16

AL entrar en el vestíbulo de la casa nos encontramos con lord C. quien para mi sorpresa, si no la de todos, nos ofreció una copa de oporto con la intención, según nos dijo, de discutir con calma lo que había ocurrido.

—Oh, papá, ¿significa eso que no he de subir a mi habitación y quedarme allí? —preguntó Emily.

—Eso mismo —repuso escuetamente, mientras le ponía una copa en la mano.

Los cuatro permanecimos de pie como si nos hubiéramos encontrado por casualidad en una recepción cuyo anfitrión estuviera comentándonos el buen tiempo que hacía al mismo tiempo que me desnudaba con la mirada.

Al parecer, este gesto no fue en absoluto del agrado de Emily, que pretendía ser el centro de atención y pasar desapercibida al mismo tiempo, por eso no sabía cómo comportarse. Entonces, lord C. se acercó a Selina y ésta le rodeó la cintura con el brazo y comentó con toda naturalidad:

—Supongo que no es la primera vez que tomas entre tus manos la verga de George, ¿verdad?

—¡No puedo creer lo que acabo de oír! ¡Pues claro que no he hecho nunca nada semejante! ¿Cómo te atreves a decir esas cosas horribles precisamente delante de papá? Por favor, papá, dile que se calle —imploró la joven.

—Tú no podías saberlo, pero lo cierto es que alguien te estaba observando —repuso él con frialdad—. En realidad, lo ha hecho en varias ocasiones y, si bien es cierto que nunca te ha visto cogerle el miembro a tu hermano, desde hace algún tiempo conozco tu anhelo por ser libertina; ¡así que necesitas una buena reprimenda! —concluyó levantando la voz.

—¿Qué me vas a hacer? —preguntó Emily temblorosa.

—Vas a recibir una lección, pequeña, nada más —intervino Selina—, Acaba ya con ese juego, Emily.

Una vez más, el tono de Selina y su actitud me atrajeron, por eso la miré complacida. Cogiendo la copa de su mano, puesto que la jovencita había apurado el líquido de un trago, la encaró y le lanzó una severa mirada.

—Ahora subiremos juntas la escalera, Emily —dijo ella con un tono que indicaba con claridad una orden más que una invitación.

Emily miró con rabia a lord C., que recibió su ira impasible. Al ver que la muchacha estaba aún indecisa, levantó la voz de tal modo que ya no pudo sino obedecer con humildad.

Cuando nos quedamos solos, le pregunté con calma qué iba a pasar ahora y si la joven sería fustigada, a lo que él sonrió y me abrazó con tanta fuerza que sentí el bulto de su miembro erecto a través de nuestras ropas.

—No, Arabella, no será fustigada, sino azotada. Es el método más efectivo que conozco, ya lo verás.

—¿Que ya lo veré? Espero no tener que probarlo salvo en el caso de que vayamos a «jugar» al amor.

—Si eso es lo que quieres, eso es lo que tendrás —sonrió—, pero de momento habrás de conformarte con mirar. Vamos, te lo voy a enseñar. ¡Qué labios tan adorables tienes, con esa perfecta forma para besar! —me dijo mientras me rozaba la boca con la suya para luego introducir la lengua entre los dientes al tiempo que me levantaba las enaguas con una mano.

—¡Eres un verdadero libertino! Te excitas sólo de pensarlo ¿verdad? —murmuré, sintiendo su inefable presión al mismo tiempo que yo buceaba en su bragueta y le agarraba la erecta verga.

Él se apercibió entonces de que no llevaba bragas, puesto que las había escondido detrás de un árbol cuando nos sorprendieron en el prado, de modo que me acarició sin impedimentos las redondas y llenas nalgas. Jadeamos entre besos y dulces caricias como lo hacen los amantes entregados a su goce. «¿Le gustaba azotar? ¿Había castigado alguna vez a Selina? ¿Sería verdad que había visto juguetear a Emily con la polla de su hermano?»

Su excitación fue aumentando con cada pregunta, al tiempo que con habilidad evitaba dar respuestas directas, dadas las circunstancias.

—¿Nos quieres follar a las dos? —inquirí.

Del piso superior nos llegaron sonidos secos que sólo podían ser los del cuero al chocar contra la carne.

—Tal vez —repuso él—, pero ¿dejarías que yo hiciera una cosa así?

