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Eran más de las once cuando Kent Murdock
bajó las escaleras de la comisaría y se paró en acera para encender
un cigarrillo. Recordó otra vez que no había preguntado a Bacon
cuándo le devolverían su coche. Se dirigía camino de la esquina
para tomar un taxi cuando oyó un claxon que sonó dos veces muy
cerca del lugar donde se encontraba. Se volvió para mirar y observó
a un hombre que salía del asiento delantero de un Lincoln negro,
último modelo. Luego se dio cuenta de quién era el hombre sentado
en la parte posterior del coche, pero el que se acercó a él era
alto y delgado, un joven con espeso pelo negro, pobladas cejas y
aspecto musculoso. Se llamaba Maxie no sé qué y Murdock le conocía
como guardaespaldas, chófer y hombre Viernes de Ross Carlin.
—¿Eras tú el que sonaba el claxon, Maxie?
—preguntó Murdock.
—Sí, señor Murdock. El señor Carlin querría
hablar con usted, si dispone de un minuto libre.
Carlin abrió la puerta posterior al
acercarse Murdock.
—¿Tiene coche?
—No.
—Estupendo. Suba. Le llevaremos.
Murdock entró en el coche y se acomodó en
los mullidos asientos de goma-espuma, mientras Maxie se colocaba al
volante. Carlin oprimió un botón y se levantó un panel de cristal
para incomunicarles con la parte del chófer y asegurar un completo
aislamiento.
—¿Al Courier? —preguntó, y cuando Murdock
dijo que sí, Carlin se lo comunicó al chófer valiéndose de un
micrófono—. Ve despacio, Maxie. No tenemos ninguna prisa.
El coche se introdujo en el centro de la
calzada. Murdock se puso a fumar esperando, sin saber lo que Ross
Carlin podía querer de él y convencido de que el encuentro no era
simple coincidencia.
—¿Ha esperado mucho tiempo?
—Un poquito.
—¿Cómo sabía que me encontraba aquí?
—Las cosas se saben cuando se tienen
amistades en los sitios adecuados.
—Supongo que habrá leído lo que le pasó a
Clark Bailey.
—Sí. También me he dedicado a hacer algunas
preguntas. Ya sé que fue usted el que se lo encontró y que ha
estado metido en este asunto desde el principio y que es amigo del
teniente Bacon.
—¿Ha hablado con Jack Fenner esta mañana?
—preguntó Murdock, pensando que nada malo había en aventurarse por
ese camino.
—¿Qué le hace pensar eso?
—Unas cuantas cosillas. Alguien destrozó el
archivador de Fenner el viernes por la noche y tengo idea de que se
llevaron algo que era muy importante para él. Algo en lo que ha
estado trabajando durante cierto tiempo. Fenner se encontraba en un
palco con usted viendo el partido. Las huellas encontradas en el
archivador dicen que fue Bailey el que robó esos informes. George
Townsend niega que él contratase a Fenner, pero éste se encontraba
en la comisaría esta mañana hablando con Bacon y sabía
perfectamente todo lo referente a mí y a la reunión que el teniente
había preparado. Por esto es por lo que pienso que quizá Fenner le
llamó a usted después de salir de la comisaría. Si no he cometido
equivocaciones hasta ahora, la lógica de todo esto es que Fenner
trabajaba para usted.
—Eso son solamente palabras —dijo Carlin—.
Siempre ha sido muy imaginativo.
No añadió nada más durante unos segundos y
eso dio a Murdock una oportunidad para estudiarle y formarse un
retrato mental. Carlin estaba cerca de los cincuenta, no era muy
alto, pero con aspecto vital y sólida corpulencia. Tenía el pelo
casi gris, pero las espesas cejas eran todavía negras y parecían
proteger y sombrear sus ojos oscuros. La cara, de mandíbula
cuadrada y musculosa, necesitaba dos afeitados diarios si iba a
salir por la noche y tenía siempre un aspecto calculadoramente
tranquilo e inescrutable que resultaba difícil de
descomponer.
