estás loco, ¿cómo ibas a hacer algo así? / si no conocemos la vida, ¿cómo podemos desear morir?

qué quieres, me preguntaba cuando me veía aproximarme a él / nada, padre, sólo saber si ha vuelto a hablar con el ángel / negaba con la cabeza y se apartaba de mí, porque no estaba menos aterrado que yo / aterrado de lo que había estado a punto de hacer y de que el ángel pudiera pedírselo de nuevo / aterrado por la idea de que mi madre se enterara de la verdadera razón por la que me había llevado con él, lo que sabía que nunca le perdonaría / y era como si aquel secreto nos uniera como nada lo había hecho hasta entonces, aunque nada llegáramos a decirnos y nos limitáramos a caminar juntos en absoluto silencio, porque ¿de qué podíamos hablar? / hablaban las mujeres, los niños, hablaban los pastores con sus ovejas, los mercaderes con los que iban a comprar, hablaban los contadores de historias y hablaban los ladrones mientras mostraban su botín / hablar era desear, robar al mundo sus secretos, pero en nosotros sólo había silencio / ni siquiera nos atrevíamos a mirarnos, porque mirar es buscar un lugar sin daño, y entre nosotros sólo había dolor / y luego, por las noches, me bastaba con cerrar los ojos para imaginarme a mi padre cargando la leña en el asno, con su andar renqueante y su respiración de viejo, con aquel cuchillo curvo en el cinto, brillante como la piel de las culebras / era yo el que salía a su encuentro y le preguntaba: ¿ya está todo preparado? / él me decía que sí y nos poníamos en marcha por aquel camino áspero, lleno de arena y piedras, y avanzábamos entre las encinas mientras la primera luz del amanecer nos alcanzaba y oíamos el canto estridente de las maricas / padre, le preguntaba, ¿el cordero que vamos a matar dónde está? / y él me respondía que arriba, en el monte / un ángel lo había dejado entre las zarzas para el sacrificio / y aunque sabía que me estaba mintiendo corría a su lado y le tomaba de la mano / me gustaba tener esa mano entre las mías, llevarla a mis labios para besarla y ponerla contra mis mejillas / era áspera y vigorosa y, mientras caminábamos, la acercaba a mi rostro para sentirla / no podía olvidar el momento en que, tras tumbarme sobre la leña, había empujado con ella mi cabeza hacia atrás para dejar al descubierto mi cuello / y me bastaba con recordar la presión de esa mano sobre mis ojos y mis pómulos para sentir el deseo de cantar / porque la otra mano ¿qué hacía? / ah, las dos manos de un padre / la mano que guarda el rostro del hijo y la mano que blande el puñal con que lo va a matar / la mano que le dice eres mío y la mano que atrae a los ángeles / ¿cómo no sentir el deseo de cantar? / los pájaros se recortaban contra el cielo azul pálido y una bruma de polvo, dorada e ígnea, lo envolvía todo como si camináramos en medio de las llamas / hasta el mismo camino desaparecía entre las matas para volver a aparecer un poco más allá, como si no acabara de decidirse entre seguir su curso o desaparecer por completo / porque, del lugar al que íbamos, ¿se podía volver? / siempre estuve obsesionado con la muerte / era aún muy niño y ya tenía miedo de cerrar los ojos por las noches y no volver a despertarme / me preguntaba cómo sería el mundo sin mí / cómo sería aquella tienda donde dormía, los platos y cuencos en que comíamos, de qué hablarían mis padres cuando por las noches se quedaran solos /¿seguirían los niños jugando junto al barranco, las mujeres seguirían hilando, los pastores llevando las ovejas a pastar? / ¿qué haría mi madre, mis nodrizas, las criadas que me habían cuidado?, ¿se olvidarían de mí? / los niños morían constantemente en el campamento arrojando a sus madres a la desesperación / oía sus lloros y veía los cuerpecitos yertos, que había que enterrar enseguida a causa del calor / pero no tardaban en olvidarse de ellos y muy pronto volvía a vérselas por los caminos hablando y riéndose, y llevando a otros niños en sus brazos / ¿me pasaría a mí lo mismo? / en ese caso, ¿qué razón había para existir? / si Yahvé había creado el mundo, ¿por qué lo había hecho así? / veía a los animales devorándose entre sí, a las hienas atacando a las gacelas, a las serpientes devorando conejos enteros, y no podía entender por qué Yahvé había puesto tanta violencia en el mundo / al llegar la noche, las mujeres me hablaban de los muertos / el campamento se poblaba de misteriosos ruidos y ellas me decían que eran las conversaciones de los que acababan de morir / vagaban durante un tiempo por los lugares en los que habían vivido hasta que poco a poco se olvidaban de quiénes eran, de los seres a