1º Casa Real de las Sombras
Érase una vez… el hechicero de sangre venció el reino de Elden.
Para salvar a sus hijos, la reina los dispersó a con el fin de ponerlos a salvo y el rey los imbuyó de la sed de venganza.
Solo un reloj mágico conecta a los cuatro herederos reales… y el tiempo se agota…
Nicolai en Vampiro era célebre por su virilidad, pero debido a un giro del destino, el Oscuro Seductor se había convertido en un esclavo sexual del reino de Delfina... despojado de su preciado reloj y de su memoria. Lo único que conserva es la imperiosa necesidad de libertad… y la única mujer que podría ayudarle.
Un seductor vampiro llama a Jane Parker en sueños, atrayéndola con su oscura sexualidad hacia su reino mágico.
Pero para una humana, no todo era un cuento de hadas en Delfina. Jane era la llave a la memoria de Nicolai, pero aprovecharse de ella significaría condenar a la única mortal a la que desea.
Hace mucho tiempo, en la tierra de los vampiros, los seres que cambiaban de forma y las brujas, el Hechicero de la Sangre había codiciado el único poder que le había sido denegado: el derecho a gobernar. Él y su monstruoso ejército atacaron el palacio real, masacrando a los amados rey y reina de Elden e intentando hacer lo mismo con Nicolai, el príncipe real, al igual que con sus tres hermanos, Breena, Dayn y Micah.
El hechicero tuvo éxito en todo, menos en lo último. No había contado con las ansias del rey por la venganza y el amor de una madre por sus hijos.
Justo antes de expirar su último aliento, el rey usó su poder para llenar a su progenie con una necesidad inquebrantable de venganza, asegurándose que pelearían por toda la eternidad para cobrar su deuda. Y al mismo tiempo, la reina usó su poder para mandarlos lejos, salvándolos. Por el momento.
Solamente, el rey y la reina fueron debilitados, sus mentes desvanecidas con el dolor, y con sus poderes mágicos contradictorios.
Y así, los demás miembros de la realeza estaban obligados a destruir al hombre que había asesinado a sus padres, sin embargo, también fueron expulsados del palacio, cada uno arrojado a diferentes reinos con sólo un enlace a la Casa Real de Elden: un reloj que les habían sido dado por sus padres.
Nicolai, el Seductor Oscuro como lo llamaba su pueblo, había estado en la cama, pero no solo. Nunca estaba solo. Era un hombre conocido por la violencia de su temperamento así como también por la delicadeza de su toque; y después de la celebración del cumpleaños de su hermano menor, se había retirado a su habitación privada para saciarse con su más reciente conquista.
Y fue entonces cuando la naturaleza dual de sus hechizos lo golpeó.
La siguiente vez que abrió sus ojos, se encontró a sí mismo en otra cama, y no con la pareja que había escogido. Todavía estaba desnudo, sólo que ahora estaba encadenado, un esclavo de los deseos que él mismo había evocado en su amante. Deseos que habían sido mezclado con magia y que lo enviaron directamente al Mercado del Sexo, donde rápidamente fue vendido a la princesa de Delfina, su voluntad ya no le pertenecía, su placer ya no era para él mismo, su reloj había sido robado y los recuerdos borrados de su mente.
Pero dos cosas no pudieron arrebatarle, sin importar que tan fervientemente la princesa lo intentara. La rabia fría en su pecho y la devastadora necesidad de venganza en sus venas.
Primero, debía desencadenarse. Segundo, debía paladear su rabia. Primero con la princesa, y después con el hechicero que no podía recordar bien, pero que sabía que debía despreciar.
Pronto.
Sólo tenía que escapar...
CAPÍTULO 1
—Te necesito, Jane.
Frunciendo el entrecejo, Jane Parker puso la nota en la encimera de la cocina. Estudió el libro encuadernado, de cuero marcado que descansaba en una caja sin adornos, rodeado por un charco de terciopelo negro. Unos minutos antes, había regresado de hacer sus cinco kilómetros trotando. El paquete había estado esperando en su porche.
No tenía remitente. Ni había una explicación de cómo esa cosa había sido dejada para ella, ni una pista de quién era “yo”. O de porqué Jane era necesaria. ¿Porque alguien podría necesitarla a ella? Tenía veintisiete años y sólo recientemente había recuperado el uso de sus piernas. No tenía familia, ni amigos, ni trabajo. Nunca más. Su pequeño refugio en Smallest Town Ever, Oklahoma, estaba aislado, apenas un parpadeo en la extensión inmediata de frondosos árboles verdes y un abierto cielo azul.
Debería haber tirado la cosa. Por supuesto, la curiosidad había sobrepasado por mucho a la cautela. Como siempre.
Levantó el libro cuidadosamente. En el momento en que lo tocó, vio como sus manos se cubrían de sangre y gritó, dejando caer el pesado tomo en la encimera. Pero cuando levantó sus manos a la luz, estaban prolijamente limpias, sus uñas estaban aseadas y pintadas por un bonito rosa amanecer.
Tienes una imaginación demasiado activa, y demasiado oxígeno corriendo por tus venas por haberte ejercitado. Eso es todo.
Pura lógica fría, su mejor y única amiga.
El libro crujió mientras lo abría por el medio, donde una cinta rosa hecha jirones descansaba. El aroma a polvo y almizcle se elevó, cubierto por algo más. Algo... delicioso y ligeramente familiar. Su entrecejo se frunció más profundamente.
Se movió en el asiento, una punzada de dolor atravesó sus piernas, y aspiró. Oh, sí. Su boca definitivamente se hizo agua mientras capturaba el ligero indicio a madera de sándalo. La piel se le puso de gallina, sus sentidos hormigueaban, su sangre se calentó. Qué vergüenza. Y, ok, qué interesante. Desde el accidente de coche que arruinó su vida once meses antes, se había excitado solamente por la noche, en sus sueños. Reaccionar así a la luz del día, a causa de un libro... era raro.
No se permitió preguntarse el porqué. No había alguna respuesta que pudiera satisfacerla. En su lugar, se concentró en las páginas que estaba enfrente de ella. Eran quebradizas y amarillentas, delicadas. ¿Y bordeadas de sangre? Pequeños puntos de color carmesí seco marcaban los bordes.
Suavemente rozó con las yemas de los dedos a lo largo del texto escrito a mano, su mirada era interceptada por muchas palabras. Cadenas. Vampiro. Pertenecer. Alma. Más escalofríos, el hormigueo que sentía se incrementaba.
Más rubor en sus mejillas.
Sus ojos se entrecerraron. Por lo menos la colonia de madera de sándalo tenía sentido. En los últimos meses, había estado soñando con un vampiro encadenado y luego despertaba con la fragancia adherida a su piel. Y sí, él era el que la había estado excitando. No se lo dijo a nadie. Entonces, ¿cómo podría algún conocido darle este... diario?
Había trabajado en física cuántica durante años, así como lo que se consideraba como ciencia alternativa, a veces estudiaba criaturas —míticas— y —legendarias—. Había llevado a cabo entrevistas de control con bebedores de sangre reales y hasta diseccionado cuerpos que le llevaban a su laboratorio.
Sabía que los vampiros, los seres que cambiaban de forma y las criaturas de la noche existían, a pesar de que sus colegas del lado de la ecuación de la física cuántica no habían estado al tanto de la verdad. Entonces, quizás alguien se había enterado y esto era una simple broma. Tal vez sus sueños no tenían conexión. Excepto, que siempre le había parecido que pasaban de ella desde que había tenido contacto con cualquiera de sus compañeros de trabajo. Y además, ¿quién haría algo así? A ninguno de ellos le importaba tanto como para hacer nada.
Déjalo ir, Parker. Antes de que sea demasiado tarde.
La orden desde sus instintos de auto conservación no tenía sentido. ¿Demasiado tarde para qué?
Sus instintos no le ofrecieron ninguna respuesta. Bien, la científica que había en ella necesitaba saber que estaba pasando.
Jane aclaró su garganta.
—Estoy leyendo algunos pasajes, y eso es todo —había estado sola desde que meses antes había dejado el hospital, y a veces el sonido de su propia voz era mejor que el silencio—. Las cadenas rodeaban el cuello, muñecas y tobillos del vampiro. Debido a que había sido despojado de su camisa y de sus pantalones, ya que un taparrabos era su única vestimenta, no había nada que protegiera la piel ya salvajemente atacada. Las ligaduras le hacían cortes profundos, hasta el hueso, antes de sanar y abrir una nueva herida de nuevo. A él no le importaba. ¿Qué era el dolor cuando tu voluntad, tu alma, ya no te pertenecían?
Apretó los labios cuando una sensación de vértigo la colapsó. El momento pasó, y luego otro, los latidos de su corazón se aceleraron y golpearon salvajemente contra sus costillas.
Crudas imágenes la recorrieron. Este hombre, este vampiro, atado, sin ayuda. Hambriento. Sus exuberantes labios estaban apretados, sus afilados dientes, blancos. Su piel estaba sorprendentemente bronceada, era tentadoramente musculoso, con un oscuro y despeinado cabello y un rostro tan extrañamente hermoso que la perseguiría por sus fantasías nocturnas en los próximos años.
Lo que acababa de leer, ya lo había visto. Demasiadas veces. ¿Cómo? No lo sabía. Lo que sabía era lo que había en sus sueños, sintió compasión por este hombre, incluso sintió rabia. Y sin embargo, siempre había algo de lujuria cociéndose a fuego lento en el fondo. Ahora, la lujuria pasaba a primer plano.
Cuanto más respiraba, más esencia de sándalo se le adhería. Y más de su realidad se alteraba, como si, su hogar, no fuera más que un espejismo. Como si el vampiro en la jaula fuera real. Como si necesitara ponerse en pie y caminar, no, correr, hasta alcanzarlo. Cualquier cosa por estar con él, ahora y siempre.
Ok. Era suficiente. Cerró el libro de un golpe, a pesar de que muchas preguntas se quedaban en el aire, y se alejó.
Aquella fuerte reacción unida a sus sueños la hizo rechazar completamente la idea de que fuera una broma. No es que ella tuviera puestas muchas esperanzas en esa dirección. Sin embargo las posibilidades que quedaban la molestaban, y se negaba a contemplarlas.
Se duchó, se puso una camiseta y unos vaqueros y comió un desayuno nutritivo. Espontáneamente, se encontró lanzando miradas a la encuadernación de cuero, una y otra vez. Se preguntó si los vampiros esclavos eran reales, y bueno, si podría ayudarlo. Unas cuantas veces, había abierto el libro por la mitad incluso antes de darse cuenta de que se había movido. Siempre salía corriendo como alma que lleva el diablo antes de que la historia pudiera atraparla. Y tal vez por eso el estúpido libro se lo habían dado a ella. Para engancharla, para mandarla de seguro directita al trabajo. Bueno, no necesitaba trabajar. El dinero no era problema para ella. Más que eso, no quería saber más de la ciencia. ¿Por qué debería? Nunca había una solución, solamente daban más problemas.
