Voy a probarle en seguida a la Puta, de aperitivo, que Lucas no escribió los Hechos de los Apóstoles según me lo dice por boca de sus lacayos del Opus Dei de la Universidad de Navarra. Hay una frase de Juan Bautista que citan con ligeras variantes los Hechos de los Apóstoles y los cuatro evangelios. Si el evangelista Lucas fuera también el autor de los Hechos de los Apóstoles, la frase en cuestión tendría que ser exactamente igual en este libro y en su evangelio. Pero no hay tal. Lucas coincide con los tres restantes evangelistas (pese a que uno de ellos, Juan, proviene de una tradición muy distinta a la suya) mucho más que con los Hechos. En las cinco citas que siguen pongo en griego entre paréntesis los sustantivos y verbos, que son las palabras que tienen peso semántico y que cuentan para efectos de una comparación.
Dicen los Hechos (13:25): «Cuando Juan (Bautista) estaba por terminar su carrera decía: ‘¿Quién pensáis que soy? No soy el que creéis, mirad que detrás de mí viene (ερχεται) uno al que no soy digno (αξιος) de desatarle (λυσαι) las sandalias (υποδηα) de los pies (των ποδων)’». Y dice Lucas (3:16): «Juan respondió diciéndoles a todos: ‘Yo os bautizo (βαπτιζο) con agua (υδατί). Pero viene (ερχεται) el que es más fuerte (ισχυροτερος) que yo, a quien no soy digno (ικανος) de desatarle (λυσαι) la correa (υμαντα) de sus sandalias (υποδηατων); él os bautizará (βαπτισει) en el Espíritu Santo (πνευματι αγιω) y en el fuego (πυρι)’».
Obsérvese la diferencia tan grande entre estas dos versiones de las palabras textuales de Juan Bautista. Coinciden en el verbo venir (ερχεται), en el verbo desatar (λυσαι) y en el sustantivo sandalias (υποδηα). Y en nada más. No coinciden en la palabra griega que expresa el adjetivo digno, que en los Hechos es αξιος y que en Lucas es ικανος. Además a Lucas le falta la palabra pies, y a los Hechos les faltan las palabras correa y el comparativo de superioridad más fuerte. Pero sobre todo, a los Hechos les falta la contraposición esencial de que Juan bautiza con agua siendo así que el que viene bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. En cambio compárese a Lucas con las versiones de los otros dos evangelistas sinópticos y se verá cuántas son las coincidencias entre los tres.
Dice Marcos (1:7,8): «Y predicaba diciendo: ‘Después de mí viene (ερχεται) el que es más poderoso (ισχυροτερος) que yo, ante quien no soy digno (ικανος) de inclinarme (κυψας) para desatar (λυσαι) la correa (ιμαντα) de sus sandalias (υποδηατων). Yo os bautizo (εβαπτισα) con agua (υδατί) pero él os bautizará (βαπτισει) en el Espíritu Santo (πνευματι αγιω)’». Y dice Mateo (3:11): «Yo bautizo (βαπτιζο) con agua (υδατί) para la conversión, pero el que viene (ερχομενος) después de mí es más poderoso (ισχυροτερος) que yo, que no soy digno (ικανος) ni de llevar sus sandalias (υποδηατα). Él os bautizará (βαπτισει) en el Espíritu Santo (πνευματι αγιω) y en el fuego (πυρι)».
Las coincidencias de los tres evangelios sinópticos entre sí respecto a las palabras de Juan Bautista y sus diferencias en conjunto con la versión de los Hechos de los Apóstoles son innegables. Que las versiones de los tres evangelios sinópticos coincidan es explicable porque Mateo y Lucas proceden de Marcos. En cuanto al Evangelio de Juan, que proviene de otra tradición, coincide con los sinópticos en hablar del bautizo, que tratándose de Juan Bautista es el punto esencial; pero por otro lado coincide con los Hechos en usar el mismo adjetivo griego αξιος para expresar la palabra digno y no el ικανος que usan los tres sinópticos. He aquí la versión de Juan el evangelista: «Juan (Bautista) les respondió: ‘Yo bautizo (βαπτιζο) con agua (υδατι), pero en medio de vosotros está uno que no conocéis. El es el que viene (ερχμενος) después de mí y al que no soy digno (αξιος) de desatar (λυσω) la correa (ιμαντα) de las sandalias (υποδηματορ)’».
