25.

 

CAROLINA

Sábado, 4 de abril de 2015.

11:00 a.m.

 

 

- He tenido una aventura – me confiesa de golpe una compungida Laura, nada más sentarnos en la mesa del fondo del café Dublín -. Y tú eres la única persona en este mundo a la que se lo puedo contar.

Caramba… Resulta que era eso de lo que me quería hablar... Era acerca de sus propios deslices… y no de los míos… No me puedo creer el giro tan inesperado que acaban de dar los acontecimientos.

- ¿¡De veras!? – exclamo yo. No quepo en mí de asombro. ¿En serio, estoy hablando con Laura? ¡Pero si ni siquiera recuerdo que tuviera algún novio antes que Asier! Tal vez, en Barcelona… Pero lo dudo mucho, yo lo sabría -. Pero, pero… ¡con quién!

Me mira con cara de perrillo asustado, como si yo tuviera que adivinarlo por mí misma. Si es que no lo entiendo, si ella no ve a nadie, si está siempre metida en casa. La única actividad relevante a la que se dedica últimamente es a dar clases de castellano a…

- ¡Ay!... ¡¡Madre mía!! – exclamo, asombrada -. ¡Ahora caigo!… No… no puede ser... ¿Es…? ¿¡Es Matthew!? ¡¡Pero si tú misma decías que no era más que un crío!!

Laura me hace un gesto para que baje la voz, e instintivamente, echa un rápido vistazo a su alrededor, temerosa de que alguien nos pueda estar escuchando. Y una vez que se ha cerciorado de que nadie nos presta atención, dirige su mirada hacia la mesa y se entretiene resiguiendo con su dedo índice las numerosas muescas que se dibujan en la gastada madera.

- Por supuesto que es un crío, no pienses que se me ha olvidado – me contesta, cabizbaja pero incisiva. Parece ser que mi comentario la ha molestado –. El caso es que yo lo quería como si fuese un hijo… - Alza los ojos y me mira, compungida. Y al ver la expresión de mi rostro, me reprende, muy sorprendida -: ¡¡Pero no te rías!!

Ya sé que hago mal, pero es que no lo he podido evitar. La noticia me ha pillado tan de sorpresa… Y no sé si serán los nervios que traía ya de casa, lo estupefacta que me acabo de quedar, o, tal vez, una combinación de ambas cosas, pero lo cierto es que no consigo reprimir una sonrisilla maliciosa que se me escapa con solo imaginarme cómo podría ser esta relación, porque en mi cabeza adquiere tintes realmente pornográficos. Ya me sitúo en la escena: el musculoso y portentosamente bien dotado Matthew, levantando a Laura por los aires como si fuera una pluma, tumbándola sobre la mesa de la cocina… Los dos, locos de pasión, amándose salvajemente, arrancándose la ropa a jirones, dando rienda suelta al deseo reprimido mientras sus cuerpos se embadurnan de harina…. He de reconocer que esto último me ha venido a la mente al acordarme de aquella tórrida escena de la película “El cartero siempre llama dos veces”, en la que Jessica Lange y Jack Nicholson se pegan uno de los revolcones más famosos de la historia del celuloide, y no he podido evitar fusionar ambas historias, aunque a ésta que nos ocupa, haya que sumarle además un punto extra de morbo interracial. Vamos, que el asunto no tiene desperdicio, se mire como se mire.

- Perdona, perdona, no te enfades – me disculpo yo, tratando de contenerme como puedo -. Es que resulta tan… tan… inesperado... – Y procuro adoptar una expresión más seria, acorde con la situación. Poco a poco voy asumiendo la noticia, y empiezo a interesarme por conocer los detalles -. Pero esto que me cuentas… ¡Desde cuándo sucede!

- Desde junio del año pasado, aunque, en realidad, fue un poco más tarde cuando la cosa pasó a mayores, y yo…

- ¿Y todavía estáis juntos? – estoy tan ansiosa por enterarme de todo, que no le dejo ni acabar las frases.

