CAPITULO III

 

RUGIERON los poderosos reactores de cola. El proyectil se levantó majestuoso, vertical, entre llamaradas impresionantes y una densa humareda que invadió toda la zona de lanzamiento. El armazón montado como soporte de la nave espacial, se desmoronó, igual que un frágil castillo de naipes.
Un nuevo Proyecto estaba en marcha. El Tritón I partía hacia lejanos destinos espaciales, como un paso más de la NASA en la conquista del Cosmos. Todo marchaba normalmente.
La cuenta atrás había terminado sólo unos pocos momentos antes. Luego, cuando se cantó, el «Cero» definitivo, la nave despegó de Cabo Kennedy hacia las alturas.
—Perfecto —dijo un técnico al lado dé Kenneth Daves—% Todo ha ido bien. Creo que los jefes estarán satisfechos...
Daves no dijo nada. Se limitó a asentir, pensativo, su mirada fija en la estela de humo y fuego que, como una llamarada distante, iba perdiéndose en el cielo, describiendo una amplia curva. La primera fase del lanzamiento aún no había terminado. Pronto, se desprendería una de las cápsulas, tras salir de órbita terrestre el Tritón I, y la gran aventura del espacio comenzaría una vez más, si bien en esta ocasión no se trataba de ningún vuelo tripulado. Sólo una misión de investigación, rumbo a Saturno y Urano. Cada vez, se iba un poco más lejos. Era una labor paciente pero firme.
Cuando los altavoces de la base de lanzamientos informaron al personal de la NASA del perfecto funcionamiento de la nave espacial, Daves se encaminó a su alojamiento. Tras él, con ladridos breves y repetidos, correteaba «Skippy», que parecía algo asustado por el formidable estruendo producido por el proyectil cósmico, en su ruta hacia los astros.
Estaba ya cerca de su alojamiento, cuando la voz de alguien requirió su atención:
—¡Eh, Daves, un momento!
Se detuvo, girando la cabeza. Contempló al hombre que se acercaba. Como él, era funcionario de la NASA. Pero también trabajaba en NICAP, como observador. Traía algo en su mano que le entregó al llegar junto a él.
—Hola, Sam —saludó Daves a su compañero—. ¿Algo nuevo?
—Sí. Es una convocatoria del «viejo» —rió Sam Wilson—. Esta noche tenemos reunión importante.
—¿De veras? —Kenneth se encogió de hombros, examinando el sobre cerrado, mecanografiado a su nombre, y con las siglas del Comité Nacional de Investigaciones sobre los Fenómenos Aéreos en el membrete—. ¿Qué tripa se les ha roto ahora?
—Parece que hay nuevos documentos e informes, re copilados en este mes anterior, sobre «objetos volantes no identificados», Ken —informó Wilson, con un acento claramente escéptico—. Es posible que el «viejo» quiera comprobar si dispone de auténticos documentos..., o es tamos de nuevo ante trucos de histéricos o de aprovechados, como la película de hace tres meses, aquella en que incluso se vislumbraban los ocupantes de un «disco volador»..., y que al fin todo resultó ser un ingenioso truco de montaje fotográfico, con los negativos muy bien apañaditos. ¡Cielos, en estos tiempos, todo el mundo está seguro de haber visto un OVNI! Y lo cierto es que yo jamás vi ninguno.
—Estamos en el misino caso, Sam—suspiró Kenneth Daves, leyendo la convocatoria rutinaria del Comité, firmada por su actual director, Stuart Cameron, de la Fuerza Aérea Estratégica de Estados Unidos—. Tratamos de ser expertos en algo que ni siquiera conocemos, salvo por fotografías, filmaciones y descripciones, las más de ellas totalmente falsas.
—Pero siempre queda un porcentaje de casos que no parecen falsos —le recordó. Sam—, Casos en los que cabe siempre la duda... Creo que sólo por eso, vale la pena seguir adelante con esto, aunque mucho jefazo se ría de nosotros.
—Estoy de acuerdo —convino Kan—. Hay «algo» en todo lo que investigamos. No todo está explicado por psicosis colectivas, jugarretas de aprovechados o trucos de chiflados. Hay ese porcentaje que citas. Mínimo, pero ahí está. Y nadie se lo ha explicado aún. Está bien, Sam. Desde luego, estaré allí esta noche. Pero, debo llevar esta tarde a mi perro al veterinario. Es posible que no tenga tiempo de dejarlo luego en ninguna parte. ¿Pondrá Cameron algún inconveniente a su presencia en el Comité? .
