Capítulo 05 – La Doctora

 

 

Era un poco después de las ocho cuando descubrió unas luces que centelleaban sobre la casa y la iluminaban aún más que la luz de la luna. El relampagueo siguió por varios segundos y Arcadio tomó sus binoculares y descubrió una camioneta negra de doble cabina. Ese era el vehículo que estaba esperando y empezó a prepararse para entrar en acción. El vehículo serpenteó por la carretera de grava dejando una estela de polvo que era iluminada por las luces traseras de la camioneta.

Con toda la calma del mundo, empezó a guardar los objetos que no necesitaría durante su operación y los puso en su mochila. Sería mejor asegurarse que todo estaba en orden antes de iniciar. Era importante tener todas sus pertenencias juntas puesto que al final, tendría que salir a toda prisa y eso ahorraría tiempo.

Saco una bolsa de plástico y sacó otro par de guantes desechables. Con cuidado procedió a colocárselos evitando rasgarlos y cuando estuvo satisfecho, puso la bolsa de plástico en la mochila. Rápidamente, juntó todo y tuvo unos segundos para revisar que todo estaba en orden. Al término de su plan, no tendría que gastar ni un segundo más de lo necesario y podría escapar a toda prisa.

Cuando el vehículo se acercó a la casa, disminuyó la velocidad y se acercó lentamente hacia la puerta principal. No parecían estar preocupados por ser descubiertos puesto que esta era una propiedad privada. Los dos sabían que a esa hora de la noche, las únicas personas por esos lugares eran solo ellos.

Un hombre se bajó de la camioneta y después de hacer una inspección rápida en la casa, regresó al vehículo y sacó una colchoneta. Del asiento delantero, salió una mujer y los dos se dirigieron al interior de la casa. Hablaban animadamente mientras cargaban algunos objetos con ellos.

“¿Cuándo vas a terminar de construir esta casa?” Dijo la mujer mientras se dirigían al área limpia cerca de la ventana.

“Pues si la termino, no tendremos un lugar en donde encontrarnos. Le dije a mi esposa que gasté mucho en la camioneta y ahora tendremos que esperar un tiempo para finalizar la construcción” Dijo el hombre mientras extendía la colchoneta en el suelo.

La luz de la luna brillaba intensamente y hacía que el interior de la casa se iluminara con su resplandor. Como si la situación se tratara de un ritual, pusieron la colchoneta sobre el área cerca de la ventana y cuidadosamente empezaron a poner los objetos que traían consigo a sus alrededores. El hombre saco una botella de vino y después de remover el corcho, sirvió una copa y se la ofreció a la mujer. Los dos brindaron entre risas y coqueteos y después de unos segundos, el hombre se sentó en el piso y la mujer se puso de pie de una manera muy sugestiva.

La Doctora empezó a quitarse la ropa mientras hacía un baile sexy. El hombre la animaba mientras ella tarareaba una canción y se quitaba las prendas de vestir una a una. Cuando solo quedaba el sostén y el bikini, siguió con su baile exótico y le pidió a su acompañante que hiciera lo mismo. El hombre se quitó los zapatos rápidamente y se puso de pie para empezar a bailar de manera torpe.

Sus ropas empezaron a caer una a una y el baile continuó por unos segundos. En el segundo piso, Arcadio ya había esperado suficiente tiempo y se puso unas gafas grandes y una balaclava negra. Después de ajustar la máscara, tomó dos piezas de laso y empezó a tomar los objetos que tenía frente a si, preparándose para entrar en acción.

Finalmente, tomó la pistola y cuidadosamente, llegó a los escalones y los bajó uno a uno tratando de no hacer ruido. La noche estaba llena de ruidos producidos por los animales silvestres y la luz de la luna no penetraba plenamente al interior de la casa, lo que le hacía bajar con la seguridad de saber que no sería descubierto antes de tiempo.

Sentía que su corazón latía un poco más aprisa y tenía un poco de ansiedad pero eso solo lo hacía tener más cuidado con sus acciones. Cuando llegó al final de las escaleras, descubrió la pareja abrazada y de pie sobre la colchoneta, ajenos a la presencia de un extraño.