Porque cuando un pieza del rompecabezas encajaba en su sitio, siempre había veinte más que lo necesitaban. Y al final, nada que hicieras, nada que hubieras esclarecido o desentrañado, podría salvar a aquéllos a quienes amabas. Siempre habría algún tipo idiota que se tomaría algunas cervezas frías en el bar, para luego coger el coche y chocar contra los tuyos. O algo igualmente trágico.
La vida era azarosa.
Jane ansiaba la monotonía.
Pero cuando llegó la medianoche, su mente todavía no se había aclarado en lo que respecta a los vampiros. Rindiéndose, regresó a la cocina, tomó el libro y volvió a su cama. Sólo unos pasajes más, maldita sea, y entonces podría empezar a desear la monotonía de nuevo. La camiseta extra grande se le enrollaba en su cintura mientras apoyaba el libro en sus piernas, abrió el libro a la mitad de la historia, donde el marcador de página todavía estaba, y volvió su atención a las páginas. Durante algunos segundos, las palabras parecían estar escritas en un lenguaje que no entendía. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, estaban de nuevo escritas en inglés.
Perfecto. Muy raro, y seguramente, con suerte, un error de percepción por estar medio dormida de su parte.
Encontró en dónde se había quedado.
—Lo llamaban Nicolai—Nicolai. Un nombre fuerte y exquisito. Las sílabas dieron vueltas en su mente, como una caricia. Sus pezones se pusieron como cuentas, mientras adolecían por un beso húmedo y caliente, y cada centímetro de su piel se ruborizó. Volvió a pensar. Nunca había entrevistado a ningún vampiro llamado Nicolai, y el de su sueño nunca había hablado con ella. Nunca había dado muestras de reconocerla de ninguna manera—. No conocía su pasado o si tenía futuro. Sólo conocía el presente. Su tortuoso y odiado presente. Era un esclavo, encerrado como un animal.
Igual que antes, una sensación de vértigo la recorrió. Ésta vez, Jane siguió adelante, a pesar de que sentía el pecho comprimido.
—Siempre lo mantenían limpio y aceitado. Siempre. Sólo por si acaso la Princesa Laila lo necesitaba en su cama. Y la princesa siempre tenía necesidad de él. A menudo. Sus retorcidos y crueles deseos lo dejaban golpeado y magullado. No es que aceptara la derrota. El hombre era salvaje, casi incontrolable, y tan lleno de odio que cualquier que lo mirara podría ver su muerte en los ojos.
El vértigo se intensificó. Diablos, así como también sus deseos. Para domar un hombre así, para tener todo su vigor centrado en ti, embistiendo dentro de ti... actuando voluntariamente... Jane se estremeció.
Deshazte del ADD[1], Parker. Se aclaró la garganta.
—Era duro, despiadado. Un guerrero de corazón. Acostumbrado a tener el control absoluto. Al menos, pensaba que lo era. A pesar de su pérdida de memoria, era claramente consciente de que cada orden que le daban le crispaban los nervios.
Otro escalofrío la sacudió. Apretó los dientes. Él necesitaba su compasión, no su deseo. ¿Es tan real para ti? Sí, lo era.
—Al menos él tendría unos pocos días de respiro—leyó—, olvidado por todos y cada uno. El palacio entero estaba ansioso por el regreso de la Princesa Odette desde la tumba y...
El resto de la página estaba en blanco.
—¿Y qué? —Jane pasó de página, pero rápidamente se dio cuenta de que la historia terminaba con un inacabado suspense. Genial.
Por suerte, o no, descubrió que habían escrito más hacia el final y parpadeó, sacudiendo la cabeza. Las palabras no cambiaban.
—Tú, Jane Parker —recitó ahogadamente—. Tú eres Odette. Ven a mí, te lo exijo. Sálvame, te lo ruego. Por favor, Jane. Te necesito.
Su nombre estaba en el libro. ¿Cómo es que estaba su nombre en el libro? ¿Y escrito con la misma letra manuscrita que el resto? ¿En las mismas páginas viejas y manchadas, con la misma tinta borrosa?
Te necesito.
Su atención volvió la parte que dirigía a ella. Volvió a leer. Tú eres Odette hasta que la necesidad de gritar sobrepasó a su curiosidad. Su mente se arremolinó. Había muchas posibilidades que podía sugerir esto. Que fuera una falsificación, que fuera genuino, un sueño, una realidad.
Ven a mí.
Sálvame.
Por favor.
Te lo exijo.
Algo dentro de ella respondió a ésta orden más a que a ninguna otra cosa del libro. La necesidad de correr, aquí, allí, donde sea, la sacudió. Siempre y cuando lo encontrara, lo salvara, nada más importaba. Y lo podía salvar, en cuanto lo alcanzara.
Te. Lo. Exijo.
Sí. Quería obedecerlo. Maldita sea, así de mal. Sintió como si una cuerda invisible hubiera sido puesta alrededor de su cuello, y ahora estuvieran tirando de ella.
Temblando, Jane cerró el libro. No estaba buscando a nadie. No esta noche. Tenía que reagrupar las ideas. Por la mañana, después de una transfusión de café en sus venas, su cabeza estaría despejada y podría razonarlo. Eso esperaba Después de dejar el tomo en su mesita de noche, se desplomó en la cama y cerró sus ojos, intentando forzar a su cerebro a mantenerse quieto. Un intento fallido. Si la historia de Nicolai era cierta, estaba atrapado por esas cadenas como ella ciertamente había estado atrapada por las enfermedades de su cuerpo.
La compasión creció... se desplegó.
Mientras él estaba encerrado en su jaula, ella había estado atada a la cama de un hospital, con los huesos rotos, los músculos desgarrados, su mente nublada por la medicación, y todo porque un conductor borracho había chocado contra su coche. Y mientras había estado, estaba, atormentada por la pérdida de su familia, dado que su madre, su padre y su hermana habían estado en el coche con ella, Nicolai había sido atormentado por el contacto no deseado de una sádica mujer. Sintió una oleada de pesar, una rabia que crujía.
Te necesito.
Jane inhaló profundamente, y exhaló suavemente mientras se movía en su lado de la cama, abrazando la almohada más cerca. Tan cerca como repentinamente quería abrazar a Nicolai, confortarlo. Estar con él. Mmhh, no vayas por ahí. No lo conocía. Por lo tanto, no iba a imaginarse durmiendo con él.
Pero fue lo que hizo exactamente. Su difícil situación quedó en el olvido mientras ella se lo imaginaba encima suyo, con sus brillantes ojos plateados llenos de deseo, con las pupilas dilatada. Sus labios estaban rojos e hinchados por haberle estado besando el cuerpo entero, todavía húmedos con su sabor. Lo lamió, saboreándolo, probando su propio sabor en él, deseosa por cualquier cosa que le pudiera ofrecer.
Él hizo un gruñido de aprobación, mostrando sus colmillos.
Su cuerpo grande y musculoso la rodeaba, su piel estaba caliente, pequeñas cuentas de sudor se formaban haciendo que se frotaran y se deslizaran juntos, esforzándose por alcanzar la liberación. Dios, se sentía bien. Demasiado bien. Largo y grueso. Un ajuste perfecto, estirándola perfectamente. Balanceándose, meciéndose, rápido y más rápido, llevándola hasta el borde antes de bajar el ritmo, ralentizándolo, atormentándola.
Le arañó, las uñas recorriendo su espalda. Él gruñó. Subió las rodillas, apretando sus caderas. Sí. Más, sí. Rápido, más rápido. Nunca era suficiente, casi lo era. Más, por favor más.
La lengua de Nicolai entró en su boca, rodando con la suya antes de morderla más abajo, extrayendo sangre, chupándola. Sintió una picadura afilada, y luego, finalmente, oh, Dios, finalmente, se desplomó.
Oleadas de satisfacción recorrieron su cuerpo entero, mientras que pequeñas estrellas brillaban por debajo de los párpados. Sus músculos internos se apretaban y se soltaban, un líquido caliente se acumulaba entre sus piernas. Se dejó llevar por la oleada por unos segundos interminables, minutos, antes de hundirse contra el colchón, sin fuerzas, sin ser capaz de recuperar el aliento.
Un orgasmo, reflexionó aturdida. Un orgasmo alucinante por un hombre de fantasía, y ni siquiera había tenido que tocarse a sí misma.
—Nicolai...mío... —musitó, y estaba sonriendo mientras lentamente se quedaba dormida.
CAPÍTULO 2
—Princesa, princesa, debe despertar…
Jane parpadeó al abrir los
ojos. Un débil rayo de sol entraba en
el dormitorio, un dormitorio desconocido, se dio
cuenta confundida. Su habitación era sencilla, con paredes blancas y una
alfombra marrón, el único mueble era una cama sin adornos. Ahora,
un dosel de encaje de color rosa estaba cubriéndola desde arriba. A su
derecha, había una mesita de noche
tallada y una
copa enjoyada colocada encima. Más allá de eso, una afelpada
y brillante alfombra
llevaba hacia
un arco de
puertas dobles enmarcando un amplio armario lleno de un arco iris de
terciopelos, satenes y sedas.
Esto no estaba bien.
Se incorporó en posición vertical. El familiar vértigo le golpeó, pero no confortablemente, y gimió.
—¿Está bien, princesa?
Se obligó a concentrarse y hacer balance. Una muchacha estaba de pie junto a su cama. Una niña que nunca había conocido antes. Baja y regordeta, con una nariz llena de pecas y pelo rojo rizado, vestida con un grueso vestido marrón que parecía un poco incómodamente apretado.
Jane se echó hacia atrás, golpeándose en la cabecera.
—¿Quién eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí?
Mientras hablaba, sus ojos se abrieron. Sabía cinco idiomas diferentes, pero no estaba hablando ninguno de ellos. Y, sin embargo, entendía cada palabra que salía de su boca.
Ninguna emoción cruzó los rasgos de la muchacha, como si estuviera acostumbrada a que la gente extraña le gritara.
—Yo soy Rhoslyn, una vez criada personal de su madre, pero ahora criada personal para usted. Si usted está de acuerdo en conservarme —añadió, insegura ahora. También hablaba en ese idioma extraño, un lenguaje lírico de sílabas sueltas—. La reina me ha mandado despertarla y escoltarla a su estudio.
¿Criada? ¿Madre? La madre de Jane estaba muerta, junto con su padre y su hermana. Los dos últimos habían muerto en el impacto, un conductor ebrio estrelló su coche contra su lado del vehículo. Su madre... había muerto ante los ojos de Jane, su vida goteando y escapando de ella hacia Jane; su coche apoyado contra un árbol, los cinturones de seguridad les había mantenido en su lugar; las puertas de metal y el techo aplastado por completo habían tenido que ser arrancados. Pero, para entonces, ya era demasiado tarde. Ella ya había tomado su última y dolorosa respiración.
Había muerto el mismo día en que le dijeron que su cáncer había desaparecido.
—No te atrevas a burlarte de mí acerca de mi madre —gruñó Jane, y Rhoslyn se encogió.
