Y vi al Hombre antes mencionado volverse hacia el Norte y mirar tanto al Norte como al Este. Los vientos, el aire, la fecundidad del mundo que están bajo el firmamento del cielo, cubrieron a este Hombre desde los muslos hasta a las rodillas como un vestido, mientras que el fuego y la luz del aire fueron el adorno de su ropa. De la médula de sus caderas rezumaron las fuerzas de los elementos y de nuevo volvieron allí, tal como un hombre espira su aliento y luego lo inspira.
I. LA QUEJA DE LOS ELEMENTOS
Y oí la voz potente de los elementos del mundo que se dirigía al Hombre diciendo: “No podemos seguir nuestro camino tal como ha sido establecido por nuestro preceptor. Los hombres con sus obras malvadas nos voltean como la rueda de un molino; por este motivo apestamos en la pestilencia y en el hambre de toda justicia”.
II RESPUESTA DE DIOS A LOS ELEMENTOS
Pero el Hombre contestó: “Os purificaré con mi escoba y mientras tanto afligiré a los hombres, hasta que se dirijan de nuevo a Mí. En aquel tiempo Yo prepararé muchos corazones según Mi corazón. Y tantas veces como seáis contaminados, igual número de veces os purificaré con el suplicio de quien os haya contagiado. ¿Y quién podrá limitarme? Los vientos apestan por la podredumbre, el aire vomita la suciedad puesto que los hombres no abren su boca a la rectitud, ni la aceptan como alimento. La fuerza vital se seca a causa de la falsa religiosidad de las turbas perversas que hacen todo según sus propios deseos y dicen: ¿Quién es aquel Señor que nunca vemos?”.
Yo les contesto: “¿No me veis durante el día y la noche? ¿No me veis cuando sembráis y cuándo la semilla se moja con la lluvia y así puede crecer? Cada criatura conoce a su Creador y comprende con claridad que Él la ha creado, en cambio el hombre es rebelde y reconoce a muchas criaturas el honor que tiene que tributar a su Creador. ¿Pero, quién puso la sabiduría en los libros? ¡Buscad en ellos quien os ha creado! Mientras que la creación cumpla su mandato de satisfacer vuestras necesidades, vosotros no experimentaréis el gozo pleno. Pero después que la creación se seque, los elegidos tendrán el supremo gozo en una vida plena de alegrías”.
Y en la niebla anteriormente mencionada, en la que se encontraban diferentes géneros de vicios, como ya se ha dicho anteriormente, todavía vi otros siete más, cuyas imágenes eran las siguientes.
LA PRIMERA IMAGEN
La primera imagen tenía, por así decirlo, rostro de mujer. Sus ojos eran de fuego, la nariz estaba sucia de barro y tenía la boca cerrada. No tenía no brazos ni manos, pero sobre cada uno de sus hombros tenía como un ala de murciélago. El ala derecha estaba extendida hacia el Oriente, la izquierda en cambio hacia Occidente. Tenía pecho como de hombre, piernas y pies de langosta y no tenía ni vientre ni espalda. Vi que su cabeza no tenía pelos y el resto de su cuerpo no estaba revestido por ninguna prenda. Estaba totalmente rodeada sólo por las tinieblas mencionadas, a excepción de un hilo muy delgado, que como un círculo de oro, iba, pasando sobre las mejillas, desde la coronilla de la cabeza hasta la barbilla. Y esta imagen dijo:
III. PALABRAS DE LA SOBERBIA.
“Yo grito sobre los montes. ¿Quién se me puede parecer? Tiendo mi capa sobre las colinas y los campos, y no quiero que nadie me supere. Sé que nadie se parece a mí”.
IV. RESPUESTA DE LA HUMILDAD
Y de la nube tempestuosa anteriormente referida que se extendía del sur al oeste oí una voz que contestó a esta imagen: “Yo soy columna de nube. ¿Y por qué debería soportar que alguien me dijera horrorosos insultos, cuando el Creador ha descendido del cielo para llevar al hombre a sí? Yo he habitado en lo alto de los cielos con el Creador, con Él he descendido sobre la tierra y habito en todos los confines de la tierra. Por lo tanto, no puedo pronunciar engañosamente palabras caducas, como, si por ejemplo, dijera “soy este y aquel” no siendo él. Si lo afirmara, no sería sol para iluminar las tinieblas, pues en efecto, junto a Dios yo ilumino todas las tinieblas. Por lo cual ninguna tempestad podrá derribarme: ya que estoy con Dios en la plenitud de su bondad”.
LA SEGUNDA IMAGEN
Vi una segunda imagen de aspecto monstruoso, cuya cabeza, hombros y brazos eran bastante parecidos a las de un hombre, a excepción de las manos que eran como las de un oso. Su pecho, vientre y espalda superaban en tamaño la medida humana. De los lomos hacia abajo era de nuevo parecida a un hombre, salvo que sus pies eran de madera. Su cabeza era de fuego y emitía llamas por la boca. No vestía ropa, pero estaba completamente hundida en las tinieblas. Con el hombro derecho se inclinó sobre las tinieblas. Y dijo:
V. PALABRAS DE LA ENVIDIA
“Yo soy pastor y guarda y cuido que no se supere la justa medida. Rechazo cualquier fuerza del hombre siempre que quiero y acallo las lenguas capaces. Aunque sean numerosas como la arena del mar y prudentes como serpientes las hincaré el diente y no podrán resistirme, porque me llaman Gehenna, así arrastro muchos hacia mí y contamino todo lo que Dios realiza. Y si no puedo tener lo que brilla, no me importa nada.
Si los que me llaman noche me rociaran con sus aguas, yo me secaría rápidamente. En la oscuridad preparo mi lengua como un dardo y hiero a quien se define como recto de corazón. En efecto, mis fuerzas son como el Norte. Pero, todas las cosas que son mías las entregaré al odio, porque el odio nace de mí y es inferior a mí”.
VI. RESPUESTA DE LA CARIDAD
Y de nuevo oí desde la referida nube tempestuosa esta respuesta a la imagen: “Oh terrible mezquindad, tú eres como una víbora que se mata a sí misma. En efecto, tú no puedes tolerar todo lo que se basa sobre la estabilidad y sobre el honor; incluso eres aquel ídolo que se yergue contra Dios y lleva los pueblos a la ruina con la incredulidad. Por lo cual, justamente te defines Gehenna que opone el exceso a todas las justas formas de moderación, y quiere destrozar todo lo que mana de la sabiduría, y no puede estar ni entre lo que refulge ni en cosa alguna que valga. En cambio yo soy aquel aire que nutre cada fuerza vital y hace crecer las flores madurando luego los frutos. En efecto, yo me instruyo con cada soplo del Espíritu de Dios y soy por tanto capaz de hacer correr límpidos arroyos o bien las lágrimas que manan de los buenos sentimientos. Y con las lágrimas difundo suave perfume por las obras más santas. Pero también soy lluvia que exhala el rocío, gracias al cual todas las hierbas sonríen en el resplandor de la vida. Tú en cambio, llena de malicia, tú, pésimo veneno, con tus tormentos muerdes todo lo que crece, pero no podrás destruirlo. En efecto, cuanto más arrecias, más crecen.
Y mientras tú te revelas mortal, estas fuerzas viven y aparecen como flores en una vid, con la potencia de Dios. En cambio tú eres impiedad nefanda y nocturna, eres el silbo del diablo, y no deseas otro camino. En la arrogancia de tu corazón dices: “Atraeré a más gente que granos hay en la arena del mar. Pero no lo harás. Yo, de día y de noche, practico la virtud de la equidad y las buenas obras. Extiendo mi capa sobre el día y sobre la noche, entregada de día a las buenas acciones, y por la noche al alivio de todos los dolores. Nadie puede acusarme de ninguna parcialidad en ningún sentido. Soy el amigo fiable en el trono del Dios, y Dios no me esconde ninguna decisión. Yo incluso ocupo el tálamo real. Todo lo que es de propiedad de Dios, también es mío. E incluso, cuando el Hijo de Dios borra con su túnica los pecados de los hombres, yo, suavísimo lienzo, curo sus heridas. Tú en cambio te avergüenzas, porque no tienes la parte mejor”.
LA TERCERA IMAGEN
La tercera imagen tenía aspecto de hombre, salvo que sus manos estaban cubiertas de pelos, y sus piernas y sus pies eran parecidos a las patas de una grulla. Sobre la cabeza llevaba un gorro trenzado de briznas de hierba y vestía un vestido negro. Tenía además en la mano derecha una ramita verde, mientras en la izquierda sostenía unas flores que observaba con gran atención. Y dijo:
VII. PALABRAS DE LA VANAGLORIA.
“Yo examino cuidadosamente todas las cosas y soy mi propio testigo, porque juzgo escrupulosamente tales cosas desde mi apreciación. ¿Cómo renegar de lo bueno que veo y sé? Incluso confío que, con mi poder, pueda volar por los pueblos y calles del mismo modo de los pájaros que viven en los bosques y cantan con placer. Pues, yo quiero aprender su canto, y cantar como ellos; quiero añadir esta capacidad al ingenio humano y mezclar los modos de los animales con el encanto de una muchacha joven. Dispongo todas mis cualidades de modo que todos cuanto me ven se alegren, y todos cuanto me oigan me tributen honor, y incluso todos puedan maravillarse de mi honradez.
En efecto, soy cítara con los pájaros, sé tratar a las bestias, con los hombres me muestro sabia. Me uno con agradable alborozo a todo el que es feliz. Y, cuándo hago esto, ¿quién se parece a mí? Si no investigara, nada encontraría, y si no preguntara, nada me sería dado, porque yo no tengo prosperidad a menos que la adquiera por mi sabiduría y mi integridad. No me afecta si soy molesto para alguien o si molesta que yo sea sabia y honesta. Solo pretendo tener la gloria que me corresponde. ¿Y por qué debería esto molestar a Dios, cuando yo he sido creada así?”
VIII. RESPUESTA DEL TEMOR DE DIOS.
Y de nuevo oí una voz de la nube tempestuosa citada que respondió a esta imagen: “Aunque tú no temas nada y te apoderes con rapiña de cualquier cosa, eres inútil escoria del peor de los ídolos. ¿Qué puede hacer el hombre sin la gracia de Dios? Nada. En efecto, cuando el hombre inclina la rueda de su conocimiento a la vanidad, Dios lo derriba. Cuando en cambio se vuelve al bien, Dios lo ayuda. Tú quieres realizar todo lo que se te ocurre, pero cuando empiezas a hacer algo, tu cabeza se hunde hacia abajo y tus pies, según el juicio de Dios, se dirigen hacia arriba. Incluso te avergüenzas del bautismo, no buscas la medicina de Dios sino que te hundes con veloz vanidad en todo tipo de males y no deseas conseguir nada que esté realmente vivo. En cambio yo estoy en el honor a Dios, puesto que analizo cómo es efectivamente cada pecado, tengo en cuenta lo que es y lo rehuyo. Incluso suspiro por el amor de Dios, temo su juicio y me alegro con sus recompensas. ¿Y de qué modo podré merecer el participar en las alegrías del cielo? Evidentemente huyendo de la suciedad del pecado, abandonando los lujos del mundo, precaviéndome de no arder en la exuberancia de la carne y cuidando no detenerme con delectación en el pecado. No iré a examinar cada cosa en las criaturas por gusto al pecado, sino que buscaré de qué nutrirme. Por tanto Dios me dará mi alimento del árbol de vida, lo que significa que Dios no se encontrará nunca privado de las buenas obras del hombre, aunque el diablo ponga obstáculos que atormenten al hombre. El mismo Dios ha establecido al hombre bueno con buenos fundamentos, las obras de santidad, para que el hombre sea la morada en la que Dios pueda poner su tabernáculo. Así habla y medita el hombre que desea habitar en la casa de Dios. Pero tú, peste peligrosa, no tendrás absolutamente ninguna fama de honorable”.
LA CUARTA IMAGEN
Vi que la cuarta imagen tenía la cabeza como de serpiente, el pecho lleno de plumas como una gaviota, piernas y pies como una víbora. En cambio su espalda, la cola, y el resto del cuerpo eran parecidos a un cangrejo. Se movía precipitadamente aquí y allá, como llevada por el viento, y mientras se movía, agitaba todas las tinieblas anteriormente mencionadas. Luego se volvió al Norte y vertió mucho fuego por la boca.
Y dijo:
IX. PALABRAS DE LA DESOBEDIENCIA
“¿Por qué respetar las ordenes de los demás? Cuando lo hacemos, no vemos ni valoramos lo que somos. Nosotros prestamos la legítima atención a la filosofía y somos más sabios que los demás. ¿No debíamos actuar según nuestros conocimientos? Ciertamente lo haremos. En efecto, muchos maestros nos establecen reglas según su propia voluntad y sus prejuicios: ¿Nos comportaremos como a ellos les gusta? ¿Qué es esto?
Si yo viera los árboles llenos de hojas, si comprendiera todas las voces de los pájaros pero los maestros me dieran todas sus órdenes, finalmente no sabría qué hacer. En cambio lo que decido yo, sé cuanto bien y utilidad comporta y comprendo qué beneficio trae. Es mucho mejor para mí hacer lo que sé, que lo que no sé, porque lo que no conozco a veces es más nocivo que útil. Por lo tanto, haré lo que veo y toco y entiendo con mis propios sentidos. Buscaré entre las criaturas de la creación cuál me sirve para la salud o para la desgracia, ya que Dios hizo que me estuvieran sometidas a obediencia. ¿Y para qué me las habría sometido Dios, si no pudiera encontrar un signo de cuál pueda ser su utilidad? Por lo tanto, pensaré en lo que me complace de ellas”.
