Capítulo 4
El último día completo en la casa Morganstern amaneció frío pero soleado. Las esquinas de las ventanas estaban congeladas por la escarcha, ahora convirtiéndose en rocío y goteando a medida que el sol caldeaba el aire. Petra se levantó sintiéndose mejor de lo que se había sentido en meses. Sacó su vestido de trabajo del armario, y entonces se detuvo, examinándolo en su mano. Era soso, hecho de un calicó de color café apagado con simples botones negros. Sacudió la cabeza hacia él y luego lo colgó de nuevo. Las perchas traquetearon mientras empujaba el contenido del armario a un lado, buscando algo en la parte de atrás. Cuando se retiró, sostenía un vestido amarillo pálido con botones de madreperla. Era su vestido de los domingos, aunque habían pasado años… desde la muerte de la abuela, de hecho… desde que los Morganstern habían asistido a la iglesia. Petra sonrió ligeramente ante él, y después lo llevó hasta su ventana, moviéndolo a la luz de los rayos de la mañana. Con gracia pensativa y adolescente, se quitó el camisón y se deslizó dentro del vestido amarillo pálido. Lo sintió fresco y bien cuando se posó sobre ella. Petra giró para admirarse en el agrietado espejo de cuerpo entero. Rayos dorados pintaban su costado derecho, haciendo que el vestido brillara virtualmente. Era un vestido bastante viejo, y apenas elegante, pero la transformaba. Estaba guapa. Petra se sonrió a sí misma en el espejo y suspiró.
Apenas era consciente de ello, pero Petra había tomado una decisión. Había vivido tanto tiempo insegura que había olvidado la simple felicidad de llegar a una conclusión y no mirar atrás. Asintió para sí misma en el espejo, luego se giró resueltamente. Aferró las cortinas cochambrosas de su única ventana y las abrió de un tirón, dejando que la luz del sol se vertiera en su habitación. A través de la ventana podía ver el patio lateral, el jardín, la extensión de bosques entre la casa y el lago. La niebla se alzaba más allá de los árboles como un espectro blanco, deshaciéndose a la dorada luz del sol.
El rocío centelleaba sobre la hierba y los árboles escarchados. Era extrañamente hermoso, a pesar de todo. Se preguntó si alguna vez había visto así la granja antes, al menos desde que era muy pequeña… viendo lo simple y hermosa que era. Los bosques y los campos, el jardín y el lago, incluso el Árbol de los Deseos con su peso de piedras del campo alrededor de sus pies enraizados, nada de ello estaba contaminado por la fealdad que habitaba en la casa. La casa era el dominio de Phyllis, y le pertenecía a ella, pero el resto no. El resto de la granja pertenecía a Petra y al abuelo Warren y a la memoria de la abuela de Petra. Pertenecía al fantasma de la madre de la propia Petra, que había crecido aquí en tiempos más felices. La granja era buena. La echaría de menos. Bajó las escaleras lentamente, pensativamente, e Izzy ya estaba allí, sentada a la mesa, comiendo metódicamente un tazón de simple harina de avena.
—Ya era hora —proclamó Phyllis severamente, levantando la mirada hacia Petra desde el fregadero, con ojos duros.
Petra le sonrió y se sentó a la mesa. Phyllis parpadeó, con las manos enterradas en el fregadero, rojas y espumosas hasta los codos.
—¿Para qué te has vestido, jovencita? ¿Para el baile del príncipe? ¿Estamos de humor hoy cenicienta, querida?
Petra sacudió la cabeza, tirando de un tazón hacia ella.
—Es un día encantador. Pensé que sería agradable vestirme para él por una vez. Espero que no pongas objeción.
Phyllis la estudió durante un largo momento, con los ojos muy ligeramente entrecerrados. Finalmente pareció descartarla.
—Tú misma. Sólo tienes un vestido bonito. Si quieres destrozarlo trabajando con él, es enteramente cosa tuya, aunque probablemente romperá el corazón de tu abuelo.
—Me alegra que no pongas objeción, madre —dijo Petra alegremente.
Phyllis volvió a mirarla agudamente, sus cejas simultáneamente fruncidas y alzándose. No dijo nada, aunque parecía querer hacerlo.
Petra se estaba divirtiendo. Era tan fácil manipular a esta horrible mujer, una vez entendías verdaderamente lo que le importaba. Sintió la mirada tensa de Phyllis pero fingió no reparar en ello. Después de un minuto, se giró hacia Izzy.
—¿Te gustaría salir y escabullirte conmigo un poco esta noche, Iz?
—Difícilmente vaya a tener tiempo para eso —profirió Phyllis con voz severa, habiendo reanudado su lavado—. Parte mañana por la mañana al amanecer, por si no te acuerdas. Tiene más que suficiente con hacer el equipaje y sus tareas como para mantenerse ocupada todo el día, y después irse temprano a la cama, y eso es todo.
Izzy no levantó la mirada de la pasta de su harina de avena. La removió lánguidamente.
—Está bien —respondió Petra alegremente—. No tengo mucho que hacer hoy. Ayudaré a Izzy a terminar sus tareas y hacer el equipaje, y eso nos dejará bastante tiempo para jugar un poco después de la cena, antes de ir a la cama. Después de todo, podría pasar algún tiempo antes de que volviéramos a tener oportunidad de hacerlo, ¿verdad, Iz?
Phyllis realmente resopló con una risa burlona.
—Eso seguro —masculló.
Petra miró a la parte de atrás de la cabeza de la mujer, entrecerrando los ojos.
—Por supuesto, vendrás de visita a casa —dijo, hablando con Izzy pero todavía observando a Phyllis—. Tendremos tiempo para jugar entonces también. ¿No será divertido?
Ahora pareció ser el turno de Phyllis de disfrutar.
—Oh, yo no estaría tan segura de eso —respondió, apilando platos ruidosamente en el escurreplatos—. Uno nunca pude estar demasiado seguro acerca del futuro. Las situaciones pueden cambiar en cuestión de momentos. Pregúntale al «abuelo Warren» sobre eso.
Petra frunció el ceño tensamente, estudiando el cuello flaco y huesudo de la horrible mujer, el moño despiadado de su cabello gris. ¿Podría estar refiriéndose realmente Phyllis a la muerte de la abuela de Petra? Aunque ella no diría algo tan insensible y mezquino, ¿verdad? ¿O se estaba refiriendo a alguna otra cosa? Se le ocurrió que tal vez ella no era única que estaba planeando algo. Phyllis todavía humeaba con dos clases diferentes de rabia, y Petra supo que sólo estaba esperando su momento, tramando el mejor plan para obtener su mezquina venganza. ¿Pero qué podría idear la horrible mujer? ¿De qué era realmente capaz?
Petra decidió que posiblemente no importaba. A ella no. Si Phyllis estaba planeando algo, el abuelo Warren seguramente lo sabría. Después de todo, le gustara a él o no, podía leer sus pensamientos e intenciones. Esa habilidad era el último vestigio de su sangre mágica, y posiblemente era tan incapaz de acallarla como lo era de dejar de respirar. No era un hombre fuerte, pero nunca permitiría que Phyllis hiciera daño a Petra. Antes moriría.
Pensando en eso, terminó su magro desayuno y se embarcó en sus tareas del día y en ayudar a Izzy.