—Lo siento, princesa, pero no lo entiendo. Yo no me burlaría de usted mencionando a su madre —cuan asustada sonaba ahora. Incluso con lágrimas en las cuencas de sus oscuros ojos—. Y lo juro, no quise ofenderla. Por favor, no me castigue.
¿Castigarla? ¿Esta era una especie de broma?
La palabra broma era tan familiar como el mareo. Pero, realmente, la broma todavía no encajaba. Colapso nervioso, ¿tal vez? No, no podía ser. Los colapsos eran una forma de histeria, y ella no estaba histérica. Además, estaba la cosa del idioma. Vamos. Eres una científica. Puedes razonar esto.
—¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué aquí?
Su último recuerdo fue la lectura del libro y ¡el libro! ¿Dónde estaba el libro? Su corazón tronó sin control, como una tormenta dentro de su pecho, mientras comprobaba su entorno, una vez más. ¡Ahí está! Su libro descansaba en el neceser, tan cerca, pero tan lejos.
Mío, cada célula de su cuerpo gritó, sorprendiéndola. Igualmente sorprendida, la exactitud absoluta de la reclamación. Pero luego, prácticamente había amado la cosa. Y, oh, maldición. Su sangre se calentó y su piel estremeció, su cuerpo se preparó para la absoluta y total posesión.
Te necesito, Jane. El texto. Recordó el texto. Ven a mí. Sálvame.
Considera esto lógicamente. Se había quedado dormida, soñaba con el toque decadente de un vampiro y, como Alicia en el País de las Maravillas, se había despertado en un mundo extraño, nuevo. Y ella estaba despierta. Esto no era un sueño. Así que, ¿dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué pasaba si...?
Cortó el pensamiento antes de que pudiera desviarse hacia una dirección que no le gustaba. Tenía que haber una explicación racional.
—¿Dónde estoy? —preguntó de nuevo.
Como Jane se deslizaba desde los confines del suave colchón de plumas con revestimiento, la “criada” dijo: —Está en... Delfina —habló con tono de pregunta, como si no pudiera comprender el hecho de que Jane no supiera la respuesta—. Un reino sin tiempo ni edad.
¿Delfina? Había oído hablar de él..., se dio cuenta de un salto. No el nombre, pero lo de “reino sin tiempo”. Algunos de los seres que había entrevistado mencionaron otro reino, un reino mágico, con diferentes dominios fuera de la atención de los seres humanos. En ese momento, no sabía si creer en ellos o no. Habían estado presos, encerrados por el bien de la humanidad. Habrían dicho cualquier cosa para ganar su libertad. Incluso ofrecían escoltarla en ese mundo.
¿Qué pasaba si...?
¿Y si ella había cruzado el umbral de su mundo al otro? Jane finalmente permitió a sus pensamientos llegar a esa conclusión, y su estómago se revolvió enfermándose.
Antes de que el accidente automovilístico le cambiara la vida de manera tan radical, había estudiado mucho las criaturas del mito. Había estudiado la manipulación de la energía macroscópica, intentando lo “imposible” en una base diaria. Al igual que la transferencia molecular de un objeto de un lugar -un mundo- a otro, y había tenido éxito. No con las formas de vida, por supuesto, todavía no, pero con materiales plásticos y otros. Es por eso que se había considerado un riesgo aceptable el interactuar con los seres capturados, vivos y muertos.
¿Qué pasaría si, de algún modo, se había transferido a sí misma? Pero, ¿cómo lo había hecho, se preguntó después, cuando las herramientas necesarias no estaban en su cabaña? ¿Los efectos latentes de su contacto con los materiales antes transferidos, quizás?
No. Había demasiadas variables. Es decir, concretamente, la nueva identidad real.
—Rhoslyn —dijo, manteniendo su estrecha mirada en la chica mientras situaba su peso en las piernas.
Sus rodillas se entrechocaron y sus músculos se anudaron pero, afortunadamente, el mareo no regresó.
—¿Sí, princesa?
Una vez más dio un rápido parpadeo con otra dosis de sorpresa y tuvo que mirar de nuevo. Llevaba un hermoso vestido rosa que no se había comprado y que nunca había visto antes. El material estaba enfundado alrededor de su cuerpo delgado, bailando en sus tobillos.
¿Quién demonios la había vestido?
No importaba. Se centró en el aquí y ahora.
—¿Qué aspecto tengo?
Rhoslyn extendió la mano, y Jane frunció los labios haciendo que se alejara corriendo.
—Por favor, princesa, ha estado enferma. Permítame que le ayude.
—Quédate donde estás —le dijo Jane.
Hasta que descubriera lo que estaba pasando, no debía confiar en nadie. Y sin confianza, no habría ningún toque.
La muchacha se congeló en su lugar.
—Lo… lo que usted ordene, princesa. ¿Quiere que busque algo por usted?
—No, eh, sólo quiero coger algo de allí.
Jane se movió pesadamente hacia adelante. Las fibras de la alfombra eran tan suaves como parecían y le acariciaban los pies descalzos, haciendo cosquillas en las zonas sensibles, entre sus dedos de los pies. Se movía con lentitud, permitiendo que la tensión abandonara sus abusadas piernas. En el momento en que ella se arrastró hasta el libro y se volvió, se sintió normal. Sin embargo, la chica no se había movido, con el brazo extendido hacia la cama, temblando.
—Por fin —se encontró a sí misma diciendo.
Con un suspiro de alivio, Rhoslyn bajó el brazo a su lado.
—Me ha preguntado qué aspecto tiene. Bella, princesa. Como siempre —dijo de forma automática, sin ningún sentimiento real.
La mitad de la atención de Jane permaneció en ella mientras que la otra mitad se centró en el libro. Frunció el ceño. El cuero oscuro estaba intacto. Pasó a la mitad. No había ninguna marca y las páginas eran nuevas, frescas. En blanco.
—Este libro no es mío —dijo—. ¿Dónde está mi libro?
—Princesa Odette —respondió Rhoslyn sin problemas—. Que yo sepa, no llegó con un libro. Ahora, ¿le gustaría…?
—Espera. ¿Cómo me has llamado?
—¿Pr-princesa Odette? Ese es su título y su nombre. ¿Sí? ¿Desea que le llame de alguna forma? O, tal vez, pueda requerir a la curandera, y que ella…
—No. No, está bien.
Princesa Odette, regresando de la tumba. Jane había leído aquellas mismas palabras. También había leído: “Tú, Jane Parker. Eres Odette”.
Se giró y se inclinó hacia el neceser, mirando su reflejo en el espejo. En el momento en que quedó a la vista, se puso rígida. Cabello castaño caía sobre un hombro. Su cabello. Familiar. Sus oscuros ojos estaban vidriosos, con crecientes ojeras debajo. También familiar.
Alargó la mano. Presionó con las yemas de los dedos en el vidrio. Fresco, sólido. Real. Si levantara su vestido, iba a ver las cicatrices que marcaban su estómago y piernas. Lo sabía. No se había convertido en la princesa Odette de la noche a la mañana, entonces. O, maldición, tal vez ella y la princesa tenían el mismo aspecto.
—¿Cómo llegué aquí? —dijo con voz ronca, oscilando en torno a la cara de la chica.
Te necesito, Jane.
Nicolai. Contuvo el aliento cuando su nombre de pronto llenó su mente. Nicolai el esclavo vampiro, encadenado y maltratado. Nicolai el amante, deslizándose en su cuerpo, sus piernas se separaban para darle la bienvenida y, a continuación, apretándole para mantenerlo cautivo.
Ven a mí.
Llegar a él, como si la conociera. Como si le conociera. Pero no lo conocía. Al menos, no que supiera.
Tal cosa era posible, supuso. La teoría de la paradoja sugerida -maldita sea-. No. No iba a suponer sobre la teoría de la paradoja hasta que tuviera más información. De lo contrario, estaría perdida en su cabeza durante días.
Rhoslyn palideció.
—Ayer por la tarde, un guardia del palacio la encontró recostada en las escaleras exteriores. Él la trajo aquí, a su dormitorio. Se alegrará de tener en cuenta que está en las mismas condiciones en que lo dejó.
Quedarse dormida en casa, despertando... aquí. La princesa Odette, regresado de la tumba, pensó otra vez. Alicia en el país de las maravillas.
—Espero que no le importe, por haberla bañado y cambiado —agregó Rhoslyn.
Al rojo vivo se puso el calor en sus mejillas. Un montón de extraños la habían bañado y cambiado los últimos once meses, y se sintió aliviada de que Rhoslyn lo hubiera hecho, mejor que algún sudoroso y jadeante hombre. Aún así. Mortificante.
—¿Dónde está mi camisa?
—Está siendo lavada. Debo admitir que nunca he visto nada como eso. Había una escritura extraña sobre ella.
Cerró el libro y lo apretó contra su pecho.
—La quiero de vuelta —en ese momento, era su único vínculo a casa.
—Por supuesto. Después de que la acompañe hasta su madre, yo -oh, lo siento-. No era mi intención hablar de ella otra vez. La llevaré a... el estudio de abajo y buscaré la prenda para usted —antes de que Jane pudiera hacer un comentario, Rhoslyn añadió a través de sus dientes apretados—: Estoy tan feliz, como lo está toda su gente, que haya vuelto de nuevo a nosotros. La echamos mucho de menos.
Una mentira, sin duda.
—¿D…, dónde estaba?
—Su hermana, la princesa Laila, fue testigo de su caída de los acantilados lo que parece fue hace una eternidad. Después de que fuera apuñalada y drenada por el nuevo esclavo. Aunque su cuerpo nunca fue encontrado, se asumió que estaba muerta, ya que nadie ha sobrevivido a una caída así antes. Deberíamos haber sabido que usted, la favorita de Delfina, encontraría una manera —esbozó una sonrisa forzada que duró un segundo, no más.
Princesa Laila. Ese nombre también resonó en la cabeza de Jane, seguido de “crueles deseos retorcidos”.
—Nicolai —dijo.
¿Estaba aquí? ¿Era real?
La criada se mordió el labio inferior, de repente nerviosa.
—¿Desea usted que le traiga al esclavo Nicolai para usted?
La sangre de Jane se aceleró y se calentó, su piel hormigueó igual que antes. La muchacha sabía quién era. Eso significaba que estaba aquí, que era tan real como ella.
Su mente burbujeó y crujió al igual que su dulce favorito. El libro. Los personajes. La historia, cobraba vida ante sus ojos... Jane ahora parte de ella, profundamente integrada, a pesar de que era otro alguien que ella misma. Por último. Una pieza del rompecabezas se deslizó en su lugar.
El libro podría haber sido el catalizador. Tal vez, cuando ella había leído en voz alta, de alguna manera había abierto una puerta de su mundo a este. Tal vez, Nicolai le había enviado de alguna manera el libro, y ella era su única esperanza de libertad.
—Nicolai —repitió—. Quiero que me lleves a él.