—Puede que sí o puede que no —contesté con otra evasiva—, pero ¿por qué no me dejas ver cómo recibe los azotes la pobre Emily?

—¡Oh, sí, pobre Emily! Selina es una experta en infligir castigos de tal modo que no la lastimen demasiado, sino que más bien la estimulen. Vamos, creo que ha llegado el momento de subir.

Le seguí a través del vestíbulo y la escalera de caracol, hasta llegar a la habitación contigua al dormitorio de Emily. Allí, mientras esperaba en completo silencio, él se acercó a un cuadro y me descubrió dos pequeños agujeros orientados hacia el lecho de la joven. Yo miré por uno y lord C. por el otro, hombro con hombro. ¡La escena que se desarrollaba ante mis ojos era espléndida!

Emily estaba arrodillada sobre la cama, con sólo las medias y los zapatos puestos. Selina, a su vez, se había desvestido para quedarse con un mínimo corsé de seda negro que mostraban sus pechos mientras que la parte inferior del mismo dejaba al descubierto una tupida vulva. Sus senos níveos, exuberantes, desbordaban el corsé; los pezones, tostados y duros, me hicieron anhelar acariciarlos y cubrirlos de besos.

Yo ignoraba cuántos azotes había recibido Emily entre sollozos, pero sus turgentes nalgas evidenciaban un intenso tono rosado. Con cada presión de las correas contra aquel trasero desnudo, la muchacha lanzaba un débil gemido entrecortado al tiempo que echaba hacia adelante las caderas.

—¿Vas a ser una chica mala? —le preguntó Selina casi sin aliento.

—¡No, por favor! ¡Seré buena!

Las correas no dejaban de imprimir a cada nuevo golpe un color cada vez más intenso en las nalgas de la jovencita.

—¡Emily! Te lo preguntaré por última vez. ¿Vas ser una buena chica?

—¡Si, sí, sí! ¡Por favor, detente!

Lord C. me puso el hueco de la mano en la parte inferior del trasero, que ahora se contoneaba con urgencia, mientras que con la otra jugueteaba con mi húmedo chochito.

—¿No te parece que ya tiene suficiente? —me atreví a susurrarle.

—Sí, cariño, pero sigue mirándola —repuso mientras Selina hacía restallar las correas de lado a lado.

Emily continuaba lamentándose cuando dejó caer la cabeza sobre la colcha, dejándonos ver no sólo sus nalgas sino también su frondoso sexo. La visión, naturalmente, excitó de tal manera a mi compañero que me urgió a menear su polla con violencia entre mi mano. Temí que se fuera a correr demasiado pronto y estropease así el placer que esperaba sentir de inmediato; alivié entonces la presión sobre aquélla.

En ese instante, Selina se detuvo, tiró las correas al suelo y se apresuró a coger algo que tenía todo el aspecto de un pene; en realidad se trataba de una vela forrada de raso. Emily, que no se había percatado de ese movimiento, se quedó quieta esperando un nuevo azote. De pronto, volvió la cabeza, pero Selina ya se había colocado detrás de ella en la cama, la asió por la cintura con una mano e introdujo el extremo de la vela entre los labios de su vulva, con suavidad.

Oímos un alarido. Emily meneó con violencia la cabeza y el talle, pero no había escapatoria. Pareció rendirse ante la simulación del acto. Gimió y gritó sin poder moverse, pues el brazo de Selina la tenía bien agarrada por las caderas, así que recibió centímetro a centímetro aquella obscena imitación del miembro viril hasta que tuvo más de la mitad enterrada en su sexo.

—¡No puedes hacerme esto!

—Sí que puedo, querida. Lo hago por tu bien, Emily. No es la primera vez que te azoto con el permiso de tu papá, pero nunca te había enseñado a aceptar un polla, aunque ésta no sea de verdad. No te preocupes, porque muy pronto tendrás ocasión de probar una, y bien buena.

—¡Oh! ¿No puedo soportarlo! ¡Sácala! ¡Ah, me la estás metiendo demasiado!

—No, pequeña, sólo unos dieciséis o dieciocho centímetros. ¡Ajá! Te estás excitando, ¿verdad que sí, diablillo? —comentó Selina al ponerse de pie fuera del lecho.

Luego presionó con la mano izquierda la vela dentro de aquel suculento chochito, se inclinó para cogerla por la nuca con la otra y la obligó a mantener la cabeza agachada.