—Si tu perro sabe estar calladito, no lo creo. Siempre habrá donde dejarlo, mientras dura la asamblea. Se lo diré a los muchachos, para que le lleven galletas...
Wilson se alejó, riendo. Kenneth Daves se quedó solo, con la convocatoria en sus manos, mirando pensativo a «Skippy», que retozaba en up amplio césped de la Base espacial de Cabo Kennedy.
—Bueno... —murmuró—. Iremos a ver otra vez «platillos volantes». Creo que cuanto más trabaje/ menos recordaré a Selena... Vamos, «Skippy». Hay que llevarte al veterinario para que te cure esas pequeñas llagas que te han salido en el lomo...
Se alejó Kenneth Daves, cuya misión en la base había concluido momentáneamente al hacerse efectivo el lanzamiento de aquel día. «Skippy», con un alegre ladrido, corrió tras él, deteniéndose solamente para rascarse furiosamente sus llagas del lomo, que parecían escocerle cada vez más.
—Puede dejar aquí a su. perro, Daves —asintió una de las jóvenes y atractivas funcionarías uniformadas, que cuidaban del acceso de los miembros de, NICAP al edificio de asambleas y reuniones No se preocupe por él. Wilson y otros amigos suyos le trajeron galletas. Yo me cuidaré también de darle agua..., y de que no se empache...
, Daves sonrió, con un gesto de agradecimiento;. Luego indicó los puntos donde el animal mostraba ahora, entre su lanudo pelo, algunos esparadrapos y gasas.
—Tenga cuidado con sus heridas. Sufre unas extrañas llagas que el veterinario no se ha decidido a diagnosticar, pero que le parecieron quemaduras recientes. No deje que se arranque los apósitos con sus patas,
—Seré su cariñosa niñera, no lo dude —rió la joven, haciendo reír también a Daves, en tanto éste se perdía por el largo corredor, hacia la sala de reuniones y proyección.
A sus espaldas, «Skippy» gruñó, lamentándose de que él lo dejara solo, con una especie de breve y apagado aullido. La joven empleada, sin embargo, pronto le distrajo la atención con sus caricias... y con las sabrosas galletas.
Puertas suaves, deslizantes, se cerraron a espaldas de Daves. Este mostró su credencial a un funcionario de NICAP, que le permitió el acceso a las dependencias del Comité.
Allí se encontró con Wilson y una docena de hombres de diversas edades, uniformes de Marina o de la Fuerza Aérea, miembros del Pentágono, científicos, expertos e investigadores en Astronáutica, así como técnicos en fotografía y filmación. Por su tamiz, difícilmente pasaría cualquier trucaje que pretendiera engañarles.
—Falta el jefe —comentó Wilson, saludando a su amigo—. No puede tardar ya... ¿Y tu perrito, Ken?
—En buenas manos —sonrió Kenneth—, No hay que preocuparse por él.
—¿Era algo serio lo que te hizo llevarle al veterinario? ,
—No, no lo creo. Pero tiene una especie de quemaduras, uñas llagas en forma de. rombo,, sobre su lomo. El veterinario dijo que son cuatro las que tiene, todas equidistantes, formando a su vez como las puntas mismas. de otro imaginario rombo. Se supone, dado el dibujo, que debió hacérselo con algo candente, sin duda en el barco donde lo encontré. Quizá en. los motores o en alguna otra parte...
—Oh, cierto —Wilson mostró cierto desasosiego en su gesto—. Olvidaba que era el perrito de... Bueno, creo que esto va a comenzar. Ahí viene el jefe...
Para Wilson, sin duda, fue oportuna la llegada de Stuart Cameron, director del Comité. Se le notaba incómodo, al referirse a lo ocurrido en el yate, historia que todos los amigos de Daves conocían perfectamente.
Stuart Cameron, alto y enjuto, impecable en su uniforme de la Fuerza Aérea Estratégica, donde lucía el grado de mayor, apareció en la sala, con sus andares lentos, reposados, con su fría mirada gris, y sus cabellos canosos, también agrisados, como hebras de metal.
El rostro, magro y anguloso, tenía siempre una expresión de energía, que ahora parecía realzarse por alguna razón. En su brazo, sujetaba un dossier y un par de videocasetes.