Tenía que verle, y estaba demasiado impaciente para esperar. ¿La conocería? ¿Estaba segura sobre los acontecimientos que se habían desarrollado?
Rhoslyn tragó saliva.
—Pero él es el que la apuñaló y a su madr…, quiero decir, eh, a la reina no le gusta que le hagan esperar. Ella la ha visitado una vez ya, pero estaba profundamente dormida y no podía ser despertada. Su impaciencia crece, y como usted sabe, su temperamento... —sus mejillas se sonrosaron cuando se dio cuenta lo que estaba diciendo—. Lo siento. No quise faltarle el respeto a la reina.
¿Nicolai había apuñalado a Odette, la mujer que Jane se suponía iba a ser? Hablando de un vuelco en la trama que Jane no había visto venir. Maldita sea. ¿Y si trataba de hacer lo mismo con Jane?
Él no lo haría, una profunda y secreta parte de ella le decía. Te necesita. Lo dijo.
—Unos pocos minutos más no le harán daño a la reina.
Quienquiera que la reina fuera, independientemente de lo que supuestamente significara para ella, a Jane no le importaba. Aunque, el hecho de que la mujer estuviera al cargo, su palabra era ley y que al parecer tenía temperamento, la desestabilizó.
—Su hermana…
—No importa —también estaba muerta. Aunque, según el libro, Odette podría tener otra hermana. Otra princesa. Pero, de nuevo, a Jane no le importaba—. Llévame a Nicolai. Ahora.
Es hora de encontrar otra pieza del rompecabezas.
Un soplo estremeció a través de la niña, los segundos hicieron tic-tac por la tensión llena de silencio. Luego: —Lo que usted desee, princesa. Por aquí.
CAPÍTULO 3
Lo llamaban Nicolai. No sabía si ese era su nombre real. No sabía nada sobre sí mismo, la verdad. Cada vez que intentaba recordar, la cabeza le palpitaba con un dolor insoportable y su mente se cerraba. Todo lo que sabía era que él era un vampiro, y las hembras aquí eran brujas. Eso, y que despreciaba este reino y a su pueblo… y los destruiría. Un día. Pronto. Así como había destruido a una de sus preciosas princesas.
La anticipación se precipitó a través de él. Sus captores lo consideraban débil, ineficaz. Lo mantenían al filo del hambre, dándole una gota de sangre por la mañana y una gota de sangre a la noche. Eso era todo. Era objeto de burla y atormentado constantemente. Sobre todo por la princesa Laila. Tan noble, pero mírate ahora. A mis pies, mío para hacer lo que quiera.
¿Noble? Lo averiguaría.
Suponían, sólo porque estaba encadenado y hambriento, que no podía hacerles daño. No tenían idea del poder que se arremolinaba en su interior. Poder que fue enjaulado, como él, pero seguía ahí, a punto de estallar libre en cualquier momento.
Pronto, pensó otra vez, sonriendo misteriosamente.
Hicieron que la curandera atara sus poderes, además de borrarle la memoria, y no mantuvieron ningún secreto de aquellos hechos. Por qué habían hecho esto último, nunca lo habían dicho. ¿Por qué no querían que recordara? Una vez más, lo averiguaría. Lo que no sabían era que la bruja no contaba con la fuerza interior de Nicolai, y ya algunas de sus habilidades se habían filtrado a través de la jaula mental, permitiéndole convocar a una mujer que podría ponerlo en libertad.
Una mujer que había llegado por fin. Urgencia y alivio corrieron a través de él, llevándole paz; volvió a caminar adelante y atrás, adelante y atrás, golpeando con los pies descalzos en el frío cemento, sacudiendo las cadenas. Incluso los guardias se sorprendieron por el milagro de la aparición de la princesa Odette. O más bien, la chica que asumieron era la princesa Odette.
La verdadera Odette estaba muerta. Se había asegurado de ello. Él la había drenado, apuñalado, y luego la empujó sobre los acantilados fuera de este palacio. Excesivamente violento, tal vez, pero un enemigo es un enemigo, y su genio se había despertado. Y, como él había sabido, ni siquiera la más poderosa de las brujas podía recuperarse de eso.
Date prisa, mujer. Te necesito.
Nicolai había pasado innumerables días, semanas, años, -no estaba seguro— con Odette antes de que él la matara. Ella fue la que lo había comprado en el mercado del sexo, después de todo. Había sido una niña cruel, con un gusto por administrar dolor, incapaz de alcanzar el clímax hasta que su indispuesto compañero gritara.
Nunca había culminado con Nicolai.
Permanecer en silencio había sido una fuente de orgullo para él. No importaba los instrumentos utilizados en él, tampoco el número de hombres y mujeres que la perra les permitió tocarlo y usarlo, únicamente había sonreído.
Cuando Odette se lo llevó fuera del palacio, amenazando con tirarlo por el acantilado si continuaba desafiándola, se le dio finalmente la oportunidad de dar el golpe. Había cometido el error de dejarle la mordaza detrás. También cometió el error de dar un paso dentro de su área de alcance, a pesar de que había sido encadenado. Había caído sobre ella, la sujetó y hundió los colmillos en su cuello. Muerto de hambre como estaba, la había drenado en cuestión de minutos. Y después de aquel perdurable, y final trago de vida, la había apuñalado con su propia daga, y sólo para estar seguro, la empujó al precipicio.
Demasiado tarde se dio cuenta el guardia de lo que había sucedido, y Nicolai se volvió hacia él, listo para otro bocado. Habían luchado como animales. Más bestiales que la mayoría, Nicolai había ganado. El guardia nunca tuvo una oportunidad, la verdad. Cuando se les provoca o están hambrientos, los vampiros se convertían en frenéticos y voraces depredadores, impredecibles e incontrolables que olfateaban a su presa.
Cuando drenó su segunda víctima, la princesa Laila se le abalanzó. Después de haber deseado el derecho al trono de su hermana mayor, así como sus pertenencias, incluyendo al propio Nicolai, había observado a Odette, esperando el momento perfecto para actuar.
Nicolai sin querer se lo había dado. Ella y sus guardias se habían movido más rápido de lo que su mirada pudiera seguir, la magia libre les daba fuerza y velocidad, y aunque su primera comida en las últimas semanas lo había recuperado, las cadenas lo hicieron más lento. Había sido dominado con embarazosa facilidad.
Los pasos de repente sonaron, seguidos por la ráfaga de algo dulce en el aire, ambos capturaron su atención. Nicolai se puso tenso y se quedó quieto, sus orejas se movieron nerviosamente, la boca se le hizo agua. El hambre absoluta lo bañaba, el estómago retorciéndose. Debía... probar... mujer...
El deseo no surgió de su mente, sino desde el interior de él. Un instinto, una necesidad.
Por lo general, los pasos anunciaban la llegada de los criados de Laila, enviándolos a arrastrarlo por las escaleras a su dormitorio. En esta ocasión, una pelirroja regordeta giró en la esquina. Respiró hondo, gruñó. No. Ella no era la fuente de esa dulzura.
Nicolai dejó de respirar, esperando que su cabeza se aclarara, aunque sólo sea por un momento. Estaba tan malditamente hambriento por ella... tenía que verla. Arraigó sus pies en el centro de su jaula, el catre detrás de él, barras gruesas delante de él, esperando. ¿Quién sería el próximo en entrar en la mazmorra?
Y entonces, la vio. La mujer convocada. Su –Odette-.
Aspiró otra bocanada. Ella. Era la responsable. Un segundo gruñido se elevó, este directamente de su alma. Debía probar a la mujer.
Ella no olía a la Odette real. Para todos los demás, lo haría. Olería demasiado fuerte a perfume floral mezclado con el lodo crudo de heridas pútridas pruebas de su corazón podrido. Sin embargo, para él... oh, a él... Respiró otra vez, incapaz de parar. Error. La dulzura, más gruesa ahora, casi tangible, empañando su mente. Debía. Probarla. Sus colmillos y encías en realidad le dolían con la necesidad de probarla. Debía probarla.
La estudió, su sangre prácticamente en llamas. Cualquiera que la mirara vería la máscara que su glamour había creado. La ilusión mística de ser otra persona. Pelo tan oscuro como el abismo, los ojos de esmeralda viva, piel tan pálida como la crema. Pero era donde el regalo de la belleza célebre de su padre terminaba, y la crueldad de la fealdad de su madre se reveló. Odette era alta pero densamente construida, con las mejillas hinchadas por el exceso, la mandíbula cuadrada con papada. Sus cejas oscuras eran sustanciales, y se conectaban casi en el centro. Tenía la nariz larga con un gancho definido.
Lo que Nicolai vio, sin embargo, era la mujer que su convocatoria había elegido. La de sus sueños. Sueños en los cuales mantuvo la distancia hacia un lado, mirándolo, nunca hablando. Sueños que no había entendido. Hasta ahora. Todo el tiempo, su magia había sabido que lo que necesitaba.
Ella era tan alta como Odette, pero delgada, con el pelo del color de la miel. Sus ojos inclinados seductoramente, un tono más oscuro que su pelo, y llenos de secretos inquietantes. Tenía la piel ligeramente bronceada y radiante, como si el sol se ocultara debajo. Sus mejillas estaban esculpidas en la perfección, la barbilla obstinada y frágil.
Delicada, sí. Eso es lo que era. Amorosamente delicada, frágil y femenina totalmente deliciosa... Casi quebradiza. ¿La mataría cuando bebiera de ella? Y bebería de ella. No sería capaz de resistir ese olor por mucho tiempo.
El sentido protector en él se elevó, por encima del resto, que no sabía que existía -no por algún extraño-, exigiendo arrastrarla de esto y salvarla de los horrores por venir. Horror del que él era responsable. No sólo de su oscuro abrazo, sino también de la maldad de los que la rodean. La gente de Delfina no saborearía su sangre si ellos se enteraran de la verdad de su identidad. Ellos la escupirían y matarían. Dolorosamente.
¿Quieres tu libertad o la chica fuera de peligro? No puedes tener ambas cosas.
Endureció el corazón. Quería su libertad.
Sus miradas se encontraron un segundo más tarde, un choque de conciencia le arremetió . Tal vez ella también lo sintió, ya que jadeó, tropezando. Ella se enderezó y se detuvo en los barrotes, los ojos ámbar ampliamente abiertos, su exuberante boca rosa abierta, revelando blancos dientes rectos. Tenía un libro.
Pruébala...
Deseaba poder ver su lengua. Deseaba poder capturar esa lengua con la suya. Ese deseo lo sorprendió. ¿Cuánto tiempo hacía que había experimentado la verdadera, excitación?
—Eres real —susurró ella, agarrando el metal con la mano libre. Ella apretó con tanta fuerza que sus nudillos quedaron blancos sin color—. Estas realmente aquí. Y eres exactamente como soñé.
Él asintió con la cabeza rígida y no era la única cosa rígida en él. Su polla estaba llena, alargada, engrosada.
—Soy real, sí. —¿Había soñado con él, como él había soñado con ella? Le gustó la idea.
Hizo un gesto a la criada con una inclinación de la barbilla. Deshazte de ella.