En ninguno de los manuscritos más antiguos aparecen los Hechos de los Apóstoles unidos al Evangelio de Lucas. No tenían por qué estarlo pues son dos engendros distintos debidos a distintos autores anónimos. Ya lo mejor no a dos sino a muchos. Eso sí, escritos ambos en la segunda mitad del siglo II. Después, en algún momento del siglo III, otro falsario anónimo los juntó agregándoles dos especies de prólogos de cuatro versículos al Evangelio y cinco a los Hechos. En esos prologuitos el autor anónimo, hablando en primera persona, le destina el Evangelio a un «distinguido Teófilo» y los Hechos a un «querido Teófilo». ¿El distinguido y el querido serán un solo Teófilo? ¿O dos Teófilos? La Puta dice que uno solo. Yo digo que no sabemos. Y esa primera persona singular de los prologuitos, sin decir agua va, de inmediato en ambas obras se trueca en una tercera persona omnisciente, en otro Balzac de esos que saben qué le dijo el Diablo a Cristo en la soledad del desierto. Y así por todo el Evangelio, pero no por todos los Hechos pues en el capítulo 16, versículo 11, y de nuevo sin decir agua va, el Balzac de tercera persona se convierte, como por la magia de Aladino, en un narrador de primera persona plural: «Haciéndonos al mar fuimos desde Tróade directamente a Samotracia». Y en adelante Balzac y Aladino van alternando. Debo decir que estas primeras personas, en singular o en plural, me tranquilizan. Lástima que esos narradores que se llaman «yo» y «nosotros» no tengan nombre. ¡Qué! ¿Todavía no existía el bautizo? Me habría gustado mucho que Lucas hubiera empezado su Evangelio y los Hechos así: «Yo, Lucas, que nunca miento, parado en mis dos patas sobre la Tierra plana en torno a la cual gira el Sol, le dedico este opúsculo o librito a Teófilo, mi amor, para que se empape de ciencia oculta». Así ya la cosa cambia y me da certeza. Que es lo único que pido: certeza, certeza, certeza para creer en mi Redentor.
Teófilo quiere decir «amado por Dios» y en los primeros siglos del cristianismo de éstos hubo muchos. La Puta se hace la que no sabe cuál de todos fue el Teófilo de Lucas, pero yo sí sé: el sexto obispo de Antioquía, que escribió un tratado Contra Marción y tres libros Ad Autolycum que condenen la cronología del mundo hasta la muerte de Marco Aurelio en el 180, y que fue el primero en usar la palabra Trinidad para la unión de las tres personas divinas en Dios, y en distinguir entre la Palabra interna o inmanente en Dios y la Palabra emitida o proferida por Dios. ¡Qué menos para un personaje así que dedicarle dos opusculitos! Pero claro, hay que aceptar primero que éstos fueron escritos un siglo después de la destrucción del templo de Jerusalén y no unos años antes de ésta como pretende la Puta que prefiere que el Teófilo de las dedicatorias sea un simple hijo de vecino y no semejante obispo. Para mí no hay problema en que el Teófilo de Lucas sea el obispo de Antioquía porque estoy convencido de que los cuatro evangelios y los Hechos de los Apóstoles fueron escritos por el año 180, que es cuando se mencionan por primera vez juntos. Los menciona juntos Ireneo de Lyon (cl30-c202) en su tratado Adversus haereses (3.11.8), donde afirma, con la autoridad de todo un Padre de la Iglesia: «Los Evangelios no pueden ser más ni menos en número de los que son pues hay cuatro zonas del mundo en que vivimos y cuatro vientos principales; y habiéndose propagado la Iglesia por toda la tierra, siendo su fundamento el evangelio y teniendo el Espíritu de la vida cuatro pilares (cuatro en forma pero sostenidos por un solo Espíritu) y los querubines cuatro caras y siendo cuadriformes las criaturas vivas, así el evangelio y la actividad del Señor son cuádruples y son cuatro las alianzas generales pactadas con El: una por el arco iris cuando el diluvio de Noé, la segunda por el signo de la circuncisión cuando Abraham, la tercera cuando el otorgamiento de la Ley a Moisés, y la cuarta el Evangelio a través de nuestro Señor Jesucristo». Teófilo de Antioquía daba como razón el hecho de que Lázaro estuvo muerto sólo cuatro días. San Cipriano por su parte aducía que eran cuatro los ríos que regaban el paraíso. A todo lo cual, y como si fuera poco, en su prólogo al Evangelio de Marcos San Jerónimo agregó los animales de cuatro patas y los cuatro aros de las varas con que se cargaba el Arca de la Alianza. ¡Cómo no iba a desechar después el Tercer Concilio de Cartago los evangelios apócrifos mediando semejantes razones! Y con ellos de paso los muchos hechos y apocalipsis de su misma baja estofa.
