Jane
Su voz, tan profunda, tan familiar. Por un momento, experimentó una oleada de vértigo, sentía como si estuviera flotando. A continuación, el colchón estaba de nuevo debajo de ella, y… ¿frío? En menos de un segundo, el colchón había pasado de estar templado a estar frío. Imposible. A no ser que, sus ojos se abrieron esperanzados.
La esperanza murió. No estaba con Nicolai. Estaba en su cuarto. En su propia cama.
Se sacudió levantándose, tratando de aspirar aire en sus pulmones. Tenía un nudo en la garganta y no podía penetrar nada. No, ella no podía estar aquí. No, no, no. Saltó sobre sus pies, casi cayéndose mientras sus rodillas temblaban. Corrió alrededor, tropezando varias veces, tocando sus chucherías para ver si era real o imaginario.
Por favor, que sea imaginario.
Todo era sólido, con polvo, como si no hubieran limpiado en semanas. Eran reales. Ahogó un sollozo.
¡No! Las lágrimas enturbiaban su visión. Barrió con sus brazos el tocador, tirándolo todo al suelo. Un jarrón de cristal se hizo añicos. Un cepillo del pelo cayó con estrépito. ¿Cómo diablos había llegado allí? Quería estar con Nicolai. Tenía que estar con él, volver con él. Iba a volver.
Sólo tenía que encontrar la manera.
CAPÍTULO 15
Jane aguantó media hora. Siguió presa del pánico durante una hora más después de eso. Entonces hizo lo que mejor hacía. Razonar. Había una explicación lógica para lo que estaba sucediendo.
Siempre era así. Por lo tanto, se cepilló los dientes, se duchó y se vistió con la bata. De ninguna manera se vestiría con los pantalones vaqueros y la camiseta. No pertenecía a ese lugar ya, y no se vestiría como si lo hiciera.
Pertenecía al otro lugar. Con Nicolai.
Se estiró en la cama con el edredón a su alrededor. Bueno. Podía hacer esto. ¿Qué había estado haciendo antes de que terminara aquí? Estaba acostada en la cama, justamente igual que ahora, pensando en Nicolai. Imaginándose a los dos haciendo el amor, en realidad. Bien, eso era bueno. Acaba de hacerlo de nuevo.
Se aclaró la mente con una
pequeña sacudida de la cabeza, respiró profundo, soltando
el
aire... lentamente... y obligó a sus músculos a relajarse. Una
imagen de Nicolai apareció justo en el centro. Cabello oscuro
enmarcando la cara, ojos plata líquida, con el deseo reflejado en
ellos. Ella. Labios entreabiertos mientras respiraba
entrecortadamente, su propio deseo furioso. Los colmillos
asomando.
El estómago se le estremeció, pero aparte de eso, no pasó nada. Ningún mareo, ni movimiento en absoluto. Sigue adelante. En su mente, lo vio quitarse la camisa, lentamente, retirando el material por encima de la cabeza. La piel, su hermosa piel bronceada, brillaba exquisitamente. Los pezones eran pequeños y marrones, totalmente lamibles. Ese delicioso camino de pelo conducía desde su ombligo a su polla, la que una vez había amado con la boca.
Una humedad caliente se reunía entre sus piernas. Pero, otra vez, ninguna reacción, ningún cambio de posición.
Maldita sea. No había fracasado desde los ocho años, cuando había leído sobre la fabricación de diamantes sintéticos en el microondas. Diamantes que había esperado regalar a su madre por su cumpleaños. Los ladrillos de carbón vegetal y la mantequilla de cacahuete necesarios para la conversión habían sobrevivido a lo largo del tiempo de cocción. El plato que había puesto en el microondas no. Ninguno de ellos lo había hecho ni tampoco el microondas.
Una sonrisa se le escapó cuando de repente recordó la reacción de su madre. Habían estado de pie en la cocina, su querida madre miraba a Jane a través del denso y oscuro humo, sostenía el libro que explicaba exactamente cómo hacerlo. Su expresión incrédula era cómica.
—¿Diamantes? —preguntó su madre.
—He seguido todos los pasos, no he perdido ni uno solo.
Su madre tosía mientras reclamaba el libro. Pasaron varios minutos antes de que fijara su atención al lío ennegrecido dentro del microondas.
—Has seguido todos los pasos, ¿verdad?
—¡Sí!
—¿Y has utilizado un plato de Pirex?
Jane parpadeó.
—¿P-Pirex?
Unos mareos causaron que la imagen vacilara, se desvaneciera, y ese mareo hizo que una burbuja de entusiasmo le atravesara el pecho. Eso era todo. Regresaba...
En el momento en que el mareo pasó, abrió los párpados y se sentó. Por un momento, se encontró en un ambiente desconocido, que simplemente no pudo registrar. Estaba sentada en un suelo de linóleo en el centro de una cocina. Había una estufa de acero inoxidable, fregadero, armarios. El diseño le resultaba familiar -lo había visto en su mente-, pero los colores no lo eran. Una vez las paredes habían estado pintadas de amarillo. Ahora estaban pintadas de azul. La nevera había sido de metal. Ahora era negra. Aun así, lo sabía. Ésta había sido su cocina. Había crecido aquí. Su madre había estado justo en frente del fregadero, tosiendo por el humo que emanaba del microondas. De repente un agudo grito se hizo eco, junto con un revoltijo de palabras.
—¡Intrusa! ¡Ladrón! ¡Asesino! ¿Qué diablos estás haciendo aquí? —gritaba una mujer sin aliento detrás de ella—. ¿Quién eres tú? ¡Fuera! ¡Fuera ahora mismo! Billy, llama al 9-1-1.
Jane se giró instintivamente levantando las manos en un gesto de “puede confiar en mí”.
—No voy a hacerle daño.
El temor absoluto se reflejó en la cara de la mujer. Tomó un cuchillo del mostrador, agitando la punta afilada en dirección a Jane.
—Eso es lo que todos los psicópatas dicen.
Jane se apartó.
—¡Billy!
—¿Qué? —Una soñolienta voz masculina gruñó a la vuelta de la esquina.
Oh, mierda. Refuerzos. Recordando la disposición de la casa, Jane se largó, dirigiéndose directamente a la puerta principal. Corrió hacia el sol de la mañana, la longitud de su vestido se enredó alrededor de sus pies. Y efectivamente, estaba en su antiguo barrio. No había cambiado mucho. Las casas eran pequeñas, un poco deterioradas y llenas de gente, demasiado juntas.
Ante el temor de que la mujer y “su” Billy le dieran persecución y agarraran una escopeta corrió menos de un kilómetro a lo largo de la carretera de grava, giró bruscamente y se agachó detrás del roble gigante de la señora Rucker. Se había escondido allí muchas veces cuando era niña.
Estaba jadeando y sudando mientras se deslizaba sobre su culo. Y maldita sea. Los pies le latían. Las pequeñas rocas le habían cortado en tiras.
Bueno, eso fue muy divertido. No. ¿Qué demonios había sucedido?
Recorrió las variables en la mente, sopesó cada uno de los posibles resultados, los comparó y desechó todos menos uno. Su sangre. Había tenido la sangre de Nicolai, la había alimentado para sanarla. Sus habilidades debían habérsele trasladado a ella. Al igual que él, ahora podía moverse de un lugar a otro, desapareciendo y reapareciendo. En esencia, teletransportándose.
Sólo tenía que visualizar donde quería ir, y Boom. Estaba allí, en un instante. El asombro la llenó. Había estudiado la manipulación de macropartículas años antes de que hubiera logrado la teletransportación del plástico, básicamente por fax una pequeña porción de una estación a otra. Pero, mover una criatura viva entre los planos con sólo un pensamiento... eso era por lo que había trabajado, envuelto para regalo y se lo habían entregado.
Así que, cuando se había imaginado su vieja cocina, había viajado a su vieja cocina. Antes, en esa ciudad, se había imaginado a Nicolai en su cama, y había viajado por lo tanto, de vuelta a su cama. Tan simple, tan fácil, una respuesta que tenía sentido. Finalmente.
Podía regresar a su hombre.
Sonreía mientras cerraba los ojos e imaginaba la habitación pequeña y pintoresca que previamente habían ocupado. La bañera de madera, la cama de plumas. Sí, la cama. Donde se había tirado, con la esperanza de que Nicolai la encontrara.
Mareos le atravesaron, y no pudo contener un jadeo de entusiasmo. La próxima vez que abriera los ojos, estaría allí. De nuevo en Delfina. Y si conservaba esta capacidad, nunca tendría que preocuparse de perder a Nicolai por la magia de nuevo. Podría estar con él para siempre. Si no se conservaba automáticamente, podía beber de él cada día para asegurarse de que lo hiciera.
—Bien, bien —dijo una voz femenina—. Ahí lo tienes, usando tu magia para hacerte invisible. ¿A quién estabas espiando en este momento, querida hermana?
El temor reemplazó el entusiasmo de Jane mientras abría los ojos. Estaba en la pequeña habitación, muy bien, pero la habitación estaba llena con Laila y sus soldados. Dos de ellos tenían a una mujer con los ojos llorosos. La misma mujer que le había traído aquí, que le había alimentado, vestido.
Laila se situó en el borde de la cama, mirando hacia ella. No había ninguna señal de Nicolai.
Jane se sentó lentamente. Con cuidado.
—Sí, estaba usando mi invisibilidad de nuevo. —No estaba tan alejada de la verdad. Irrefutable—. ¿Cómo me has encontrado?
—¿Es esa forma de saludar a tu hermana que tanto te quiere? Una hermana que te ha buscado y buscado, desesperada por salvarte de las garras de un loco.
Una idea de éxito: a pesar de viajar entre los mundos, la máscara de Odette seguía en su sitio. ¡Genial!
Pero en realidad, Jane sabía que si Laila le había -buscado y buscado-, había sido para matarla y reclamar a Nicolai para ella misma. Pero dos podían jugar el juego del engaño.
—Gracias por salvarme, querida. Todo lo que he hecho en estos últimos días es extrañarte.
Los ojos esmeralda se redujeron a pequeñas aberturas.
—Ahora —añadió Jane antes que Laila pudiera contestar—. ¿Qué le estás haciendo a la mujer?
—Oh —Laila agitó una mano de forma desdeñosa—. Sabía que estabas aquí, podía sentir tu magia, pero no podía encontrarte y temía que te hubiera matado—. ¿Era deleite lo que notaba en su tono de voz?
—Como puedes ver, no lo hizo. —A medida que hablaba, decía una frase para que Nicolai no viniera por ella. No lo quería metido en esto. Y tampoco que Laila lo viera.
—Verdad. —Laila se giró y miró a los guardias sosteniéndola—. Ella ya no es para nosotros. Disponed de ella.
—Disponed de ella.
Un tercer guardia dio un paso detrás de la mujer, que había comenzado a sacudirse de pánico, la agarró por la mandíbula y dio un tirón, rompiéndole el cuello en cuestión de segundos. Su cuerpo se hundió hacia adelante, flojo. Sin vida.
Jane sólo podía mirar boquiabierta en estado de shock, con horror.
—¿Por qué hiciste eso?
Los guardias arrastraron el cadáver, y Laila se encogió de hombros.
—Me irritaba.
—Tú... —Puta. El impulso de asesinar a la princesa brillaba al rojo vivo a través de sus venas. Pero no creyó estar preparada para tal acto.
Que permaneciera en el lugar, aparentemente natural, la salvó. Hubo una pequeña voz de la razón en la parte posterior de la cabeza, recordándole que la superaban en número y armamento.
Jane nunca había sido una persona violenta. Tal vez el lado oscuro de Nicolai la contagió, porque le gustaba la idea de hacerle daño a Laila. Dándole la bienvenida. Un día, te voy a destruir.
Laila se dejó caer sobre el colchón, presionándose cerca. Jane apenas se contuvo de escabullirse lejos, con disgusto.
—Ahora, querida hermana, tenemos mucho que discutir.
Nicolai permaneció en las sombras, evitando las chozas y los vendedores al aire libre que peleaban por vender sus mercancías. El olor de Jane, tan dulce... más fuerte... ahora tan cerca... mezclado con un centenar de personas. Putrefactos, acre. Algún sudor empapado, algo de magia madura.
Laila y su ejército estaban aquí.
La idea lo golpeó, dejó de preocuparse por el sigilo. Saltó a la acción, con los pies golpeando en el suelo. Los ciudadanos hicieron una pausa cuando se fijaron en él, algunos mirando dos veces. Después surgieron murmullos.
¿Lo conoces?
Captó palabras como príncipe y muerto, cada una de ellas formulada como pregunta. Realmente lo conocían. Sabían que era un príncipe de Elden. Habían pensado que estaba muerto. ¿Pensaban lo mismo acerca de su familia?
Casi se detuvo para interrogarlos. Casi. Jane estaba en peligro. Eso precedía a todo. Aceleró el paso. Su profundo sentido del olfato le llevó a una pequeña cabaña a la orilla de la ciudad. Guardias atestaban las calles. Incluso había guardias apostados en las casas vecinas, todos observando y esperando a su princesa.
Nicolai volvió a las sombras. Afortunadamente, nadie en esa área se había fijado en él. La gente estaba parada delante de sus ventanas, mirando nerviosamente a los guardias. ¿Aliados potenciales?
Algunos eran brujas, pero la mayoría eran seres humanos. Los seres humanos que habían entrado en este reino a lo largo de los siglos, por la razón que fuera. Se habían asentado aquí, se establecieron y echaron raíces. Eso había sido un error, pero esta ciudad era parte de Delfina y bajo el imperio de la Reina de Corazones. Ellos no lo podían ayudar.
Contuvo el aliento caliente, lo liberó. Bueno, no necesitaba ayuda. Era un príncipe. Un vampiro. Poderoso más allá de lo imaginable. Había dirigido un ejército propio, había conquistado reinos y corazones femeninos. Podía absorber las habilidades de los demás, y ya era hora de que lo utilizara en su provecho, y no sólo de manera accidental.
Entrecerrando los ojos, se centró en la casa. Jane se encontraba dentro. Sentía su energía, tan dulce como su olor y... ahora mezclados con la suya. Emitió un gruñido primitivo de aprobación. Mía. Había hecho algo más que dejar una huella, la había marcado. Voy por ti, cariño.