No fue un día malo. Como hacía tanto había aprendido, el trabajo manual tenía su propia afabilidad especial. Al contrario que las tareas escolares y el estudio, el trabajo físico permitía a la mente vagar libremente, saltándose el cordón del aburrimiento para explorar sus propios antojos y sus sueños de vigilia. Habiendo crecido en una granja, Petra había, de hecho, vivido gran parte de su vida en ese mundo de imaginación, soñando despierta mientras su cuerpo cumplía con alguna tarea repetitiva y puramente física. Había llegado a amar la sensación de caer en la cama cada noche absolutamente exhausta. De hecho, el comienzo de todos sus cursos escolares previos había estado plagado de cortas rachas de insomnio, su cuerpo sin uso volviendo a acostumbrarse al mundo de trabajo mental y vida sedentaria. La vida en la granja nunca era particularmente excitante, y a menudo era exigente físicamente, pero no era una mala vida. Pensaba en esas cosas mientras se movía a través de su último día en la granja, trabajando más frecuentemente que no, junto a Izzy.
En su presencia, Izzy apenas parecía lenta en absoluto. Las tareas que Izzy apenas se las arreglaba para realizar bajo la impaciente instrucción de Phyllis, con Petra las efectuaba veloz y grácilmente. Petra siempre había creído que simplemente ella era mejor maestra que Phyllis, principalmente porque era más paciente y amable con la chica. Pero ahora lo dudaba. Merlín había dicho que una hechicera extraía su poder del mundo que la rodeaba. ¿Y si era también posible que una hechicera alimentara con su poder lo que la rodeaba? Tenía sentido, en realidad. Tal vez, en presencia de Petra, Izzy realmente se balanceaba al borde de la brujería, como tan frecuentemente deseaba la chica. Vaciló en considerarlo… era un pensamiento tan feliz que resultaba un poco descorazonador. Y aun así, recordaba historias acerca del propio Merlín, de cómo había enseñado magia a la completamente humana y no mágica «Dama del Lago», Judith, a la que había tomado como esposa. Los magos y brujas normales no podían enseñar más magia a humanos corrientes de lo que se podía enseñar a un mosquito a hablar francés. Pero tal vez los hechiceros y hechiceras podían impartir una sombra de su poder, la parte de su poder que provenía de la naturaleza que los rodeaba, e incluso ajustar a un humano mentalmente desafinado. Pensó en esto mientras Izzy y ella se afanaban. Se preguntó lo que diría Phyllis si pudiera ver a su hija trabajando como lo hacía en presencia de Petra. ¿Cambiaría de opinión sobre ella? Tristemente, creía que no. Phyllis simplemente acusaría a Petra de utilizar a la chica como marioneta, influenciándola con sus artes antinaturales y brujeriles.
Y para ser totalmente honesta, Petra no sabía si Phyllis no tendría razón.
Pero cuando la tarde comenzó a caer sobre la granja y la cena se echó encima, Petra e Izzy habían, de hecho, conseguido introducir el magro armario y los artículos de tocador de Izzy en el pequeño baúl de segunda mano. Sus tareas estaban acabadas, incluso después de la adición de Phyllis de varias tareas de última hora por la tarde. A pesar de esto, no estaba dispuesta a permitir que las dos chicas salieran y «se escabulleran», como Petra había prometido a Izzy.
—No vas llevártela a los campos y llenarle la cabeza con tus tonterías y pensamientos absurdos —dijo Phyllis finalmente, sin levantar la mirada de sus asuntos—. He trabajado durante años para evitar que arruines su estúpido cerebro confundido con tu excentricidad antinatural. Sé que crees que ésta es tu última oportunidad con ella, pero no la tendrás. —Extrañamente, Phyllis parecía más distraída de lo habitual. Se movía por la casa de un modo apresurado y preocupado. El abuelo Warren se había retirado otra vez al granero para pasar la noche, dejando que Petra se las arreglara por sí misma con la horrible mujer. Petra la siguió de habitación en habitación.
—Honestamente, no sé de qué estás hablando —dijo, afectando un aire de insípida inocencia—. Sólo quiero disfrutar de un último día con la chica con la que crecí antes de que se vaya. Seguramente no nos negarás…
—Puedo y lo haré —replicó Phyllis agudamente, levantando la mirada y girándose hacia Petra—. Puedes fingir todo lo que quieras conmigo, pequeña bruja, pero soy más lista que eso. Puedo ver directamente a través de ti. Tuviste tu oportunidad de interferir, y no funcionó. ¿Lo entiendes? Probablemente creíste haber ganado aquel día en la sala con Percival, pero estás tremendamente equivocada. Sé lo que es mejor para Izabella, a pesar de lo que penséis tú y tu abuelo.
Petra quedó sorprendida al comprender que no se sentía picada en lo más mínimo por las palabras de Phyllis. Phyllis tenía desde luego miedo de ella, y a causa de ese miedo estaba jugando su mejor mano, luchando por mantener su garra de hierro sobre la casa sólo una vez más, en un día de mucha importancia. Por lo que a Phyllis concernía, mañana no era importante, si sólo podía mantener el control hasta entonces, ya no importaría. Sería demasiado tarde para que Petra hiciera nada.
—No puedo imaginar de qué estás hablando, madre —dijo Petra, sacudiendo la cabeza tristemente.
—¡NO ME LLAMES ASÍ! —casi chilló Phyllis, su voz se rompió. Cerca, Izzy saltó, dejando caer los calcetines que había estado zurciendo. Levantó la mirada, asustada. Phyllis bajó la voz, pero sus ojos estaban vivos de rabia; casi chispeando—. Menudo descaro —dijo con voz áspera—. Llamarme madre. Tu madre está muerta. ¿Me has oído? ¡Y debería considerarse afortunada! ¡No ha tenido que verte creer para convertirte en la patética buscapleitos sin objetivo que eres! ¡Ahora, sal de mi vista antes de que me enfade, pequeña bruja!
Petra simplemente miró a la rabiosa y temblorosa mujer. Un rojo lívido teñía las mejillas de Phyllis y sus ojos parecían estar vibrando en sus cuencas.
Tomó un largo aliento. Con voz rítmica y monótona, dijo:
—No soy una bruja.
Phyllis casi confundió el tono de Petra con arrepentimiento. Se elevó en toda su estatura.
—Eso es lo más sensible que has dicho en años —replicó, exhalando una respiración reprimida—. Ya basta. Izzy, a la cama. Te despertaré al amanecer, y quiero que estés lista para partir inmediatamente. En cuanto a ti, por otro lado —dijo, alzando una ceja hacia Petra—. No me importa lo que hagas. Mientras permanezcas fuera de mi camino.
Y se giró y salió, dejando a las dos chicas solas en medio de un frío silencio.
La noche había descendido completamente cuando Petra estaba sentada en su habitación, mirando fijamente hacia fuera por la ventana. No se había movido en horas, desde que había entrado en la habitación y colocado la silla estrecha en medio del suelo. Todavía llevaba su vestido amarillo y a pesar de las advertencias de Phyllis, éste no estaba dañado en lo más mínimo por su día de trabajo duro. En su regazo estaba la caja negra pulida, con la tapa cerrada.
