—Micah es un amor, sí —sus ojos se abrieron, con una huella de dolor regresando—. Micah. Sí, ese es su nombre. Me pregunto dónde estará, dónde estarán todos, que estarán haciendo.

—Ya lo recordarás, tal como recordaste el nombre de Micah. Y tal vez no necesites a una curandera para hacer eso. Estos recuerdos volvieron sin ella.

—Tal vez regresaron gracias a ti —la mirada de Nicolai volvió a ella. Él la vio

fomentando su sonrisa y se humedeció los labios, su expresión cambió una vez más. De nostalgia a caliente, con sus mejillas ruborizándose, con sus colmillos asomando. Pequeñas gotas de sudor aparecieron en su frente.

—¿A mí? —Ante la salida de los rayos del sol se quedó en silencio, con sus dorados rayos sobre el campo. Aunque se mantenía en las sombras, su piel bronceada pareció brillar. Sus ojos se arremolinaron, como plata líquida, hipnotizándola.

—Sí. Eres el único cambio en mi vida —dijo. Su atención se movió a sus pechos, y sus pezones se perlaron hacia él, como si estuvieran desesperados por complacerlo—. Mía —añadió él, recordándole a la bestia en que se había convertido en el interior del palacio.

Esta vez, la bestia le encantaba. El hormigueo se reavivó, más intenso y propagándose rápidamente. Podría haber gemido. Podría haber levantado sus caderas, buscando más de su calor. Era difícil decirlo, porque sus pensamientos estaban tan consumidos con lo que deseaba, necesitaba, de él.

—Sigue diciendo eso —Él siguió con la esperanza de que fuera verdad. Pero no se habían hecho ninguna promesa el uno al otro, sólo habían declarado su deseo mútuo. Y no tenía idea de cuánto tiempo estarían juntos. ¿Una hora? ¿Una semana? ¿Un año? Eran literalmente de dos mundos diferentes, y ella podía regresar tan repentinamente como había aparecido.

—Mía —dijo él con más fuerza, tal vez sintiendo sus dudas.

—¿Qué quieres decir con eso? Explícate.

—Que te deseo. No hay secreto de ello. Tú me deseas, también.

Dios, las frases cortas y abruptas eran sexys como el infierno. Como si su mente estuviera cerrada por un pensamiento de placer y nada pudiera penetrar en su determinación de tenerla. A ella y sólo a ella.

Pero... ¿Podría realmente satisfacerlo? Más que ser de dos mundos diferentes, eran personas completamente diferentes. Uno, a él lo habían maltratado. ¿Le asustaría las cosas que deseaba hacerle? Quizás sí, quizás no. Hasta ahora no lo había asustado nada. Dos, estaba claro que sabía cómo conducirse alrededor de un cuerpo femenino.

Odette y Laila habían estado dispuestas a esclavizarlo para experimentar la alegría de su cuerpo. Jane sabía cómo complacer a un hombre. Sabía lo que les gustaba, pero no tenía idea de lo que otro hombre querría.

Su relación anterior había durado tres años, terminando con su accidente. No por él.

Spencer había querido quedarse a su lado. Ella lo había apartado, con demasiado dolor asolándola para tratar con él o con nadie. Y el simple hecho era, que ya no lo deseaba. De ninguna forma. Lo había intentado, realmente lo había hecho, para obligarse a desearlo de nuevo. Había planeado una cita, con toda la intención de seducirlo. Sin embargo, incluso la idea de besarlo la había hecho enfermarse y lo había enviado directamente a casa después de la cena.

Por lo tanto, el hecho era, que Spencer y ella habían hecho todo lo que los amantes podían hacer, y no tenía ninguna otra experiencia. Ninguna. En la escuela, había sido mucho más joven que sus compañeros de clase, por lo que nadie la había deseado. Después de eso, había estado demasiado ocupada. Spencer había sido el primer hombre en distraerla lo suficiente como para empezar algo.

Esa falta no la había molestado antes. No había habido tiempo para reflexionar, ni siquiera cuando se había deslizado en la espalda de Nicolai. Había estado demasiado ocupada tratando de averiguar qué le había pasado, tratando de sobrevivir a su repentina aparición ahí.

Ahora, sin embargo, quería ser perfecta. La mejor. Quería complacer a Nicolai de la forma en que la había complacido en su fantasía.

Ella había disfrutado del sexo. Y se lo había perdido todo, a pesar de su falta de deseo, todos esos meses. En realidad, había pasado casi un año. Sobre todo, había amado y perdido el resplandor en los brazos de un hombre, absorbiendo su calor, hablando, riendo.

—Te has perdido en tus pensamientos — Nicolai maldijo en voz baja, pero no había humor en el trasfondo—. Estoy intentando resistirte, Jane y no lo estoy logrando. El desafío de involucrarme en tu atención no está ayudando.

—¿Por qué? —una súplica entrecortada—. Quiero decir, ¿por qué estás tratando de resistirte?

—Necesitas tiempo para recuperarte. Y hay algo que debo decirte primero. Algo que no te gustará.

El estómago le dio calambres.

—¿Qué es? —un latido, dos—. Sin mis recuerdos, no puedo estar seguro de... si una mujer puede estar esperándome...

Otro calambre.

—Oh, Dios. ¿Eres casado?

—No. No, eso lo sé. Justo antes de mi aparición en el mercado sexual, estuve con una

mujer... con una sierva. Sí. Me acuerdo de eso. No hubiera estado con una sierva si hubiera estado casado. Pero podría haberme prometido a otra.

Podría haberlo hecho... No. No era posible.

—No lo has hecho —eso lo dijo con un repentino aumento de confianza.

Él era demasiado posesivo para haber dormido con una sirvienta si una novia lo hubiera esperando.

Un rayo de esperanza iluminó su expresión.

—Menciono esto sólo como una posibilidad, no una realidad. Podría no desear a nadie como te deseo ahora mismo. —se dobló sobre ella un segundo más tarde, con su boca justo por encima de la suya. Su respiración era superficial, con las manos ancladas junto a sus sienes, con su erección presionada entre sus piernas.

 

Finalmente. El contacto que había anhelado. Él era el suyo, suyo, suyo solamente. No podía creer nada menos.

—Puedes no conocerte a ti mismo, pero creo que yo te conozco —dijo.

—Confía en mí, nadie está esperándote.

Ella no estaba siendo terca o ciega al respecto. Descartando su naturaleza posesiva y el hecho de que cualquier mujer con la que él se comprometía tenía toda su atención, era un vampiro y los vampiros se emparejaban para toda la vida. Físicamente no podían ser infieles. Las investigaciones lo habían demostrado. Por lo tanto, con recuerdos o sin ellos, no reaccionaría con Jane si su corazón perteneciera a otra.

—Tal vez soy una persona horrible, porque no me preocupo por una desconocida que no tiene rostro —dijo él—. No puedo resistirte. No voy a resistir. No me niegues, Jane. Debo probarte, todo de ti. Por favor. —no esperó respuesta, sino que se inclinó el resto del camino.

—Nicolai —tenía intención de decirle que ella tampoco podía resistirlo, y nunca se negaría a él, que no era una persona horrible, pero las palabras se perdieron en un beso ardiente mientras unían sus labios. Su lengua empujó pasando sus dientes y rodó con la de ella. Caliente, tan caliente. Sabía menta y a caramelos... Mmm. Sí, a dulces. A azúcar, a todos los sabores, consumiéndola.

Incapaz de contenerse, deslizó sus dedos en su pelo.

—Sí. Por favor. Por favor —dijo ella, finalmente rogándole. Sus uñas acariciaron su cuero cabelludo, sujetándolo hacia sí.

Necesitaba más, tenía que tener más, todo lo demás quedó olvidado. Sus rodillas se apretaron a su cintura, y se estremeció contra él. Un abierto grito de alegría se escapó de sus labios. ¡Dios! La sensación de su erección contra ella era alucinante, rompiéndola, necesitándola, mejor que cualquier cosa que jamás hubiera conocido. Tal vez porque estaba tan malditamente mojada y lista. Así que lo hizo de nuevo, se balanceó, se frotó y jadeó.

Con un gruñido de aprobación, él le metió la lengua más profundamente. Sus dientes llegaron a unirse. Vertiginosa fricción, bienvenida, pero tortuosa mientras su necesidad brincaba a otro nivel. Luego ladeó la cabeza para tener un contacto más profundo, y ella sintió el roce de sus colmillos. No, era necesario. Era una verdadera necesidad sin diluir. Quería ser mordida, una y otra y otra vez. Ser todo para él. Su amante, su sustento, su respiración.

Su sangre estaba insoportablemente caliente, con su estómago temblando. Una y otra vez el beso continuó, hasta que no hubo más oxígeno en sus pulmones. Hasta que Nicolai era su único salvavidas.

—Por favor —gruñó ella—. Hazlo.

—Dioses, Jane. Eres... eres como el fuego. Y yo quiero quemarme.

—Sí —le pasó la lengua hasta el pulso latiendo en la base de su cuello. ¿La mordería por fin? Pero no, continuó lamiendo su pulso, chupándola mientras una de sus manos ahuecaban un pecho y se lo amasaban. Le pellizcó el pezón palpitante, y una lanza de deliciosa sensación atravesó su cuerpo completamente.

Cielo e infierno, tan dulce que se ofrecía... lo cerca que estaba ella de caer al vacío. Pero cuando lo hiciera —por favor, que se lo permitieran—. ¿Dónde aterrizaría? ¿En las nubes o en pozos de fuego? Sólo había una manera de averiguarlo...

—¿Nicolai?

—Sí, cariño —susurró.

Cariño. Su novia.

—Muérdeme.

—Jane —un gemido—. Me tientas. No debería.

¿No, porque aún creía que necesitaba sanar? ¿O porque una parte de él aún creía que

otra mujer estaba allí, esperando por él? Si lo imposible sucedía y estaba comprometido...

¿Por qué imposible? se preguntó después. Jane estaba ahí, ¿No? Nada era imposible.

El conocimiento causó que zarcillos de duda subieran a la superficie. Jane despreciaba a los tramposos, pero también odiaba las historias que obligaban a dos personas a permanecer juntas por un sentido del deber, en lugar de amor.

Nicolai no estaba enamorado. Y si hubiera una mujer, ¿por qué no lo había buscado? ¿Por qué no lo había salvado? Una vez más, Jane pensó que no podía estar comprometido. Ninguna novia habría dejado ir a ese tipo. Por lo tanto, Jane podría contar con él.

Sin embargo, no deseaba su resentimiento. O que tuviera una sensación de presión. O que lamentara lo que hacían.

—Está bien. Nosotros no…

—Lo haremos. Eso sí, no quiero hacerte daño —alivio. Mucho alivio, éxtasis brillando dentro de su alcance.

—Nunca podrías hacerme daño. Nicolai, por favor. Hazlo. Sí, sí, por favor. Rogaré si es necesario. Tengo que tener más... —sus colmillos volvieron a su cuello y rozaron su fabulosa piel.

—Debo probarte, moriré si no lo hago.

—Hazlo —siseó dejando escapar un suspiro y se puso rígida mientras mentalmente se preparaba para el ataque. De placer o de dolor, no estaba segura. Lo único que sabía era que necesitaba eso.

Él arrastró en un suspiro tembloroso.

—¿Estás segura? No tiene que hacerlo. Puedo detenerme.

—No te detengas. Por favor, no te detengas. Desconfío de lo desconocido.

—No temas, pequeña Jane. Tendré cuidado contigo. Me controlaré —luego, con agónica lentitud, hundió los colmillos en su cuello, chupando de ella, tragando su sangre.

Ni una vez ella sintió dolor, pero el placer, oh, Dios, el placer... exactamente como lo había imaginado, hermoso de la forma más erótica. La pieza que faltaba en el rompecabezas de su vida.

La quemadura de su boca, la succión de su lengua, tanto desenfreno causaba reacciones en su cuerpo. Ella llevó las manos a su espalda, tirando de su cabello, perdida en una dicha que debería haber sido imposible. Pronto estaba retorciéndose y contorsionándose contra él, desesperada por terminar.

Él ronroneó contra ella, con su aliento cálido. Entonces, algo caliente, tan maravillosamente caliente, entró a su sistema. Y bien, no había conocido el placer antes de ese momento. Ese era el placer. El placer en su forma más pura. Fuerza, calor, energía. Sentía esos, también.

Su prisa se convirtió en un objetivo único para la satisfacción de Jane.

Ella se bajó contra su erección, una y otra vez, estremeciéndose un poco con la sensación que se dirigía a través de él cada vez que tragaba. Dios. Podía subir como una montaña. Podría comérselo, con una deliciosa mordida a la vez. Podría permanecer en sus brazos para siempre.

Él soltó su vena.

—Tengo que dejar de... no puedo tomar... demasiado.

No había tal cosa como demasiado.

—Toma mucho más.

—Te prometí tener cuidado —lamió las punciones, disparando más calor líquido a su

sistema. Gruñó—. Ahora que estás marcada. Eres mía.

Suya, como él era de ella. Suya y de nadie más.

Tan bueno. Nunca había probado algo tan dulce.... Era ya… adicta. Sí. Adicta.

Él era una droga. Su droga, y dudaba que hubiera una cura. Con los analgésicos, había tenido que dejar de usarlos. La retirada había sido una pesadilla. Sin embargo, sabía con claridad repentina, sorprendente que aquellos no se comparaban con lo que había experimentado sin Nicolai.

Volvió a colocar la mano en el pecho, con la boca agitando su candente lengua sobre su

pezón, disparando más de esas lanzas gratificantes a través de ella. No mordiéndolo, no, no todavía. Ella quería que él la mordiera en todas partes.

—Por favor, Nicolai.

—Cualquier cosa que quieras, te la daré.

Ella se arqueó hacia él, envolviéndolo con sus tobillos a la altura del coxis. La longitud larga y gruesa de su erección la golpeó, con más líquido empapando sus braguitas.

—Lo quiero todo.

Seguía llevando el cinturón, pero la piel debía estar agrupada, liberando su pene, porque podía sentir el calor de su piel sedosa y suave, sin embargo, oh, tan duro, empujando el algodón en un intento por sacarlo del camino. Sólo un poco más, y estarían piel con piel. Fuerza con mojado.

Suspiró a eso. Lo deseaba con cada fibra de su ser. Sin embargo, Nicolai tenía otros planes. Continuó su viaje hacia abajo, trazando sus cicatrices con su lengua, llevando a su ombligo. Tendría que sentirse humillada por la decadente atención, pero estaba también estaba excitada. Se le puso la piel de gallina, sensibilizando su piel a un grado casi insoportable.

—Mía —gruñó.

Sí. ¡Sí! Suya. Siempre. Ella frunció el ceño. No, no siempre. Las repercusiones de su amor la golpearon como un martillo en la cabeza. Ella podía irse a casa en cualquier momento. Esto no era permanente, y no podía olvidar ese hecho. No podía apegarse a él. A esto.

Ya lo estás.

Sí, lo estaba.

¿Cómo podía volver a su antigua vida ahora? Había probado el fruto prohibido, era adicta como había sospechado y necesitaba más. Más de sus manos y su boca y sus dientes y sus dedos.

Más del calor y de la dulzura y de la ferocidad. Pero si ella no terminaba eso, si trataba de huir ahora, siempre se preguntaría qué podría haber sucedido. Por lo tanto, se preocuparía de las consecuencias más tarde. Ahora, simplemente disfrutaría.

—Mía —repitió él.

—Sí —ella estaba de acuerdo.

—Me deseas.

—A ti y sólo a ti.

—Estás tan húmeda para mí. Puedo sentirlo, sentir lo lista que estás.

—Lista para ti y sólo para ti —se estaba repitiendo, pero no le importaba. Las palabras eran ciertas.

—Estás tan caliente para mí.

—Sí.

—Me darás todo.

—Sí, yo… —los pensamientos de Jane se descarrilaron por completo. Finalmente él estaba allí, entre sus piernas, empujando sus bragas a un lado. Ella ancló sus pantorrillas sobre sus hombros mientras su lengua la acariciaba.

Con el primer contacto, ella gritó. Tan bien, tan condenadamente bien. La lamió, chupó y mordió, haciendo crecer su deseo a un punto álgido. Tan cerca, más cerca que nunca.

—¿Te gusta?

—¡Me gusta!

Sus dedos se unieron a la obra. Primero, hundiéndose dentro y fuera, y luego otro, dentro y fuera, dentro y fuera, estirándola, preparándola para su posesión.

—Podría quedarme aquí para siempre —jadeó.

Ella era incapaz de responder, con el poco aliento que le quedaba atrapado en su garganta.

—Aquí también sabes tan dulce.

Un sonido escapó de su nudo. Un gemido.

—Córrete para mí, mi amor —era una orden del animal que había estado en el palacio, cayendo en un frenesí desesperado, conquistador—. Déjame ver esa hermosa luz en tu cara —con eso, la mordió, allí, entre las piernas.

Chupó la sangre que goteó, y luego, gracias a Dios, disparó lo que sus colmillos

habían producido directamente dentro de su núcleo.

Chispas de felicidad absoluta se encendieron, luego se extendieron, rápidamente quemándola de arriba a abajo. Cada músculo que poseía se cerró, sufrió un espasmo, disparándola a las estrellas. Otro grito la dejó, éste rompiendo la luz del día.

El clímax fue intenso, demoledor. Después, Nicolai se cernió sobre ella, con una de sus manos rasgando sus bragas, con su pene sondeando su entrada. Sus ojos eran brillantes con purpurina, sus colmillos un determinado ceño fruncido. No de ira, sino de necesidad agónica.

—Más —dijo él con dureza gutural—. Déjame tenerte, ahora —gruñó.

Justo antes de empujar en su interior, los arbustos a su izquierda sacudieron sus hojas bailando juntas. Su atención se movió hacia allí, con un gruñido de pura amenaza.

Jane estaba demasiado perdida en la agonía de la pasión para prestar atención.

—¡Nicolai! Por favor. ¿Qué esperas? Hazme tu mujer de verdad.

—Proteger —se levantó en posición vertical, cortando todo contacto. Ella se estiró a por él, pero él se colocó delante de ella, actuando como su escudo.

El tiempo del placer había terminado. Había llegado el tiempo de luchar.

 

CAPÍTULO 9

La forma en que Nicolai se transformó de tierno amante a guerrero y salvaje vampiro sorprendió a Jane. Estaba desnuda -las bragas rotas no contaban-y su campo había sido invadido. Por gigantes.

Cuatro.

Los cuatro la estaban mirando de arriba y abajo como si fuera costillas a la parrilla y ellos vegetarianos.

Uno por uno, confirmaron sus pensamientos.

—Fea, —dijo el más alto, prolongado la f.

—Horrible.
—Gorda.
—Mujer —dijo el más bajo. Que medía por lo menos casi dos metros.

El resto de ellos se encogieron de hombros, con la señal universal que decía “Supongo que será suficiente”. Al parecer, Odette y Laila no eran muy similares, pero el sexo era el sexo. Podían encontrarla repelente, pero aún así la utilizarían. Sus miradas eran húmedas y no se despegaban de sus pezones, la saliva les goteaba desde las esquinas de las bocas.

Los vegetarianos ahora se habían convertido en carnívoros.

Jane se estremeció. Lo mejor de su bata, pensó, era la facilidad de ponérsela. Agarró el material todavía colgando de la rama donde la había tirado por encima de su cabeza. Boom, hecho. Estaba vestida y lista para enfrentar al nuevo peligro en su vida.

Había esperado la batalla con los guardias de Laila en algún momento, pero mientras agarraba dos de sus dagas de madera, se dio cuenta de que los gigantes no eran tan humanoides como los guardias lo habían sido. Sus ojos eran brillantes y rojos, como dos soles carmesí pasando por los abismos del infierno. Tenían afilados dientes y colmillos que estaban descubiertos, todavía goteando, con las lenguas bífidas agitándose y deslizándose sobre delgados labios de reptil. Anchos de espaldas, con alas negras arqueándose por encima de ellos. En lugar de uñas, poseían garras.