Había sido un jugador, mejor dicho un tahúr,
de éxito. Todavía lo era, pero durante los últimos ocho o diez años
había conducido su talento y habilidad por caminos legales. Ahora
jugaba en la Bolsa, inmobiliarias y en inversiones de diverso tipo
que incluían construcción de hipódromos, boleras, una parte de un
hotel de lujo en Las Vegas y, en aquel momento, un centro comercial
enorme en la parte sur de la ciudad. A pesar de todos sus éxitos,
nunca había estado en ninguna lista oficial de los negocios en los
que había participado y solía pagar para que fuesen otros los que
le representasen en diversos consejos de administración. Su nombre
no aparecía en conexión con ninguna nueva sociedad. Los datos que
conocía Murdock le habían ido llegando poco a poco y por diversos
canales.
Al principio, George Townsend había
representado a Carlin en algunos negocios. Murdock desconocía si
esta relación continuaba, y recordó nuevamente la extraña relación
de Townsend con Beverly Gordon, mientras Carlin se dedicaba a Laura
Townsend. Ahora, al dedicarle más atención al tema, Murdock se puso
a especular sobre el motivo que podía tener Carlin para interesarse
tanto por Clark Bailey y Jack Fenner y, con toda posibilidad, por
el equipo del Spartans.
—Si usted contrató a Jack Fenner —dijo
continuando con sus especulaciones—, éste le protegió a usted
silenciando su nombre cuando Bacon le interrogó.
—Está bien —dijo Carlin, ante aquel ataque
directo—, si quiero puedo ponerme a su altura. Esto tiene que
quedar absolutamente entre nosotros dos y lo negaré si se lo cuenta
a alguien. No es que le vaya a decir lo que yo deseaba o los
motivos que me impulsaron. Diremos que encargué una investigación y
contraté a Fenner. Ha estado trabajando en ello desde
entonces.
—Me dijo que lo tenía terminado —indicó
Murdock.
—Sí.
—Pero, ¿cómo lo podía saber Bailey, fuese el
que fuese el trabajo de Fenner?
—No lo sé.
—Pero lo consiguió.
—Aparentemente.
Murdock estuvo pensando un poco en los datos
que ahora tenía.
—Fenner dijo que le habían robado un sobre
grande. Quizá Bailey encontró la muerte por culpa de ese
sobre.
—Eso lo había pensado yo también —dijo
Carlin.
—Si ya ha hablado con Fenner esta mañana,
sabrá de qué forma murió Bailey. Quizá también le ha dicho que le
metieron en la parte posterior de mi coche.
—Creo que lo sé todo.
—Bailey sabía que alguien había estado
registrando su apartamento antes de que fuésemos a la fiesta la
noche pasada —dijo Murdock y le contó lo que había sucedido—.
¿Tendría sentido pensar que George Townsend parecía interesado en
encontrar ese sobre?
—Lo tendría.
—¿Y Beverly Gordon?
—¿Por qué no? Es una mujer voraz y ambiciosa
con todo el atractivo del mundo y tiene pescado a Townsend,
completamente cogido en el anzuelo. No me pregunte el motivo por el
que un hombre de tipo sofisticado y aparentemente inteligente que
ha tenido montones de mujeres en su vida se iba a dejar pescar por
lo poco que ella le da, pero es así —se aclaró la garganta y
continuó—. Compró parte del viejo Club 66 para ella, que lo
rebautizó con el nombre de Club Beverly y tengo entendido que gastó
cien grandes para decorarlo, supongo que se los sacó a Townsend.
Probablemente se ha gastado otros cincuenta grandes en joyas, sin
mencionar las pieles, ¿y qué obtiene a cambio? Ni amor, ni afecto,
ni nada por el estilo, porque no creo que Beverly sea capaz de
ofrecerlos. Cena en el club cuatro o cinco noches a la semana,
luego se sientan juntos en una mesa de una esquina, pero ella ni
siquiera le permite que la acompañe a casa cuando cierran el club.