La luna se había alzado mientras ella observaba. Había escalado el cielo, alzándose más allá de los bosques, primero amarilla, y ahora de un blanco hueso. Colgaba del cielo como una hoz de plata, lanzando su luz sobre la granja de abajo.
Petra bajó la mirada a la caja. Era reconfortante haber tomado una decisión. Pronto sabría exactamente lo que tenía que hacer. Era tan simple, y aun así, por supuesto, no sería fácil. Sabía que podía hacerlo esta vez. Después de todo, era realmente lo mejor para todo el mundo. Eso mismo había pensado también antes, pero realmente no había tenido la certeza. Sabiendo que suponía toda la diferencia del mundo. Pasaron varios minutos y la casa permanecía perfectamente inmóvil a su alrededor.
Finalmente se levantó. Colocó la caja negra sobre el tocador. En el espejo, su propia cara le devolvió la mirada. A causa del pálido brillo azul de la luna, parecía diferente a esa mañana. Entonces, con el brillo dorado del sol, había parecido guapa. Ahora parecía pálida, como una estatua de alabastro. A sus propios ojos parecía fría, severa; ya no guapa, ni siquiera bella, como una rosa negra.
Tengo una daga…
Dio la espalda a su reflejo y abrió la caja. La daga yacía dentro, sus joyas centelleaban y su hoja renegrida titilaba a la luz de la luna. Cuidadosamente, casi reverentemente, Petra la tomó por el mango. Se estremeció.
Un momento después había abandonado la habitación. A su estela, la puerta se meció ligeramente sobre sus goznes, sin producir el más ligero crujido.
Sobre la cama, yaciendo en el centro de un haz de pálida luna, había una forma oscura, larga y delgada, como una cuchillada de tinta. Era la varita de Petra.
Tenía una grieta que la recorría hacia arriba, dividiéndola casi por la mitad.
Había una única ventana en el pasillo de arriba. Estaba en el extremo, con vistas al rellano del primer piso, y estaba cubierta por un juego de largas cortinas de terciopelo a fin de que sólo la astilla más débil de cielo nocturno fuera visible. Petra se movió a lo largo del oscuro pasillo, largamente acostumbrada a navegar por su longitud sin ninguna luz. Se movió silenciosamente, pasando los marcos redondeados de los retratos de sus bisabuelos, pisando concienzudamente alrededor del gabinete desvencijado que había en el lado opuesto de la puerta del baño. Sus pies descalzos no hacían ningún ruido sobre la larga y estrecha alfombra harapienta.
Se detuvo. La puerta de la habitación de Phyllis y el abuelo estaba firmemente cerrada, como siempre. Petra se quedó de pie en medio de la impenetrable oscuridad fuera de la puerta y escuchó. Después de un minuto, imaginó que oía el lento y sutil vaivén de una profunda respiración proveniente del otro lado del grueso roble. Phyllis estaba dentro, los rescoldos de su furia se habían suavizado y embotado, pero no extinguido, ni siquiera en medio del sueño. Sus sueños eran como campos de espinas, enmarañados y enredados. Petra podía verlos con el ojo de su mente, pero sólo miró velozmente, tranquilizándose a sí misma viendo que la vieja estaba ciertamente sepultada profundamente en ellos. En el vestíbulo, bajó la mirada al viejo y manchado pomo de la puerta. Lo tocó ligeramente con la mano izquierda.
Duerme, dijo en su pensamiento. Duerme largamente, duerme bien. Sin oír nada.
Esperó otro minuto, manoseando la daga en su mano derecha. Satisfecha, se arrastró lejos de la puerta, aproximándose a la última puerta del lado opuesto del vestíbulo.
La puerta de Izzy.
—Nunca había salido tan tarde antes —susurró Izzy nerviosamente, corriendo por la hierba cubierta de rocío del jardín. El aire era tranquilo y fresco alrededor de ellas, lleno de la solemnidad de la noche. Los grillos cantaban su coro en los bosques. Unas dispersas nubes escarchadas de luna navegaban en lo alto como centinelas. Petra sonrió cuando la muchacha más joven trotó descalza a través de la hierba alta, alzando los tobillos ágiles como una gacela. Sostenía los brazos en alto a ambos lados y echaba la cabeza hacia atrás, hacia la luna en forma de hoz—. No creía que fuera capaz de mantenerme despierta, como dijiste, pero hablé con mis muñecas y ellas me hicieron compañía. ¡Fue fácil! ¡No sentí pasar el tiempo en absoluto!
Petra mantuvo la voz baja, aunque sabía que no era realmente necesario.
—Esto es divertido, ¿no, Iz? Solía hacerlo mucho cuando era pequeña.
—Es divertido —estuvo de acuerdo Izzy, volviéndose hacia Petra y agarrándole la mano, entrelazando los dedos de ambas—. Pero es un poco salvaje también, y da un poco de miedo. Como la noche de Halloween pero real. ¿Verdad? Esto es lo que las brujas hacen todo el tiempo, ¿no?
Petra asintió con la cabeza, indulgente con la chica.
—Lo hacen. Danzan en los bosques a medianoche, con grandes fogatas y espadas de plata. Algunas veces las estrellas bajan y se unen a ellas, y las lechuzas cantan a coro. Es como una fiesta.
Izzy levantó la mirada hacia Petra mientras caminaban, con ojos serios.
—¿De verdad? ¿No te burlas de mí?
Petra rio.
—Nunca me burlaría de ti, Iz. Puede que estire un poco la verdad de vez en cuando, pero si no es cierto, debería serlo. ¿Por qué lo preguntas?
Izzy suspiró a modo serio, bajando la vista a sus pies descalzos mientras caminaba junto a Petra.
—Bueno, es sólo que papá Warren dice que las estrellas son sólo grandes bolas gigantes de cosas ardientes, ni príncipes mágicos, ni princesas ni nada parecido, como en las historias.
Petra se encogió de hombros.
—Ambas cosas pueden ser ciertas, ¿sabes? Tal vez las estrellas son realmente grandes bolas de gas ardiente y brillante gente noble, todo al mismo tiempo.
Izzy frunció el ceño y sacudió la cabeza.
—Eso no tiene ningún sentido.
—Claro que sí —replicó Petra, acogiendo el tema con entusiasmo—. Mira los árboles en los bosques. Lo que ves es solo un montón de madera, ramas y hojas que crecen del suelo, ¿verdad? Lo que no ves son los espíritus de los árboles, las náyades y dríades.
La chica levantó la mirada hacia la masa oscura de los árboles en lo alto, crujiendo tan suavemente en las altas brisas nocturnas.
—¿Los árboles tienen espíritus?
—Claro que sí. Yo nunca he visto uno, pero conozco a alguien que puede hablar con ellos. Son hermosos y muy solemnes. Se mueven muy, muy lentamente, porque para un árbol, el tiempo humano es como para nosotros el de una hormiga. Ellos miden sus días en años, no en horas.
Izzy no parecía convencida.
—¿Cómo es que no podemos verles?
Petra levantó la vista cuando entraron en la linde del bosque.
—No sé. Tal vez viven en una parte del mundo que nosotros no podemos ver. Tal vez nosotros vivimos en una parte del mundo que ellos no pueden ver. Tal vez sólo vemos sus cuerpos arbóreos y ellos sólo ven alguna parte diferente de nosotros, alguna parte de nosotros que ni siquiera sabemos que tenemos.