Cambió su enfoque a Laila. Estaba podrida hasta la médula, con olor a juego. La Magia se arremolinaba en su interior, oscura y potente. Capacidad tras capacidad, perfeccionadas durante siglos debido a tener que vivir con un reloj que hace tic-tac despacio.
Podía hipnotizar a los demás, eso podría ayudarle, sí, pero sólo podía encantar a una persona a la vez. Ella podía curar sus propias heridas. Podía hacer eso. Podía causar heridas. A otro tal vez. Podía provocar el deseo falso. No. Un músculo tembló en su mandíbula, aunque. ¿Cuántas veces había usado aquella capacidad sobre él?
No importa. Continuó su búsqueda, descartando... descartando... ¡Allí! La visión remota, como lo que había hecho en el interior del palacio con Jane. Perfecto, y ahora su capacidad de antes tenía sentido. Se preguntó cuántas veces Laila había utilizado la capacidad. Mirarlo sin su conocimiento.
No importaba la respuesta, Laila nunca sería capaz de hacerlo de nuevo.
Se aferró a la habilidad y dio un tirón mental suave, extrayéndola más y más cerca. Un poco más... sólo un poco más... Su pecho se hinchó mientras cada una de sus células de repente absorbía la magia necesaria para ver los lugares a los que físicamente no podía llegar. Aún así siguió tirando, tirando y tirando. Extrayendo la magia lejos de ella y dentro de él.
Laila no sabía lo que le estaba haciendo. Sus víctimas nunca lo hacían, hasta que era demasiado tarde. En este momento, ella experimentaría sólo una leve fatiga. Si intentara extraer todas sus capacidades, todo su poder, sin embargo, lo sabría y podría tratar de detenerlo, levantar bloqueos mentales.
De pronto, su mente se abrió. En un abrir y cerrar de ojos, estaba mirando a Jane, como si estuviera sentado a su lado. Sólo que la veía a través de los ojos de Laila. Y Laila veía la máscara. Vio a Odette. El cabello oscuro de Odette, los ojos verdes Odette. Su demasiada larga nariz y la mandíbula gruesa.
Sabiendo que Jane descansaba bajo esa máscara era suficiente para encender su cuerpo en llamas y calmar los bordes más agudos de su miedo por su seguridad. Estaba viva, sana y a salvo. La tendría otra vez.
—¿Qué te hizo el esclavo? Dímelo antes que fallezca de la preocupación. —Laila arruinó el efecto de la demanda con un bostezo.
A Jane se le erizó el pelo, cada centímetro de la princesa.
—Como has dicho antes, él me deseaba. Yo lo deseaba, una cosa llevó a la otra, y calentamos el bosque, no sé si sabes a lo que me refiero.
—¿Lo hechizaste para que te deseara? —Cada palabra era más tensa que la anterior—. Debiste de hacerlo. De lo contrario, estaría contigo ahora. Sin embargo, no he captado ninguna señal de él. Así que, ¿dónde está?
—No, no le hechicé. —Jane no dio más explicaciones.
—Entonces, ¿cómo obtuviste su deseo? Él te odia, y trató de matarte. Hiciste algo, sé que lo hiciste. Sólo tienes que admitirlo.
Jane sonrió hacia ella, y era un espectáculo glorioso.
—Aférrate a tus bragas, querida Laila, ya que esto podría impresionarte. Lo traté con respeto. Deberías probarlo alguna vez. Te podrían encantar los resultados.
El odio quemó a través de Laila tan despiadadamente que Nicolai sintió el calor dentro de su propio cuerpo.
—Es mentira. Nunca has tratado a nadie con respeto. Dudo que tan siquiera sepas lo que signifique la palabra.
—¿Estamos mostrando las garras ahora, querida? Porque te prometo que las mía son más afiladas.
El orgullo lo llenó. Nadie dudaría que era Odette. Ni siquiera la reina. Llevaba la confianza tan cómodamente como un manto.
—Te lo voy a preguntar una vez más —dijo Laila entre dientes.
—¿O qué?
—¿Dónde. Está. Él?
—Muerto. —Se encogió de hombros de manera casual—. Está muerto.
La boca de Laila se quedó boquiabierta, un sonido estrangulado emergía.
—¿Lo mataste?
—Sí. Sí, lo hice. —Jane lanzó sus piernas sobre el colchón, y se estremeció. Debían doler, pensó, deseó estar allí para aliviar su dolor. Se enderezó.
—Ahora, vamos a casa. Estoy ansiosa por dormir en mi propia cama.
Laila permaneció en su lugar y cruzó los brazos sobre la cintura.
—¿Dónde está su cuerpo?
—Alimentando a los ogros, por supuesto —respondió alegremente—. ¿Qué pasa con tanta pregunta, de todos modos? Nicolai no te pertenecía.
Le estaba dando lo que él le había dicho que quería, pensó. Una oportunidad de destruir a Laila, sin ser detectados. Tiempo para llegar a Elden, para matar al nuevo rey. Y sí, la urgencia todavía estaba ahí, latente dentro de él, más fuerte con cada minuto que pasaba, pero todavía no podía, no debía, dejarla.
El alivio cubrió a Laila, pero la emoción rápidamente fue modificada al odio.
—Encontré la cueva de los ogros. El cuerpo de Nicolai no estaba allí. Los de los ogros sí, lo que significa que los mató y se escapó.
Jane no perdió el ritmo.
—Incorrecto. Yo masacré a los ogros. Después de que terminaran con él.
El choque volvió.
—¿Cómo?
Pulió sus uñas.
—Una chica nunca revela sus secretos de lucha. Puede ser que los necesite en el futuro.
Un latido de corazón de silencio. Un gruñido bajo.
—¡Cómo te atreves! —gritó Laila, ya no podía contener sus emociones. Se puso de pie, pisó el suelo—. Era mío.
Jane se puso a su altura, colocándose cara a cara.
—En realidad, niña mimada, es mío. Era mío.
La tensión espesaba el aire, prácticamente vibraba entre ellas. Un largo momento pasó, el único sonido que se escuchaba era el de su respiración. Finalmente Laila dio marcha atrás. Se apartó, ampliando la distancia.
—Por supuesto. Tienes razón. —A regañadientes cedió—. Así que dime. ¿Por qué lo mataste? Yo ya no lo deseaba.
A pesar de que Nicolai sabía por qué dijo lo que dijo, a su bestia interior no le gustaba escuchar esas palabras. Más adelante, tendría que ser calmado. Más adelante, tendría que explicarle su pasado y pedir perdón por lo que había hecho.
¿Entonces haría su reclamo verdadero?
—Bien. Volvamos a palacio —dijo Jane—. Guardias. Moveros.
Ellos dudaron.
—¡Ahora! —gritó, su paciencia había desaparecido claramente.
Esta vez, se apresuraron a obedecer. Jane les siguió, lo que obligó a Laila a arrastrase después de ella. Nicolai podía sentir el deseo de la princesa de apuñalar a su hermana en la espalda. Pero no lo hizo, y tan pronto como salieron de la ciudad, se escondió detrás de ellos.
Muy pronto...
CAPÍTULO 16
Aunque, como una princesa de Delfina, ella fuera llevada en un lujoso carruaje de terciopelo, con el sol bloqueado por un dosel de red oscura, Jane preferiría viajar mucho más con Nicolai. ¿Dónde estaba él? Cerca, pensaba. Casi podía olerlo, un pellizco de magia, una pizca de seductoras especias. Había rezado para que no optara por seguirla.
Laila pensaba que estaba muerto. Por lo tanto, en ese sentido, él finalmente estaba libre de esa perra. Podía volver a Elden y hacer lo que tuviera que hacer. Y Jane podría dejarle la venganza -especialmente el aspecto letal-a él.
La princesa había matado a una mujer inocente sin ninguna maldita razón. No era de extrañar que la gente del pueblo hubiera tenido miedo de Odette. La familia real había abusado del poder, y Jane no iba a dejar que lo hicieran más.
Después, ella y Nicolai podrían estar juntos para siempre.
Finalmente, cuando Laila decidió parar por la tarde, las piernas de Jane estaban agarrotadas de no usarlas. No tan rígidas como habrían podido estar, al menos. De hecho, ni siquiera se acercaba a lo que estaba acostumbrada. Sin dolores punzantes, sin sufrir por los huesos triturados. Sin embargo, andar sería realmente agradable.
Lamentablemente, un paseo no entraba dentro del pronóstico a largo plazo. Debía permanecer en el carruaje hasta que los guardias hubieran montado la tienda. Y decorado el interior. Y llevado los baúles. Baúles que Laila había traído con ella, quizá con la esperanza de sobornarla por una noche con Nicolai.
Cuando terminaron, se inclinaron ante ella en espera de ser despedidos, Laila se bajó del carruaje, pisándoles la espalda para llegar al suelo.
—Habrá una celebración a nuestro regreso —anunció la princesa con una palmada—. Vamos a cenar en mi tienda. Mis esclavos bailaran para nosotras, y puedes elegir al que prefieras para calentar tus pieles.
Caramba. Gracias.
—Lo siento, pero estoy cansada —Jane bajó, también, sintiéndose culpable todo el tiempo. Aunque los guardias parpadearon sorprendidos ante el peso más ligero, y eso le provocó un poco de miedo—. Solo deseo bañarme y dormir. Y comer. No he comido correctamente en días.
—Un baño, sí. Entonces acompáñame. Te alimentaré. Desde que volviste de la tumba, hubo demasiada fricción entre nosotras. No me gusta, y es demasiado para la cordialidad de nuestra antigua relación.
Una mentira, Jane lo sabía. Laila odiaba a Odette con la misma pasión con la que quería a Nicolai en su cama, pero protestar era, tal vez, actuar en contra del carácter real de Odette.
—Muy bien —dijo con un suspiro—. Me reuniré contigo en una hora.
Un pequeño respiro, pero un indulto de todas formas. Se dirigió a su propia tienda.
Un largo baño en la bañera portátil haría mucho por aliviar los dolores y calambres. La bañera que Rhoslyn ya había llenado. La chica era una visión sorprendentemente bienvenida.
Jane se frotó de la cabeza a los pies, con el jabón de aroma a flores que habían dejado en el borde.
—¿Ha querido Laila que vinieras a este viaje o lo has hecho voluntariamente?
El pelo rojo rizado se balanceó.
—Voluntariamente, princesa —desplegó una túnica de color verde intenso que sacó de un baúl—. Por si acaso la encontrábamos, y me necesitase.
Debería haber sido más amable con esta chica.
—No te he visto hasta que he entrado en la tienda. ¿Dónde estabas en el desfile?
—Detrás de la tercera línea de defensa, con los demás sirvientes y esclavos.
—Querría haberlo sabido. Podrías haber venido en el carruaje conmigo.
Jane emergió del agua y cogió la toalla que estaba en un banco cercano.
—La ayudaré —dijo Rhoslyn, dándose prisa. La túnica osciló en sus manos.
—No gracias.
Había algunas cosas que ahora podía hacer por sí misma -cosas que no había podido hacer mientras había estado encadenada a la cama del hospitaly que nunca volvería a permitir que nadie hiciese por ella.
Seca, pellizcó una esquina de la túnica y la levantó. Los labios se le curvaron en una mueca de disgusto. Aunque finamente hecho, era demasiado ancho para ella, incluso muy grueso. Se asaría de calor. Y, si la túnica se abría, se freiría como una gamba al sol.
—Lo siento si no le gusta la túnica —libre de su carga, Rhoslyn inclinó la cabeza—. Puede pegarme si quiere.
Jane captó el deje de miedo en la voz.
—¿Pegarte? Rhoslyn, no te voy a pegar. Nunca.
La chica continuó como si no hubiera oído ni una palabra de lo que Jane había dicho. —Pensé que usted preferiría algo duradero antes que algo vistoso. Y su hermana estaba muy ansiosa por llegar, así que no tuve mucho tiempo de empaquetar sus cosas. No me estoy quejando —se apresuró a añadir—. Yo simplemente le quería explicar por qué no hay mucha ropa para elegir.
—Lo has hecho bien, de verdad. Me gusta el vestido. Me agrada. ¿Ves? —Se vistió y se giró—. Nunca me sentí tan encantadora.
Rhoslyn le ofreció una sonrisa sincera.
—Estoy complacida, princesa. Oh. Y estoy contenta de decirle que he traído el libro —Jane se paró, el corazón le empezó a latir de repente—. ¿De verdad? ¿Dónde está?
La chica cruzó al otro lado de la tienda. Poco a poco, se dio cuenta Jane, y con cuidado. —Hey, ¿estás bien? ¿Te hiciste daño al acarrear los cubos? —Genial, algo más por lo que sentirse culpable.
Rhoslyn se envaró, tropezando con sus propios pies, antes de continuar.
—Estoy bien, princesa —se inclinó sobre uno de los baúles, mirando el interior y sacando el volumen encuadernado en piel.
Jane jadeó horrorizada. Cuando la chica se había inclinado, el cabello le cayó hacia delante y vio moretones en el cuello. Negro y azul claramente difuminados más abajo. —¿Qué te pasó en la espalda? —Esta vez, el tono era firme, demandando una respuesta.
El brazo delgado de Rhoslyn tembló mientras sostenía el libro —permití que fuera secuestrada por un esclavo. Fui castigada por ello. Como merecía.
Azotada, entonces. Laila no había tenido tiempo de dejarla embalar bien, pero sí de utilizar el látigo de nueve colas. Jane se reafirmó en su opinión, odiando a Laila un poco más.
—No fue tu culpa. No podías haberlo detenido. Demonios, ni siquiera estabas allí.
No hubo respuesta.
Suspiró.
—Voy a la tienda de mi hermana. Cuando me haya ido, quiero que te metas en la bañera. Si quieres. Si no quieres, no. Después quiero que descanses. No me esperes levantada. Y es una orden.
Con los ojos abiertos por la sorpresa, Rhoslyn asintió con un cabeceo.
Jane salió fuera. El sol se ponía, apagándose y de un púrpura oscuro. Y sin embargo, todavía logró quemar su sensible piel, provocándole un nuevo picor. Tampoco era el momento de considerar qué significaba eso ahora.