He aquí la lista de esos textos apócrifos que hacia el año 200 competían con los canónicos en estupideces y en sabiduría esotérica: el Evangelio de Pedro, el Evangelio de Matías, el Evangelio de Nicodemo, el Evangelio de Taciano, el Evangelio de Ammonio, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Valentino, el Evangelio de María, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de los Hebreos, el Evangelio de los Ebionitas, el Evangelio de los Egipcios, el Evangelio apócrifo de Juan, el Evangelio apócrifo de Jacobo, el Protoevangelio de Jacobo, el Evangelio del papiro Egerton 2, el Evangelio de la Infancia de Tomás, el Evangelio de la Verdad, la Epistula Apostolorum, la Sabiduría de Jesucristo, el Tratado de la Resurrección, el Descenso de Cristo a los Infiernos, la Pistis Sophia, la Epistula Iacobi, el Diálogo del Salvador, el Tratado Tripartito, los Hechos de Pedro, los Hechos de Tomás, los Hechos de Andrés, los Hechos de Juan, los Hechos de Pablo, los Hechos de Tadeo, los Hechos de Pilatos, los Hechos de los Doce Apóstoles, los Hechos de Pedro y Pablo, los Hechos de Pablo y Tecla, el Martirio de San Pedro, el Apocalipsis de Pedro, el Apocalipsis de Pablo, el Primer Apocalipsis de Jacobo, el Segundo Apocalipsis de Jacobo, el Apocalipsis de Adán… El Protoevangelio de Jacobo por ejemplo nos informa que los padres de la Virgen María fueron Joaquín y Ana, que aquélla se casó con José cuando éste ya era un hombre viejo y con hijos, y que una partera que estaba presente en el nacimiento de Jesús dio testimonio de su virginitas in partu. Y el Evangelio de Pedro, coincidiendo con el anterior, nos dice que los llamados hermanos de Jesús eran hijos de José con una primera esposa anterior a María. Por el Evangelio de Nicodemo (10.7) nos enteramos de que el buen ladrón se llamaba Dimas y el mal ladrón se llamaba Gestas. El Martirio de San Pedro cuenta cómo crucificaron a éste con la cabeza hacia abajo por su propio pedido. A los Hechos de Poncio Pilatos se refiere Justino Mártir en su primera Apología (35), donde después de mencionar la pasión y crucifixión de Jesús escribe: «Y que todo esto ocurrió lo pueden comprobar en los Hechos de Poncio Pilatos». Y Tertuliano se refiere en dos ocasiones a un informe que le hace Pilatos al emperador Tiberio hablándole de la injusta sentencia de muerte que él había emitido contra una persona inocente y divina, tras lo cual el emperador propone que se considere a Cristo entre los dioses de Roma, pero el Senado se rehúsa a complacerlo (Apologeticum 5). Los Hechos de Pedro y Pablo cuentan el martirio de estos apóstoles en Roma. Los Hechos de Juan mencionan la estadía de Juan en Éfeso. Los Hechos de Pablo (capítulo 3) nos describen al decimotercer apóstol: «Y vio venir a Pablo, un hombre de poca estatura, calvo, patizambo, fuerte, cejijunto y de nariz algo ganchuda, lleno de encanto; a veces parecía un hombre, a veces un ángel».
