11

Eran más de las once cuando Kent Murdock bajó las escaleras de la comisaría y se paró en acera para encender un cigarrillo. Recordó otra vez que no había preguntado a Bacon cuándo le devolverían su coche. Se dirigía camino de la esquina para tomar un taxi cuando oyó un claxon que sonó dos veces muy cerca del lugar donde se encontraba. Se volvió para mirar y observó a un hombre que salía del asiento delantero de un Lincoln negro, último modelo. Luego se dio cuenta de quién era el hombre sentado en la parte posterior del coche, pero el que se acercó a él era alto y delgado, un joven con espeso pelo negro, pobladas cejas y aspecto musculoso. Se llamaba Maxie no sé qué y Murdock le conocía como guardaespaldas, chófer y hombre Viernes de Ross Carlin.
—¿Eras tú el que sonaba el claxon, Maxie? —preguntó Murdock.
—Sí, señor Murdock. El señor Carlin querría hablar con usted, si dispone de un minuto libre.
Carlin abrió la puerta posterior al acercarse Murdock.
—¿Tiene coche?
—No.
—Estupendo. Suba. Le llevaremos.
Murdock entró en el coche y se acomodó en los mullidos asientos de goma-espuma, mientras Maxie se colocaba al volante. Carlin oprimió un botón y se levantó un panel de cristal para incomunicarles con la parte del chófer y asegurar un completo aislamiento.
—¿Al Courier? —preguntó, y cuando Murdock dijo que sí, Carlin se lo comunicó al chófer valiéndose de un micrófono—. Ve despacio, Maxie. No tenemos ninguna prisa.
El coche se introdujo en el centro de la calzada. Murdock se puso a fumar esperando, sin saber lo que Ross Carlin podía querer de él y convencido de que el encuentro no era simple coincidencia.
—¿Ha esperado mucho tiempo?
—Un poquito.
—¿Cómo sabía que me encontraba aquí?
—Las cosas se saben cuando se tienen amistades en los sitios adecuados.
—Supongo que habrá leído lo que le pasó a Clark Bailey.
—Sí. También me he dedicado a hacer algunas preguntas. Ya sé que fue usted el que se lo encontró y que ha estado metido en este asunto desde el principio y que es amigo del teniente Bacon.
—¿Ha hablado con Jack Fenner esta mañana? —preguntó Murdock, pensando que nada malo había en aventurarse por ese camino.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Unas cuantas cosillas. Alguien destrozó el archivador de Fenner el viernes por la noche y tengo idea de que se llevaron algo que era muy importante para él. Algo en lo que ha estado trabajando durante cierto tiempo. Fenner se encontraba en un palco con usted viendo el partido. Las huellas encontradas en el archivador dicen que fue Bailey el que robó esos informes. George Townsend niega que él contratase a Fenner, pero éste se encontraba en la comisaría esta mañana hablando con Bacon y sabía perfectamente todo lo referente a mí y a la reunión que el teniente había preparado. Por esto es por lo que pienso que quizá Fenner le llamó a usted después de salir de la comisaría. Si no he cometido equivocaciones hasta ahora, la lógica de todo esto es que Fenner trabajaba para usted.
—Eso son solamente palabras —dijo Carlin—. Siempre ha sido muy imaginativo.
No añadió nada más durante unos segundos y eso dio a Murdock una oportunidad para estudiarle y formarse un retrato mental. Carlin estaba cerca de los cincuenta, no era muy alto, pero con aspecto vital y sólida corpulencia. Tenía el pelo casi gris, pero las espesas cejas eran todavía negras y parecían proteger y sombrear sus ojos oscuros. La cara, de mandíbula cuadrada y musculosa, necesitaba dos afeitados diarios si iba a salir por la noche y tenía siempre un aspecto calculadoramente tranquilo e inescrutable que resultaba difícil de descomponer.
Había sido un jugador, mejor dicho un tahúr, de éxito. Todavía lo era, pero durante los últimos ocho o diez años había conducido su talento y habilidad por caminos legales. Ahora jugaba en la Bolsa, inmobiliarias y en inversiones de diverso tipo que incluían construcción de hipódromos, boleras, una parte de un hotel de lujo en Las Vegas y, en aquel momento, un centro comercial enorme en la parte sur de la ciudad. A pesar de todos sus éxitos, nunca había estado en ninguna lista oficial de los negocios en los que había participado y solía pagar para que fuesen otros los que le representasen en diversos consejos de administración. Su nombre no aparecía en conexión con ninguna nueva sociedad. Los datos que conocía Murdock le habían ido llegando poco a poco y por diversos canales.
Al principio, George Townsend había representado a Carlin en algunos negocios. Murdock desconocía si esta relación continuaba, y recordó nuevamente la extraña relación de Townsend con Beverly Gordon, mientras Carlin se dedicaba a Laura Townsend. Ahora, al dedicarle más atención al tema, Murdock se puso a especular sobre el motivo que podía tener Carlin para interesarse tanto por Clark Bailey y Jack Fenner y, con toda posibilidad, por el equipo del Spartans.
—Si usted contrató a Jack Fenner —dijo continuando con sus especulaciones—, éste le protegió a usted silenciando su nombre cuando Bacon le interrogó.
—Está bien —dijo Carlin, ante aquel ataque directo—, si quiero puedo ponerme a su altura. Esto tiene que quedar absolutamente entre nosotros dos y lo negaré si se lo cuenta a alguien. No es que le vaya a decir lo que yo deseaba o los motivos que me impulsaron. Diremos que encargué una investigación y contraté a Fenner. Ha estado trabajando en ello desde entonces.
—Me dijo que lo tenía terminado —indicó Murdock.
—Sí.
—Pero, ¿cómo lo podía saber Bailey, fuese el que fuese el trabajo de Fenner?