X. RESPUESTA DE LA OBEDIENCIA
Pero de la nube tempestuosa antedicha, oí una voz que contestó a esta imagen: “Yo, que obedezco a Dios, siento la unión con Él”. Pero ¿cuál y de qué naturaleza es esta unión? Cuándo Dios creó todo con su Verbo y dijo el “Fiat”, se creó el mundo. Yo fui ojo y vigilé la ejecución de la orden de Dios. Y así todas las cosas fueron creadas. Cuando el primer ángel cobró vida enseguida se opuso a Dios, y entonces yo afirmé que sus obras no eran vivas, ya que él quiso ser algo que no era. Incluso intentó reprimirme y ofenderme, pero no lo logró. En efecto, yo existo como sol, luna, estrella, manantial de las aguas, y soy raíz en todas las obras de Dios, del mismo modo en que el alma está en el cuerpo. Y como la voluntad de un hombre lleva a cabo lo que él desea, así yo soy voluntad de Dios, porque cumplo todo lo que Dios prescribe. Yo estuve con Dios en su antiguo consejo, y Dios ordenó por medio de mí lo que quiso realizar. En las órdenes de su Palabra yo repiqué como cítara, ya que soy mandamiento suyo. Nada toco, nada quiero, nada deseo, si no lo que está en Dios, ya que provengo de Él y crecí por Él, y no quiero ningún otro Dios.
Tú, en cambio, prevaricación de los mandamientos del Creador, en tu presunción afirmas ser de Dios y no tienes respeto por nadie, sino que haces lo que quieres. ¿Pero dónde está el cielo, dónde está la tierra que has creado? ¿Y dónde está la belleza de los montes y los mares que has formado? Nada de eso has hecho, pero desprecias lo que Dios ha creado. ¿De qué modo? Cuando hablas de ti mismo y cuando decides todas las cosas únicamente según lo que te complace, tú no aceptas a Dios, que estuvo antes del antiguo origen de los días y estará después del cumplimiento del último día. Por tanto, oh pésima criatura, tú eres como las hojas secas de los árboles y como las escamas de los peces, estás destinada a caer, ya que tu nombre no apunta a ninguna utilidad, sino solo a la muerte”.
LA QUINTA IMAGEN
La quinta imagen tenía aspecto de hombre a excepción de su cabeza. De las rodillas hasta a las plantas de los pies estaba sumergida en las tinieblas. En su cabeza no apareció ningún otro rasgo salvo que estaba completamente llena de ojos de color negro, entre los cuales había un ojo casi en su frente que mandaba resplandores como fuego ardiente. Llevaba la mano derecha en el pecho, pero en la izquierda sujetaba un bastón y se envolvía en una capa de color negro. Y dijo:
XI. PALABRAS DE LA INCREDULIDAD
“No conozco otra vida que ésta que veo y toco, y que puedo palpar con mano. ¿Qué recompensa me garantizará una vida sobre la que hay dudas? En cambio, de la vida material digo: “esto existe, o bien, no existe”. Y así preguntando e investigando, viendo, escuchando y conociendo, nada logro encontrar sobre la otra. Y si en lo que la naturaleza permite ver, doy con algo que me favorece, ¿en qué sentido me perjudicará? Yo no camino por ninguna calle, ni me adentro en ninguna disciplina, sino en las que conozco bien. Cuando quiero volar sobre las alas de los vientos, soy derribado a tierra, o cuando interrogo al sol y a la luna sobre lo que debería hacer, me responden muy poco. Cuando percibo algún sonido, no sé si puede favorecerme o perjudicarme. No sé qué significa prever, nada conozco, sino lo que veo. También me llegan a los oídos muchos rumores, discursos y doctrinas que no conozco. Por tanto, haré lo que me sea más útil”.
XII. RESPUESTA DE LA FE
Y de nuevo oí una voz de la nube tempestuosa que he descrito, que dio respuesta a esta imagen:
“Oh tú, ser infame, eres el engaño del diablo que en su pecho niega todo lo que es justo. Por eso te muestras como un pecho. En efecto, los pensamientos que tramas tienden hacia el diablo, que está a tu derecha. Por ese motivo, tus ojos son tan negros que no puedes ver la vía de salvación que lleva al cielo, y que te derrota, a ti que eres la noche, como la derecha se abate sobre la izquierda. La derecha en efecto te derriba, y es gloriosa en su ascensión, ya que la ciencia del mal es como la criada de la ciencia del bien. Esta, en efecto, no quiere servir junto a la sierva, del mismo modo que la dueña no realiza las humildes tareas de la criada, y por esto tiene nombre glorioso, puesto que es llamada dueña.
Tú estás condenada, atraes sobre de ti la sentencia de condena ya que rehuyes todo lo fúlgido que hay en la fe. Tu modo confuso de razonar siempre produce el pecado en los hombres que engañas, puesto que no quieres caminar por el camino de los mandamientos de Dios. Yo en cambio, con la fe alabo a Dios junto a los ángeles, ya que deseo todas las cosas que pertenecen a Dios. Yo escribo todos sus juicios con los Querubines, juicios que los Querubines pronuncian tal como los ven en Dios. Pero también formulo juicios sobre todas las cosas a través de los profetas, de los sabios y de los escribas. Y también todos los reinos del mundo resplandecen en mí a través de la justicia de Dios. Soy espejo en Dios, puesto que resplandezco en todos sus mandamientos”.
LA SEXTA IMAGEN
Vi luego la sexta imagen, de aspecto femenino, cuya cabeza estaba cubierta por un velo oscuro a la manera de las mujeres, y el resto del cuerpo revestido por una prenda oscura. Ante su rostro aparecía una especie de monte de azufre ardiente, y a su derecha y a su izquierda había un monte de azufre de forma parecida, que se derrumbaron en las tinieblas y produjeron un gran estruendo. Y también detrás de ella, es decir junto a su espalda, se originó el sonido de un fragoroso trueno, y ella, aterrorizada, con grandes gemidos y temblores apretó sus brazos y manos sobre el pecho y se hundió por entero en las tinieblas diciendo:
XIII. PALABRAS DE LA DESESPERACIÓN
“Estoy completamente aterrorizada. ¿Quién podría consolarme? ¿Y quién podría socorrerme y arrancarme de las desgracias que me oprimen? Alrededor de mí está el fuego de la Gehenna y el celo de Dios me ha arrojado en el infierno. ¿Que me queda sino la muerte? Las buenas acciones no me producen ninguna alegría, en los pecados no encuentro ningún consuelo, y no encontré ningún bien en ninguna criatura”.
XIV. RESPUESTA DE LA ESPERANZA
Y de nuevo oí una voz de la mencionada nube tempestuosa que contestó a esta imagen: “Oh esencia de diablo, tú eres esencia de pecado, y no sabes y no consideras los grandes bienes que están en Dios. Si buscas cosas buenas, nadie te ayudará a encontrarlas sin Dios, pero si vas a la búsqueda del mal, nadie más que Dios te va a juzgar. Dios creó el cielo, la tierra y todas las cosas útiles, y quiso que también el infierno estuviera sujeto a sus órdenes. Todas las recompensas las da Él y todos los juicios de las malas obras vienen de Él. ¿Por qué te expones a la perdición cuando aún no has sido juzgada? En efecto, los espíritus malignos no reconocen a Dios y tú no confías en Él.
Todas las criaturas secundan los mandamientos de Dios, pero el diablo los rechaza, por lo que ha sido arrojado al infierno y no tiene ningún poder sino el que corresponde al infierno. Por tanto, nadie que quiera realizar algo bueno se imagina su destrucción, ya que Dios es el bien supremo y no deja sin recompensa las buenas obras de nadie. Yo, sin embargo, me siento en el trono de Dios con los buenos deseos, abrazo con la fe todas sus obras, y al realizar buenas obras atraigo a mí a toda la tierra. En cambio tú no haces eso, maldad mortal e infernal, ya que no confías para nada en ningún bien de Dios. ¿Qué te favorecerá este comportamiento? Atraes sobre ti muchos castigos que no ves, y así te juegas la vida con infantil necedad”.
LA SÉPTIMA IMAGEN
La séptima imagen tenía casi aspecto femenino. Estaba extendida sobre el costado derecho y doblando las piernas las levantó hacia sí, como quién está descansando en su cama. Su pelo era como llamas de fuego, los ojos blancos como la tiza, y llevaba en los pies sandalias blancas, tan lisas y resbaladizas que no podía caminar ni estar de pie con ellas. Emitía aliento y baba venenosa por la boca. Con la mama derecha amamantaba una especie de cachorro de perro, y por la izquierda, una especie de víbora. Con las manos arrancaba las flores y hierbas de los árboles y los prados y las olía con su nariz. No llevaba prendas, pero estaba entera ardiendo y al abrasarse, desecó como el heno todo lo que estaba a su lado. Y dijo:
XV. PALABRAS DE LA LUJURIA
“Yo envolveré en suciedad la imagen de Dios. Esto para Dios es muy desagradable, y así arruinaré todo. Ya que soy gloriosa y estoy también en la altura, me llevo todo lo que está permitido porque así es mi naturaleza. ¿Y por qué debería abstenerme, por qué debería negarme las cualidades de una vida alegre y un espíritu brillante? ¿Soy culpable acaso si solo llevo a cabo una pequeña parte de lo que me apetece? Si en cambio no cumplo lo que exige mi carne, estaré rabiosa, engañadora, fraudulenta, retorcida y envuelta en la inquietud. El cielo tiene su propia justicia y la tierra despacha sus asuntos; si la naturaleza de la carne le fuera desagradable a Dios, habría hecho de modo que la carne no pudiera realizarlo”.
XVI. RESPUESTA DE LA CASTIDAD
Y de nuevo oí una voz que desde la referida nube tempestuosa, casi desde la diadema real, dio una respuesta a esta imagen:
“Yo no soy perezosa como tú, inmundicia, tú que siempre te entretienes con la lascivia. Yo no me extiendo, en efecto, en aquella cama sobre la que tú yaces, tú que atraes la deshonra de la impudicicia. De mi boca pura no salen palabras venenosas que enseñan inmoralidad lúbrica, sino que saco bebida del rocío suave en el pozo de la bendición, ya que todas mis obras están con Dios en fresco descanso. En efecto, yo me siento en el sol y observo al Rey de Reyes, puesto que de buena gana cumplo todas las buenas obras.
No quiero la cola del escorpión, que te hiere con su suciedad. Poseo en cambio el gozo de la honestidad y la pudicia en la sinfonía de una vida agradable. En efecto, esta agradable vida que tengo no me obliga con el ultraje blasfemo de la inmoralidad y no me hiere con la suciedad de la impudicia. En cambio tú, ser inmundo, eres el vientre voraz de la serpiente y creciste por lo que oyó la oreja de Adán y Eva, cuando en ellos se desvaneció completamente el deseo de obediencia.
En cambio yo he tenido origen en la suprema Palabra del Padre. Cielo y tierra te confundirán cuando te vean desnuda en tu confusión”.
EL CELO DE DIOS
Y a la derecha del Hombre mencionado antes, vi una imagen con forma humana que tenía cara de fuego y un vestido de acero, que gritó contra los vicios descritos, diciendo:
XVII. PALABRAS DEL CELO DE DIOS
“Oh entrañas del diablo, torrente de sus maldades, que con sus mortales artificios infundes la muerte en el género humano, seréis confundidos por la sangre de Cristo y pereceréis en quien es Alfa y Omega, ya que sois la peor muerte”.
XVIII. AUNQUE EL DIABLO NO PARE DE SEDUCIR AL HOMBRE CON LOS VICIOS, SIN EMBARGO NO PODRÁ LLEVARSE LA GLORIA DE DIOS.
Y de nuevo oí una voz del cielo que me dijo: “El Creador que constituyó el mundo, lo consolidó con los elementos y lo adornó cuando lo colmó de tantas criaturas al servicio del hombre. El diablo, envidioso de ello, no deja de seducir al hombre con los peores vicios para sustraerle completamente del honor a él reservado. Sin embargo no podrá destruir la gloria de Dios, tal como en esta visión se muestra claramente”.
XIX. DIOS ENSEÑA A LOS HOMBRES A NO CAER EN LA CONFUSIÓN DE LOS PECADOS.
Que veas que el Hombre que mencioné se vuelve hacia el Norte y mira Norte y al Oriente, significa que Dios le enseña al hombre a no caer en la confusión de la ceguera y los pecados, y que el hombre debe rechazar con vigor aquella confusión y prepararse al honor de la verdadera luz, porque en él se encuentra la ciencia del bien y el mal. El hombre podrá considerar en la rueda de la ciencia hacia que parte volverse.
XX. LOS VIENTOS, EL AIRE Y FECUNDIDAD DEL MUNDO, OBEDECIENDO PLENAMENTE A DIOS, ENSEÑAN COMO EL HOMBRE, CON SUS BUENAS OBRAS, DEVUELVE GLORIA Y HONOR NO A SÍ MISMO SINO A DIOS.
Y los vientos, el aire y la fecundidad del mundo que están bajo el firmamento del cielo, elementos en los que el Hombre se encuentra inmerso desde los muslos hasta a las rodillas, le sirven como de vestido. El vuelo y la amplitud de los vientos, la suave humedad del aire y la penetrante fecundidad de árboles e hierbas están sostenidas firmemente por las fuerzas superiores con las cuales obra Dios. Al hacerlas proceder de sí y al sustentarlas, le devuelven gloria en este proceso y le obedecen plenamente en todo. En efecto, Dios es glorificado por el misterio de las criaturas, como se honra al hombre por el vestido que viste.
También el fuego y la luz del aire son adorno de su vestido. El fuego, que calienta con su calor a las diversas criaturas, y la luz, que las ilumina con su suave resplandor, honran Dios y le embellecen en el desarrollo de su tarea, ya que por ellos se hace conocer y se le denomina omnipotente. Igual que a un hombre le llaman “señor y rey” por el resplandor de su vestido y por la diadema que lleva sobre la cabeza, las justas obras del alma glorifican a Dios, ya que, tal como existen las fuerzas de la creación, así también hay fuerzas en el alma.