Los Hechos de Tadeo traen la correspondencia entre Jesús y el rey Abgarus de Edesa, un par de documentos invaluables que el historiador Eusebio nos transcribe en su Historia eclesiástica (1,13) tras informarnos que se los encontró en los archivos de Edesa y que los tradujo del siriaco al griego «palabra por palabra». La carta de Abgarus empieza diciendo: «Abgarus Uchama, el toparca, a Jesús que se ha aparecido como nuestro gracioso salvador en la región de Jerusalén, saludos». Y he aquí la respuesta de Jesús, enviada con el mensajero Ananías: «¡Feliz tú que crees en mí sin haberme visto! Porque está escrito que los que me han visto no creerán en mí, y que los que no me han visto creerán y vivirán. En cuanto a tu pedido de que te visite, primero tengo que acabar aquí abajo todo lo que me encomendaron, tras lo cual debo subir de inmediato al que me envió. Cuando haya subido te enviaré uno de mis discípulos para que te cure de tu enfermedad y te dé vida a ti y a quienes están contigo». ¡Y después dicen que Jesús no existió y que el obispo historiador Eusebio falsificó el Testimonium flavianum!
Empezando con Albert Schweitzer y siguiendo con Rudolf Bultmann, W.D. Davies, Ernst Kásemann, E.P. Sanders y otras eminencias, se ha venido acumulando durante el siglo XX una vasta literatura sobre Pablo que ha terminado por sostener que Cristo fue un invento suyo. Pero yo pregunto: ¿y a Pablo quién lo inventó? Lo que sostengo es que Pablo inventó uno de los muchos Cristos que hubo en un comienzo, aunque no tenemos forma de decidir si el suyo fue el primero, sacándolo en su mayor parte de los mitos de Asia Menor, y que a Pablo lo inventó Marción, quien antes que nadie reunió en su Apostolikon diez de las catorce epístolas a él atribuidas en el Nuevo Testamento, a saber: Gálatas, Corintios 1 y 2, Efesios, Colosenses, Filipenses, Tesalonicenses 1, Tesalonicenses 2, Filemón y Romanos. Las siete primeras figuran en la copia más antigua de las epístolas de Pablo que se ha conservado, el papiro p46, también conocido como el Códice Chester Beatty, que trae asimismo la Epístola a los Hebreos y que ha sido fechado hacia el año 200. De las ciento cuatro hojas originales de este papiro sólo han quedado ochenta y seis, por lo que bien pudiera haber estado Tesalonicenses 2 en las hojas perdidas.
Antes de Marción hay ecos (no citas) de las epístolas de Pablo en los tres primeros Padres Apostólicos: Ignacio de Antioquía, Clemente de Roma y Policarpo de Esmima, pero no en los dos siguientes, Papías y Justino. Puesto que no se trata de citas explícitas, podemos pensar que las coincidencias de los tres primeros Padres Apostólicos con Pablo se deban a que los cuatro están tomando ideas de un fondo común. De suerte que el ente Pablo, entendido como un conjunto de epístolas reunidas bajo ese nombre, sólo empieza a circular por el mundo con Marción. Así como nadie ha escrito «Yo conocí a Cristo», tampoco nadie ha escrito «Yo conocí a Pablo». A Marción en cambio sí lo conoció alguien. Ireneo cuenta en su Adversus haereses (3.3.4.) que Policarpo se encontró a Marción en una ocasión y que a la pregunta de éste «¿No me reconoces?» el santo obispo de Esmirna le contestó: «¡Claro que te reconozco! Eres el primogénito de Satanás». Marción, que era dueño de un barco y rico y no un limosnero de alma como la Puta (que dicho sea de paso inició su manía de excomulgar con él en el año 144), se anticipó en casi dos siglos y medio al Tercer Concilio de Cartago y estableció por primera vez un Nuevo Testamento, escrito en griego y que constaba de tres partes: el Apostolikon, un Evangelio y una Antítesis. El Apostolikon estaba constituido por las diez epístolas de Pablo arriba mencionadas, que nos han quedado. El Evangelio, que no ha quedado, era según Tertuliano el de Lucas expurgado de cuanto éste tiene que ver con el Antiguo Testamento, pero nada nos impide pensar que hubiera sido al revés: que Lucas se apropió del Evangelio de Marción y lo amplió judaizándolo. Y la Antítesis era un texto de repudio al Antiguo Testamento y al rabioso y feo dios de los judíos, el genocida Yavé.
