Capítulo 06 – El Director

 

 

“¡Y para ti Zángano de mierda, tengo un castigo ejemplar!” Dijo mientras se dirigía a la ventana para preparar los instrumentos con que impartiría castigo a la siguiente víctima.

“Lo mismo que hice con esta basura, haré contigo. Te daré una oportunidad para explicar tus acciones y al final, decidiré tu fortuna” Dijo Arcadio.

“Te haré la misma advertencia que le hice a tu amante: Si gritas, te tumbaré los dientes a trompadas” Dijo de manera amenazante y después, retiró la mordaza para que este pudiera hablar.

“Parte de mi desea que grites para convertir tu cara en una pulpa irreconocible” Añadió en un tono que envió escalofríos por la espalda del hombre.

El Director guardó silencio por unos segundos. No sabía si debería presentar sus excusas o esperar una pregunta. Se sentía derrotado y lleno de miedo porque el hombre frente a él, tenía toda la intención de hacerle daño.

“¿Cómo es que permites que Doctores de este calibre practiquen medicina en La Clínica?” Preguntó Arcadio mientras acercaba los instrumentos a su víctima.

“Es cosas de política. A mí me mandaron a asegurarme de que el hospital trabajara sin contratiempos y que todos recibieran atención médica. Si hago reportes de que hay irregularidades, nunca podré salir de este lugar. Necesito asegurarme de que los reportes locales están limpios para empezar a moverme hacia arriba. Estoy presionado a presentar informes que muestren avances” Dijo El Director mientras trataba de encontrar una forma cómoda de sentarse.

“Y los pacientes que confían en tus doctores no hacen nada contra ti porque no están enterados de lo que sucede y además, estás bien protegido” Dijo Arcadio tratando de dominar el impulso que sentía de romperle la nariz.

“Yo no soy el que toma las decisiones. Yo vine aquí hace algunos años para arreglar el problema pero tengo las manos atadas. Solo puedo reportar las cosas que mis superiores me piden y debo ignorar lo demás. Cuando suficiente tiempo haya pasado, me cambiarán a otra clínica y así sucesivamente hasta que encuentre un lugar apropiado para alguien como yo” Dijo El Director.

“Según tus propias palabras en lugar de mejorar un problema, lo empeoras. Tengo entendido que permites a los doctores el cambiar las recetas y expedientes a su conveniencia para borrar todas las pruebas de negligencia ¿Es verdad?” Preguntó Arcadio mientras se ajustaba los guantes para preparar el siguiente castigo.

“Pues son las órdenes que yo he recibido. Si alguien hiciera una auditoría, tendríamos que mostrar la evidencia que respalda nuestros informes. Es importante hacer los cambios necesarios para presentar los reportes que nos piden” Respondió El Director mientras miraba con terror que el hombre se preparaba para pasar su sentencia.

Ahora que Arcadio estaba acuclillado, su cara parecía más aterradora que cuando estaba semi-cubierta por las sombras de la noche. La máscara que cubría su cara solo tenía ranuras para la nariz y los ojos pero estos, estaban protegidos por anteojos de seguridad, lo que provocaba un aspecto humanoide. La única parte de su cara que podía observar, era la nariz.

“¿Y cuántas muertes has ocultado para poder cumplir con tus órdenes?” Preguntó Arcadio mientras preparaba los utensilios necesarios.

“Ninguna. Nunca me atrevería a esconder una muerte porque eso sería peligroso. Admito que hemos borrado evidencia del hospital pero nunca hemos llegado a cometer un asesinato. Por lo menos, no creemos que eso ha sucedido” Dijo El Director mientras Arcadio se acercaba hacia él.

“Y ahí está el problema. Nunca sabrás si tus acciones han encubierto un crimen. Una muerte por la cual tú eres directamente responsable. Una muerte que pudiera haber sido prevenida si tu hubieras cumplido con tus obligaciones” Respondió Arcadio.

“No me puedes hacer responsable por las acciones de los Doctores. Ellos son los que deciden como tratar a los pacientes y que medicamentos utilizar. Yo no soy responsable de sus decisiones profesionales” Respondió el Director.

“Tú eres directamente responsable por sus acciones. Cuando te niegas a llamarles la atención y a solapar sus irregularidades, tú les das la libertad de actuar como les dé la gana. Tú eres responsable de que en lugar de mejorar, empeoren su servicio” Dijo Arcadio sintiendo que la ira lo cegaba.