De alguna forma, los reconoció como los que había encontrado en el bosque. Habían salido directamente de sus más oscuras pesadillas y en el fondo sabía que esas criaturas eran salvajes, no tenían sentido. ¿Y Nicolai lucharía contra ellos? Bebió de ti. Está lo suficientemente fuerte.

Por favor, que esté lo suficientemente fuerte.

Nicolai gruñó, un sonido de pura amenaza, con la naturaleza animal asustadiza de Jane corrió a la retaguardia.

—Mía. —Se detuvo justo frente a ellos, retándolos a actuar.

Estaba desarmado, con el torso desnudo. La espalda estaba tan marcada como su frente. No por un látigo o por un accidente, pensó. Había una amplia masa circular de tejido con cicatriz, elevada y arrugada, en el centro de su espalda, como si alguien hubiera creado un parche en su piel.

Era un superviviente. Como ella. Podía pelear con esos hombres y ganar.

—Queremos a la mujer —dijo el más alto. Que era claramente el líder. Además, era tan tonto como una caja con rocas, ya que, agregó—. Dámela. Ahora —y esperó a que Nicolai se apresura a obedecerlo.

—No —dijeron ella y Nicolai al unísono.

—Lárgate —dijo otro con el ceño fruncido, claramente no entendiendo por qué Jane no le era dada a él—. Ella nos complacerá.

—No —les dijo Jane con una sacudida de la cabeza—. Iros. —Diría palabras simples que pudieran entender—. Y viviréis.

No le hicieron caso.

—Última oportunidad —le dijo uno a Nicolai.

Otro añadió.

—Te pareces a alguien. ¿A quién? —Sacudió la cabeza, ya perdiendo interés en la pregunta—. No importa. Danos a la mujer. Nos mantendremos aquí.

Entonces. Su voluntad no significaba nada. La violación estaba en sus menús.

—Destrózalos en pedazos —le dijo a Nicolai. Él no respondió. ¡Simplemente dio un salto hacia adelante y extendió sus garras, largas y agudas sobre ellos! A lo largo de la cara del más alto, de la mayor amenaza, enviando a los gigantes con un tropiezo hacia atrás.

El gruñido de dolor que siguió fue como una campana partida para un partido de UFC. No había reglas, sólo dolor.

Los cinco hombres cayeron juntos en una maraña de ramas, colmillos, sangre y adrenalina. La sangre, envió a Nicolai a un frenesí animal. Gruñó como una pantera, un poco como un tiburón y se aferró a lo que sea en que tenía los dientes apretados como un pit bull.

Jane sabía que no debería interferir. Cuando había cambiado su concentración al trabajo del cuerpo de los humanos, con la esperanza de encontrar una cura para su madre, había aprendido un poco acerca de las reacciones físicas. Un hombre en cólera era totalmente inconsciente de su entorno. Los productos químicos a través del torrente sanguíneo mantenían a Nicolai con una correa corta, con el fin de que la correa obligara a esos gigantes a alejarse, ese estado lo mantendría vivo, ya que sólo matar importaba.

Así que se quedó allí, y lo miró, en silencio animando a su hombre. No tuyo, se obligó a agregar. No del todo, y todavía no. Podía compartir su cuerpo con él, su mente, pero ¿Su corazón y alma? No, no cuando existía la posibilidad de que la magia se desvaneciera y volviera a casa. Peor aún, si él se enamoraba de ella, se marchitaría y moriría si ella lo dejaba.

Oh... maldita sea. Se había olvidado de eso. Un destino tan terrible había caído sobre varios de los vampiros que había llevado a su laboratorio. No podía dejar que eso le sucediera a Nicolai.

Dejó sus deprimentes y preocupantes pensamientos a un lado. Sin distracciones, ahora no. La lucha aumentaba rápidamente, con una violencia aparentemente sin precedentes. El brazo de alguien pasó cerca de su cabeza y no estaba unido a un cuerpo.

En ese momento, Nicolai caminando era la muerte. Su expresión, que pocas veces se vislumbraba, teniendo en cuenta la rapidez con la que se movía, era fría. Carecía de piedad, ni una sola vez había malgastado golpes. Iba a la garganta, a los órganos vitales y a la ingle. Si hubieran sido gigantes humanos, habrían caído con su poder superior en cuestión de segundos. Pero cada vez que caía uno al suelo, o les arrancaba una pierna, los hijos de puta se levantaban por más.

Eso sólo aceleraba el motor de Nicolai. Su gracia letal... Jane estaba pendiente, incluso sorprendida. Oh, nunca hubiera pensado que fuera capaz de eso. Allí, en el interior del palacio, el odio y la determinación habían irradiado de él. Y las tripas se habían derramado por el suelo. Si no la hubiera rescatado, se hubiera quedado hasta que todo ser viviente hubiera muerto por su mano. O dientes. Eso, lo sabía.

Pero este hombre, este guerrero, le había dado también su candente placer. Se había dado un festín entre sus piernas, y había amado hacerlo. Pensó que él podía haber disfrutado tanto como ella. Y, oh, había transformado su sangre en fuego, emocionando su alma, asegurándose de que ambos sólo existieran para la pasión. Eso había ocurrido hacía apenas unos minutos. Hacía sólo unos segundos. Ahora era un ser capaz de dar dolor, sólo dolor.

Muy pronto los gigantes aprendieron a anticipar sus movimientos. Lo mordieron con sus muy fuertes dientes de sable. Le robaron las garras, haciendo cortes profundos. Giraban a su alrededor, por encima de él, utilizando sus alas para acortar el camino. Nicolai se vio obligado a saltar entre ellos y a usar su buen momento de patearlos. Tropezaron, pero una vez más, se levantaban como siempre.

Tenía que hacer algo, después de todo. Nicolai se cansaría pronto, seguramente. Estaba perdiendo sangre, se veían rayas carmesí por el pecho, donde había sido rasguñado. ¿Cómo podría?

En menos de un latido, brazos fuertes, se envolvieron como bandas a su alrededor, uno justo encima de sus pechos, y el otro alrededor de su cintura, y la empotraron a un cuerpo grueso. El miedo la bombardeó, casi paralizándola. Luego la lucha o el vuelo comenzaron como un recordatorio de que tenía dos puñales. Lucharía.

Movió el codo hacia atrás, golpeando a su atacante en el estómago, girándose a la vez y apuñalándolo. Él gruñó, pero se mantuvo firme, y ella no pudo girar más. Abrió la boca para gritar.

Antes incluso de que el más leve ruido saliera, gritó en su mente, no queriendo distraer a Nicolai.

El gigante -y sabía que un gigante la sostenía-la arrastró hacia atrás, pero no se lo permitió.

Tal vez no eran tan tontos como había pensado. Éste había sabido quedarse atrás, a esperar, a ver, y a apoderarse de ella, mientras todo el mundo estaba preocupado. ¿Habría otros esperando en las sombras?

¿Cómo iba a luchar contra todos?

Una furia fría la llenó. Afortunadamente, nadie apareció, y cuando Nicolai y compañía se perdieron de vista, con hojas y ramas protegiéndolos, entró en erupción. Lucha. Movió sus brazos en ángulos, levantando sus dos codos en esta ocasión, y luego lo golpeó en el centro. Él dio otro gruñido, finalmente soltando su presa.

Otro cambio de ángulo, y empujó los brazos hacia abajo, con las dagas improvisadas. Las puntas cortaron profundamente sus muslos.

Con un aullido de dolor, la apartó de su cuerpo. Una de las dagas permaneció alojada,
pero la otra se deslizó sin que él se tambaleara hacia delante. Jane se enderezó y se dio la vuelta, enfrentándolo.

Ese gigante tenía el ceño fruncido, sus colmillos chorreaban saliva. Sus ojos rojos brillaban con amenaza.

—Te castigaré —gruñó cuando se arrancó la otra daga. Hizo un movimiento de muñeca. La afilada madera resonó en el suelo, ahora inútil.

Lucha.

—Estás equivocado. Yo, te voy a castigar. —Eso lo confundió por un momento. Parpadeó, con las cejas juntas. Luego sacudió la cabeza.

—No. Yo te castigaré.

Bueno. De regreso a su evaluación inicial. Llamar rocas a esas cosas tan estúpidas era un insulto a las rocas.

Ven, niño grande. —Seis meses de clases de defensa personal estaban a punto de dar sus frutos. O no. Nunca había tenido que usar sus “habilidades” en una verdadera situación de vida o muerte.

Pisoteó el suelo hacia ella, con las botas levantando tierra a cada paso, moviendo el suelo. La sangre caía desde el pantalón que cubría sus piernas, pero no cojeaba, ni siquiera parecía darse cuenta de las lesiones.

Cuando estuvo a su alcance, trató de agarrarla. Ella se agachó, y cuando las garras se encontraron sólo con el aire, ella se retorció y lo apuñaló. Esta vez, su daga se hundió en el medio. Otro grito rasgó el aire.

Antes de que pudiera sacarla esta vez, sus dedos se hicieron un puño en su pelo y empujó su cara primero a la tierra.

¿En serio? ¿Tan rápido? ¡Oh, diablos, no! Se dio la vuelta en una bola antes de que pudiera sujetarla con su enorme peso, maniobró para ponerse sobre su espalda y sus piernas trabajaron entre sus cuerpos. Ella lo empujó. Él no se movió ni un centímetro. ¡Maldita sea!

Piensa, Parker. Todavía tenía una de las dagas. Lo apuñaló una vez más, yendo por su cuello. El retrocedió. Demasiado tarde. Contacto, pero no donde esperaba. Su mejilla se abrió, y derramó sangre.

Mostró sus colmillos de sable mientras gruñía.

Castigarte. —Después, se inclinó hacia abajo, con los colmillos hundiéndose en su cuello. Esa mordedura carecía del placer y calor de Nicolai. Sólo era dolor. Tanto dolor.

Pensó en que la drenaría y debilitaría. Un error por su parte, pensó sombríamente, armándose de valor contra todo dolor y latido. Se había dejado a sí mismo desprotegido. Antes de que su mente pudiera nublarse por la pérdida de sangre, y marcharse en el suelo. El gigante supuso que o bien la había sometido o que se había desmayado. Sus dedos dejaron su pelo para pasar a sus pechos y apretarlos.

Ella lo golpeó, finalmente, clavando la daga en su yugular, de extremo a extremo. Todo su cuerpo sufrió un espasmo, sus colmillos se apretaron.

Bien, hora de reevaluación. Eso era dolor. Estuvo a punto de gritar por la intensidad del mismo.

No había forma de quitarlo, incluso cuando se hundía en su contra. Su peso le sacaba el aire de los pulmones. Estaba allí, tratando de recuperar el aliento, con la sangre derramándose sobre ella.

Por un momento, fue transportada de vuelta a su coche. A su madre muriendo, a su sangre goteando sobre Jane. Ambas llorando, porque sabían que los demás se habían ido. Insalvable.

Te amo, Janie.

Te quiero, mamá.

Algo afilado rebuscó en su cuero cabelludo, arrancando mechones de su pelo. Su cuerpo fue sacado del gigante. Sus dientes habían estado todavía enterrados, y el movimiento causó que sus colmillos desgarraran la piel y la vena, dejando huellas de los dientes en su cuello, pecho y estómago.

Otro grito se abrió paso por su garganta. Todavía no podía correr el riesgo de distraer a Nicolai. Su batalla no había terminado. De lo contrario, habría estado ahí. Y sabía que no era él quien la había agarrado, incluso con los ojos brillantes, carmesí brillando hacia ella. Nicolai era suave, habría tratado de calmarla.

—Mujer. Fea. Irás a la cama, de todos modos.

Horroroso. Su vista se nubló. ¿Ese tipo había escapado de Nicolai, o era uno nuevo? Incluso si hubiese tenido la visión cien por cien en ese momento, dudaba que pudiera decirlo. Un horrible monstruoso era igual a cualquier otro, suponía.

—Soy…soy una princesa...—dijo, tratando de asustarlo con algo—. ... La princesa Odette. De Delfina. Tienes que... dejarme ir.

Como el hombre de las cavernas que era, continuó su resistencia a través de la suciedad. Ramitas y rocas le raspaban las costras, y se estremeció. Pronto su túnica quedó hecha jirones y las lágrimas quemaban en sus ojos.

Lo intentó de nuevo, mientras la niebla emigraba de su mente.

—Mi madre... la reina... te matará.

—No es mi reina una bruja .No reina. Sólo rey. Él rodeó una esquina y el nuevo ángulo le dolió más—. Él te tiene.

—¿Me estás llevando... con tu rey?

Después.

Después. La misma palabra que una vez había lanzado a Nicolai, mientras había estado encadenado e impotente. Nunca más la palabra después saldría de su boca.

—Sigue con esto... y moriré... antes de llegar allí.

Un silencio confuso. Después, un triunfo.

—No estás muerta. Vivirás. —Caja de Rocas.

—Levántame... estúpido. Cárgame.

La simple orden funcionó. Él se detuvo, descendió y la puso encima del hombro, al
estilo bombero, aplastando su estómago, sus riñones, pero bueno, cualquier cosa era mejor que dejar un rastro de costras y sangre en el suelo. A Nicolai el rastro no le sería necesario. A dondequiera que esta bestia la llevara, Nicolai la encontraría. La había marcado, eso había dicho. Y gracias a Dios por haberlo hecho.

Ella y su secuestrador se encontraron con otro gigante en el camino, y se detuvo. Una conversación enojada tuvo lugar. Captó palabras como rey y ahora, y maldiciones tan oscuras que sus orejas estaban probablemente teniendo una hemorragia. Igual que el resto de ella.

No se necesitaba ser un genio para entender el problema. Los rumores de la captura de una mujer ya se habían extendido hasta el rey. Ugh-O, no debía probar los productos. Él debería llevarla y permitir al rey decidir su destino, así como ser el primero en violarla.

Vamos, Nicolai. ¿Dónde estás?

Ugh-O saltó hacia atrás, el mensajero se quedó cerca del costado, no confiando en que obedeciera. O tal vez no. Tal vez era el pegamento que los mantendría juntos. A veces, el hijo de puta lo alcanzaba y le daba unas palmaditas en el trasero. Eso siempre enojaba como el infierno a Ugh-O, y sudaba con la ofensa, discordante con ella.

De hecho, sus pasos eran tan pesados, que la estrellaban arriba y abajo, perdiendo la respiración una y otra y otra vez. Para el momento en que llegaron a un laberinto de cavernas retorcidas, estaba convencida de que sus pulmones serían como panqueques, y sus intestinos estarían envueltos alrededor de la columna vertebral.

A pesar de que su vista aún era tenue, buscó a Nicolai, con la esperanza de verlo echar un vistazo a la sombra de la bestia, listo para atacar. Mientras espió a otros detrás de su captor, a unas cosas con alas, lanzándose por el aire, y a las criaturas lobo merodeando alrededor de los árboles, ninguno de ellos era vampiro.

Y cuando oyó un estruendo, lleno de dolor y roto, resonando en todas direcciones, quiso vomitar. Había sido la voz de Nicolai. ¿Qué diablos estarían los gigantes haciendo con él?

Después, el sonido se paró abruptamente, y se encontró con que el silencio era aún más preocupante que el rugido. Los gigantes lo habrían... simplemente matado.

— ¡No! No, no, no. Pero ¿qué pasaba si...?

Oh, Dios. Un sollozo se le quedó atrapado en la garganta. Si viviera, tendría que venir por ella. Ella era suya, eso había dicho. Muchas veces. Y de alguna forma, él era suyo. Apenas conocía al hombre, pero ya sentía algo profundo e inexorable por él.

Pocos minutos antes, había pensado que su corazón y alma estarían a salvo de su apelación, su mente también estaba preocupada por el peligro que él corría. Ahora, a medida que era arrastrada hasta una muerte desconocida, una posibilidad, cuando creía que estaba muerto, la verdad la golpeó.

Su corazón y alma nunca habían estado a salvo.

Nicolai le fascinaba. Era mandón y arrogante, sin embargo, la había protegido cuando realmente había importado. Era un asesino con las manos de un amante. En sus brazos, había vuelto a la vida, cuando había estado completamente deshecha. Él ya era una parte de ella. De su sangre, de su cabeza, de su todo. Por lo tanto, no. No, no, no. No podía estar muerto. Simplemente no podía estarlo.

Lo que le hicieran, sanaría. Tenía que curarse. Su rugido se había cesado, probablemente porque se había desmayado o algo así. Sí, eso era todo. Y puesto que él sanaba cuando dormía, era algo bueno.

¿No?

La bestia tuvo que agacharse para entrar a una de las cavernas, y ella se obligó a concentrarse. Los pasillos eran estrechos y sofocantes. Los pasos resonaban mientras marchaba, creando una sinfonía de terror en su mente. Trató de memorizar el camino que tomaban, pero era difícil. Tantas vueltas, tan vertiginosas. Como el agujero del conejo de Alicia, pensó con una sonrisa sin humor.

Finalmente llegaron a una cámara más amplia llena de esos gigantes con alas. Murmullos de aprobación abundaron al momento en que fue vista, y las aprobaciones rápidamente se volvieron lujuriosos silbidos. Gruñendo, tieso por la ira, Ugh-O la tiró encima de una tarima en el centro.

Jane se puso de pie. Olas de mareo acompañaron su acción, y se tambaleó. Cuando su visión se aclaró, giró en el círculo, estudiando su nuevo entorno. Un trono de brillantes cristales surgió directamente de la pared. El trono era un espectáculo majestuoso, si no fuera por el loco desnudo sentado en la parte superior del mismo.

Su nariz estaba tan fuera de lugar, el lado izquierdo se apoyaba en su mejilla. Uno de sus ojos había desaparecido, y tenía un agujero en el labio inferior, como si uno de sus dientes de sable hubiera golpeado directo a través de él.

Su pecho era una masa de cicatrices, como si rebanadas de carne asada hubieran sido pegadas entre sí, pero el pegamento no hubiera funcionado.

Al menos veinte personas estaban a su lado, custodiándolo. Todos los ojos estaban puestos en ella, como un láser de color rojo brillante del que no podía escapar. El sudor se escurría entre sus pechos, así como la sangre que se enfriaba. Ni una sola de esas criaturas le ayudaría. Todos querían, y esperaban, un movimiento.

De hecho, sólo dos personas en la sala no estaban interesadas en su presencia. Las únicas otras hembras. Ambas estaban desnudas, viejas y arrugadas, sin limpiar, con el pelo desordenado y los ojos muertos. Habían sido bien utilizadas, varias veces, y estaban cubiertas de marcas de mordiscos y golpes. No era de extrañar que esos tipos estuvieran tan calientes por la repulsiva “Odette”.

Pasos detrás de ella la hicieron girar. Más mareos, intención de persistencia. Sólo cuando pasó se dio cuenta de que eran los hombres que habían atacado a Nicolai. Estaban cubiertos de sangre, cojeaban, les faltaban diferentes partes del cuerpo y casi no podían respirar, pero estaban ahí.

—¿Dónde está mi vampiro? —chilló.

Haciendo caso omiso de ella, cayeron ante su rey.

—Vampiro desaparecer.

Había desaparecido. Eso significaba que estaba vivo. Gracias a Dios. Oh, gracias a Dios.

—¿No hay carne fresca? —preguntó el rey, hablando por primera vez.

—No hay carne fresca.

Un estruendo de enojo surgió del soberano, y agitó su dedo hacia los hombres. Otros cuatro gigantes dieron un paso adelante, con las palmas en las espadas y balanceándose antes de que Jane pudiera calcular lo que estaba pasando. Las cabezas giraron, deteniéndose a sus pies.

Ella se encorvó y vomitó finalmente. No, no vomitó. Lanzó algo seco. No había nada en
su estómago. Risas y aplausos abundaron mientras los cuerpos eran recogidos.

—Carne fresca ahora. Cocinarla —dijo el rey con un gesto de aprobación—. Cenaremos.

Iban a comer a los de su propia especie. Oh, Dios, oh Dios, oh Dios. Ella se enderezó, preparándose para huir.