En efecto, en el comienzo de los justos deseos el alma vuela casi como un viento; el gusto de la voluntad del bien rezuma casi como aire; y el perfecto cumplimiento de las obras perfectas, fecunda el alma como el mundo es fecundo. Y esto ocurre en la sabiduría de los secretos supremos, como bajo el firmamento del cielo, ya que la sabiduría empieza a llevar a la práctica las buenas obras en el alma de los justos y allí las completa. En estos elementos Dios se encuentra como entre muslos y rodillas, puesto que todos proceden de Él, y de Él incluso reciben el sostén para el cumplimiento de su perfección.
Todas estas cosas, que son como el revestimiento de gloria, vienen de los muslos de donde procede la vida, ya que todas las buenas obras en el hombre están engendradas por Dios, y van directamente hasta las rodillas que le sustentan, cuando Dios las refuerza. Por lo cual es justo que el hombre devuelva gloria con buenas acciones, no a sí mismo, sino a Dios.
Además, el fuego santo con el que se enciende el alma del fiel para que no se seque y deje de hacer trabajos santos, y la luz de la verdad, gracias a la cual nace y se difunde la fama de las buenas obras en los hombres, parecen los adornos del vestido, es decir, la gloria de Dios. Todo esto ocurre por la gloria y el honor de Dios. En efecto, el alma santa devolverá gloria y honor a Dios por las justas obras que realiza cuando está en el cuerpo, porque el alma hace estas cosas con la ayuda de Dios, como el profeta atestigua cuando dice:
XXI. PALABRAS DE DAVID SOBRE ESTE TEMA
“Mi Dios es mi salvación, en Él esperaré. Es mi defensor, el cuerno de mi salvación, mi sostén”. (Salmo 18, 2-3) Cuyo sentido es: Mi Dios por el que he sido creado, por el que vivo, a quien tiendo la mano cuando suspiro, a quien pido todas las cosas buenas porque sé que es mi Dios y que yo debería servirlo puesto que gracias a Él poseo la facultad de entender, me socorre con todos los bienes, ya que gracias a Él realizo buenas obras. También pongo en Él mi esperanza, puesto que me revisto de su gracia como de una vestimenta. Y así es mi defensor, ya que me protege del mal cuando mi mala conciencia me remuerde. Él me aconseja para que yo no haga el mal.
Pero Dios es el cuerno de la salvación de mi alma ya que con el Espíritu Santo me enseña la ley. En la ley ando por sus caminos y tomo el alimento de vida que se da a los que realmente creen. Y con esta comida que recibo, Dios me colocará en su seno y me acogerá en virtud de estos dones, santificado con los elegidos en la suprema felicidad.
XXII. TAL COMO LOS ELEMENTOS UNAS VECES GERMINAN MUCHAS CRIATURAS Y OTRAS IMPIDEN SU FERTILIDAD, ASÍ A TRAVÉS DE LA BUENA FAMA SURGEN EN EL ALMA LAS VIRTUDES Y VUELVEN A ELLA POR LA CONTEMPLACIÓN QUE SALE DE LAS ORACIONES.
Las fuerzas de los elementos rezuman de la médula de las caderas del Hombre antes descrito, y vuelven de nuevo a la médula, tal como un hombre espira su aliento y de nuevo luego lo inspira. Porque lo mismo que el hombre se refuerza con la médula y le sujeta su cadera, así, de la potente fuerza del Creador proceden las virtudes de los elementos que sostienen y llevan al mundo, cuando infunden calor, humedad, fecundidad y firmeza en las diferentes criaturas, en el momento en que las hacen nacer y crecer, y cuando se reúnen otra vez en aquella potente fuerza del Creador, en el momento en que las deja marchitar.
En efecto las criaturas sometidas a los elementos nacen en cierto momento, y en cierto momento mueren. Cuando los elementos desarrollan su función, las dan fertilidad, pero cuando por orden de Dios se apartan, la impiden. Exactamente igual que cuando hombre emite la propia respiración para que no disminuya su vigor, y luego de nuevo lo vuelve a llamar a sí, inspirando, para confortar la misma fuerza vital. Estas obras están en relación con la vida del alma. En efecto, la fortaleza de la vida del espíritu está en el alma como la médula de la cadera está en la carne. De allí con la buena fama surgen las fuerzas de las virtudes, como hacen las de los elementos, y de nuevo vuelven allí por la contemplación que sale de las oraciones. Del mismo modo la contrición en el corazón del hombre le hace verter lágrimas hacia Dios, y cuando cesa la compunción en el hombre se contienen de nuevo las lágrimas.
XXIII. LOS ELEMENTOS, QUE NO SE EXPRESAN A LA MANERA HUMANA, SE ARRUINAN POR LAS INIQUIDADES DE LOS HOMBRES, POR LO CUAL ELLOS COMPARTEN SU INDIGNIDAD.
Esa voz tremenda que oyes, que dirigen los elementos del mundo al Hombre, indica las lamentaciones que los elementos dirigen a su Creador con grito salvaje. No porque ellos se expresen a la manera humana, sino porque, cuando sobrepasan el justo límite establecido por su Creador, muestran con ciertos movimientos las señales de su malestar por la violencia que padecen, confusos por los pecados de los hombres. Así demuestran que no son capaces de recorrer sus caminos y de cumplir con sus tareas en el modo programado por Dios, porque están revueltos con las iniquidades de los hombres. Por consiguiente, se ponen fétidos con la pestilencia del rumor depravado y con hambre de justicia, porque los hombres subvierten el valor de la justicia. A veces incluso se contraen por el humo fétido del castigo debido a las infames acciones de los hombres, cuando se ponen en contacto con su vileza. En efecto, los hombres están unidos a los elementos y los elementos a los hombres.
XXIV. A VECES DIOS ATORMENTA A LOS HOMBRES SUCIOS POR LOS PECADOS, HASTA QUE VUELVAN A LA PENITENCIA
Pero este Hombre, es decir Dios, contesta que los purificará con sus escobas, es decir con sus juicios y castigos, y mientras tanto afligirá con muchos flagelos y calamidades a los hombres que han sido manchados con los pecados, hasta que vuelvan a Él por la penitencia. De este modo preparará la buena voluntad de muchos hombres.
XXV. DIOS QUIERE QUE TODO SEA PURO EN SU PRESENCIA.
Y todas las veces que los elementos se contaminen por los actos depravados de los hombres, Dios los purificará enviando tormentos y privaciones a los hombres, ya que Él quiere que todo en su presencia sea puro. Nada puede llevar a un final a Dios, tampoco Él puede ser disminuido de ningún modo.
XXVI. LOS VIENTOS Y EL AIRE A MENUDO PERJUDICAN LOS FRUTOS DE LA TIERRA, YA QUE LOS HOMBRES NO ABREN SUS CORAZONES A LA JUSTICIA.
Incluso los vientos están retenidos por la atroz podredumbre de las acciones vergonzosas, tanto que no pueden soplar correctamente con aire puro, sino que soplan a duras penas entre torbellinos de tempestades. El aire vomita suciedad por las muchas inmundicias de los hombres, y entonces lleva la humedad inadecuada e incorrecta que logra resecar la fecundidad y los frutos con los que deberían alimentarse los hombres; humedad que unas veces asume el aspecto de niebla, y otras veces de nieve. De ella nacen focos de parásitos nocivos e inútiles que perjudican y corroen los frutos de la tierra de modo que no puedan ser útiles a los hombres, puesto que cierran su corazón y su boca a la justicia y a las otras virtudes y no los abren a la verdad.
XXVII. ALGUNOS HOMBRES PERVERSOS SE PREGUNTAN QUIÉN PUEDE SER AQUEL DIOS QUE NUNCA HAN VISTO.
Aunque debería haberla no se encuentra ninguna fecundidad en los hombres perversos, y solo se encuentra árida sequedad debido a la vanas supersticiones de las artes diabólicas que tienen, que ajustan todo lo que hacen a su avidez y voluptuosidad, y se preguntan en su corazón y con su lengua quién es aquel Señor, o qué sabe, o qué fuerza tiene aquel Señor, del que dicen que nunca lo han visto y siempre está escondido.
XXVIII. LOS HOMBRES VEN A DIOS POR LA CIENCIA DEL BIEN Y LAS OTRAS CRIATURAS MORTALES
El Señor les contesta a éstos que cuando deberían hacer el bien, cuando les pregunta si no lo han visto a la luz de la ciencia del bien y a la luz del sol del mundo. También les pregunta cuando habrían tenido que evitar el mal, si no lo han visto en la oscuridad del corazón y en las tinieblas de la noche. Y les sigue preguntando si no lo han reconocido en las semillas de la justicia que brotan de la humedad del Espíritu Santo que les lleva a progresos cada vez mayores. O si todavía no lo han visto cuando siembran sus semillas en la tierra, aquellas semillas que se empapan con el rocío y la lluvia para crecer. ¿Y todo esto podría realizarlo alguien que no sea el Creador de todas las cosas?
XXIX. EL HOMBRE INTENTA LIMITAR AL CREADOR COMO SI FUESE OTRA CRIATURA.
Toda criatura conoce a su Creador y aspira a Él. Comprende con claridad que solo Dios la ha traído a la vida, porque solo Él hizo todas las cosas. El hombre en cambio, obligado y dividido entre muchas vanidades, hasta intenta limitar al propio Creador y rechaza confesar que Él puede hacer las mejores cosas. Y como el hombre lucha contra la capacidad creativa de Dios, le trocea en muchas criaturas de acuerdo con su propia voluntad, cuando carga sobre Él la responsabilidad de todo lo que él hombre hace por su propia voluntad y afirma que Dios lo ha creado de tal modo que no puede evitar el pecado que quiere cometer.
XXX. NINGÚN HOMBRE PODRÍA IMAGINAR LAS ESCRITURAS SI LA SABIDURÍA NO LAS HUBIERA DICTADO.
Se sabe quién es el autor de las Escrituras con su múltiple sabiduría: las hizo Dios. Ningún hombre habría podido nunca imaginarlas si la Sabiduría de Dios no las hubiera dictado. En estos textos habría que buscar, cuidadosa e inteligentemente, quién ha creado al hombre: Dios es quien lo creó.
XXXI. MIENTRAS QUE LA CREACIÓN CUBRA LAS NECESIDADES TEMPORALES DE HOMBRES, EL HOMBRE NO VERÁ LA PERFECCIÓN DEL GOZO QUE LOS SANTOS TENDRÁN EN LA SUPREMA FELICIDAD, DESPUÉS DEL FIN DEL MUNDO
Mientras que la creación cubra las necesidades temporales de los hombres en este mundo y provea lo que necesitan los hombres, el hombre no verá la grandeza y la perfección de los gozos eternos, porque los elementos están en relación con hombres y los hombres están en relación con los elementos del mundo. Pero después, cuando llegue el fin del mundo y la creación caiga en la aridez de la consunción temporal y sienta ya su cambio, los elegidos verán a su Creador y recibirán la recompensa de sus buenas acciones en una vida de alegría eterna y gozo completo. Entonces y desde aquel momento en adelante, no tendrán ninguna preocupación, ninguna unión con los elementos ni con las cosas del mundo, puesto que estarán en la eternidad, y en la vida beata estarán cerca de Dios, como está escrito:
XXXII. EL LIBRO DE LA SABIDURÍA SOBRE ESTE TEMA
“Los justos brillarán, correrán aquí y allá como chispas en un cañaveral, juzgarán las naciones, dominarán los pueblos, y sobre ellos el Señor reinará eternamente”. (Sabiduría 3,7-8). El sentido es el siguiente:
Los que son justos en virtud de sus santas obras recibirán el resplandor de la eternidad y la perpetua felicidad. Y estas obras las han realizado gracias a la fe en la santa Trinidad, en aquella rueda que vio Ezequiel, en la que Dios los verá y ellos verán a Dios. Así serán elevados a la altura y a la amplitud de la santidad resplandeciente, con gozo y regocijo, y sin la pesadez de la carne frágil. Y allí, centelleando con sus santas obras, ya sin estar sobrecargados por el cuerpo, aumentarán en santidad sin el obstáculo de ningún impedimento.
También ellos juzgarán de modo justificado en el juicio del señor, los pecados que tuvieron profunda raíz y pisotearán sus pecados si no los hubieran cometido habitualmente. Y así, con recto y justo juicio, dominarán a los pueblos que se mueven todavía en las preocupaciones y los deseos terrenales. Y entonces reinará el dominador viviente, Señor de los que han conseguido la vida por sus santas obras y sus santos méritos, y lo hará en aquella eternidad que no tiene fin.
XXXIII. LA VIRTUD DE DIOS VENCE COMPLETAMENTE A LOS VICIOS QUE INTENTAN OPONERSE A LOS SIETE DONES DEL ESPÍRITU SANTO.
Pero el hecho de que en la niebla descrita donde hay diferentes tipos de vicios, como ya se ha dicho, veas siete de ellos expresados en imágenes, significa que en la maldad de la incredulidad, representada como niebla, en la que se encuentran muchas formas y muchos tipos de pésimos e inmundos vicios, como se ha dicho antes, aparecen tantos vicios, con sus malas artes, cuantos son los dones del Espíritu Santo. Los vicios tratan de resistir a los dones de todos los modos posibles, pero no prevalecerán porque la virtud de Dios supera en todo y por todo la perversidad del diablo.
XXXIV LA SOBERBIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La primera imagen representa la Soberbia, principio de todos los vicios, materia y matriz de todos los males, ya que ella hizo caer el ángel del cielo y expulsó al hombre del paraíso. Ella es también quien pone insidias a las almas que desean volver a la vida con las buenas obras, cuando están al final de sus actividades, para sustraerles la recompensa del cielo. El hombre se exalta muy a menudo con los elogios a sus buenas acciones, y a causa de la soberbia se desvanece la recompensa de la santidad.