“Cuando me asignaron el trabajo me dieron instrucciones claras de lo que tenía que hacer. Me dijeron que si no cumplía, no podría aspirar a puestos más altos” Respondió el Director y fue lo último que pudo exclamar puesto que la mordaza le cubrió la boca nuevamente.

“El hecho de estar cerca de ti me produce asco. Estás dispuesto a sacrificar vidas humanas por el simple hecho de poner dinero en tus bolsillos y esperar a que te den otro puesto más alto. No puedes con la responsabilidad de esta Clínica y quieres ser responsable de otra más grande” Dijo Arcadio y después reinó el silencio por unos segundos.

“¡Culpable!” Dijo en voz alta después de hacer una pausa.

“Para esta hora, tu esposa ya habrá leído una carta anónima en la que le he informado que su esposo le es infiel” Añadió Arcadio mientras perforaba el ámpula con la jeringa que tenía en sus manos. La botella estaba llena de un líquido color rosado y poco a poco, la jeringa se llenó.

Arcadio se acercó al hombre que lloraba incontrolablemente mientras su amante acurrucaba su cabeza entre las piernas sin hacer ruido. Quizás estaba muerta o quizás solo estaba bajo los efectos de la medicina que le habían inyectado unos minutos antes.

“¡Gente como tú me produce asco! Te dieron el trabajo porque conoces gente importante y ahora yo voy a saldar cuentas contigo” Dijo mientras sacaba el aire de la jeringa.

Unas gotas del líquido rosado se escaparon y Arcadio se hizo a un lado para evitar el contacto con las gotas. El gesto no pasó desapercibido por El Director y sintió que el corazón le daba un vuelco y empezaba a latir más aprisa.

“Molestas sexualmente a las empleadas del hospital, vendes favores a cambio de una cogida y  robas lo que puedes. Por si fuera poco, ayudas a los doctores a cambiar el papeleo para ocultar sus errores médicos y no das una puta madre por la gente que pone sus vidas en las manos de tus empleados” añadió mientras lo agarraba del cabello y lo obligaba a mirarlo a los ojos.

El reflejo de su propia cara en las gafas de su agresor lo llenó de un pavor indescriptible y El Director sintió que se iba a desmayar. Lamentablemente eso no sucedió y volvió su mirada hacia la jeringa llena de un líquido color rosado. Era claro lo que iba a suceder y este cerró los ojos para no ver las acciones de su atacante.

“Si fueras a juicio, sin lugar a dudas tus palancas te sacarían de apuros. Pero no en esta corte. Yo te encuentro culpable de ser un servidor público que lo único que tiene en mente es ganar unos pesos más, cueste lo que cueste. Tu avaricia y tu corrupción serán castigadas esta noche” Y con ello, soltó su pelo y puso la jeringa frente a sus ojos para que viera lo que sería inyectado en su corriente sanguínea.

“Abre los ojos hijo de perra” Dijo en forma amenazante y el director no tuvo más remedio que acceder.

“Ninguna de tus palancas puede salvarte de tu merecido. Ahorita todas ellas no valen mierda y no habrá poder humano que me impida darte tu merecido. Cuando los vuelvas a ver, dales las gracias por lo que ha sucedido esta noche. Gracias a ellos es que te encuentras en esta posición” Sentenció Arcadio.

Primero lo pincho en el brazo, sin molestarse en desinfectar el área. Empezó a aguijonear en diferentes partes tomando un segundo para vaciar un poco del líquido en la ampolleta. Procedía como si tuviera todo el tiempo del mundo. Hasta parecía que lo estaba haciendo con movimientos llenos de compasión y sin deseo de provocar ningún dolor. La jeringa era nueva y filosa, por lo que cada perforación ocurría sin provocar ningún dolor.

Mientras inyectaba a su víctima, la ira se apoderó de Arcadio y sintió que la sangre se le iba a la cabeza. Sintió que un calor lo invadía y unos impulsos asesinos llenaron su ser y no los pudo controlar. Pensó en su madre y en los ataques de alergias que la acosaban continuamente. Como despertaba a media noche bañada en sudor y rascando todo su cuerpo que era invadido por la comezón.

Sin poder contenerse, empezó a aguijonear todas partes del cuerpo sin importar en donde lo hacía. Parecía que estaba poseído por el demonio y por su mente pasaron las imágenes de su madre, tratando de sobrevivir los ataques que sufría a consecuencia de un hombre sin escrúpulos ni conciencia. Pensaba en las otras familias que habían puesto su vida en sus manos y como este había traicionado su confianza. Todo por culpa de una ambición fuera de control que solo le produciría unos pesos.