Sin prestar atención a las protestas de Emily, se entregó a mecer el fingido pene de atrás hacia adelante.

Era una escena deliciosa. El cálido trasero de la joven se contoneaba con cada sacudida. Los lamentos llenaban la habitación, pero aún así pude ver, a juzgar por los sensuales movimientos de sus caderas, que estaba respondiendo a la llamada de la naturaleza, como temía que la polla de lord C. también hiciera en cualquier momento. Entonces opté, para su decepción, por dejar de meneársela y me dediqué a acariciarle las bolas con la mano.

—¡Sigue masturbándome! —gruñó.

—¡No! —repuse con obstinación, mientras la bella Emily se abandonaba por completo en brazos del placer con la respiración jadeante y las caderas ansiosas ante el continuo balanceo de la vela.

—¡Ya ha visto bastante, señor mío! ¡Y le ruego que no sea tan grosero! —espeté.

Me separé de la pared en absoluto silencio y, de puntillas, empecé a alejarme de su lado con la intención de que me siguiera. Salimos al pasillo, en el que había varias puertas que daban a otros tantos dormitorios. Nos metimos en uno de ellos. Me tumbé en la cama y le dirigí una agradable sonrisa al verle acercarse a mí con su señoril polla en erección. Como un poseso, se abalanzó sobre mí e intentó levantarme las faldas para poseerme, pero conseguí impedírselo en parte, lo confieso, hincándole las uñas en el reverso de la mano. Se apartó de un salto y me miró desconcertado.

—¡No seas bestia! Desnudémonos y follemos como Dios manda —le dije con severidad, pero con una expresión lasciva en la mirada.

El se apresuró entonces a quitarse la chaqueta, la camisa, los pantalones y todo lo demás. Mientras tanto yo me limité a despojarme del vestido y de las botas de montar. Al final, me habría poseído con verdadera brutalidad, si no me llego a tumbar en el lecho con los muslos muy juntos.

—No seas impaciente, por favor. Estás muy excitado y seguro que te correrías antes de que yo pudiera gozar. ¿Verdad que tenían unos pechos y nalgas exquisitos? Anda, ahora quisiera que fueras muy sincero conmigo y me dijeras si se la has metido alguna vez a Selina.

Me recorrió todo el cuerpo con sus ardientes besos, hasta llegar a mis duros pezones y me hizo sentir su desmesurado miembro entre los muslos. Entre besos y caricias, me confesó que aquello era un secreto celosamente guardado; sí que la había poseído y durante varios años, desde que tuvo edad para aprender a satisfacer sus apetitos.

—¡Excelente! Al menos hemos llegado al quid de la cuestión. Por favor, dime ahora qué quiso decir Selina con lo de iniciar a Emily por su bien.

—Siempre ha deseado hacerlo, pero no se lo he permitido hasta hoy. Mi mayor anhelo es que Emily llegue a gozar plenamente, como ella hace. Por el momento, la pequeña sólo se ha atrevido a juguetear un poco con la verga de George y a observar cómo retozan los demás. Al menos, eso es lo que me ha dicho Selina.

—Y es absolutamente cierto, querido. Yo misma doy fe que Emily es una experimentada masturbadora, si bien es verdad que necesita una buena polla en su chochito. ¿Por qué no entras en su dormitorio cuando Selina haya acabado con la vela? ¿Qué me dices?

—Que no. Cariño, eso sería como cometer un incesto —respondió lord C.

Dijo estas palabras con tanta solemnidad que me conmovió, así que separé las piernas y le permití que se acomodara entre ellas.

Su cuerpo era magnífico y musculoso.

Gemí de placer en el instante en que introdujo su verga en mi vulva.

Entonces, nos entregamos el uno al otro con pasión, sin oír nada más que nuestros jadeos mientras su gruesa y larga herramienta se mecía dentro de mí. Traté de hacer presión con los músculos de mi vulva para sentir mejor los movimientos de su polla. Me estremecí y me corrí de gusto.

Fue un momento de intenso placer. Le rodeé la cintura con las piernas y expelí mis tributos en un interminable chorro. Sus manos me sostenían con firmeza las nalgas, de modo que la parte inferior de mi cuerpo quedó prácticamente suspendida en el aire.

—¡Me encanta cómo follas! ¡Córrete! ¡Córrete dentro de mí! —le alenté.

Pero mis palabras fueron innecesarias, sobre todo después de haber visto la escena en el dormitorio de Emily y de habernos deleitado con los preliminares.