—Nuestra estela —dijo Izzy de repente, abriendo los ojos de par en par.
Petra la miró, confusa.
—¿Nuestra qué?
—¡Nuestra estela! —repitió la chica con una impaciencia casi cómica—. Como los hombres de los botes en el pueblo pesquero. Papá Warren dice que el pez no puede ver los botes, pero que puede sentir la estela que deja el bote. ¡Tal vez nosotros sólo vemos los cuerpos arbóreos de los árboles y los árboles sólo sienten nuestras estelas cuando pasamos a su lado!
Petra tuvo la corazonada de que Izzy tenía más razón de la que nunca sabría. No era sólo que su respuesta tuviera sentido. Era que de algún modo pareció resonar entre los propios árboles, como si de algún modo, silenciosamente, ellos murmuraran su asentimiento. Una vez más, efímeramente, pensó en la idea que había tenido antes ese mismo día, cuando ella e Izzy habían estado trabajando juntas, sobre cómo Izzy parecía temblar al borde de la auténtica brujería cuando estaba en presencia de ella. Era como si algo dentro de Petra encendiera algo dentro de Izzy, iluminándola, dando potencia a alguna parte especial de la chica que el destino había fallado cruelmente en conectar.
Las hojas crujían bajo sus pies mientras ambas se movían a través de los árboles. Después de un minuto, Izzy dijo:
—¿Qué deberíamos hacer?
Petra levantó la vista.
—Voy a mostrarte algo.
—¡Oh! ¿Qué es?
Petra se detuvo y tomó un profundo aliento.
—Esto —dijo, señalando a la hondonada ante ellas.
Izzy no dijo nada al principio. Entró en el claro, rodeando los viejos montículos de piedra, con el ceño ligeramente fruncido. Finalmente se detuvo, y dijo:
—¿Qué son?
Petra caminó alrededor del claro para detenerse cerca de la jovencita.
—Solía pensar que eran las tumbas de mis padres, pero ahora… creo que somos nosotras.
Izzy hizo una mueca pensativa.
—¿Las hiciste tú?
—Sí. Hace mucho tiempo.
Varios segundos pasaron. Izzy miró a Petra, con una comisura de la boca alzada críticamente.
—Hubiera pensado que serían más bonitas si somos nosotras.
Petra no pudo evitar reír alegremente.
—Toma asiento, Iz. Aquí mismo junto a mí, sobre este leño.
Las dos chicas se sentaron encima el viejo tronco caído, alisándose los vestidos sobre las rodillas. Petra puso el brazo izquierdo alrededor de su hermana y miró hacia los montículos. En el profundo azul de la luz de la luna, la hondonada parecía una vez más un panorama subacuático mágico, lleno de movimiento sutil e invisibles profundidades. Una ligera brisa empujaba a través del claro, alzando las hojas muertas y llevándolas entre los montículos, cantando una nota baja en las copas de los árboles. Y quedamente, casi imperceptiblemente, las enredaderas que se entrelazaban sobre los montículos empezaron a moverse. Cambiaron y murmuraron, produciendo al principio un suave siseo, y después un crujido. Izzy soltó un largo jadeo, sus ojos se abrieron. Petra se concentró. Finalmente, ambos montículos produjeron una serie de suaves chasquidos, y brotaron flores en las enredaderas, cubriendo completamente ambas formas. La de la izquierda mostraba pálidas flores doradas, mientras la más grande de la derecha estaba cubierta de rosas negras, cuyos pétalos eran casi púrpura a la luz de la luna. Las flores oscilaban arriba y abajo y asentían con la brisa, esparciendo su perfume almizclado a través de la hondonada.
—¡Guau! —jadeó Izzy, y aplaudió espontáneamente con deleite—. ¿Cómo ha pasado esto? ¿Fueron las dríades? ¿O lo hiciste tú?
—Creo que lo hicimos juntas —dijo Petra, sonriendo.
—Yo soy el de las flores amarillas, como mi cabello —dijo Izzy, señalando—. Tú eres el de las rosas negras, porque tu cabello es oscuro.
Petra asintió de nuevo, todavía sonriendo. No había tenido intención de que las flores florecieran de diferentes colores. A medida que ella crecía, cuando los montículos habían sido monumentos a sus padres muertos, siempre habían florecido en rojo, sin excepción.
—Ha estado guay —dijo Izzy, acurrucándose contra Petra y suspirando profundamente—. Especialmente porque es de noche. Es como si fuéramos auténticas brujas. Quiero decir, las dos, ¿verdad? Pero nada de estrellas bailando o lechuzas cantando. Ni espadas de plata.
—Al menos aún no —replicó Petra.
Después de un minuto, Izzy se volvió inquieta.
—No puedo quedarme sentada mucho más —dijo, poniéndose en pie y mirando alrededor de la hondonada—. Me adormece. Apuesto a que podría dormirme justo aquí, sobre una pila de hojas. Eso sería bonito, ¿no? Sólo con la luna mirándonos, y nadie más. Eso sería encantador, creo.
Petra se levantó también, sacudiéndose la corteza del trasero.
—Sería extremadamente encantador.
—¿Vamos a volver ya? —preguntó Izzy, mirando a la chica más alta.
Petra sacudió la cabeza ligeramente, todavía mirando a los montículos y sus flores fragantes que asentían.
—Aún no. Tengo una cosa más que mostrarte.
Izzy tomó la mano derecha de Petra y siguieron caminando, escalando la pronunciada cuesta cubierta de hierba de la hondonada. Ninguna habló hasta que alcanzaron la linde de los árboles, donde el cielo se abrió ante ellas una vez más.
De repente Izzy dejó de caminar, tirando del brazo de Petra hasta que éste se tensó y ella también se detuvo.
—¿Qué? —preguntó Petra, volviéndose a mirar los ojos abiertos de par en par de la chica.
—No quiero ir allí —dijo Izzy rotundamente, sus ojos no se apartaban de la vista que tenía delante.
—¿Qué? ¿Por qué no? Es sólo el lago. Has estado allí abajo conmigo cientos de veces.
Izzy sacudió la cabeza. Débilmente, Petra podía oír el rumor de las olas sobre la orilla rocosa. El sonido la consolaba, la llamaba. Parecía tener el efecto contrario sobre Izzy.
—Simplemente no quiero bajar allí abajo, eso es todo.
—Todo irá bien, Izz —dijo Petra consoladora—. Te cogeré de la mano todo el rato. Sé que da un poco de miedo, pero eso es lo que lo hace divertido, ¿verdad? Como Halloween.
Izzy finalmente miró a Petra, con los ojos grandes y serios. Estudió la cara de Petra, y luego volvió a mirar al lago, hacia la larga y reluciente banda de luz de luna reflejada en su superficie. Finalmente, asintió con la cabeza, una vez, cautelosamente.
Las dos chicas bajaron juntas por el sendero hacia el embarcadero. Aparte del gentil lamer de las olas, la noche estaba notablemente tranquila. Petra notó que incluso los grillos hacían cesado su constante canción. La luna parecía un monstruoso ojo semi cerrado.
Izzy se detuvo de nuevo en el primer escalón del embarcadero, con la cara pálida y grave.