Ugh—O puso una dura mano en su hombro, poniendo fin a su intento de fuga antes de que hubiera dado un solo paso.

—Yo la encontré. Yo la tengo.

El rey perdió el buen humor y frunció el ceño.

—Te doy a mi vieja. —Hizo un gesto hacia una de las mujeres viejas. La bruja en cuestión se adelantó de forma automática y se inclinó.

—Ahora dame la tuya.

—No. Quiero a la gorda.

Los silbidos abundaron.

Decirle no al rey era un delito, suponía.

—Lucha. —Le sugirió ella con voz temblorosa tanta como su cuerpo—. Lucha por mí. El ganador me recibe. —Cruzando los dedos para que se mataran entre ellos.

El ceño fruncido oscuro la niveló.

Lucha, sí. Después.

Él la señaló con el dedo, esperando que cerrara la distancia entre ellos.

Después. No, esa palabra otra vez. Tragando, meneó la cabeza. Ugh—O le apretó el hombro más duramente, y dio un respingo.

—Ven. —Ordenó el rey, hablando más fuerte ahora. La saludó con la mano, y si no se equivocaba, con su entrepierna también. Como si esperara que ella saltara a bordo directamente.

Probablemente lo haría. Puedo hacer esto.

—Llévame a tu dormitorio. —Nunca en su vida Jane había intentado seducir a alguien que rechazaba, y se encogió mentalmente con la ronquera de su voz. Mejor sería luchar contra estos hombres solos que con toda esa gente observándolos y capaces de unirse—. Haré cosas que siempre has soñado. —Si sus sueños involucraban estrangularle con su propio intestino.

—Sólo quiero tu boca en mi pene.

Prefiero morir.

—Y quiero poner mi boca en tu pene. —Ilumíname, golpéame. Por favor—. Así que vamos a tu dormitorio. Porque, y aquí viene lo bueno, hago mis mejores trabajos en privado.

Él estuvo de pie en un instante, saltando hacia ella.

 

CAPÍTULO 10

La cabeza de Nicolai era un caldero hirviente de ideas, su cuerpo un tenedor de emoción. En un momento había estado luchando contra los gigantes, protegiendo a Jane y al siguiente estaba gritado de dolor, incapaz de controlar la agitación de su mente. Caras, tantas caras. Voces, muchas voces.

Aferrándose los oídos, cayó de rodillas. La sacudida lo ayudó. Las caras y las voces se desvanecieron callándose, permitiendo que su pensamiento racional tomara forma. Tenía que... proteger... a Jane... otra vez... Pero cuando abrió sus párpados, vio que los gigantes habían desaparecido. Y también Jane.

Ya no estaba cerca del río, ya no estaba en el bosque. Una tierra estéril lo rodeaba. Lo que veía era retorcidos árboles, con sus hojas marchitas. Ceniza flotaba en el viento ácido, como nieve negra perfumada con la muerte y destrucción. Y olió algo... podrido No reconoció nada.

Se dio la vuelta, vio una planta trepadora deslizarse como una serpiente desde uno de los árboles y luego otra, ambas dirigiéndose en su dirección. Se zambullirían en él, lo morderían y, cuando probaran su sangre, darían una carcajada de alegría. Cuando se movieron por segunda vez, saltó fuera del camino hasta un montón de huesos.

La necesidad de matar al Brujo de Sangre, al nuevo rey de Elden lo llenó, lo consumió por completo. ¿Estaría el hijo de puta cerca? Si era así, esa tierra era Elden. Tenía que serlo. Elden. La palabra resonó en su cabeza. Y así, los rostros volvieron a su mente, abriéndose paso a la superficie de un hombre que de alguna forma estaba preparado para ellos. Caras, borrándose juntas, convirtiéndose en una hasta que la escena creció.

Una mujer rubia se agachó delante de él, estudiando su rodilla raspada con preocupación suave en sus ojos verdes. Él era un muchacho, sólo un niño y cuando ella había pronunciado un conjuro y soplado su aliento cálido en la herida, la paz y el amor lo habían infundido. La carne desgarrada se unió de nuevo, la sangre ya no goteaba de ella.

Cuando el proceso de curación se completó, le sonrió incluso más.

—¿Ves? Ya está mejor, ¿no? —una voz tan dulce, tierna y sin preocupaciones. Se apartó las lágrimas con los nudillos, frustrado, enojado. Las lágrimas no se habían formado a causa de cualquier dolor que sintiera, sino porque quería, necesitaba, infligir más daño a sus oponentes.

—Tienes que dejar de luchar, mi amor. Especialmente con los niños que tienen el doble de tu edad, y son mucho más grandes.

—¿Por qué? Les gané. ¡Y podría haberles hecho mucho más daño!

—Lo sé, pero cuanto más dañes su orgullo, más te odiarán.

—No se puede odiar si no se sobrevive.

—Además de eso —su madre continuó con firmeza, —estás en una posición de poder, y ellos no. Debes ser la voz de la razón, no una explosión de violencia.

Él se cruzó de brazos.

—Se merecen lo que les hice.

—¿Y qué es, exactamente, lo que te hicieron para merecer que les desgarraras el cuello?

—Le hicieron daño a una niña. La empujaron rodeándola e intentaron mirar bajo su falda. Se asustó tanto que lloró. Y luego la tocaron. En uno de sus lugares privados. Aquí —pasó una palma por su pecho—. Y ella gritó.

La mujer suspiró.

—Está bien. Merecían tu ira. Sin embargo, Nicolai, mi amor, hay otras

formas de castigar a los que hacen el mal. Formas permitidas.

—¿Por ejemplo? —no podía pensar en otra forma que la que había utilizado. Igual por igual, dolor por daño.

—Dile a tu padre lo que has hecho y los hará encarcelar o los desterrará del reino.

—¿Para qué puedan hacer más daño en otras partes? ¿O un día buscar venganza?— Se burló él.

—No.

—¿Y si te lesionas mientras les haces daño? —exigió.

—Iré a ti. Eres la bruja más poderosa de todo el mundo.

Otro suspiro, desapareciendo algo de su molestia.

—Eres incorregible. Y tu fe en mí es muy dulce, si no algo equivocada. Sí, soy poderosa, pero no tan poderosa como lo serás tú un día. Es por eso que quiero que tengas cuidado. Un día, tu temperamento puede hacer que termines accidentalmente con algo más que unas pocas vidas.

—Está bien, madre. Intentaré tener cuidado, pero no puedo prometértelo.

—Oh, que honesto... —ella le dedicó una sonrisa suave—. Puedes irte. Después de que pagues mi cuota de hechicería.

Él arrugó su rostro, se inclinó y besó la suavidad de su mejilla.

—Soy un príncipe. No debería tener que pagar.

—Bueno, yo soy la reina, por lo que siempre tendrás que pagar. Vete, ahora. Busca a tu hermano y estudia con él, mi amor. No huyas más de tus tutores para vengarte del mundo.

Como una ola, fue alejado de ella, pero no para entrar en el aula. Tenía demasiada energía y necesitaba nadar. Nadar siempre lo calmaba.

En el presente la oscuridad se abalanzó, cortando los recuerdos de Nicolai. Otro indulto. Cayó el resto del camino hasta el suelo. Una de las plantas le había rodeado la mejilla, pero no se dio cuenta. Estaba recordando su pasado.

¿Por qué lo recordaba? ¿Por qué los recuerdos lo inundaban así?

El médico que había unido sus fuerzas no los había fijado. Tal vez se trataba de algunas de las habilidades de Nicolai que se habían abierto camino liberándose. Eso explicaría también el por qué había encontrado su ubicación en fracciones de segundo. Tal vez esas habilidades habían demolido su jaula de cristal.

Excepto, que un rápido chequeo mental demostró que la jaula todavía estaba allí, sus habilidades y recuerdos aún se arremolinaban en su interior, cada vez más rápido. Sin embargo, ahora vetas de color carmesí goteaban desde la parte superior, erosionando el cristal. ¿Carmesí... sangre?

¿Los guardias de Delfina? No. Habían pasado días y no había tenido ninguna reacción a lo que había consumido en el palacio. Y aunque había mordido a los ogros, no se había tragado su sangre, inconscientemente había sabido que sería venenosa para él.

La última persona de la que había bebido había sido Jane. Había bebido de su cuello, con su sabor tan decadente que hubiera querido quedarse ahí para siempre. Y tal vez lo habría hecho. Tal vez la habría drenado, pero pensar en perderla lo había detenido. Eso, seguido del pensamiento de haber probado el cielo entre sus piernas, lo había impulsado a abandonar su cuello y a descender. Y nunca había estado tan contento al final de una comida. Entre sus piernas, era más dulce que el néctar de la madreselva.

Quería probarla allí de nuevo. Quería hundirse dentro de ella, poseerla por completo, ser

parte de ella. Quería que sus gritos de pasión llegaran a sus oídos, que sus piernas estuvieran a su alrededor, aferrándose a él. Quería que le arañase la piel dejando su propia marca.

¿Dónde estaba? ¿Había….?

Otro recuerdo se apoderó de su atención, con tanta fuerza que sólo pudo gruñir con

dolor. Imágenes, voces, borrándose juntas, pintando una escena.

—Aprieta con fuerza, muchacho. Vas a perder la espada en cuestión de segundos con lo un apretón tan insignificante.

Todavía era un niño, poco más alto que ahora, de pie delante de un hombre alto, musculoso. Moreno, como la noche de su cabello, con los ojos de plata pulida. Llevaba una camisa de seda, pantalones de cuero y botas que le llegaban justo debajo de las rodillas. Un hombre rico, no había duda. Un hombre de autoridad y conocimiento.

Un guerrero.

Se quedaron en el centro de un patio, con hermosas plantas y flores prosperando a su alrededor. El aire era dulce, el suelo bajo sus pies una esmeralda exuberante, elástica. Lisas paredes de mármol cerraban toda el área, sin embargo, no había techo, permitiendo que la luz del sol de la mañana se vertiera en el interior y se reflejara en sus venas doradas. Y justo por encima de ellos, balcones abiertos de cada una de las habitaciones reales, dándole la bienvenida a los espectadores.

Un joven de pelo oscuro se sentaba en el borde del balcón a la derecha de Nicolai, observándolo mientras giraba una daga. Quería inflar el pecho y liberarse. Estaba a punto de hacer todo tipo de impresionantes cosas por su hermano menor. Podía lanzar con una precisión mortal, tirar un arma blanca con la fuerza y cuando se concentraba, manejar dos espadas a la vez.

—Nicolai —dijo el hombre frente a él, impaciente—. ¿Me estás prestando atención? Por supuesto que no. De lo contrario, habrías escuchado lo que dije y no estarías a punto de repetirlo.

Dayn se rió entre dientes.

A Padre no le hizo gracia y no recompensó a Nicolai por su honestidad.

—Tengo reuniones a las que asistir, hijo. Reuniones en otro reino, lo que significa que estarás a cargo mientras estoy fuera. Necesito saber si puedes defenderte y a tus seres queridos. Presta atención. Ahora.

—Sí, señor —se centró en los acontecimientos ante él, con el peso del metal en sus manos—. ¿Por qué tenemos que practicar una y otra vez? Soy bueno.

—Eres bueno, pero tienes que ser grandioso. ¡La última vez que me las arreglé para apuñalarte por la espalda lo hice tan fuerte que tuviste cicatrices! Había amonestación dura en la voz de su padre. Tienes que aprender a trabajar con todas las armas, en todo momento del día y de la noche. Debes trabajar con una mano, dos manos, de pie, sentado y herido. Sin distraerte.

Nicolai alzó la barbilla.

—¿Por qué no puedo matar a mis oponentes con mis colmillos y acabar con ellos?—Lo había hecho antes. Muchas veces. Hasta que la predicción de su madre se había hecho realidad y había destruido un pueblo entero simplemente para castigar a un hombre por haber golpeado a su esposa.

Le había tomado tiempo controlar sus emociones y no había perdido su carácter desde entonces. Sin embargo, eso no significaba que sus colmillos fueran inútiles.

—¿Y si te han extraído los colmillos? —le preguntó su padre.

—Nadie sería tan tonto como para quitarme los colmillos. Madre dice que soy el más poderoso vampiro del mundo. Puedo caminar a la luz del sol y puedo robarle el poder a cualquier persona que elija.

—No, dice que lo serás —la expresión de su padre se endureció—. Eres un príncipe, Nicolai. El príncipe de la corona. Muchos en este mundo y en el otro codician la línea directa a mi trono. Muchos tratarán de hacerte daño, simplemente para hacerme daño. Debes saber cómo defenderte, siempre, en cada situación.

Nicolai dio con la espada otro pase. Largo, débil y pulido con un vibrante brillo. No estaba acostumbrado a su pesadez o al grosor de la empuñadura.

—Muy bien. Entrenaré un poco más, pero ¿por qué no enseñas a Dayn?

—Haces muchas preguntas — suspiró su padre.

—¿Por qué debe quedarse mirando? También es un príncipe, lo sabes —y por lo tanto, tenía muchas ganas de aprender. Cada día, después de las lecciones de Nicolai, Dayn le pedía que se le enseñara. Nicolai no podía resistirse.

Amaba a su hermano y moriría por él. Un niño más en el palacio al que temerle. Dayn tenía afinidad con los animales que vagaban por los bosques, prefiriendo correr con ellos en lugar de caminar junto a su propio pueblo.

Nicolai entendía las necesidades de su hermano. A veces él también sentía su naturaleza animal, más especialmente cuando su carácter los sobrepasaba, quebrando su control y dejando sólo su necesidad de destruir, de herir a otros.

—Su momento llegará —dijo el rey—. Pronto.

—Pero no a para la nueva princesa, ¿verdad? Ella siempre será muy delicada —se burló al final.

—Breena es una recién nacida y no es una bebedora de sangre como tú y como Dayn. Es una bruja como tu madre. Dayn y tú siempre deberéis protegerla. A su vez, ella curará a su pueblo después de la batalla como solía hacer tu madre.

La vergüenza hizo que Nicolai contemplara sus sucias botas. Era la razón por la que su madre no podía ya curar las heridas de los demás. No había querido hacerlo, pero le había robado la capacidad. Ella no lo había culpado, ni siquiera le había gritado.

Haría cualquier cosa por devolverse su capacidad. Sin embargo, no podía. Una vez tomada, no podía regresarla. Nunca. Lo había intentado, una y otra vez. La única cosa que podía hacer, había dicho su madre, era aprender a controlar su talento recién descubierto para absorber la magia de los demás. Y lo había hecho, permaneciendo en su habitación durante semanas, leyendo, estudiando y practicando.

—¿Crees que seré un gran líder, como tú? —preguntó.

—Creo que tú y tus preguntas serán mi muerte, hijo —el rey levantó su propia espada, tocando el metal de Nicolai—. Empecemos…

Oscuridad.

Nicolai jadeó ahora, sudando incontrolablemente. Temblando. Le dolían las manos. Se las miró. Debía tener arañazos en las sienes al intentar detener el dolor que explosionaba a través de él, porque tenía las uñas ensangrentadas, sus garras.

Su padre se lo había advertido. Su padre. El rey.

Su verdadero nombre era Nicolai. Odette no le había mentido sobre eso. Había sabido quién y qué era. Todos lo habían sabido. De tan alta cuna, le gustaba decir a Laila, y ahora sabía por qué. Era un príncipe. El príncipe de la corona y un día, rey.

Hermano de Breena. Su hermana. Su hermosa hermana bebé con sus rizos dorados. Había crecido en una hermosa mujer con un corazón de fuego, a pesar de que había sido protegida siempre, siempre vigilada. Nicolai la había sacado un par de veces, deseando que captara el sabor de la libertad que daba por sentado.

Dayn, el hermano más cercano a él, tan oscuro y peligroso como la noche, y tan amado.

Su padre, orgulloso y fuerte. Honorablemente determinado. Dispuesto a alejarse de cualquier desafío. Su madre, suave y delicada, tan cuidadosa, incluso en el rostro de su temperamento más violento. Micah, el hijo más joven, tan lleno de vida. ¿Dónde estaban todos ahora?

De alguna forma, había salido de la selva. Ahora estaba frente a un lago. No era el lago en el que había compartido con Jane. Esa agua era espesa y de color rojo. Cada pocos segundos, se oía un silbido, algo de color carne volaba desde la superficie, arqueándose en el aire, para luego sumergirse de nuevo.

Las rocas que lo rodeaban eran dagas afiladas. A cien metros de distancia, en el centro de todo ese carmesí, había un castillo. Un molde oscuro se aferraba a sus paredes, además de las plantas que se deslizaban arrastrándose en todas dirección. Había un camino, una línea de monstruos que lo patrullaban.

No lo había descubierto, pero lo harían. Estaba al aire libre y tenía que encontrar un refugio.

Tal vez alimentarse para fortalecerse. Luego tenía que encontrar a Jane. Ella estaba allí, en alguna parte. Si resultaba herida...

Sería mejor que no le hicieran daño. Debía protegerla a toda costa. Sin embargo, incluso tan decidido como estaba, sólo consiguió arrastrarse unos metros antes de que el siguiente recuerdo le golpeara, soldándolo en su lugar.

En este nuevo escenario, era un hombre adulto, con el cabello oscuro flotando alrededor de sus hombros. Tenía el torso desnudo y estaba sentado en un banco de rocas, muy parecido al que acababa de ver. Solamente, que las rocas eran suaves, con el agua clara. Se había quitado las botas antes de sentarse, y estaban secas, esperando por él en la playa, pero sus pantalones estaban empapados y cubiertos de sal.

La luna se alzaba dorada en el cielo de dispersas brillantes estrellas. Haciéndole un guiño, burlándose de él con su tranquilidad. Su mente no le ofrecería más caos que el que pensaba que podía soportar.

Su padre, el rey Aelfric, estaba enfermo. Los curanderos no sabían si se iba a recuperar. La madre de Nicolai, la reina Alvina, estaba desesperada por la preocupación. Había intentado innumerables hechizos y conjuros, pero nada de lo que había hecho había funcionado. Nicolai había intentado innumerables conjuros, utilizando la magia de curación que le había robado a ella. Ni siquiera eso había provocado favorables resultados. Alvina sospechaba que se trataba de algún truco, pero hasta que descubriera qué tipo de magia se había utilizado, sus manos eran tan buenas como si estuvieran atadas.

Nicolai amaba a su padre, rudo cuando era el rey. Además de eso, no estaba listo para que le entregase el trono. No estaba seguro de si volvería a estar listo. Convertirse en rey significaría que su padre había muerto, y quería que su padre viviera para siempre.

Y, para ser honestos, a pesar de los esfuerzos de Nicolai, a pesar de unos cuantos años sin un solo episodio, su temperamento a veces sacaba lo peor de él. Cuando eso sucedía, pueblos enteros sufrían. Era demasiado volátil para gobernar todo un reino.

Su padre podía ser brusco, pero era justo. Razonable, salvo cuando se trataba del matrimonio de Nicolai. Aunque su padre se lo había exigido, había despotricado, deliberado, Nicolai se había negado a sentar la cabeza. No estaba preparado para tener una reina.

¿Cargar con la misma mujer para siempre? Eso podría convertirse en un infierno tan oscuro como el abismo. Había pasado todas las noches con una mujer nueva. A veces, con dos nuevas mujeres. Y una vez, con tres.

Y bueno, estaba bien. Tal vez ese estilo de vida se había vuelto pesado. Tal vez el premio nunca era digno de la persecución. Pero algunos de sus amigos se habían casadoy aunque algunos eran felices, el resto había sido miserable, y no había nada que pudiera hacer para cambiar su destino. El matrimonio era para siempre.

Su padre quería que él se casara con una princesa de un reino vecino, pero no había encontrado a una que le gustara. Darle a esas criaturas su nombre, compartir su reino, cada hora de todos los días.

—Nicki —una voz joven lo llamó—. ¡Nicki!

Nicolai se puso en pie un segundo más tarde, saltando de las rocas y corriendo hacia su hermano menor. El joven príncipe estaba en la playa, al lado de las botas de Nicolai, y sin daño alguno. El alivio lo inundó.