La tienda de Laila estaba a sólo diez pasos. En la entrada, Jane se detuvo y enderezó los hombros. Puedes hacerlo. El sonido de la música y las risas flotó hacia ella cuando apartó la puerta. Exploró el nuevo entorno, tratando de ver todo a la vez. A la derecha, Laila se encontraba en una tarima construida a toda prisa. Descansando, por supuesto, y comiendo pasteles. Había un asiento vacío a su lado.
Seis hombres desnudos danzaban lentamente en el centro. Eran altos, musculosos y se habían untado con aceite hasta brillar. Dos rubios, dos pelirrojos y dos con pelo oscuro. Matemáticas en la máxima expresión. Las manos vagaban, los cuerpos se golpeaban y frotaban. Cada hombre tenía una erección, pero Jane dudaba mucho de que a alguno de ellos les gustase lo que estaban haciendo. ¿Estarían hechizados?
A la izquierda estaba la banda. Bueno, la versión Delfina de una banda. Un arpista desnudo, un violinista desnudo y un cantante desnudo. Jane fue percibiendo el tema. Y, bueno, mierda. Esto tenía todas las características de una orgía. Sería mejor que la participación no fuera obligatoria. Su cuerpo pertenecía a Nicolai y a nadie más.
—Odette —la llamó Laila, mirándola fijamente—. Gracias por venir.
¿Qué segundas intenciones tendrá? Jane se lo preguntaba mientras cruzaba el espacio entre ellas. No había forma de que la princesa hubiera montado esa fiesta por la bondad de su corazón. Comprobado: ella no tenía corazón.
Se acomodó en la silla y se estiró.
—Es… un placer.
Algo en la princesa era desconcertante, se dio cuenta inmediatamente. No, no apagada. Diferente. Si, esa era una palabra mejor. Ella latía con más poder que antes. ¿Había lanzado una especie de hechizo sobre sí misma? ¿Podrían hacer eso las brujas?
No era como si Jane pudiera preguntar. Se suponía que ella misma era una bruja.
Laila ondeó la mano por encima del plato de pastas.
—Sírvete lo que quieras.
Hmm, azúcar. El estómago se agitó de hambre. ¿Cuántas horas había pasado desde que se comió esa deliciosa ensalada de pollo? El mismo número de horas que habían pasado desde que la princesa había matado a una mujer inocente. Adiós apetito.
—Estoy bien.
—Tienes que beber —Laila palmoteó—. Una copa de vino para mi hermana.
El siervo detrás de ella saltó obedeciendo, y segundos más tarde, Jane tenía en las manos una enjoyada y dorada copa. En lugar de rechazarla, la cogió. Sin embargo, beber el vino estaba fuera de toda cuestión. Necesitaba su ingenio. Toda su agudeza.
Si se le presentaba la oportunidad, ella haría un movimiento esa noche. ¿Veneno? ¿Un apuñalamiento? Sea cual sea el método que eligiese, debía ser cuidadosa. No podría ganar a las habilidades mágicas de la princesa. Sobre todo porque no tenía ni idea de lo que podía hacer.
—Ahora —ronroneo Laila—. Disfruta.
Durante más de una hora, los hombres bailaron y Laila los miraba, comía y bebía. Jane la miraba a ella, estudiándola como a una rata de laboratorio. Pronto la princesa se estaba riendo tontamente y tirándoles uvas a los hombres. Cuando las risitas se apagaron, Laila se excitó. Descaradamente, movió la mano debajo de la bata y se froto entre las piernas.
—Toca ese pecho —dijo la princesa con voz ronca—. Sí, así. Ahora lámele los pezones. Oh, buen chico. Esa es la manera.
Con la mano libre, se ahuecó uno de los pechos.
Jane se ruborizó. Ella había acertado con los acontecimientos de la noche, la mayoría de esos esclavos probablemente se acostarían con Laila. En cualquier momento, y cada uno de ellos estarían orgiando.
Oh, soez. Ella acababa de convertir la palabra orgía en un verbo.
Estaba a punto de excusarse cuando la puerta de la tienda se levantó. Un nuevo hombre, un esclavo, entró y estaba tan desnudo como los demás. También, era alto y estaba untado en aceite, a pesar de que era delgado y desgarbado. Jane no lo reconoció y, sin embargo, se lo comió con los ojos. Se le aceleró el corazón, la sangre se calentó. La piel se estremeció deliciosamente.
Tenía el pelo tan pálido como la nieve recién caída. Los ojos eran tan negros como una noche de tormenta, y estaban densamente delineados con khol. Probablemente mediría casi un metro ochenta, los hombros un poco estrechos, y su vientre plano, casi cóncavo. Tenía la piel bronceada, como la moca.
Había una sensación de dulzura casi femenina en él. Una delicadeza que no se ajustaba con el duro brillo de los ojos, como si se tratara de un abrigo de invierno de otra persona.
Como había hecho Jane, se paró en la puerta para estudiar el interior. La ira le estalló en las fosas nasales. El odio emanaba de él, después el deseo. Verdadero deseo, eclipsando todo lo demás. Olfateó, mirando primero todo alrededor, y luego centrándose en ella. Un segundo después, estaba avanzando. Luego se calmó, se contuvo.
La respiración se cortó en la garganta de Jane. No reconoció la cara y el cuerpo, pero sí el paso decidido y poderoso. Nicolai. Que proyectaba la imagen de otra persona, lo sabía.
Él estaba aquí. Estaba vivo, sano y completo, pensó, aturdida por el conocimiento. Debería estar alterada. Estaba arruinando su plan, poniéndose en peligro. Y sin embargo, reaccionó a su cercanía… lo necesitaba. Su cuerpo, su sangre.
Los ojos de ella se abrieron cuando se dio cuenta de lo que estaba pensando. Quería beber… ¿su sangre?
Oh, sí, pensó, la mirada de ella rondando su vena. Pudo ver el pequeño latido y deseó hundirle los dientes. Dientes. ¿Era ella…? Se pasó la lengua por el borde de los dientes, se sentían igual, no tenía colmillos brotando inesperadamente. Una ola de decepción la embargó.
No se había permitido a sí misma considerar la idea, por no enfrentarse a la decepción.
Los vampiros no eran capaces de convertir a humanos en vampiros. Ella lo sabía porque había probado mezclándola con sangre humana, había sido uno de los experimentos. No había pasado nada, no había cambiado nada.
La esperanza no la abandonaba. Nicolai era un poco más… todo que cualquier otro vampiro que ella conociera, por lo que si alguien podía cambiarla, era él. Y ella quería cambiar. Quería vivir tanto como lo hiciera él.
—Oh, aquí está —dijo Laila—. Mi esclavo especial. Ven aquí, cariño. Déjame que te enseñe a mi hermana.
En un primer momento, Nicolai no obedecía. Jane se alegró. No lo quería cerca de la princesa y de sus manos de cachonda. Y si la princesa se atrevía a ponerle una mano encima, Jane no sería responsable de sus actos. Acciones que implicaban la eliminación de los apéndices ofensores.
Nicolai se puso en marcha y muy pronto se encontró entre los sillones. Inclinó la cabeza servilmente.
—Tan hermoso —susurró Laila—. ¿No es precioso, Odette?
—Sí —acertó a decir.
Laila se sentó y le toqueteó el pecho.
Vas a morir, perra. Jane apretó los puños sobre los muslos, las uñas se le clavaron en las manos, haciéndose sangre.
—Lo encontré hace unos días, cuando estaba recorriendo Delfina para encontrarte. Él no quería viajar conmigo. En un primer momento. Tenía otro amor, ya sabes, y había querido quedarse con la otra. Pero rápidamente cambió de idea, ¿verdad, guapo?
Los ojos de él se estrecharon, pero no contestó. No tan servil, después de todo.
Manoseos, caricias, la perra seguía toqueteándole. Jane extendió la mano sin darse cuenta, y agarró apretadamente la muñeca de Laila.
—Lo quiero.
El triunfo llenó los ojos verdes.
—Bueno, no puedes tenerlo. Es mío.
—Laila.
—No. ¿Te recuerdo cuando yo quise a tu esclavo y tú no lo compartiste?
Entonces la noche iba de eso. De tentar a Jane y luego negárselo.
—Déjame explicarte algo, Laila. Soy mayor que tú. Lo que significa que soy la futura reina. Tú futura reina. Lo que quiero, lo tengo. Incluso si “eso” te pertenece a ti.
Podría no conocer las leyes de Delfina, pero conocía el patrón del matriarcado, como la jerarquía social.
Al final, el perro grande siempre ganaba. Y ahora mismo, Jane era el perro grande.
—Tú… tú…
—Puedo hacer lo que quiera, sí —Jane lanzó la mano de la muchacha a su regazo—. Por lo que no vas a tocarlo. He reclamado los derechos. ¿Entiendes?
Dos manchas rojas brillantes colorearon las mejillas de Laila.
—Madre tendrá algo que decir sobre esto.
—Sí, y estoy segura que será “buen trabajo” —Jane se apoyó sobre los pies, quedando de pie frente a Nicolai. Frenó el impulso de enlazar sus manos, de enterrar la cabeza en el hueco de su cuello y simplemente respirar—. En resumidas cuentas, ella no está aquí. ¿O está?
—No —el color se extendió hasta la nuca de Laila.
—Y eso significa…
—Tu palabra es ley —Laila ató cabos—. Muy bien. Voy a dejar que vaya contigo sin luchar. Si él quiere estar contigo. Cariño —dijo, levantándose y mirándole profundamente a los ojos.
La magia chisporroteó entre ellos.
Jane experimentó una momentánea ola de nervios. ¿Entraría Nicolai en trance, o lo que fuera que Laila estuviera haciendo?
—Es suficiente —gruñó.
Laila la ignoró.
—Dile a mi hermana cuánto me deseas, cariño. Dile qué cuerpo deseas. —Los labios se le cerraron en una fina línea—. ¡Díselo! Ahora.
Incluso el arpa y el violín fueron ahogados, eclipsados por el sonido del corazón de Jane. Entonces Nicolai sacudió la cabeza y dijo:
—Deseo a la princesa Odette —y el mundo de nuevo comenzó a penetrar en su conciencia.
Un jadeo sorprendido. Un gruñido furioso.
—No. No. Es mentira.
—¿Por qué mentiría? —demandó Jane.
La mirada estrecha de Laila se centró en ella.
—¿Qué hiciste? ¿Cómo le has robado su afecto por mí? ¿Qué fue lo que hiciste? —gritó.
—No hizo nada, simplemente la quiero —había suficiente verdad en la voz de Nicolai como para legitimar el reclamo.
—Voy a… —Laila levantó la mano como para golpear a Nicolai o lanzar un hechizo.
De cualquier manera, a Jane no le importaba. Agarró la muñeca de la perra por segunda vez—. Aún no has aprendido el concepto de mi propiedad. Tócale y te arrepentirás.
Pasaron algunos segundos hasta que Laila valoró sus opciones y dejó caer el brazo al costado. Lanzó un suspiro tembloroso.
—Eres diferente, Odette. Nunca antes me habías tratado de esta forma.
Jane se encogió de hombros, como despreocupada, pero en el fondo, se estremeció.
—Las experiencias cercanas a la muerte dejan huella. Buenas noches, querida hermana —finalmente, reclamó la mano de Nicolai y lo acompañó fuera de la tienda, corriendo hacia la suya.
Rhoslyn había tomado al pie de la letra sus palabras y no la esperaba para velar por sus necesidades. Jane y Nicolai estaban solos.
Se giró a mirarle. Había dejado caer la máscara, y podía verle el pelo negro, los ojos brillantes de plata. La imponente altura, los hombros anchos y la fuerza absoluta. El deseo se intensificó, ardió a través de ella.
CAPÍTULO 17
Nicolai envolvió a Jane en sus brazos, tomando su pasión y devolviéndola en la misma medida. Él casi se había caído de rodillas en el momento que la había visto, sentada al lado de su enemigo, en peligro, pero viva. Alivio, sí, había experimentado esa emoción. Furia, eso también. Laila había estado a su alcance, para matarla.
El miedo había acompañado a la furia, pese a todo. Había sentido el hechizo mágico de protección de la perra de lesiones físicas, y cualquier violencia era devuelta al que hacía el ataque.
Si hubiera ido por su garganta... si Jane hubiera...
Ellos habrían muerto.
No fue así. Jane está a salvo ahora.
Laila tenía que saber que Nicolai venía por ella, o ella no tendría el hechizo. Un hechizo más para evitar a las brujas. Nadie podía hacerle daño, era cierto, pero nadie la podía ayudar, tampoco. Si ella se lesionaba accidentalmente, el hechizo se volvería a ella, viéndola como una amenaza. Ella no sólo sufriría con la lesión, iba a sufrir cien veces con la magia.
—Nicolai —gruñó Jane.
Él temía que ella no lo reconociera, que tendría que robar la capacidad de Laila de hipnotizar para obligarla a irse con él. Algo que no había sabido que podía tener éxito en hacer, no con el hechizo de Laila esperando para golpear. Debería haber tenido más fe en su mujer. Jane era tan consciente de él como él de ella. La cara que llevaba no tenía importancia.
—Sí, cariño. —La dulzura de su fragancia impregnaba sus células. Su gusto decadente le llenaba la boca. Su sangre se calentaba, y endurecía cada músculo de su cuerpo, anticipándose a tocarla.
—¿Qué... hiciste con el verdadero... esclavo? —Su lengua lamía cada vez que se detenía a respirar.
—Dejarlo en libertad. —En más de un sentido. Laila había revuelto el cerebro del pobre hombre, hasta que no reconoció entre arriba y abajo, izquierda y derecha, haciéndose lo único tangible en su mundo, lo que le obligó a aferrarse a ella.
Nicolai simplemente podría haber encadenado al pobre hombre por la noche y esconderlo, pero él había pensado, ese pude haber sido yo. Había utilizado su propia capacidad para abrirse paso y recordar al hombre quién era y qué le gustaba, eliminando a Laila de la ecuación.
—Precioso —Jane lo sostuvo apretadamente, casi rompiendo sus costillas. Vale la pena, pensó—. ¿No deberíamos... escapar, mientras que... tengamos la oportunidad?
—No. Cuando la princesa duerma, puedo invadir sus sueños, y obligarla a hacerse daño. —Otra habilidad que poseía—. Entonces nos iremos. Volveremos a Elden.