—Caballeros, lamento haberme demorado un poco —saludó, con su sobriedad habitual, recorriendo los rostros de los presentes—. He tenido que dar ciertos informes a Washington hace un momento, y eso ha retrasado el momento de reunirme con ustedes. No perderemos más tiempo. Vamos a ver un documento, sensacional. Espero que nuestros expertos dictaminen, sin lugar a dudas, si estamos ante un nuevo trucaje..., o ante un documento auténtico. Les ruego mucha atención. No se trata esta vez de película o de fotografía, sino de unas grabaciones en video, procedentes de una emisora de televisión cuyo nombre les daré. Jenkins, por favor, active nuestro monitor de televisión. Y usted, Parks, conecte con la pantalla gigante de proyección televisada.
Los aludidos actuaron con premura. Momentos después, mientras todos se. acomodaban, en medio de un silencio expectante, en el reducido hemiciclo de la sala de proyecciones, inmediata a la de asambleas y debates, se iniciaba en.la pantalla la proyección del videocasete grabado en color por una cámara de televisión, en alguna parte del mundo...
Apenas unos minutos más tarde, todos los presentes pudieron verse frente a frente con la mejor imagen existente en el mundo de la presencia material de algo conocido como Objeto Volador No Identificado..., o bien por sus simples iniciales de OVNI...
Un OVNI.
No había duda de ello. Era un OVNI.
Aparecía nítidamente en la imagen del videoscope. El color del cielo, de un azul levemente agrisado por las nubes suaves, se teñía en ese lugar de un vivido tono verde fosforescente, que se desplazaba en el cielo, como una enorme bengala, pero a lenta marcha, al menos en apariencia.
De súbito, la velocidad del objeto se incrementó inexplicablemente, hasta ser como una centella fulgurando en el celaje nuboso. Su reflejo se repitió con halos fantasmales en los objetivos de la cámara de televisión. El objeto luminoso se deslizó por delante de la cámara, y dificultosamente el operador pudo seguirlo parcialmente, hasta que desapareció tras una serie de islotes que se veían emerger sobre la superficie del mar, nítidamente filmada en esos instantes. ,
—¿Qué lugar es ése? —se elevó una voz curiosa, en el profundo silencio de la sala.
—Florida, señores —explicó la voz seca del mayor Cameron—. Exactamente, Coral Gables, frente a los Cayos. Esos promontorios en el mar, son justamente los Cayos más próximos a la punta sur de la península...
—Florida... Los Cayos... —murmuró de repente una voz—. Eso..., eso está en... el triángulo de las Bermudas...
Todos reconocieron aquella voz. Era Kenneth Daves quien hablaba. Nadie respondió. Nadie comentó nada. El videocasete tocaba a su fin. Pero Cameron avisó:
—Cuidado. No se muevan. Luego haremos otra proyección ampliada. Pero ahora viene algo mejor que cuanto han visto, caballeros.
—¿Mejor que esa imagen del objeto luminoso en el cielo? —dudó Wilson.
—Infinitamente mejor —afirmó Cameron—. Es el punto crucial de este reportaje, no lo duden. Pero no quiero influenciarles con mi opinión. Es mejor que todos lo vean por sí mismos... y resuelvan a¡efecto.
En la pantalla, hubo una serie de imágenes confusas, ondas electrónicas, saltos en el videoscope y, finalmente, una nueva imagen de bella policromía, captó mar, costas, arena y plantas, además de esbeltas palmeras cimbreándose contra el límpido azul.
Pasaron ante la cámara canoas a motor de brillante colorido, muchachas en bikini con esquís acuáticos, realizando arriesgados ejercicios...
—Evidentemente, son los más atractivos «objetos volantes» que he visto en mi vida —confesó con sarcasmo uno de los asistentes, provocando una carcajada colectiva.
—Por favor, no bromeen ahora —avisó Cameron, seco—. Es un reportaje televisado de unas pruebas deportivas entre Gran Bahama y Gran Abaco, las islas más al norte de ese archipiélago. Sólo casualmente el cámara pudo captar las insólitas imágenes que ahora van a aparecer. Estén bien atentos, se lo ruego. Pasaremos las imágenes cuanto tiempo sea preciso, pero... no se pierdan detalle, por favor.
Volvió el silencio. Los ojos se clavaban en la pantalla. Algunos, oteaban también la más pequeña —pero también más nítida— del monitor.
Kenneth Daves no comentó nada esta vez. Alguien lo hizo en su lugar, en otro punto del hemiciclo de espectadores:
—Eh, ese lugar también entra en el Triángulo de las Bermudas, como dijo Daves...
Nadie respondió ni comentó nada. Pero era obvio que todos escucharon esas palabras, en tan profundo silencio. La atención hacia la pantalla creció de punto.