—Micah, maldita sea, ¿qué estás haciendo aquí? Hasta que seas mayor, no se supone que puedas estar cerca del agua tu solo.

El niño frunció los labios, con toda su determinación y coraje.

—¡No estoy solo! Tú estás aquí —tenía un brillo travieso en los ojos.

—Maldita sea —la ira de Nicolai se desinfló. Como siempre, no podía seguir enojado con el bribón. Micah lo admiraba, quería pasar tiempo con él, y a Nicolai le encantaba. Lo amaba. Incluso a pesar de que el muchacho había asesinado su nombre, mientras aprendía a hablar, y su familia, a veces lo molestaba todavía con el apodo. "O—mentiroso".

Por lo menos se había movido más tarde a "Nicki".

Las mujeres que Nicolai se llevaba a la cama a menudo lo llamaban por el diminutivo de Nicki, pero eso las invitaba a una familiaridad que él no parecía sentir hacia ellas, y después de una rápida amonestación, no lo volvían a hacer.

Casi tenía miedo de que algo estuviera mal con él. Amaba a su familia con todo su corazón, pero nadie podía penetrar esa barrera que sin saberlo había construido.

—¿Has venido a nadar? —preguntó Micah cuando Nicolai llegó hasta él.

—No, a pensar.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó el joven con impaciencia. Su cabello dorado brillaba a la luz de la luna. Le sonrió con dos de sus dientes perdidos. No era un vampiro, como Nicolai y Dayn, pero era poderoso de todos modos. Tenía un corazón de guerrero, que había robado el de su madre y su hermana de muchas formas.

—Por supuesto que puedes —Nicolai se sentó y acarició la arena.

Micah se dejó caer junto a él. Durante varios segundos respirando el húmedo aire cargado de sal, en silencio. Por supuesto, Micah no lo hacía con calma. Cambiaba de posición y pateaba con las piernas, tratando de sentirse cómodo, pero nunca con bastante éxito.

—Pensar hace que me canse —Micah dijo finalmente—. No es como jugar.

Nicolai reprimió una sonrisa.

—¿A qué quieres jugar?

La imagen cambió en un instante, no dando lugar a un momento de oscuridad. Nicolai repentinamente estaba tumbado en la cama junto a su padre. De alguna forma, sabía que habían pasado unos días desde su noche en la playa.

El rey se estaba recuperando. Los curanderos lo había drenado y Nicolai lo había alimentado directamente con sangre de su propia vena. Cada gota que le pudiera dar, Nicolai se la daría, e incluso aunque no pudiera. Finalmente había tenido éxito. El veneno había sido vencido, y ahora, los dos hombres se estaban recuperando juntos.

—Elige a una mujer y cásate con ella —dijo su padre—. Si no es una de las princesas, a alguien. A quien sea. Por favor, Nicolai. Casi me muero. Aún podría, aunque me siento más fuerte cada hora. Por favor. Necesitas un ancla, como tu madre lo es para mí. Alguien que te tire hacia atrás de la locura. Por favor.

Su padre nunca le había pedido nada. Cómo lo hacía ahora, de esa manera... Nicolai no tuvo el corazón para pelear con él por más tiempo. Había estado intentando empujar esa conclusión, de todos modos.

—Como quieras, padre. Así se hará. Una princesa de un reino vecino, como ya has

aprobado.

Mareas de alivio impregnaron la habitación.

—Gracias. Gracias, hijo mío —la oscuridad estaba allí de nuevo. Indomable.

Nicolai escuchó un grito femenino, sacudiéndolo.

Esta vez, cuando volvió en sí, estaba en cuclillas sobre una roca plana en el centro del

lago carmesí. Más cerca del castillo cubierto de musgo. Los monstruos lo habían perfumado,y estaban mirando encima de él a través de ojos pequeños y brillantes. Sus colas se balanceaban, listas para atacarlo si se atrevía a moverse más cerca.

La luna estaba todavía alta, con sus bordes conectados a una hemorragia en un cielo cubierto de una capa gruesa de ceniza, ocultando todas las estrellas.

Los diabólicos peces se lanzaban a su alrededor, mordiéndolo, más y más cerca. Estaba empapado de sudor, el corazón martilleando contra sus costillas, los músculos temblándole. Su mente, aún estaba perdida. Aelfric. Alvina. Nombres.

Todos los miembros de su familia ahora tenían un nombre. Maldita sea, ¿dónde estaban? ¿Vivían todavía? ¿Cuánto tiempo había estado lejos de ellos? Bastante tiempo, si ese paisaje era alguna indicación. Tenía que buscarlos, pero ese grito... era de mujer... De su mujer, se dio cuenta. Jane estaba gritando.

¡Jane!

La sangre le ardía en las venas, chamuscándolo, dejándole ampollas. Esas ampollas atrapadas en pequeños infiernos de fuego que se extendían rápidamente. Con un gruñido, se puso en pie. Sus botas resbalaron en la roca viscosa, pero logró mantener el equilibrio.

Los monstruos se tensaron. Debería desafiarlos. Limpiar las piedras del castillo, con sus entrañas. Sí...

Su ritmo cardíaco disminuyó convirtiéndose en un puño esporádico en su pecho. No, lo decidiría después. Tendría su venganza, encontraría a su familia, después. Jane lo necesitaba ahora.

Su mirada patinó sobre la violentada agua, con los acantilados desmoronándose más en la tierra, con el castillo sacado directamente de una horrible pesadilla. Había viajado hasta ahí a través de sus recuerdos. Por lo tanto, era lógico que pudiese llegar a Jane también a través de sus recuerdos.

Cerró los ojos, imaginándola como la había visto por última vez. Debajo de él. Con su cuerpo desnudo abierto para su placer.

Su expresión era suave y caliente, sus dientes mordisqueaban el exuberante labio inferior. Sus ojos entrecerrados, con sus largas pestañas haciendo sombra sobre las ruborizadas mejillas. Su larga y gloriosa melena de cabello color miel se extendía a su alrededor, encrespándose en los extremos.

Sus pechos eran pequeños pero firmes, sus pezones rosados y duros. Los había besado, chupado. Su estómago era plano, su ombligo una obra de arte. La había lamido, abajo... más abajo. Entre sus piernas estaba el dulce parche de color miel de sus rizos, protegiendo su nuevo lugar favorito en este mundo o en cualquier otro.

Sus piernas eran largas y delgadas y estaban envueltas alrededor de él a la perfección.

A Nicolai le pareció oír su susurro.

Le habría gustado que lo hubiera llamado Nicki. Todo lo que promoviera familiaridad entre ellos. Quería atarla a él, en todo lo posible, para siempre. Un por siempre que Jane se negaba a darle. Si se había declarado a una princesa vecina y no se engañaría pensando que la princesa era Odette, eso haría su vida sencilla, alguien le estaría esperando.

Sin embargo, no se había casado. El matrimonio era para siempre con su pueblo y su cuerpo reaccionaría a cualquier cosa por salvar a su esposa. Sí, pero. Había comprometido su nombre, su vida. Fácil de hacerlo a un lado cuando no tenía recuerdos que lo atasen a ello. Ahora ya no era tan fácil, pero eso no lo detendría.

Nicolai no quería estar sin Jane. No estaría sin ella. La encontraría y volverían a Elden. Ella sería su reina.

Elden. Esa tierra diezmada realmente era Elden.

El lago sangriento era una parte importante de su reino, en el que había aparecido por primera vez. Su reino. No la del Mago de la Sangre. Un hombre con el que Nicolai había soñado destruir. Al que destruiría.

Se le revolvió el estómago porque supo lo que significaba. El hechicero de sangre había

matado a sus padres. Aelfric y Alvina nunca habrían permitido que sus tierras se marchitaran así.

A Nicolai le dolía la necesidad de devolverle el favor.

No pienses en eso ahora. Busca a Jane.

Abrió los ojos, se dio cuenta de que él mismo se había transportado de vuelta a la tierra baldía. Las plantas que se estaban deslizando se acercaban... Apretó los párpados cerrándolos, imaginó a Jane, sintió su cuerpo desintegrándose, el suelo desapareciendo bajo sus pies. La próxima vez que abrió los ojos, lo rodeaba el frondoso bosque de Delfina.

Sin embargo, no vio el campamento o a Jane.

Respiró hondo, captando su aroma. Dio una patada para ponerse en movimiento, corriendo más y más rápido, acortando la distancia entre ellos lo más rápidamente posible. Al mismo tiempo, continuó con su imagen, con los árboles alrededor de ellos, hasta que parpadeó y finalmente se encontró en el campamento que habían construido.

Incapaz de frenar su impulso, chocó contra un tronco grueso y se tambaleó hacia atrás, en el agua.

Otro grito resonó en su cabeza, esta vez más fuerte y mucho más desesperado. Sus colmillos se alargaron, cortándole el labio inferior. Sus manos se apretaron en puños, pero sus garras, aún no curadas, simplemente le hicieron cosquillas en la piel. Las dagas que Jane había hecho estaban a sus pies. Recogió todas las que pudo con brazos y piernas.

Echó a andar, con paso decidido. Su olor era más fuerte ahora... teñido de temor... Cada

paso que se acercaba la sangre calentaba su furia. Ella estaba marcada, como suya, con el camino que había tomado de pronto parecía un faro en la noche.

Cualquier persona que la hubiera tocado sufriría. Era momento en que todo el reino de Delfina y todos los reinos de ese reino, se dieran cuenta de la verdad. Incluso si eso significaba liberar el mortífero poder de su temperamento.

Ya voy, pequeña Jane.

 

CAPÍTULO 11

Haber movido las celebraciones a la habitación del rey, pensó Jane, había sido inteligente. En teoría. Pero no había tenido en cuenta todas las variables, o -mono llaves-, como las había llamado, mientras trabajaba en su laboratorio, que muy a menudo habían demostrado ser mortales, mientras había experimentado con ellas. ¿Cuál era el mayor mono llave de ese momento?

En la sala del trono, había hecho su espectáculo para el rey de los monstruos y sólo para el rey, mientras todos los demás veían y aplaudían probablemente. En la -intimidad- de su habitación, esperaba que ella le sirviera a él y a sus amigos. Al mismo tiempo.

Eso explicaba por qué se marchaba por el pasillo.

Por lo tanto, a pesar de que habían cambiado de lugar, y pese a que su guardia personal se había mantenido detrás de las brujas para hacerles compañía, ahora había cuatro hombres esperando a que Jane comenzara con sus cosas.

No era que pensara dar una actuación. Prefería morir. Y tal vez así sería.

En el momento en que los nuevos gigantes la vieron, sus ojos empezaron a brillar con un color rojo oscuro, misterioso. Sus cuerpos se tensaron, preparándose para el placer que esperaban recibir. Como Nicolai, llevaban taparrabos. Los taparrabos eran tiendas de campaña ahora.

El rey la empujó hacia adelante, y ella se dio la vuelta para mantener sus ojos sobre él. Y ya se estaba desnudando. Tenía un cuero cruzado sobre el pecho, creando una X, así que no habría mapa del tesoro, pero un segundo después siguió la ropa. Las dagas atadas a su cintura fueron las siguientes. Miedo y horror se mezclaron, corriendo a través de ella.

Bueno, piensa, Parker. Piensa.

Él señaló un lugar a sus pies.

De rodillas. Usa tu boca sobre mí. Las manos sobre los hombres. Orloft te follará.

Los guardias se humedecieron los labios, cada uno de ellos. Bueno. Bueno. Opciones aparecían y desaparecían en un instante y todas eran decepcionantes. Podía hacer lo que le había ordenado, y morder al rey tan duro que no pudiera usar su pene con nadie durante mucho tiempo. Si alguna vez lo volvía a usar. Pero él la golpearía y le saltaría los dientes.

Con un golpe le rompería la mandíbula, sin duda. Después de eso, podría meter todo lo que quisiera en su boca y ella no lograría detenerlo.

Podía correr. No había puerta para detenerla. De hecho, las entradas y salidas estaban abiertas y aireadas. Pero eso era tan bueno para ella como lo era para los hombres. Ahí había cuatro, además de una veintena en la zona del trono. La perseguirían. Nada los detendría y la atraparían. Conocían esa caverna mejor que ella, después de todo. Probablemente sería atrapada.

Podía luchar contra el rey y su guardia personal, aquí y ahora. Ganarían, no había duda, pero tenía que intentarlo. Y podría morir antes de la penetración real, lo que sería una ventaja. Si Nicolai andaba por ahí, eso podría darle tiempo a encontrarla.

Él estaba ahí.

Muy bien, entonces. Tenía un plan de acción. El siguiente paso era la búsqueda de un arma.

La caverna se jactaba de no tener lujos. Había una tarima en la esquina. En la otra esquina un montón de huesos. Huesos. Bien. No eran las mejores armas de todos los tiempos, pero los mendigos no podían elegir. Podría utilizarlos como un tubo.

Mujer. De rodillas. Boca. Placer. Ahora.

Jane intentó el método más sencillo: caminar hacia el lavabo. A mitad de camino, el rey saltó a su encuentro. Muy bien. La forma más fácil, descartada. Fingió escapar por la izquierda. Él la siguió. Cambió rápidamente y corrió a su derecha.

Los cuatro gigantes que habían estado observando y esperando se movieron directamente frente al lavabo y cruzaron sus brazos sobre el pecho. Muy bien, entonces. El camino difícil, descartado también.

Sólo quedaba una cosa por hacer. Amplió su postura y se preparó para un ataque.

Mi respuesta es no.

El rey frunció el ceño, miró a sus hombres con los brazos extendidos.

—Todas las mujeres, eran tan estúpidas, pero ¿Qué podemos hacer? —dijo, antes de volver a apuntar a sus pies—. Tú. De rodillas. Ahora.

—Entiendo lo que dices —tarado. Algunas personas bebemos en la fuente del conocimiento. Él debió haber hecho gárgaras y escupido. Quizás, ni siquiera eso—. Es por eso que te digo que no.

Él le mostró sus dientes como sables.

—Pero dijiste que…

—Te mentí. Eres feo y no me entregaré a ti, incluso si una bacteria carnívora asolara el mundo, y únicamente tu pene tuviera la vacuna.

La confusión seguida por el alivio recorrió los rasgos monstruosos.

Pene. Tú. Sí.

Por supuesto era la única palabra que le importaba.

No.

Sus ojos se estrecharon a cortes pequeños, y no se hubiera sorprendido de haber encontrado un ojo rojo de buey en el centro de su frente.

Te obligaré.

Eso es lo que pensaba que ibas a decir.

Levantó la barbilla y movió los dedos.

Eres muy predecible, después de todo. Por lo tanto, vamos a cortar la charla y hazlo.

Gruñendo bajo en su garganta, avanzó. Extendió una mano para agarrarla, y se agachó a por ella, Jane se dio la vuelta y le dio un codazo en el estómago. Gruñó, encorvándose para tomar aire. Los otros se rieron. Su alegría la sorprendió. Había esperado furia. El rey se enderezó antes de que pudiera darle otro golpe, la encontró con su mirada y avanzó. De nuevo, Jane se agachó y de nuevo le dio un codazo. Una vez más, él se encorvó, casi sin aliento.

En esta ocasión, los guardias aplaudieron. Debían de pensar que eran los juegos previos. Corrió detrás del rey antes de que pudiera conseguir orientarse y lo pateó. Él se tambaleó.

Ella saltó y, mientras bajaba, le dio un codazo en la parte superior de la cabeza. El rey cayó de bruces. El éxito de sus movimientos la emocionaron y fortalecieron, bombeando adrenalina a través de su sistema. Un golpe más al rey en buena medida y volvería su atención a los guardias.

Excepto que mientras estiraba la pierna para darle una patada en el estómago, él rodó y le pegó en el tobillo. Con sólo un empujón, la envió a estrellarse sobre su trasero. El oxígeno explotó en sus pulmones. El blanco y negro hicieron un guiño delante de sus ojos, con unas pocas telarañas y destellos.

Antes de que tuviera tiempo de actuar, el rey volvió con su puño carnoso. El cual hizo contacto. Su pobre pómulo se abrió. La piel quedó expuesta. Le sacudió el cerebro contra el cráneo, y el negro llenó su visión por completo reduciéndose el blanco.

Así, se perdió su ventaja. Realmente nunca había tenido ninguna.

Arrástrate. Hazte un ovillo como protección. ¡Algo!

Demasiado tarde. Otro golpe aterrizó, esta vez en su mandíbula. Por un interminable momento el dolor, los mareos y las náuseas se volvieron su única compañía. Después, la tela de araña de color negro se amplió, cerrándose. ¡No te atrevas a desmayarte!

Otro golpe.

Tanto. Mucho. Dolor. Bien, te puedes desmayar ahora.

Por supuesto, eso fue cuando la oscuridad se desvaneció frente a otra explosión de adrenalina, dándole nitidez a su ingenio. Jane quiso gritar para pedir auxilio, pero no conocía a nadie ahí que hiciera algo para ayudarla. Sólo le dolería más. Además, físicamente, no podía gritar. Como había temido, su mandíbula estaba rota.

Otro golpe.

Más dolor. No, el dolor no era la palabra adecuada para lo que ella experimentaba. Agonía, tal vez, pero incluso eso parecía escaso para describirlo.

Fuertes dedos se envolvieron alrededor de sus bíceps y la sacudieron, provocando que la agonía se extendiera a través del resto de su cuerpo.

Mírame.

Parpadeó abriendo los ojos. O un ojo. Uno estaba sellado y cerrado, con la parte superior e inferior pegadas, ocultando lo que parecía una pelota de golf. Yacía sobre su espalda, y el rey se cernía sobre ella. Al momento en que se dio cuenta de que estaba despierta, comenzó a rasgarle la túnica.

A él le gustaba pelear con sus conquistas, al parecer. Bueno, ella le daría algo para recordar. Apretó los dientes contra un nuevo ataque de dolor y le dio una patada en la cara. La acción fue inesperada, y él se tambaleó hacia atrás antes de dar contra el suelo.

De alguna manera, se las ingenió para sentarse. Los destellos regresaron, empujando un gemido desde su garganta.

—Sostenedla —dijo el rey con una sonrisa maligna. Frotó su erección. La cual estaba al descubierto. Ya se había quitado el taparrabos.

Queriendo agradar, así como poner sus manos en ella, estaba segura, los hombres saltaron para obedecer. En un abrir y cerrar, estaba de espaldas, con las manos ancladas a la cabeza y las piernas quietas y abiertas.

Simplemente. Así.

En otro abrir y cerrar, sus pechos estaban siendo exprimidos y sus pezones pellizcados. Y los cuatro gigantes miraban entre sus muslos, a la espera de que su feminidad fuera revelada.

No replicó ella, pero la palabra fue inteligible—. ¡No! ¿Eso había sido lo que Nicolai había tenido que soportar?

Ellos se echaron a reír. El rey hizo jirones su ropa. El resto de la tela fue rasgada.

Más allá de la caverna, hizo eco un grito. Sus atacantes se detuvieron, fruncieron el ceño, mirándose entre sí.

Otro grito hizo eco, seguido por otro. Y otro. Cada uno lleno de dolor y de pánico. Eran animales luchando entre sí, tal vez más brujas, o ¿Nicolai habría llegado?

La esperanza floreció en su interior.

El rey se encogió de hombros, volviendo la atención a su cuerpo. Llevaba sólo su ropa interior ahora, y le estaba siendo arrancada de la entrepierna resultando por lo tanto inútil en cuanto a ejercer de barrera. Se lamió los labios mientras acariciaba su pene una, dos veces, preparándose para penetrarla.

Grande dijo, prácticamente dándose palmaditas en la espalda. En ese sentido, tenía razón. Su pene era grueso, muy grueso, y tan largo como un ariete. Ella sería despedazada.

Su esperanza se marchitó, murió. Las lágrimas nublaron su vista, y gimió, con el sonido roto como su mandíbula. En cualquier momento, y...

Un gruñido retumbó, profundo y ominoso. Más cerca, tan cerca.