los que habían amado / antes de confundirse con el viento y las sombras de la noche, les gustaba acercarse al campamento para ver lo que hacían los vivos, cómo cogían las herramientas, cómo hilaban o recitaban las oraciones, les gustaba verlos comer o dormir / era su forma de despedirse del mundo antes de desaparecer para siempre / pero no hacían nada, eran como los animales, que estaban a nuestro lado sin entender quiénes éramos ni el sentido de nuestros actos / ¿sería yo así?, me preguntaba, ¿también yo vagaría por el bosque sin pensamiento, sin tener adónde ir? / la luna se reflejaba en el agua y las estrellas brillaban como farolillos / de vez en cuando saltaba un pez / no sabía qué hacía en el mundo / una mota de polvo que el viento traslada de un lado a otro, ¿sabe de dónde viene? / pensaba en mi padre y sabía que la paz nunca volvería a mi corazón / una parte de mí lloraba por todo lo que había perdido irremisiblemente en aquel altar, pero otra parte de mi ser ansiaba regresar a él y revolcarse en la degradación / una y otra vez revivía la escena / veía a mi padre con los pelos y las barbas alborotadas, como llamas que brotaran de su cabeza, mientras volvía sus ojos hacia las sombras blandiendo el cuchillo para matarme / ¿qué le había detenido? / mi padre me cubría el rostro con la mano y no pude ver qué pasó, pero sentí la llegada de algo más poderoso que nosotros / desprendía un calor inmenso, como si llevara en sus manos una bola de fuego / sentí su respiración tenebrosa y una extraña presión en el pecho / un gozo indescriptible se apoderó entonces de mí, como si en el corazón de la muerte un pueblo alegre encendiera despreocupado sus hogueras / por un momento perdí la conciencia / soñé con muchachas que gemían en brazos de sus amantes, como si seres celestes hicieran con sus cuerpos experimentos semejantes a los que hacen los hechiceros con los muertos / al recuperar la conciencia lo primero que vi fue a mi padre de rodillas rezando / qué ha pasado, le pregunté, quién ha estado aquí / pensé en trampas llenas de ratones, oía los chillidos de los pobres animales atrapados y me levantaba a liberarlos / sobre la hierba había caído el rocío y una bruma blanca surgía de las copas de los árboles / me acordé de un himno que Agar solía cantarnos a Ismael y a mí / hablaba de un huerto de manzanos, de un novio enamorado y de una novia llena de joyas, y describía caricias que en opinión de mi madre eran impropias de un canto sagrado / aquel canto tenía que ver con la criatura que había detenido la mano de mi padre / no se puede separar la vida de la muerte, dijo mi padre con una expresión de derrota / se comportaba como el sabio de una leyenda que había oído contar a un pastor, que durmió durante sesenta años y al despertar encontró el mundo tan cambiado que rezaba pidiendo la muerte / regresamos al campamento y en los días siguientes una fuerza misteriosa me obligaba a seguirle donde quiera que fuese / lo hacía lleno de espanto pero a la vez incapaz de sustraerme a la fascinación que ejercía sobre mí / ¿quién estando muerto no acudiría, si eso le fuera permitido, a su propio sepelio? / ¿no acudiría a ver las lágrimas de los seres que amaba, a escuchar lo que decían de él, a ver cómo miraban y besaban su frente por última vez? / ¿quién no acudiría a ver su propio cuerpo yerto, blanco, como un animal dormido, a oír por última vez ese nunca más que es la sola verdad de la muerte? / sí, eso era mi padre al pie de aquel altar, la opacidad, el que responde con la muerte: nunca volverás a ser tú, nunca volverás a ver a los que amas, nunca regresarás a tu hogar / y, sin embargo, en los días que siguieron a nuestra visita al monte del sacrificio, no podía dejar de buscarle / lo seguía cuando se perdía entre los riscos en busca de un lugar donde decir sus oraciones, cuando bajaba al río para contemplar los juncos de su orilla, cuyo temblor le recordaba el temblor que tenían las cosas al escuchar la voz de su dios / cuando se sentaba a comer y todo lo que probaba era el trozo de pan que mi madre le ponía en la boca / cuando se quedaba dormido y moscas y hormigas corrían por su rostro y sus miembros sin que él hiciera nada para espantarlas / padre, ¿qué pasó en el monte?, le preguntaba, pero él se apartaba de mí y se negaba a contestarme / no quería que le siguiera / me tiraba piedras, me amenazaba con un palo para que le dejara en paz / el amor no es un juego, me decía, es mejor que te alejes de mí / pero yo seguía insistiendo / tenía miedo a su cólera, a su aridez, a su terrible silencio, pero aún me espantaba más no estar a su