De súbito, la imagen sufrió un cambio brusco, y dramático.
La cámara, tras seguir la evolución de una escultural esquiadora acuática, rubia y opulenta de formas, se había detenido por simple azar sobre una playa no lejana, bordeada de palmeras y arbustos.
De detrás de esa palmeras, algo emergió de pronto. Una luz vivida, verdosa, brilló en el cielo azul. Se elevó, con un sonido lejano, zumbón, por encima del islote. Era evidente que el cámara había advertido su presencia, porque aplicó cari celeridad el teleobjetivo a su cámara. La imagen se aproximo vertiginosa, en un zoom rápido v espectacular.
El objeto luminoso, lo que a distancia sólo parecía un globo de luz o un meteoro, cobró forma, se hizo nítido, se delimitaron unos perfiles, y su silueta, aun con su cruda luminosidad, se mostró en toda su real apariencia, en su estructura y volumen exactos,
Una colectiva exclamación de asombro acogió la presencia del OVNI en la pantalla. Porque de todos los OVNI vistos hasta entonces, ninguno como aquél. Era el mejor. El primero que mostraba el gran secreto en toda su dimensión real.
—¡Es un auténtico disco volador! —jadeó Wilson.
—Un platillo volante, perfecto —confirmó un alto jefe militar, del Pentágono, sin aliento—. ¿Esas imágenes se han exhibido por televisión al público, mayor Cameron?
—No. Están momentáneamente censuradas, a la es pera de lo que resolvamos nosotros y lo que decidan las autoridades militares. Se ha pretextado top secret, basándonos en una hipotética prueba, un experimento astronáutico norteamericano. Pero todos ustedes saben que esto no es cierto. Esa nave... por favor, vean esa nave ahora,.
La vieron. El cámara había congelado la imagen. Esta se mostró en toda su cruda significación al medio centenar de expertos allí reunidos. Un murmullo recorría aún la sala, en tanto se hacían comentarios en voz baja, admirativos casi todos...
El objeto volador era un disco perfecto, al parecer adoptando una forma plana en su centro, y más voluminosa en sus extremos superior e inferior. Era como situar dos platos, uno contra otro, unidos por sus bordes. Lo más increíble no era eso, sino... las ventanas en forma de rombos, dibujándose perfectamente en la forma verdosa, y permitiendo captar una luz interior, de tono anaranjado brillante.
En una de las romboidales ventanas o miradores... ¡era visible algo!
Algo que se recortaba, difuminado. Algo que podía ser un humanoide, o, cuando menos, algo 5ue tenía sin guiar parecido con una cabeza ovoide, con unos hombros...
La increíble imagen congelada cobró nuevo movimiento y sonido. Esta vez, el cámara de televisión captó un zumbido sordo, ronco, distante, que poco a poco se tornaba sibilante, a medida qué la nave —o lo que aquello fuese—, aceleraba su marcha, y se deslizaba en el cielo, distanciándose.
En ese momento, ante el estupor de todos, algo, una forma viva, rápida, se precipitó sobre la pantalla gigante de retransmisión televisiva. Un rugido ronco sonó en la sala en penumbras.
—¿Eh? —gritó Cameron—. ¿Qué mil diablos es eso?
Los gruñidos, se convirtieron en sonidos más concretos, mientras la tela de la pantalla se agitaba con violencia, sacudida por la forma viviente que la golpeaba, arañándola y tratando de desgarrarla. Luego, ladró. Ladró con fuerza.
—¡«Skippy»! —gritó Daves, incorporándose asombrado—. ¡«Skippy», deja eso! ¿Qué te sucede?
El perro seguía ladrando y rugiendo, como si en la pantalla estuviese ahora su peor enemigo. Y, sin embargo, allí sólo había un OVNI, perfectamente fotografiado por las cámaras de la televisión en color, con el sonido original de su aparición sobre las Bahamas,
—¿Qué hace ese perro aquí, Daves? —la pregunta del mayor Cameron era hosca, casi áspera.
—Lo ignoro, señor. Se quedó fuera, con una de las azafatas del edificio y....
. —Yo lo lamento, mayor —se apresuró a justificarse la bonita y joven recepcionista del edificio ocupado por NI CAP—, Ha sido culpa mía. El general, Williard quiso entrar en la sala de proyección, le abrí las puertas pulsando el automático... y en ese momento el perrito debió meterse con rapidez en el interior de la sala...