Aunque el Evangelio de Marción no ha quedado, lo podemos reconstruir gracias al cuarto de los cinco libros del farragoso tratado Adversus Marcionem que escribió en latín Tertuliano (cl60-c220) contra él tratando de refutarlo. En este cuarto libro Tertuliano va comparando pasaje por pasaje el Evangelio de Lucas con el Evangelio de Marción, pretendiendo que éste es una corrupción de aquél. Pero Tertuliano, que fue el primero de los Padres de la Iglesia latinos, escribe más de medio siglo después de Marción, y resulta que es justamente en este lapso de tiempo cuando aparecieron Lucas y demás evangelistas canónicos. Marción bien pudo ser el primero y Lucas vino después. Si así fuera, habría que reconsiderar entonces desde el comienzo el problema de los evangelios sinópticos que en vez de tres serían cuatro: Mateo, Marcos, Lucas y Marción.
En fin, lo que haya sido, de las catorce epístolas que el Tercer Concilio de Cartago le atribuyó a Pablo e incorporó en el Nuevo Testamento diez eran las del Apostolikon del hereje excomulgado Marción. Sin él acaso se hubieran perdido estos escritos sagrados, inspirados por Dios, y así de los tres Cristos que hoy explota la Puta habiéndose esfumado el de Pablo sólo le quedarían dos: el de los evangelios sinópticos y el del Evangelio de Juan. Ahora bien, la autenticidad de las epístolas paulinas se ha ido poniendo en entredicho en los últimos siglos y si de las catorce hoy quedan ocho que los eruditos consideren genuinas son muchas, y eso quitándoles aquí y allá las interpolaciones fraudulentas y las glosas inocentes puestas al margen que, al igual que se cree que ha ocurrido en todos los escritos bíblicos, acabaron por incorporarse al texto como si siempre hubieran sido parte suya. Ya en la primera mitad del siglo III Orígenes había puesto en duda la autenticidad de la Epístola a los Hebreos, pese a lo cual fue incluida en el canon. Pero lo más grave es que de las seis epístolas de Pablo hoy consideradas pseudoepigráficas o espurias dos vienen del Apostolikon de Marción: Efesios y Colosenses. ¿No se las habrá atribuido Marción equivocadamente a Pablo? ¿O no las habrá inventado, junto con las demás de su Apostolikon? Tratándose de la patraña de Cristo, para mí herejes y ortodoxos todos son unos. Si los tres evangelios sinópticos proceden del de Marción, eso no significa que éste, por más desjudaizado que esté, no sea tan falso como los otros. Son falsos los cuatro. Y falso el de Juan y falsos todos los apócrifos. Todo lo de Cristo es falso. Cristo no existió. Es puro cuento.