Su libación fue tan repentina y poderosa que me la desparramó sobre la vulva y los muslos. Me sentí arrastrada por tan delicioso pecado. Después, con una sonrisa lasciva, me la introdujo de nuevo durante un segundo para regalarme con las postreras gotas de semen.

—Podemos repetirlo más tarde —sugirió, tumbándose indolente junto a mí.

Me incorporé un poco y lo besé en la nariz.

—Tal vez sí o tal vez no, porque Selina se encontrará ahora mismo muy excitada y dispuesta a que la poseas, igual que Emily. ¿No te parece que ha llegado el momento de dar el siguiente paso en su iniciación?

—No, querida mía, pues por mucho que desee ensartarla, como así es, no puedo hacerlo. Las dos son unas criaturas exquisitas. Es una lástima que no sea mi pupila, como Selina, y ya sabes a qué me refiero.

Le contesté con una negativa, absorta en mis pensamientos. Una verga dura por la noche es más satisfactoria que dos exhaustas durante el día, por muy viriles que fueran sus poseedores, y estoy segura de que Selina compartiría esta opinión.

En realidad, ella era de una naturaleza muy parecida a la de Perla y además las dos teníamos casi la misma edad. Había hecho un buen trabajo con Emily, pues la muchacha se comportó con calma durante el resto de la jornada. Selina me preguntó sin rodeos si había disfrutado con lord C. y si él había visto cómo la azotaba.

—Sí, lo hemos visto todo y también hemos hecho de todo, como puedes suponer —respondí—, Háblame de tus ideas acerca de la iniciación de Emily.

V¿De veras te interesa? —repuso sorprendida y halagada al mismo tiempo—. Es muy sencillo, Arabella. Ella no tardará demasiado en rendirse ante la verga de su hermano, pero todavía se resiste a aceptar esa idea, así que debo asegurarme de que cumpla mis órdenes. Ver á una jovencita rebelarse y forcejear un poco cuando le estás ofreciendo placer produce una sensación muy agradable, incluso excitante, ¿no te parece? Estoy convencida de que tú misma tienes más experiencia de la que pretendes aparentar. No es que trate de imponerme a la pequeña Emily, no. Aquí se trata de una cuestión de obediencia, así de sencillo. Cualquier muchacha que no deseara ser fustigada, se pondría a luchar con todas sus fuerzas. Ella, en cambio, se deja llevar. No se somete a los azotes porque su padre se lo haya ordenado, sino que lo hace porque la quemazón en las nalgas satisface sus placeres eróticos, aunque eso es algo que nunca admitirá. Empecé por propinarle unos cachetes con la palma de la mano, igual que hizo lord C. hace algunos años, y se corría de gusto en mi regazo hasta que me pareció preparada para las correas.

—Es cierto que se pueden alcanzar placeres inusitados de esa forma —aseveré—pero, ¿qué vas a intentar ahora con ella? No me cabe la menor duda de que se ha estado exhibiendo delante de ti mientras meneaba la polla de George, a sabiendas de que la observabas a escondidas.

—Hoy, la hemos cogido de lleno, Arabella; durante el almuerzo campestre. En cuanto a lo demás, convengo contigo en que si ella quiere exhibirse, ha de hacerlo muy bien. Ya lo verás esta tarde.

Selina no quiso comentarme nada más acerca de sus planes y me hizo esperar hasta la hora de la cena, a las ocho de la tarde. Lord C. se quejó de que Emily tardara tanto en bajar al comedor, a lo que Selina respondió que la joven ya había cenado en su habitación y que le había dicho que bajara cuando el café estuviera servido. Su señoría la miró de soslayo con una expresión de duda, pero no dijo nada.

Cuando los criados acabaron de servir la mesa y se hubieron marchado, nos dispusimos a tomar café y licores acomodados en un sofá antes de que Selina se ausentara con el pretexto de ir a buscar a Emily.

—Sentaos en el diván. No estaría de más que os dierais un beso o dos —sonrió.

—¿Qué demonios está diciendo? —me preguntó lord C. atónito, al tiempo que yo, tomándole la palabra a Selina, posé la mano en su entrepierna y le ofrecí los labios.

—Pero..., ¡pueden bajar en cualquier momento! —objetó él, apercibiéndose de mi excitación.