Ni los guardias ni el rey desviaron la mirada para ver quién había hecho el sonido de
advertencia. Pero de repente, Jane lo supo, lo intuyó. Nicolai estaba ahí.

Vas a morir dijo rotundamente. Una vez más, sus heridas hicieron las palabras
incomprensibles, pero no le importó. Decírselo le daba una pequeña satisfacción.

—Nunca moriré —sin dejar de sonreír, el rey cayó de rodillas. Los guardias se acercaron más, con las manos apresando poco a poco sus brazos y piernas. Luego, cuando el rey guió su pene hacia ella, algo voló más rápido de lo que sus ojos podían ver. La sangre salpicó. El rey gritó de dolor y conmoción.

En ese mismo momento apareció el verdadero Nikolai con la misma daga que debía haber robado a los ogros, golpeando a los guardias y noqueando a los dos a la vez. Más sangre, más rugidos. Los hombres se alejaron de ella, y finalmente quedó libre. Se quedó allí, jadeando, temblando. Después, unos brazos suaves se deslizaron debajo de ella y la levantaron. Fue llevada a la tarima y acostada. Una mano con ternura le rozó la mejilla hinchada. La cara de Nicolai llegó a su vista. Estaba cubierto de sangre, cada parte de él empapado de rojo.

Las llamas saltaron y agrietaron sus ojos.

—¿Te violaron?

Ella le dio un ligero movimiento de cabeza.

Esas llamas murieron, dejando algo mucho peor: rabia fría y despiadada. Luego se fue.

Atacó a los guardias primero, a los que le habían sujetado sus los pies, arrancándoles la tráquea con los dientes y escupiéndola al suelo. Pero eso no fue suficiente para él, y hundió la daga para seccionar la cabeza de sus cuerpos. Cuerpos que se apilaron en la entrada, bloqueando al rey dentro de la habitación con él.

Los dos hombres daban círculos entre sí.

Sufrirás dijo Nicolai, la longitud y nitidez de sus colmillos causando que ligara las palabras—. Sí. Sufrirás. Ella es mía. ¡Mía! Morirás por tocar lo que es mío.

El rey parpadeó, con una inclinación de cabeza hacia un lado.

—Me resultas familiar. Eres vampiro. Eres... ¿El príncipe? —un grito de terror acompañó su sorpresa—. Sí. Eres el príncipe. El Príncipe de las tinieblas. Majestad, le pido perdón. Creí que estaba muerto. Todos pensamos que había muerto.

Nicolai, el esclavo, ¿era un príncipe?

El rey hincó una rodilla, en una muestra de sumisión.

Le pido disculpas. Tantas disculpas. Majestad. Sin ánimo de ofender. Tome a la mujer. Es suya.

Nada de lo que Jane hubiera hecho habría humillado al rey. Nada había suscitado el miedo en él. Ahora, con el pensamiento de luchar contra la realeza, estaba de rodillas, suplicando.

—Tú morirás —dijo Nicolai simplemente. El rey nunca tuvo oportunidad. Su hombre le quitó los miembros, uno por uno. Y aunque el rey gritaba, gritaba y gritaba, no luchaba. Como si supiera que la lucha le ganaría un destino aún peor.

Lo siguiente fueron sus ojos. Después de eso, la ingle. En ese momento, sus gritos se hicieron súplicas de misericordia. Misericordia que Nicolai no tuvo. Vaya, ahí estaba la lengua del rey. Nada de rogar o gritar. Sólo lloriquear.

Nicolai Jane finalmente logró decir con su débil voz, incluso teniendo problemas para oír lo que había dicho.

La fatiga se amontonaba y sabía que no estaría despierta mucho más tiempo.
Nicolai la miró, apenas capaz de recuperar el aliento. La necesidad de hacer daño se aferraba a él como una segunda piel, visible para todos. Nunca había visto a un hombre más primitivo, salvaje e incontrolable, a un guerrero directamente en la batalla. Una visión que la mayoría de la gente sólo verían en sus pesadillas.

Te necesito dijo.

—Sí —volvió de nuevo al rey moribundo. Con un movimiento rápido de su muñeca, le cortó la cabeza al hombre, tal como había hecho con los demás. Luego fue suspendido sobre Jane y la acarició suavemente. —Lo siento mucho, cariño. Lo siento tanto.

—Estaré... bien. He estado... peor. Sólo te necesito.... a ti.

Las palabras estaban destinadas a consolarlo. No lo consiguieron. Una angustia absoluta envolvió su rostro. Se limpió el brazo, se mordió su propia muñeca y mantuvo la herida sangrante contra la boca de ella.

—Bebe.

Mientras Nicolai cantaba palabras que no entendía, el líquido caliente bajaba en cascada por su garganta. Al principio, experimentó la sensación de hormigueo más deliciosa del mundo, comenzando en su estómago y moviéndose a través sus venas. A su mandíbula, a los brazos, a las piernas. El hormigueo pronto se afiló, se calentó, y se sintió como si dagas fundidas cortaran a través de ella.

¿Qué demonios estaba haciendo su sangre con ella?

Nicolai chilló—. Duele.

Te estás recuperando, cariño. Lo siento. Lo siento. El dolor es bueno.

Mientras hablaba, colocó la mandíbula en su lugar. Ella gritó, el sonido estridente resonando en las paredes de la cueva. La costra de su ojo hinchado se resquebrajó, y ella gimió. Al principio, su visión fue borrosa, como si sus córneas hubieran sido untadas con vaselina, pero mientras el calor y las dagas seguían trabajando a través de ella, como el efecto de un limpia cristales la visión se aclaró y pudo ver de nuevo. Perfectamente.

Cuando el proceso de curación estuvo completo, estaba ahí, todavía jadeando, sudando y temblando, pero como una mujer renacida. Estiró la mandíbula, y si bien existía un dolor persistente, la pudo mover sin restricciones.

Gracias dijo con lágrimas de alivio llenando sus ojos.

Nicolai se tendió junto a ella y la tomó en sus brazos. La abrazó durante largo tiempo antes de que ella se rompiera por dentro y sollozara contra su pecho, aferrándose a él con fuerza. Con toda su inteligencia y había estado desvalida Los maté, cariño. Maté a todos. Nunca te harán daño otra vez. Te lo juro.

La maldad del rey la sorprendió. El desprecio por su voluntad, la violencia que había
desatado... Oh, había conocido a gente capaz de semejantes hechos oscuros, pero nunca antes habían sido puestos delante de ella. Había sido espantoso y doloroso haber visto la evidencia de primera mano.

Esa es la forma. Déjalo escapar. Te tengo dijo con dulzura.

Estaba muy asustada.

Nunca más. Nunca más —le prometió—. A menos que... ¿Tuviste miedo de mí?

Ella sacudió la cabeza.

Bueno, eso es bueno. Nunca te haría daño. Incluso si perdiera los estribos, no podría hacerte daño.

Pronto sus lágrimas se secaron. El daño físico, así como el dolor de la curación, habían cobrado su peaje, y ella se apoyó en él, suspirando y temblando.

¿Qué estuviste cantando cuando me diste tu sangre?

Más de mi magia vampiro. Lancé un hechizo de curación para ayudar a las fuerzas de mi sangre.

Jane sollozó con la nariz tapada.

Fue mejor que el Vicodin.

¿Vicodin?

Un analgésico de mi mundo.

Un asesino de dolor. ¿Lo amas? —las palabras fueron gruñidos.

Una ráfaga de humor inesperado le dio fuerza.

No. De hecho, es difícil de quitar. Él, uh, me acechaba, ese tipo de cosas. Tuve que fingir que no existía.

Nicolai besó su sien y se relajó contra ella.

¿Debo cazarlo y destruirlo por ti, cariño? Sería un placer, créeme.

Hay suficientes enemigos. Además, yo lo destruí hace tiempo.

Otro beso.

Debido a que eres fuerte.

Hermosa alabanza, pero era completamente indigna de ella y no podía pretender otra cosa.

No fui lo suficientemente fuerte para salvarme a mí misma hoy —las lágrimas regresaron. Las apartó con una débil mano—. Tomé clases de defensa personal por un tiempo, pero no sirvió de nada. En realidad no. Él iba a... él iba a...

Nunca más repitió Nicolai, endureciendo su control—. Te entrenaré más. Y cuando haya terminado contigo, ni siquiera yo podré derrotarte.

¿En serio?

Oh, sí. Tu seguridad es una misión personal. Una misión en la que no voy a fallar.
Tal vez la agitación del día la había hecho emocional, pero tenía lágrimas en los ojos de nuevo. Esa era la cosa más dulce que un hombre le había dicho. Incluso mejor que lo que le había dicho a Laila.

Basta de mí. Tenía miedo de que los gigantes te hubieran matado.

Dudo incluso que la muerte me mantuviera lejos de ti.

Bueno. Estaba equivocada. Eso era lo más dulce. Besó el pulso en la base de su cuello. ¿Qué-qué eran esas cosas?

Ogros.

Un bostezo se coló hasta ella, sus párpados se hundieron en gran medida.

El rey parecía conocerte.

Él se puso rígido.

Sí.

Y no quería hablar sobre ello. Cambió de tema, de pronto muy cansada para saber la razón de por qué o presionarlo para conseguir respuestas.

Me encontraste, porque me marcaste, ¿verdad?

dijo otra vez. Pasando sus dedos a lo largo de su columna—. Y nunca he estado más contento por algo.

¿Has marcado a otras mujeres? —oh, Dios. No debería haber preguntado. No estaba lista para la respuesta. No aquí, no así. Y no después de lo que había sucedido. Estaba claro que no tenía que estar casado o comprometido para marcar a una mujer, por lo que podría haber mil por ahí. Tendría que haber....

No que yo sepa dijo con cautela.

Suspiró con alivio. Estaría dispuesta a apostar que marcar- era más que un recuerdo, que marcar era un instinto, la biología en su máxima expresión, un conocimiento que tenía profundamente arraigado en sus huesos. Después de todo, los perros lo hacían. Por supuesto, se hacían pis en lo que querían, dejando detrás su olor. Y no tenían necesidad de recordar hacerlo, sino que simplemente olían y captaban un toque del aroma deseado.

Nicolai no se había vinculado a ninguna otra mujer. Con la misma facilidad con la que había encontrado a Jane, podría encontrar a cualquier otra, sin dificultad. Si estaban allí. Por lo tanto, lógicamente, tenía que creer que era sólo una.

Sí, lógicamente. Él era libre.

Tal vez eres tan tonta como una caja de piedras. Un buen estudio científico consideraría ambos lados de la moneda. Muy bien. Había argumentos a favor de la otra parte. Nicolai podría muy bien estar comprometido, como había temido, como había tratado de negar. Y tal vez no había marcado a la mujer, sin embargo, querría esperar a que la actual ceremonia completara la conexión.

O, como los ogros, podía haber tenido un harén de mujeres. Tal vez una mujer no lo habría satisfecho por mucho tiempo, por lo que habría ido tras ellas como si tuviera un resfriado y fueran pañuelos. Tal vez habían sido demasiadas para marcar. O tal vez simplemente nunca se había preocupado lo suficiente para hacerlo.
Eso calzaba con la imagen de un príncipe mimado. ¿Sería un príncipe, sin embargo? ¿Habría sido mimado? ¿Un hombre al que le daban todo lo que quería, que nunca estaba satisfecho?

A veces odiaba a su cerebro. Y dio la vuelta a la moneda.

El hombre que conocía era volátil y posesivo. No jugaba bien con otros, y no sabía compartir. Sin embargo, estaba muy lejos de ser un mimado como un hombre podría ser. Y es mío, pensó, hundiendo la cabeza más en la línea dura de su cuerpo. Su cuerpo fuerte y cálido.

Él la conocía, y no se molestaba por sus tangentes verbales y mentales. Le había importado lo suficiente como para volver por ella dos veces y salvar su vida. Eso debía contar para algo.

Deja de pensar y duerme, Jane.

—Está bien —nada le podría pasar mientras estuvieran juntos. Lo sabía. Él la protegería con su vida—. Abrázame, y no me sueltes.

Siempre —le prometió.

Oh, sí. Le importaba. Se quedó dormida con una sonrisa.

 

 

CAPÍTULO 12

Cuando Jane se despertó, todavía estaba en la cueva. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado. Todo lo que sabía era que nunca se había sentido tan descansada. Se estiró como un gato satisfecho, cálida a pesar de su desnudez, su músculos parecían estar líquidos, y miró a su alrededor.

Asustada por lo que vio, se incorporó. Había pasado suficiente tiempo para que Nicolai limpiara cada partícula de sangre del suelo y paredes. También había retirado los cuerpos y las partes de los mismos. Si no fuera por la persistente mancha del mal, esto podría haber sido algún tipo de hotel subterráneo.

No había ninguna razón para que Nicolai hubiera hecho tal cosa. No iban a vivir aquí. Ni siquiera iban a pasar el día. A menos que él hubiera deseado evitarle cualquier malestar. Sus ojos se abrieron. Eso fue exactamente por lo que lo había hecho, se dio cuenta. Dulce y querido hombre.

Hola de nuevo, montaña rusa emocional. Sollozó, su barbilla temblorosa.

—No llores, mi amor. Por favor, no llores —estaba sentado junto a ella, apartando la mirada y sosteniendo un paquete de material arrugado. Y Dios, su perfil era precioso. Todavía manchado con sangre, aunque se había lavado, sus mejillas eran afiladas, los labios exuberantes y su expresión relajada. Sin efectos nocivos de los combates—. Me mata por dentro.

Después de todo lo que había hecho por ella, Jane haría cualquier cosa que le pidiera. Además, a pesar de su relajada expresión, las líneas de tensión brotaban de sus ojos, como si permanentemente estuvieran grabadas allí. Algo más le molestaba, y no se sumaría a sus problemas.

—No lo haré —utilizó el borde de la tela que le ofreció para limpiarse la cara.
Las esquinas de su boca se torcieron, sus preocupaciones interiores momentáneamente olvidadas. ¿Qué encontraba cómico?

—¿Has dormido bien? —preguntó.

—Sí, gracias.

—Bien. Ahora. ¿Te vestirías por mí? —una pregunta con capas de aprehensión.
Ella pensó que sabía por qué. Su desnudez le excitó o por lo menos, esperaba que lo hiciera, pero él no quería hacer nada al respecto. No después de lo que había pasado aquí. Estaba agradecida.

Sabía del viejo adagio de “reemplazar lo malo con lo bueno”, también sabía que no había nada mejor que el toque de Nicolai. Podía tocarla como un piano, acariciando todas las teclas correctas y crear una sinfonía. Pero no quería que su primer momento surgiera de ninguna otra necesidad aparte de la de estar juntos.

—¿Jane? —incitó.

Vestido. Correcto.

—¿Con qué? —Su vestido estaba arruinado para siempre.

—La tela.

—Oh —mordió su labio inferior mientras estudiaba “la tela”. Una túnica de algodón color amarillo desteñida, limpia y libre de rasgaduras. Perfecta—. ¿De dónde sacaste esto?

Hizo un gesto a su espalda con una inclinación de cabeza.

—Las otras hembras de aquí estaban tan agradecidas de ser libres de sus amos ogros, que se quedaron el tiempo suficiente para ayudarme a limpiar la habitación y me ofrecieron todas sus posesiones.

—Eso fue considerado por su parte.

—También me ofrecieron usar sus cuerpos.

—Voy a limpiar el suelo con su sangre —tiró la túnica sobre la cabeza.

Cuando Nicolai regresó a su vista, vio que estaba sonriendo. Esa sonrisa... decadente y desvergonzada. Su sangre se calentó. La sangre que le pertenecía a él, había sido una parte de él.

—Las envié fuera —dijo—. Sin aceptar.

—Como si me importara lo que haces —se quejó ella. Esta conversación, llegaba al fondo de sus preocupaciones, encendiendo su carácter.

Eso borró su entretenimiento por completo.

—Debes tener cuidado.

Ella suspiró. La honestidad era necesaria si iban a tener cualquier tipo de relación. Y ella quería una relación con él, sin importar el tiempo que les quedara juntos. Un día, una semana, un mes… ¿Y si ella permanecía aquí para siempre? No se preocuparía por eso ahora.

—Está bien —dijo en un suspiro—. Me importa —su estómago gruñó de hambre, y en la quietud de la cueva, el sonido hizo eco en voz alta. Ella se sonrojó—. ¿Y a ti?

—Más de lo que puedo decir.

—Yo solo... no quiero que salgas lastimado si me voy.

—No me vas a dejar. Ahora, vamos —se puso de pie y agitó los dedos—. Te voy a alimentar.

¡Le importaba! ¿Y cómo podía estar tan seguro de que se quedaría?

—¿Qué hora es? —preguntó, aceptando su ayuda con una tierna sonrisa. Sonrisa que se desvaneció rápidamente. Sus huesos crujieron y le dolió cuando se enderezó.

—Cerca de la medianoche.

En casa, habría estado en su cama ahora mismo, dando vueltas y temiendo a la mañana siguiente.

Hicieron el camino de regreso al río. Cojeando al principio, pero los músculos se relajaron con el ejercicio, recogiendo hojas de menta y ramitas, se cepillaron los dientes mientras caminaban. Después, Nicolai recolectó frutas y nueces para un apuro. A medida que mordisqueaba, Jane esperaba que aparecieran criaturas de libros de cuentos infantiles para saltar y agarrarla, o a Laila gritando una maldición, pero no.

El viaje de treinta minutos transcurrió sin incidentes.

Nicolai dio un paso dentro del agua, se hundió, salió todo mojado, escupiendo y sacudiéndose e hizo un gesto para que ella hiciera lo mismo.

—Báñate, voy a recoger los peces que espantes.

—Ja, ja. Demuestra lo que sabes. Los peces me adoran. No te sorprendas si bailan a mis pies.

—¿Estás tratando de hacerme matar a los peces en un ataque de celos para que puedas tener más para comer? —bromeó él.

—Tal vez.

Más que hermoso, él era sexy. Divertido, juguetón, todo aquel oscuro cabello mojado pegado a su cuero cabelludo y goteando por su cara, las cristalinas gotitas abrasaban un camino hacia abajo por sus apetitosos abdominales, las cuerdas de su estómago -y, dulce cielo, había un montón de cuerdas-y finalmente capturándolas en la cintura de su taparrabo.

Sin la corrupción de la cueva, no había nada que diluyera su necesidad. Jane tuvo hambre de su hombre más que de cualquier otra cosa.

Tienes que limpiarte si te quieres ensuciar con él.

—Prepárate para ser sorprendida —dijo, dándole la espalda.

Ya lo estoy. Se quitó la túnica nueva y se lanzó al agua -refrescante
agua-antes de que se pudiera girar y ver las cuentas de sus pezones. Se frotó hasta que su piel hormigueaba. Bueno, hormigueó más por deseo.

Al mismo tiempo, miraba de reojo a Nicolai. Él atrapó varios peces y los tiró a la tierra. Pero el tiempo pasaba, se volvió más y más aprensivo, sus movimientos recortados. Y estaba completamente ajeno a su mirada. Ni una sola vez le echó un vistazo a Jane.

La luz de la luna lo enfocaba, dorado y mágico. Era tan fuerte, tan capaz. Se mordió el labio inferior mientras probaba el agua. Podría estar fría, pero el líquido entre sus piernas estaba caliente.

Tal vez debería haber estado asustada o experimentar síntomas de estrés post-traumático. Retrocesos por lo menos. Después de todo, casi había sido violada y golpeada. Pero este era Nicolai. Su protector. Ni siquiera los malos recuerdos se atreverían a atacarla, mientras él estuviera cerca.

—Nicolai —dijo, con una nota ronca en su voz. No tenía la intención de llamarlo, pero su nombre había surgido espontáneamente, imparable.

Finalmente se volvió hacia ella. Se quedó sin aliento. Sus ojos eran los más brillantes que jamás hubiera visto, el oro moteaba hacia fuera para jugar, mezclado de manera seductora con la plata. Sus mejillas estaban rojas, sus colmillos alargados y afilados.

