se apagan como resultado de su inusitada actividad. Luego ya no pueden ser reactivadas en ninguna circunstancia.
Done Vol terminó los preparativos de último momento y se acercó a Fields. Sin una palabra, Fields extendió el brazo derecho y la hipodérmica se hundió en él.
Una vez concluida la operación, el terrícola esperó uno o dos minutos y soltó una carcajada temblorosa.
—No siento ningún cambio.
—No lo sentirás hasta dentro de diez minutos —explicó Garth—. Lleva tiempo. Siéntate cómodamente y descansa. Novi Lon ha empezado Canales en el desierto, de Bar Danin, es mi favorito, y cuando la hormona empiece su trabajo, estarás en la gloria.
Ahora que la suerte estaba echada, Fields se sentía insensiblemente tranquilo. Novi Lon tocaba sin cesar, y Garth Jan, a la derecha del terrícola, se hallaba sumido en la composición. Incluso Done Vol, el irritable médico había olvidado su mal genio por el momento.
Fields sonrió disimuladamente para sí. Los marcianos escuchaban con atención, pero para él la habitación estaba desprovista de sonido y… casi de cualquier otra sensación. Pero —no, era imposible, desde luego— ¿y si todo aquello no fuera más que una broma? Se removió con inquietud en su asiento y desechó la idea de su mente.
Los minutos pasaban; los dedos de Novi Lon volaban; la expresión de Garth Jan revelaba genuino placer.
Entonces Lincoln Fields parpadeó rápidamente. Por un momento una aureola de color pareció rodear al músico y su instrumento. No podía identificarlo… pero estaba allí. Aumentó y se extendió hasta que la estancia estuvo llena de aquello. Otros matices vinieron a sumársele y después otros. Se entrelazaban y ondeaban; dilatándose y contrayéndose; cambiando con velocidad de relámpago y permaneciendo igual. Se formaban intrincados patrones de brillantes tintas para desaparecer en seguida, estallando en silenciosas explosiones de colorante los ojos del joven.
Simultáneamente, se produjo la impresión de sonido. A partir de un susurro, creció hasta convertirse en un glorioso y resonante grito que recorrió la escala en todas direcciones en trepidantes trémolos. Creía oír todos los instrumentos, desde el flautín hasta el contrabajo, simultáneamente, y sin embargo, paradójicamente, cada uno de ellos sonaba en su oído con solitaria claridad.
Y junto a esto, se produjo la sensación aún más sutil del olor. Desde una sospecha, una simple sombra, se convirtió en un fantasmal campo de flores. Delicados aromas de especias se sucedieron unos a otros, con una intensidad cada vez más fuerte; en sutiles emanaciones de placer.
Pero todo esto no era nada. Fields lo sabía. De alguna forma, sabía que lo que oía, veía y olía no eran más que ilusiones…, espejismos de un cerebro que trataba frenéticamente de interpretar una concepción totalmente nueva de la misma forma vieja y familiar.
Gradualmente, los colores, los sonidos y los olores murieron. Su cerebro estaba empezando a comprender que se enfrentaba con algo nunca experimentado hasta el momento. El efecto de la hormona se hizo más fuerte, y de pronto —en una explosión— Fields supo lo que sentía.
No lo vio, ni lo oyó, ni lo saboreó, ni lo palpó. Sabía lo que era, pero no se le ocurría el modo de describirlo. Lentamente, comprendió que no había ninguna palabra que lo designara. Aún más lentamente, comprendió que ni siquiera había ningún concepto para hacerlo.
Sin embargo, sabía lo que era.
En su cerebro golpeaba algo que consistía en ondas puras de placer… algo que le elevaba fuera de sí mismo y le sumergía de lleno en un universo desconocido para él hasta entonces. Se sumía en la interminable eternidad de… algo. No era sonido ni visión, sino que era… algo. Algo que le rodeaba y le ocultaba de todo lo que había a su alrededor…, eso es lo que era. Era interminable e infinito en su variedad, y con cada onda, avistaba un horizonte más lejano, y la maravillosa sensación se hacía más profunda y dulce, y más hermosa.
Entonces llegó la discordancia. Primero como un ligero crujido… que desfiguró una belleza perfecta. Después se extendió, ramificó y aumentó, hasta que, por último, se resquebrajó atronadoramente… aunque sin un sólo sonido.
Lincoln Fields, aturdido y perplejo, volvió a encontrarse en la habitación de conciertos.
Se puso tambaleantemente en pie y asió a Garth Jan por el brazo con violencia.
—¡Garth! ¿Por qué ha parado? ¡Dile que continúe! ¡Díselo!
La asombrada expresión de Garth Jan se trocó en otra de piedad.
—Aún está tocando, Lincoln.
La confundida mirada del terrícola no demostró haberle entendido. Miró a su alrededor sin ver nada. Los dedos de Novi Lon corrían a lo largo del teclado tan ágilmente como antes; la expresión de su rostro seguía igual de absorta. Lentamente, comprendió la verdad, y los ojos vacíos de Lincoln se llenaron de horror.
Se sentó, emitiendo una exclamación ahogada, y enterró la cabeza entre las manos.
¡Los cinco minutos habían pasado! ¡No podían volver!
Garth Jan sonreía… una sonrisa de desagradable malicia.