Cada frase era interrumpida con un beso profundo y húmedo que lo sacudía hasta su alma.
—Así que tenemos que hacer algo para pasar el tiempo, ¿eh? —Jane volvió toda su atención a la lengua de él, succionándola y rodándola con la suya. Sus manos se deslizaron por el pelo, las uñas rascando el cuero cabelludo y dejando huella.
Le encantaba que ella aceptara su necesidad de venganza tan fácilmente. Le encantaba que ella se aferrara a él, tan desesperada por un contacto más estrecho como él. Pero, nada alguna vez volvería a ser lo suficientemente cerca, no para cualquiera de ellos. Le encantaba que ella fuera más inteligente que él, y en ocasiones se perdía en sus propios pensamientos.
Él solamente la amaba a... ella. Sí, se dio cuenta. Él lo hacía. La amaba. Se había enamorado de ella poco después de que apareció por primera vez en su mundo. Ellos habían sido extraños, pero se habían unido antes. De la unión, el cuidado había surgido. Desde el cariño, el amor. Pero el deseo de... oh, el deseo siempre había estado allí.
Un atisbo de rencor en su pecho. No dirigido a ella, pero sí al vampiro que la había maldecido. Nicolai no podía decirle lo que sentía. Ella podría devolverle el sentimiento y desvanecerse.
—Te extrañé. Tanto —dijo, dispuesto a confesar mucho, pero no más—. La separación fue como ser apuñalado.
Una y otra vez, la herida y el dolor no tenían fin.
—Te extrañé, también. —Ella besó y pellizcó un camino a lo largo de su mandíbula, cuello, lamiendo y bañando—. ¿A dónde fuiste?
—Elden.
—¿A casa?
—Sí.
—Yo también.
—¿Qué? —Él se retiró del
contacto erótico, y miró hacia ella—. ¿A casa, casa?
Ella se negó a detenerse. Con un saltito, estaba de vuelta en sus
brazos y chupando en su pulso.
—Sí, casa, hogar. Mi mundo.
Nicolai ahuecó su barbilla, obligándola a mirarlo. Tenía los ojos vidriosos, con pasión, sus párpados a media asta. El corazón se le estrechó con esa vista encantadora. Necesitó una sacudida de cabeza para obligarse a sí mismo a ponerse de nuevo sobre la pista.
—Déjame ser claro en esto. Te fuiste de mi mundo y regresaste al tuyo.
—Sí.
Casi la había perdido otra vez. ¡Y él no tenía ni idea!
—¿Cómo regresaste? —dijo con voz ronca.
Una sonrisa secreta jugó en los bordes de sus labios. Una que quemó a través de él, profundizando su excitación.
—Al parecer, cuando me diste
tu sangre, me diste la habilidad de teletransportarme,
también.
Oscuro abismo. Nunca había considerado esa posibilidad. Tal vez
porque sólo había compartido su sangre con su padre, y su padre
había tenido ya algunas de las habilidades de Nicolai.
—Y regresaste a mí. —Nunca había sido de los que ven la mano del destino en su vida, pero ahora... si Jane no hubiera sido herida por los ogros, no le habría dado su sangre. Si él no le hubiera dado su sangre, no habría encontrado una manera de atarla a su lado por el resto de sus vidas.
—Yo siempre volveré a ti.
Un peso pesado fue levantado de sus hombros. La maldición había perdido de alguna manera su poder sobre ella. De lo contrario, se habría quedado en su mundo.
Trazó sus pulgares en los pómulos de ella.
—Te he dicho esto antes, pero quiero que lo escuches atentamente. No me importa si tengo un millar de mujeres prometidas esperando por mí. Tú eres todo lo que importa. Habría una sola mujer. Esta mujer. Para siempre.
Él se precipitó hacia abajo, hundiendo su lengua más allá de sus dientes, en el hueco de su dulce boca. Ella lo recibió con un gemido.
Él había sido frío y distante con la mayoría de las mujeres de su vida. Oh, había tratado a su madre y hermana como los tesoros que fueron, pero a todas las demás él nunca les había dado ni un segundo pensamiento.
Había sido un príncipe, y
ellos su deber. O eso es de lo se había convencido a sí
mismo.
Destino, pensó de nuevo. Si no hubiera sido un esclavo, desesperado
por escapar, podría haber tratado a Jane de la misma manera. Y eso
habría sido una vergüenza, el nunca haberla conocido y los matices
de su personalidad. Generosa, valiente, más fuerte de lo que nadie
sabía, capaz y honorable.
Honorable. Sí. Él nunca tendría que preguntarse cómo estaba con ella. Ella siempre se lo diría, tanto si él era un príncipe o un mendigo. Ella nunca se dejaría intimidar por él, siempre lo desafiaría.
—Te quiero desnuda.
Tiró de los tirantes de su vestido, empujando el material al suelo. En cuestión de segundos, la tela esmeralda estaba agrupada a sus pies. Él la sacó de él, y la estableció más firme contra su cuerpo. Piel a piel. Finalmente.
Cada vez que exhalaba, sus pechos se rozaban, y él se emocionó con el contacto. Ella estaba caliente y sedosa en su contra. Sus pezones estaban como cuentas, ásperos contra la estera de pelo fino que poseía. Su eje presionado en ambos vientres, la humedad se filtraba desde la punta. Él arqueó sus caderas, creando un delicioso deslizamiento.
Ella se arqueó a su encuentro, provocando una fricción exquisita.
—Nunca puedo tener suficiente de ti.
—Eso es bueno. —Trazó sus manos hacia abajo por las crestas de la columna vertebral, amando la piel de gallina que saltó a su encuentro. Le tomó el culo—. ¿Sin bragas?
—Ninguna me fue dada.
—Estoy agradecido. —Si él se salía con la suya, nunca volvería a ponérselas.
—Yo-Yo te deseo. Ahora.
—Me tienes. Nada nos separará, Jane. ¿Entiendes?
Su respiración se enganchó. Ella jugó con los extremos de su cabello.
—Creo que sí.
—Lo sé. Yo no quiero perderte. No puedo perderte. Quiero casarme contigo. Para estar contigo siempre. Yo te elijo, Jane. Por encima de mi corona, mi gente y mi venganza.
Las lágrimas brotaban de los ojos de ella, creando fondos de color ámbar. Nicolai se tensó, esperando, inseguro de una manera que nunca había estado antes.
—Así como yo te elegí a ti —dijo ella con voz entrecortada.
Gracias a los dioses. Habría caído de rodillas y rogado si fuera necesario.
—Quiero ser tu familia.
—Lo eres.
Un toque suave a lo largo de su mejilla. La expresión de Jane era tan tierna, lágrimas llenaron sus ojos.
—Jane. Te amo. —No hay razón
para negarlo ahora—. Quiero mostrártelo. Te lo mostraré.
Su boca se abrió en un grito de asombro.
—¿Tú... tú me amas? Quiero decir, sé que has mencionado el matrimonio, pero esta es la primera vez que has dicho amor y yo... yo...
—Te amo. Con todo mi corazón.
—Oh, Nicolai. —Ella se lanzó a él, riendo y llorando al mismo tiempo—. Te amo, también. Tanto.
Oír su declaración era como entrar en un cálido rayo de sol después de una eternidad gastada en la fría oscuridad del invierno. Algo que no sabía que necesitaba, pero ahora que lo tenía, sabía que no podría vivir sin ella.
Él la atrajo hacia el suelo. Sus pezones estaban sonrojados y rosados, y no pudo resistirse. Él dio vueltas a uno con la lengua, chasqueando hasta que ella gimió, luego se trasladó al otro. Sus colmillos se extendieron y dolieron. Ahora no era el momento para disfrutar de la delicia que era su sangre, pese a todo. Se había alimentado antes de llegar a ella, con la esperanza de compensar su hambre por ella.
Ninguna otra sangre nunca lo había afectado en la forma que la de Jane hacía. Tan poderosa, tan arrolladora. Y si bien quería que su memoria volviera en su totalidad ahora, él preferiría no desaparecer sin previo aviso, y tener que rastrear la ubicación de su mujer, dejándola en peligro.
Peligro que ella podía
manejar, como lo había demostrado una y otra vez.
Aflojó su abrazo para estudiarla. Ese pelo de color miel que se
extendía alrededor de sus hombros, sus ojos de mirada transparente
y voraz. Ella se mordió el labio inferior mientras deslizaba las
manos a lo largo de los planos músculos marcados de su estómago.
Era una visión cruel, una diosa que vino de los cielos.
Se puso de rodillas y guió sus piernas separándolas. Tan húmeda, tan rosada. Quiso zambullirse, tanto con su boca como con su polla. El sudor ya brillaba en su frente, sus células como cuchillos pequeños en sus venas, exigiendo que la tome, la reclame. A su mujer. Ahora, siempre.
Todavía no, todavía no.
Tenía que prepararla. La primera vez que tuvieron relaciones sexuales, le había hecho daño. No es que ella hubiera protestado. Había estado demasiado apretada, y había sido demasiado impaciente. No esta vez. Esta vez disfrutaría de cada segundo.
Trazó un dedo en el centro
caliente y ella se sacudió como si fuera golpeada por un
rayo.
—¡Sí! —Ella apuñó sus manos sobre la alfombra debajo de ella, y
levantó las caderas.
Con el movimiento, el dedo se deslizó dentro de ella por su propia cuenta. Los muros interiores se cerraron alrededor él, apretando. Él pudo haberse derramado en ese momento. Respira, maldita sea. Trabajó el dedo dentro y fuera, dentro y fuera, hasta que ella se retorcía, sin sentido, jadeando su nombre. Luego introdujo en un segundo dedo. Dentro y fuera, dentro y fuera.
Pronto empezó a gemir cada pocos segundos, rodando sus caderas en círculos, buscando el pulgar de él en su centro. Se lo dio. Por un momento. Ella gritó de alivio, y luego gimió de angustia cuando él se llevó la presión.
Un tercer dedo se unió a los otros dos, dentro y fuera, dentro y fuera. Estirándola, extendiendo aquella miel, dulce miel. Cuando sus músculos se tensaron, listos para fijar el orgasmo, él cortó todo contacto.
—Por favor —gritó ella.
Tal súplica suculenta. Él usó la mano mojada con sus jugos sobre la polla, alisándose a sí mismo. Cerró los ojos en éxtasis, gustándole la presión tanto como Jane. Necesitándola. Acarició arriba... abajo...
—Oh, no, tu no. —Enrolló sus piernas alrededor de su espalda, sus tobillos de cerraron justo por encima del culo, ella tiró de él hacia abajo. Sin nada para equilibrarse, cayó encima de ella que jadeó cuando su peso la golpeó.
—Por favor, Nicolai. Hazlo.
—Sí —jadeó. No podía esperar un segundo más, tampoco.
Guió su punta a la entrada de ella y empujó, profundo y seguro. Ellos gritaron al unísono. Entonces ella se corrió, apretando a su alrededor, conduciéndole más alto... alto. Más, tenía que tener más. Quería morderla, no se permitiría morderla.
En cambio, hundió sus colmillos en su propia muñeca. Sangre mezclada con la lengua. La sangre todavía con sabor a Jane. Él quería succionar, pero se obligó a liberar su vena y mantener la herida sobre la boca de Jane.
—Bebe —ordenó. Harían esto todos los días. Nunca pondría en riesgo que ella perdiera la capacidad de moverse entre los mundos.
Obedeciendo, ella cerró los ojos. Parecía como si estuviera… ¿saboreando? Oh, dioses del cielo, era ella. La idea misma envió su necesidad en alza. Sus testículos preparados y apretados. En cualquier momento, iba a explotar. La quería con él, pensó, todo el camino.
—Más fuerte, Jane —dijo, aun cuando aumentaba la velocidad de sus empujes. Él la golpeó tan condenadamente profundo, que jadeó, pero ella nunca dejó de beber, y pronto sus caderas una vez más, se levantaban a su encuentro. Ella estaba engullendo vorazmente, gimiendo con cada trago.
Mi mujer. Mía.
Tal vez le había gritado las palabras.
—Sí —respondió Jane, sus paredes interiores cerrándose más y más apretadas en torno a él cuando su segundo orgasmo la sacudía—. Tuya.
Esta vez, no hubo vuelta atrás. Ella le ordeñó, y él le dio hasta la última gota y disparó dentro de ella.
Ellos se mantuvieron unidos durante varios minutos, horas, años, temblando y estremeciéndose, hasta que finalmente cayeron al suelo. No podía recuperar el aliento, no podía formar un pensamiento racional, pero aun así sabía que no quería hacerle daño y rodó a su lado.
—Pensé que me estaba convirtiendo en un vampiro, entonces me convencí de que no lo era —dijo adormilada—. Pero debe ser. Tu sangre... su sabor tan condenadamente bueno. He estado anhelándola, como una droga. Y ahora que he tenido más de ella —se estremeció—. Me siento tan bien.
Él frunció el ceño. Él no sabía que tal cosa era posible. A diferencia de los caminantes nocturnos, él era un ser viviente, nacido y no creado. Hacer otros simplemente no era -no había sido posible.
Además, aunque hubiera querido compartir su sangre con los demás, que no lo había hecho, sus amantes humanos no habían querido beber de él. De hecho, habían encontrado la idea muy desagradable. Lo mismo ocurría con las brujas, y con los cambiaformas, a pesar de sus objeciones tenía su origen más en la contaminación de las especies.
—¿Ansías toda la sangre o sólo la mía? —preguntó.
—Sólo la tuya. Aunque el pensamiento de beber de otras personas no es tan aborrecible como debería de ser.
—¿Cualquier otro síntoma? —Le gustaba la idea de compartir esto con ella, pero las complicaciones lo asustaron hasta el alma.
—Mi piel está un poco más sensible de lo normal. Más sensible que la tuya, creo yo. Pero, si estoy convirtiéndome en un vampiro, una mayor sensibilidad tendría sentido porque no he tenido tiempo de ajustarme.
¿Cuántos otros seres humanos le dirían que convertirse en un vampiro “tiene sentido”? El casi rió. Casi. Tendría que enseñarle cómo alimentarse, en caso de que se separaran por un tiempo. Se puso tenso ante la idea de la boca de ella sobre otra persona. Es el único camino. Cortar a través de una vena no era una habilidad que se desarrollaba de forma natural, pero que tenía que aprender.