 

El Director quería gritar pero la mordaza se lo impedía; se movía tratando de esquivar los aguijonazos pero eso no disuadía a su atacante que lo volvía a intentar nuevamente.

 

Sus ojos estaban llenos de odio y venganza y después de varios segundos de pincharlo por todas partes de manera sádica y sin piedad, terminó su trabajo y observó que la jeringa estaba vacía. El sudor corría por su frente y se confundía con las lágrimas que lloraba por su progenitora.

 

Arcadio respiraba agitadamente y la imagen del hombre revolcándose y gimiendo de dolor en el suelo después de recibir su castigo, no le proporcionaba ningún alivio. Quería agarrarlo a patadas y terminar con su vida miserable con la esperanza de que su muerte trajera alivio a su vida que se había convertido en un infierno.

 

Mil castigos pasaban por su mente pero ninguno de ellos sería capaz de producir un dolor como el que traía en el corazón. Pensar que en cualquier momento su madre podría morir en una lenta y prolongada agonía, le hacía perder todo vestigio de humanidad y lo convertía en una bestia salvaje cuyo único propósito era destruir esa carroña humana. Ningún castigo podría transferir el dolor que llevaba tatuado en el alma y que lo carcomía de una manera miserable y sin piedad.

 

Sus gafas estaban empañadas y apenas si podía ver lo que sucedía pero había cumplido su promesa. Había impartido el castigo que dos personas sin escrúpulos merecían y no sentía culpa ni remordimiento alguno.

El Director se retorcía tratando de liberarse de sus ataduras sin ningún éxito. Bajo la luz de la luna, se podría observar que en algunos lugares, había gotas de sangre que salían por las perforaciones de la jeringa.

Arcadio no se arrepentía de lo que había hecho. Solo había pagado con la misma moneda y ahora ellos, al igual que su madre y otros, sufrirían por el resto de sus días. Ahora ellos sufrirían con dolor y miseria, tal como lo hacían personas inocentes que en lugar de atención y cuidados, recibieron miseria y dolor.

Una pesadilla que nunca terminaría y que había afectado su calidad de vida por el resto de sus días. Ahora ellos lo sufrirían en carne viva y vivirían en las mismas circunstancias y aprenderían a ejercer sus profesiones como habían jurado el día en que se graduaron.

Sus víctimas permanecían en el suelo y El Director se retorcía mientras sollozaba amargamente. La doctora movía la cabeza de vez en cuando pero permanecía sentada en la misma posición. Arcadio miró la escena alrededor de él y se sintió satisfecho de su trabajo. Sus víctimas estaban en el suelo sufriendo el castigo que se merecían mientras la luna daba a la escena un aire lúgubre y siniestro.

Como un autómata, se deshizo de la jeringa y de los utensilios que había utilizado y puso todo ello en un frasco de vidrio. Una vez que había dispuesto de todo el material, removió los guantes de plástico y los encerró en el mismo frasco, antes de poner la tapadera y apretarla con fuerza, para evitar que el contenido escapara.

“Ahora, ustedes se van a encontrar en el otro lado de la moneda” Dijo mientras observaba el frasco de vidrio y trataba de recuperar el aliento.

La Doctora permanecía sentada e inmóvil. Estaba alerta a lo que sucedía pero ya no intentaba pedir clemencia. Había recibido su castigo y era por demás hacer una súplica. Sentía que su cuerpo era invadido por una oleada de calor pero ningún otro síntoma que pusiera su vida en peligro, por lo menos hasta el momento.

“A ti te daré el gusto de saber lo que he inyectado en tu corriente sanguínea” Dijo dirigiéndose al hombre pero antes de continuar, empezó a levantar sus pertenencias.

Sin perder tiempo, corrió al segundo piso para asegurarse de que había levantado todas sus pertenencias y después, regresó a la planta baja. Volvió a hacer una inspección rápida del lugar y cuando descubrió que había recogido todas sus  cosas, cerró el cierre de la mochila y sacó un tranchete del bolsillo de su pantalón.

“El líquido rosado que viste en la jeringa es un cultivo de SIDA. Te he inyectado en varias partes para asegurarme de que serás contagiado. Tu esposa ha sido informada de que tienes la enfermedad y en unos días más será visible en exámenes de laboratorios. De ahora en adelante, no podrás volver a disfrutar de tu pasatiempo favorito sin consecuencias letales” Dijo Arcadio a manera de advertencia.