—No quiero seguir más allá, Petra.
Petra todavía sostenía la mano de su hermana. Por un momento, el olor a pescado podrido aguijoneó sus fosas nasales, repeliéndola, pero entonces la brisa se lo llevó lejos. Estaban casi allí. Todo iba a salir bien.
—Solo un poco más allá, Izz —dijo Petra, sonriendo—. Quiero mostrarte una cosa más, pero necesito tu ayuda.
La chica no se movió.
—¿Qué es? —preguntó con ojos agudos y vigilantes.
La sonrisa de Petra se amplió ligeramente y sus ojos brillaron.
—Es un secreto —susurró.
El apretón de Izzy sobre la mano izquierda de Petra se alivió. Fue algo pequeño, casi imposible de notar, pero Petra no obstante lo advirtió. Izzy miró al lago de nuevo.
—No me gustan los secretos.
—Éste te gustará —la animó Petra—. Solo un poquito más. Por mí.
Finalmente, la pequeña se relajó ligeramente. Bajó cuidadosamente las escaleras hasta la plataforma de madera del embarcadero, siguiendo a Petra. Juntas, avanzaron en medio del fresco olor del agua, moviéndose lentamente sobre el gentil lamer de las olas. Izzy permanecía medio paso por detrás de Petra. Petra apretó amablemente el agarre sobre la mano de la pequeña.
—¿Qué es lo que quieres mostrarme? —dijo Izzy con una vocecita—. Esto es bastante lejos. Quiero parar.
—Sólo dos pasos más —replicó Petra, su propia voz apenas por encima de un susurró—. Aquí mismo, en el borde.
—Ya me mostraste eso —dijo Izzy de repente, alzando un poco la voz—. El mirador en el fondo del lago. Fue espeluznante entonces, a la puesta del sol. No quiero verlo ahora. No sería divertido de noche. Por favor, Petra.
—No es eso lo que quiero mostrarte —dijo Petra, distraída, atrayendo a su hermana hacia adelante.
—¿Entonces qué, Petra? ¿Qué vamos a ver aquí?
Petra finalmente se giró hacia Izzy, con ojos brillantes. Eran oscuros y misteriosamente duros. Había lágrimas contenidas en ellos.
—Mi madre —replicó con una voz extrañamente muerta.
Petra todavía sujetaba la mano derecha de Izzy en su izquierda. Tiró de la mano de la chica hacia arriba, alzando simultáneamente su propia mano derecha. En ella, la daga destelló horriblemente, la luz de la luna moviéndose a lo largo de la hoja oscura.
—¡No! —chilló Izzy, apartándose. El apretón de Petra sobre la muñeca de la chica menor era como un torno.
—Deja de luchar, Izz —dijo Petra, lidiando por mantener quieta la mano de la chica—. Sólo te dolerá un momento.
Izzy tiró de la mano tan fuerte como pudo, y luego golpeó duramente el talón de su mano libre sobre el puño de Petra buscando hacer palanca. Las dos chicas forcejeaban en la oscuridad.
—¿Qué haces? —Jadeó Izzy, su voz fue un quejido alto—. ¡Petra, para!
—Sólo un poco de sangre, Izz —replicó Petra con voz monótona—. Es todo lo que necesito. Nada más. No necesito traerla de vuelta del todo; sólo lo suficiente para hablar con ella. Necesito a mi mamá. Ella me dirá que hacer, Izz. Nos lo dirá a las dos. Todo irá bien, ¡sólo tienes que dejar de luchar…!
Izzy estaba llorando mientras peleaba, desesperándose. Todo lo que sabía era que la chica mayor tenía un cuchillo y planeaba hacerle daño con él. Pateó y se esforzó, dando la espalda al extremo del embarcadero. Petra tiró de ella hacia atrás, desnudando los dientes a la luz de la luna. Su cara parecía horrible, casi cadavérica.
—Sólo un simple corte en tu palma. Eso es todo. Unas pocas gotas de tu sangre y todo acabará. ¡Basta! Deja de luchar. No quiero hacerte daño, Izz… no me hagas…
Izzy chilló y se abalanzó hacia adelante tan fuerte como pudo, atacada por el pánico. Su pie se deslizó sobre la superficie cubierta de rocío del embarcadero y resbaló, cayendo. Petra perdió su propio equilibrio y gateó buscando un asidero, aferrándose a uno de los pilares del embarcadero. Hubo un grito, cortado de repente, ahogado por el ruido de un pesado chapoteo. Izzy había caído al lago.
Petra se dejó caer de rodillas, buscando a la otra chica, con los ojos salvajes. Un gorgoteo y otra salpicadura la revelaron; estaba a varios metros de distancia, fuera del alcance de Petra. Agitaba violentamente los brazos, con los ojos brillantes y horribles, y la boca llena de agua.
—¡Izzy! —llamó Petra, con el corazón repentinamente saltándole en la garganta—. ¡Nada hacia mí!
¡No! dijo la voz de la trastienda de la mente de Petra, firme y decididamente. No… Espera… Petra se quedó congelada en el acto con la más extraña frialdad descendiendo sobre ella. Mientras miraba, la chica en el agua pareció cambiar. No era Izzy en absoluto. Era otra niña de cabello rubio, una chica llamada Lily. Era justo como en sus sueños, los frustrantes y embrujadores sueños de ese último momento en la cámara de la charca. La chica se estaba ahogando, justo como había exigido el trato. Pero ahora, ésta vez, el sueño era real. Ahora, Petra realmente podía afectar al resultado.
Lentamente, Petra se alzó sobre sus pies, observando las patéticas salpicaduras de la chica del agua.
No había tenido intención de matar a Izzy. Sólo pretendía utilizar su sangre, sólo lo suficiente para hablar con su madre. No había planeado traer a su madre completamente de vuelta, aun si fuera posible.
¿Es eso cierto? dijo la voz de la trastienda de su mente, calmadamente, fríamente. Yo creo que no. Creo que esa fue tu intención todo el tiempo. Creo que por eso viniste a casa en primer lugar. Todo ha conducido a esto. Solo creíste haber alterado el plan cuando escogiste salvar a Lily, pero no cambiaste nada. Sólo pospusiste lo inevitable. La chica debe morir. Sólo entonces tendrás paz.
Y después de todo, ¿para qué tenía que vivir Izzy? ¿No estaría mejor de este modo ella también? Mejor morir aquí, al borde de su última noche de juventud e inocencia, que sesenta años después, utilizada, gastada y empujada a través de la vida como un animal.
Nadie lo sabrá, consoló la voz. Su cuerpo finalmente será encontrado, pero creerán que murió por su propia mano, deliberadamente o por accidente. La llorarás apropiadamente. Erigirás un monumento a su memoria, lo cual es más de lo que su propia madre haría. Harás lo correcto. Tú, con tu propia madre a tu lado.
Estaba ocurriendo realmente. Izzy se hundió bajo la superficie una vez más. Sus manos aletearon débilmente, patéticamente, manoteando sobre las afiladas olas.
Petra se giró. Miró de vuelta a lo largo de toda la longitud del embarcadero, y luego lanzó la mirada alrededor del perímetro del lago. Su ceño se frunció ligeramente.
—No viene nadie —dijo para sí misma, dudosamente.