—¿Cómo te sientes acerca de cambiar —le preguntó.
—Un poco de miedo y un poco emocionada.
—Dime si experimentas cualquier otro signo.
—Lo haré.
Le besó en la sien.
—Descansa ahora, cariño. Te despertaré en pocas horas.
—¿Y vamos a matar a Laila?
¿Ves? Jane lo conocía mejor que cualquier otra persona que había conocido.
—Sí. Vamos a matar a Laila. —Se preguntó si podía entrar en el sueño de Jane, protegiéndola, previniendo que Laila la azotara mientras estaba indefensa.
—Vale —Su suspiro cálido le acarició la piel mientras ella se acurrucó más firmemente en su contra—. Te Amo.
—Te amo, también.
Se durmió, y comenzó a planear un futuro juntos, haciendo caso omiso de una sensación repentina e intensa de mal presentimiento.
CAPÍTULO 18
Se vistieron rápidamente, en silencio, y Jane recogió una pequeña bolsa con lo que necesitaba. Como el libro -Nicolai había estado encantado de verlo-unas pocas túnicas, bocadillos y una cantimplora con agua. Laila no había traído ninguna arma para que Odette usara, un hecho que decepcionó a Jane aunque no la sorprendió.
—¿Cómo vas a invadir sus sueños? —le preguntó a Nicolai.
—Te lo contaré todo —se puso enfrente de ella y la tomó de los hombros. Una vez más usaba la máscara de esclavo—. Cuando termine.
Sabía lo que significaba -él podría estar en peligro-y su respuesta fue diablos, no.
—Voy contigo.
Él suspiró como si esperara la respuesta y se hubiera resignado de antemano a ello.
—Quiero llevarte al sueño conmigo e intentaré conseguirlo. Nunca antes he hecho nada parecido, no sé si funcionará. Mientras tanto, quiero que te quedes aquí.
—¿Por qué?
Movió la lengua sobre un incisivo.
—Si no puedo obligarla a dañarse a sí misma, voy a absorber sus poderes. Todos los poderes y todos los hechizos que se ha vertido sobre sí misma.
Los ojos de Jane se abrieron.
—¿Puedes hacer eso?
Asintió severamente.
—Lo más seguro es que vaya a seguir por ese camino. Traté de invadir sus sueños mientras estabas dormida y encontré una resistencia inesperada. Si la resistencia sigue todavía ahí, mientras signifique que estoy cerca, tendré que hacer algo para derribar sus defensas y robar su magia. Algo...no violento.
Ella empezó a entender y quiso vomitar. O quizás soltar un puñetazo.
—¿Cómo... besarla?
¿O algo más?
Otra vez asintió, ésta vez casi imperceptiblemente.
—¿Y no podrías simplemente apuñalarla? —preguntó esperanzada.
—No sin morir yo también. Ella tiene un hechizo que causa que cualquier daño que intente afligirle me será devuelto.
—Está bien, entonces está decidido —Jane se mordió el labio inferior, sintiendo las heridas que ya tenía allí y dándose cuenta que se había hecho varias mordidas de nervios últimamente—. Eso explica el poder que siento emanando de ella, creo.
—¿Lo sientes?
—Sí —cuadró los hombros—. Y está bien. Si tienes que besarla, tienes que besarla. Y créeme, no te envidio. Eso es llevar lo de sacrificarse por el equipo muy lejos. Digo, creo que preferiría soportar apuñalarme a mí misma en lugar de tener que besarla.
Él casi se ahogó con la risa.
—Esto no es divertido, Jane.
—Lo sé. —pero prefería con mucho que él se riera a que se preocupara por su reacción—. Mientras sobrevivas, me parece bien el plan. Por favor dime cuando podrás hacerle daño una vez que absorbas sus poderes.
—Sí —la absoluta determinación absoluta irradió de él—. Lo haré.
—Entonces creo que pegar tu lengua al fondo de la garganta del demonio tiene una recompensa lo suficientemente buena.
Le dio un golpe en el brazo.
—Buena suerte, tigre.
El rió de nuevo, esta vez menos forzado.
—Gracias. Ahora. ¿Podrías por favor quedarte aquí?
—Nop, lo siento. Puede que yo no posea magia alguna por mí misma, pero Laila todavía asume que soy Odette. Puedes necesitarme. Por lo tanto, estaré pegada a tu lado como si tuviese pegamento.
Pasó un momentáneo silencio, entonces otro. Finalmente se frotó el puente de la nariz. —Está bien. Puedes venir conmigo. Si las cosas no progresan como espero, correrás a Elden, y buscarás al príncipe Dayn. No confíes en nadie más. Dile que me perteneces. Dile que eres mi prometida.
Qué triste había sonado repentinamente. ¿Por pensar en perderla?
—¿Y él me creerá?
No es que ella quisiera irse. No quería, por ninguna razón. Ellos debían estar juntos.
—Te he marcado, así que sí. Sí, lo hará. Es un bebedor de sangre, como yo.
Cuando se alejó, ella lo tomó del brazo. Un movimiento insignificante pero que funcionaba al mismo tiempo.
—¿Encontraste a tu hermano?
—Todavía no. Tengo el presentimiento que él va a triunfar donde yo he fallado.
De nuevo quiso marcharse. Una vez más lo retuvo.
—¿Entonces eres tú el príncipe?
—Sí —repitió—. El príncipe regente, destinado a gobernar sobre todo Elden.
Esta vez, se quedó en su sitio, esperando la respuesta.
Ella lo soltó y se encogió de hombros.
—Eso explica muchas cosas.
Parpadeó hacia ella.
—¿Y eso es todo lo que tienes que decir al respecto?
—Sí —entonces él era de la realeza. ¿Y qué? Todo el mundo tenía algún defecto.
Se agachó, cogió la correa de su mochila y se echó la pesada cosa sobre el hombro. La correa se le clavó en el músculo, pero no se permitió a sí misma una mueca de dolor. Nicolai insistiría en llevarla él y era el que necesitaba tener las manos libres.
—No esperes de mí que sea toda humilde y obedezca cada uno de tus caprichos. Eso no va a pasar. ¿Así que vamos a hacerlo o qué?
Sus pestañas bajaron, ocultándole los iris, mientras se inclinaba, la envolvió en sus brazos y la besó suave, dulcemente, como un tierno amante expresando su gratitud. ¿Para qué? se preguntó ella, y luego se olvidó de la pregunta. Sus labios se estremecieron. Sus lenguas se encontraron brevemente, y ella lo saboreó. Quería más. Siempre quería más.
Él se enderezó y suspiró.
—No quiero que su magia te afecte, Jane. Si fallo y ella se vuelve contra ti...
—Podrán molerme a palos, pero también podría ser un vampiro así que me importa una mierda. Voy a curarme.
Su ceño se frunció, con ira y confusión.
—Nadie va a molerte a palos.
Ella le acarició la mejilla.
—Creo que ya te he dicho que voy a ir contigo y eso es definitivo. Deja de intentar de disuadirme de ello.
Quizá podía sentir su determinación. Quizás odiaba la idea de estar separados tanto como ella. De cualquier manera, sus manos la soltaron y asintió.
—Equipaje testarudo.
—Tomaré eso como que significa hembra deliciosa.
—Tendrías razón —movió los dedos y la condujo afuera, a la noche. La luna estaba oculta tras unas nubes densas y oscuras, el aire era fresco y húmedo. Debía estar acercándose una tormenta.
Se produjo el crujido en una fogata a unos pocos metros de distancia, lanzando rayos dorados y calientes, pero no había guardias alrededor. En realidad, no había señal de vida por ninguna parte. Ni siquiera enfrente de la tienda de Laila. Sin embargo Jane sabía que había hombres patrullando el perímetro. Podía oír el latido de su corazón. Tum-Tum. Tum-Tum.
—Algo no encaja —dijo Jane.
—Lo sé —replicó Nicolai, su voz era plana.
—Debería tener guardias delante de su tienda. ¿Por qué los echaría?
—Debe estar esperándome.
¿Podrían alguna vez tener un respiro?
—Debemos irnos. Regresar otro día. Si ella sabe dónde estás, te atacará.
—Oh, sí, lo hará —su voz seguía siendo plana, pero su determinación le dio un filo peligroso.
—Quizá le estemos dando mucho crédito. Podría no saberlo, sólo sospecharlo. De cualquier manera, morirá ésta noche.
Habló como un hombre que sabía que no contaba con mucho tiempo. Jane recordó su necesidad de regresar a Elden. Una necesidad física que lo estaba matando lentamente, había dicho.
Quizás ese era el caso aquí. Así que, cuando el recorriera la pequeña distancia que quedaba y entrara rápidamente en la tienda sin pausa, Jane no protestaría. Las linternas seguían encendidas, y sus ojos se ajustaron instantáneamente. A diferencia de antes, no había esclavos bailando en interior.
Para su consternación, Laila no estaba dormida en su cama, estaba recostada todavía en su diván, bebiendo de una copa. Esperando.
—Al fin —dijo casualmente. Acarició un reloj que colgaba de su cuello. Un reloj que no había estado ahí antes—. Y ahora tendré mis respuestas.
—¿Acerca de? —Nicolai empujó a Jane atrás de él.
Ella puso las manos en su espalda, sintiendo el nudo de músculos.
Se dibujó una expresión de furia en el rostro de Laila por una fracción de segundo antes de suavizar sus rasgos.
—Te quedarás dónde estás, esclavo. Y créeme, no serás capaz de moverte de un lugar a otro con un sólo pensamiento, por lo que ni siquiera lo intentes.
¿Había usado su magia para dejarlo inmóvil en un lugar? Jane se movió a su lado, y sí, eso fue precisamente lo que Laila había hecho, se percató así mismo que sus propios pies se habían vuelto tan pesados como rocas. Laila no se había movido, ni siquiera había parpadeado, y de alguna manera había usado su magia.
El terror la recorrió, como pequeñas bombas soltando rápidamente su veneno.
—Madre hubiera estado muy decepcionada contigo —dijo ella.
—¿Ah sí? —Laila sonrió, centrando su atención en Jane—. ¿O estaría orgullosa de mí por haber destruido a una impostora?
Respira, sólo respira.
—Antes, cuando le di muerte a aquella humana, sentí malestar y disgusto. Me pregunté el porqué. No era algo que mi hermana alguna vez hubiera sentido. Entonces, sentí a alguien excavando a través de mis poderes. Me pregunté quién era, pero no hice ningún hechizo para que parara, o dañara, a esa persona, porque también me preguntaba qué era lo que quería. Imagina mi sorpresa cuando ellos, él, escogió mi espejo mágico. —no quería preguntar. No podía. No todavía.
—Entonces, imagina mi sorpresa adicional cuando mi esclavo más leal dejó de desearme. De la misma manera que otro esclavo mío cesó de desearme.
—Nicolai nunca te ha deseado —escupió Jane.
Laila se encogió de hombros, despreocupadamente.
—Él tampoco te ha deseado a ti. De hecho, creo que se sintió aliviado cuando me hice cargo de tu cuidado. Entonces, repentinamente, regresas de la tumba, y él no puede apartar sus ojos de ti. Anhelándote, secuestrándote. No para usarte como un escudo, sino porque no soporta estar lejos de ti. Algo estaba mal,y lo sabía. Ahora, se qué es.
—¿Y qué es lo que sabes? —preguntó calmadamente Nicolai como si estuviera en un almuerzo de domingo y discutiendo sobre el clima que haría al día siguiente.
Jane lo miró. Había dejado caer la máscara. Ahí estaba su cabello oscuro, sus ojos de plata. Sus anchos hombros, sus músculos tensando la tela de la camisa azul oscuro. Un hombre hermoso que protegería con su propia vida.
—La mujer a tu lado no es mi hermana —dijo Laila—. Su nombre es Jane, ¿no?—
Respira.
—Soy Odette. No puedes probar nada.
—¿De verdad? Bueno, quizás tengas razón —había ira en el tono de la princesa, sus palabras eran afiladas como dagas—. Antes podía mirar a través de los ojos de los demás. Ahora esa habilidad me ha sido arrebatada. De todos modos, no importa. Recuerdo cómo Nicolai solía hablarle a alguien dentro de su celda. A una mujer. Jane. Nadie la podía ver. Asumimos que estaba loco —ella se rió presuntuosamente, incluso con algo de humor—. Pero tu nombre es Jane y puedo apostar, que eres humana.
Jane pudo sentir como la furia pulsaba en Nicolai.
—Quizás eres tú la que está loca.
Laila se enderezó del diván y se puso de pie. Su mirada se deslizó hacia Nicolai.
—Oh, no, no lo harás, esclavo. Cómo puedes ver, te he lanzado un hechizo para prevenir que me sigas robando alguno de mis poderes. Mientras vosotros dos... retozabais, fortalecí mi magia —¿Lo habría intentado?
—Excepto —dijo con una sonrisa por su parte, toda blanca y mortífera—, que cualquier poder que uses lo usaré yo también. Eso, no puedes evitar que suceda.
—No, no puedes... —chilló Laila. Trató de acercarse a ellos, pero sus pies se detuvieron en el aire.
—Sí, puedo. Manteniéndote en tu lugar no te hiere físicamente, y, de hecho, te salva de mis garras. Así que alégrate, tu hechizo de parálisis funciona.
—Suéltame, o llamaré a mis guardias.
Él arqueó una ceja, burlándose de ella.
—¿Y crees que te creerán sobre Odette? No lo harán, y ambos lo sabemos. Tu única oportunidad es dejarla libre. Hazlo, y hablaremos. Tú y yo. Solos.
—Por supuesto. Ni que fuese tonta.
—Bueno... —dijo Jane.
Laila frunció el ceño, pero continuó.
—Jura que no intentarás matarme o utilizar los mismos poderes que yo use y lo consideraré.
Nicolai abrió la boca para contestar, probablemente para aceptar, pero Jane lo detuvo. —No voy a ir a ningún lado. No me importa lo que decidáis —Y tan pronto como le fuera posible, tomaría un curso de magia para principiantes. Quería conocer las reglas. Lo que una bruja podía y no podía hacer. Saber cómo detenerlas. Cómo vencerlas.