Arcadio se detuvo unos momentos para acostumbrar sus ojos a la oscuridad. Él estaba vestido con ropas negras y sería difícil descubrir su presencia entre la negrura de la noche. La pareja se besaba apasionadamente y finalmente, los dos cayeron sobre la colchoneta y empezaron a rodar por el suelo. Entre las sombras de la noche, las dos personas se fundían en una, mientras gemidos y frases apasionadas emergían de sus labios. Cuando La Doctora descubrió al hombre a unos metros de distancia, era demasiado tarde.

El director estaba practicando sexo oral en ese momento y La Doctora trató de gritar pero lo único que salió de su garganta fue un gemido gutural. Extendió la mano y empujo la cabeza de su amante que todavía no se daba cuenta de que estaban acompañados. Este abrió los ojos y cuando descubrió el pánico reflejado en la cara de la mujer, volvió la mirada y descubrió una figura parada a un lado de la colchoneta; apuntando una pistola hacia ellos.

“¿Y tú quién eres hijo de puta?, ¿Qué no sabes que esta es propiedad privada? Si no te largas ahora mismo llamaré a la policía para que te arresten. ¿No sabes quién soy yo?” Preguntó el hombre mientras tomaba una camisa para cubrir un poco su desnudez.

“¡Claro que sé quién eres!, ¿Por qué crees que estoy aquí?” Arcadio respondió calmadamente y se movió cerca de la ventana para que vieran el arma que estaba apuntando hacia ellos. Era una pregunta clásica puesto que parece que toda persona que conoce a alguien importante, asume que serán reconocidos por su asociación.

“¡Cálmate amigo! Si te vas y nos dejas en paz, no habrá ningún problema para ti” Dijo el hombre tratando de convencerlo mientras La Doctora lloriqueaba a sus espaldas. Arcadio aventó las cuerdas sobre la colchoneta con un movimiento brusco pero sin dejar de apuntar el arma.

“Amárrale las manos a la espalda y asegúrate de hacer buen trabajo. Voy a inspeccionar al final y si no lo haces como te indico, te voy a perforar las sienes” Dijo Arcadio amenazando a La Doctora, que trataba de controlar su histeria.

La chica lloriqueaba amargamente y llena de terror, se acuclilló para tomar una de las cuerdas de la colchoneta. El director sabía lo que tenía que hacer y puso las manos a sus espaldas obedientemente; poniendo una mano paralela a la otra. La chica envolvió el lazo varias veces y al final hizo un nudo. Durante el proceso, no dejaba de llorar y suplicar.

“Si nos deja ir, no llamaremos a la policía y no crearemos ningún problema” Imploró mientras se hacía a un lado para que el hombre inspeccionara el nudo.

Con una mano hizo varios jalones para asegurarse de que estaba bien atado y después, pidió a La Doctora que pusiera sus manos a su espalda, de la misma manera en que el hombre lo había hecho.

El lloriqueo estaba cada vez más alto y eso hacía que Arcadio se pusiera un poco nervioso. Si alguien pasaba por ahí, podría alertar a la policía. Ahora no había marcha atrás y tendría que cumplir con su cometido pero para ello, necesitaba calma.

“Si quieres llorar, hazlo de manera callada porque si sigues lamentándote de esa manera, te daré un revés y tendrás que levantar los dientes con una escoba” Dijo Arcadio con voz firme y amenazante. Ahora que ya tenía a los dos frente a él, la furia que sentía cuando pusieron en peligro la vida de su madre, volvió a invadirlo completamente.

Con un empujón, Arcadio puso a la chica de rodillas y procedió a amárrale las manos a la espalda. Los dos se quedaron inmóviles sin saber que esperar de la situación pero todo indicaba que esto no tendría un final feliz.

Ahora que la pareja estaba atada y segura, Arcadio sacó el resto del contenido de su mochila. Primero saco una de las inyecciones como la que le habían dado a su madre y la puso en jirón de la ventana. Volvió a meter la mano en su mochila y saco otra cajita de cartón y finalmente, sacó un par de pañuelos rojos. Cuidadosamente amordazó sus víctimas y después, les ayudó a sentarse cómodamente en el suelo y se recargaron en la pared. Necesitaría algunos minutos para finalizar su plan y era mejor que la pareja estuviera cómoda.