La soberbia tiene, por así decir, rostro femenino, ya que en el primer ángel que se precipitó del cielo cambió toda su voluntad en necedad. Necedad con la que, incluso, logró echar del paraíso a la primera mujer, como también logra ahora saca fuera de sí a los hombres con su depravada seducción.
Sus ojos son de fuego, es decir, su mirada arde en la maldad. La nariz está sucia de barro, ya que sin capacidad de discernimiento se vuelve fea en su insensatez. La boca está cerrada, ya que no tiene ningún afecto a las palabras honradas sino que en su corazón niega a Dios y a todo lo que sea bueno.
No tiene ni brazos ni manos, porque su fuerza y sus obras no dan vida, sino muerte. Sobre cada uno de sus hombros hay como un ala de murciélago, porque se prepara falsamente tanto en las cosas divinas como en las terrenales, como para defender un imperio, ya que ella no tiene ninguna justicia honrada, sino solo confianza engañosa y oscurecida. El ala derecha está extendida hacia Oriente, y la izquierda a Occidente, ya que en las cosas del cielo se opone a Dios, pero en las de la tierra corre hacia el diablo. Tiene pecho de hombre, porque su corazón siempre está hinchado de la vana grandeza. Sus piernas y pies son como de langosta, porque demuestra y sustenta tercamente su modo de actuar con hinchada exaltación, exhibiendo con vanagloria su comportamiento, en realidad vacío e inestable. Carece de vientre y de espalda, ya que no ofrece ninguna tierra de labor que pueda ser usada, ni tampoco da a nadie ningún apoyo fuerte con el que esa persona podría perseverar en el bien. En cambio, ves que su cabeza no tiene pelos y el resto de su cuerpo no está revestido por ninguna prenda, significa que la soberbia en su mente y en sus obras avanza, como estás viendo, necia y desnuda, sin el pelo de la prudencia y sin la ropa de salvación. Está totalmente rodeada sólo de tinieblas, significa que yace en todas las maneras posibles de la perversión de la incredulidad, a excepción de un hilo muy delgado, que como un círculo de oro, pasa sobre las mejillas y va de la coronilla de la cabeza hasta la barbilla. En efecto, no demuestra honor ni amor sino desprecio a quien conoce a Dios, que sabe todas las cosas. Y del principio de su arrogancia hasta la necedad que también se revela en su actitud exterior, muestra el modo de pensar que tuvo cuando rechinando los dientes y mordiéndose se opuso a Dios, sobre el que no pudo prevalecer en ningún caso.
Pero igual que entonces cayó vergonzosamente derrotada, así también ahora, cuánto más arriba se eleve en las mentes y en las acciones de los hombres necios, tanto más abajo los arrastrará consigo al fondo. Y sin embargo no admite que nadie se le parezca, como claramente afirma más arriba. A ella se opone la Humildad, que exhorta a los hombres a aborrecer la soberbia.
XXXV. LA ENVIDIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
En cambio la segunda imagen representa la Envidia. Acompaña a la Soberbia, ya que la envidia es efecto del orgullo e incendio de todos los males. En efecto, cuando los hombres son soberbios, envidian los logros de los demás y con esta actitud remueven todo mal.
Ves una imagen de aspecto monstruoso, porque por envidia, el diablo lleva a cabo todas las obras que emprende, y sustrae al hombre, como ya se dicho claramente, la posibilidad de alcanzar la santidad del cielo.
Su cabeza, hombros y brazos son bastante parecidos a los de un hombre, a excepción de las manos que son como las de un oso. Esto significa que aunque el hombre en su mente, es decir en su cabeza, conozca a Dios, sin embargo a menudo juzga al otro, no según los preceptos de Dios, sino según lo que la envidia le sugiere, cuando, sobre los hombros de la confianza en sus posibilidades, pone conscientemente la injusticia en el sitio de la justicia y se muestra duro con los brazos de su fuerza. Sin embargo esta imagen, parece un hombre, ya que lleva el mal a los hombres por medio de la ciencia humana que tiene, silenciosamente. Pero los hombres entonces van más allá porque sus crueles acciones conducen al robo e imitan a la rapiña propia de las bestias, cuando destrozan, oprimen y destruyen todo lo que pueden con gran fuerza y agresividad.
Pecho, vientre y espalda son tan gruesos en tamaño, que superan la media humana, porque lo que el envidioso sabe y cree y en lo que se apoya al actuar respecto a los demás hombres, denota una maldad muy grande y perversa. Porque quien envidia no tiene ni una recta doctrina, ni una disposición bien ordenada, ni un método apropiado, sino solo el rechinar de dientes y aquel soberbio y violento hinchazón del exceso, fuera de lugar y falto de medida.
De los lomos hacia abajo otra vez se parece a un hombre, salvo que sus pies son de madera. Esto significa que el hombre envidioso, desviado por los deseos de la carne, provoca muchos daños a los otros, aunque tenga ciencia mayor y más profunda que otras criaturas. Sin embargo en sus obras deja huellas de aridez y muerte que no sirven para alcanzar la fecundidad, es decir la vida, puesto que no avanza derecho, ni sobre el propio camino, ni siguiendo el camino de los demás.
Su cabeza es de fuego y emite llamas por la boca, ya que la mirada de la envidia quema como acostumbran las víboras y en sus palabras, pronuncia todo tipo de maldades que incendian a los hombres y los seca.
No tiene ropa, pues al carecer de la protección de todo bien, y al rechazar la justicia y la ley establecida, vive sin orden y no investiga nada honorable y de provecho ni en las cosas grandes ni en las pequeñas. Está completamente hundida en las tinieblas, pues basa todas sus fuerzas en la amargura de la incredulidad y busca dificultar el éxito ajeno, sin perseguir la justicia ni tenerla en cuenta, sino incluso deseando los males con que el diablo somete al mundo, tal como está escrito:
XXXVI. EL LIBRO DE LA SABIDURÍA SOBRE ESTE TEMA.
“Por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen”. (Sabiduría 2,24). Tiene el sentido siguiente:
El diablo se opuso a Dios y quiso compartir el honor de Dios, al punto de pretender para sí una parte igual de aquel honor, por lo que Dios lo echó en la Gehenna y no le permitió realizar lo que quiso. Cuando el diablo vio que el hombre había sido creado, conoció el poder de Dios, y pronto aumentó su envidia cuando preguntó al hombre por qué Dios le había impartido la orden que el hombre recibió. Y así a través del mal de la envidia logró separar a Dios de su obra, que era el hombre, y lo atrajo a sí, puesto que el hombre abandonó a su Dios y se unió al diablo. De este modo, la muerte que todo destruye vino abiertamente al mundo en el soplo envidioso de la sugerencia del diablo, lo subyugó y en él mostró su poder, en el momento en que obligó al hombre, que habría debido ser el señor del mundo, a estarle sujeto, exactamente como uno entra a vivir en un templo donde el dueño ejerce su propio poder. Y por las huellas de este antiguo seductor van todos los que toman su ejemplo de iniquidad y arrollan a los otros por envidia. Así están en el lado del diablo, puesto que rechazan lo que saben que es bueno y justo, y ferozmente corroen los dones que Dios ha concedido y establecido, por lo cual se unirán al diablo en la Gehenna. Pero los fieles que rehuyen este pecado y abrazan a Dios en la fe, son hijos y herederos de la recompensa de los cielos, ya que recibirán de Dios la ambicionada recompensa, por haberle tributado honor por sus maravillas. Por este motivo se les llamará “un cielo con todos sus adornos”.
En cambio, el hecho de que la envidia se incline a las tinieblas con el hombro derecho, significa que el hombre, cuando niega al éxito ajeno la recta confianza y el recto poder que debería tener en las buenas y santas obras, supera la maldad hasta del diablo, ya que quiere privar al hombre de lo que recibe de Dios. En efecto, la envidia es un predador, es parecida al bandolero que se hace su madriguera en el camino, atraca por envidia a cualquiera que pase por allí y le sustrae el dinero que lleva consigo. Incluso se parece a la víbora, que cuando nace o cuando concibe mata a quien le da la vida. La envidia cava fosos con su comportamiento, cuando le sustrae al hombre sus bienes, y también ataca a los que les han prodigado sus bienes, cuando pone trampas de todas las formas posibles, exactamente como demuestra en las palabras que habló antes. Pero la Caridad la refuta, y advierte a los hombres que no sean envidiosos.
XXXVII. LA VANAGLORIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La tercera imagen representa la Vanagloria, que sigue aquí a la Envidia ya que la acompaña a causa de su incesante e inquieto deseo por lo que es de otros, ya que los hombres cuando envidian el éxito de los otros, desean gloria para sí.
Tiene aspecto de hombre, puesto que vive en los deseos y en las concupiscencias de la carne. Sus manos están cubiertas de pelos, que significa que dirige a actos bestiales las obras que por su naturaleza racional deberían orientarse al intelecto del hombre. Sus piernas y sus pies son como patas de grulla, porque se mueve hacia opciones equivocadas, como si las propuestas del diablo fueran sus piernas. Apoya los pies sobre la inconstancia, y crea en los hombres que la imitan la ilusión de una altura vacía, sin fuerza para recorrer los caminos correctos, una altura que más se parece a una necia irracionalidad que a una línea recta y a la verdadera sabiduría.
En su cabeza, lleva puesto un gorro trenzado de briznas de hierba, porque los hombres que pecan de vanagloria aprecian sus bienes terrenales y caducos, que en un momento reverdecen y luego se secan con extrema rapidez, igual que la hierba.
Viste un vestido negro, porque este vicio no vive la verdadera vida, porque está rodeado por las tinieblas de la incredulidad en el exterminio de la muerte.
El hecho que tenga una ramita verde en la mano derecha, y en la izquierda tenga algunas flores que mira con mucha atención, significa que los hombres que se entregan a la vanagloria muestran las obras del espíritu con presunción vana, como si tuvieran el vigor de las cosas del cielo. A veces, para ganar el favor del mundo, enseñan sus hechos terrenales como si las cosas terrenales florecieran por su propia honradez, y sobre ellas vuelve todas sus miradas y sus esfuerzos, porque quieren que todas sus acciones sean glorificadas con la vanidad de la jactancia, tal como declara este mismo vicio en otro lugar con las palabras anteriormente referidas. Pero el Temor de Dios le responde, y muestra lo abominable que es.
XXXVIII. LA DESOBEDIENCIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La cuarta imagen representa la Desobediencia, que viene aquí después de la Vanagloria ya que es como un vehículo de esta última y de los demás vicios. Predispone y ejecuta todas sus tareas según la voluntad de la vanagloria y de los demás pecados y se abre paso con su fuego.
Y ves que tiene la cabeza como una serpiente, porque su intención coincide con la que tuvo al principio la antigua serpiente, y así ella ahora persuade al hombre a no obedecer a Dios. Tiene el pecho lleno de plumas como el de una gaviota, porque ayuda a los hombres a subir a la altura donde puedan obstinarse con su ciencia, y esta altura les hace perseguir, no la sabiduría, sino la necedad, puesto que no reconocen a Dios y solo realizan plenamente lo que les parece.
Tiene piernas y pies como una víbora, ya que dirige los pasos de los hombres según el albedrío de sus deseos, apartándolos de la justa sumisión que lleva a la santidad, anclando en la arrogancia y en la temeridad de la maldad a los hombres que se oponen a Dios.
En cambio su espalda, cola y el resto del cuerpo son parecidos a los de un cangrejo, ya que la confianza en sí mismo que la desobediencia nutre en la fuerza de su rebelión, la hace ir hasta el final de su obra, puesto que persevera en el mal, por lo cual incluso todo el aglomerado de sus mismas malvadas acciones, ora procede con arrogante osadía, ora retrocede con tramposa astucia, tanto que ni en aquella ni en ésta encuentra estabilidad. Rechaza con pésimos pretextos todo lo establecido en los mandamientos de Dios e impunemente intenta derribarlo con el amplio impacto de su escarnio.
Por este motivo se mueve aquí y allá con gran prisa, casi llevada por el viento, y mientras se mueve, agita todas las tinieblas. Los hombres que quieren la desobediencia no solo se limitan a un movimiento de rebelión, sino que con arrogancia de aquél pasan a este, y de este a otro. Incitada por las artes diabólicas, y con este aliento son estimuladas las perversidades de todos los vicios, puesto que los hombres se atraen todos los demás vicios con el mal de la desobediencia.
Se vuelve al Norte y vierte mucho fuego de la boca, porque en el Norte encuentra al que quiso oponerse a Dios con la temeridad de la desobediencia. Éste primero produjo la desobediencia, y después ella con sus palabras provoca los muchos incendios de los muchos vicios diferentes, puesto que no muestra ninguna obediencia a los que debe reverencia. Quema con sus palabras todo lo que puede, como en otra parte admite ella misma, según como ha dicho antes. Le contesta la Obediencia, que persuade en la fe a los hombres a no imitarla.
XXXIX. LA INCREDULIDAD, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La quinta imagen representa la Incredulidad, que viene aquí detrás de la Desobediencia. Porque cuando los hombres han elegido la desobediencia, llegan a la incredulidad y a negar a Dios.
Tiene aspecto de hombre, salvo su cabeza, ya que sabe bien que Dios existe y sin embargo rechaza venerarlo dignamente, porque como vuelve su mente a la incredulidad, está privada de aquella recta iniciativa que le permite conocer a Dios a través de la fe.
De las rodillas hasta a las plantas de los pies está sumergida en las tinieblas antes referidas, porque no se muestra dúctil a la verdadera fe, ni se mueve hacia la fe verdadera, sino muestra claramente querer estar inmóvil en las tinieblas del rechazo, puesto que la palabra y en obras ignora completamente a Dios.
