Capítulo 04 – La Cacería
Arcadio salió de la casa de Sandra esa tarde antes de que esta saliera de trabajar y se dirigió a las afueras del pueblo con una mochila en el hombro. Caminaba tranquilamente, como si estuviera disfrutando la tarde que era soleada y placentera. Había varias carreteras que llegaban al pueblito en diferentes direcciones y gracias a ello, las rancherías de los alrededores podían visitar el municipio para recibir atención médica o para comprar sus alimentaciones.
Los campesinos siempre eran bienvenidos por las tiendas de abarrotes porque adquirían todo en cantidades industriales. Compraban sacos de azúcar enteros, latas de varios kilos de manteca y sacos de piloncillo entre otras cosas. Los campesinos siempre viajaban con sus animales para llevar sus compras mientras que los más adinerados, tenían sus propios vehículos para ir y venir al municipio.
Arcadio llegó a los límites del pueblo cuando empezaba a obscurecer y continuó con su caminata que parecía no tener rumbo fijo. Había caminado en dirección opuesta de la casa de Sandra que también vivía en las afueras. Caminaba chiflando entre los matorrales y de vez en cuando, tomaba un momento para saludar a los campesinos que entraban y salían de entre las veredas. En los ranchos, es común que todos los arrieros se saluden puesto que todos son muy abiertos y honestos. Esa era una de las cualidades que Arcadio más apreciaba del lugar donde vivía.
En la distancia, se podía ver el techo de una casa y Arcadio se dirigió en esa dirección. Se puso su gorra y unas gafas para disimular un poco su apariencia personal. Traía botas de suela plana para evitar dejar huellas en el suelo y caminaba por los lugares con superficie dura o rocosa, para evitar que las suelas de su calzado quedaran impresas en el polvo
El muchacho llegó a una casa abandonada y la inspeccionó cuidadosamente. Parecía que alguien había iniciado una construcción para una casa de dos pisos y después abandonaron la obra sin terminar. Quizás sus dueños cambiaron de opinión o quizás se les terminó el dinero. Arcadio pensó que si la construcción hubiera sido terminada, esta habría sido una casa que llamaría la atención.
El muchacho tomó unos momentos para prepararse antes de entrar. Se puso un par de guantes de látex desechables para evitar dejar huellas en alguna parte y se encamino a la puerta. Cuando vivía en Estados Unidos, gustaba ver programas de televisión policiacos, en donde los detectives buscaban a los delincuentes basados en la evidencia dejada en la escena del crimen. Había visto suficientes programas como para enterarse cuáles eran los errores más comunes.
Sería razonable asumir que las unidades locales no contaban con laboratorios de ADN y sería improbable que un caso como ese tomaría precedente sobre otros más importantes. Por si fuera poco, él no conocía a nadie en el pueblo y desaparecería inmediatamente después de haber tomado justicia. La única que quizás podría ligarlo a los acontecimientos era Sandra, pero estaba seguro que la enfermera no diría palabra alguna puesto que ella misma estaba deseando que hubiera cambios en el hospital y además, tenía una sentencia de muerte sobre su cabeza.
La idea de que su hermano podría venir a tomar venganza si este terminaba en la cárcel, era algo que Sandra querría evitar. Lo que ella no sabía, era que Arcadio era hijo único y solo mintió para protegerse en caso de que esta quisiera traicionarlo.
Antes de salir de casa de Sandra, había vaciado sus bolsillos de todo objeto innecesario y se aseguró de no traer ninguna de sus pertenencias personales consigo, incluida su billetera. No llevaba nada en su persona que pudiera servir como identificación y así podría estar seguro de que no olvidaría algo importante detrás de sí.
Ninguno de los objetos que estaba en la bolsa a sus espaldas había sido tocado con manos desnudas y todo estaba limpio de huellas. Cada vez que tocaba alguno de esos objetos, se aseguraba de usar guantes para evitar sorpresas desagradables. Estaba seguro de que habría evidencia después del crimen pero también sabía que tendrían que trabajar duro para encontrarla.
Dudaba mucho que en un pueblo como El Basalto, hubiera alguien capaz de resolver un caso como este. Sabía que sus víctimas no se atreverían a llamar a la policía sin tener que hablar de sus pecadillos personales. Si lo hicieran, sería como destapar una caja de Pandora y se podría asumir que eso no sucedería.
Con paso firme entró a la casa tratando de no mover ningún objeto y evitando dejar huellas en el piso. El suelo estaba cubierto de polvo aunque el piso era de cemento. Había montones de basura en algunos de los rincones y el olor a cemento llenaba la atmósfera. Los huecos en las paredes estaban libres de puertas y ventanas puesto que se trataba de una obra negra.
En una esquina de la planta baja y cerca de una ventana, el piso estaba limpio. Parecía que alguien aseaba esa área de la casa con frecuencia y se imaginó que La Doctora y el Director de La Clínica utilizaban ese lugar para consumar sus relaciones íntimas. Subió al segundo piso y se dio cuenta de que la casa no tenía techo. Las paredes de la planta alta estaban casi terminadas pero simplemente pararon la construcción por alguna razón y abandonaron el proyecto.
Arcadio anduvo merodeando por varias partes de la casa hasta que encontró un lugar en el que podría esconderse sin ser visto, al mismo tiempo que podría vigilar la entrada principal de la vivienda. Desde su escondrijo en el segundo piso, podría esperar a sus victimas sin ser visto y podría hechar un ojo a los alrededores para asegurarse de que no sería molestado.