Arcadio se acercó a la ventana y aprovechando la luz de la luna, empezó a preparar una de las inyecciones. Con lujo de detalle, tomó la ampolla de líquido y rompió el cuello para sacar el contenido con la jeringa. Después vacío el líquido en el ámpula y sacudió violentamente para mezclar el contenido. Tal como lo había hecho La Enfermera, puso el ámpula contra la luz de la luna para asegurarse de que la mezcla tenía la consistencia perfecta y lo puso junto a la jeringa.

Las víctimas se lanzaban miradas furtivas sin comprender lo que estaba sucediendo. Estaban temerosos de lo que estaba a punto de suceder pero no era posible evitarlo. Atados de manos y amordazados, era imposible defenderse. Estos lugares estaban desolados y por eso lo habían escogido para su nido de amor. Aun cuando pudieran gritar a todo pulmón, lo más seguro es que nadie oiría sus gritos de auxilio. El terror se reflejaba en sus rostros pero no había más que esperar y observar al agresor que trabajaba preparando sus utensilios en la ventana.

Lentamente, Arcadio se acercó a la mujer y para entonces, ella ya tenía una buena idea de lo que iba a suceder. Arcadio no prestaba atención a sus lágrimas y procedió a seleccionar uno de los brazos.

“Hace dos años, una señora vino a verte con una infección. Te dijo que era alérgica a penicilina y tú ignoraste su súplica. Esa mujer tuvo suerte de salir con vida por tu negligencia. Todo ello por el simple hecho de que en lugar de poner atención a tu paciente, estabas más interesada en tu teléfono” Dijo Arcadio con voz grave para disimular su identidad.

“Dos meses después, volviste a hacer lo mismo con un niño al que le diste una sobredosis. Terminó en Emergencias y estuvo entre la vida y la muerte por varios días. Por un milagro, ese chico también salió con vida. Tu historial en La Clínica deja mucho que desear. Llegas tarde y ofreces mal servicio. Todo porque traicionas a tu marido con esta porquería de hombre. Compras tu lugar en el hospital, pagando con favores en la cama” Añadió mientras sacaba el aire de la jeringa.

“Te daré una oportunidad para que expliques tu lado de la historia. Te voy a quitar la mordaza pero si gritas o pides auxilio, será la última cosa que harás en este mundo” Amenazó Arcadio.

“Hoy seré tu Juez y tu Verdugo. Todo lo que digas será usado para decidir mi veredicto” Añadió mientras removía la bandana roja para que La Doctora pudiera hablar.

“Todos los doctores y las enfermeras hacen lo mismo” Replicó La Doctora después de una pausa.

“Todos caminan por los corredores usando sus teléfonos y todos se comportan de la misma manera en el consultorio. No comprendo por qué solo me castigas a mí”.

“No te pregunté que me digas lo que hacen los demás. Estoy preguntándote a ti en particular” Dijo Arcadio interrumpiendo la respuesta.

“Sé que abuso mi teléfono celular pero tienes que entender que en medicina como en cualquier otra área, errores ocurren y tenemos que arreglarlos. Nadie es perfecto” Respondió la Doctora tratando de encontrar una excusa.

“Precisamente por eso es que debes poner atención. Estás tratando con asuntos de vida o muerte. Deberías olvidarte de tu teléfono al menos cuando estás tratando un paciente. Tienes que darle toda tu atención a su problema porque ellos ponen su vida en tus manos” Respondió Arcadio sintiendo que la sangre se le iba a la cabeza.

El Director del hospital observaba la escena a solo un metro de distancia. Estaba amordazado y atado de manos por lo que no podía hacer nada para ayudar a su amante o por sí mismo. Escuchaba las respuestas y sentía vergüenza porque él era el que tenía la responsabilidad de asegurarse de que cosas como esa no sucedieran.

“Sé que he cometido errores pero hoy me has enseñado una lección. De hoy en adelante practicaré medicina de la manera en que prometí hacerlo cuando recibí mi título de la Universidad. Te lo prometo” Dijo la chica en voz calmada y con lágrimas corriendo por sus mejillas.

