dos ladrones robándose, eso es el amor / ¿quién era esa mujer?, ¿por qué te contaba estas cosas?

la esposa de mi hijo / su pelo de color castaño le enmarcaba el rostro como las hojas de un árbol / sus mejillas eran delgadas, su nariz recta y pequeña y sus ojos desprendían luz / el mundo está lleno de pasiones, decía esa luz cuando te miraba / por las noches entraba en mi tienda, se acercaba a mí y soplaba sobre mis ojos / duerme, duerme, me decía, por qué das tanto valor al pasado / las cosas que ya no existen ¿por qué habrían de importarnos?

¿existimos nosotras? / no sabemos quiénes somos, qué hacemos aquí / tiene razón Rebeca, no hay amor en la muerte / humo en el humo, así son las historias de los hombres

os he contado la mía

¿qué pasará cuando te calles, quién hablará de nosotras, quién hablará de la tienda de tu padre la noche en que Agar le visitó, de su vino, de sus caricias, de aquellos copos blancos que caían en su lecho? / todos conocen las historias de los reyes, pero ¿quién hablará de lo que pasa en las tiendas de las esclavas?

el que hará reír, eso significa mi nombre / seguí a mi padre sin protestar hasta la cima del monte Moriah, tomé a la mujer que otro eligió en mi nombre, participé en el engaño de Esaú, dejé que Jacob se apartara de mí, y en mi vejez escuchaba estas historias que hablan de la benevolencia divina y de la alegría que procura a los hombres: no he conocido a nadie con menos razones para reír que yo / mi madre, Sara, me concibió cuando casi era una anciana, y dicen que fui un hombre de naturaleza leal y confiada, que vivió plácidamente sometido a la voluntad divina / dos hechos marcarían mi vida / la subida al monte Moriah en compañía de mi padre, Abraham, cuando aún era un niño; y la traición a mi hijo Esaú, en mi edad provecta / yo amaba a los dos; sobre todo a Esaú, que fue la alegría de mis últimos años / era vivo como los conejos, y en su mirada limpia se reflejaba el mundo con todas sus impetuosas maravillas / Rebeca y Jacob querían arrebatarle la primogenitura, y, aun sabiendo que se trataba de un engaño, yo me plegué a sus deseos / sin embargo, nadie en sus cabales habría podido confundir a Esaú y a Jacob: eran como el día y la noche / Jacob prefería los cálidos placeres del campamento, las conversaciones en la tienda de las mujeres, que siempre se resolvían en risas, la música de los nómadas, los bailes alrededor de la hoguera / tenía un cuerpo grácil y esbelto y la piel suave de las muchachas / confundirle con Esaú habría sido como confundir con el agua el vino, la arena del desierto con una túnica de seda / yo era viejo, sólo veía bultos, sombras amarillas, pero me bastaba con oír el sonido de sus respiraciones para saber al instante quién de los dos había entrado en la tienda / Jacob tenía la respiración de los que se acercan furtivamente a las tiendas de las esclavas; Esaú, la de quienes corren impetuosos tras los potros en el tiempo de la doma / para explicar mi conducta tengo que remontarme a mi infancia / a la mañana en que mi padre, Abraham, y yo nos pusimos en marcha hacia la región de Moriah / mi padre iba muy serio, y aunque le pregunté varias veces por qué nos habíamos levantado tan temprano y abandonado el campamento sin ni siquiera despedirnos de mi madre, no se dignó contestar ni volver la cabeza / parecía apesadumbrado y enfermo, como si llevara sobre sus hombros un peso que no lo dejara vivir / al llegar a la cima del monte, me ordenó que lo ayudara a reunir piedras para el altar / era una zona pelada, salpicada de pequeñas encinas / había zarzas y chumberas, con sus grandes hojas llenas de pinchos, como plantas venidas de otro mundo / me hizo apilar la leña, mientras él mismo terminaba de