Su atención volvió rápidamente a la muchacha, y ella lanzó otro jadeo de asombro, como si se sorprendiera al encontrar que no estaban solos.
—Te puedes ir, Rhoslyn. Y gracias por traerme aquí.
—Cualquier cosa que necesite, princesa. —Su expresión se suavizó con alivio, Rhoslyn hizo una reverencia. Corrió girando en la esquina y golpeó por la escalera.
—Estas confundida —dijo Nicolai. Cuán dura era su voz, abriéndose paso entre los dientes y cortando su tono.
Un escalofrío se deslizó por su ligera estructura cuando ella lo enfrentó.
—Sí. ¡Un minuto estaba en casa, leyendo un libro… sobre ti! Al siguiente estaba aquí. ¿Cómo estoy aquí? ¿Dónde estoy? Al principio, pensé que estaba alucinando o que se trataba de una broma, pero no es correcto. Sé que no es correcto. Estoy tranquila. Lo veo y siento.
—No es una alucinación, y tampoco una broma. —Profundizó su ceño fruncido, los colmillos cortando el labio inferior. Sólo una probada, una pequeña probada—. ¿Estuviste leyendo un libro sobre mí? ¿Es eso?
La mirada de ella se posó en sus dientes, y tragó.
—Sí. Escrito por ti, creo. —La voz era tan suave y delicada como su rostro—. O por lo menos, parte de él. Pero no, este no es. Este está en blanco. O tal vez sí es, pero la escritura simplemente no ha aparecido todavía.
Por lo que él recordaba, no había escrito ningún libro, y no se lo había enviado a nadie. Eso no significa nada, sin embargo. La memoria de lo que pudiera haber hecho estaba enterrada con el resto de su pasado.
Cerró los ojos por un momento, disfrutando del olor de ella, y sintió que el dolor en las encías se intensificaba. Estaba caminando hacia ella, determinado a tomarla, morderla.
Cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se obligó a sí mismo a detenerse.
La asustaría y gritaría. Los guardias correrían al interior a salvarla.
Podía cubrir su boca con una mano, por supuesto, e inclinar su espalda con la otra, dándose a sí mismo un amplio campo de juego. Podría lamer... por fin, afortunado sabor...
Concéntrate.
—¿Sabes quién soy? —Una vez más, su tono era duro, exigente—. ¿Me has conocido antes? ¿Además de en tus sueños?
—No.
Decepcionante.
—Voy a explicártelo todo. Más tarde —mintió. Cuanto menos supiera, ahora y en el futuro, mejor sería para ella—. Ahora mismo, tenemos que darnos prisa. —Desde que había despertado en el mercado de esclavos -¿semanas, meses, años?- había sido guiado por más de una necesidad de alimentarse y de escaparse. Había sido impulsado por un deseo de alcanzar el reino de Elden.
Tenía que llegar hasta allí. Y pronto. Más que eso, tenía que matar al nuevo rey. No sabía por qué, sólo sabía que pensar siquiera en el hombre le llenaba de rabia. Y cada día que este hombre vivía, un pedazo de Nicolai moría. El conocimiento fue separado de sus recuerdos, que brotaba del mismo lugar que la necesidad de probar a esta mujer.
Probar. ¿Cuántas veces tendría que pensar en la palabra?
Innumerables. Hasta que consiguiera lo que quería, estaba seguro.
—Dame tu brazo. —Se lamió los labios ante la idea de tocarla, de conocer la textura de su piel—. Te marcaré. —Un traguito de su muñeca, y se detendría. Se obligaría a detenerse. Por ahora.
Ella sacudió la cabeza, el cabello color miel bailó sobre los hombros.
—No. Explícame ahora. Después, vamos a hablar sobre lo de marcar, o lo que sea.
Sin duda, la mujer no era tan testaruda como parecía.
—Podríamos ser separados. —Antes de que ella lo liberara—. Quiero saber dónde estás en todo momento.
—Uh, no estoy segura de lo que siento por alguien que sabe dónde estoy todo el tiempo. Pero, de nuevo, vamos a discutirlo. Después.
Muy bien, ella era más terca de lo que parecía.
—Como puedes ver, he sido esclavizado. Torturado. —Pronunciar las palabras lo enfureció aún más. Nunca debería haberse permitido a sí mismo ser colocado en esta situación. Tendría que haber sido más fuerte. Era más fuerte. Pero no tenía idea de cómo había terminado en el mercado del sexo—. Ni siquiera…
—…Sé si tu nombre es realmente Nicolai. Bla, bla, bla, bla. Lo sé. Ya te dije, he leído algunos pasajes del libro. No entiendo esto. —Indicó ella a la cárcel, a él, a su vestido—. Jane, te necesito, dijiste, ¿Cómo sabias escribirme cuando nunca nos habíamos conocido? —La desesperación flotaba sobre ella—. A no ser que yo viniera aquí antes, pero volviera a casa un tiempo antes de que nosotros nos hubiéramos encontrado, y mis sueños eran los ecos de lo que debía ser. Eso significaría que la historia estaba serpenteando , pero por supuesto, eso crea una paradoja, y…
—Basta. —Jane. Su nombre era Jane. De alguna forma familiar, provocó que su excitación se elevara más... y más. Tal vez porque la sílaba era tan suave y lírica como extraña -aunque de acento leve. Enfócate. Si ella hubiera preguntado a alguien más estas incógnitas...—. ¿Qué has dicho a los demás?
—Nada —se rió sin humor—. No los conozco.
—Bien. Eso es bueno. —¿Pero ella lo conocía, a pesar de que sólo se habían visto uno al otro en sueños? ¿Como él había reclamado conocerla en aquel libro? Algo más está pasando aquí—. ¿De dónde eres, Jane?
—Oklahoma.
Oklahoma no era parte de este reino mágico.
—¿Eres humana, entonces? ¿No eres una bruja?
Un batido de oscuras pestañas, momentáneamente ocultando el shock. Y el orgullo.
—Yo estaba en lo cierto. Crucé, ¿no?
—Jane. Te hice una pregunta. —Y estaba acostumbrado a recibir respuestas inmediatamente. Lo sentía en sus huesos.
—Sí, soy humana, y no, no soy una bruja. Pero tú, tú eres un vampiro.
Él asintió con la cabeza. Sabía que este reino coexistía junto al mundo mortal, un mundo en su mayoría ignorante de lo que le rodeaba.
Cruzar, como ella lo había nombrado, ocurría con más frecuencia de lo que debería. Cómo y por qué, sin embargo, nadie lo sabía. Un momento estaría hablando con un cambia formas o luchando contra un ogro, y en el siguiente instante un humano podría estar en su lugar. Y si no era un ser humano, podía ser un objeto inútil y flexible.
La decepción casi derribó a Nicolai. ¿Por qué había elegido su magia a esta mujer? ¿De qué servía un humano aquí? ¿Incluso un delicioso humano? Si a Jane se le pedía realizar un ritual, como a Odette a menudo se le había pedido, le sería imposible. Ella fracasaría. Todo el mundo sabría que ella no era quién decía ser, antes de que pudiera conseguir lo que quería.
Tenía que actuar más rápido de lo previsto.
—Escucha. Yo te convoque aquí, y yo soy el que te protegerá. —Una verdad pequeña destinada a apaciguarla—. No confíes en nadie más. Sólo en mí. —Significaba una mentira para salvarlo. Por una vez ella lo liberaría y él realmente planificaba marcharse. De este palacio, y de ella. Tan inestable como sus habilidades estaban, no podía quitarle la máscara de Odette mientras estuvieran juntos, sin la posibilidad de enviarla a su casa. Además, necesitaba que fuera capaz de viajar libremente a través de este palacio, como sólo una princesa podría. Qué princesa no podía hacer viajes sin restricciones fuera de estas paredes.
En el momento en que ella lo dejara ir, Jane tendría nada más que su ingenio para protegerse.
Se llenó de culpa. Antes de que la emoción tuviera tiempo para instalarse, desarrollar raíces y crecer, él la molió en polvo y dispersó cada partícula. No podía suavizarse. No importa qué tan desesperadamente ansiaba la sangre de esta mujer.
—Entonces, ¿manejas algún tipo de magia? —dijo ella—. Bueno. Puedo adaptarme a la idea de un vampiro mágico. Pero en realidad, un montón de gente asume que la ciencia es magia, por lo que estamos hablando de planos, natural, rúnico, divina o metafísicamente, porque puedo…
—Jane —Era una charlatana. Encontró el rasgo... encantador. Frunció el ceño. ¿Encantador? ¿De verdad? La necesidad de probarla le nublaba el juicio.
Avergonzada, sonrió.
—Lo siento. La curiosidad y los rompecabezas son mi perdición. Por lo menos, solían serlo. Pensé que había llegado a odiarlos, pero, bueno, como puedes ver, ya no es el caso.
Esa sonrisa... nunca, ¿había visto una tan abierta e inocente visión? Otra chispa de culpabilidad se encendió en su pecho, pero de nuevo, rápidamente la enterró y esparció. Más fácil de hacer en esta ocasión, mientras la fuerza de su excitación se intensificaba, convirtiéndose en su único objetivo.
No. Sólo escapar importaba, se dijo.
—¿Por qué yo? —preguntó—. Quiero decir, ¿cómo pudiste convocarme?
Había querido una mujer susceptible a la seducción de un vampiro, una no contaminada por el mal de la Reina de Corazones, una que no tuviera miedo a la sangre, que pudiera comprender su situación. Él no nombró a ninguna de ellas. Conocía a las mujeres o, al menos, pensaba que lo hacía y sabía que eso no jugaba a su favor.
—Ordena mi liberación. Ahora. Rápido.
La frustración de repente irradió de ella.
—¿Cómo? —exigió.
—Invoca a la guardia —dijo—. Diles que me desencadenen, que deseas que me trasladen a tu dormitorio. Entonces, les dices que lleven a la curandera junto a nosotros.
—¿La
curandera? —Barrió una mirada preocupada sobre él—.
¿Te has hecho daño?
No. Pero la curandera había atado sus
recuerdos y poderes, y entonces
esta fácilmente podría liberarlos. Y,
pensó sombriamente, que quería matar a la perra.
—No oigo que llames a la guardia, Jane.
—Luego tus oídos están funcionando perfectamente, Nicolai. Así que, los guardias ¿hacen lo que les digo? —Ella chasqueó los dedos—. ¿Así nada más?
—En sus mentes, tu eres la princesa Odette. La hija mayor de su reina, y pronto serás su gobernante. —Nicolai, finalmente se permitió cruzar el resto del camino a las barras, sacudiendo las cadenas. Acercándose...—. Harán todo lo que les digas que hagan.
Ella soltó el metal y se alejó antes de que pudiera tocarla. Como si estuviera sucio, indigno. Probablemente lo estaba.
—Sí, pero ¿por qué creen que soy Odette?
Un músculo se movió por debajo de su ojo. Su continuo cuestionamiento lo irritaba, sí, pero su distancia lo irritaba más. Cuando estaba cerca, el olor de ella era casi irresistible y delicioso, incluso era probable que babeara.