¿Y Pablo? ¿Pablo sí existió? A lo mejor sí existió un Pablo de nariz ganchuda que escribió una epístola, y a quien el naviero hereje Marción después le atribuyó otras nueve, tomadas de aquí y de allá, o bien dictadas en la alta noche por su musa. Total, además de reprimido sexual y malo. Pablo es una entelequia bellaca y absurda. En Romanos 3:28 dice: «Afirmamos por lo tanto que el hombre se justifica (δικαιουσθαι) por la fe (πιστει) con independencia (χωρις) las obras que manda la ley (εργων νομου)», con lo cual está de acuerdo Lutero, para quien basta la fe; y en 1 Corintios 3:8 dice: «cada uno recibirá (λημψεται) su recompensa (μισθον) según su trabajo (κοπν)», con lo cual no está de acuerdo Lutero, para quien salen sobrando las obras. En Gálatas 3:28 dice: «Ya no hay diferencia entre judío y griego, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer, ya que todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús». Con lo cual miente este misógino esclavista y en prueba las citas que siguen. En 1 Timoteo 2:11 dice: «La mujer, que aprenda con sosiego y con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que suplante la autoridad del varón porque Adán fue formado primero y Eva después. Además, Adán no fue engañado pero la mujer, al dejarse engañar, incurrió en pecado». Esto es misoginia de pura cepa. Y en 1 Timoteo 6:1, 2 dice: «Los que están bajo el yugo de la servidumbre consideren a sus amos como dignos de todo honor. Los siervos de amos creyentes no han de tener a éstos en menos por ser hermanos sino al contrario, han de servirles con más empeño puesto que son creyentes y amados los que reciben sus servicios». Y en Tito 2:9: «Los siervos, que sean sumisos a sus amos en todo procurando ser complacientes sin replicarles; que no los engañen sino que den muestras de la más completa fidelidad en todo para que hagan honor a la doctrina de Dios nuestro Salvador». Y en 1 Corintios 7:21: «¿Fuiste llamado siendo siervo? No te preocupes; y aunque puedas hacerte libre aprovecha más bien tu condición». Lo cual es la más descarada aprobación de la esclavitud, el cristianismo puesto al servicio de los amos y los poderosos, que es como ha funcionado siempre la Puta hasta que, viendo que era imparable el triunfo de los movimientos igualitarios y libertarios que siguieron a la revolución francesa, se cambió de bando. Ahora desempolva viejas encíclicas en que condenaba la esclavitud y amenazaba a los negreros con la excomunión. Pues se quedaron sus buenas intenciones en palabras. Ni a uno solo excomulgó esta ramera.
Así, por ejemplo, la bula Sicut dudum de Eugenio IV del año 1435 que dice: «Incurrirán en esta sentencia de excomunión los que capturen o vendan o sometan a la esclavitud (servituti subicere) a los residentes de las Islas Canarias bautizados (eosdem canarios baptizalos) o a los que están buscando libremente el bautismo (aut ad baptismum voluntario venientes)». Juro por Dios que me ve y me oye que ni uno solo de los canarios bautizados se hizo bautizar por su gusto y que ninguno estaba buscando libremente el bautizo y que Eugenio IV no excomulgó ni a uno solo de los esclavistas. Mahler sí se hizo bautizar voluntariamente pero para que le dieran la dirección de la Opera de Viena. Y qué bueno porque ¡qué gran músico! A mí Mahler me ha dado mil satisfacciones. Cristo ni una.
De este Eugenio IV (de soltera Gabriele Condulmaro) ya dijimos que era sobrino de papa y tío de papa y citamos su bula antijudía Dudum ad nostram audientiam. Se nos pasó decir que cuando el emperador bizantino Juan Paleólogo, forzado por una inminente invasión turca hubo de aceptar la unión de las Iglesias latina y griega (que duró lo que un matrimonio de maricas en un dark room de baño turco), nuestro Eugenio lo obligó a reconocer: la primacía papal, la existencia del purgatorio, la legitimidad del uso de pan ázimo en la eucaristía y la legitimidad del uso del Filioque en el credo. ¡Cuánta píldora amarga le hicieron tragar al pobre Paleólogo!
Los españoles habían conquistado las Islas Canarias en 1404. Cuando se encaminaba el siglo a su final, el 11 de agosto de 1492 Alejandro VI subió al trono y América fue descubierta dos meses después. Entonces este Santo Padre que tanto quiso a sus hijos promulgó la bula Inter cadera por la que, puesto que eran las intenciones de los Reyes Católicos de España Fernando e Isabel «llevar la fe a esas tierras, islas y gentes, el papa, como Vicario de Cristo, les da dominio sobre todas las tierras que haya trescientas millas al oeste de las Azores, confiado en que ellos cumplirán su palabra de enviar hombres buenos y sabios a conducir a esos pueblos a la fe». Como se quejaran los portugueses, entonces Alejandro VI modificó la bula con el Tratado de Tordesillas y le dio lo que hoy es Brasil al rey Manuel de Portugal pero, según le expresaba poco después en la carta papal Ineffabilis et Summi Patris, «siempre y cuando algunas ciudades, campos, tierras, lugares o dominios de la gente sin fe hayan querido someterse a Vos, pagaros tributo y reconoceros como su soberano» (si forsan contingeret aliquas civitates, castra, terras et loca seu Dominio Infidelium ditioni tua subjici, seu tributum solvere, et te in eroum Dominum cognoscere velle). ¡Qué papa tan justo! Si los indios no quisieran someterse ni pagar tributo ni reconocer al rey Manuel como su soberano, entonces el Santo Padre no le estaba dando dominio sobre ellos. En Brasil hubo esclavitud hasta 1888.