“Ahora pagarás por tus negligencias y sabrás lo que es lidiar con una enfermedad que no tiene cura. Tal como le sucede a los enfermos que estos pseudo Doctores han infligido en ellos. Ahora si quiere volver a tener sexo, tendrás que encontrar una mujer infectada o volverte marica y encontrar alguien con SIDA. Cada vez que tengas deseos sexuales, recordarás a aquellos que vinieron en busca de ayuda a tu Clínica y se las negaste” Dijo Arcadio mientras se acercaba a La Doctora.

De su bolsillo izquierdo, volvió a sacar un par de guantes de látex y se los puso antes de continuar sus actividades. Parecía como si quisiera evitar el contacto con alguno de ellos o asegurarse de no dejar sus huellas digitales en ninguna parte.

“Espero que cuando tu busques ayuda médica, encuentres un doctor que sea todo lo contrario a ti; que le dedique atención a sus pacientes y practique su profesión con esmero. Cada vez que sufras un ataque de alergias ocasionado por el medicamento que te he inyectado, espero que recuerdes las caras de todos esos a los que hiciste daño” Y después de ayudarla a ponerse de pie, cortó la cuerda que le ataba las manos.

La Doctora permaneció de pie sin decir nada, como si estuviera en limbo. Arcadio encontró las ropas de los amantes y rápidamente removió los teléfonos celulares de los bolsillos y los llevó consigo. Empezó a caminar hacia fuera y antes de salir, todavía tenía un último mensaje.

“Cuidado cuando ayudes al Zángano. Si el líquido rosado con el que está cubierto entra en alguna de tus heridas o raspaduras, tú también podrías contraer el SIDA” Y con ello Arcadio salió de la casa y empezó su camino de regreso al pueblo.

Había caminado por algunos cinco minutos cuando aventó los teléfonos en una barranquilla cubierta de zarzales y se desvistió de su playera manga larga y su disfraz. Todo ello termino en la bolsa que llevaba a sus espaldas y ahora vestía las mismas ropas con las que había salido de casa. Ahora que ya había escondido la evidencia, caminaba oculto entre la maleza para evitar ser visto y estaba a punto de entrar al pueblo cuando vio la camioneta en la distancia.

Sus víctimas no parecían interesadas en buscar al agresor y sólo querían regresar a un lugar seguro. La noche apenas empezaba y Arcadio se perdió entre las calles del pueblo con destino a la casa de Sandra. En la distancia, se escuchó la patrulla de la policía y Arcadio apresuró el paso. Sabía que ellos estaban ocupados con otros asuntos y sus víctimas no habían tenido tiempo para llegar a la estación de policía y hacer una denuncia. Esto es, si decidieran hacer algo al respecto lo cual dudaba mucho.

Cuando llegó a casa de Sandra, esta se encontraba preparando la cena. Sandra le pidió que se reuniera con ellos para cenar y el hombre pidió tomar un baño antes de sentarse a la mesa. Aunque era bastante tarde, la anfitriona accedió. Arcadio se bañó rápidamente y unos minutos más tarde, este salió vestido con ropa limpia y con un apetito feroz. Antes de irse a dormir, creó una fogata en la parte trasera de la casa y quemó toda la evidencia que traía consigo, incluida la mochila.

No se separó de la fogata hasta que cada uno de los objetos que había puesto en la hoguera estaba convertido en cenizas. No había nada que lo ligara al crimen que acababa de ocurrir y muy pronto, saldría del pueblo. Tenía suficientes compras para asegurarse de que no regresaría a El Basalto en varios meses y eso le proporcionaba tranquilidad.

Al día siguiente, Sandra se fue a trabajar y como acostumbraba, llevó a su hija a la escuela y fijo sus Hasta Luegos a su invitado. Arcadio le dijo que cerrara la casa con llave porque él partiría a la hora del lonche y Sandra hizo lo que le habían pedido. Prometió llamarla en unos días y los dos partieron como buenos amigos.

Arcadio finalmente cargó sus animales y salió del pueblo con destino a casa. Caminaba tranquilamente como si no tuviera ninguna preocupación. Parte de él, deseaba ver la expresión en la cara de Sandra cuando se enterara de los acontecimientos. No estaba seguro de como reaccionaria pero si podía contar con que ella guardaría silencio.