Sobre su cabeza no se puede localizar ningún rasgo, salvo que está completamente llena de ojos de color negro, entre los cuales casi en su frente hay un ojo que a veces manda resplandores como fuego ardiente. En su mente no existe prudencia sino solo necedad de la ciencia humana. Con sus intenciones íntimas de crecer en lo oscuro de la incredulidad, llega a la plenitud de su incredulidad cuando, mira a su alrededor por todas partes, realiza todas las obras de la incredulidad y con descuido rechaza la luz de la Verdad que realmente ve. En efecto, muchas veces los hombres que rechazan la fe afirman poseer una recta fe, mientras que sus actos abundan en toda mezquindad tramposa. Por tanto entre sus insensatas intenciones, que no logran mantener ocultas en el corazón, dejan a veces filtrar una mirada casi resplandeciente de fe, mientras confirman la propia incredulidad yendo a indagar en las fuerzas de la naturaleza y en la disposición de las estrellas. Y, cuando resultan engañados, de nuevo ponen en ellas su esperanza, pero allí no podrán hallar ninguna esperanza de llegar a la santidad y a la luz de la vida.
El hecho de llevar la mano derecha en el pecho, y que la izquierda, en cambio, sujete un bastón, significa que los hombres perversos que quieren la incredulidad, son, según los afanes de su corazón, perezosos para las buenas y santas obras, pero en las malas acciones ponen vana confianza. Por eso dividen a Dios en dos partes tratando de investigar a Dios en las características de los elementos de las criaturas superiores y en las inferiores, sin alcanzar la verdad de la vida.
Esta imagen se envuelve en una capa de color negro, porque se defiende con el engaño de las tinieblas de las artes diabólicas, más que para intentar conseguir la vida beata, tal como enseña exactamente con sus palabras en su discurso anterior. La refuta la Fe, que advierte a los hombres que deben evitar la Incredulidad para alcanzar a Dios en el espejo de la pureza. A ellos también les exhorta del mismo modo el Apóstol Pablo, que ha escrito:
XL. PALABRAS DE PABLO SOBRE ESTE TEMA
“Acerquémonos con corazón sincero, en plenitud de la fe, purificado el corazón de la mala conciencia, y lavado el cuerpo con agua pura. Mantengamos firme la confesión de nuestra esperanza pues fiel es el autor de la Promesa” (Hebreos 10,22-23). El sentido de estas palabras es el siguiente.
Por la admonición del Espíritu Santo nos acercamos a la suprema santidad con corazón sincero, empezamos las buenas acciones con paz y las acabamos con piedad, puesto que la caridad fraterna y la piedad arden en la paz, imitando a Dios en todo lo que es necesario para el hombre. Y así, en la pura y simple perfección de la verdadera fe de nuestro corazón, y no en la malvada doblez con el que el hombre elige una cosa y rechaza otra a su capricho, y purificado el corazón rociado con las Escrituras, rechazamos en nosotros la conciencia que siempre nos induce al mal e investigamos en las palabras únicas de las Escrituras, quién es Dios y cuáles son sus obras. Purifiquemos de este modo en nosotros la conciencia, oscurecida con escamas de muerte por la caída de Adán, que muchas veces rechaza la verdadera fe y sus obras. Pero estos sentimientos no son puros en nosotros a menos que nuestros pecados hayan sido lavados de modo que nuestros cuerpos sean visiblemente cubiertos con el agua de bautismo, que el Espíritu Santo vivífica y purifica invisiblemente, para lavar con ella la suciedad de los pecados del alma, y que la miserable naturaleza de la carne encuentre alivio de su inmunda suciedad. Cuando esto haya sucedido, debemos también mantener la fe firme y confesar sinceramente la esperanza que abiertamente hemos profesado en el bautismo, proclamando nuestra fe en Dios y renegando del diablo. Hagamos estas cosas de modo que la fe no se aparte de nosotros por ninguna seducción de las artes diabólicas, sino que se mantenga inviolada, bien arraigada y bien reforzada, porque en el baño de regeneración hemos sido señalados de este modo, ya que la verdadera justicia nos llama hijos de Dios. En efecto, Dios es fiel en cada don y en cada obra dará a sus fieles y a los que creen en Él la recompensa prometida de la herencia bendita. Con esta plenitud de la fe, recibirán el premio seguro y eterno del mismo Hijo verdadero de Dios, realmente encarnado en la plenitud de los tiempos.
XLI. LA DESESPERACIÓN, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La sexta imagen representa la Desesperación. Sigue las huellas de la Incredulidad, ya que el incentivo que da la incredulidad también se vuelve estímulo de los demás vicios. La desesperación, en efecto, no tiene ninguna esperanza ni en sí misma ni en los demás, y vive casi como si no existiera.
Ves que tiene aspecto femenino, eso significa la debilidad y carencia de consuelos buenos y rectos, con lo que muestra que no es victoriosa, por el contrario sólo muestra la vil ansiedad de la debilidad femenina. Su cabeza está cubierta a la manera de las mujeres, con un velo oscuro y el resto del cuerpo también está revestido con una prenda oscura. Eso significa que sus intenciones son frágiles y débiles, y están rodeadas por las tinieblas de la desolación y la incertidumbre, mientras el resto de sus acciones están realmente sometidas a la corrupción. No lleva puesta ninguna ropa de luz y alegría, puesto que no se rodea de ninguna gloria de esperanza bendita, sino de vergonzosa incertidumbre. En efecto, los hombres, engañados por el diablo, se desnudan de todas las joyas de los adornos celestes cuando por desesperación dejan de esperar en la gracia de Dios.
Por lo cual, ante su rostro aparece una especie de monte de azufre ardiente, pues mientras hombres de este tipo deberían mirar la verdadera fe con beata esperanza, se entregan en cambio a la desesperación, como sobre la cumbre del monte de su necedad, que seca y huele mal como el azufre y priva al alma de la fuerza de la fecundidad y del buen perfume de las virtudes, exactamente igual que el azufre hace el cuerpo seco y apestoso.
A derecha e izquierda tiene un monte de azufre de forma parecida. Son hombres parecidos que deberían elevar sus corazones a Dios, representado por la derecha, y rechazar el mal, simbolizado por la izquierda. En cambio en sus corazones cambian este impulso de elevación en ardiente y amargo dolor, y la contrición en desesperación, y no piensan para nada, ni esperan nada de la bondad de Dios, sino que solo amontonan miserablemente todo tipo de males y adversidades en su corazón.
Se derrumban en las tinieblas antes mencionadas y producen gran estruendo, porque cuando la desesperación lleva a la perdición a estos hombres, vierte sobre ellos escarnio, chirrido de penas y risotadas de sarcasmo diabólico.
Detrás de ella, junto a su espalda, se origina el sonido de un estrepitoso trueno, lo que significa que en su obstinación por alejarse de Dios, la desesperación, por la caída del primer ángel, arrastra a la ruina y a muchas miserias y penas.
No busca la misericordia de Dios mientras es capaz de encontrarla, y aterrorizada, con grandes gemidos y temblores aprieta sus brazos y manos en el pecho y se hunde por entero en las antedichas tinieblas, puesto que los hombres, a causa de la seducción diabólica, caen en la desesperación por los trabajos que han llevado a cabo. Y así en el gemido de la desolación y en el temor de ser olvidados por la justicia, olvido en que creen encontrarse ignorando su verdadera condición, reducen el conjunto de sus obras, que habrían tenido que dirigir a la santa esperanza en lo alto de los cielos, al dolor de la ciencia del mal, privados de todo consuelo de la ciencia del bien, y se abandonan totalmente a una despreciable infelicidad, no queriendo resurgir a la gloria. En otra parte este vicio expresa esto claramente con sus palabras, según ya se ha referido. Le contesta la Esperanza, y advierte a los hombres que en sus corazones no caigan en este vicio.
XLII. LA LUJURIA, SU COMPORTAMIENTO Y SU SENTIDO.
La séptima imagen representa la Lujuria, que viene aquí después de la Desesperación. Puesto que los hombres desesperan de tener misericordia de Dios, de modo que ya no esperan de Él ningún bien, se agarran a la lujuria, en la que satisfacen todos sus placeres realizando cualquier acto que la suciedad de su carne exija. La lujuria tiene casi aspecto femenino, es decir que, lo mismo que la mujer ha nacido para dar a la luz de los hijos, la lujuria es deseo y estímulo del pecado.
Yace sobre el costado derecho, ya que menosprecia la rectitud de las buenas y castas obras, y en su ansia de carne menciona de vez en cuando a Dios y trata de justificarse, y otras veces afirma querer hacer penitencia, pero no la hace, y peca llena de seguridad.
Dobla las piernas recogiéndolas hacia sí como quien está descansando en su cama. Significa que ella cambia la fuerza, con la que debería levantarse hacia Dios, por la fragilidad de la carne, y atrayéndosela en la tortuosidad de vergonzosas acciones, e incluso entumeciéndose voluptuosamente en su mente, afirma, por boca de los hombres lujuriosos, que no es capaz de abstenerse de la concupiscencia de su propia carne.
Su pelo es como llamas de fuego, ya que los hombres que viven en la lujuria transforman aquel pudor que en sus mentes deberían dirigir a la castidad, en el ardor libidinoso, y alimentan en sí mismos las llamas de un peligroso incendio con el que fomentan la obscenidad en sí y los otros.
Sus ojos son blancos como la tiza, no sea que miren algo que pueda parecer laborioso, porque este vicio conduce las intenciones de los malvados a una pereza impura, y así están mucho más predispuestos a los deseos de la lujuria.
Lleva en los pies sandalias blancas, tan lisas y resbaladizas que con ellas no puede caminar ni estar de pie. Esto es porque creyendo que en la vida del hombre el placer es agradable y la mortificación de la carne no es justa, hace gestos lascivos que no buscan ni caminar en el honor de la rectitud, ni soportar de ninguna manera la mansedumbre de la estabilidad. Ella sólo puede andar por todas las malas sendas de una vergonzosa libídine, por donde a veces intenta saltar hacia arriba, pero a menudo cae en las profundidades del abismo.
Y ya que los hombres inmundos se dedican a los alicientes de la carne y quieren la suciedad de las contaminaciones humanas, haciéndose parecidos a animales depravados y huyendo de la virtud celeste de la castidad, por juicio divino se hacen esclavos de las muchas pasiones de su carne, porque desearon estas cosas con su propia voluntad en lugar de desearlas como habrían tenido que hacerlo, con buena voluntad. Así lo ha escrito el apóstol Pablo:
XLIII. PALABRAS DE PABLO SOBRE ESTE TEMA
“Por eso Dios los entregó a los deseos de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos, ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos”. (Romanos 1,24-25). El sentido de estas palabras es el siguiente.
Como los hombres malvados dirigen su querer a deseos impuros y no quieren abstenerse de ellos, el Creador del mundo, bajo cuyo poder ellos se someten y sin cuyo permiso nada ocurre, con justo juicio los deja libres de entregarse a los deseos de su propia mente y voluntad, para que caigan en la suciedad que tan intensamente anhelan y para que dirijan su carne a la infamia de la perversión, cuando ellos cometen torpemente sobre sí mismos aquéllos pecados que no son apropiados a su naturaleza. Todo lo que ellos desean y quieren, lo llevan a la práctica con obscenidad y se alejan de Dios, al que sin embargo, conocen con su intelecto. Pero se ocupan solamente de lo que pueden saciar con su carne.
En esto imitan al primer ángel, que quiso cambiar la vida por su propia y pésima voluntad. Pero él no fue capaz de realizarlo, porque Dios lo rechazó a la muerte de la que la vida se escapa por completo. De este modo Dios deja que los hombres libres se entreguen a los deseos de su voluntad, y ya que se precipitan a realizar estos deseos en lugar de buscar los bienes del cielo, se ensucian y se contaminan con sangre inmunda y con vergonzosos humores. Y cuando hacen esto tanto en sí mismos como en los demás, con tan pésima contaminación turban y laceran la naturaleza humana y destruyen la concepción justa y natural establecida por Dios. Y así, con contacto sucio e inhumano, ellos debilitan y luego abandonan las enseñanzas de la modestia, y transforman sus cuerpos en la perversidad.
Y puesto que transforman sus cuerpos en perversión, también cambian la verdad de que Dios es el verdadero Dios, en la mentira con la que blasfeman de Dios cuando veneran ídolos que no tienen en ellos ninguna verdad sino solo un falso nombre, puesto que no pueden favorecer ni a sí mismos ni a los otros. Con tales actitudes serviles estos hombres sirven a criaturas a ellos sometidas, ya que doblan sus rodillas y les dirigen ruegos, y abandonan y niegan la debida reverencia a Él que los creó. Por consiguiente, el diablo suscita en ellos muchas pasiones y deseos inmundos de la carne, de los que no quieren sustraerse, ni pueden, ya que veneran algo que no es capaz de conseguir ningún alivio ni salvación. En efecto, eligen como dioses a criaturas a las que Adán puso nombres diferentes, reconoció con su razón y distinguió que tareas debían realizar. Y preguntan por su salvación a criaturas que fueron puestas a su servicio. Y llaman dios a su siervo, cuando abandonan el verdadero Dios, a quien todas las criaturas desde el principio de tiempo le llaman bendito con honor perpetuo. Dios es verdad, y el diablo mentira que siempre se apresura para inclinar a los que le sirven a las peores contaminaciones del cuerpo y el alma.
Por este motivo la lujuria emite por la boca aliento y baba venenosa, porque ella muestra y provoca la lucha, y alardeando de orgullo en sus palabras, causa lo que desea con sus palabras asquerosas. Con la mama derecha amamanta una especie de cachorro de perro y con la izquierda, una especie de víbora, ya que aunque debería ofrecer a los hombres alimento de sabiduría, simbolizado por la mama derecha, con necedad cría inmundicia. Y mientras que con la prudencia debería retener a la injusticia, representada por la mama izquierda, alimenta la amargura con la tontería. No respeta a nadie, levanta escándalos a quien se resiste a su deseo, pero a veces también devora a sus seguidores.