—¡Bésame, tonto, y enséñame esa polla! ¿Acaso no me prometiste que lo repetiríamos? —le susurré, sin dejar de acariciarle la nuca con una mano y el pene con la otra.

Mi ardor venció por fin sus escrúpulos. En efecto, le saqué el miembro, hinchado y duro, y le metí la lengua en la boca en el mismo instante que giraba el pomo de la puerta y Emily y Selina entraban sin hacer ruido.

Al ver la polla erecta de su padre en mi mano y el corsé desabotonado y mostrando los pechos, Emily no pudo reprimir un grito. Su atuendo consistía en unas medias negras, unas botas de media caña y un vaporoso vestido rosa que insinuaba sus magníficas curvas. Sus pequeños senos se balancearon mientras avanzaba hasta el centro de la habitación; los negros rizos de su monte de Venus contrastaban con la palidez de su vientre. Lo había visto todo. El pene de su padre palpitaba en mi mano.

—¡Ay, Dios mío! —gimió Emily, tratando de que las piernas no le temblaran.

—Ha sido una chica mala; la he pillado masturbándose. Es la muchacha más obscena que jamás he conocido, pero ya la he castigado. Date la vuelta, Emily, para que lo vean.

—¡No! —espetó, si bien no le sirvió de nada, porque Selina fue tan tajante que la joven nos dio la espalda de inmediato para mostrarnos las medias lunas de su trasero enrojecidas por la palma de la mano de Selina—. ¡Arabella, haz algo para que mi papá no me vea así!

—¿No te parece encantadora? —repuse, dirigiéndome a lord C. que contemplaba el espectáculo en igualdad de condiciones, ya que él también estaba medio desnudo.

Cuanto más se fijaba en las nalgas de su hija, más se le endurecía la polla. Sin poder resistirlo, Emily se cubrió la cara con las manos, totalmente avergonzada. Entonces, como animada por un impulso repentino, echó a correr hacia una esquina de la sala y se quedó allí de pie, contemplando ensimismada aquel enorme miembro que la atraía y la repelía a un tiempo.

—No te muevas, Emily, o lo vas a pasar peor —anunció Selina, propinándole un sonoro cachete en las nalgas.

Entonces, se acercó a nosotros, un tanto a regañadientes, y se sentó en frente de su padre con la cabeza apoyada sobre el hombro de él.

—En realidad, no es una chica tan mala, sólo un poco libertina —siguió diciendo Selina, empleando esta vez una voz suave para calmarla.

Lord C. no sabía qué decir o hacer, así que Selina se inclinó sobre él y le cogió el pene entre las manos mientras que yo le besaba con cariño en la nariz.

—¡Me quiero morir! —gritó Emily de repente—. ¡Te odio, Selina!

Tras esta exclamación tan brusca arrancó a correr hacia la puerta, pero al llegar ante ella se dio cuenta de que Selina la había cerrado con llave y se la había guardado en un bolsillo, dejándola encerrada.

—Ya lo veis, es una niña muy díscola —observó con un tono de aparente tristeza. De repente, le soltó tal bofetada que la muchacha rodó por el suelo unos centímetros, para quedar con las piernas abiertas—. Emily, vete a la cama. ¡A la cama te digo! —ordenó Selina.

Sacó la llave del bolsillo, ante la mirada de alivio de Emily, y abrió la puerta. La joven salió tan aprisa que cuando nos quisimos dar cuenta, sólo oímos sus pasos subiendo la escalera a toda prisa.

—Bueno, creo que nosotros también deberíamos acostarnos ya, Arabella —dijo Selina de pronto, sorprendiéndome, ya que aún era temprano.

No obstante, capté enseguida sus intenciones. Me volví y le di un suave pellizco a su señoría. Luego me levanté y las dos salimos juntas.

—¡Venid aquí ahora mismo! —nos ordenó él.

—Tal vez prefieras que vuelva Emily, ¿te gustaría? —preguntó Selina y me cogió de la mano para marcharnos, conteniendo la risa como pudo.

Al ver que la expresión atónita de mi rostro aún la divertía más, me percaté de sus verdaderas intenciones. Además, yo la deseaba y eso era algo que ella sabía muy bien.

Ya en su dormitorio, que tenía una cama doble por razones obvias, nos desvestimos a toda prisa y nos metimos entre las sábanas. Empezamos por acariciarnos los pezones con movimientos lentos y suaves.