—No lo sé.
—Pero lo consiguió.
—Aparentemente.
Murdock estuvo pensando un poco en los datos que ahora tenía.
—Fenner dijo que le habían robado un sobre grande. Quizá Bailey encontró la muerte por culpa de ese sobre.
—Eso lo había pensado yo también —dijo Carlin.
—Si ya ha hablado con Fenner esta mañana, sabrá de qué forma murió Bailey. Quizá también le ha dicho que le metieron en la parte posterior de mi coche.
—Creo que lo sé todo.
—Bailey sabía que alguien había estado registrando su apartamento antes de que fuésemos a la fiesta la noche pasada —dijo Murdock y le contó lo que había sucedido—. ¿Tendría sentido pensar que George Townsend parecía interesado en encontrar ese sobre?
—Lo tendría.
—¿Y Beverly Gordon?
—¿Por qué no? Es una mujer voraz y ambiciosa con todo el atractivo del mundo y tiene pescado a Townsend, completamente cogido en el anzuelo. No me pregunte el motivo por el que un hombre de tipo sofisticado y aparentemente inteligente que ha tenido montones de mujeres en su vida se iba a dejar pescar por lo poco que ella le da, pero es así —se aclaró la garganta y continuó—. Compró parte del viejo Club 66 para ella, que lo rebautizó con el nombre de Club Beverly y tengo entendido que gastó cien grandes para decorarlo, supongo que se los sacó a Townsend. Probablemente se ha gastado otros cincuenta grandes en joyas, sin mencionar las pieles, ¿y qué obtiene a cambio? Ni amor, ni afecto, ni nada por el estilo, porque no creo que Beverly sea capaz de ofrecerlos. Cena en el club cuatro o cinco noches a la semana, luego se sientan juntos en una mesa de una esquina, pero ella ni siquiera le permite que la acompañe a casa cuando cierran el club. Me han dicho que todo lo que le concede son dos horas en su apartamento, una vez a la semana, a primera hora de la tarde. Por eso solamente, él desprecia lo que pudiera haber sido una feliz vida conyugal y casi su carrera. Está loco. Tendría que saber que le están tomando el pelo. Es como una enfermedad, como una droga-adicción, solamente que en vez de heroína, es sexo o lo que sea lo que ella le da. Aunque no creo que sea solamente sexo, es algo especial que tiene Beverly.
—Bacon cree que Townsend cogió las llaves de Bailey mientras éste se encontraba en la parte posterior de mi automóvil, pero no puede probarlo.
—No creo que tuviera el valor suficiente para matar a Bailey —dijo Carlin—, a menos que estuviera asustado. Lo que podría haber sucedido es que mientras le rebuscaba en los bolsillos para coger las llaves, el otro hubiera vuelto en sí y le hubiera reconocido..., algo así.
—Como quiera que fuese —dijo Murdock—, Townsend le dio las llaves a Beverly y ella corrió al apartamento de Bailey y lo registró de arriba abajo.
—¿Cómo sabe todo esto? —preguntó Carlin, mientras sus ojos escrutadores parecían sondearle.
Murdock lo pensó. Iba a decir que es. taba simplemente repitiendo la teoría de Bacon, pero decidió que la verdad no le perjudicaría.
—Como esta conversación es privada y personal, se lo diré. Sé que Beverly estuvo en el apartamento de Bailey porque me la encontré allí.
Esto atrajo inmediatamente la atención del otro, un destello de interés se avivó en los oscuros ojos de Carlin. Su larga práctica le ayudó a escuchar de forma impasible toda la historia y Murdock le contó también la visita que Townsend le había hecho en su propio apartamento.
—Pero el teniente no puede probar nada de esto, ¿no es así? —preguntó Carlin.
—De momento, no —Murdock se dio cuenta de que el coche se había parado, levantando los ojos vio el edificio del Courier y alargó la mano para abrir la portezuela.
—Creo que ese sobre debe ser muy importante para algunos.
—Para mí, sí.
—Debe ser importante también para Townsend y Beverly Gordon para que se hayan expuesto de esa manera.
—Yo pagué una buena cantidad de dinero a Jack Fenner para conseguir lo que había dentro del sobre.
—¿Qué es lo que quiere que haga yo?
Carlin masculló algo en voz baja y le ofreció una sonrisita torcida.
—Muy buena la pregunta. Me gustaría tener una contestación sencilla. Diremos que he decidido arriesgarme a charlar con usted. Como en el juego, siempre intenta uno obtener algo extra para sí mismo, ¿me entiende?
—Creo que sí —contestó Murdock.
—Usted sale mucho, conoce a mucha gente; tiene cantidad de contactos. Y en este asunto la ventaja de ser amigo del teniente Bacon y de Jack Fenner. Resulta que conoce a la gente más comprometida en el caso y siempre existe la posibilidad de que tropiece con algo que pueda ayudarnos —tragó saliva antes de continuar—. Lo que quiero decir es que si se entera de algo o sabe algo que pueda proporcionarnos a Fenner o a mí una buena pista yo lo apreciaré muchísimo. Si por cualquier milagro consigue poner sus manos en el sobre perdido le ruego que me lo entregue a mí o se lo lleve a Fenner. Técnicamente le pertenece a él, pero como soy yo el que pago estoy dentro del caso. Si puede prestarme alguna ayuda habrá un premio para usted. Si no quiere dinero, la próxima vez que tenga vacaciones le ofrezco pagarle los gastos. ¿De acuerdo?
Murdock salió del coche y le dijo que lo pensaría. Recordó a Carlin que él era solamente un reportero gráfico y no un detective, pero que si se enteraba de algo que pudiera ayudar a Fenner o a Bacon se lo haría saber.