Se podía adivinar que alguien venía con frecuencia puesto que la tierra suelta del patio mostraba las huellas de llantas de automóviles. Seguramente La Doctora y su amigo estacionaban el auto ahí y se metían a la casa para disfrutar su privacidad. Ahora que ya estaba en el lugar adecuado, procedió a remover los guantes de látex puesto que sus manos empezaban a sudar.
El muchacho se acomodó en su escondrijo y sacó unos binoculares para poder inspeccionar los alrededores. También traía un termo lleno de café caliente y una pistola llena de munición lista para usarse. Puso los objetos en el suelo frente a él de manera organizada para tener todo a la mano y se sentó a esperar tranquilamente. Cuando llegara el momento de la acción, no tendría que preocuparse por hacer ruido puesto que todas sus herramientas ya estarían listas para el ataque.
De vez en cuando alguna camioneta pasaba en la distancia pero solo era una falsa alarma. Él sabía que el vehículo que estaba esperando no llegaría hasta que oscureciera completamente. No tenía prisas y se entretenía observando los pájaros y otros animales que pasaban por ahí. Había sido buena idea traer los binoculares porque eso lo ayudaría a entretenerse durante la larga espera.
Mientras disfrutaba de su café caliente, empezó a reflexionar acerca de lo que intentaba hacer. Sabía que estaba a punto de cometer un delito que lo llevaría a la cárcel si no ejecutaba su plan con la precisión necesaria. Parte de él, quería encontrar una razón para olvidarse del asunto y hacer todo dentro de la ley pero le resultaba imposible.
Su madre y su esposa era lo único que les quedaba en la vida. El hecho de que un supuesto Doctor la había puesto en peligro de muerte le hacía hervir la sangre. Era difícil saber cuántos más estaban en la misma situación y de acuerdo con Sandra, El Director estaba enterado en lo que sucedía en La Clínica, pero él se preocupaba más por borrar la evidencia que por mejorar el servicio.
Esto podría llegar a terminar en una o más tragedias pero nadie quería hacer algo al respecto. Para el, la sed de venganza estaba tan latente como el primer día y tenía todas las intenciones del mundo en llevar a cabo su plan de revancha. No solamente tomaría la justicia en sus manos sino que de una vez por todas, eliminaría el problema antes de que alguien más saliera perjudicado.
Era imposible imaginar que doctores ineptos y sus administradores jugaran con la vida de las personas de esa manera. Recordó los pasillos del hospital llenos de doctores, todos ocupados con sus teléfonos en lugar de poner atención a sus labores. No entendía cómo era posible que se les permitiera utilizar sus aparatos mientras se encontraban en su lugar de trabajo.
Lo peor de todo es que no escondían el hecho de que su teléfono era más importante que sus pacientes. Recordó el hecho publicado en periódicos recientes cuando una pasante de medicina publico una foto en las redes sociales con una paciente en su lecho de muerte.
¿Dónde estaba la humanidad? ¿Dónde estaba la compasión que habían jurado tener para con los pacientes? Era imposible saber que tan lejos llegaba el cinismo de algunas personas y las idioteces que usaban para explicar sus malas prácticas. Sintió que la sangre se le calentaba una vez más y la ira se volvió a asentar y adueñarse de su corazón.
Arcadio estaba familiarizado con el sistema y sabía que si hacía todo dentro del marco legal, sería difícil obtener justicia. Los periódicos y las noticias estaban llenos de casos en que los pacientes morían en las salas de espera o de mujeres que daban a luz en plena calle. Las investigaciones ejecutadas siempre exculpaban al hospital y ponían toda la culpa en el paciente.
Raras veces el nosocomio aceptaba responsabilidad por un escándalo y cuando eso sucedía, los doctores simplemente eran trasladados a otras instituciones en donde podrían seguir practicando y cometiendo sus negligencias médicas. Cuando el caso llegaba a mayores y la prensa nacional mencionaba los hechos, alguna de las enfermeras era despedida de su cargo para saciar la necesidad de justicia. Los culpables seguían cometiendo de las suyas mientras que un chivo expiatorio era sacrificado para pretender que la justicia prevalecía.
Además, no había nadie que prestaría atención a un campesino. Él no era nadie; no estaba relacionado con gente en puestos importantes y casos como ese, abundaban por todas partes. Eso ya no era noticia, sino que se había convertido en el pan de cada día. En esta ocasión si Arcadio quería justicia, la tendría que obtener por su propia mano.
Parte de el deseaba que el caso explotara y apareciera en la prensa nacional con la esperanza de que llamara más atención al problema pero estaba seguro que eso no cambiaría nada. Ahora el sería Juez y Verdugo y sabía exactamente lo que tenía que hacer para salirse con la suya. En este caso en particular, no habría poder humano que le impidiera saciar su deseo de justicia y para ello, estaba dispuesto a arriesgarse a sí mismo.
Dudaba que un pueblo como este tuviera la tecnología necesaria para averiguar lo que iba a suceder. La estación de policía no tenía tantos uniformados y además, solo tenían unas cuantas patrullas para moverse. Quizás habría uno o dos detectives disponibles pero en dado caso, no creía que tenían la experiencia necesaria para quebrar un caso como el suyo.
“Probablemente los detectives son familiares, primos o tíos del jefe de la policía” Pensó para sí mismo y sonrió con sarcasmo “Alguien que no tiene idea alguna de lo que debe hacer”.
Todo el incidente se borraría cuando alguien decidiera que no había recursos para esclarecer el crimen y al asunto se le daría un carpetazo.
Faltaban unos minutos para las ocho cuando Arcadio sacó una playera negra manga larga y se la puso sobre sus ropas. Ahora se encontraba todo vestido de negro puesto que sus pantalones de mezclilla también eran de ese color. La hora de cobrar venganza llegaría en unos minutos más.