—Pensabas que íbamos a tener una orgía, ¿verdad? —murmuró—. Pero me temo que Emily se habría sentido demasiado cohibida. Después de todo, hay que respetar la sensibilidad de cada cual.

—Creo que tienes razón, una orgía en tales circunstancias sería algo impensable. Anda, déjame lamerte —añadí.

Le metí la cara entre los muslos mientras ella mecía las caderas y presionaba los labios de su sexo contra mi lengua.

—¡Qué bien lo haces! ¡Quiero más! —gimió.

Me incorporé un poco y con movimientos sensuales y lentos, me dediqué a lamerle todo el cuerpo hasta que, por fin, coloqué el trasero sobre su cara y nos entregamos a un largo y delicioso soixante-neuf.

Así, con este y otros juegos, nos fuimos olvidando de las reticencias de Emily. Sólo cuando retozamos saciadas, después de varias libaciones que nuestros cuerpos recibieron con placer, volvimos a hablar del tema.

—Deberíamos ir a ver si se encuentra bien —murmuré mientras Selina me besaba en las mejillas y me estrechaba entre sus brazos.

—Me pregunto si no somos iguales; tú, yo y Emily —fue su respuesta—, porque las tres gozamos siempre con una polla dura y la lengua de una mujer se parece a ella en muchos aspectos. Pero, sí, vayamos un momento a su cuarto.

Nos pusimos algo de ropa y fuimos en silencio a la habitación de Emily, donde la encontramos echada boca arriba, sin medias y con el camisón tapándola hasta las rodillas.

Parecía dormida, pero al oírnos entrar abrió los ojos, nos miró sorprendida y nos volvió la espalda con un suspiro.

Yo fui la primera en tumbarme a su lado y atraparla entre mis brazos, apretándola con fuerza contra mi cuerpo. La única luz provenía de una lámpara de aceite, por lo que apenas pude ver sus suaves senos, que apretaba dulcemente entre mis manos. Como se hallaba de espaldas a mí, sentí las palpitaciones que estaba experimentando. Deslicé una mano a lo largo de las suaves nalgas, hasta que me encontré con lo que andaba buscando: su húmedo chochito.

—Déjame sentirlo a mí también —dijo Selina dirigiéndome una picara sonrisa.

Yo no dejé de hurgar con los dedos en el sexo de Emily, a pesar de que ella hacía esporádicos esfuerzos para apartarlos de ;iquel orificio.

—¡Marchaos, indecentes! —gimió la joven.

—¡Oh, mira quién habla! Eres la más obscena de las tres y la que mejor partido le ha sacado a todo esto. Una buena zurra es lo que te mereces antes de que te desfloren.

—¡No sé de qué estáis hablando! Marchaos las dos. Te odio, Selina. Te odio, lo sabes muy bien.

—Tonterías. Tú me adoras, del mismo modo que yo te adoro a ti. Anda, dame un beso en la boca y, si quieres, te dejaremos descansar durante toda la noche.

—¡No!

Pero entonces Selina la obligó a volver la cara y yo la sostuve por la nuca. Sujeta de este modo, no pudo resistirse a sus labios, como si se tratara de una jovencita a la que besan por primera vez. Entretanto, yo volví a acariciar sus blancos pechos. Los pezones se estremecieron con mis atenciones, así que se relajó y dejó que Selina la besara con delicadeza.

—¿No te ha gustado acaso? Imagínate por un momento con las piernas bien abiertas y una enorme verga penetrándote y poseyéndote.

—¡No quiero! —la interrumpió—. ¡Qué cosas más lascivas dices! Vete.

Entonces ambas nos miramos y, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo sin necesidad de decirnos nada, nos levantamos.

—Venga, vámonos. Ya está bien por hoy. Dejemos que sueñe con lo que le hemos dicho —le susurré a Selina.

Ella asintió con un gesto y me acompañó hasta la puerta desde donde le dirigió una última mirada a Emily.

Nos quedamos en la oscuridad por un instante, con nuestros vientres rozándose. Nos besamos y cada una acarició el sexo de la otra.

—Me hubiera encantado ver su culito menearse contra mi chocho —murmuré en voz baja.

En ocasiones así, la pasión de la oscuridad siempre termina por apoderarse de mí.

—Ya tendrás ocasión de verlo, cariño, porque lo volveremos a repetir mañana. Eres la muchacha más sensual que he conocido nunca. ¡Cuántos placeres nos aguardan a las dos!