—¿Qué tal eso Nicolai? —dijo Laila, sonriendo de nuevo—. Veremos qué clase de daño puedo hacerle a tu Jane sin dar ni un solo paso.
Un momento después, Jane sintió como si su cabeza fuera a explotar. Sollozó, cubriéndose los oídos, sintiendo gotas tibias de sangre salpicando las palmas de las manos. Su mundo entero se concentró en su cerebro palpitante y perdió de vista todo lo que estaba a su alrededor.
Sus rodillas flaquearon, pero sus pies continuaban unidos al suelo cubierto por la moqueta. Sólo podía doblegarse, gritando y llorando y rezando por la muerte. Pareció pasar una eternidad, pero entonces el dolor se detuvo tan repentinamente como había llegado.
Gradualmente empezó a ser consciente de lo que la rodeaba y se percató de que Laila era la que estaba ahora gritando.
Nicolai, pensó Jane distantemente. Nicolai debía de haber robado su habilidad para apretar mentes –o lo que fuera que hubiese hecho ella-y ahora estaba usándolo en contra de la princesa. Pero él también estaba gruñendo como si el dolor explotara a través de él.
Los gritos de Laila cesaron abruptamente. Nicolai se calmó segundos después.
El único sonido que se oía eran las respiraciones jadeantes y dificultosas. Jane intentó ponerse de pie, pero no tenía fuerzas. Vio como su mochila se había caído y estaba a unos centímetros de ella. Estaba bañada en sudor, su túnica parecía cientos de kilos más pesada.
Se las ingenió para girar la cabeza y mirar a Nicolai. No la estaba mirando a ella, pero si a Laila, con los ojos entrecerrados, el odio irradiaba de él.
—Viste lo mismo que yo, —espetó Laila—. Tu preciosa humana estudiaba a los de tu clase. Los diseccionaba, los hería. Dime, ¿eran amigos tuyos?
Oh no, pensó Jane. No, no, no. De alguna manera él sabía que ella había experimentado e investigado a los de su especie, pero él no sabía la identidad de sus víctimas. ¿Habría herido a unos de sus amigos?
—¿Todavía quieres protegerla? —demandó Laila—. ¿Sigues deseando ser su amante?
Silencio.
Un silencio muy pesado.
Por favor dime que no conocías a ninguno de ellos. Si era así, la odiaría.
—¿Qué quieres, princesa? —dijo Nicolai, su voz estaba desprovista de toda emoción.
Un nudo creció en la garganta de Jane, prácticamente cortándole el aire. Lo hacía. La odiaba. Tenía que disculparse, explicarle, pero no podía hacerlo ahí, ahora.
No te odia. Te ama. Te perdonará. Eventualmente. Así lo esperaba.
Las mejillas de Laila se elevaron, el triunfo se reflejó en sus ojos. En sus crueles ojos verdes.
—Quiero que te vincules a mí. Para siempre.
Él resopló.
—No. ¿Qué gano yo a cambio? Nada.
—Te permitiré matar a la chica —ella señaló a Jane con un movimiento de su mano.
El ácido hizo un hueco en su estómago.
—La mataré —dijo de manera flemática—, pero no necesito encadenarme a ti para hacerlo.
Oh, Dios. Jane se había convertido en uno de sus enemigos, en su odiada y debeser-destruida-a-toda-costa enemiga.
—Nicolai. Por favor. Yo... lo siento mucho.
No se dignó a mirarla. Sólo levantó su mano para silenciarla.
—Robé tus recuerdos. Yo. Quería que me salvaras. Así que, como puedes ver, nunca te quise de verdad. Sólo lo que podías hacer por mí. Ahórrate tus disculpas.
¿Qué él... qué? ¿Por qué habría hecho...?
Todo regresó, como si la jaula de cristal se destrozara dentro de su mente. Habían hablado, habían compartido. Descubierto que ella estaba maldita. Él sabía que forzándola a cruzar, para salvarlo, lo pondría en peligro. Por esa razón, ella se había opuesto. Había robado su memoria y la había forzado a hacerlo.
En ese momento, pensó que se enfadaría con él. En vez de eso, estaba contenta con lo que había hecho. Contenta de haberlo ayudado, de liberarlo, hacer el amor con él. Hasta había entendido su razonamiento. Cuando había estado atada a la cama, había negociado con Dios por su libertad. En ese estado de la mente, habías hecho cosas. Cosas de las cuales no siempre te enorgullecías.
¿Sin embargo por que no había regresado a casa para siempre tal y cómo dictaba la maldición? Lo amaba. Y justo ahora acababa de perderlo.
¿O habría sido su odio lo que los había mantenido apartados, no su ausencia? Su estómago se sobresaltó.
—La mataré, entonces —dijo Laila.
—¿Con magia? —rió Nicolai—. Por favor, hazlo. Entonces tendré el poder de matarte a ti.
—No si te mato primero, y luego a la chica.
—No me quieres muerto, princesa. Me quieres dispuesto —su cabeza se inclinó a un lado.
—¿Por qué enterraste mis recuerdos? No los de niño, sino todo lo demás. Entiendo por qué bloqueaste mis poderes, pero mis recuerdos...
Un brillo petulante entró en sus ojos.
—Quieres saberlo, está bien. Te lo diré. No soy la bestia que crees que soy, sabes.
Él cruzó sus brazos sobre su pecho.
—Apareciste en el mercado de esclavos en Delfina y todos asumieron que eras un doble del príncipe Nicolai. Todos querían comprarte. Yo, Odette. Los ricos, los pobres. Sólo Odette y yo sabíamos que eras el verdadero príncipe de Elden, el príncipe regente, el vampiro, poderoso mas allá de lo imaginable —una vez más acarició el reloj—. Luchaste salvajemente y te las ingeniaste para matar a mucha gente que simplemente se acercó a ti para estudiarte de cerca. Entonces, te escapaste.
Sus ojos se abrieron levemente, una reacción involuntaria estaba segura Jane. Supuso que todavía no había recordado esa parte de su vida. Quería estar con él, pero temía que la rechazara.
—Odette te había liberado, después de bloquear tus poderes. Te quería lejos del mercado, lejos de las miradas indiscretas de los demás. Acababan de llegar noticias de que el rey y la reina habían sido asesinados.
Una fuerte bocanada de aire fue la única respuesta de Nicolai. Jane sufría por él.
—Cómo puedes adivinar, Odette no te hubiera liberado si no hubiera tenido la manera de capturarte. De todas formas resultaste difícil de alcanzar. Casi lo consiguió una docena de veces, pero seguías intentando regresar a Elden, siempre encontrando la manera de abandonarla. La última vez que te capturó, recorrió las profundidades de tu mente. Quizás no habías sido testigo del evento, pero lo sabías. Habías escuchado las noticias, como nosotras y la magia había completado el resto.
—Dímelo —dijo con voz áspera.
—En un intento de controlar las tierras, el Hechicero Sangriento atacó. Tu padre y tu madre estaban muriéndose y cada uno lanzó un hechizo. Tu madre, te mandó lejos poniéndote a salvo. Tu padre, te llenó con sed de venganza.
Jane podía sentir la furia de Nicolai creciendo... afilándose.
—Odette no podía dejar que siguieras intentando regresar —continuó Laila—, o dejarte que buscaras a tus hermanos y a tu hermana. Si ellos sabían que seguías con vida, habrían venido por ti. Así que, tenían que pensar que estabas muerto, que te habían asesinado junto con tus padres. De esa manera, nadie vendría nunca a rescatarte.
Las manos de Nicolai se convirtieron en puños.
—Y ahora —continuó Laila—, ahora es muy tarde.
—¿Qué quieres decir? —espetó él.
—Han pasado veinte años desde que el Hechicero de Sangre atacó el palacio.
—No —agitó su cabeza uno, dos veces—. No.
—Oh, sí —sonrió fugazmente—. Eres tan inconsciente del paso del tiempo así como lo fuiste de tu pasado. Odette se aseguró de eso —Laila estiró sus mejillas—. ¿Qué tal eso como moneda de cambio? Te ayudo a derrotar al Hechicero de Sangré, si matas a la humana. Aquí y ahora.
—¿Y olvidar todos los crímenes que cometiste en mi contra? —dijo él hirviendo.
Al menos no lo había aceptado de inmediato, pensó Jane con amargura. Que se hubiera vuelto contra ella tan salvajemente... no podía perdonarlo. A menos que fuera un truco. A menos que quisiera ganarse la confianza de Laila.
Lo esperaba fervientemente.
—Es eso, o tendré que borrar tu memoria una vez más. Tuvimos que hacerlo varias veces, sabes.
Sus manos se apretaron tensamente.
—¿Confiaras en que yo no te haré daño?
—No. Harás un juramento de sangre de no hacerlo. Antes de que te libere y después de que mates a la chica.
Jane tragó saliva, se le estaba secando la boca.
En este momento, Nicolai no dudó.
—Muy bien. Libéranos de tu dominio mágico, y te juro nunca matarte o herirte. Ayúdame a matar a mi enemigo, y yo... mataré a la chica.
CAPÍTULO 19
De repente, los pies de Jane quedaron liberados. Nicolai deslizó un brazo y la cogió antes de que pudiera salir disparada. No es como si hubiese podido hacerlo. Oh sí. Habría podido hacerlo. En realidad, incluso con su agarre, todavía podía. Todo lo que tenía que hacer era desaparecer. Para desaparecer, todo lo que tenía que hacer era pensar en su casa.
Mientras el hombre que amaba tiró acercándola a él… más cerca… el pánico se impuso, sus pensamientos eran demasiado caóticos para poder calmarse. Después una tranquilidad inesperada se apoderó de ella. Este era el hombre al que amaba. El hombre que había proclamado su amor por ella. El hombre que la amaba. Podría estar enfadado con ella -furioso, incluso-pero no querría matarla. Era un truco para atrapar a Laila.
Nunca le haría daño. Lo sentía en los huesos. Era hermoso y lascivo, malvado y con principios. Se le había entregado en cuerpo y alma. Ahora y para siempre, al igual que él se había dado a ella. Nada iba a cambiar eso, ni siquiera su pasado. Confiaba en él.
La confianza ciega nunca había sido fácil para ella. Siempre había creído en las pruebas. Probando teorías, cambiando variables y observando las reacciones, pero confianza ciega era lo que le estaba entregando a este hombre. Había venido a ella una y otra vez y volvería de nuevo.
Sí, sabía que había un lado oscuro en su naturaleza.
Demonios, lo había visto en acción muchas veces. No importaba cómo, sin embargo, nunca había vuelto su lado oscuro hacia ella. Por lo tanto, tenía un plan. Tratar de matarla era parte de él.
—Libérame también, princesa —dijo Nicolai.
—No. Sólo la chica.
Gruñó, pero fue la única indicación que dio de que la había escuchado.
Jane no podía dejar pasar otro momento sin decirle cómo se sentía.
—Lo siento mucho, Nicolai. Yo no quería decir…
—Silencio —un latigazo, y sin embargo, él le dedicó el más sutil de los gestos, como si quisiera que continuara.
De todos modos, la arrastró más cerca, hasta que su cuerpo estuvo pegado al suyo. Su calor la envolvió, tan familiar y ella se relajó.
—He trabajado para el gobierno, y sí, he estudiado tu especie, pero nunca he torturado ni asesinado. No te conocía en ese momento y no sé si lo que hice te hizo daño a ti o a algún familiar tuyo. Sólo quería ayudar a mi gente a comprender…
—Estate. Tranquila —le mostró sus colmillos, pero una vez más le dio una ligera insinuación moviendo la cabeza.
—Te amo. No importa lo que pase o lo que tengas que hacer, siempre te amaré.
—¿A qué estas esperando? —dijo bruscamente Laila—. Hazlo.
Jane podía oír correr la sangre de Nicolai. Aunque su expresión era calmada, severa, su corazón latía de forma errática. No estaba tan poco afectado como aparentaba.
No la miró cuando dijo:
—Voy a beber de su cuello, princesa. Le taparé la boca para que no pueda gritar.
—Déjala gritar —dijo Laila, enfadada de verdad—. Me gusta.
—No quiero que alguien entre corriendo en la tienda a ver qué pasa. Tampoco quiero que estés cerca hasta que este… muerta.
Fingir. Se trata de fingir, se recordó a sí misma. De otro modo, solo tendría que abalanzarse, morderla salvajemente y chuparle la vida. Sin embargo, allí estaba, frente a su verdugo, pidiendo ciertas concesiones.
—No me digas lo que tengo que hacer, esclavo. Yo…
—Acepta mis términos o volveremos al principio.
Una pausa. Jane respiró profundamente y echó la cabeza a un lado mientras exhalaba, lo que le permitía un acceso rápido a la vena. Sus ojos se abrieron, las pupilas se dilataron. Sus colmillos se alargaron y se afilaron un poco más.
—La quiero en el suelo —dijo con voz ronca—. Libera mis pies, Laila. Puedes detenerme si te ataco.
Otra pausa.
—Muy bien —dijo Laila con un suspiro.
Un segundo más tarde, Nicolai estaba urgiendo a Jane para que se tumbara en el suelo.
Se cernió sobre ella como había hecho incontables veces. El cabello de ella alrededor de los hombros y la túnica hundida.
—Nicolai —suspiró.
—Ni una palabra más, Jane —las motas doradas de sus ojos parecían remolinos. Agachándose, se inclinó hacia abajo. El aire salió de sus pulmones y de su boca superficialmente. Justo cuando sus dientes se hundieron en ella, le tapó la boca con la mano.
Sus ojos destellaron. Su cuerpo se arqueó. Cálido, eléctrico placer entró a través de sus dientes, disparado a través de cada centímetro de ella. Él estaba chupando lentamente, muy lentamente, tomando pequeños sorbos. Y su mano… su mano tenía un corte, la sangre goteaba en su boca, bajando por su garganta y arremolinándose en su vientre.
Él la estaba alimentando a la vez que se alimentaba de ella. Sus dedos tabaleaban sobre su mejilla, un intento de… algo.
No tenía nada más que una razón para esto.