—¿Impresionada ya? —exigió.

—Sí —oh, sí. ¿Por eso estaba tan angustiado y distante? ¿No había elogiado bien sus habilidades? —Eres el mejor pescador que he conocido. Por supuesto, eres el único que he conocido, pero...

Ningún indicio de sonrisa.

—Te voy a alimentar —dijo, y añadió sobriamente—, después.

—¿Después de?

—Huelo tu deseo por mí, pequeña Jane, y te he dado tiempo para acostumbrarte a la idea de estar conmigo. El tiempo se acabó. Ven aquí —torció un dedo—. Te deseo.

Después de todo no era una mala idea.

—Ya era hora —no lo dudó. Nadó la distancia que les separaba, el agua acariciando su piel. Cuando estaba sólo a un susurro de distancia, dejó que sus pies tocaran el fondo y se paró. La línea del agua llegaba justo bajo sus pechos.

—Voy a tenerte —dijo con fiereza.

—Sí.

—Toda tú.

—Sí —por favor.

Se acercó. Cada vez que inhalaba, sus pechos se rozaban, creando una vertiginosa fricción.

—Nada me detendrá —dijo.

—¿Ni siquiera los pensamientos de otra mujer esperando por ti? —Se odió a sí misma en el momento en que las palabras salieron, pero se alegró que así fuera. Otra mujer era la razón por la que él se había resistido a ella antes.

Las sombras cambiaron su expresión, convirtiéndolo en el guerrero de la noche anterior.

—Hay... una mujer. Lo más probable.

Oh, Dios.

—¿Quién? —Un muro se levantó y el deseo fue drenado, dejándola fría y hueca.

—¿La... tú la amas?

—No. Mi padre arregló el matrimonio. No me acuerdo de la cara de mi prometida, de su nombre, o incluso de mi proposición. Sólo sé que le prometí a mi padre que iba a casarme.

No llores. No te atrevas a llorar. Por lo menos su corazón no le pertenecía a otra persona. Eso debía ayudar. No ayudó. Ella quería todo de él. Para sí misma.

—¿Tu recuerdas? —graznó.

—No todo, sólo pedazos y piezas a la vez. Te digo esto, no para molestarte, Jane, si no para advertírtelo. No importa lo que pase, me voy a quedar contigo. Tú eres mía. Eso no va a cambiar.

No importa lo que pase, como, si él pudiera casarse con otra mujer.

—No.

La posibilidad de su participación con otra había sido tan fácil de descartar antes. Y fácilmente podría descartarlo ahora, cuando esto era una realidad. Si él hubiera decidido poner fin al compromiso.

No sería la otra. No lo haría. Tenía demasiado orgullo. ¿No? Oh, Dios. El hecho de que incluso hubiera preguntado significaba que ya quería considerar la opción.

No, no, no, no. Sus padres se habían amado, se respetan entre sí, y eso es lo que quería para sí misma. Un amor profundo y duradero que la colocara en primer lugar. No quería pasar sus noches preguntándose si su hombre estaba en la cama con su esposa, dándole placer y bebés. No quería encontrarse con su vida limitada. Ser a la que todos culparan por sus problemas.

Se merecía algo mejor.

Cuando volviera a casa recordaría su tiempo aquí, pero sabía que no podía quedarse, porque de algún modo, de alguna forma, iba a encontrar el camino a casa, y esta noche, sería lo que la atormentaría. No esas horas de dolor con los ogros. Ni siquiera la humillación de su flagelación. Esto la hería más.

Se alejó de él.

No permitiéndole retirarse, él se acercó y la agarró por los hombros, tirando su espalda hacia a él. Más cerca esta vez, hasta que ni siquiera un susurro los separaba. Ellos se alinearon uno contra el otro, la erección de él se estrelló contra su vientre.

—Sé lo que estás pensando, Jane.

—¿Qué, eres es lector de mentes, al igual que eres un hombre comprometido? —lanzó las palabras como armas, necesitando atacar, incluso de la manera más pequeña.

—No, pero te conozco. No me vas a dejar —la orden no vino del sensible salvador que la había sostenido mientras dormía, si no del depredador peligroso que había quitado las extremidades de un hombre sólo para oírle gritar—. Te dije todo esto, no para que te preocupes, sino para tranquilizarte. La promesa de matrimonio puede romperse. Y la mía será rota. Voy a tenerte, y a ninguna otra.

—Yo-yo —¿Fue una declaración? ¿Una propuesta? Sus emociones corrían abarcando todas las gamas, y su mente no sabía si liberar la desesperación y aceptar la repentina marea de alegría, o revolcarse en ambos—. Sé que dijiste que no, pero qué si lo hago, de hecho, salir de tu mundo… morirás—. No debería saber eso, sin embargo, no podía admitir que lo hacía, pero claro, no le había pedido ser su compañera para siempre, ¿verdad?

Si lo hiciera, el acoplamiento muy bien podría atarla a este mundo para siempre. Sus ojos se abrieron. ¿Es así como él sabía que se quedaría?

—Tú no te marcharás —dijo. —Me aseguraré de ello, independientemente de lo que tenga que hacer. Ahora, terminemos esto, Jane. Aquí. Ahora —no esperó su respuesta, se precipitó hacia abajo, empujando su lengua profundamente dentro de su boca. La alegría ganó.

Jane no pudo evitarlo. Le dio la bienvenida. Todavía sabía a menta, cálida, húmeda menta, y no podía obtener suficiente. Y cuando él inclinó la cabeza, tomando más, degustándola más profundamente, sus terminaciones nerviosas estallaron con la sensación. Esto era lo que un beso tenía que ser, una posesión, un reclamo. Un despertar de cada sentido.

Las manos de ella se enrollaron alrededor de su cuello, los dedos hundiéndose en el pelo. Más tarde. Le preguntaría qué había querido decir con -independientemente de lo que tenga que hacer-más tarde. Ahora, ella tenía el hecho más importante. Nicolai no se comprometería con otra persona. Aquí, ahora, lo disfrutaría.

Se quedaron así, besándose y frotándose uno contra el otro para siempre. Y cada segundo de ese siempre intensificó su deseo, hasta que ella estaba temblando, necesitada, dolorida con una fiebre que sólo él podía calmar.

—Pon tus piernas alrededor de mí —le ordenó con dureza.

—Sí.

Incluso la idea la dejó tambaleando. Se levantó de un salto e hizo lo que le ordenó, esperando que la poseyera en el próximo instante. No entró en ella, todavía. No, él la llevó hasta la orilla, la dura longitud deslizándose en su contra. Gimió cuando la tumbó y se estiró encima de ella. Aun así no entró.

—No te detengas —suspiró Jane.

—No lo haré.

Puso sus manos al lado de las sienes de ella, se quitó el taparrabos y ancló su peso.

—Tan preciosa, mi mujer.

—Demuéstralo. Demuéstrame que soy tuya.

Sus labios se desprendieron de los colmillos.

—Cuando haya terminado, podrías arrepentirte de esa petición.

—Promesas, promesas.

Una vez más, desafió sus expectativas. Él no fue a matar, no le entregó un alivio inmediato a su furioso deseo. En su lugar, pasó los siguientes minutos amasándole los pechos y bañando sus pezones, los dedos de él trazaban patrones eróticos en su estómago, pero nunca llegó a donde ella más lo necesitaba.

Cuando comenzó a besar el mismo camino al rojo vivo que sus dedos habían tomado, sus piernas se abrieron, en una silenciosa petición de contacto. Él no se lo concedió.

Le lamió la cara interna del muslo, entre los labios húmedos, incluso separó con su lengua su núcleo, hundiéndose dentro por el más breve de los segundos, bromeando con lo que podría ser, pero era siempre cuidadoso en evitar su clítoris.

Tenía que correrse, maldita sea.

—Nicolai. Dejar de bromear.

El aliento caliente hizo un viaje largo y difícil sobre ella.

—¿A quién perteneces, Jane?

Bien, bien. Ahora conocía su juego. Trabajándola, burlándose de ella con todo lo que podía darle, hasta que Jane le diera lo que él quería, lo que ella le había exigido a él. La propiedad.

—Mírame —dijo.

Apoyó la barbilla en su hueso púbico. Las pestañas levantadas y su mirada se encontró con la suya. La tensión estiró sus rasgos. Quería correrse tanto como lo hacia ella.

—¿Sí? —dijo. ¿Quién se rompería primero?— Me toca a mí.

Apoyó los pies sobre sus hombros y empujó. Un segundo después, él estaba recostado sobre su espalda y ella se cernía sobre él.

—¿Qué estás haciendo, Jane?

—Es mi turno —bañaba con su lengua los pezones, amando la forma en que se le clavaban en la lengua.

—Si hago algo que no te gusta, simplemente debes decir que pare.

—Me gustará —sus manos enredadas en el pelo de ella. Sus uñas debían haber vuelto a crecer, porque sentía la picadura en su cuero cabelludo, y eso le gustó—. Cualquier cosa que hagas, me va a gustar.

—Bueno, entonces, vamos a ver lo que más te gusta —lamió la forma de su ombligo y se sumergió en el interior. Los músculos de él se estremecieron con anticipación. Sus pechos acunaron su erección, y se frotaba arriba y abajo, arriba y abajo, alimentando su pasión. Pronto la punta de él se humedeció, lo que permitió un suave deslizamiento.

Ella lo quería fuera de control. Sin sentido. Desesperado. Exactamente como ella estaba con él. Jane no tenía mucha experiencia, pero no dejaría que eso la detuviera o intimidara, lo decidió. Aprendería su cuerpo, todos sus deseos secretos.
—Jane —jadeó.

—Sí, Nicolai.

—Yo necesito... yo quiero...

—¿Que te pruebe?

—Oh, dioses, Jane —su voz era un graznido—. Sí. Por favor.

Se agachó entre las piernas y miró hacia abajo a su pene. Era tan largo, tan grueso y duro. Bajó, bajó, se inclinó... pero no se tragó la deliciosa longitud. Todavía no. Prodigaba atenciones en los testículos, burlándose de él como se había burlado de ella, hasta que sus caderas estaban levantadas en señal de súplica.

—Por favor —dijo otra vez.

—¿A quién perteneces? —preguntó ella tal y como Nicolai le había preguntado.

Ni siquiera trató de resistirse.

—A ti. Jane.

La admisión le afectó tanto como una caricia y se estremeció.

—Te voy a hacer tan feliz por haber dicho eso —ajusto sus labios alrededor de la cabeza de su pene. Su sabor le golpeó las papilas gustativas y se quejó de entusiasmo. Más, quería más. Deslizó la boca todo el camino hacia abajo, hasta llegar a la parte posterior de su garganta.

Un grito ronco lo abandonó. Desde arriba Jane se deslizaba ligeramente raspándolo con sus dientes. Otro grito. Ella flotaba allí, inmóvil, atormentándolo. Esperando.

—Jane, me gusta más de esto.

Se deslizó hacia abajo, se deslizó arriba, repitiendo el proceso una y otra vez, lentamente al principio, luego aumentando su velocidad. Pronto ya no podía hablar, podía gemir y gemir como ella lo hacia. Tenerlo así, a su merced, su deseo por Jane consumiéndolo, dirigiendo todos sus pensamientos y acciones, era un poderoso afrodisíaco para ella.

Cuando sus testículos se apretaron, marcando el principio del clímax, continuó, cerrando sus labios sobre la base de su pene, impidiéndole ir más lejos. Un pequeño truco sobre el que había leído, pero que nunca había intentado.

Su rugido de necesidad sonó a través del bosque.

—Jane —jadeó—. Jane, por favor.

Estaba temblando, húmedo de sudor, pero no se corrió. Y cuando el peligro pasó, se arrastró sobre el cuerpo de él, temblando con violencia. Sus colmillos eran tan largos que habían cortado su labio, dejando rastros de sangre por la barbilla.

—¿Por qué no lo...?

—Te quiero dentro de mí —su sangre se fundió en sus venas, haciendo que el sudor le cayera por la frente.

—Necesito estar dentro de ti, pero todavía no, todavía no —devolvió las manos al cabello de ella, sus dedos tirando de las hebras—. Debo de controlar el impulso del primer bocado.

—No controles el impulso —se inclinó y chasqueó su lengua contra uno de los colmillos de él, rápidamente cortando el tejido suave—. Déjamelo a mí. Estoy bien.

Gimió como si le doliera.

—Delicioso.

—¿Más?

El mundo de repente giró. Él la había arrojado sobre su espalda, y se cernía sobre ella. —Más —dijo arrastrando las palabras, la mirada clavada en su pulso martilleante—. No, no. Todavía no, todavía no —repitió—. Cariño.

—¿Sí? —¿Por qué todavía no? Tal vez era codiciosa. Tal vez era egoísta. Pero lo quería ahora, ahora, ahora.

Se rió, un sonido roto.

—No. Cariño. Podría darte un hijo. ¿Quieres un bebé?

La comprensión cayó sobre ella. La tristeza y el miedo de repente la inundaron, diluyendo un poco su deseo.

—Yo no puedo tener hijos —¿Pensaría menos de ella? ¿Ya no la querría?

La mujer que su padre había elegido probablemente podía tener hijos.

Oh, ¡ay!

Jane había pensado que había aceptado su falta. Pero ahora... la idea de formar una familia con Nicolai... Ella lo quería, se dio cuenta. No ahora, pero más tarde. Cuando estuvieran a salvo. Para estar con él, tener a su hijo creciendo dentro de ella... Nunca conocería aquella alegría.

Esa falta fue otra de las razones por las que había dejado a Spencer cuando estuvo con él. Una vez habían hablado de casarse y formar una familia, y Jane había sabido cuánto había deseado eso. Con ella, él nunca lo tendría. Entonces lo dejó ir, sabiendo que él se lo agradecería un día, cuando estuviera casado con otra mujer, y sus hijos estuvieran corriendo y riendo por su casa.

—Después del accidente, mi cuerpo quedó arruinado —dijo, empujando las palabras a través del nudo en su garganta.

—Por lo tanto, no tienes que preocuparte por embarazarme. Nunca. Y si quieres parar ahora y nunca llevar más allá lo que hay entre nosotros, lo entenderé.

Miró hacia ella, un oscuro guerrero cuya ira se había pinchado.

—¿Jane?

—¿Sí?

—Te deseo sin importar el qué. Te necesito. Nunca pienses de otra manera.

Con eso, la agarró por los muslos, separándoselos y se levantó encima de ella, golpeándola profundamente con un empuje poderoso.

Se olvidó de su tristeza inmediatamente, necesidad, que todo lo consume, el deseo la inundó. Era tan grande que la estiraba, estaba tan mojada, su cuerpo una vez abandonado le dio sólo una mínima resistencia.

—Nicolai —su nombre, oh, cómo le gustaba su nombre.

—Me gusta esto, también —dijo. Dentro y fuera él se movía—. He cambiado de opinión. Esto me gusta más.

Su mente se nubló, sus terminaciones nerviosas arrasadas hasta el punto de placer-dolor, y ella gritó. Había estado tan caliente, el menor movimiento la habría enviado disparada a las estrellas. Pero esto, dulce cielo... esto.

Oh, Dios, esto era tan bueno, y ella estaba tan perdida, no quería que la encontraran nunca, quería esto siempre... Nicolai, Nicolai, de ella, siempre de ella. Parloteaba consigo misma, y lo sabía, no podía controlarlo. No quiso controlarlo. Sólo quería más. De él, de esto.

—No debo morderte, no debo morder.

—Muerde. Por favor. Soy tuya, Nicolai. Soy tuya.

Gruñó, sus colmillos penetraron en el cuello y ella ya estaba culminando, exprimiéndolo, aferrándose a él. Tomando todo lo que él tenía para dar y exigiendo más. Y Nicolai se lo dio.

Él montó las olas de la satisfacción de Jane, empujando dentro con un fervor que la dejó sin aliento. Él era todo alrededor, una parte de ella, la única luz en su mundo. Bebiendo, bebiendo, oh, sí, bebiendo. Pronto se sintió mareada, y las dudas asomaron entre las sombras de su mente, como si hubieran estado escondidas todo el tiempo, esperando a sus defensas a desmoronarse.

Tal vez sus palabras -te deseo sin importar nada, te necesito-fueran la conversación pre orgasmo, significaba atraerla a la cama e impedirle correr. Tal vez la nube de deseo le había estado conduciendo desde el principio. Tal vez más tarde cambiaría de opinión sobre su deseo por ella.

Tal vez, cuando esto hubiera terminado, él la dejaría ir.

No, se defendió. No. Esto no es temporal. No la descartaría. ¿Aún cuando se enterara de la verdad acerca de algunas de las cosas que había hecho a los de su clase?
Dura y fría realidad. Una vez más, se defendió. Nada podría destruir este momento, ni siquiera eso. Aquí, el placer importaba. Sólo el placer.

Él enganchó uno de sus brazos por debajo de la rodilla de ella y la levantó, abriéndola más, aumentando la profundidad. Al instante su cuerpo estuvo listo para otro orgasmo, necesitándolo tan desesperadamente como los demás, como si el sexo con él fuera un requisito previo para su supervivencia. Debería temer eso. Lo necesitaba demasiado intensamente, ya no era completa sin él.

Demonios, si se fuera, ¿iba a ser ella la que se marchitara? ¿Se había emparejado y simplemente no lo sabía? ¿Qué sabía sobre el camino del emparejamiento? En realidad nada.

Nicolai se apoderó de la otra pierna y se levantó, surgiendo increíblemente profundo, y se olvidó incluso de eso. No había ninguna parte de ella que él no tocara. Era la mujer de Nicolai, simple y llanamente, marcada por él, una parte de él. Después de esto, nunca sería la misma, no quería ser la misma.

Ella hundió sus uñas en el cuero cabelludo y le obligó a subir la cabeza. Sus dientes se deslizaron de la vena.

—Nicolai...

—Lo siento —la miró, la sangre goteaba de la comisura de su boca—. No quise... ¿He tomado demasiado? —la agonía flotó.

—No —podría tenerla toda, hasta la última gota—. Bésame —exigió.

—Sí —la encontró a medio camino. Sus labios apretados, sus lenguas se batieron en duelo. Su sabor le llenó, y esta vez se mezcló con el suyo. Juntos, cada parte de ellos juntos... embriagador.

—Mío —dijo.

—Tuyo.

Para siempre, ella no se permitió añadir, pero, oh, lo quería. Más tarde, hablarían.

Sí, la temida conversación sobre sentimientos e intenciones. Sobre el futuro.

El beso continuó, fuera de control, sus dientes raspando juntos, mientras se deslizaba dentro de ella. Liberó una de sus piernas para mover la mano entre sus cuerpos, y le presionó el pulgar contra su clítoris. Y justamente así ella estalló de nuevo, con espasmos alrededor de él.

Nicolai suspiró y empujó profundamente, una vez más, y se corrió, cada músculo que poseía abriendo y cerrándose. Nunca había hecho el amor sin condón, y le gustó la sensación de él disparándose dentro. Cuando se calmó, se envolvió en torno a él, abrazándolo tan cerca como fuera posible. Se desplomó encima de ella, pero rápidamente rodó para aliviarla de la presión del peso de su musculatura. Ambos estaban empapados en sudor, temblando y febriles.

—Mi Jane —dijo, tanta satisfacción en su voz que no podía temer la próxima discusión.
Besó su hombro.

—Mi Nicolai.

Para siempre.

Ella esperaba.

—No te vayas... tenemos que hablar —susurró ella, justo antes de quedarse dormida.

 

CAPÍTULO 13

Jadeando, sudando y saciado de la manera más perfecta, Nicolai acurrucó a Jane a su lado. La sangre de ella le fluía por las venas como el champán, burbujeante y efervescente, clamando con cada pensamiento y cada latido una dolorosa conclusión que no estaba preparado para enfrentar. Quería cerrar los ojos y disfrutar, pero tenía en la mente algunas cosas que resolver primero.

Ella quería hablar. ¿Sobre qué? Si pensaba alejarlo después de lo que habían compartido... Bueno, eso no iba a suceder.