No, ese chico, James, no vendrá esta vez, estuvo de acuerdo la voz, exultante. Ni Merlinus. Ni nadie. La fuerza desencaminada del bien no tiene ninguna voz aquí. El «bien» es un mito. Sólo hay equilibrio. Solo hay poder. Nada más importa.
La voz tenía razón. No venía nadie. Nadie iba a detenerla. Iba a tener éxito. Petra miró al agua de nuevo. Las pequeñas manos de Izzy ya no se agitaban en la superficie. La chica ya no se veía por ninguna parte, pero seguramente no estaba muerta aún. ¿Cuánto podía vivir un cuerpo sin aire? Petra intentó hundir su mente en las oscuras aguas, pero éstas eran extrañamente impenetrables; no podía sentir nada en absoluto. ¿Por qué iba a importar, de todos modos? Manaron lágrimas de los ojos de Petra.
En el centro del lago, se alzaba una figura. Petra reconoció la forma en ese mismo momento. Su madre la miraba a través del agua. Petra contuvo un aliento acelerado. Lentamente, sacudió la cabeza. Su varita había desaparecido. Rota. Ya no podía recordar cómo hacer magia sin ella. Lo intentó de todos modos.
¿Qué estás haciendo? preguntó la voz de la trastienda de su mente cautamente.
—Tienes razón —dijo Petra tranquilamente, alzando los brazos sobre el agua—. No viene nadie. Nadie va a interferir en mi elección.
La voz parecía alarmarse cada vez más. ¿Entonces qué haces? Exigió severamente.
—Yo seré la voz del bien —replicó Petra firmemente, tranquilamente—. Escojo por mí misma. Nadie me obliga. Escojo hacer lo correcto, a pesar de todo lo que anhelo y sueño. Y ésta vez, es enteramente mi elección.
Petra se concentró. Examinó el agua con su mente, dispuesta a revelar sus secretos. Ésta permaneció tan oscura y monótona como un pozo. En el centro del lago, la figura de su madre se alzó sobre las olas, lanzando su reflejo a través de la banda de brillante luz de luna. La figura empezó a caminar lentamente hacia el embarcadero.
No seas tonta. Creíste lo mismo en la cámara de la charca. Pensaste que habías cambiado el curso del destino, y aun así estás aquí ahora. No cambiaste nada. ¡Sólo pospusiste lo inevitable!
Asombrosamente, Petra casi rio.
—¿Sabes?, esta es la segunda vez que oigo eso hoy —dijo, apretando los dientes y concentrándose—. ¿Y sabes qué más? —siguió, bajando la voz a un ronco susurró—. Creo que ambos estáis equivocados.
Petra volvió a enviar a su mente a las lodosas profundidades negras del lago. Eran asombrosamente frías, totalmente monótonas. El agua negra casi parecía luchar contra ella, buscando frustrarla. No había nada allí a lo que asirse. ¿O sí? En su mente, tanteó, intentando recordar la forma esencial de ello, conjurándolo de sus más profundos recuerdos. Todavía estaba allí, por supuesto, y ahora que lo había invocado en su mente, el lago ya no podía ocultar su realidad. De todos modos, no había forma de que pudiera moverlo, incluso si hubiera tenido su varita. Era imposible, y aun así era su única opción. Se extendió, a la vez con la mente y con las manos, intentando volver a despertar sus poderes largamente inactivos. Algo en el agua empezó a moverse… algo muy grande.
Al otro lado del lago, la figura de la madre de Petra dejó de avanzar hacia ella. Todavía una silueta, la forma sombría alzó los brazos, implorante. Lentamente, empezó a hundirse de nuevo.
Tú no eres la única con poderes a su disposición, dijo amenazadoramente la voz de la trastienda de su mente.
Mientras hablaba, algo salió disparado a través del agua, emanando de debajo del embarcadero. Era como un dedo blanco, y Petra comprendió que era una hebra de hielo. La frialdad envolvió la mano izquierda de Petra, y comprendió que ella misma estaba lanzando el hechizo de hielo. Intentó detenerlo; pero no podía luchar contra ello y aferrar el objeto del agua; era demasiado esfuerzo.
Yo soy tú, y tú eres yo. No puedes escoger luz mientras yo escojo oscuridad. No puedes dar la espalda a tu destino más de lo que puedes partirte por la mitad.
Una hebra helada crujió a través del lago, creando un puente serpenteante y congelado. Se encontró con los pies de la figura de la madre de Petra, y asombrosamente, alzó la figura de vuelta a la superficie, manteniéndola a flote. La oscura figura empezó de nuevo a caminar, pisando silenciosamente a lo largo del puente helado.
No estaba funcionando. Petra estaba perdiendo la forma bajo el agua. Probablemente era inútil de todos modos. Izzy tenía que estar muerta. Era demasiado tarde. La figura de la madre de Petra estaba sólo a unos pocos pasos de distancia. Petra podía ver la sonrisa triste en la cara de su madre mientras se aproximaba, sus brazos alzados como para abrazarla.
Ríndete. El bien es un mito. Todo lo que importa es el poder. Todo lo que importa es recuperar aquello que has perdido. Abraza tu destino o muere luchando. Tú no eres el bien. No existe tal cosa. Eso ya lo sabes, ¿no?
Petra miró a la cara de su madre. Todo lo que tenía que hacer era agacharse y cogerle la mano, sacarla del puente helado hasta el embarcadero. Se acabaría, finalmente. La voz probablemente tenía razón.
Y de repente, Petra comprendió que no le importaba.
Entrecerró los ojos. No había lágrimas en ellos ahora. Miró fijamente a la cara de su madre muerta, y su propia cara se endureció, se convirtió en algo terrible, casi divino.
—El bien sólo es un mito si la gente buena deja de creer en él —dijo. Ya no hablaba con la voz de la trastienda de su mente, ni estaba hablando con el espectro de su madre. Estaba hablando sólo para Petra, para sí misma—. Puede ser fútil, pero mejor morir intentándolo que no intentarlo. Puede que yo no sea el bien, pero tampoco soy el mal. Estoy atrapada en el mismo centro. Qué dirección elija no depende de nadie sino de mí.
No extendió la mano hacia su madre, pero la extendió. Cerró los ojos, acallando todo lo demás, y se concentró en la forma del agua. Y tiró.
El agua se enturbió bajo el embarcadero, como si algo enorme estuviera pujando hacia arriba bajo él. El puente de hielo se agrietó, después se rompió en pedazos, desintegrándose bajo la fuerza de la oleada. Sin que Petra la viera, la figura de su madre se hundió en el hirviente caldero del lago, con la cara invariable, siempre observando a la chica del embarcadero. El acuoso espectro cayó. En su lugar, algo comenzó a alzarse. Era un largo y puntiagudo trozo de madera, todavía con algunas costras de pintura blanca. Siguió saliendo del lago, alzándose, seguido por un cada vez más grande entarimado de tabillas podridas de cedro; y un techo cónico. Faltaban grandes pedazos de tablilla, revelando los huesos de madera oxigenados de la estructura. El agua tronó saliendo de la forma mientras ésta se alzaba a la luz de la luna, despojándose del peso de las profundidades del lago. Petra todavía no abrió los ojos. Su cara estaba casi serena ahora, como si finalmente hubiera reconocido algo, como si algún gran peso se hubiera alzado de su corazón y mente. Gentilmente, alzó los brazos, y la enorme forma salió completamente del agua ante ella, provocando una gran cicatriz de olas sobre la superficie del lago.