Él le había dicho a Laila que la iba a matar. Por lo tanto, pretendía matarla. Y cada vez que Jane había hablado para ablandarlo le había dicho que se callase, pero realmente había querido que siguiera hablando. Así que… él debía querer que actuara con pánico e incrédula y al mismo tiempo, actuando indiferente a sí mismo.
Puso a prueba su teoría, luchando contra él, dando show a Laila. Cuando Nicolai gruñó con aprobación, lo supo sin lugar a dudas. Golpeó con los puños en sus hombros, como si tratara de empujarlo lejos. Se resistió, como si quisiera desplazarlo.
Cuando se cerró la herida de la mano, él la llevo de nuevo contra sus dientes, volviéndola a abrir. Una vez más, la sangre corría por su garganta.
Después, él se estremeció, succionando más duramente de su vena, extrayendo más sangre.
Basta, le pareció oír que él le decía, pero eso era imposible. Sus labios aun estaban sobre su vena. Suficiente. Tienes que parar. Levantó la cabeza, jadeando, se humedeció los labios y se zambulló hacia abajo, mordiéndola en un nuevo lugar. Esto, también, bombeó placer en sus venas.
Cuidado, cuidado, cuidado. No tomes mucho. Ve despacio.
Jane frunció el ceño. Nicolai estaba hablando pero lo hacía directamente en su cabeza.
Tienes tiempo para acostumbrarte. Una vez más, oyó su voz a través de su cabeza. La presión contra su vena se alivió.
¿Nicolai?
Su cuerpo se sacudió contra el de ella.
¿Jane?
Sí. Puedo oírte, y supongo que tú puedes oírme a mí. ¿Cómo puede ser?
Lamió su cuello, cuidando que Laila no lo viera.
Algunos bebedores de sangre comparten una conexión mental.
—Date prisa —dijo bruscamente la princesa.
Necesito que mates a la princesa por mí.
A pesar de que quería el placer de hacerlo por sí mismo, no podía. Había prometido no hacerlo. Lo que quería decir que alguien tenía que hacerlo por él. Por lo tanto, ese era su plan. Tener a Jane para que diera el golpe letal.
Considéralo hecho.
Gracias. Una pausa. Siento lo que te he hecho. Antes. Y ahora.
Yo también lo siento.
Su corazón dio un vuelco.
La princesa ha bajado sus defensas, como esperábamos, y he absorbido parte de sus poderes. El hechizo que hace que nadie le dañe ahora lo tengo yo. Aún es fuerte, sin embargo, no tanto.
Nicolai no bebió mucho más. Incluso babeó algunas gotas de sangre sobre el cuello de Jane y en el suelo. Estaba creando confusión, lo sabía. La ilusión de la muerte. Se obligó a forcejear más lento… lento hasta que flácidamente y sin fuerzas los brazos cayeron inútilmente a sus costados. Ella estaba allí, respirando tan superficialmente cómo podía. Tanto era así que ella no sabía si incluso Nicolai podía ver el ascenso y descenso de su pecho.
A través de sus párpados entrecerrados le vio levantar la cabeza. La sangre seguía goteando de su barbilla, salpicándole el cuello y siendo absorbida por su túnica. Apretó dos dedos en su nuca, buscando el pulso. Ella sabía lo que sentiría: un ritmo salvaje y fuerte.
—Está hecho —Nicolai cortó todo contacto cuando se levantó—. He cumplido mi parte. Cumple tú la tuya.
—Apártate de ella —dijo Laila—. Quiero comprobarlo yo misma.
Él no dudó. Se movió hacia la otra parte de la tienda, lejos de Jane y lejos de la princesa.
Pero… ¿Cómo se suponía que tenía que matarla? Ella no tenía armas y Laila no estaba despojada de todo su poder. Podía lanzar un hechizo en un abrir y cerrar de ojos.
Vamos, Parker piensa. Los pasos se acercaron. El calor del cuerpo flotaba. Piensa rápido. Los huesos crujieron cuando Laila se agachó. El calor del cuerpo se acercó… más cerca… cuando la princesa se acercó.
El destello de una idea se le presento. Peligroso, no probado, pero la única manera. Nicolai, ¿ella puede viajar en el tiempo, como tú? Jane se aceleró.
No.
Perfecto. Los dedos de Laila presionaron el cuello de Jane. Jane abrió los ojos, extendió la mano y la cogió de la muñeca. Un grito de sobresalto se escuchó. Al mismo tiempo Nicolai se abalanzó y cogió el reloj del cuello de Laila.
—Mío —dijo bruscamente—. Jane. Ahora.
—¿Qué estas…? —empezó Laila.
Antes de que la princesa comenzara a fundirse, Jane cerró los ojos e imaginó su casa con Laila en la misma. Ahora su mente estaba en calma, su enfoque frío y no fue difícil. Vio su cocina y experimentó un mareo. Laila luchó contra ella pero a medida que aumentó el vértigo, su lucha disminuía. Por un momento, Jane sintió como flotaba y aumentó su agarre en la princesa.
—¿Qué estas… qué…? —la voz de Laila era débil, y Jane escuchó un deje de pánico bajo ella.
—Jane —gritó Nicolai—, ¿Jane que estás haciendo?
Cuando el vértigo la abandonó, cuando sintió algo duro y frío apretado contra su espalda, miró a su alrededor. Ella y Laila se encontraban dentro de su cocina. La luz del sol entraba a raudales por la ventana, quemándola de tal forma que chisporroteaba. Se alejó con un silbido, buscando la sombra.
Nicolai se había teletransportado con Jane esa noche en el bosque, pero después, no había estado operativo del todo durante un tiempo. La mayor parte de sus habilidades habían estado bloqueadas. Esta noche, él había sido como un barril de pólvora -y por eso fue Jane.
Ella se detuvo, de espaldas, Laila todavía en cuclillas. La princesa estaba pálida, sudando y… cayendo. Se cayó al suelo de bruces.
Quería dar un salto, agarrar un cuchillo. Esa era la razón por la que había traído a la bruja aquí. De repente, podía sentir el olor de la sangre de Laila. No era un aroma agradable del todo, y sin embargo, el hambre retorció su estómago, una cruda hambre que la consumía.
Antes de darse cuenta de ello, se movió, fue en ángulo hacia la princesa, sus dientes hundiéndose en su vena. Sólo un hilo de sangre toco su lengua. La frustración le arañó. Ella ladeó la cabeza y mordió una vez más. De nuevo, solo un hilo. La levantó, encontró el pulso de la princesa con su mirada y se abalanzó de nuevo hacia abajo. Esta vez, la sangre fluyó como un río que acababa de despertar.
Tendría que haber masticado para conseguir lo que quería, un pensamiento que apartó con asco, pero sus encías le dolían terriblemente y sus dientes -¿colmillos?- se habían deslizado en su interior.
Caliente, la vida continuaba fluyendo a su boca. Ella gimió, clavando los colmillos más profundamente, succionando más fuerte, reponiendo lo que había perdido.
Debía de haber tocado un nervio, porque Laila despertó de su desvanecimiento con un sobresalto e intentó apartar a Jane. Apretó su agarre, tragando, tragando y tragando. Pronto, Laila dejó de luchar. Se convirtió en un guiñapo. Jane continuó bebiendo, físicamente incapaz de dejar la droga que se había convertido la sangre de esa mujer. Droga, sí. Porque, con la sangre había algo más, algo más cálido, algo como… gaseoso, corriendo a través de ella.
Sus células prácticamente explotaban de energía.
Para, tienes que parar. Si tomaba más, podría matar a la princesa. Podía oír el distante tun-tun del latido del corazón y sabía que era lento, casi sin solución. El flujo de sangre se derramaba, languideciendo.
No quiero parar. La traje aquí para matarla. Parar sería frustrar ese propósito.
Pero en el fondo de su mente, sabía -como si su memoria no fuera suya-que matar de esta manera era vivir de esta manera. Una muerte no sería suficiente. Se tragaría a todos de los que bebiera. Nadie estaría a salvo de ella. Ni siquiera Nicolai.
Nicolai.
Jadeando, apartó los dientes de Laila. Se tocó con la lengua, y por supuesto, había colmillos.
Nicolai la había convertido en vampiro.
Con mano temblorosa, se apartó el pelo de la cara. Al ver la mano en la luz, se quedó sin aliento.
Ella… brillaba. Brillante, dorada, rayos blancos brotaban de su piel. Y el chisporroteo de sus venas… sentía que podía hacer cualquier cosa. Hasta que movió su mano hacia un rayo de luz y chisporroteó. Gimió de dolor, llevando el brazo hacia su cuerpo.
Nota a sí misma: evitar el sol.
Otra nota: Estas aquí con un propósito. No lo olvides.
Como si pudiera.
Dio un salto y sabiendo perfectamente dónde estaban sus cuchillos, cogió uno, cuidando de mantenerse en la sombra. A medida que miraba a la mujer que había esclavizado a Nicolai, que le había quitado sus derechos, que había abusado física y sexualmente de él -¡durante más de veinte años!- se encontró con que no podía apuñalarla. No podía matar a la perra de esa manera.
La muerte debía ser fácil para Laila. Tienes que hacer algo. Cuando despierte, usara su magia contra ti.
¿Podría, sin embargo? Este mundo era diferente del de Laila, con diferentes leyes metafísicas, distintos ambientes. ¿Podría su magia funcionar allí? Nicolai tenía la capacidad de pasar de un mundo a otro, de trabajar en los dos. Pero mientras Nicolai podía soportar su sol, no sería capaz de soportar el de Jane. Prueba: ella podía soportar el de él, pero no el de ella. Y había tratado con este sol durante toda su vida.
Lamentó no haber entrevistado o disecado a una bruja, y no le importaba qué clase de monstruo la consideraría la gente por desear eso. Pero nunca se había llevado una a su laboratorio. ¿Podría ser porque nadie sabía dónde estaban? ¿No podrían usar sus poderes en este mundo y usaban a los humanos?
Solo había una forma de averiguarlo.
Jane arrastró a la princesa a su habitación, algo difícil de hacer con todas las ventanas y cortinas abiertas, encontró una cuerda, y amarró a la perra a los postes. Laila no se despertó ni una vez. Jane se duchó rápido, limpiándose la sangre y se puso una camiseta y unos vaqueros. Se sentía rara vistiendo su ropa normal. Se sentía… mal.
Temblando, echó la túnica a la lavadora. ¿Nicolai? Preguntó, esperando una respuesta. ¿Estás ahí? ¿Estás bien? Tan pronto como se ocupara de Laila, volvería con él.
No se habían unido completamente. De lo contrario, ninguno de ellos habría sido capaz de beber de otra persona. Ella quería el vínculo completo.
Jane regresó a su habitación, puso una silla frente a la princesa y esperó. No se permitió todavía pensar en Nicolai.
Las horas pasaron, lentamente. Finalmente, sin embargo, Laila comenzó a abrir los ojos. Gimió, tiró de sus ataduras y frunció el ceño. La realidad se abrió paso en su mente, o más bien, tanto como pudo.
—Relájate —le dijo Jane—. No te he hecho nada que tú no le hubieras hecho a alguien más.
—Pagarás por esto —gruñó Laila.
—Y tú estarás atrapada aquí.
Pasó un momento, y luego otro. Después, de repente, Jane pudo oír la voz de la mujer en su cabeza, tan clara como había escuchado antes la de Nicolai. ¿Qué me ha hecho? ¿Por qué no puedo usar mi magia?
Jane sonrió. Bien, bien. Al fin algo bueno.
—No puedes usar tu magia porque ahora estás en mi mundo.
Laila dio un grito ahogado. Oh, gran diosa. Ella tiene mis poderes. ¡Ella tiene mis poderes!
—No, no los tengo. Soy un vampiro, creo…
—¡Para ya! —Está leyendo mi mente, la zorra. ¡La odio! Ahora, aclara tu mente. ¿Cómo se ha vuelto como Nicolai?
—Bebí su sangre.
—Para de hacer eso, te he dicho.
Jane se mordió el labio inferior. Si podía leer mentes, podía ir más profundamente de los pensamientos superficiales, ¿verdad?
Se enfocó más intensamente en los pensamientos de Laila. Tengo que escapar. ¿Cómo puedo escapar sin mis poderes? Tengo que recuperar mis poderes.
Probó un poco más profundamente. De repente, estaba reviviendo la escena del suelo de la cocina. Excepto porque lo estaba viendo y sintiendo desde el punto de vista de Laila. El despertar con los colmillos en el cuello, débil, incapaz de usar sus poderes. Poderes en los que había confiado durante toda su vida. Le había robado los poderes a la princesa, se dio cuenta Jane. Era lo que burbujeaba en sus venas.
Nicolai podía absorber los poderes de otra gente y cuando Jane había bebido de su sangre, ella había desarrollado esa habilidad, como la teletransportación.
Probó aún más profundo. Parecía que había miles de voces, miles de flashes de la vida de una niña. Ella escuchó y miró las cosas que afectaban a Nicolai… ¡allí!
Ella vio, escuchó. Odió a la princesa por encima de todo.
—Tu borraste la mente de Nicolai —gruñó mientras volvía de nuevo al presente. Estaba temblando—. Le dijiste, y él lo creyó, que lo había hecho un hechicero.
Laila empalideció.
—No te he dicho nada de eso.
—No tienes que hacerlo —Laila había borrado su mente y limitó sus poderes, luego le concedieron una nueva memoria, lo hizo uno de sus hechiceros. No quería que él la culpara. También había intentado implantar sentimientos de amor y adoración, pero al mismo tiempo que había manipulado sus pensamientos, no había sido capaz de manipular sus emociones.
Y ahora yo puedo hacerlo, pensó Jane. No estaba segura exactamente de cómo usar esa habilidad, así que agarró cada recuerdo que pudo, los metió en un cuadro negro, ocultando lo demás.
—¿Qué estás haciendo? — demandó Laila—. Para… ¿Qué…? ¿Por qué…?
Jane continuó en silencio. Trabajó durante horas, acaparando y rellenando, acaparando y rellenando. Cuando acabó, la habitación estaba oscura y húmeda, su cuerpo tan débil que se había deslizado de la silla.
Se encontró con la mirada de Laila. Una mirada en blanco.
—¿Quién… quien es usted? —el pánico brotó—. ¿Y quién soy yo?