—Porque...
—¿Por qué?
Bulto terco.
—Debido a mi... la magia vampiro lo hizo —dijo rotundamente. Decirle más era, tal vez, enviarla corriendo. Los seres humanos se asustaban tan fácilmente por lo que no entendían.
Por el momento, necesitaba esta mujer a su lado, y calmada. Aunque, para ser honesto, ella había manejado las cosas muy bien hasta ahora.
—¿Cómo? —insistió.
Él sacudió las barras.
—Haz lo que te he dicho, Jane. Tenemos que darnos prisa.
Ella arqueó una ceja.
—Estás guapo cuando me das órdenes, ¿lo sabías? —El color en sus mejillas brilló y la respiración se volvió superficial—. Y... hueles a madera de sándalo.
A ella le gustaba su olor tanto como a él le gustó el suyo, se dio cuenta. Le excitó. Sus pezones estaban como perlas debajo de la ropa, pidiendo una caricia, un beso. ¿Le temblaba el vientre? ¿Estaba ya húmeda entre las piernas?
Las manos se cerraron en puños a los costados.
—No sé por qué estoy aquí o cómo me capturaron, pero sé que no pertenezco aquí. Sé que si me quedo, voy a ser torturado una y otra vez. Dime que no eres como ellos, Jane. Dime que no te gusta ver a un hombre ser torturado.
Su mirada oscura cayó al metal enlazado alrededor del cuello, luego descendió más abajo, quizás siguiendo las gotas de sangre seca que rodaron en las cuerdas de su estómago antes de detenerse en el taparrabos que estaba como una tienda de campaña.
Otro temblor en ella.
—No —dijo en una brizna de aire rota—. ¿Pero qué sucede si se dan cuenta que no soy realmente Odette?
—No nos van a encontrar. —Esta mentira no le salió sin problemas—. ¿Todo bien? Todo lo que necesitas saber para ayudar la ilusión es que me compraste en el mercado sexual. Tu eres mi dueña. Demanda mi liberación, y escóltame a tu…
El sonido de pasos resonó, y Nicolai apretó los labios. Jane se puso tensa. Una audiencia, exactamente lo que no necesitaban en este momento. Entonces Laila dio vuelta a la esquina, el ceño fruncido estropeaba su ya feo rostro. Era tan ancha y baja como su madre, las mejillas tan acolchadas como Odette, y su papada igual de notable.
Sin la nariz aguileña, sin embargo, ella era la –belleza- de la familia. La longitud de su oscuro pelo fue enrollado en la parte superior de su cabeza, rizos colgaban en las sienes. Llevaba un lujoso vestido de terciopelo brillante verde a juego con sus ojos, aunque no había nada en este reino o cualquier otro que pudiera hacerla atractiva. El mal de su alma era demasiado oscuro.
Un reloj de plata le colgaba de una cadena alrededor del cuello. Nunca iba sin él, y la vista de eso nunca dejaba de torcer el estómago de Nicolai con rabia. ¿Por qué?
Ella se paralizó cuando vio a Jane, se apresuró a suavizar sus rasgos en una cariñosa expresión.
—¿Qué estás haciendo aquí, querida hermana? Y en bata de noche, nada menos. —Una risa ansiosa—. Debes estar en reposo. No queremos que te enfermes, ¿verdad? Ya has sufrido mucho.
Su voz nunca
dejó de repugnarlo, tampoco.
La había escuchado sobre él,
debajo de él, detrás de él, ese caliente
aliento le viajaba sobre la
piel. Ahora, tan cerca
de escapar, tuvo que morderse la lengua
para mantener sus maldiciones
dentro.
Pronto, la destruiría.
Jane tragó saliva, y lo miró.
Haz lo que te dije, Jane, proyectó hacia ella, una parte de él resentía la necesidad de hacerlo. Él nunca había tenido que pedir nada en su vida. Siempre había un agudo dolor estallando en sus sienes, cortando sus pensamientos. Un recuerdo, muerto y enterrado antes de que tuviera oportunidad de vivir.
—Tú eres la princesa Laila. Mi hermana. Sí. —Jane respiró profundamente, enderezó los hombros, y se enfrentó a su –hermana-.
—Es… es mío. Lo poseo. —Lo que le faltaba en convicción lo compensaba con determinación.
Buena chica.
Laila apretó los dientes blancos también, y pasó de un pie con sandalias al otro.
—Sí, pero te habías ido, cariño. Me hice cargo de su cuidado. Él ahora es mío. —Acarició el reloj—. En situaciones como esta, Madre siempre apoya a una única dueña.
—No me importa. Es mío.
—Odette, sé razonable. —Cuán paciente Laila parecía. Una falsedad—. Él trató de matarte una vez, y casi lo consigue. Es demasiado para que tú lo puedas manejar y se ha acostumbrado a…
—He dicho que es mío.
Buena chica, pensó de nuevo. Tan mal, Nicolai deseaba poder dar rienda suelta a un torrente de energía dentro de él, ahora y no después. Aplastaría a Laila, sonriendo cuando ella gritara, riendo cuando ella muriera, luego arrasaría con este palacio ladrillo a ladrillo y bailaría sobre los escombros.
Pronto. La palabra fue una constante en su interior.
Él no sabía qué poderes podía ejercer, o si serían lo suficientemente fuertes para hacer todo lo que quería a este reino. La destrucción absoluta, total. Pero no estaba preocupado. Sus poderes no eran demasiado débiles, levantaría un ejército y se marcharían…
Otro dolor atravesó su cabeza, otra memoria destruida. Siseó de dolor, tenía que aclarar su mente antes de que se apagara por completo.
Ambas mujeres le lanzaron una mirada antes de volver a centrarse en la otra. Pero la atención de Laila rápidamente volvió a él, a su erección, -todavía latiendo con la necesidad de Jane-, y con la boca abierta por la sorpresa.
—Estás excitado.
Silencio, se metió la mano bajo el taparrabos y se acarició la longitud de arriba a abajo, burlándose de ella con lo que nunca había ofrecido voluntariamente.
Laila se atragantó, sus ojos se ampliaron cuando se enfrentó a su hermana.
»¿Cómo se excitó?
—Yo… yo… —Jane se ruborizó tan decentemente mientras sonreía. Tan inocente y dulce, la luz del sol y luz de la luna entrelazados entre sí. Pruébala...
—No importa —espetó Laila, toda pretensión de amor y paciencia se desvaneció—. No importa. Madre está alborotando y exige hablar contigo. Lloró tu muerte durante varios días, y está extasiada por tu regreso. Pero esa felicidad no te salvará de una paliza si sigues desafiándola.
Una madre, que llora a su hijo durante varios días. ¡Qué dulce!, Nicolai mentalmente se burló. Pero entonces, la Reina de Corazones era conocida como una tirana brutal, una puta implacable, una asesina hambrienta de poder.
La propia madre de Nicolai había…
Apretó los dientes contra el dolor.
—He oído que estabas de camino —continuó Laila—, y vine por ti. No quieres hacer esperar a la reina, ¿verdad?
—Yo… yo…
—No. No puedes.
Maldita sea. Jane estaba dejando a Laila dirigirla, demostrando que no tenía la fuerza de voluntad para seguir. Su única oportunidad para escapar se marchitaba a cada segundo que pasaba.
—Laila, no. Yo…
—Tu pobre mente, aturdida aún no se ha recuperado de la caída, ¿verdad, querida? Pero te gusta tener piel en la espalda, sé que te gusta. Guardias —llamó Laila.
Jane retorció los dedos juntos, claramente nerviosa.
—Yo… yo… No hay necesidad. No quiero ser azotada, pero lo que realmente necesito…
Dos guardias armados dieron vuelta en la esquina y se detuvieron detrás de la princesa Laila. Mantuvieron su mira al frente mientras esperaban órdenes.
Si tocaban a Jane, Nicolai los ejecutaría. Les cortaría sus gargantas, y esparciría sus restos. La ferocidad del pensamiento le sorprendió. Jane estaba ahí por un propósito y un único propósito, sin importar si ella actuaba como le gustaría a él o no, y permanecer sin ser tocada por los ciudadanos de Delfina no lo era. Sorprendido Nicolai, no lo era. Nada le impedía atacar a estos hombres a sangre fría. Jane era suya. Su salvadora, suya para manejarla. Únicamente suya. No permitiría a nadie más.
Hasta que él la dejara.
Se mordió la lengua tan fuerte que probó su propia sangre.
—Póngale una mordaza al prisionero y llévenlo a mi habitación —ordenó Laila, y él se relajó un poco. Los hombres no estaban aquí para Jane, entonces—. Mi hermana y yo visitaremos a la reina.
—No —gruñó Nicolai antes de que pudiera detenerse.
—¿No? —asombrada, Laila niveló su atención hacia él. Ella envolvió sus dedos regordetes alrededor del reloj que colgaba de su cuello y apretó—. ¿Te atreves a dar órdenes, esclavo? ¿A mí?
—Odette se queda. —Jane podría haber engañado a los criados y a su hermana, pero ella no encontraría a la Reina de corazones tan ingenua. Ella había preparado a Odette a su imagen, y nadie la conocía mejor. Jane y su lenguaje extraño sería descubierto. Morirían antes de que Nicolai la pudiera utilizar.
Corazón... endurecido.
Ablandado...
Laila tropezó.
—Vas a tratar de matarla de nuevo. Es por eso que la quieres aquí. Lo sé. Eso es por qué estas pretendiendo desearla.
Movió la lengua por los colmillos.
—Tengo que estar dentro de ella. Es por eso que la quiero aquí.
Una vez más, Jane se ruborizó.
—Tu... tú estás mintiendo —balbuceó
Laila—. La odias. no quieres acostarse
con ella.
—La ansío.
Una pausa, cargada de tensión. Movimientos recortados, Laila acortó la distancia entre ella y su hermana, y pasó un brazo alrededor de la cintura de Jane.
—No le hagas caso. Él va a decir cualquier cosa para ganar una segunda oportunidad de hacerte daño. Ven ahora. Yo te protegeré.
—¡No! —Jane saltó de los brazos de Laila y miró a los guardias—. Lleven a Nicolai a mi cámara, pero sin mordaza. Y dile a M-madre que necesito descansar. Voy a hablar con ella más tarde.
Laila palideció cuando los hombres entraron en acción. Segundos más tarde, las bisagras chirriaban cuando la puerta de la celda de Nicolai se abría. Había más pasos, luego una llave fue insertada en la base de metal que lo fijaba a la pared.
Su alivio fue palpable.
—Pero... pero, Odette. Te estas poniendo en peligro —dijo Laila, desesperada.
—Él. Es. mío. Nada más necesita ser dicho.
Palabras equivocadas. La afirmación -él es mío- lo afectaron, dando a luz a un animal salvaje en su interior. Ella, él era de ella, y él la tendría antes de abandonarla, sin importar las consecuencias. Una y otra vez. En todas las formas imaginables. Bebería de ella, y poseería su cuerpo.
