EPILOGO
LA nave rusa Soyuz 22 se ocupó de su rescate. Y una cápsula
norteamericana le llevó a la Tierra nuevamente.
Todo había terminado. Rusos, americanos y
todos los ciudadanos del mundo aclamaban a Frank Kevin, el
micronauta triunfador.
Fue hospitalizado urgentemente, para un
examen exhaustivo de su organismo, aislado de todo el mundo, en una
cámara especial para sus actuales dimensiones.
Durante esa obligada cuarentena, el profesor
Bella-my fue el primero en advertir la grata sorpresa. Y así se lo
comunicó sin pérdida de tiempo:
—Amigo mío, creo que el proceso de reducción
se invierte ahora. Está usted creciendo, Kevin... Crece día a
día... Si sigue todo igual, pronto volverá a ser usted mismo.
—Gracias a Dios —suspiró él—. Extinguido el
poder de esa nave y de su ocupante, profesor, es evidente que mi
naturaleza recupere sus dimensiones naturales, invirtiendo el
proceso...
El profesor asintió, risueño. Y luego le dio
la segunda buena noticia:
—Jessie Grant espera a que termine su
cuarentena, Kevin. Desea verle, tenga usted el tamaño que
tenga...
—La veré. Claro que la veré —afirmó Frank
entusiasmado.
Y cuando pudo verla, terminada la
cuarentena, Frank Kevin tenía ya la estatura de un niño de cinco
años.
Sólo en pocas semanas más, volvió a ser el mismo
Frank Kevin de siempre. El micronauta heroico quedaba atrás, como
un sueño increíble que salvó al mundo.
Ahora, en lo único que pensaba ya Kevin era
en amar a Jessie. Con un amor que la hiciera ser todo lo feliz que
ella merecía. Sin necesidad de morir de placer, como la increíble y
siniestra Hembra del Universo, la fantástica Nulvia...