El mirador empapado colgaba en el aire sobre su oscuro reflejo, con algas goteando de él como grandes cortinas empapadas. En desafío a sus soportes pandeados y podridos, la estructura se erigía exactamente donde había sido construida, décadas antes, justo al final del embarcadero. Su portal arqueado surgía amenazador directamente delante de Petra. Ella abrió los ojos y bajó la mirada.
Allí, tendida en el centro del lodoso suelo de madera del mirador, con aspecto diminuto y patético, estaba Izzy.
Petra entró en el mirador, oyendo el firme goteo del agua que todavía llovía del techo podrido, y se arrodilló junto a su hermana. Izzy yacía acurrucada de lado, con las piernas entrelazadas, su cabello rubio lacio sobre la cara, ocultándola. Petra le echó gentilmente el cabello hacia atrás, apartándolo de la cara pálida de la chica.
—Izzy —dijo suavemente—. Lo hice. Caminé directamente hasta el borde, pero no lo traspasé. Tenía que intentarlo. Tenía que saber si podía hacerlo. Hice la elección correcta, Izz. No tenías que morir. Por favor, no estés muerta.
La chica no se movió.
Petra tocó la frente fría de su hermana. Lentamente, cerró los ojos y lanzó su mente al cuerpo de la chica. Izzy todavía estaba caliente por dentro, pero oscura. Petra se desesperó, pero aun así se negó a rendirse. Miró más allá. Allí, en la parte más profunda de la chica, Petra encontró una diminuta chispa. Estaba degradada, pero no desaparecida.
Vuelve, Izz, dijo Petra a esa chispa. Se acabó. La batalla se acabó.
La chispa oyó, pero no respondió. Petra sentía que la chica estaba asustada y desesperada. Creyendo que no le quedaba nada por lo que vivir, Izzy había decidido no luchar.
No tienes que ir, Izz. Si vuelves, las cosas serán diferentes. No tienes que ir a la granja correccional. Podemos irnos lejos, sólo nosotras dos, y tener todas las aventuras con las que siempre hemos soñado.
Petra todavía tenía los ojos cerrados. Bajo su mano, la frente de la chica estaba húmeda y fría, inmóvil. En el ojo de la mente de Petra, el parpadeo de la pequeña vida de Izzy vaciló.
Podemos dormir sobre una cama de hojas, dijo Petra a la diminuta chispa. Justo como dijiste. Podemos dormir sobre las estrellas, sin nadie que nos observe más que la luna. ¿No sería bonito? Podemos irnos lejos, como deseabas el otro día, cuando mirabas hacia el Árbol de los Deseos. Podemos irnos lejos, sólo tú, yo y la luna, para siempre jamás. Pero tienes que volver, Izz. Vuelve, por favor…
No estaba funcionando. La diminuta chispa de vida de Izzy era como un espejismo, burlándose y desvaneciéndose. ¿Había estado realmente allí alguna vez? Tal vez Petra simplemente se había engañado a sí misma al verla, sólo porque no podía afrontar la terrible verdad de lo que había hecho. La frente de Izzy estaba muy fría bajo la mano de Petra. Su pequeño cuerpo yacía empapado e inmóvil, completamente oscuro para la mente de Petra.
No, Izz. No. No te vayas. No pretendía que murieras. Te necesito. No puedo seguir sola. Necesito que alguien venga conmigo, que me ayude y esté a mi lado. No tengo madre ni padre. Necesito a mi hermana. Por favor, no quiero dormir sobre esa cama de hojas sola.
Petra abrió los ojos y miró a su hermana. Los ojos de Izzy estaban abiertos. Miraban a Petra tranquilamente. Petra le sonrió, y luego rio de alivio, las lágrimas finalmente derramándose por sus mejillas.
Con un tono de voz pequeño y confidencial, Izzy preguntó:
—¿Beatrice puede venir también?
Afortunadamente, el baúl de Izzy ya estaba hecho, se había preparado para su viaje a la granja correccional de Percival Sunnyton. Las chicas se colaron en la casa para recuperarlo, llevándoselo a través del oscuro pasillo, y escaleras abajo. Golpearon la pared una vez mientras giraban el rellano, pero Petra sabía que no importaría. Phyllis estaba profundamente dormida, los rescoldos de su furia apenas eran ascuas. Petra no podía sentir al abuelo Warren en absoluto. Se sentía un poco triste por dejarle, pero no demasiado. Ambos sabían que este día llegaría, y probablemente fuera lo mejor para todos.
En el exterior, Petra llevó el baúl ella misma, conduciendo a Izzy de vuelta a los bosques. Allí, dejaron el baúl junto a los montículos, y Petra recuperó la única posesión que le importaba: su escoba.
No iba a ser fácil, pero con algo de suerte, no tendría que arreglar su escapada sola. Dejando a Izzy sentada sobre el baúl, Petra volvió a subir la cuesta pronunciada de la hondonada, examinando las ramas de arriba.
—Caelia —gritó suavemente.
Algo se movió entre los árboles, una forma oscura contra el cielo índigo. Una rama crujió cuando la figura se lanzó desde ella. Rodeó a través de los árboles, girando hacia abajo sobre sus fuertes alas. Izzy observaba, transfigurada, mientras la forma agitaba las alas una vez, dos, y aterrizaba fácilmente en lo alto de uno de los montículos, el único que todavía estaba cubierto de rosas negras. Era una lechuza, enorme y parda, con sobrios ojos anaranjados que parpadearon lentamente cuando Petra se aproximó.
—Caelia, ha llegado el momento. Ya sabes qué hacer y a quién acudir. Aquí está la nota. Espero que hayas disfrutado de una buena cena de ratones de campo esta noche, porque la necesitarás. Vuela tan rápido como puedas, y ven a encontrarte con nosotras dondequiera que estemos cuando termines. ¿Vale?
La gran lechuza orejuda chilló una vez de forma seria. Inmediatamente, desplegó las alas y se balanceó en lo alto del montículo durante un momento. Con una bocanada de aire nocturno y un batir de alas, se lanzó al aire. Izzy se agachó cuando la sombra del pájaro pasó sobre ella. Un momento después, Caelia se había ido, planeando silenciosamente fuera del bosque y hacia el cielo oscuro.
—No sabía que tuvieras una lechuza —dijo Izzy, bostezando.
—Nadie lo sabe —admitió Petra—. Ni siquiera el abuelo. Sin embargo te acostumbrarás a ello. Es mejor que esperar al cartero, y además, puede encontrarnos sin importar donde estemos. Es una lechuza muy lista.
—¿A quién escribimos a esta hora de la noche?
Petra suspiró, y luego se estremeció. Se había vuelto una noche muy fría.
—A alguien que nos prestará ayuda, espero —replicó.
Las chicas comenzaron a escalar a la cuesta de nuevo, saliendo de la hondonada, llevando el baúl de Izzy entre ellas. Petra tenía su escoba sobre el hombro en la mano derecha.