Lo que acababan de hacer no podía ser llamado “sexo”.

El sexo era un impulso. Algo que podías hacer con cualquiera. Podría ser consensuado o forzado, como él bien sabía. Lo que habían hecho era un apareamiento. Primitivo, salvaje, necesario, y tan esencial como los latidos del corazón.

Habría muerto si le hubiera sido negado el acceso a su cuerpo. Él simplemente tenía que estar dentro de ella. Nada podría haberlo detenido. Ningún ataque, ni la muerte, infiernos, ni siquiera su desaparición. Si ella hubiera regresado a su mundo, habría encontrado la manera de seguirla.

No había resistencia a esta mujer, no para él, y no lo iba a intentar más. De ninguna manera. Su prometida podría estar esperándolo, pero ¿y qué? Como le había dicho a Jane, la tendría a ella y no a otra.

Lo había cambiado.

La primera vez que la había visto, olido, el hambre por ella había despertado. Tal vez se había vuelto un obseso. Porque cuando vio cómo se la llevaban, se olvidó del plan para salvarse a sí mismo y fue tras ella. Luego, cuando la escuchó gritar, se dio cuenta de que los ogros la estaban lastimando, sintió una furia sin igual. Verle el rostro y el cuerpo golpeado había dejado en ridículo esa furia, se convirtió en una bestia, su naturaleza más oscura tomando el control.

Las veces anteriores, había pensado que sólo tenía mal genio.

La lucha había terminado demasiado pronto. Habría querido torturar al rey, mantenerlo al borde de la muerte y la agonía por siglos. Por el bien de Jane, había eliminado al hijo de puta, y había atraído a su mujer cerca.

Entonces ella se había dormido, pero él no se había calmado. La necesidad de hacerla suya, para que el mundo supiera que le pertenecía, lo invadía con tanta fuerza como la rabia lo había hecho. Pero él no había querido hacerle daño cuando la marcara, y sabía que la tomaría.

Así que la había traído aquí, con la intención de nadar y relajarse. Quería alimentarla con pescado, pero ella lo había visto, mientras lo capturaba, y había sentido cómo aumentaba el deseo en ella.

Se había olvidado de las buenas intenciones. La esperanza de ser cuidadoso.

Ahora la había poseído, la había marcado, tal como lo había deseado, necesitado, pero se dio cuenta que incluso eso no era suficiente. Con ella nunca nada sería suficiente. Él siempre la querría. Constantemente desearía más.

Igual que sus padres cuando vivían, lo comprenderían. Lo sabía.

Los había amado y ellos lo habían amado a él. Querrían que fuera feliz, y no podía ser feliz sin Jane. Su padre se había decidido por una princesa vecina sólo porque Nicolai no había mostrado ninguna preferencia.

Ahora, la tenía.

Jane no podía tener hijos, y eso la molestaba, pero a él no. No le había mentido. Le gustaba tal como era. Cuando Nicolai se convirtiera en rey en lugar de su padre -la necesidad encendida, prendió fuego-se esperaría que tuviera un heredero. Pero tenía tres hermanos bien capaces de eso.

Por lo tanto. El nuevo plan de acción sería: asegurar a Jane a su lado, volver a Elden, matar al Brujo de Sangre que había asesinado a sus padres y reclamar el trono. No quería esperar para hablar del tema. La urgencia lo apremiaba. El instinto lo llevaba a arreglar las cosas ahora.

—Jane...

Pasó un momento.

—Jane. Cariño —suavemente la sacudió.

—Sí —murmuró aturdida.

—Vamos a hablar ahora.

La leve inspiración era alentadora.

—¿En serio?

—Sí, en serio. La primera vez que viniste a mí, mencionaste un libro. ¿Dónde está el libro ahora?

—Oh. Eso es de lo que quieres hablar —parecía decepcionada—. Lo dejé en el palacio de Delfina. Sin embargo, no creo que importe. Era el libro correcto, sólo que más nuevo. Y en blanco.

Él frunció el ceño.

—Cuando lo leíste, ¿la historia era sobre mí?

—Sí. Acerca de tu esclavitud. Había un marcador de color rosa en el centro, y esa página hablaba de tu encarcelamiento. A continuación, escrito por la misma mano, había una nota tuya, ordenándome que te ayudase, que viniera a ti. El resto de las páginas estaban en blanco, sin embargo.

Se había preguntado si lo había escrito y después olvidado. Por lo que sabía, las brujas lo habían maldecido a olvidarlo todo, por lo que hicieron con él. ¿Sin embargo por qué había desaparecido la tinta cuando Jane había aparecido en Delfina? ¿Por qué ella había llegado antes de que él hubiera escrito el libro? Pero, si él le hubiera ordenado que viniera aquí -a ella específicamente-ya la habría conocido. Y ella lo habría dejado.

Se puso tenso. No le gustaba esa idea y se apresuró a descartarla. No había dicho -vuelve a mí-. Él había dicho: -Ven a mí-. Entonces… la magia podría habérsela mostrado, así como el libro, que él había olvidado.

De todos modos, el temor de que pudiera perderla echaba raíces y se negaba a dejarlo.

—¿Quieres quedarte aquí conmigo, Jane?

Se preparaba para la batalla. Una batalla que lucharía ferozmente para ganar. Ella tenía una vida de la que él no sabía nada, y donde la situación se invertía, si él estuviera en su mundo, tendría que encontrar una manera de partir para vengar a su familia y su hogar. Y se escabulliría con ella, pensó.

Ahora ella era la tensa.

—Bueno, podría responder tu pregunta con una pregunta mía. ¿Quieres que me quede? Pero no lo haré. Porque no debería tener que calificar mi opinión. Yo no soy una cobarde —se lamió los labios, como lo hacía cada vez que lo deseaba, y él sintió el cálido deslizamiento de la lengua de ella en el pecho—. Por lo tanto. Aquí está. Sí. Quiero quedarme contigo. Eso es de lo que quería hablarte.

Gracias a los dioses. Se había preocupado por nada.

—Estoy contento —palabras inadecuadas—. También quiero que te quedes conmigo.

—¿En serio? ¿No lo dices por decir?

—Jane, ¿cuándo dije algo por decir?

—Bueno, los hombres dicen todo el tiempo cosas que no quieren para lograr que las mujeres terminen en su cama.

Algunos lo hacían, sí, pero él nunca lo había hecho. Él siempre había sido sincero, ofreciendo una sola noche de su atención, de su cuerpo, pero nada más, y nunca más. Eso era todo, el fin. Aunque, para llevar a Jane a su cama, iba a hacer y decir cualquier cosa.

—Siempre seré honesto contigo. Siempre. Mientras me desees. Para, y yo cambiaré mi trato contigo.

Ella se rió, el más sexy ronroneo que había oído.

—Gracias por la advertencia.

Tenerla cerca lo estaba excitando. Sentir que lo lamía, más. Pero esa risa... estaba duro como una roca en cuestión de segundos.

—Te quiero conmigo, Jane. En la cama y fuera.

Un temblor la recorrió, vibrando hacia él, reemplazando el humor por alivio.

—No sé qué habría hecho si hubieras tratado de quitarme mi mágica tarjeta verde. Y antes de preguntar, eso significa deshacerse de mí.

—¿Deshacerme de ti? Cariño, estoy haciendo todo lo posible para conservarte.

—¿En serio? —otra súplica suave.

Él habría puesto los ojos en blanco si no hubiera estado tan contento con ella.

—En serio.

—Gracias. Lo digo en serio. Gracias.

—Y ahora me lo agradeces. Yo debería estar dándote las gracias. Y lo hago. Con humildad. Te has convertido en la razón por la que vivo, Jane.

Le pareció oírla gimotear. Ella enterró la cabeza en el hueco de su cuello, frotando la mejilla contra él.

—¿Y ahora qué?

—Tengo que volver al reino de Elden. Creo que mis hermanos están ahí. Atrapados, tal vez. No lo sé. Todo lo que sé es que, en el fondo, tengo tanta hambre de matar al nuevo rey, que tiemblo. Como comer, esto es una necesidad. Debo hacerlo.

Ella no lo dudó.

—Yo te ayudaré.

Él no quería que participara en un plan tan violento y peligroso, pero tampoco la deseaba fuera de su vista.

—Tengo que encontrar una manera de mantenerte atada a mí y a esta tierra en primer lugar. ¿Debería escribirte otro libro? —su magia era más fuerte ahora.

—Si es así, vamos a estar trabajando bajo el supuesto de que voy a volver, sin importar lo que hagamos o tratemos.

—Y tal vez ese supuesto es lo que te enviará de vuelta —¡Maldita sea! Tenía que haber una manera—. Me pregunto qué hechizo usé para traerte aquí. Si lo supiera, sabría si partirías después de un cierto tiempo, o después de que yo esté realmente libre. O si te ligué a la tierra para siempre. Recuerdo tantas cosas, pero eso no, todavía no, y no puedo arriesgar otro hechizo. Podría interferir con el primero.

Ella se relajó, el pelo le caía sobre el hombro desnudo, la luna dorada la iluminaba.

—Cuando leí el libro y me di cuenta de que no era una broma, me pregunté cómo podías haberme conocido cuando nunca nos habíamos visto.

—Y descubriste la respuesta.

Las palabras fueron una declaración, no una pregunta. Sabía que su mujer era inteligente. Ella era la perfecta combinación de belleza y conocimiento.

—Sí. Soñé contigo antes de siquiera leer el libro. Te vi encadenado, pero nunca hablé contigo. Ahora creo que eran visiones en lugar de sueños.

—¿Pero por qué tuviste visiones de mí antes de que usara mi magia?

—Tal vez una parte de mí entró en este mundo hace mucho tiempo. Algunas cosas me resultan familiares, como los árboles fantasmas y los ogros. Tal vez tú me viste, también, y así es como tu magia sabía concentrarse en mí.

—Eso tiene sentido, pero me pregunto cómo cruzaste.

Ella tragó saliva.

—Yo... yo...

Estiró la mano hasta ahuecarle la mejilla.

—No tengas miedo, Jane. Vamos a resolver esto. No te vas a ir. No te dejaré.

—Hay algo que debo decirte. Acerca de mí. Mi trabajo. Podrías cambiar de opinión sobre mí —ella trazó con la punta del dedo a lo largo de su esternón—. Dije que no era una cobarde y eso significa que lo revele todo, incluso acerca de esto. Las cosas que hice, cosas horribles, para aprender acerca de tu…

—Te lo dije antes, Jane, que tu trabajo… —una punzada le estalló en la cabeza para hacerlo callar, recordándole lo que había ocurrido después de haber luchado contra los ogros aquí en este mismo lugar. El mismo lugar en el que por primera vez había bebido de Jane. Dolor, luego abrir los ojos en una nueva ubicación.

Lanzó un gruñido. ¿Qué fue...? Otra punzada, ésta le sacudió el cerebro contra el cráneo.

La jaula que sostenía sus recuerdos y habilidades se estaba derrumbando, poco a poco.

—¿Qué pasa? —Jane se apoyó sobre el codo y le alisó el cabello de la frente, la expresión era suave e iluminada con preocupación.

—¿Estás enfermo?

Sus emociones estaban confusas, sin embargo, dejó de lado sus propias preocupaciones para acariciarlo. No era de extrañar que se hubiera enamorado de ella tan rápido y tan fácilmente.

—Beber tu sangre me da poder como nunca antes —confesó él—, pero a medida que más de mis recuerdos y habilidades escapan, experimento un… pequeño pinchazo de dolor.

Mientras hablaba, uno de los “pequeños pellizcos” migró desde la cabeza al pecho, y siseó. Ese había sido más fuerte que cualquiera de los otros.

—Oh, Nicolai. Ahora sé por qué te mostrabas reacio a beber a mí. Siento mucho haberte obligado.

—Yo no. Y no me obligaste, Jane. Yo quería hacerlo. Desesperadamente. Además, ese no es el porqué. Te quiero sana.

Un sonido de frustración.

—Ahora estás haciendo lo que dijiste que no harías, y tejiendo bonitas palabras para hacerme feliz.

Otra punzada, otro gruñido.

—¿Qué puedo hacer? ¿Además de nunca alimentarte de nuevo?

—Quédate conmigo. Y tú me alimentarás de nuevo —todos los días de la eternidad—. Esto pasará.

—Yo me quedaré —susurró—. No te preocupes. Y, Nicolai, nunca antes hemos hablado de mi trabajo.

—¿No lo hemos hecho? Investigaste... experimentaste... —De qué clase y por quién eran preguntas contestadas en el interior de su mente, pero estaba teniendo problemas para llegar a la información.

El color le desapareció del rostro.

—Eso es correcto. ¿Y todavía te gusto?

—Jane...

—Sí, por supuesto. Lo discutiremos cuando estés mejor —hubo una pausa. A continuación, un susurro—. ¿Podríamos haber hablado en mis visiones? ¿Podría haber olvidado conversaciones? ¿Podría cualquiera que sea la magia haber sido purgada en mí? —Ella estaba hablando consigo misma, tratando de entender las cosas.

—Sí —respondió él, de todos modos—. Hay una posibilidad.

—Lo siento, lo siento. Me voy a quedar callada. Descansa.

Confiando en ella, cerró los ojos, respiró lenta y profundamente, y simplemente dejó que los recuerdos vinieran. El primero en golpearlo fue el de una bonita doncella que muy silenciosamente entraba en el dormitorio. Las bisagras chirriaron cuando su mirada la buscó. No sabía el nombre, sólo que él le había sonreído ese mismo día, y que ella había tomado esa sonrisa como la invitación que era. Estaba tumbado sobre el colchón de plumas de ganso, desnudo, esperando. Ella se desnudó mientras se acercaba a él.

Justo antes de alcanzarlo, la puerta se abrió y se cerró de nuevo. Miró. Otra criada. Los tres iban a jugar. Bien. No había esperado una noche con sólo una, una sola conquista era demasiado fácil. Demasiado… aburrido. Tenía que probar algo nuevo.

Su mente huyó de aquel recuerdo en particular.

Antes, él podría haber estado buscando más de una pareja a la vez. Alguna vez, podría haber querido experimentar. Y eso, aún lo deseaba. Con Jane. Quería hacerlo todo con ella, pero sólo con ella. Cualquier cosa que hacían era una experiencia nueva.

Emocionante, pero sobre todo, le llegaba al alma.

Eso no iba a cambiar. Lo afectaba profundamente, con demasiada intensidad. Y no creía que ella hubiese tenido mucho placer en la vida. Cada nuevo toque de él la dejaba sin aliento, retorciéndose, con una expresión de asombro y de necesidad.

Quería que ella tuviese esa expresión para siempre. Buscaría eso, la convertiría en su reto personal.

Y lo que ella podía hacer con la boca... eso era mágico.

La oscuridad le cayó repentinamente sobre la mente, la realidad haciéndose cada vez más evidente. Sintió los dedos suaves de Jane, todavía deslizándose por su frente. El aliento cálido y dulce serpenteando por las mejillas. Ella había cumplido la promesa.

Se quedó dónde estaba.

No podía perderla, pensó. Tenía que haber una manera de permanecer con ella. Para siempre.

El libro, Jane, sus sueños de este mundo. El hechizo para traerla aquí. Se concentró en aquello, con la esperanza de estimular los recuerdos en esa dirección. Cambió el glamur, la ilusión de la cara de alguien más, enmascarando la de ella propia, él lo sabía. ¿También un encantamiento en las palabras que había escrito? Sí... sí... Había murmurado un hechizo y lo había escrito en el libro. Había querido que Jane estuviera de pie junto a él, y luego ella lo estaba.

Un recuerdo comenzó.

No me hagas esto. Escuchó la voz con claridad. Voy a encontrar una manera de ayudarte.

Ella había hablado con él antes de su primer encuentro. Lo recordaba.

Debo. Te necesito. Hasta que tu cuerpo se una a tu mente, eres inútil para mí. La respuesta. Fría, dura.

Pero arrebatar mi memoria, ella había dicho.

¿Él había cogido el recuerdo de sus conversaciones?

Las voces se desvanecieron, y la imagen de su padre le llenó la cabeza. Un recuerdo importante, pero necesitaba saber de Jane en estos momentos. Ella era la más urgente. El libro. Jane. El hechizo -o hechizos-que había utilizado.

Su padre le hablaba, pero Nicolai no podía oír las palabras. El libro. Jane. Los hechizos que había usado. Vamos. El libro. Jane. Los hechizos que había usado. Poco a poco, la imagen cambió. La altísima forma de su padre se redujo. El pelo negro creció, rizándose, aclarándose. Las características duras se hicieron suaves y delicadas.

Jane.

Este era su pasado con Jane, el recuerdo volvía a la superficie. Más que un susurro de conversación esta vez, más que un atisbo.

Y allí estaba ella, la bella Jane, caminando lentamente frente a él. Estaban en la celda. Él llevaba el taparrabos y tenía contusiones. Se tendió en el camastro, mirándola. Desde el momento en que ella había aparecido, intocable, como un fantasma, pero con olor a algo salvaje y primitivo, la había querido.

El cabello color miel le corría por la espalda, saltando con cada paso agitado que daba. Ella llevaba una camisa larga que la tapaba, y él deseaba poder vestirla con sedas y terciopelos.

—¿Cómo me trajiste aquí? —preguntó—. ¿Por qué no puedes trasladarme entera?

—Te lo dije. Magia. Y no olvides, primero viniste a de esta manera.

—Como si pudiera olvidarlo. Cerré los ojos y sólo… aparecí. Como si hubiera sido transportada, a pesar de que nunca terminé mi investigación sobre la tele transportación, nunca la probé con seres humanos. Y el plástico que envié y traje de regreso era sólido y se mantuvo sólido. ¡Yo no estoy estable!

—Pero despertaste en casa, y siempre regresas a tu cuerpo.

—Sí.

No le gustaba no poder tocarla ni beber de ella, pero no importaba cuántas veces aparecía -y lo había hecho, innumerables veces-, la condición seguía siendo la misma. Insustancial. Por lo tanto, ellos hablarían y ella lo entretendría.

Se había convertido en algo que esperar con ilusión, su único disfrute. Y sabía que ella también disfrutaba del tiempo que pasaban juntos. Sabía que él le gustaba. Ella le había hablado acerca de su trabajo, él le había contado sobre la frustración y la ira por la destrucción de sus recuerdos.

Pero no podían seguir así. Él no podía quedarse aquí. No podía seguir siendo un prisionero para siempre. Tenía que haber una forma de traerla aquí, toda entera. Tenía que haber una manera de que pudiera ayudarle a escapar. Una forma de que pudieran estar juntos físicamente.

—Dime lo último que recuerdas antes de venir aquí por primera vez —exigió.

—Nada. ¡Yo estaba durmiendo! Me desperté, y zas, estaba en el palacio de Delfina y me dirigía directamente a ti.

—Antes de eso, entonces. Piensa. Tal vez algo se hizo o se dijo sobre mi mundo. Podrían haber transcurrido años desde que sucedió, pero tú lo recordarías.

Una pesada pausa.

—Hay algo —aunque ella era espectral, sus pasos parecían golpear el suelo—. Una vez interrogué a un vampiro en mi laboratorio. Le hice una pregunta tras otra, pero él se negaba a responder. Me levanté para marcharme. De pronto, empezó a hablar. Me dijo que lo dejara ir, que le permitiera encontrar a su mujer antes de que fuera demasiado tarde. Yo no podía. No tenía autorización. Al día siguiente, volví.

La urgencia lo llenó.

—¿Y?

—Y mi jefe me dijo que el vampiro había gritado toda la noche. Entré en la habitación, él estaba tranquilo, pero esta vez habló al instante. Dijo que un día iba a conocer a un hombre, me enamoraría de él y lo perdería. Al igual que mi falta de acción le había hecho perder a su mujer. A continuación, se liberó de las restricciones. Creí que iba a saltar hacia mí, pero simplemente levantó la mano y usó una garra para cortarse la garganta. Murió justo delante de mí.

El estómago de Nicolai cayó.