Me han dicho que todo lo que le concede son dos horas en su
apartamento, una vez a la semana, a primera hora de la tarde. Por
eso solamente, él desprecia lo que pudiera haber sido una feliz
vida conyugal y casi su carrera. Está loco. Tendría que saber que
le están tomando el pelo. Es como una enfermedad, como una
droga-adicción, solamente que en vez de heroína, es sexo o lo que
sea lo que ella le da. Aunque no creo que sea solamente sexo, es
algo especial que tiene Beverly.
—Bacon cree que Townsend cogió las llaves de
Bailey mientras éste se encontraba en la parte posterior de mi
automóvil, pero no puede probarlo.
—No creo que tuviera el valor suficiente
para matar a Bailey —dijo Carlin—, a menos que estuviera asustado.
Lo que podría haber sucedido es que mientras le rebuscaba en los
bolsillos para coger las llaves, el otro hubiera vuelto en sí y le
hubiera reconocido..., algo así.
—Como quiera que fuese —dijo Murdock—,
Townsend le dio las llaves a Beverly y ella corrió al apartamento
de Bailey y lo registró de arriba abajo.
—¿Cómo sabe todo esto? —preguntó Carlin,
mientras sus ojos escrutadores parecían sondearle.
Murdock lo pensó. Iba a decir que es. taba
simplemente repitiendo la teoría de Bacon, pero decidió que la
verdad no le perjudicaría.
—Como esta conversación es privada y
personal, se lo diré. Sé que Beverly estuvo en el apartamento de
Bailey porque me la encontré allí.
Esto atrajo inmediatamente la atención del
otro, un destello de interés se avivó en los oscuros ojos de
Carlin. Su larga práctica le ayudó a escuchar de forma impasible
toda la historia y Murdock le contó también la visita que Townsend
le había hecho en su propio apartamento.
—Pero el teniente no puede probar nada de
esto, ¿no es así? —preguntó Carlin.
—De momento, no —Murdock se dio cuenta de
que el coche se había parado, levantando los ojos vio el edificio
del Courier y alargó la mano para abrir la portezuela.
—Creo que ese sobre debe ser muy importante
para algunos.
—Para mí, sí.
—Debe ser importante también para Townsend y
Beverly Gordon para que se hayan expuesto de esa manera.
—Yo pagué una buena cantidad de dinero a
Jack Fenner para conseguir lo que había dentro del sobre.
—¿Qué es lo que quiere que haga yo?
Carlin masculló algo en voz baja y le
ofreció una sonrisita torcida.
—Muy buena la pregunta. Me gustaría tener
una contestación sencilla. Diremos que he decidido arriesgarme a
charlar con usted. Como en el juego, siempre intenta uno obtener
algo extra para sí mismo, ¿me entiende?
—Creo que sí —contestó Murdock.
—Usted sale mucho, conoce a mucha gente;
tiene cantidad de contactos. Y en este asunto la ventaja de ser
amigo del teniente Bacon y de Jack Fenner. Resulta que conoce a la
gente más comprometida en el caso y siempre existe la posibilidad
de que tropiece con algo que pueda ayudarnos —tragó saliva antes de
continuar—. Lo que quiero decir es que si se entera de algo o sabe
algo que pueda proporcionarnos a Fenner o a mí una buena pista yo
lo apreciaré muchísimo. Si por cualquier milagro consigue poner sus
manos en el sobre perdido le ruego que me lo entregue a mí o se lo
lleve a Fenner. Técnicamente le pertenece a él, pero como soy yo el
que pago estoy dentro del caso. Si puede prestarme alguna ayuda
habrá un premio para usted. Si no quiere dinero, la próxima vez que
tenga vacaciones le ofrezco pagarle los gastos. ¿De acuerdo?
Murdock salió del coche y le dijo que lo
pensaría. Recordó a Carlin que él era solamente un reportero
gráfico y no un detective, pero que si se enteraba de algo que
pudiera ayudar a Fenner o a Bacon se lo haría saber.