—Hace un momento me compadecía de ti Lincoln, pero ahora me alegro… ¡me alegro! Tú me obligaste a hacerlo…, me obligaste. Espero que estés satisfecho, porque sin duda yo lo estoy. Durante el resto de tu vida —su voz se convirtió en un murmullo sibilante— te acordarás de estos cinco minutos y de lo que te pierdes… de lo que nunca volverás a tener. ¡Estás ciego, Lincoln…, ciego!
El terrícola alzó un rostro macilento y sonrió, pero no hizo otra cosa que enseñar los dientes. Necesitó toda la fuerza de voluntad que poseía para mantener un aire de compostura.
No fue capaz de hablar. Con pasos vacilantes, salió de la habitación, con la cabeza erguida hasta el fin.
Y en su interior, aquella minúscula y amarga voz, repetía una y otra vez: «¡Vuelves a ser un hombre normal! Te vas ciego…, ciego…, CIEGO.»
El verano de 1939 estuvo para mí lleno de dudas e incertidumbre.
En junio me había graduado en Columbia, obteniendo el bachiller de ciencias. Hasta aquí, todo había ido bien. Sin embargo, mi segunda tentativa para entrar en la Facultad de Medicina había fracasado, igual que la primera. Para ser sincero, en realidad no deseaba ardientemente ingresar en la Facultad de Medicina y sólo me esforcé a medias, pero eso me dejaba sin ocupación.
¿Qué iba a hacer ahora? No quería solicitar ningún empleo indefinido en el caso de que lo encontrara, de modo que tenía que continuar mis estudios. Me había especializado en química, por lo que, al no poder entrar en la Facultad de Medicina, el próximo paso lógico era lograr el diploma de doctor de esta especialidad.
La primera cuestión era si podría permitírmelo monetariamente. (También hubiera sido la primera cuestión, de haber entrado en la Facultad de Medicina.) Incluso me fue difícil costearme la escuela durante cuatro años, y los reducidos ingresos que me producían mis escritos, unos doscientos dólares durante el último curso, fueron una considerable ayuda.
Naturalmente, tendría que continuar escribiendo, y, muy naturalmente también, mi depresión me lo impedía. Logré hacer un relato durante aquel verano; se llamaba Vida antes de nacer.
Vida antes de nacer era mi primer intento en un tema muy distinto a la ciencia ficción. Se hallaba incluido en el campo aliado de la fantasía (tan imaginativo como la ciencia ficción, pero sin las restricciones que supone la exigencia de una plausibilidad científica).
La razón de que escribiera fantasía fue que, a principios de 1939, Street & Smith inició la publicación de una nueva revista, Unknown, de la que Campbell era director.
Unknown me gustó enseguida. Se caracterizaba por los relatos que ahora se llaman de «fantasía adulta», y a mis diecinueve años me pareció que el texto era todavía más avanzado y literato que el de Astounding. Como es natural, deseaba desesperadamente incluir un relato en esta nueva y maravillosa revista.
Vida antes de nacer era una tentativa en esta dirección, pero aparte del mero hecho de que era fantasía, no recuerdo nada sobre ella. El 11 de julio sometí el relato a Campbell, que me lo devolvió el 19. No pude venderlo y ya no existe.
Agosto fue incluso peor. Toda Europa hervía con la horrible posibilidad de una guerra, y el 1 de setiembre empezó la Segunda Guerra Mundial con la invasión de Polonia por los alemanes. Durante la crisis, no pude hacer otra cosa que escuchar la radio. Hasta el 11 de setiembre no me apacigüé lo bastante como para iniciar un nuevo relato, Los hermanos.
Los hermanos era ciencia ficción, y todo lo que recuerdo es que trataba de dos hermanos, uno bueno y otro malo, y de un invento científico que uno de los dos estaba construyendo. El 5 de octubre lo sometí a Campbell, y el 11 de ese mismo mes fue rechazado. Tampoco pude venderlo y ya no existe.
De modo que el verano había pasado infructuosamente y ahora tenía que enfrentarme con otro problema. La Universidad de Columbia no tenía ningunas ganas de aceptarme como estudiante graduado. Creyeron que usaría mi posición para matar el tiempo hasta que pudiera volver a intentar mi ingreso en la Facultad de Medicina.
Juré que no era así, pero mi posición era vulnerable porque, como estudiante premédico que era, no me habían hecho seguir un curso de físico-química y por lo tanto no lo hice. Sin embargo, la físico-química era requerida para los estudios avanzados de química.
Insistí, y finalmente el tribunal de admisiones formuló la siguiente sugerencia: tendría que hacer una selección de un año completo de cursos avanzados y al mismo tiempo, tendría que estudiar físico-química y lograr, por lo menos, una B en dicha materia. Si no conseguía la B, me expulsarían y la beca, naturalmente, no sería renovada.
Uno de los miembros del tribunal me dijo, años más tarde, que se me ofreció esta alternativa en la creencia de que no aceptaría una serie de términos tan difíciles para mí. No obstante, como nunca había tenido dificultad en aprobar los cursos, no se me ocurrió siquiera que una serie de requisitos que no exigían más que aprobar ciertos grados fuera tan difícil para mí.
Acepté, cuando a últimos del primer semestre sólo hubo tres A en físico-química en una clase de sesenta, y yo fui uno de ellos, el período de prueba se dio por terminado.