—Él te maldijo, entonces. Una maldición de sangre —irrompible, en gran parte.

—Eso fue hace dos años, y pensé que sólo eran tonterías. ¡Tratando de hacerme sentir culpable por el encarcelamiento!

—No. Él puso su fuerza de vida en las palabras, exhalándolas a la existencia, dándoles el latido de su corazón. La maldición esperó el momento perfecto para atacar.

—¿Así que estoy destinada a verte sólo en forma de espíritu? ¿Sin importar lo que hagamos? —Ella se rió amargamente—. Si ese es el caso, no me extraña que pensaras dejarme. Quiero decir, ¡no podemos siquiera tocarnos!

Se frotó la mano por la cara, las cadenas hicieron ruido. No podía responderle. No sin condenarlos a los dos.

—¿Qué te causa placer hacer en casa, Jane?

—¿Quieres hablar de eso ahora? ¿En serio?

—Cuéntame.

Ella se detuvo, moviendo los brazos.

—Hago ejercicio y leo. Eso es todo.

—Entonces voy a escribirte un libro. Encantaré las palabras. Vendrás a mí en cuerpo, así como en espíritu.

—¿Sólo para perderte después?

Él frunció los labios.

—Tomaré eso como un sí. Lo que significa que mi respuesta es no. No quiero venir aquí, estar contigo, sólo para perderte para siempre.

—Tú puedes salvarme.

—Y yo quiero salvarte, pero lo que no voy a hacer es verte morir —estrechó la mirada en él—. Sé cómo funcionan estas cosas, Nicolai. Me has dicho que te preocupas por mí. Y sí, eso podría ser tu encarcelamiento, pero tal vez no. Si llevamos las cosas al siguiente nivel, y me pierdes, te marchitarás.

Prefería languidecer que estar esclavizado.

—Ese es un riesgo que estoy dispuesto a asumir.

—Yo no.

—Entonces robaré tu memoria, Jane.

La boca de ella se abrió.

—¿Puedes hacer eso? ¿Harías eso?

—Sí, y sí. Haría eso y mucho más.

—Conoces el dolor de despojar los recuerdos. ¿Cómo puedes siquiera pensar en hacerme eso?

Un razonamiento sólido, del que él hizo caso omiso.

—Sólo voy a quitarte los recuerdos sobre mí.

—¿Así que te voy a ver, pero no te voy a reconocer? —De repente, ella no podía respirar. Lágrimas le corrieron por las mejillas, dejando pequeñas huellas mojadas—. ¿Me reconocerás?

—No sé. Tal vez.

—No hagas esto, Nicolai.

—Debo. Te necesito. Hasta que tu cuerpo se una a tu mente, eres inútil para mí. —Inútil, pero tan necesaria.

—Pero para despojarme los recuerdos...

—Me has obligado —simple, no hay lugar para remordimientos.

—¿Y si nos odiamos en este nuevo comienzo, como lo hicimos antes?

Al principio, ella lo había mirado con esos ojos de color ámbar encantados, el olor era tan dulce que podía prácticamente saborearlo. La había deseado, anhelado, pero ella había mantenido la distancia.

Cuando por fin se dignó a hablarle, él había estado aguantando tal frenesí por ella que la había atacado e intentado morderla, sólo para flotar a través de ella, la había asustado. Ella había desaparecido. No había regresado por varios días. La frustración y la ira lo habían consumido.

La siguiente vez, se obligó a hablarle en voz baja, para mantenerse a distancia, siendo amable, a pesar de que esas cosas iban en contra de cada fibra de su ser. Después de eso, ella había vuelto una y otra vez, y la camaradería pronto se transformó en cariño.

Lo que pensaba hacer con ella era una traición. Lo sabía.

Lo hizo, de todos modos. Utilizó la magia para crear el libro, y la pluma. Para escribir a Jane. Para enviarla lejos, de vuelta a su mundo, a su cuerpo. Para borrarle los recuerdos. Para traerla de vuelta a él.

Y en el proceso, los propios recuerdos de ella fueron limpiados. No a causa de las brujas, sino por él. Los había quitado a propósito. Sabía que el conocimiento del pasado con ella influiría en el futuro. Incluso podría impedirle usarla.

Algo lo estaba sacudiendo, desplazándolo del recuerdo. Trató de sostenerse, tenía que saber lo que pasó después, pero la agitación continuó, y gruñó.

—Nicolai. Nicolai, tienes que salir —la voz de Jane, más cerca, en el presente, frenética y miedosa—. Alguien se acerca. Nicolai, por favor. Despierta.

Por favor.

Soltó el pasado por completo, permitiendo que su mente se focalizara de nuevo. Él la había herido demasiado. Y, como ella había temido, la iba a perder de nuevo. El hechizo que había usado no había interrumpido el primer hechizo lanzado en ella. El que la obligaría a perder a su amante. Nada podría afectar ese hechizo, y tampoco con el que Nicolai había conseguido traerla de nuevo a él. Hasta que había trabajado con el primero.

Había traído a Jane aquí, uniendo su cuerpo al de él, con la condición de que ella lo dejase cuando -si-se enamoraba de él.

Por lo tanto, podía quedársela, siempre y cuando evitara que ella lo amara.

—Nicolai.

El presente. Sí. Escuchó unos pasos. Muchos de ellos. Botas. Lanzas raspando contra el suelo.

El poder saturaba el aire. Laila, definitivamente. ¿Con su ejército? Probablemente.

Diferentes emociones luchaban por dominarle. Furia, alegría, anticipación, odio, ansiedad. Nicolai quería atacar, matar, pero eso pondría a Jane en peligro, y no lo iba a permitir. Nunca.

Se puso de pie, en un borrón de movimiento. Jane se había puesto el traje, estaba lista para partir.

—Ven.

Él la agarró del brazo y tiró de ella lejos del campamento.

 

CAPÍTULO 14

Nicolai arrastró a Jane a través del bosque, golpeando las ramas. Ella cojeaba y quería llevarla, pero los guardias de Laila debían haber captado su olor porque el eco de sus pasos iba en aumento y sentía la magia intensificada en el aire de la noche.

Estaban atrapados.

Se podría haber movido de un lugar a otro sólo con un pensamiento. De aquí al marchito, pervertido reino de Elden. Su corazón se apretó en el pecho e hizo rechinar los dientes. No era el momento de pensar en su casa. O en qué condiciones se encontraba su casa. O sus padres, y el hechicero al que pronto destruiría. ¿Qué pasaría si desapareciera pero Jane no lo hiciera con él? Estaría sola en un ambiente inhóspito, rodeada de enemigos.

Maldita sea. Tenía que intentar algo. Había logrado detener el torrente de recuerdos que inundó su mente, pero estaban allí, llamando a su mente, demandando ser liberados. Si tomaban el control de nuevo…

Se concentró en lo más importante. Él y Jane compartían un pasado que apenas habían tocado. Un pasado que ella todavía no podía recordar. Lo que sabía era que no iba a volver a repetir sus errores.

Necesitaba ese libro, el de Delfina. Tenía que escribir algo más en él. Para cuando ella le dejara. Dioses. Sí, significaba que estaba actuando con la suposición de que le amaba y le dejaría, pero tenía que ponerse en lo peor. Quizá, sólo quizá, un nuevo hechizo la traería de vuelta.

Elden no estaba preparado para la derrota y mira lo que había sucedido.

—Nicolai —jadeó Jane—. Estoy acostumbrada a hacer jogging, pero esto es jogging extremo, edición la jungla, y no sé cuánto tiempo más podré aguantar. ¿Podemos descansar?

La escuchó. Distante. Trataba de concentrarse en ella, pero la oscuridad se acercaba a él, otro recuerdo de que la batalla estaba libre.

Durante toda su vida había absorbido los poderes y la magia de los demás. Lo que ellos podían hacer, él podía hacerlo después. Era como había formado la protección aérea dentro de palacio. La Reina de Corazones lo había hecho, por lo tanto, él había hecho lo mismo. Y por eso, Laila había prohibido a todo el mundo que practicara su magia cerca de él.

Algunas habilidades duraban días o semanas. Otras duraban toda la vida.

Ya había recordado gran parte de eso, por lo que su mente trató de hacer sitio para algo más, algo nuevo.

—Nicolai. Por favor.

No podía centrarse en Jane. Más detalles se desarrollaron. Su habilidad de crear ilusiones, así como la de moverse de un lado a otro con solo un pensamiento, provenía de una bruja. Una amante que había tratado de matarle mientras dormía. Quería ser su esposa, pero él sólo quería sexo. Ella lo había intentado con diferentes personalidades, divirtiéndole.

Nunca le había dicho a ella que sabía quién era cada una de las veces porque había reconocido su aroma. Dejó que continuara yendo a él, y cada vez, él dejaba claras sus intenciones. Aun así, seguía intentándolo, con la esperanza de que cambiara su opinión. Cuando finalmente se dio cuenta que no lo conseguiría, en cualquiera de sus encarnaciones, atacó.

En un momento, Nicolai llevaba a Jane a través del bosque, al siguiente momento, estaba dentro de una habitación. Su dormitorio, pensó. El de su memoria, con la bruja homicida. No se dio cuenta del cambio lo suficientemente pronto, y chocó con la pared, cayéndose hacia atrás. Golpeó el suelo con una negra maldición.

Jane no estaba a la vista.

Nicolai se puso en pie, la sangre calentándose rápidamente. Iba a regresar al bosque ahora, ahora, maldita sea, ahora, y si alguien había tocado a Jane…

Continuaba en el dormitorio.

Mostrando los colmillos, giró, buscando una salida. La sangre cubría las paredes, salpicando de carmesí todo. El suelo tenía varios surcos profundos, cada uno eran patrones de cuatro, como si varias espadas hubieran sido arrastradas y hubieran cortado la madera.

Las gigantes y peludas criaturas, sus piernas –cuatro a cada lado-afiladas y mortales. Habían estado allí. Habían venido a por él.

Nicolai había estado follando a una mujer, una criada. La puerta se abrió de forma violenta, y pudo oír los ecos de los gritos abajo, en la entrada. Tendría que haberlo oído antes, pero su compañera también había gritado, distrayéndole.

Había buscado sus puñales de sangre, los que guardaba en la mesilla de noche, con la intención de luchar contra los monstruos, pensando en su familia, pero él… desapareció cayendo en un sinuoso agujero negro.

¿Habían muerto sus hermanos junto con sus padres? ¿Habían caído en el mismo agujero? Se acordó de las maldiciones resonando a su alrededor.

Contuvo el aliento. No había querido recordarlo, no todavía, pero… ¿Estaba seguro de que sus padres habían muerto? ¿No tenía ya ninguna duda?

No necesitaba pensar sobre eso. Sí. Estaba seguro. Estaban muertos. Ese conocimiento prácticamente se filtraba por las paredes llenas de moho a su alrededor. No les había visto morir, pero había sentido como se escurrían sus fuerzas vitales. Se habían ido.

Dioses. ¿Y sus hermanos?

No, no habían muerto. Ahora que sabía cómo comprobarlo, podía sentir las energías en su interior todavía, pero la energía era… diferente de antes. ¿Estaban atrapados en algún sitio?

Probablemente. De otra forma, Dayn habría destruido al hechicero de sangre y reclamado el palacio.

Dayn y su capacidad de cazar a algo o a alguien. Micah, el dulce Micah con cara de niño, habría corrido hacia el hall riendo. Breena habría intentado echar una mano con su magia, estropeando sus hechizos.

Con estos pensamientos, quiso caer de rodillas, rugir a los cielos, maldecir, gritar, luchar y clamar contra todos y contra todo. ¿Cómo encontrarlos? ¿Cómo liberarlos?

Ahora cayó en la cuenta de que había escuchado la voz de Dayn en sueños. Llamándole, diciéndole que se curara. Compartían una conexión de sangre, algo que no podía ser destruido. Podrían hablar de nuevo.

¿Dónde estás, hermano?

Pasó un momento. No hubo respuesta. Muy bien. Lo volvería a intentar más tarde.

El sentimiento de urgencia se reavivó y Nicolai comprobó si tenía sus dagas. Se habían ido, al igual que sus ropas y el resto de sus armas. La habitación estaba totalmente limpia.

Apretó los dientes y se imaginó el resto del castillo, lo cual fue sorprendentemente fácil.

Imponente, con más habitaciones de las que podía contar. Sinuosos pasillos y pasadizos secretos.

Se movió por todas las habitaciones, por cada sitio del calabozo. Vio a personas que no reconoció, más manchas de sangre, más monstruos patrullando por las puertas. La rabia lo consumió. La necesidad de matar al nuevo rey, al hechicero, se intensificó. Sin embargo, su familia no estaba allí, ni el hechicero tampoco.

Tenía que regresar. Pronto. Siempre pronto. En ese momento, tenía que proteger a Jane. Un trabajo a tiempo completo que empezaba a comprender. Uno que apreciaba y con el que no comerciaría.

Después de un último vistazo al castillo que una vez había amado, cerró sus ojos e imaginó el bosque y el último lugar donde había visto a Jane. Estuvo allí un segundo más tarde –cada vez más fácil-pero no encontró señales de ella. Tampoco signos de Laila o su ejército.

Olfateó… olfateó… allí. Se centró en el dulce aroma de Jane, mezclado con el desagradable aroma de Laila y sus hombres. La seguían.

Salió en su persecución.

Jane escuchó las voces antes de ver la ciudad y casi se vino abajo del alivio. Aumentó la velocidad, y finalmente, afortunadamente, alcanzó la ciudad. El sol estaba saliendo, provocando luces violetas sobre las personas que comenzaban su día. Templando a Jane, y luego quemándola. Su piel le picaba, una picazón como si pequeños insectos se arrastraran por sus venas.

No quería considerar las razones por la que esto ocurría.

La gente -¿humanos?- se dirigían a lo largo de calles empedradas, algunos con cestas de mimbre repletas de ropa, otros con bolsas de – olisqueó quejándose-pan y carne. Su estómago gruñó mientras la boca se le hacía agua. Sentía un ligero dolor de cabeza, su suministro de sangre estaba un poco bajo. Necesitaba reabastecerse.

Jane se detuvo junto a un árbol, mirando, pensando. Tenía dos opciones. Seguir moviéndose, manteniéndose por su cuenta y con el riesgo de que la encontrara Laila. O entrar en el pueblo, comer y con el riesgo de que la encontrara Laila. Al menos, el segundo plan le proporcionaba comida. Por lo tanto, ok. No había objeciones.

Excepto que ella era todavía Odette. Si la gente la reconocía, el rumor se extendería y quería estar lo más lejos posible antes de que la encontraran. Por otro lado, Laila no podía hacerle daño y Nicolai no se encontraba con ella. No se encontraría más en peligro - creía-y eso era algo bueno.

El había desaparecido en lo que duraba un latido, dejándola en shock. Le esperó allí por lo que pareció una eternidad, pero nunca reapareció y tuvo que moverse. Podría encontrarla, en cualquier sitio. No podía creer otra cosa.

El ejército de Laila había estado muy cerca de descubrirla, marchando cerca del sitio donde estaba escondida. Pero habían perdido la pista de Nicolai y retrocedieron en un intento de volverla a encontrar. Fue entonces cuando Jane salió disparada, forzando su cuerpo sublevado a actuar antes de que se apagara y Laila volviera.

Sí, cuando descubrieran a Jane, quería estar fuerte y bien alimentada. Así que de nuevo, no había objeciones. Avanzó cojeando, entrando en el pueblo. En el momento en que la gente la vio, detuvieron lo que estaban haciendo, con el horror reflejado en sus facciones, y se arrodillaron.

Sip. La habían reconocido. ¿Qué diablos le había hecho Odette a esta gente?

Cerró la distancia que había entre ella y uno de los grupos con comida.

—Por favor. Tengo mucha hambre. ¿Podría…?

—Coja lo que desee, princesa. —El hombre más cercano a ella impulsó su cesta hacia ella.

—No tengo dinero, pero encontraré la forma de pagarte. Lo juro. —El aroma del pollo asado le golpeó, transportándola directamente al cielo. Extendió una mano temblorosa y buscó en el fondo de la cesta, cogiendo un cuenco de algo cremoso. ¿Estaba babeando? No podía caer en picado como un animal—. ¿Cómo te llamas?

—Hammond, princesa. —Había un deje de enojo en su ronca voz.

—Gracias por la comida, Hammond

—Cualquier cosa por usted, princesa. —El enojo se convirtió en odio.

Jane suspiró, mirando alrededor.

—Por favor, levántense. Todos. No hay ninguna razón para que se inclinen.

Pasaron algunos segundos antes de que le obedecieran, como si temieran que los atacara mientras se levantaban aunque se lo hubiera dicho ella. Aparte de eso, no se movieron. A pesar de que ella quería cojear hasta alguna esquina sombreada y fresca, y hundir su cara en la comida, no podía hacerlo.

—Necesito una habitación —anunció—. Agua. Y ropa limpia. Por favor. Si alguien puede indicarme la dirección correcta, le estaría muy agradecida.

Al principio, nadie dio un paso adelante. Luego, a regañadientes, una mujer de mediana edad hizo una reverencia y le dijo:

—Si me sigue, princesa, me haré cargo de sus necesidades.

—Gracias.
Diez minutos después, una eternidad, Jane estaba en el interior de una habitación, sola. Devoró el contenido del cuenco –una especie de ensalada de pollo-antes de bañarse en la bañera llena de vapor que la mujer había llenado con un hechizo murmurado. No era humana, después de todo, pero sí bruja. El agua caliente calmaba la sensible piel de Jane, le aliviaba de la picazón. Después se puso una túnica azul limpia que la bruja había dejado dispuesta para ella.

Lo único que le faltaba era Nicolai, y el día sería perfecto.

¿Dónde estaba?

Con un suspiro de cansancio, se tumbó en la cama. Dura, con bultos, pero el paraíso para sus huesos y músculos doloridos. Qué hacer, qué hacer. Nicolai era, en el fondo, un protector. Feroz, inquebrantable. Eso significaba que no la había abandonado voluntariamente.

Por lo tanto, habrían sido sus habilidades –las que tuviera-las responsables o alguien había usado la magia para separarle de ella. La primera opción era más probable. Nicolai se estaba volviendo muy fuerte, y era imposible que nadie pudiera hechizarle en ningún sitio. Porque, si ese fuera el caso, Laila lo habría hecho hacia días.

Laila. La perra era un problema. Uno muy grande. Mientras estuviera por allí, Nicolai sería cazado, estaría en peligro. A su vez, Jane podría transformarse, creía, y convencer a la princesa de liberar -al esclavo-. ¿Ayudaría, sin embargo? Habiendo probado ella misma al hombre, sabía que resultaría imposible olvidarlo.

Laila probablemente lo anhelaba más que el aire que respiraba. La idea de ellos dos a solas le provocó celos, agudos y mordaces. Jane ignoró esa respuesta improductiva. Había algunos problemas si se transformaba. Uno, Laila podía usar la magia. Jane no. Dos, el secreto de Jane podría ser descubierto. Y si la reina había azotado a su propia hija, ¿qué no haría con un enemigo que se hacía pasar por uno de sus hijos? Tres, ¿y si Nicolai la seguía hasta donde estaba Delfina? El podría ser capturado de nuevo, sus recuerdos borrados. Su cuerpo usado.

Su cuerpo le pertenecía a Jane. A nadie más.

Se puso de lado, abrazando la almohada, recordando súbitamente el día que recibió el libro de Nicolai. Había leído algunos pasajes y pensado en él durante horas después. Se había obsesionado con él, realmente. Después de haber leído algunos pasajes más, había fantaseado con él, prácticamente haciendo el amor con su almohada. Después, había ido a él.

Quizá pudiera alcanzarlo de nuevo.

Cerró los ojos y lo imaginó en su cuarto, colocándolo todo y después seduciéndola en la cama. Allí, la habría tocado, la habría desnudado. La habría besado, saboreado. Consumido. Se le puso la carne de gallina. Casi podía sentir su cálido aliento deslizarse superficialmente por su piel.

—Nicolai—respiró.