No podría detenerse, ningún razonamiento con eso. Ahora no.
CAPÍTULO 4
Los guardias forzaron a Nicolai en la cama, el colchón de plumas se hundió y resopló bajo el peso. Anclaron los enlaces metálicos que se curvaban alrededor del cuello con un gancho de acero en la pared, justo encima de la cabecera de la cama, luego le retiraron las cadenas de los tobillos y las muñecas, solo para esposarlo a las columnas de la cama.
Odette había traído esclavos aquí antes, Jane se dio cuenta. Los postes estaban llenos de marcas, los profundos surcos eran prueba de su resistencia. Una gran cantidad de resistencia. ¿Cuántas veces había sufrido Nicolai este tipo de indignidad con la princesa?
Por lo menos no intentó morder a los guardias, ni trató de hacerles daño, y Jane no tenía que ponerse del lado de un –esclavo- alimentando las sospechas. Ya se sentía como si tuviera un letrero de neón parpadeando sobre su cabeza: Impostora.
Gracias a Dios, Laila no se había dado cuenta de la verdad. ¿Y no era la princesa otra sorpresa? Baja, ancha y con rabiosa-espuma-en-la-boca. Ciertamente, si la Bruja Mala del Oeste se hubiera acostado con Hannibal Lecter, los dos habrían tenido un bebé, el nombre de ese niño sería Laila.
¡Presta atención a lo que está sucediendo a tu alrededor, Parker!
Correcto. Jane céntrate. Observaba, estupefacta, cómo uno de los guardias limpiaba a Nicolai de la cabeza a los pies y el otro le echaba aceite.
Puso el libro en la mesita de noche, considerando protestar por lo que le estaban haciendo, pero no estaba segura de si –Odette- haría una cosa así. Por lo tanto, se mordió la lengua. A pesar de todo, Nicolai permaneció en silencio, la expresión en blanco, pero su mirada, oh, su mirada estaba sobre ella. Las pupilas eran enormes, los iris le seguían brillando con deseo...
Por ella, o ¿por su sangre? Los colmillos de él eran afilados y largos, revelando la profundidad de su hambre.
En este mismo momento, era el poster de un chico destinado al bondage, la sangre y un maldito fetiche. Estaba encadenado, sí, pero tenía el control. Era fuerte, de cuerpo y mente, y de él exudaba algo, feromonas, que hacía que deseara esclavizarlo. Cada célula del cuerpo le dolía, desesperada por conocer su tacto. Él era físicamente el ser más perfecto que hubiese visto.
Mirar como a un hombre orgulloso, fuerte, le obligaban a estar acostado sobre una cama de encaje rosa y volantes, ser preparado para su uso, debería haber hecho que el estómago se le revolviese. Pero ella sólo lo deseaba más.
Se había imaginado cómo sería antes de conocerlo, sí, pero su mente no le había hecho justicia. Era alto, por lo menos de 1.95 cm, con unos amplios hombros musculosos, el estómago liso, y la piel tan suave como el café mezclado con crema. Tenía el pelo hasta los hombros, tan oscuro como la noche, y los ojos del color de la luz de la luna brillando en la nieve, una mezcla de plateado con hilos de oro.
No vio su muerte en los ojos, como el libro había prometido. Vio seducción. Cuántas veces se tuvo que controlar de extender la mano, dejándole –marcarla-, lo que sea que significara, ¿sólo para sentir su piel contra la de ella? Demasiadas. Es por eso que había saltado lejos de él cuando la había alcanzado. Ella temía su reacción, por miedo a que aumentara el deseo que sentía. Ya estar cerca de él se estaba convirtiendo en una necesidad, imprescindible como respirar.
La misma fuerza que la había llevado hasta allí tenía que ser la responsable de lo que estaba sintiendo.
A pesar de que había sido cortado y golpeado, con sangre seca endurecida a lo largo de los brazos y piernas, no tenía una sola cicatriz. De hecho, no tenía un defecto, y punto. Lo más parecido a una imperfección era un camino delgado de cabello oscuro que bajaba desde el ombligo hasta la cintura de su taparrabo y que no era una imperfección era más bien un camino al cielo.
Hablando sobre el destino final de ese mal camino... abajo en la celda, él había estado excitado por ella, y no había tratado de ocultarlo. Se había jactado, llamando su atención sobre la ingle. Con una muy buena razón. Además de en los sueños y fantasías sobre él, ella había estado con un solo hombre. Y aquel hombre no se podía comparar. Dudaba que nadie pudiera. Grande- era una subestimación de Nicolai. Eso era un hecho.
Cuando él se había tocado, pasando los dedos hacia arriba y abajo de su longitud, el cuerpo de ella había dolido en respuesta. Se había olvidado de las circunstancias y se imaginó cayendo de rodillas. Lamiéndolo, bebiéndolo.
¡Mente! ¡Deja de meter el pie en la alcantarilla!
Finalmente los guardias terminaron y se dirigieron hacia la puerta. Ella gritó una orden.
—Dejen la llave —deteniendo a ambos hombres.
El más bajo de los dos la enfrentó y se inclinó.
—Usted tiene la llave de las restricciones, princesa.
Oh. Odette lo habría sabido.
—Bueno —dijo, y tragó con fuerza—, la caída de los acantilados, ha oído hablar de los acantilados, ¿verdad?, debe de haber hecho que me olvide. Usted puede, eh, dejarnos.
Saludó con la mano hacia la puerta, como una princesa haría. Dios, estaba actuando como alguien que no era, como alguien que nunca había conocido y no era divertido.
La puerta se cerró con un tintineo suave.
Giró hacia el –prisionero-, acortando la distancia entre ellos, deteniéndose sólo cuando el borde de la cama la obligó. Una vez más, quería tocarlo, pero ella no podía permitirse ese lujo. Esos dientes... Él podría llevarse su yugular como recuerdo.
—La llave está en el cajón de la mesita de noche —dijo Nicolai, rompiendo el silencio—. Úsala.
Hasta su voz era una delicia. Una fiesta sensual de tonos y matices. Áspera, ronca, una brizna de humo. Ella se estremeció, se lamió los labios.
—Es posible que me invocaras o lo que sea, pero no estás al cargo. Así que escucha. Voy a coger la llave, después de que me digas un poco más sobre lo que está pasando.
—Tú y tus después. —La miró, la larga extensión de sus pestañas se unió para proteger la singularidad de su iris de dos colores—. Esto es un chantaje.
Se le veía irritado aunque también le pareció orgulloso....
¿Por qué orgulloso? Ella respiró profundamente, disfrutando del aroma a sándalo. Mucho más fuerte ahora que cuando ella había soñado o leído el libro.
—Sí, es chantaje, y no daré marcha atrás.
Cruel, pero sospechaba que en el momento en que lo dejara en libertad, primero se alimentaría, y luego correría hacia la puerta, dejándola detrás a ella sin darle una sola respuesta. Tenía el aspecto de una pantera acorralada, listo para morder y huir. Además, no había querido hablar con ella en la cárcel y no lo habría hecho, si no lo hubiera presionado. Por lo tanto, seguiría presionándolo.
—Al parecer, me estoy arriesgando a una paliza por estar aquí contigo —agregó—. De alguna manera me lo debes.
—No lo entenderías —le gritó.
Se había graduado en la escuela secundaria a la edad de quince años. Adquirió su maestría a los dieciocho. Entonces, mientras estaba estudiando el doctorado, se había unido a una rama de alto secreto del gobierno para la investigación de habilidades extrañas y fenómenos, así como para encontrar maneras de explicar lo inexplicable. La única razón por la que había dejado y cambiado el foco de sus estudios de ciencias de la salud era para volver a casa y ayudar a su madre, a la que acababan de diagnosticar cáncer de mama.
—Creo que puedo seguirte —dijo secamente.
Colocó las manos en las caderas, lo que hizo que el material se apretase sobre el pecho.
La mirada de él bajó a los pechos y sus labios se tensaron sobre los dientes.
—Muy bien. Vamos a hablar, después de que me folles.
Ella parpadeó ante tal petición sensual, aun cuando su cuerpo le respondió, preparándose para la penetración.
—¿Qué... por qué?
—Consigues lo que quieres, y yo consigo lo que quiero.
—¿Chantaje? —repitió ella, no tan controlada como sonaba. La sangre le corría a través de las venas a una velocidad alarmante.
—Sí.
Tentador. Muy tentador. Y probablemente quería intimidarla.
—Bueno, yo no voy a ceder.
Uno de ellos tenía que mantener las cosas en un nivel de negocios.
—¿Estas mojada?
La respiración se le quedó en la garganta. Claramente esa persona no era Nicolai. Realmente, ¿qué tipo de pregunta era esa?
—Yo… yo no te conozco, por supuesto, no estoy... yo no puedo hacer... lo que pides.
—Jane. Vi la forma en la que mirabas mi polla. Puedes hacerlo. Por lo tanto, dime. ¿Estás mojada?
—Sí —susurró ella, ruborizada.
Lo había estado mucho hoy. Y solamente aclarando, ella no era esa persona, tampoco.
—Estoy duro por ti.
Lo sé. Cuánto lo sé.
—Eso no importa.
Oh, Dios, le importaba. Quería penetrarse a sí misma en aquella dureza.
—Es decir —se apretó las manos firmemente—. Quiero decir, eh, ¿planeas herirme como heriste a la verdadera Odette?
Hubo un segundo de silencio.
—A Odette, la odiaba. Jane, a ti te deseo.
Esas palabras tan dulces y embriagadoras, aún más potentes, porque no podía acusarle de que sólo era lujuria hacia lo que estaba disponible. Laila, también, lo deseaba fuertemente, pero él no había querido a la princesa en absoluto. Por lo tanto, lógicamente, Jane tenía que creer que se sentía atraído hacia ella como él lo era para ella. Sí, claro. Y no sólo porque estaba temblando y quería desesperadamente que esa fuera la verdad.
Él simplemente podría estar tratando de engañarla.
Oh, genial. Este pensamiento perturbador asomó y se fortaleció en un feo lugar en su interior. Un lugar que no quería que ella fuese feliz. Un lugar que sentía que no merecía ser feliz. Habían tenido fricciones por meses, y más, ganó las batallas. Hoy en día, no podía.
—Si te hago daño, no me ayudes —dijo en un tono suave—. Quiero que me ayudes y no soy tonto.
No, era un hombre sexy.
—Eres un hombre violento. Sé que lo eres.
—Sí.
Su honestidad desinfló el próximo argumento antes de que pudiera comenzar.
—¿Tienes miedo de mí, pequeña Jane?
—Tal vez. ¿Qué pasa si me muerdes? ¿O qué pasa si quieres marcarme?
—Te va a gustar, el mordisco y el reclamo, pero no voy a hacerlo hasta que me lo ruegues. Te doy mi palabra. Ahora. A horcajadas sobre mí —repitió—. Yo también soy capaz de dar placer. Dar y recibir. Eso es lo que vamos a hacer aquí y ahora. Dar y recibir placer mientras hablamos.