—Está bien. Llévenselo de aquí y siga la proyección —ordenó con sequedad el mayor—. Y espero que en la repetición del video a cámara lenta se vayan fijando
ustedes minuciosamente en todo cuanto pudieron observar de primera impresión antes. Cuando lo deseen congelaremos la imagen. El técnico está a su entera disposición con las cintas magnéticas correspondientes, caballeros.
—Un momento! —fue Kenneth Daves quien, puesto en pie, con el perrito «Skippy» en sus brazos, ahora tranquilo y casi feliz, mientras la pantalla aparecía sin proyección alguna ni sonido, había formulado la observación.
—¿Sí, Daves? —el mayor Stuart Cameron le contempló ceñudo, con evidente contrariedad en su tono y en su gesto.
—Mayor, quisiera rogarle algo,, de modo puramente excepcional...
—¿Qué, Daves? —dudó Cameron, receloso.
—Me gustaría..., me gustaría que mi perrito se quedara aquí durante uno de los pases de la grabación,
—¿Se ha vuelto loco? ¿Qué diablos quiere que haga su perrito en una exhibición tan seria? Esta no es ni siquiera una película de dibujos de Walt Disney, Daves.
—Señor, mi petición es muy seria —habló Kenneth, con rara expresión—. Insisto en ella aun a riesgo de pecar de inoportuno, señor.
—Es mucho peor que eso. Usted, Daves, es un civil. Pero si fuese un militar, me ocuparía de hacerle arrestar por esa tontería que acaba de decir. Su insistencia está fuera de lugar. Permiso denegado, Daves. Saque a su perrito de aquí, se lo ruego.
—Sí, señor —aceptó gravemente el joven funcionario de la NASA, inclinando la cabeza—. Pero recuerden todos algo: este perro estuvo en el Triángulo de las Bermudas cuando sucedió algo a bordo de un yate, y toda la tripulación de éste desapareció como evaporada en el aire, sin la menor huella de violencia. Es el único testigo que hubo a bordo de lo que allí pudo suceder... y acaba de comportarse extrañamente con un objeto volador no identificado. Creí que eso podía conducirnos a alguna parte...
—Esperen todos —dijo una voz grave, desde el fondo de la sala. Y todos giraron la cabeza hacia él que hablaba—. Mayor Cameron, creo que el señor Daves tiene cierta parte de razón en eso. No se pierde nada con probar. ¿Por qué no permitir que el perrito se quede entre nosotros durante una sola exhibición de esa grabación magnética? Si nada sucede, habremos probado que el animal obró sólo por capricho del modo que lo hizo...
Hubo un tenso silencio. Sorprendido, Kenneth contempló al hombre que hablaba con firmeza y autoridad. Era el general Williard, el hombre cuya llegada provocara el incidente con «Skippy» filtrándose traviesamente en la sala de proyección.
Al mayor Cameron no le gustó la interrupción. Arrugó el ceño, y sus delgados labios se apretaron con fuerza. Pero era disciplinado y, del mismo modo que le gustaba ser obedecido, él sabía obedecer, llegado el caso.
—Está bien, señor —dijo—. Hagámoslo. Pero dudo mucho que la actitud de ese animal tenga nada que ver con lo que ocurre en la pantalla. Y menos aún, que ello pudiera relacionarse en modo alguno con lo sucedido al yate Albatros...
No se habló más. Se hizo el silencio en la sala. De nuevo comenzó la proyección de video. «Skippy», dócilmente, lamía las manos de su amo, mientras miraba a la pantalla obligado por Kenneth. Ninguna reacción acusó en el inicio del reportaje. Pero gruñó sordamente al surgir la luz verdosa en el cielo, erizando su pelo y manteniendo erguidas las orejas. Kenneth observó que exhibía sus colmillos, en clara actitud agresiva, rígido su cuerpecillo entre los brazos.
—Quieto... —susurró—. Quieto, «Skippy»...
Pasó la primera grabación sin incidentes. Respiró hondo Daves, Los demás, parecían ahora tan pendientes de la pantalla como del perrito. Comenzó la exhibición de chicas en los esquís acuáticos. «Skippy» volvía a estar tranquilo y risueño, dando cabezadas a las manos de Ken. En la pantalla, no tardó en aparecer el platillo volante sobre la isla apacible. Su zumbido lejano creció. Comenzó el zoom de la cámara sobre el extraño objeto volador...