—Ojo por ojo —dijo Jane con una sonrisa forzada. Cuando el sol se puso, cargó con Laila hasta el coche, condujo hasta el pueblo más cercano y la dejó fuera. Estaba sin poderes, sin memoria y sin dinero. Tendría que ponerse al amparo de la caridad de alguien.
Misericordia que podría no encontrar.
Jane volvió a su casa, se puso la túnica y se tiró en la cama. Se imaginó la tienda donde había visto por última vez a Nicolai, pero… no pasó nada. Lo intentó de nuevo… con el mismo resultado.
Lo intentó durante horas, la noche entera. A la mañana siguiente era un desastre sollozante, débil, enferma del estómago. No podía hacerlo. No podía regresar.
La maldición finalmente la había alcanzado.
CAPÍTULO 20
Tres días. Después de tres días, la memoria de Nicolai regresó.
Y ahora, agarrando el reloj, sabía lo que le había sucedido a sus padres. El hechicero de Sangre había lanzado un ataque sorpresa, yendo a por el rey y la reina primero, permitiendo a sus monstruos que lo asolaran todo. Los horribles monstruos de las pesadillas de Nicolai, los que había visto en su dormitorio y en el castillo.
Laila tenía razón. Como la pareja estaba muriendo, lanzaron hechizos por separado. La reina, para enviar lejos a sus hijos. El rey, para provocar necesidad de venganza. Ambos hechizos se habían unido con él y con su reloj. Todos los hijos tenían uno. Incluso Micah, el más joven.
Micah, era sólo un bebé.
Ahora, habían pasado veinte años. Micah sería ya un hombre. A menos que hubiera estado atrapado en un punto intemporal como Nicolai. Si es que aún estaba con vida.
Nicolai sabía que Dayn vivía. Ahora que había recuperado su memoria y habilidades, su mente podía conectar con los otros bebedores de sangre de su familia. Podía oír el tumulto de los pensamientos de sus hermanos. Podía sentir la desesperación del hombre.
Breena también estaba fuera. Había un rumor, estaba viviendo con los Berseker. Imposible. Los Berseker habían sido erradicados hacía tiempo. Por lo tanto, ¿dónde estaba realmente?
Y Jane… su Jane. A veces podía escucharla como podía escuchar a Dayn. A lo lejos, las palabras y las emociones en silencio. No pienses en ella ahora. Podrías colapsarte.
Nunca había llegado a decirle adiós a sus amados hermanos. Tampoco había llegado a decírselo a sus padres. Su padre había deseado tanto verlo casado. Desposado, al menos, y Nicolai había aceptado unirse a alguien. Solo que nunca había podido. En realidad no. Finalmente, había encontrado a la princesa de Brokk, pero nunca había hecho una oferta formal. Y, oh, como su padre había perdido la esperanza.
Como no había podido darle a su padre una novia - si no podía tener a Jane, no tendría a nadie-le daría al final la venganza que había asegurado con su último aliento.
Nicolai sabía que no era demasiado tarde, porque el reloj seguía sonando. Cuando las manecillas se pararan, entonces sería demasiado tarde. Pero las manecillas se estaban moviendo más rápido de lo que solían hacerlo, indicando que el tiempo corría.
Podía regresar a Elden, matar al hechicero y reclamar su derecho al trono. Nada podría pararlo. Mañana, agregó. Nada podría detenerlo mañana. No podía obligarse a abandonar la tienda de Laila. El último lugar donde había visto y abrazado a Jane.
Jane.
Se supone que no deberías pensar en ella.
Más allá de la tienda, oyó el despertar del campo, pasos que se acercaban, y sabía que era cuestión de minutos antes de que alguien se aventurara de nuevo al interior. Se imaginó a la princesa Laila, como lo había hecho antes, encubriéndose a sí mismo en su imagen.
Efectivamente, la puerta de la tienda se elevó y dos guardias entraron a la espera de órdenes.
—Dejad este lugar —se encontró diciendo—. Recoger todo y a todos y volved a casa.
—¿Qué haréis vos, princesa?
—Me quedaré. Ahora iros.
Hicieron una reverencia y salieron, acostumbrados a su brusquedad. Había estado usando ilusiones durante años y se había burlado una vez de sus hermanos, haciéndose pasar por ellos delante de ellos mismos. Se había reído y habían rogado por más.
Los recuerdos hicieron que su pecho se comprimiera. Le gustaría burlarse de Jane de esa forma.
Jane, pensó de nuevo. Su sangre corría por sus venas, calentándole, haciendo que doliera y hormigueara. ¿Cómo iba a vivir sin ella?
No le importaba lo que hubiera hecho en el pasado. ¿Cómo podría? Ella le había confesado su pasado, cuando había estado prisionero y se le había aparecido como un fantasma.
Sabía que creía que la culpaba. Había convencido a Laila de que quería matarla. Aunque lo que quisiera era besarla, abrazarla y decirle lo mucho que la amaba, como no había nada que ella pudiera hacer para ganarse su odio, él la miro, rompió con ella.
Había regresado a su propio tiempo. Para salvarlo. Y ahora, había pasado tiempo suficiente para que temiera que no poseía la capacidad para viajar allí. ¿O era la maldición la que la mantenía allí? La maldición que pensaba que había dejado atrás. Oh, sí, se dio cuenta. Era una respuesta.
Rebuscó en la bolsa de Jane y excavó en su interior, cogiendo el libro. Había buceado a través de sus blancas páginas un millar de veces. Cada una de esas miles de veces se había imaginado lanzando otro hechizo, uno para traerla de vuelta a él.
Sin embargo, ¿cómo podría hacer funcionar un hechizo? ¿Cómo podía eludir la maldición que los separaba? Hasta el momento él no había… pensado en…
Un camino.
Con el corazón galopando, Nicolai encontró una pluma, se sentó en el escritorio de Laila y comenzó a escribir…
Dos semanas después, Jane llegó a casa después de su sesión de jogging a medianoche y encontró una caja en el porche. La misma caja que había encontrado antes. Sabía lo que había en su interior y tragó saliva.
No pasaba un día sin que se acordara de Nicolai, llorara por él, rezara por verlo de nuevo. Se encontró corriendo hacia el porche, agarrando la caja y empujándose a sí misma dentro de la habitación.
Todos los días había cambiado un poco. Ella seguía consumiendo alimento, todavía le era necesario, pero también le era necesaria la sangre. Su jogging de medianoche, ya que no tenía que trabajar la rigidez de sus músculos porque sus músculos ya no se endurecían, se había convertido en su hora de la merienda. El ciervo huía de ella, pero como un león con la gacela, siempre lo atrapaba.
¿El mayor cambio de todos? Estaba embarazada. Se había dado cuenta de la verdad hacia solo unas horas y había estado en shock desde entonces. Tendría que haberlo imaginado antes, después de haber pasado varias mañanas vomitando. Más que eso, la sangre de Nicolai había curado su columna vertebral y sus piernas, ¿por qué no su sistema reproductor también?
Quería ver a Nicolai, necesitaba decírselo. Hacer el amor con él, reír con él, abrazarse a él y no dejarle ir nunca.
La encuadernación crujió cuando abrió la tapa frontal. Había una cinta de color rosa -hecha de un jirón de uno de sus vestidos, se dio cuenta con los ojos llenos de lágrimas. Con el corazón golpeando sus costillas, ella leyó mentalmente, con voz muy temblorosa para hablar.
—Mi nombre es Nicolai y soy el príncipe heredero de Elden. Seré rey cuando mate al Hechicero de Sangre. Y lo mataré. Después de decirle a mi mujer que la amo.
Un ardor se instaló en sus ojos.
—Siempre amaré a mi Jane y soy miserable sin ella. Ella piensa que la desprecio, pero por primera vez en su vida, mi mujer demasiado inteligente, se equivoca. Dije e hice lo que hice sólo por salvar su vida.
—Lo sé —se las arregló para hacer pasar el nudo.
—Su vida es más importante para mí que yo mismo.
Las palabras nadaron. Una vez más, se secó los ojos.
—Pero ella está maldita. Maldecida a perder al hombre que ama. Y ha pasado. Ella lo ha perdido. Absolutamente. Pero ahora… ahora puede encontrarlo. Si no a través de la magia o las habilidades, con su mente.
Jane se secó los ojos con el dorso de la muñeca, temblando, esperanzada, alegre, emocionada y asustada. Asustada porque Nicolai le estaba ofreciendo el mundo y ella no tenía manera de hablar con él.
—Vuelve a mí, Jane. Por favor. Vuelve a mí. Te espero. Te esperare siempre.
El resto de las páginas estaban en blanco.
Oh, Nicolai. Quiero hacerlo. Lo quiero demasiado.
Se puso en pie sobre las piernas temblorosas y se dirigió a la ducha como en trance. Se sentó y dejó que el agua cayera sobre ella, con ropa y todo. Nicolai quería verla, pero ella no podía volver. Cada vez que lo intentaba, perdía un pequeño trozo de su alma.
Y, sin embargo, le dio otra oportunidad.
Cerró los ojos y se imaginó la tienda. Como antes, no sucedió nada. Justo como había temido. Lo intentó de nuevo. Una y otra vez. Sólo cuando el agua estaba fría como el hielo, emergió de su ensimismamiento. No perder la esperanza. Hay otra manera. Sí. Sí. Con su mente, le había dicho él.
Su mente.
La noche siguiente reunió las herramientas necesarias para la transferencia. Rudimentariamente, rápidamente hechas, pero esperaba que fueran suficientes. Se puso la túnica y colocó los sensores de la maquina en los postes de su cama. Temblando, accionó el interruptor y cerró los ojos. Si moría a causa de esto estaría bien. Si se hería, estaría bien. Se negó a dejar que el miedo o nada más le impidiera hacer lo necesario para alcanzar a su hombre. Se negaba a dejar que su bebé no conociera el amor de su padre.
Un ligero zumbido en sus oídos. Una ligera molestia en su estómago. La máquina podría funcionar, se recordó a sí misma, había funcionado con el plástico.
No soy de plástico. Oh, Dios. Jane se imaginó su destino, tratando de usar la habilidad de Nicolai junto a la maquina hecha por el hombre. Varios segundos pasaron. Segundos que sentía como eternidades separadas. Finalmente, sintió como su cuerpo se empezó a calentar… escuchaba el zumbido incrementándose… sintió que la cama desaparecía de debajo de ella… calor… más calor…
El zumbido, se fue. Nada. Ella no era nada.
—Jane, cariño.
Nicolai. Era su voz, muy cerca. Jadeando, levantó los párpados y vio que estaba tendida en el suelo de la tienda, Nicolai cerniéndose sobre ella, con las manos cogiendo sus brazos mientras la sacudía.
Lo había hecho. Había cruzado. Había viajado a él, con su mente de guía.
—Jane —dijo con un suspiro de alivio. No hubo necesidad de más palabras. Todavía no.
Un instante después se estaban besando y arrancándose la ropa el uno al otro. En segundos, ambos estuvieron desnudos yaciendo en el suelo. Sin preliminares. Nicolai abrió sus piernas y empujó profundamente. Clavándose en casa.
Jane gritó, húmeda ya por él, necesitándole igual que necesitaba el aire para respirar. Golpeó hacia dentro y hacia fuera, empujándola a alturas que ella sólo había soñado en esas dos últimas semanas.
Los pezones de ella rasparon su pecho, provocando un incendio. Un infierno. Extendiéndose en ella, consumiéndola, y estalló, gritando, gritando, agarrándose a él, arañándole la espalda. Y luego los colmillos de él estaban en su cuello, y estaba bebiendo, y ella estaba culminando de nuevo, poniendo en ángulo su cabeza y mordiendo su cuello.
Rugió cuando ella bebió de él, sacudiéndose contra ella, yendo aun más profundo, y pronto se corrió en su interior. Glorioso, necesario, afirmándose en la vida.
Cuando se desplomó sobre ella, lo sostuvo con fuerza. No creí que hubiera sido nunca tan feliz. Estaba con su hombre, su amor, su futuro brillante.
—Tienes el libro —dijo él, plantando pequeños besos a lo largo de su mandíbula.
—Oh, sí. Gracias por enviármelo. No podía llegar aquí. Quería como nada volver contigo pero no podía moverme de un sitio a otro en un pestañeo.
Apoyó su peso sobre los codos y miró hacia ella.
—Gracias. Gracias por volver.
—Es un placer —juntó las mejillas—. Te alegrará saber que Laila se encuentra en la misma posición que estabas tú —había visto las noticias. Laila había sido encontrada, enfocaron su imagen, llamando a cualquiera que la conociera. Y hasta que alguien la reclamara, estaría internada en una institución para enfermos mentales con locura violenta.
—Ella no me importa. ¿Cómo estás tú?
—Bien —ahora—. Tengo algo que decirte.
Perdió algo de su buen humor.
—Pareces preocupada. Jane, puedes decirme cualquier cosa. Nunca te odiaré. Nunca me apartaré de ti.
—Yo… ¿recuerdas cuando te dije que no podía tener hijos?
Asintió con la cabeza, con el ceño fruncido.
—Bueno, puedo —la sonrisa creció—. Y lo voy a tener. Me enteré hace unos días. Vamos a ser padres.
Su boca cayó y se cerró bruscamente. La volvió a abrir.
—Jane… Yo… ¡Jane! —con un grito, se inclinó y la besó de nuevo—. ¿Estás segura?
—Sí.
Un nuevo beso.
—¿Estas contenta?
—Sí.
—Yo también —su sonrisa era radiante—. Oh, Jane —la besó una y otra vez, su mano acariciando constantemente su vientre aun liso—. Te quiero y te quiero junto a mí. Dime que te quedarás. Dime que vivirás conmigo. Cásate conmigo.
—¡Sí, sí, sí! —ella reía y le abrazaba con fuerza—. En caso de que no lo entiendas, sí significa sí.
Se rió contra sus labios.
—Aún tengo que regresar a Elden.
—Y lo harás. Conmigo. ¡Te adoro, príncipe, rey o lo que quiera que seas!
—Como yo te adoro a ti, Jane. Mi corazón y mi reina.
—Bien —juntó las mejillas, queriéndole más cada minuto que pasaba—. Ahora iremos a Elden y patearemos algunos traseros.
[1] Siglas en inglés de Attention Deficit Disorder) Desorden de déficit de atención con hiperactividad