- No, no, qué va, ya no. Hace tiempo que lo nuestro se acabó. Él decidió marcharse a vivir a otra ciudad, y no lo he vuelto a ver… – y a medida que me lo va contando, su semblante se va oscureciendo por momentos –. ¡Yo habría deseado que las cosas salieran de otro modo, de verdad! – alza la vista hasta enfrentarla con la mía, y su mirada es franca y sincera -. Si Asier me hubiera dejado quererlo como si fuera una de mis hijas… – se lamenta -. Si lo hubiera aceptado en la familia como a un miembro más, entonces… Entonces, tal vez yo nunca lo hubiera mirado con otros ojos…

- Laura, cariño… Eso no son más que excusas… - le digo yo, y al instante, me arrepiento de haber sido tan sincera. Lo que ella necesita en estos momentos es una amiga que la apoye, y no una que la juzgue por sus errores.

Recuerdo que, en un par de ocasiones, quedé con ellos dos para tomar algo. Laura quería enseñarle a Matthew la parte vieja de la ciudad, y ya de paso, llevarlo a que conociera los bares de moda. Y para eso, la perfecta acompañante era yo, que además, hablo un inglés muy fluido. En cuanto lo vi, me pareció un chico imponente: era muy alto, de grandes ojos y bonitas facciones, bien musculado, pero no de ésos que se pasan el día en el gimnasio para tener unos pectorales de infarto, sino de los que se ven curtidos en el fuego de mil batallas, y han realizado grandes esfuerzos físicos toda la vida. Además, era simpático, amable y educado, y tenía una conversación muy animada. Me acuerdo que pensé que no estaría nada mal darle un buen repaso, aunque solo fuera por comprobar si era cierta la fama que tienen los hombres de raza negra. Incluso creo recordar que hasta bromeé con Laura al respecto, y que ella, al escucharme, se ruborizó como una colegiala y me rogó que no dijera esas cosas. Qué poco podía imaginarme entonces, que no era yo la única que tenía ese tipo de pensamientos…

Será mejor que no se lo mencione ahora y que me limite a escucharla, porque me temo que Laura no está para bromas.

- Pero si hay alguien que no tiene la culpa de nada, ése es Matthew – prosigue ella, defendiéndolo a capa y espada –. Es un buen chico, lo sé, solo que está falto de cariño, ha sufrido mucho. Tal vez confundió sus sentimientos… Tal vez los confundí yo también... Yo solo quería que él fuera feliz, no sé qué me pasó, estoy hecha un verdadero lío…

Ahora solloza.

- Toda la culpa es mía… Y solo mía… - reconoce, entre lágrimas –. Y yo seré quien deba cargar con ella… Tendría que haberlo visto venir… Tendría que haber parado esta locura, yo… Yo…

Pobre Laura.

Ella, que es todo corazón, estoy convencida de que sus intenciones fueron buenas desde el principio.

Ella, que es todo sensibilidad, seguro que ha vivido estos últimos tiempos inmersa en un mar de sentimientos encontrados, sufriendo sin que los demás pudiéramos ni tan siquiera llegar a sospechar lo que le estaba sucediendo…

¡Madre mía! He de procesar toda esta información, necesito concentrarme. ¡Pero es que no tengo tiempo ni de pensar! ¿Y qué le digo yo ahora? Tan solo se trata de una bellísima persona, que ha errado su camino intentando ser útil a los demás.

Yo nunca he ayudado a nadie. Ni tan siquiera me he sabido ayudar a mí misma.

Y sin embargo, ahora, voy a intentar ayudarla a ella.

Porque además, le debo una.

Pero una bien gorda.

Qué menos puedo hacer...