«Skippy» volvía a estar rígido. Se puso en pie sobre sus patas, en las piernas de Kenneth. Gruñó largamente. Ojos vidriosos de perro enfurecido se fijaban en la pantalla, Cuando la imagen se agrandó, al animal emitió un aullido y saltó vivamente de entre los brazos de Kenneth, precipitándose sobre la pantalla de nuevo, y lanzándose con tal furia que esta vez sí rasgó la tela de la pantalla con sus uñas, rabiosamente, sin dejar de ladrar, fija su mirada en él OVNI verdoso, de ventanas romboidales...
—¡Detenga la proyección! —ordenó ahora el mayor Cameron vivamente, poniéndose en pie y dando las luces. Muy agitado, observó cómo el perro seguía ensañándose en la tela, con la imagen congelada sobre ésta. , Se acercó al animal, que gruñía desesperadamente. Luego, se revolvió hacia Cameron, cuando éste quiso dominarle, y le mostró sus colmillos, emitiendo otro aullido prolongado,
—¿Qué opina de esto, mayor? —preguntó Kenneth gravemente, puesto en pie,
—No lo sé, Daves —confesó el director de NICAP—. Pero tenía usted razón. Este animal tiene algún motivo para ladrar y enfurecerse ante la presencia del OVNI, es evidente...
—Creo sinceramente, señores, que el barco Albatros sufrió el ataque de un OVNI —sentenció fríamente Daves—. Este perro recuerda muy bien el hecho, y ha evocado lo sucedido al ver el platillo volante en esa grabación. Además, tiene unas heridas en forma de rombo; como quemaduras. Rombos, igual que esas ventanas del OVNI... Son demasiadas coincidencias, ¿no les parece?
—Siga, Daves —le invitó el general Williard, del Pentágono, acercándose a él con naso lento—, ¿Cuál es su teoría, en tal caso, sobre los viajeros desaparecidos?
—Que fueron secuestrados por extraterrestres... o lo que sean esos seres que apenas vislumbramos en ese OVNI, señor —afirmó Kenneth con energía—. Estoy segura de ello.
—Cielos, es una teoría delirante... —murmuró Cameron—, ¿Qué harían los extraterrestres con casi cuarenta seres humanos?
—Ese es el gran enigma. Yo diría que es un rapto en toda regla. Hubo ya otros en la historia de esa zona de las Bermudas. Acaso las leyendas mismas del mar de los Sargazos estén basadas realmente en hechos imposibles de explicar, si no los relacionamos con los Objetos Voladores No Identificados...
—Su teoría es peligrosa, Daves —señaló el general—. Supongo que no va a exponerla a nadie, fuera de este lugar. Como miembro de NICAP, está obligado a guardar silencio de todo lo que en este comité se hable y estudie...
—Todavía no hemos estudiado aquí los sucesos del Albatros, señor. Y ésos son los que me preocupan. Quiero saber qué sucedió con mi prometida, con todos los demás. Ahora empiezo a pensar que la explicación no está en el mar ni en la tierra..., sino en el espacio.
—Esté donde esté,. Daves, usted no puede hacer nada por sí mismo —avisó Cameron—. Deje que nosotros tratemos de ayudarle, de hallar una explicación, razonable a todo eso... Pero recuerde que no debe hablar a nadie del asunto. Es materia prohibida. Riguroso top secret, como todo lo que aquí estudiamos...
—Y, ciertamente, la versión oficial de los sucesos del Albatros sólo puede ser una, Daves —añadió el general Williard calmosamente—. Se «alarmaron, temiendo un naufragio, y abandonaron el yate, naufragando posteriormente, con. toda probabilidad. Nadie deberá decir otra cosa a nadie. Absolutamente a nadie, recuérdenlo. Y ahora, Daves, por favor, puede retirar a su perro, y seguiremos contemplando esa grabación, estudiando sus fotogramas, haciendo ampliaciones detalladas...
Kenneth Daves no dijo nada. Entregó a la azafata del exterior al bueno de «Skippy», que seguía inquieto, agitado, emitiendo gruñidos sordos de vez en cuando.
Kenneth Daves sabía.de su impotencia para resolver nada, cuando volvió a acomodarse en su asiento y presenció una y diez veces la imagen inquietante y asombrosa del objeto volador y de su presunto tripulante, apenas vislumbrado tras la ventana romboidal.
Quizá por ello comprendía que no podía hacer otra cosa que dejar en manos de fuerzas más poderosas que la suya personal la posible solución del caso..., si es que existía solución alguna.
Eso era entonces. Aún no se había encontrado con una mujer llamada Lori Ankers, de profesión periodista...