“Todo eso suena muy bien. ¿Pero qué harás por todos aquellos pacientes cuyas vidas has arruinado?, ¿Cómo harás reparaciones a sus familias por el daño y el dolor que has provocado?” Preguntó Arcadio sintiendo que había llegado al límite de su paciencia. “Haz tenido oportunidad de corregir tus errores pero no has hecho nada para remediarlos” Añadió.

La Doctora no contestó y empezó a lloriquear nuevamente. Quizás el sentimiento de culpa la estaba invadiendo en ese momento pero Arcadio estaba lleno de odio y no tenía compasión por una persona que estaba jugando con las vidas de sus semejantes. Unas vidas que había jurado atender con esmero y dedicación para curar sus males de salud.

“Primum nil nocere o primum non nocere”

“Si mal no recuerdo ese es lema de los doctores. Cuando tengas la oportunidad, busca su significado porque en este momento, dudo que tengas idea de sobre quién estoy hablando” Dijo Arcadio mientras se acuclillaba detrás de la mujer.

“Es el Juramento Hipocrático” Respondió La Doctora justo antes de que sintiera la mordaza ceñirse en su boca nuevamente para callarla. El cuarto quedo en silencio como si todos hubieran dicho todo lo que tenían que decir y solo faltaba el veredicto final.

“¡Culpable!” Dijo Arcadio en voz alta y tajante.

“Hoy vas a recibir una dosis de tu propia medicina. Nunca sabrás cual es el contenido de esta jeringa, pero te aseguro que los efectos te durarán por el resto de tu vida. Esto en caso de que la sobredosis no te mate, lo que sería una mala suerte” Dijo Arcadio haciendo una pausa y poniéndose de pie.

“Este día se cobran venganza todos aquellos pacientes a los que ignoraste mientras te divertías con tu teléfono. Si vuelves a practicar medicina, tendrás que dar a tus pacientes la atención que se merecen. Cada vez que intentes leer tus textos o contestar llamadas personales durante una consulta, recordarás este momento” Dijo Arcadio de una manera fría y calculadora.

La mujer lloraba abiertamente pero no había manera de que se escapara. A su lado, El Director contemplaba lo que ocurría y por primera vez en su vida, sentía remordimiento por lo que habían hecho con los pacientes. Sabía que él era directamente responsable por las acciones de La Doctora, además de los otros Doctores en La Clínica.

Una y otra vez, él les había ayudado a esconder evidencia de los malos hechos para pretender que su clínica funcionaba de manera envidiable y que todos estaban contentos con sus servicios. Lleno de miedo, observaba los procedimientos de su agresor y sabía que muy pronto seria su turno, a menos de que ocurriera un milagro.

“Será mejor que no te muevas. Tengo suficientes drogas en mi bolsa y si me obligas, usaré cloroformo” Amenazó y la mujer dejó de poner resistencia.

Arcadio saco un algodón de un pomo y empezó a limpiar el área del brazo tal como habían hecho con su madre. Todo lo hacía con mucha calma a pesar de estar lleno de odio y deseo de venganza. Parecía como si disfrutara de la situación y quisiera prolongar el momento. Puso la aguja en posición y le dejó ahí por un momento.

Al principio, La Doctora forcejeaba tratando liberarse de su captor pero sabía que no tenía escapatoria. Estaba a su merced y el haría con ella lo que le diera la gana. No estaba en posición de escapar ni de enfrentar a su atacante. Estaba totalmente indefensa y no había manera de salir del atolladero.

“Esto es el pago por el mal trato que les has dado a tus pacientes” Dijo de manera severa y empujó la jeringa hasta el fondo. Lentamente, empezó a vaciar el contenido mientras La Doctora veía el medicamento desaparecer dentro de su brazo.

Arcadio retiró la aguja mientras La Doctora se resignaba a su castigo. Lloraba amargamente mientras agachaba la cabeza y recargaba su quijada en el pecho. En esa situación, ni siquiera parecía molestarle el hecho de que estaba completamente desnuda.