Con las manos arranca las flores y hierbas de los árboles y los prados y las huele con su nariz. Persuade a los hombres que carecen de criterios para obrar a coger tanto la flor de los deleites carnales desenfrenados y contra natura, como la pasión baja y natural de la carne, invitándolos a gozar su perfume, del que ya no saben prescindir. En efecto, cuando el sentido del olfato se acostumbra vergonzosamente a olores inmundos, a los hombres que se acostumbran a ello les aumenta el apetito de deseos peores y más ilícitos. No lleva prendas, sino que está entera ardiendo y debido a su ardor seca como el heno todo lo que está a su lado. Porque careciendo del adorno del pudor y la honestidad, en su confusión se muestra toda desnuda y demuestra ser fuego diabólico e infernal. Así, sacudiendo las venas y carnes de los hombres que se acercan con el tramposo ardor de sus suciedades, les arranca el fruto de la santidad como heno seco y los induce a cualquier ilícita acción que susciten las ansias de su carne, tal como en otra parte anterior reconoce en sus palabras. La Castidad se opone, y exhorta a los hombres a alejarse de ella y seguir en cambio en la fe.
XLIV. EL CELO DE DIOS, SU ASPECTO Y SU SENTIDO.
A la derecha del Hombre mencionado antes, ves una imagen con forma humana, que significa que en la rectitud y la fortaleza de Dios aparece su Celo que purga los pecados de los hombres y los borra, ya que el hombre, hecho a imagen de Dios e infundido de la ciencia del bien y el mal, tiene que ser juzgado con los justos juicios del juez más alto que juzga todo según la verdad.
Esta imagen tiene la cara de fuego, porque el celo, con el fervor de sus juicios consume como un fuego todo lo que es injusto, no porque lo purgue todo por el fuego, sino porque exterminando todos los males los reduce a la nada.
Y viste un vestido de acero, la justicia, que es fuerte y constante en sus juicios y es por sí misma como un vestido, pues lo que juzga, no lo juzga en otro modo sino según la justicia.
Y que grite contra los vicios descritos significa que refuta las ilusiones de las faltas antes mencionadas y las destruye completamente, ya que estos vicios, que son como las entrañas de la antigua serpiente y torrentes de su maldad, traspasan con dardos mortíferos a los hombres. Pero estos vicios serán confundidos gracias a la Pasión del Hijo de Dios y serán derribados por la eterna Divinidad. Así serán completamente destruidos, cuando la muerte sea destruida para siempre y Dios, al que nadie puede oponerse, se complacerá en revelar su potencia, como Job atestigua cuando dice:
XLV. PALABRAS DE JOB SOBRE ESTAS COSAS
“Dios, cuya cólera nadie puede resistir, bajo Él quedan postrados los que llevan el mundo”. (Job 9,13). Cuyo sentido es:
Dios, que creó todas las cosas y en cuyo poder están todas las cosas tiene tan gran fuerza en sus juicios que ni en los ángeles ni en los hombres se puede encontrar fuerza alguna que pueda resistir su examen cuando Él desvela su venganza con justo juicio contra el pecador. Porque la cólera de Dios siempre se opone al mal de la iniquidad y no tiene ningún contacto con el mal sino que destruye el mal completamente, tal como la derribó en el ángel y en el hombre.
Dios ha establecido sus juicios de tal modo que a la maldad le propone la justicia, y a los que han pecado les propone el dificultoso reconocimiento de la culpa. Esto ocurre cuando el pecador alcanza justificación con la penitencia, es decir cuando él arrepintiéndose se juzga a sí mismo y se pone en la cruz de la penitencia, y llora lágrimas punzantes confesando sus pecados a un sacerdote, puesto que el sacerdote supremo, es decir el Hijo de Dios, se inmoló sobre la cruz, y allí con la efusión de su sangre se limpiaron los muchos pecados de los hombres. Nadie es capaz de resistir a Dios, como hace este vicio, ya que solo Él es Dios y es el único y justo juez, que todo lo juzga justamente y que dispone bien todas las cosas.
A sus órdenes están sometidos los cuerpos celestes que reciben fuerza de Él, y hacen avanzar el orbe, es decir la esfera que constituye el mundo. Y lo hacen según lo que Dios ha establecido y constituido. Son el sol y la luna, el resto de los planetas y estrellas con todos los demás astros, los que sujetan la rueda del mundo y los que atraen a sí las aguas y la beben con su ardiente fuerza, para que el mundo no se seque por su ardor. De este modo el mundo también brilla por el agua. Incluso estos cuerpos son a menudo ministros de los juicios de Dios, puesto que en el desarrollo de su tarea están con los hombres y saben sus acciones, y no hacen de otro modo sino lo que se les ha ordenado. Todas estas cosas han sido establecidas por el Supremo Creador, que todo lo ordena y dispone según convenga para que cada uno esté en la ordenada y particular disposición que le corresponde.
El que tenga deseo de vida, coja estas palabras y las póngalas en la profundidad de su corazón.
LA SOBERBIA
Después de esto, vi otros espíritus malignos en la muchedumbre que mencioné antes que proclamaban a grandes voces: “¿Quién es el Dios? Lucifer es Dios y no hay ningún otro”. Estos espíritus les enseñan a los hombres la soberbia y los persuaden a considerarse mejores que los demás.
XLVI. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE PECARON DE SOBERBIA Y RAZÓN DEL CASTIGO.
Y vi que el fuego más grande ardía con fortísimo vigor, y contenía una masa de grandes y horribles gusanos. Allí se castigaban las almas de los que tuvieron la exaltación del orgullo en hechos y palabras mientras estuvieron vivos. Se les atormentaba con fuego a causa de su soberbia y eran torturadas por los gusanos por su presunción. Y vi y entendí esto.
XLVII. DE QUÉ MODO LOS HOMBRES, HACIENDO PENITENCIA, PUEDEN CASTIGAR EN SU CARNE EL PECADO DE SOBERBIA.
Y de nuevo oí una voz de la luz viviente que he descrito, que me dijo: “Las penas que ves son verdaderas. Pero los hombres que tratan de vencer a los espíritus malignos que los inducen a la soberbia, además de evitar los castigos de este vicio, hínquense de rodillas y sometan y castiguen su cuerpo con cilicios, flagelos, suspiros y lagrimas”.
XLVIII. EL CILICIO, EL ARRODILLARSE, LOS AZOTES, LOS SUSPIROS Y LAS LÁGRIMAS REPRIMEN LA SOBERBIA.
El pecado de soberbia se purifica en el hombre con estas mortificaciones que son los instrumentos de batalla contra la soberbia. El cilicio prohíbe a los pensamientos soberbios elevarse en la mente, la genuflexión induce el ánimo a los suspiros. Los azotes también ponen freno a la soberbia, los suspiros la hieren y las lágrimas la sumergen. Los suspiros ven a Dios y las lágrimas le confiesan. Así se reprime a la soberbia.
XLIX. LA SOBERBIA, MADRE DE LOS VICIOS, NO BROTA EN EL ROCÍO DE BENDICIÓN DE LAS VIRTUDES.
La Soberbia es aquella primera mentira que reniega de Dios, por lo que se puede considerar madre de todos los vicios. Y lo mismo que el hombre dirige todo su cuerpo por medio de los cinco sentidos, así también la soberbia, a través de algunos vicios, a través del odio, desobediencia, vanagloria y falsedad atrae a sí todo género de pecados arrastrándolos en el error en su camino.
La Soberbia quiso elevarse sobre Dios y lo intentó con sus actos. En cambio el odio no quiso reconocer a Dios, pero combatió contra su justicia y recibió muchas heridas. La desobediencia no se sometió a sus mandatos y proclamó a grandes voces que Dios no tenía ningún poder. La vanagloria aspiraba precisamente a lo que no podía ser, es decir, a ser llamada Dios. La falsedad deseó ponerle a Dios un límite, el Dios viviente la desdeñó y entonces se eligió otro dios a cambio.
Y lo mismo que Eva fue la antepasada de todo el género humano, así también de la soberbia han nacido todos los males de los vicios. También el diablo por la soberbia logró vencer a la mujer cuando la persuadió de comer la manzana. Quien se ha manchado de soberbia carece del amor de Dios y no germina con el rocío de bendición de las virtudes. Por tanto el hombre que quiera servir a Dios con humildad, huya de la soberbia y aléjela completamente de sí. Estas cosas se han dicho para la purificación y la salvación de las almas penitentes y son dignas de fe. Quien tiene fe considérelas cuidadosamente y recuérdelas para realizar el bien.
LA ENVIDIA
Después de esto, en la muchedumbre que mencioné antes vi otros espíritus malignos que proclamaban a grandes voces: “¿Qué gloria y qué reino es este del que nadie puede adueñarse?”. Estos espíritus persuaden los hombres a no amar ningún don de Dios en el hombre, sino sólo a complacerse a sí mismos y a envidiar la prosperidad y el feliz éxito de las obras ajenas.
L. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE PECARON DE ENVIDIA Y RAZÓN DEL CASTIGO.
Vi un monte grande con una cueva llena del fuego y pez hirviente a su interior, en la cual había una cantidad enorme de víboras. El monte tenía una estrecha embocadura, por la que entraban y salían las almas.
Junto al monte había una masa de aire helado terrible, que tenía encima una niebla ardiente que contenía muchísimos escorpiones. Con estas penas fueron torturadas las almas de los que se dieron al pecado de envidia con odio mientras habían estado vivos, y tuvieron que ir de los tormentos del monte a los del hielo, y de los tormentos del hielo a los del monte. Ardieron en el fuego del monte ya que en sus corazones habían hervido de envidia en las comparaciones ajenas. Fueron atormentadas por la pez ya que envidiosamente deslucieron los éxitos y las acciones ajenas. Fueron torturadas por las víboras ya que de este modo atormentaron a los demás, mortificándolos con palabras cortantes y hostiles. Por el odio que tuvieron en su envidia tuvieron que soportar el hielo de la masa de aire junto al monte. Por la crueldad de su odio fueron expuestas a la niebla ardiente. Por su punzante ferocidad tuvieron que padecer las picaduras de los escorpiones. Y puesto que tuvieron envidia con odio y odio con envidia, fueron continuamente de un tormento al otro. Y vi y entendí esto.
LI. DE QUÉ MANERA LOS HOMBRES, HACIENDO PENITENCIA, PUEDEN PURIFICARSE DEL PECADO DE ENVIDIA.
Y oí de nuevo una voz de la mencionada luz viviente que me dijo: “Las penas que ves son verdaderas. Por tanto si los hombres, quieren evitar estos pésimos espíritus que les sugieren envidia y odio además de evitar los castigos, deben castigarse con cilicio y azotes y doblar sus rodillas delante de Dios, ya que envidiosamente exasperaron a muchos y con envidia y odio privaron a otros muchos de su prosperidad”.
LII. LOS ENVIDIOSOS, QUE NO QUIEREN EL BIEN DE LOS DEMÁS, INTENTARON DESTRUIR A CRISTO, POR LO CUAL FUERON DESTRUIDOS
Los envidiosos no quieren y no admiten el bien que ven y encuentran en los demás, pero proclaman a grandes voces que sus asuntos avanzan prósperamente por caminos claros y honrados. Por lo tanto Dios los deja caer, puesto que no quieren detenerse en la estabilidad, como no lo quisieron los judíos. Ellos despreciaron lo que supieron y rechazaron lo que vieron, abandonaron el recto camino y procedieron por un camino injusto, cuando con conducta contraria intentaron destruir, para que no creciera el que Yo les había mandado para su redención. En efecto, vieron resplandecer el sol de la doctrina y se apresuraron a oscurecerlo, sentían sus milagros e intentaron deslucirlos completamente con la iniquidad de la envidia. Por tanto los destruí y los dispersé como el polvo, ya que no creyeron en lo que veían. Así caerá con justa sentencia ante Dios y los hombres el que desdeñe imitar las buenas y santas acciones que ve y conoce.
LIII. LA ENVIDIA, QUE REVUELVE CON ODIO TODAS LAS FUERZAS DEL ALMA DEL HOMBRE, ES PARECIDA AL DIABLO QUE INTENTA OPONERSE A DIOS.
La Envidia no hace nada bueno, sino que hiere y desplaza también al que parece estar con ella, y luego, cuando se une al odio, revuelve todas las fuerzas del alma. En efecto, el hombre que prueba el odio en la oscuridad de la envidia, está privado del calor del Espíritu Santo en el que hay infinitos días ricos en gozos. Quien odia no prueba este gozo, puesto que no goza de la ganancia de los otros, sino que con odio acérrimo lo destroza. Por tanto se vuelve parecido al diablo, que empezó a probar el odio ya desde su origen, por lo cual perdió el resplandor de los espíritus celestes, porque trató de oponerse a Dios por envidia y odio.
Los que deseen servir a Dios avergüéncense de actuar así y rechacen lejos de sí estos males, no ofusquen con ellos el espejo de su alma. Esto se ha dicho sobre la purificación y sobre la salvación de las almas de los penitentes y es digno de fe. Quien tiene fe lo considera cuidadosamente y lo recuerda para actuar el bien.
LA VANAGLORIA
Después de esto, vi otros espíritus malignos en la muchedumbre que mencioné antes que proclamaban a grandes voces: “No invocaremos otro Dios excepto a Lucifer, ya que con él gozaremos de una magnífica gloria”. Estos espíritus les enseñan a los hombres la vanagloria y les exhortan dedicarse con todo celo a ella.
LIV. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE PECARON DE VANAGLORIA EN VIDA, Y RAZÓN DEL CASTIGO.