- Laura… – comienzo mi alegato, cogiéndole de ambas manos y mirándole fijamente a los ojos. Ante todo, si quiero que mis palabras calen hondo en ella, he de centrar todo mi esfuerzo en resultar absolutamente creíble, para que no albergue la menor duda y no haya fisuras en su ánimo – tú tampoco eres culpable de nada, solo tratabas de ayudar. ¡Y qué más se le puede pedir a un ser humano, que la voluntad de prestar auxilio a aquél que realmente lo necesita! Tal vez, en tu caso, el asunto se te haya ido un poco de las manos, para qué lo vamos a negar… - y ella baja la mirada y se empieza a sonrojar –. Pero… ¡Qué demonios! ¿Dónde habría acabado este chico, si no llega a ser por ti? – Ahora, su rostro recupera algo de luminosidad -. ¡Tú, al menos, lo intentaste! La gran mayoría de la gente, dentro de la cual me incluyo, vamos por la vida sin levantar la vista de nuestro ombligo. ¡Y tú, sin embargo, te preocupas por los demás!

Veo un brillo de esperanza en sus ojos, donde las lágrimas titilan una vez más al borde del precipicio.

- ¿Tú crees? Porque yo no me lo puedo perdonar. Durante un tiempo, Asier y yo estuvimos tan distantes… Pero ahora que todo nos va bien, echo la vista atrás… Y no duermo, no vivo pensando en el día en el que no me quede más remedio que confesárselo de una vez por todas…

Sé por Asier que las cosas van mejor entre ellos.

De sobra lo sé.

Es lo que me dijo a principios de marzo, cuando cortó conmigo.

Estas cosas se ven venir de lejos, se empiezan a intuir en los pequeños detalles, y después, las evidencias se revelan de una manera tan clara y manifiesta, que al final, no cabe albergar la menor duda. Pero aun así, el día en el que se confirman todas las sospechas, poco importa si estás preparada para escucharla o no. Cuando llega el momento, la verdad se te clava en las entrañas hasta el fondo, como un puñal. Y duele.

- ¡Vamos, Laura, por el amor de Dios! ¡Asier no tiene por qué saber nada! – le espeto, tajante –. ¡Eso no haría más que empeorar las cosas! ¡Olvídate de una vez por todas de hacer siempre lo correcto, y salva el pellejo tú! – Y sin pretenderlo, estoy alzando la voz.

Laura me mira, perpleja. Por su expresión, yo diría que no da crédito a lo que está escuchando, que se ha quedado completamente sorprendida con mi reacción. Quién sabe, tal vez ella, cuando me llamó, esperaba que yo le recomendara que hiciera “lo correcto”, “lo que se debe hacer”…

Pues en ese caso, ha llamado a la puerta equivocada.

- Un exceso de sinceridad arruinaría vuestra relación para siempre – continúo con mi perorata, ante una Laura cada vez más asombrada. Me mira en silencio, como embobada, con la boca entreabierta y el signo de exclamación dibujado en su cara -. Habéis pasado una mala temporada sí, ¡y qué! Eso le sucede a muchísima gente. ¡Pero ahora empieza una nueva etapa! ¡Y tú te mereces ser feliz! ¡Oh! ¡Vaya si te lo mereces! ¡No siempre la vida está dispuesta a brindarte una segunda oportunidad! ¡Aprovéchala!

Doy por hecho que los consejos que le he dado a Laura son moralmente reprobables, hasta la saciedad.

También soy consciente de que el pellejo que estoy tratando de salvar a toda costa es, en última instancia, el mío propio.

Pero he de confesar que no me importa nada. En absoluto. Yo ya he transgredido tantas normas en mi vida, que al final, he acabado por acostumbrarme a ello. Hace muchos años que ya solo atiendo los mandatos de mi propia conciencia, de modo que, si he obrado bien, o he obrado mal, tan solo ella lo sabe, y tan solo a su juicio, yo me someto.

Y por primera vez en muchísimo tiempo, mi conciencia me dice que se siente inmensamente tranquila.