lado, que aquel vacío que me rodeaba pudiera devorarme / cerraba entonces los ojos e imaginaba la presión de su mano sobre mi cráneo / todo lo hice por ti, me decía, por escapar de la nada que somos / yo era sólo un niño, ¿cómo podía entender lo que pasaba por el pensamiento de un adulto? / todos fingían, todos tenían vergüenza de decir no sé / el mundo estaba lleno de enigmas y el amor de un padre por su hijo era el mayor de todos / aquellas dos manos, la que cura y la que hiere, ¿cómo podían pertenecer al mismo ser? / ¡pobre padre mío! / ¿qué sabía él de los niños, de cómo había que cuidarles? / son las mujeres las que saben eso, las que se despiertan por la noche con el menor de sus gemidos, las que les protegen del frío y les dan de comer, las que les hablan, comprenden sus juegos y hacen suya su tristeza / mi padre no era como ellas / para él sólo existía aquel dios cuya voz no cesaba de esperar / no existían los corderos que pastaban junto al río, no existían la harina con que hacían el pan, los frutos del olivo y la higuera, no existían las flores del ricino, ni de la mostaza o el hinojo / no existían las pequeñas codornices, no existían los burros salvajes que en las dunas del desierto venteaban el aire con los ojos apagados porque no había hierba ni agua para beber / ni aquella soledad poblada de aullidos a que se enfrentaban los nómadas durante la noche / nada de eso existía para él, sólo aquel dios con el que hablaba / ¿quién encerró los vientos en su puño?, se preguntaba, ¿quién ató las aguas en su manto?, ¿quién fijó confines a la tierra?, ¿cómo se llama? / sólo esos asuntos le preocupaban / ¿cómo iba a preocuparse por mí, si comía o no, si aún manchaba mis calzones, si dormía a mis horas? / jamás me acarició ni me tuvo en sus brazos, y no soportaba que las criadas me dieran de comer en su presencia / ¿cómo pueden los santos ocuparse de los niños pequeños, de sus vómitos, de sus lloros y sus demandas de cariño? / era mi madre quien lo hacía / ella amaba todo lo que era pequeño, lo que clamaba por un ser, y por las noches pedía a las criadas que me llevaran a su tienda / era muy mayor y apenas podía levantarse del lecho, pero nada le gustaba más que tenerme un rato a su lado y contarme las historias que conocía / me hablaba de nuestros primeros padres, de cuando a Yahvé, tras dar forma a Adán con arcilla e insuflarle sobre el rostro su aliento, le pareció que no era bueno que estuviera solo y decidió darle una compañía / y modeló con arcilla del suelo todos los animales del campo y las aves del cielo y las hizo desfilar para que Adán les fuera poniendo nombre / mas éste no encontró entre ellas una criatura semejante a él / y entonces Yahvé le hizo caer en un sueño profundo y creó a la mujer / no lo hizo arrancándole una costilla sino con barro, aunque no fuera el mismo con que había formado a Adán y los animales / el de Eva lo tomó del lugar en que estaba el árbol del conocimiento, el barro que había entre sus raíces y del que aquel árbol se alimentaba / de forma que cuando Adán abrió los ojos y vio a Eva, ésta no sólo era la criatura más hermosa que había visto nunca, sino que estaba dotada de unas cualidades que ninguna otra criatura en el paraíso tenía, y que eran las mismas, aunque él entonces no lo supiera, que las del árbol cuyos frutos Yahvé le había prohibido probar / y lo primero que hizo Eva al verle fue reírse con ternura de él / porque Adán era tosco y en todo se parecía a los otros animales del campo, que apenas sabía hablar, ni hacer fuego o cocinar los alimentos, que ni una vasija de barro había sido capaz de dar forma, ni había construido una cabaña para guarecerse, que allí en el paraíso también había días de viento y lluvia, y había luz y oscuridad y unas veces hacía frío y otras calor, y Adán no parecía darse cuenta de nada de eso / y ella decidió que, antes de aceptarle como esposo, Adán tenía que aprender a no pasarse el día dando saltos y gruñidos como las fieras / y así fue como le enseñó a lavarse y peinarse, a no comer con las manos y a pedir las cosas en vez de tomarlas por la fuerza / y cuando Adán ya hubo aprendido todo esto y estuvo limpio y aseado, a ella le bastó con llamarle y tocar su cuerpo para que éste se encendiera de deseo / y fue así como se inventaron los juegos de los amantes y esas palabras que sólo ellos conocen y que guardan la memoria del vuelo de las aves, de la humedad de la hierba, de los aromas de las noches de verano y de la avidez de la lluvia y la irrealidad de la nieve / de la tibia viscosidad de los animales que viven en el limo y de la locura de las