Y aquí vi un amplio y extenso pantano, lleno de suciedad y de muchos tipos de gusanos, que emanaba un terrible hedor. Allí eran atormentadas las almas de los que mientras estuvieron en el mundo con gran intensidad se entregaron con todas sus fuerzas el pecado de vanagloria. En efecto, puesto que se preocuparon sin cesar de su vanagloria, sus almas fueron atormentadas por la suciedad del pantano. Sufrieron la tortura de los gusanos porque con este pecado se habían creído superiores a los demás, y ya que en cualquiera circunstancia se comportaron de este modo, sin moderación, debieron soportar el hedor que antes se ha dicho. Y vi, y entendí esto.
LV. DE QUÉ MODO LOS HOMBRES, HACIENDO PENITENCIA, PUEDEN CASTIGAR EN SU CUERPO EL PECADO DE VANAGLORIA.
Y de nuevo oí una voz de la luz viviente que me dijo: “Las penas que ves son verdaderas y son tal como las ves. Pero los hombres que se preocupan de vencer a los espíritus que les sugieren la vanagloria y deseen evitar las penas de aquellos tormentos, deben afligirse con ayunos y azotes, elevar muchas súplicas a Dios y huir absolutamente de este vicio”.
LVI. LA VANAGLORIA, QUE QUIERE REALIZAR SU VOLUNTAD, ESCARNECE TODO LO QUE ES SANTO.
La Vanagloria mira hacia izquierda, considera lo que puede hacer con su irracionalidad, y en cada circunstancia quiere realizar su propia voluntad. Delante de los demás se engalana y desea ser honrada y alabada. Mientras se adorna, no teme a Dios. Cuando busca ser ensalzada, no lo quiere. Cuando se preocupa de ser alabada, abandona la justicia de Dios. Para satisfacer su voluntad no tributa respeto a Dios, ya que no lo teme ni lo quiere y no observa sus mandamientos. Los que siguen a la vanagloria creen óptimo cualquier cosa que aprenden por sí y disponen por sí mismos, no muestran la veneración que se dirige a Dios ni quieren al Hijo de Dios, sino que escarnecen a su placer todo lo que es santo y justo.
Pero los que deseen servir Dios con fe, rechacen esta vanidad y mantengan firmemente su ánimo en la contrición, con obras que conduzcan a la santidad. Esto se ha dicho sobre la purificación y sobre la salvación de las almas de los penitentes y es digno de fe. Quien tiene fe lo considera cuidadosamente, y lo recuerda para actuar el bien.
LA DESOBEDIENCIA
Después de esto, vi otros espíritus malignos en la muchedumbre que mencioné antes que proclamaban a grandes voces: “Dios no debe ser el único Dios, otro además de Él será omnipotente”. Estos espíritus exhortan los hombres a la desobediencia y les enseñan a oponerse a sus superiores.
LVII. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE PECARON DE DESOBEDIENCIA, Y RAZÓN DEL CASTIGO.
También vi densísimas tinieblas, en las que las almas de los que se mancharon de desobediencia en su vida, avanzaban como vagando sobre un suelo ardiente. Sobre el suelo había gusanos terribles que los atormentaban con sus mordiscos. Erraban en aquellas tinieblas porque habían sido ciegos, puesto que no quisieron seguir los mandatos de sus superiores. Caminaron sobre el fuego del suelo ya que por desobediencia habían procedido con arrogancia en su camino según su propia voluntad, y fueron castigadas por los gusanos, ya que tercamente en vida, habían luchado tercamente con sus superiores. Y vi y entendí esto.
LVIII. DE QUÉ MANERA LOS HOMBRES, HACIENDO PENITENCIA, PUEDEN JUZGAR EN ELLOS EN ELLOS MISMOS EL PECADO DE DESOBEDIENCIA.
Y de nuevo oí una voz de la luz viviente que me dijo: “Las penas que ves son verdaderas y son tal como las ves. Por eso, los hombres que se someten a la desobediencia, si quisieran librarse de los espíritus que se la sugieren y evitar los castigos, busquen el perdón con palabras de humildad arrodillados delante de sus superiores. Después, emprendan vida solitaria durante un tiempo, castíguense con ayunos y azotes, e incluso vistan un vestido áspero. Y así, podrán con equidad y justicia ser contados dignamente entre los hijos del Padre”.
LIX. LA DESOBEDIENCIA, QUE ES EL PEOR MAL, NO QUIERE TEMER A DIOS NI HONRAR AL HOMBRE
La Desobediencia es el peor mal. No quiere temer a Dios ni honrar al hombre. Los que se entregan a este vicio en su corazón dicen: “¡Va! ¿Qué vemos? ¿Y que podemos hacer? No sabemos qué es esto que nos viene impuesto por unos ciegos. Nuestra justicia es más grande y más útil que la suya. ¿De qué nos serviría si trabajásemos con obras cargadas de envidia y odio? Por ahí no sacaremos ninguna utilidad. Por este medio quieren ser superiores a nosotros”.
Quien quiera poner, sin embargo, su esperanza del Dios, asuma la actitud de sumisión que lleva a la santidad y obedezca los mandatos de sus superiores. No siga al que desde la altura del cielo cayó a las profundidades del infierno ya que no quiso estar sometido a su Creador. Esto se ha dicho sobre la purificación y sobre la salvación de las almas de los penitentes y es digno de fe. Quien tiene fe lo considera cuidadosamente y lo recuerda para actuar el bien.
LA INCREDULIDAD
Después de esto, vi otros espíritus malignos en la muchedumbre que mencioné antes que proclamaban a grandes voces: “También Dios tendrá un fin y le sucederá otro”. Estos espíritus sugieren a los hombres la incredulidad y los impulsan a no confiar en Dios.
LX. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE, CUANDO VIVIAN, PECARON DE INCREDULIDAD, Y RAZÓN DEL CASTIGO
Y vi un gran fuego circundado por desmesuradas tinieblas, bajo el que había un charco de barro maloliente de extraordinaria anchura, longitud y profundidad. Gusanos de formas horribles corrían tanto alrededor del fuego como del barro. En estos tormentos estaban las almas de los que no confiaron en Dios en vida y no le tuvieron en cuenta para nada, como si fuera un ídolo. Ardieron en el fuego por su maldad, fueron rodeados por las tinieblas de la incredulidad por la que no quisieron mirar a Dios, y fueron ensuciadas por el barro por la incredulidad con que transformaron cada justa alegría de las criaturas de Dios en falsedad y dolor. Tuvieron que soportar el tormento de los gusanos por haberse obstinado en no tener esperanza en Dios. Y vi y entendí esto.
LXI. DE QUÉ MODO LOS HOMBRES, HACIENDO PENITENCIA, PUEDEN BORRAR EN ELLOS MISMOS EL PECADO QUE CONTRAJERON POR LA INCREDULIDAD
Y de nuevo de la luz viviente oí una voz que me dijo: “Estas cosas que ves son verdaderas. Los hombres que se consumen en la incredulidad, para vencer a los espíritus que se lo sugieren y para sustraerse a estos tormentos, deben castigarse con ayunos y azotes y hacer oraciones arrodillados hasta que la fuerza divina aleje de ellos los hechos y las palabras de la incredulidad”.
LXII. LA INCREDULIDAD, QUE NO CONFÍA EN DIOS NI EN LOS HOMBRES, DESPRECIA LA CREACIÓN DE DIOS.
La Incredulidad se opone a Dios y lucha contra los hombres, pues no confía en Dios ni en los hombres, pero muy a menudo dice para sí: “¿Quién soy? ¿Qué he sido? ¿Y que seré?”. Los que pronuncian estas palabras son ciegos, porque no tienen esperanza de salvación en Dios, y como no confían en nadie, no quieren conocer ni el día ni la noche.
En efecto, cuando no quieren conocer a Dios, niegan el día, y cuando no respetan con temor sus juicios, no temen la noche. Y como son desleales con los hombres, menosprecian la creación de Dios, puesto que en sus elucubraciones son ciegos, sin tener un orden de vida justo. Por eso, se ha dicho de ellos:
LXIII. PALABRAS DE DAVID SOBRE ESTE TEMA
“Se desvanecieron sus intenciones, por su mucha impiedad Tú los dispersas, porque te han irritado, oh Señor”. (Salmo 5,11). Estas palabras deben ser interpretadas del modo siguiente.
Los perversos caerán en la vaciedad de su maldad cuando queden privados de sus conocimientos, lejos del consuelo, de la salvación, de la alabanza y de la gloria. Por tanto Tú, que impartes justamente todos los castigos según el peso de su impiedad, que es mucha, dispersa a los que irritándote te rechazaron. En efecto, grande es la impiedad en aquellos hombres que desdeñan saber y hacer justamente lo que podrían saber y hacer felizmente, pero se vuelven a asuntos de todo género que nada tiene que ver con ellos, especialmente porque ni los ven ni los conocen, sino que los valoran como algo más de lo que son. Esta impiedad es también del tipo de incredulidad que constituye y dispone cada cosa casi como si fuera su creadora, y está llena de odio porque siempre se fija en lo que no la concierne. Por lo cual, los que se dejan implicar con tal impiedad no son nada, porque irritando a Dios son reducidos a la nada. Rechazan la gloria de Dios y el gozo que está en Dios, y no veneran a Dios, lo mismo que un hombre que no tributa honor a su enemigo.
Las almas buenas que quieren a Dios huyan de las obras de la incredulidad y únanse a Dios manteniendo la fe con buenas obras, puesto que prefieren estar con Él que con el diablo. Esto se ha dicho sobre la purificación y sobre la salvación de las almas de los penitentes y es digno de fe. Quien tiene fe lo considera cuidadosamente y lo recuerda para actuar el bien.
LA DESESPERACIÓN
Después de esto, vi otros espíritus malignos en la muchedumbre que mencioné antes que proclamaban a grandes voces: “¡Démonos prisa para que Lucifer cumpla su voluntad!”. Estos espíritus instigan a los hombres a la desesperación, para que no pongan su esperanza en Él, que los ha creado.
LXIV. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE, MIENTRAS VIVIAN, DESESPERARON DE LA MISERICORDIA DE DIOS, Y RAZÓN DEL CASTIGO.
Y vi un foso muy ancho y de profundidad tal que no pude determinar su fondo, en el que ardía un fuego grande y del que emanaba una terrible peste. Allí estaban las almas de los que desesperaron de la gracia y de la misericordia de Dios cuando todavía estaban en su cuerpo. Estaban en este foso porque rechazaron la esperanza de la salvación. Ardieron en el fuego porque de este modo cometieron muchos pecados, y tuvieron que sentir la peste porque no supieron moderarse en aquellos pecados. Y vi y entendí esto.
LXV. DE QUÉ MODO LOS HOMBRES PUEDEN RECHAZAR LA DESESPERACIÓN, TANTO EN LA DIFICULTAD COMO EN LA TRANQUILIDAD.
Y de nuevo oí una voz desde la nube viviente que me dijo: “Las penas que ves son verdaderas. Pero aquellos que se desesperan y no confían en Dios, actuando como si Dios no existiese, ¿qué más pueden tener sino la muerte? Para resistir a los espíritus malignos que los exhortan a la desesperación y para rechazar este vicio, los hombres deben insistir con oraciones formuladas con pureza de corazón postrados de rodillas. No les favorece en cambio hacer ayunos incómodos y otras pesadas mortificaciones, para no caer en una desesperación mayor, puesto que, a causa de este vicio, sus corazones soportan muchos dolores con terrible amargura”.
LXVI. LA DESESPERACIÓN, AL MATAR EL ALMA DEL HOMBRE, DESTRUYE TODO BIEN.
La Desesperación perjudica el cuerpo de hombre, mata su alma, hace que desprecie a Dios y desprecie los juicios de Dios, crea que su ayuda no vale para nada y diga para sí: “¿Qué obras ha realizado Dios? ¿Y dónde puedo acabar, sino en la perdición?”. A la desesperación la derriba las buenas acciones, la rechaza la fe y la destruye la ley de las Escrituras, porque con las Escrituras se prueban y se conocen todos los bienes, tal como todo se intercambia y se logra con dinero.
La Desesperación no confía en Dios, no cree en Él, no entiende ni sabe qué es. Y como es de esa naturaleza, Dios la destruirá en todo y por todo. En efecto, si la madera no tuviera en si la fuerza vital, no sería madera, si los árboles de fruto no florecieran, no producirían fruto. Así incluso el hombre sin la fuerza vital de la fe no es nada, sin la comprensión de la enseñanza y las Escrituras no da fruto. Por lo cual también el tortuoso camino del corazón del hombre, en el que se formulan estos pensamientos de muerte por desesperación, es destruido por el divino poder ya que Dios rechaza la desesperación. Ninguna criatura se alegra con la desesperación. Esto se ha dicho sobre la purificación y la salvación de las almas de los penitentes y es digno de fe. Quien tiene fe lo considera cuidadosamente y lo recuerda para actuar el bien.
LA LUJURIA
Después de esto, vi otros espíritus malignos en la muchedumbre que mencioné antes que proclamaban a grandes voces: “¿No es quizás grande lo que Lucifer hizo? Y nosotros pensamos como él”. Estos espíritus son los que arrastran los hombres a la lujuria y les exhortan a satisfacer el placer de su carne.
LXVII. PENAS DE PURIFICACIÓN DE LAS ALMAS DE LOS QUE PECARON DE LUJURIA Y FORNICACIÓN, Y RAZÓN DE SU CASTIGO.
Y vi que el fuego más grande ardía con intenso ardor, sobre el que se derramaba el más terrible veneno y fétido azufre. Alimentado con sobrecogedora fuerza el fuego producía fragorosas detonaciones. Con estas penas fueron torturadas las almas de los que se esclavizaron su cuerpo con lujuria y fornicación. Tuvieron que soportar el fuego a causa del incendio de la lujuria; fueron contaminadas con veneno por la obscenidad que satisficieron en la lujuria, y fueron atormentadas con azufre por la incesante y perversa obra de este vicio.