construir el altar / pero yo no veía el cordero que íbamos a sacrificar / le pregunté por él, y mi padre me miró con aquellos ojos extraños, atormentados, en los que debí ver la marca de la devastación / ni siquiera cuando me cogió en sus brazos pensé que era yo el que habría de ser sacrificado / ¿cómo podría hacerlo si era yo a quien más amaba en el mundo? / creí que me llamaba para cobijarme contra su pecho y defenderme del frío / pero me ató las manos a la espalda y, sin decir nada, me puso sobre el altar / eran otros tiempos, y algunas tribus seguían ofreciendo a sus dioses sacrificios humanos / y supe entonces quién sería el sacrificado / mi padre ya había alzado su cuchillo, dispuesto a degollarme, cuando oímos al ángel pidiéndole que se detuviera / no era una voz dulce sino devastadora, como un vendaval de arena / le dijo que se trataba de una prueba, y que Yahvé había quedado complacido por su obediencia / regresamos en silencio, y a los pocos días todos conocían lo ocurrido / la fama de mi padre creció por doquier / todos hablaban de su bondad, de su entrega, de su disposición a servir a Yahvé, pero pocos lo hicieron de mí y de la herida abierta en mi corazón al perder la confianza de mi padre / y, sin embargo, mi padre me amaba, y más de una vez, le sorprendí contemplándome mientras dormía con los ojos llenos de lágrimas / pero desde ese instante le temí / no quería que se acercara a mí, ni que me acariciara, y me bastaba con sentirle cerca para que buscara la protección de mi madre o de las esclavas / no lograba entender su traición, y pasé toda mi infancia, tras nuestro viaje al país de Moriah, huyendo de él, temiendo que volviera a buscarme porque Yahvé le había vuelto a visitar en sus sueños / él siempre sería el justo, el gran patriarca cuya historia inaugura la del pueblo de Israel, y cuyo nombre aparece citado más de doscientas cincuenta veces en el Libro Sagrado, pero pocos se ocuparían de mí ni de mi desvelo en la noche temiendo que mi padre pudiera aparecer de nuevo en la puerta de mi tienda para llevarme con él / volví a pensar en todo esto la tarde en que, conducido por Rebeca, Jacob se presentó ante mí disfrazado con una tosca piel de cordero dispuesto a arrebatarle a Esaú su primogenitura / iba a echarle con furia de la tienda, maldecirle para siempre por su engaño, cuando volví a ver a mi padre blandiendo en lo alto el cuchillo del sacrificio / ya lo he dicho, mi padre me amaba tiernamente / también Yahvé amaba a su pueblo, ¿no les había enviado el maná salvador durante su éxodo por el desierto?, ¿no se ocupó de pedirle a Jonás que no fuera riguroso con ellos durante su viaje a Nínive? / ¿por qué entonces pidió a mi padre que me matara? / creí entenderlo todo / el verdadero amor nada tenía que ver con lo que pasaba en las tiendas de las esclavas, era un sentimiento riguroso, dulce, pero supremamente cruel, y sólo unos pocos se atrevían a experimentarlo hasta el fin / más vale que te alejes de mí, tengo exigencias terribles / eso fue lo que Yahvé quiso decirle a Abraham, su elegido, al pedirle mi muerte, y lo que éste me transmitió junto al altar de los sacrificios / todo esto pasó veloz por mi pensamiento mientras Jacob se acercaba a mí buscando mi bendición / pensó, al recibirla, que el elegido era él, pero ¿acaso es bueno ser el elegido? / no, no lo es, porque el elegido es siempre al que condenamos / por eso traicioné a Esaú, porque era al que más amaba / debes aprender a vivir sin mi amor, le dije a mi hijo en mi pensamiento / ése es el mensaje que ni Jacob ni Rebeca supieron entender / traicionar es dejar ir, dar la opción a los que amamos de que se aparten de nuestro lado / librarles de la terrible herencia de nuestros sueños