—Tenemos que alejarnos de la casa —dijo tranquilamente—. Por ahora, eso es todo lo que importa.
Después de un minuto, Izzy preguntó.
—¿Volveremos alguna vez?
—No lo creo, Izz.
Izzy asintió pensativamente.
—¿Volveremos a ver alguna vez a mi madre?
Petra bajó la mirada hacia la chica mientras caminaban saliendo del perímetro de los árboles.
—No lo creo, Izz. Lo siento.
La cara de Izzy permaneció impasible mientras miraba de reojo a la casa oscura. Después de un largo momento, soltó un rápido suspiro, descartando la casa, y a todos los que había en ella. Probablemente lloraría, tarde o temprano, por abandonar a su madre, a pesar de todo, pero por ahora, Izzy parecía lista para partir. Unos pocos pasos después, dijo:
—¿Tendremos que cambiarnos los nombres?
Petra no había pensado en ello, pero parecía una buena idea.
—Claro, Izz. ¿Cuál te gustaría?
—Nunca me ha gustado llamarme Izabella —respondió la chica—. Quiero que me llamen Victoria. O Penélope.
—Tal vez ambos —sugirió Petra—. Victoria Penélope. Pero nunca Vicky Penny.
Izzy hizo una mueca con disgusto.
—Nunca Vicky Penny. ¿Y qué hay de ti? ¿Te cambiarás el nombre?
Petra lo consideró durante un largo momento. Asintió con la cabeza.
—Sí, creo que se impone un cambio de nombre. Se acabó Petra Morganstern. Después de esta noche, creo que ella ni siquiera existe ya, a decir verdad.
—¿Entonces cual será tu nuevo nombre?
Petra miraba directamente adelante mientras caminaba.
—Morgan —dijo tranquila y pensativamente—. Sólo Morgan.
Izzy asintió seriamente, mirando a su hermana.
—Me gusta. Morgan. Suena… serio. Como el nombre de una reina bruja o algo así.
Petra simplemente bajó la mirada hacia la jovencita y sonrió.
Cruzaron el sendero y se dirigieron al campo del abuelo Warren. El campo estaba principalmente desnudo, quedaban solamente surcos enlodados y malas hierbas ocasionales. Mientras escalaban la colina hacia el Árbol de los Deseos, Petra sólo podía ver el borde del lago más allá de los árboles. Centelleaba silenciosamente a la luz de la luna.
—Estoy cansada, Petra —dijo Izzy cuando se acercaban al árbol—. ¿Podemos descansar un minuto?
Las chicas se dirigieron al árbol, dejando caer el pequeño baúl de Izzy cerca de la caída del viejo campo de piedras. No haría daño dejar descansar a la chica. Probablemente, nunca en su vida había pasado la noche despierta, y Petra necesitaba estar concienzudamente alerta para el día que se avecinaba.
Petra sacó su capa y la extendió sobre la hierba que cubría la base del árbol.
—Aquí, Izz, tiéndete un rato. Yo vigilaré y nos iremos en un ratito. Todo irá bien.
—¿De verdad? —dijo la chica, cayendo inmediatamente sobre manos y rodillas sobre la capa. La hierba elástica de abajo formaba un colchón maravillosamente suave—. Tiéndete conmigo y mantenme caliente, ¿vale? Será como una siesta.
Petra se unió a su hermana sobre la capa, tendiéndose sobre la espalda y colocándose la palma de la mano derecha bajo la cabeza. Izzy se acurrucó a su lado, enroscándose con la espalda hacia el costado de Petra. Estaba bastante caliente, y Petra se sorprendió ligeramente de lo cómodo que era esto. Miró a través de las ramas del Árbol de los Deseos, hacia la miríada de estrellas de muy arriba.
—¿Petra? —dijo Izzy, sin girarse.
—Mi nombre es Morgan —dijo Petra, sonriendo.
—Morgan —enmendó Izzy fácilmente—. Realmente me asustaste esta noche.
—Lo sé, Iz. Lo siento mucho. Yo… nunca debería haberte metido en esto. Pero ya se acabó. Todo va a ir bien.
Petra pensó en ello durante un largo rato. Quería ser tan honesta con Izzy como fuera posible, especialmente ahora.
—No puedo prometer que no te volveré a asustar nunca. Pero puedo prometerte que nunca te asustaré así de nuevo. Puedo prometerte que aunque pueda asustarte, nunca volveré a hacer que tengas miedo de mí. Cuidaré de ti, cueste lo que cueste. ¿Entiendes?
La chica pareció considerarlo. Después de un momento, Petra sintió a Izzy asentir.
—Me alegro. No creo que pudiera ir contigo de otro modo.
—Bien. Me alegro de que vengas conmigo —dijo Petra quedamente—. No lo haría de otro modo, Iz.
—Mi nombre es Victoria —masculló Izzy. Petra sonrió. Finalmente la chica empezó a dormirse. Petra se quedó tendida con los ojos abiertos, observando el cielo color índigo a través del encaje de ramas. Era una noche muy callada. La hierba a su alrededor hacía el más leve de los susurros con la brisa.
Petra todavía llevaba su vestido amarillo de los domingos, con sólo una fina rebeca de lana sobre él. Eso y su escoba eran sus únicas posesiones; no se había llevado nada más de su habitación. Su varita todavía yacía rota sobre su cama, y la caja de madera negra todavía estaba posada sobre su tocador, vacía, con la tapa abierta. No las necesitaba ya.
Había perdido la daga. Se le había caído de la mano cuando Izzy había resbalado, cayendo mientras Petra había gateado buscando un asidero. Cautelosamente, Petra lanzó su mente hacia la granja, concentrándose en el lago. Se zambulló en sus frías profundidades, dudando de sí encontraría la daga en tan extenso barro oscuro. Para su sorpresa, ésta se reveló a sí misma de inmediato, como si fuera un imán, atrayéndola. El lago era inusualmente profundo, tenía una forma de embudo pronunciado que se hundía en un manantial subterráneo natural. La daga yacía en una cuesta en el lecho del lago, lo bastante profundo para que la luz del sol apenas pudiera alcanzarla. Silenciosamente, desde su propia tumba acuática, la llamaba.
Petra cerró el ojo de su mente, acallándola. No podía matar la voz de la trastienda de su mente, pero podía renegar de sus herramientas. La daga no había sido destruida… tal vez no podía ser destruida… pero estaba perdida, fuera de alcance, su poder negado. Eso era lo bastante bueno por ahora.
Una nube pasó silenciosamente a la deriva sobre la luna en forma de hoz, muy alto, oscureciendo la luz plateada. Petra la observó. No dormiría, ni siquiera se sentía adormilada. Pero cerraría los ojos, solo unos minutos. Izzy necesitaba descansar, y Petra la dejaría hacerlo. Solo un ratito, y después se irían. No había daño en ello. Solo un rarito.
En los bosques, abajo en la hondonada, las flores de los montículos se cerraron lentamente. Las flores se desvanecieron y las enredaderas se relajaron. Lentamente, soltaron su garra sobre las rocas. En la oscuridad, sin ser vista ni oída, una de las piedras cayó. Golpeó el suelo y rodó hasta detenerse. Ningún ojo mortal podría haber visto la diferencia, pero la diferencia está ahí, no obstante: La magia había abandonado la hondonada.