LXVIII. PENAS DE PURIFICACIÓN CON LAS QUE SE CASTIGA A LAS ALMAS QUE COMETIERON ADULTERIO, Y RAZÓN DE SU CASTIGO.
En este fuego había otro fuego en el que los espíritus malignos precipitaban y luego elevaban de nuevo las almas de los que cometieron adulterio, lo mismo que se dobla aquí y allá una rama flexible que se entrelaza en una empalizada. Como mancharon sus cuerpos con el adulterio mientras estuvieron vivos, sus almas fueron precipitadas en aquel otro fuego que he dicho. Y ya que en vida se unieron a extraños, fueron sacudidas de un fuego al otro.
LXIX. PENAS DE PURIFICACIÓN CON LAS QUE SE PURIFICAN LAS ALMAS DE LOS QUE HICIERON A DIOS VOTO DE CASTIDAD Y LUEGO LO VIOLARON, Y RAZÓN DEL CASTIGO.
Dirigí luego la mirada hacia la enorme altura de una masa de aire de la que caía mezclados granizo de fuego y frío. Allí estaban las almas de los que en vida hicieron a Dios voto de castidad y lo violaron, que caían de aquella altura, y de nuevo, como empujadas por el viento, volvían allí, como encarcelados por las tinieblas hasta el punto de que no podían moverse, los golpeaba el granizo de fuego y hielo y los espíritus malvados las ultrajaban diciendo: “¿Por qué habéis abandonado vergonzosamente el voto que hicisteis?”. En efecto, cayeron de aquella altura por el voto de castidad que no habían respetado. Yacían atadas en las tinieblas a causa del olvido, porque no quisieron acordarse de su voto mientras pecaban voluntariamente. Tuvieron que soportar el granizo de fuego e hielo a causa del placer de la carne, que prefirieron al amor de Dios.
LXX. PENAS DE PURIFICACIÓN CON LAS QUE SE PURIFICAN LAS ALMAS DE LOS QUE SUBVIRTIERON LA NATURALEZA HUMANA CON RELACIONES INNATURALES Y RAZÓN DE SU CASTIGO
También vi un vasto y profundo pantano lleno de horrible barro, en el que avanzaban, surcándolo las almas de los que, mientras habían estado vivos, habían subvertido su naturaleza humana, tanto hombres como mujeres, con relaciones innaturales en la fornicación. Los espíritus malignos vertieron agua ardiente sobre ellos y las forzaban con horcones ardientes a esconderse en el barro. En efecto, atravesaban por el barro ya que en vida menospreciaron con actos de libídine su humana naturaleza tanto en ellos mismos como en los otros. Los espíritus malvados vertieron sobre ellas agua ardiente, ya que lo hicieron con el ardor de la peor libídine. Fueron devueltas al barro por los espíritus malvados con los horcones ya que al practicar este vicio también renunciaron al humano pudor.
LXXI. PENAS DE PURIFICACIÓN CON LAS QUE SE JUZGA A LAS ALMAS DE LOS QUE FORNICARON CON GANADO, Y RAZÓN DEL CASTIGO
Y vi que los espíritus malignos, obligaron a las almas de los que fornicaron con ganado a pasar por varios fuegos, golpeándolas con flagelos ardientes como espinas y punzantes zarzas. También las bestias les echaron en cara su pecado. Las almas fueron torturadas por estiletes de fuego a causa de aquella conjunción inhumana. Fueron afligidas por los flagelos ardientes por la libídine extraviada de aquella conjunción, y fueron reprochados de sus pecados ya que no consideraron lo que hicieron. Y vi y entendí esto
LXXII. DE QUÉ MODO LOS HOMBRES QUE PECAN DE LUJURIA Y FORNICACIÓN PUEDEN HACER PENITENCIA Y CASTIGAR ESTE PECADO EN SU CUERPO.
Y de nuevo oí una voz de la luz viviente que me dijo: “Las penas que ves son verdaderas, son tal como las ves y aún más. Por tanto, los hombres que quieran vencer los espíritus que los inducen a los actos impuros de lujuria, si quieren evitar sus castigos, castíguense con ayunos y latigazos e impongan a la misma carne sacrificios con oraciones excelsas, hasta que de este modo logren someterla al buen deseo del espíritu”.
LXXIII. LA FORNICACIÓN ES PARECIDA A LAS VÍBORAS Y A LAS BESTIAS QUE MATAN LOS OTROS ANIMALES.
La fornicación es parecida a las terribles víboras, que engañan arrastrándose, e incluso tiene en sí la maldad del diablo, que mata y abandona la justicia. Por este motivo los hombres que eligen la lujuria en la fornicación y descuidan las normas de la ley de Dios, matan tanto las almas como los cuerpos, tal como una bestia que convierte a otra en un cadáver putrefacto.
LXXIV. EL HOMBRE Y LA MUJER QUE SE UNEN GRACIAS A ARTES DE MAGIA, NO SON PARIENTES LEGALMENTE
Los que se someten mutuamente a una inmunda unión con artes horrorosas, no están unidos legalmente, ya que se ataron inicialmente a través de los artificios de una seducción idólatra.
LXXV. DE QUÉ MANERA, HACIENDO PENITENCIA, PUEDEN CASTIGARSE LOS QUE PECARON DE ADULTERIO.
Los que se mancharon de adulterio y quebrantaron con perversa trasgresión la justa unión querida por Dios: si quieren evitar los castigos para este pecado, vistan un vestido áspero, macérense con ayunos muy severos y con el castigo de los azotes, según las indicaciones de su consejero espiritual.
LXXVI. EL ADULTERIO, QUE ES UNA GRAVE INJUSTICIA, DEBILITA LAS FUERZAS DE LOS ADÚLTEROS
En efecto la trasgresión del adulterio es una grave injusticia y por todo es desventajosa e intolerable. Cuándo Dios formó al primer hombre, sacó a una mujer de su costilla y así los dos se volvieron una única carne, y ellos por lo tanto, vivieron en un único amor en el amor infundido por Dios. Por lo tanto los hombres que están unidos en una unión legal y están santificados por el pacto de la autoridad más importante, si luego violan este pacto y se unen a otras personas, pierden vigor y son debilitados en sus fuerzas, como Sansón se debilitó cuando su mujer lo engañó, y se precipitan en una ruinosa caída, como también Sansón se entregó a la muerte.
LXXVII. LAS VÍRGENES QUE NO SUPIERON MANTENER EL VOTO DE CASTIDAD, DEPONGAN LOS VELOS DE LA VIRGINIDAD Y RECIBAN LOS DE LA VIUDEZ, PARA QUE ASÍ, HACIENDO PENITENCIA, SE MORTIFIQUEN.
Pero los que quebrantan el voto de castidad y no conservan la castidad que ofrecieron a Dios, para reducir los tormentos de la pena expiatoria, si fueran vírgenes consagradas a Dios, depongan sus velos de virginidad y reciban de su consejero espiritual los velos de viudez. Y las que ofrecieron a Dios el voto de la viudez y luego no lo mantuvieron en el ardor de la libídine, castíguense con vestidos ásperos, severos ayunos, y azotes, y supliquen la gracia de Dios con oraciones y de rodillas.
LXXVIII. EL QUE SE HAYA OFRECIDO A DIOS Y LUEGO SE HAYA VUELTO ATRÁS, ES PARECIDO A UN PAGANO
El que se haya ofrecido a Dios y luego se haya vuelto atrás, volviendo a abrazar el mundo que dejó, es parecido a un pagano que adora los ídolos y no a Dios, ya que tiene en cuenta su propia voluntad antes que la de Dios. Hace como el Faraón, que siguió, para capturarlo, al pueblo de Dios que dejó ir, y fue sumergido en las aguas del Mar Rojo. Así también el que de nuevo quiere afirmar su voluntad propia, a la cual renunció por Dios, es sumergido en una cruel muerte, porque lo mismo que no podía haber vida en la Vieja Ley, tampoco tal persona es ya capaz de merecer esta vida.
LXXIX. DE QUÉ MODO TIENEN QUE MORTIFICARSE POR PENITENCIA LOS QUE, EN LA FORNICACIÓN, CAMBIARON LA TENDENCIA HUMANA NATURAL.
Si los que han abandonado la natural tendencia humana cambiándola por una fornicación contraria a su naturaleza, sean hombres o mujeres, quieren evitar los castigos de este pecado con la penitencia, deben macerarse con cilicio, ayunos, azotes, y busquen apaciguar a Dios clemente apresurándose a rezar de rodillas excelsas oraciones.
LXXX. EL PECADO DE LAS RELACIONES CONTRARIAS A LA NATURALEZA ES UNA PERVERSIÓN Y ES LA FUERZA DEL CORAZÓN DEL DIABLO
Este pecado es vergonzoso y criminal y se ha introducido en el hombre por arte diabólico, exactamente igual que la muerte entró en el hombre con la caída de Adán cuando este se alejó de Dios. Dios en efecto, creó al hombre destinándolo a un gran honor y a un nombre glorioso, pero la serpiente lo engañó, el hombre aceptó su sugerencia y así perdió la facultad de comprender lo que dicen todos los animales cuando emiten sus sonidos. Este pecado es la fuerza del corazón del diablo, por el cual persuade los hombres a cambiar la práctica natural por un acto bestial, y a realizar obscenidades con sus personas, ya que el diablo, a causa del odio original que tuvo a la fecundidad de la mujer, todavía la persigue para que no dé más fruto, y prefiere que los hombres se contaminen con prácticas contrarias a la naturaleza. Y ya que Dios quiso que el género humano fuera engendrado por la mujer, es un grave delito que el hombre disperse la propia semilla cuando se mancha de este pecado.
LXXXI. DE QUÉ MANERA PUEDEN HACER PENITENCIA LOS QUE SE UNEN A GANADO.
Pero también los que copulan con el ganado y humillan la gloriosa naturaleza humana hasta esta terrible infamia, y luego, reconociendo su vergonzoso pecado, tratan de mortificarse por esta trasgresión, deben castigarse con severos ayunos y terribles azotes, y rehuir aquella clase de ganado con que pecaron, para que su arrepentimiento sirva de tropiezo al diablo.
LXXXII. EL HOMBRE QUE FORNICA CON GANADO, CON ESTE PECADO ES PEOR QUE LOS GUSANOS, QUE AL MENOS NO SE APARTAN DE SU NATURALEZA.
En efecto, el hombre que peca de fornicación con ganado actúa como el que construye una vasija de barro, afirma que esto es su Dios, y de este modo deshonra a Dios, ya que junta la razón con una naturaleza irracional y contraria. También se parece a una piedra dura y fría, ya que está tan endurecido que no recuerda el honor para el que fue creado, y tiene gran frialdad, porque en su intelecto extingue el fuego del ardor del Espíritu Santo, cuando comete este pecado con ceguera completa.
Por este motivo el alma del hombre, que es inmortal, sufre en la vasija de su cuerpo cuando comete de este pecado, pues este pecado es peor que los gusanos, que al menos no se apartan de su naturaleza.
LXXXIII. CUANDO EL HOMBRE SE DEJA ARROLLAR POR LA LUJURIA, OFRECE UN SACRIFICIO A LOS DIABLOS Y SE BUSCA LA RUINA, PUESTO QUE TIENE QUE SER JUZGADO POR DIOS.
Cuando el hombre por el gusto de la carne se deja arrollar por la lujuria, ofrece un sacrificio a los diablos, ya que cuando por este placer realiza malas obras, se le obscurecen los ojos de la ciencia del bien en el alma, casi como si se cubriera los ojos con sus manos. Y cometiendo esta iniquidad se encamina hacia las tinieblas, diciendo: “No puedo vivir como si no fuera de carne. Vivo de alimento y bebidas, tal como Dios me ha constituido, y por tanto no puedo abstenerme de semejantes obras”.
Y así, el hombre con sus sentidos y sus malas obras se prepara la ruina con el deseo de estas obras perversas, gira como la rueda de un molino, y con el beso y el olor de la concupiscencia comete los pecados de lujuria. En efecto la llama del fuego de la lujuria se enciende en el ombligo de la mujer, pero encuentra pleno cumplimiento en los lomos del hombre. A eso se suma la sugestión diabólica, ya que el diablo comenzó por dar mal consejo a la mujer y lo realizó en el hombre, igual que el fuego arde más intensamente cuando se atiza. Pero ya que Dios creó al hombre sin carencias, y por la ciencia del bien le enseñó todos los bienes, juzgará todas las obras del hombre según sus méritos, como el espíritu profético de David, inspirado por mí, afirma cuando dice:
LXXXIV. PALABRAS DE DAVID SOBRE ESTE TEMA.
“Juzgará el mundo con justicia y los pueblos con equidad”. (Salmo 98,9). Estas palabras hay que entenderlas de este modo: Dios, que justamente todo discierne, con justo juicio juzgará todo lo que ha puesto en el círculo terrestre para servir al hombre, de modo que ninguna criatura terrenal carezca de fruto. Pero ya que el mundo está contaminado por los pecados de los hombres, será purificado justamente por la justicia, para que no sea profanado con la plaga de iniquidad. Además, juzgará con recta medida de equidad a los hombres que fueron creados para seguir de buen grado los mandamientos de Dios con una mente tranquila y así serán purificados en el presente o en el futuro, cuando hayan sido marcados los que han roto sus preceptos. En efecto, al ver, conocer e ignorar la gracia de Dios, quedaron envueltos en los pecados y por lo tanto fueron merecedores de penas. Sin embargo, para librarse de ellas, tienen que castigarse de modo que cuando miren la gracia de Dios por el arrepentimiento, a lo largo o al final de su vida, se eleven hasta la salvación después de que los hayan limpiado.
Esto se ha dicho para la purificación y para la salvación de las almas de los penitentes, y es digno de fe. Quien tiene fe lo considera cuidadosamente y lo recuerda para actuar el bien.
FIN DE LA TERCERA PARTE