16
Zoe estaba aturdida por el shock y el frío. Jamás se le había pasado siquiera por la cabeza que Jake la abandonase. Al mirar alrededor, no vio más que una vasta extensión de nieve con la ladera de la montaña a un lado y oscuros pinares al otro. El pueblo, con todas las comodidades y recursos que antes prodigaba, había desaparecido. Comprendió que estaba allí sola, y embarazada.
Retrocedió hasta los parpadeantes rescoldos de la fogata, pero eso solo le sirvió para recordarle el penetrante frío que sentía. Quedaba poco más o menos media docena de troncos, los últimos de su provisión. Cogió uno, pero le pareció ligero e insustancial entre las manos, y cuando lo echó a las brasas, resplandeció y prendió de manera antinatural. Con una sensación de debilidad, se acurrucó junto a las llamas y se arrebujó hasta los hombros con el edredón, estremeciéndose por el dolor de aquel frío que era como unos dedos de cristal arañando su corazón palpitante.
Contempló entonces las estrellas del cielo invernal. Nunca en la vida le habían parecido a Zoe tan numerosas, tan incalculables. Las estrellas no la miraron a ella. Casi daba la impresión de que volvían la cabeza, con severa e indiferente energía.
El tronco que ardía en el fuego se partió y se deshizo. Colocó otros dos sobre las llamas y los observó consumirse rápidamente. El tiempo volaba, en busca de su velocidad real. Los troncos se consumían como rebujos de papel. Echó al fuego la poca leña que quedaba, casi deseando averiguar qué ocurriría en esa existencia fugaz cuando ya no quedara más, cuando ya no quedara ningún recurso. Sabía que no sobreviviría a ese frío. Se acarició el vientre y contempló los troncos mientras ardían.
Llegaría la muerte; una muerte verdadera, el olvido. Pero sospechó que ni siquiera eso aliviaría el dolor de la soledad que sentía por la traición de Jake.
Tuvo la impresión de que su mente se cerraba mientras ese último tronco se convertía en brasas. Pero de pronto los vio. Figuras que se acercaban a ella surgidas de la nieve. Formas, sombras, aproximándose. Eran vagamente humanas, no más que siluetas recortándose contra la nieve iluminada por las estrellas. Algunas llevaban trompetas. Una se llevó la trompeta a la boca y emitió un bocinazo largo y grave. Otras tenían silbatos de plata y empezaron a hacerlos sonar. Se oyeron más trompetas. La rodeaban y estrechaban el círculo en torno a ella.
Así era, pues, como se la llevarían. Quizá eran demonios que iban a por ella. Entre las trompetas y los pitidos de los silbatos, las oyó gritar una tras otra hasta que todas aunaron sus voces. Se acercaban cada vez más.
Al frente de aquellos seres avanzaban las figuras que ella había visto esperar ante el hotel. Hombres ataviados de negro, sus bocas parcialmente cubiertas con bufandas. Los fumadores. Aún ahora seguían fumando. Era como si hubieran esperado a que se extinguieran las brasas del último tronco para tirar sus cigarrillos y aproximarse a ella.
Cuando alargaron los brazos hacia Zoe, cuando hundieron sus garras en ella, ya no le quedaban fuerzas para resistirse. Una soñolienta parálisis se adueñó de ella. Si iban a llevársela al infierno, que así fuera, ya que no tenía ánimos para luchar. Solo pensaba en Jake, y en el bebé que crecía dentro de ella.