bocas que liban / y esto era así porque Eva, al haber sido creada con la arcilla del árbol sagrado, conocía esos secretos de los que sólo Yahvé era dueño y que el hombre no debía robarle, sino sólo recibirlos como un don de su gracia / y poco a poco ella fue poniendo un poco de orden en aquel lugar, ya que Adán, desde que estaba en el paraíso, no había hecho nada útil, ni siquiera los nombres que había dado a los animales tenían sentido, que lo había hecho al buen tuntún, sin pararse a pensar si expresaban o no su verdadero ser / y entre los dos tuvieron que volver a cambiarlos hasta dar con los nombres que conocemos: hipopótamo, jirafa, cocodrilo, mono aullador, orangután, serpiente de coral / y así fue también como surgieron las otras palabras, y con ellas el conocimiento de lo que cada uno era para el otro / el conocimiento de aquellas diferencias que hacían de sus cuerpos dos reinos que no se cansaban de explorar y en los que todo lo que había les gustaba / a Eva, especialmente, aquel miembro de Adán que crecía al acariciarle y que ella conducía una y otra vez al interior de su vientre como habría hecho con un pez que viera colear en la hierba y que tomara en sus manos para devolverlo al agua en el que vivía / y a Adán, aquellos senos de Eva que eran como la arena que se esparce y amontona con la mano, el cabello que le recordaba las enramadas donde duermen los pájaros, los labios suaves y jugosos como las uvas y aquel vientre que en todo se parecía a los capullos que tejen los gusanos de seda / pero Eva poseía además otras encantadoras cualidades, que sólo podían proceder de la arcilla de la que estaba formada, y que había estado en contacto con las raíces del árbol del conocimiento / y así, podía andar sobre el agua, le bastaba con tomar un poco de impulso para quedarse flotando en el aire y las palabras acudían a sus labios cuando lo necesitaba / mientras que él, Adán, tropezaba a menudo y no sabía verter leche en un cacillo sin tirarla / tampoco tenía conversación, que cuando ella quería que le contara lo que había hecho, no acertaba con las palabras y se ponía a gruñir o a decir cosas incomprensibles / y entonces, como le diera pena verle tan falto de gracia, Eva decidió desafiar la orden de Yahvé y darle a probar el fruto del árbol prohibido / y eso hizo una tarde, robar para él uno de esos frutos / y al comerlo, el pensamiento de Adán se aclaró y entró en él el gusto por las cosas buenas y hermosas / y fueron por un tiempo la pareja más perfecta que quepa imaginar / que les bastaba con mirarse para que cada uno supiera al instante lo que el otro le pedía / que eran como dos gemelos que todo querían hacerlo juntos y en todo se imitaban, y llegaron a parecerse de tal modo que ni siquiera se sabía muchas veces quién era el hombre y quién la mujer, como sucede en el fondo de los ríos con esos guijarros que la corriente de agua vuelve iguales / y no fue que Yahvé, al descubrir que le habían desobedecido, decidiera castigarles echándoles del paraíso, sino que al Señor del universo le pareció que había llegado el momento de que aprendieran a vivir lejos de Él / que era como si uno de nosotros tomara una cría de antílope y la cuidara mientras aún era pequeña y no se sabía defender / ¿acaso, al verla crecer y hacerse dueña de sí misma, no pensaría que había llegado el momento de soltarla para que pudiera vivir aquello a lo que sus cualidades la inclinaban? / aún más, ¿amar a alguien no era desear su libertad? / pues eso hizo Yahvé con nuestros primeros padres, los vio tan hermosos que pensó que había llegado el momento de que buscaran su propio camino en el mundo / fue aquel fruto lo que les abrió las puertas de la realidad, que no es sino apetito perpetuo de ser otro / y eso fue lo que aprendieron nuestros primeros padres al abandonar aquel reino donde todo se confundía, pues era el reino de lo Mismo, por ese otro en que cada criatura tenía su propio ser y no era intercambiable por ninguna otra / y fue entonces cuando esa diferencia que había entre ellos, en virtud de su origen distinto, se hizo más patente, que no era igual estar formado de la arcilla de la que se nutría el árbol del conocimiento, como le pasaba a Eva, que haberse limitado a probar uno de sus frutos, como había hecho Adán / por eso mientras Adán significaba sacado de la tierra, Eva era la que vive / y vivir era amar el vuelo de los pájaros, los ojos de las terneras, la luz que desprendían las luciérnagas, ese mundo de aletas y bocas que había en el cauce de los ríos / amar todo eso, por más que supieras que antes o después tendría que desaparecer