Rogar... dulce cielo, si sólo pudiera… Porque en el fondo, en el centro de su feminidad, quería estar con él. Como si hubiera nacido para él, y sólo para él. O hechizada. Pero incluso el pensamiento de la magia no podía disuadirla del deseo por este hombre. El deseo era algo tan familiar como su olor.
—Yo no me voy a quitar la ropa. O mi ropa interior. Acabamos de conocernos. Eso sería, eh, de mal gusto. –Idiota-. Confío en que mantengas tu palabra. Y sólo lo hago por las respuestas —mintió.
—No importa el por qué. Sólo quiero sentirte.
Poco a poco, insegura, se subió encima de él, poniendo una rodilla a cada lado de su cintura. La bata se elevó, revelando la longitud de sus muslos. Así como poco a poco, bajó el cuerpo hasta que su núcleo femenino rozó la erección. Ella abrió la boca con el contacto. Él gimió.
Esto era mejor que su fantasía. Estaba caliente, tan caliente. Duro, muy duro.
—Habla —dijo, aplanándole la palma de la mano sobre el pecho. Aunque antes ella le había dicho que no se quitaría la ropa interior.
Él se arqueó, presionándose con más fuerza contra ella. Se quejaron al unísono, el corazón latiendo de forma errática como el de él. A ella le gustaba eso.
Pasó un momento.
—Has dicho que te gustan los rompecabezas —mencionó con voz ronca. Su mirada se posó en el cuello de ella.
El pulso revoloteaba, como si estuviera feliz de haber ganado su atención.
—Sí.
—Encajamos muy bien, ¿no te parece?
—Sí.
Dios. Sonaba cómo una estúpida. Sí, a esto, sí a aquello. Era como si, él le hubiera quemado todos los circuitos. Estaba encima de él, suspendida sobre su polla. Y le dolía. Dolía como a un adicto a las drogas la necesidad de un pinchazo.
¿Por qué sino ella prácticamente se había arrojado hacia un vampiro?
Él esperó. Cuando ella no dijo nada más, arqueó las caderas de nuevo.
—¿Qué quieres saber, Jane?
Se frotó contra él. Un accidente, se dijo, y sólo una vez, pero lo suficiente para dejar su transpiración.
—Quiero saber... acerca de ti. ¿Acerca de por qué me llamaste para liberarte?
Listo. Ella había encontrado la voz, sin jadear como si estuviera subiendo una montaña. O un hombre bien dotado.
»Nunca me lo dijiste —continuó—. ¿Me veo como la Princesa Odette o algo así? —Si es así, Odette y Laila deben de haber tenido una imagen inusual. El gigante rubio y la niña morena. ¿Celosa?—Quiero decir, me dijiste que, en la mente de todos los demás, yo soy su princesa. —Se frotó otra vez, más fuerte, pero lento, tan lento, e imposible de calificar como accidental. La necesidad la manejaba—. Pero cuando me miré en el espejo, me vi, bueno a mí misma.
Pequeñas gotas de sudor se formaban en su ceño mientras él la encontró, se movió con ella.
—No te ves en nada como ella. Sí, sigue haciendo eso.
—Entonces, ¿cómo funciona tu magia? —rozó con la punta de la erección su punto más sensible, y ella gimió—. ¿Por qué todo el mundo asume que soy ella?
—Cuando te convoqué, yo también cambié mi habilidad de lanzar ilusiones sobre ti, con una proyección de la imagen de Odette. —Sacudió las cadenas intentando bajar los brazos. Cuando se dio cuenta que no podía, frunció el ceño—. Para todos a tu alrededor, con excepción de mí, te ves y suenas como ella. Pero dioses, hueles divina.
—Así que tú lo haces. —Él había hablado de poder intrínseco. Así que muy, muy bueno... eh, interesante. Obtener respuestas nunca había sido tan maravillosamente agonizante en sus clases—. ¿Puedes quitar la ilusión?
El cuero del taparrabos era suave entre las piernas, un sorprendente contraste con su erección, creando una fricción vertiginosa. El corazón le golpeaba contra las costillas con tanta fuerza, que temía que se le rompiesen los huesos.
Ella necesitaba reducir la velocidad, o iba a explotar antes de que la conversación terminara.
—No, no puedo. No mientras estemos juntos. Mi poder... ellos hicieron algo en mí. Me ataron las habilidades de alguna manera, tan cierto como que ataron mi cuerpo.
Él se lamió los labios, mostrando y ocultando los colmillos. Tan fuerte, tan mortal.
—¿Te gusta esto, Jane? ¿Te estoy complaciendo?.
Tanto que le daba miedo.
—Sí.
—Jean baja. Dame un beso.
Otro impulso a obedecer... Ella se quedó quieta. Sí. Quería darle un beso. Sin embargo, sabía que si se inclinaba, si besaba el aliento de sus pulmones como quería que hiciera con ella, tendrían sexo. No serían capaces de ayudarse a sí mismos. ¡Mira lo cerca que estaba a estas alturas ya!
Ella no podía tener sexo con él. Eran extraños. Lo que es peor, él era un vampiro, un bebedor de sangre, y ella había estudiado a su tipo para la investigación. Oh, Dios. Hablar de un estado de ánimo asesino. Si alguna vez la descubría, el estado de ánimo no era lo único que iban a matar.
Él no lo descubriría, ella se aseguraría antes de que entrara en pánico. No se enteraría, ¿y quién más sabía? Nadie. A pesar de que podría preguntarse por qué ella sabía más sobre su fisiología de lo que debería. Al igual que el hecho de que estaba vivo y no muerto, con los mismos órganos básicos de un ser humano.
Además, ella regresaría a casa en algún momento. Tenía esa esperanza. Más que eso, ellos estaban en peligro y con muy poco tiempo. Necesitaba respuestas y no placer. Ni besos.
De mala gana se arrastró fuera de él y se quedó al lado de la cama. Sus rodillas casi se doblaron. Asombrosamente, fue capaz de mantener el equilibrio, ya que sus músculos tenían la consistencia de la gelatina.
—¿Jane?
No podía mirarlo. Podía desearlo. Él era tan condenadamente hermoso, esos ojos tan hambrientos. Por ella. Jane la plana, como los niños en la escuela la había llamado una vez. La tentación de arrojarse y volver sobre él, frotarse en su cuerpo hasta el éxtasis. El olor de él se aferró a ella. Madera de sándalo. Delicioso. Cada vez que lo inhalaba, que le olía, debilitaba su resolución.
—¿Puede alguien eliminar la ilusión? —preguntó, manteniendo su perfil para él—. ¿Mientras estamos juntos?
—¿Por qué me dejaste?
—No estaba concentrada. Yo estaba sólo...
—Pensando en mí. Y el sexo.
Las mejillas de ella se encendieron a medida que asentía con la cabeza.
Lanzó un gruñido.
—Si no vas a obtener placer de mí, al menos siéntate a mi lado. Prefiero tener una parte de ti antes que nada.
Dijo la araña a la mosca. Era un seductor nato. Nicolai sabía cómo atraer, como tentar.
Contra su mejor juicio, estaba sentada. Los dedos de él le rozaron las costillas, y su calor la tenía temblando de nuevo.
—La respuesta a tu pregunta es sí —dijo, hosco todavía—. Si el poder de alguien es mayor que el mío, mi ilusión se puede romper. Pero no voy por ahí pidiendo una cosa así. Tú no deseas que las brujas de aquí sepan lo que hice por ti.
Ella esperó, tensa y silenciosa, que él siguiese adelante. No lo hizo. Finalmente, ella jadeó. —No se puede dejar esto así. ¿Qué ocurre si se descubre la verdad?
Otra ronda de silencio.
Las palpitaciones aumentaron de velocidad.
—¿Qué pasa si tu magia no funciona mientras yo esté aquí?
Una vez más, esperó. Él no se apresuró a asegurarle que todo estaría bien. Todavía no hay necesidad de entrar en pánico. Todavía no.
—Aliméntame —dijo, los colmillos se extendieron sobre el labio inferior— me va a fortalecer. Nadie será más fuerte que yo.
Las últimas palabras las dijo arrastrando.
Una parte de ella temblaba de placer, la otra mitad se estremeció de miedo. Los vampiros en el laboratorio eran alimentados con bolsas de plasma. Nunca la habían mordido. Nunca había querido que la mordiesen. Hasta ahora. Si alguien podía hacerla disfrutar de algo así, era este hombre.
—Voy a pensar en ello. Ahora vamos a retroceder un poco. Si tú puedes hacer que alguien se vea como la princesa, ¿por qué me convocaste específicamente?
¿Por qué ponerla en semejante peligro? No es que realmente la hubiese querido a ella, y sólo a ella. Recordó su desprecio cuando se dio cuenta que no era más que un ser humano, recordó su sorpresa.
—Te pregunté antes, pero nunca respondiste.
Se inclinó hacia ella, obligando a sus dedos a alcanzar la piel de él. Un ruego silencioso, una demanda para establecer contacto.
—Yo no te llamé en particular.
Ella ya se había dado cuenta antes de que hablase, pero escucharlo, confirmarlo la deprimía. Tuvo que permanecer en igualdad de condiciones con él, a pesar de que estaba encadenado, siguió saltando al siguiente nivel sin ella.
—¿A quién prefieres llamar, entonces? —preguntó, trazando una X al lado de su ombligo. Ella parpadeó. ¿Su ombligo? ¡Maldita sea! La fuerza de voluntad succionada. Se había dicho que no lo tocaría así, por supuesto, a la primera oportunidad lo que hizo fue reclamar el ombligo como su propiedad privada.
—¿Jane?
Su voz profunda la sobresaltó, y se sacudió irguiendo la columna vertebral. Un instante después, su mirada se unió a la de Nicolai. Fue un error. Ojos líquidos de plata, ardiendo con pasión. Una expresión lánguida que enmascaraba un mar de deseos.
—¿Sí?
Peligro, Jane Parker, peligro.
—Te he perdido, a pesar de que estoy teniendo esta conversación sólo porque así lo deseabas. Podríamos estar haciéndolo.
—Lo siento —dijo antes de que pudiera terminar.
No había razón para descubrir si lo que él pensó que podría estar haciendo encajaba con sus propios deseos, y chocaba con todas las razones para no hacerlo. Metió las manos debajo del trasero, el peso las dejaría en el lugar. Ojalá.
—Voy a prestar atención de ahora en adelante.
Él movió la lengua a uno de los colmillos, y ella no podía dejar de imaginar esa lengua agitándose entre sus piernas.
—Convoqué a cualquiera que me salvara.
Oh, Dios mío. Sus huesos se derretían. Subir encima de él por segunda vez en realidad podría ser una buena idea, se dijo. Ella sería capaz de oírlo mejor. Sí, sí, porque estaba teniendo problemas para escuchar. Y él... ¡Maldita sea!, pensó de nuevo. ¡Sabía que no debía mirarlo!
Se aclaró la garganta.