Armados de mosquetes y bendecidos por los frailes, los generosos conquistadores españoles y portugueses, que sólo buscaban propagar la fe de Cristo y nada de oro pues despreciaban el vil metal, sojuzgaron y expoliaron a los pueblos indígenas del Nuevo Mundo, destruyeron sus civilizaciones y con las piedras de sus pirámides levantaron iglesias y palacios. Entonces un fraile dominico, fray Bartolomé de las Casas, alzó su voz para condenar el genocidio, y como siempre sucede con estos Cristolocos o Nazarines que brotan por arte de magia de la tierra como en las novelas de Benito Pérez Galdós, a los males que había se vinieron a sumar males mayores. Se desató entonces en África la caza de negros para traerlos de esclavos a América y reemplazar a los indios. A América le habían seguido las Filipinas, así llamadas en honor a Felipe II, «el más católico de los reyes», y conquistadas a partir de 1521 por España, la criada mayor y la esbirra más fervorosa de la Puta de Babilonia. También allá se instalaron a salvar almas. ¡Qué empeño el de la Puta de querer salvar! Yo no quiero que me salven de nada, me quiero morir en paz en la impenitencia final, lo más lejos posible de la Puta y sus desgracias.
En 1639 Urbano VIII, el bondadoso Maffeo Barberini que tanto favorecía a sus parientes y que casi quema a Galileo por insumiso, promulgó la bula antiesclavista Commissum Nobis, dirigida a su amado hijo el recolector general de deudas de la Cámara Apostólica de Portugal, y que empieza: «Confiado a Nos el más alto cargo apostólico por el Señor, se nos manda que la salvación de todos no nos sea ajena, y no sólo la de los creyentes cristianos sino también la de los que todavía están por fuera del seno de la Iglesia en la oscuridad de la superstición nativa» (Commissum Nobis a Domino Supremi Apostolatus officii ministerium postulat ut nullius hominis salutem a cura nostra alienam ducentes, non solum in Cristifideles, sed etiam in eos qui adhuc in ethnicae superstitionis tenebris ex gremio Ecciesiae versantur). Y pasa a prohibir que los indios de Paraguay, Brasil y el Río de la Plata sean reducidos a la esclavitud, vendidos, comprados, permutados, regalados, separados de sus mujeres e hijos, despojados de sus cosas y bienes, llevados a otros lugares, privados de la libertad y mantenidos en servidumbre, so pena de excomunión latae sententiae. ¿A cuántos excomulgó Barberini latae sententiae por esclavistas y encomenderos? Que me lo diga la Puta.
A las hipócritas bulas antiesclavistas se les vinieron a sumar las solapadas instrucciones (instructii) de la Congregación del Santo Oficio, con que a partir de mediados del siglo XVI se empezó a expresar el Magisterio de la Puta frente al nuevo fenómeno de la caza y el tráfico de negros (nigros) y nativos (sylvestres) del continente africano. Digo nuevo pero para los cristianos que por esas fechas entraban en el negocio, no para los negreros mahometanos que desde el siglo XI se dedicaban al infame comercio, como devotos seguidores que son del monstruo Mahoma que fundó un imperio basado en la esclavización de pueblos. He aquí unas palabras muy dicientes de la Instrucción número 1293 de la Sacra Congregación del Santo Oficio, fechada el 20 de junio de 1866, en pleno pontificado del papa infalible Pío IX, y escrita en respuesta a una serie de preguntas del reverendo padre William Massaia, Vicario Apostólico ante la tribu de Galla, en Etiopía: «Aunque los pontífices romanos no han dejado nada sin tratar respecto a que la esclavitud sea abolida por doquiera entre las naciones, y aunque gracias a ellos ya no hay esclavos en varios pueblos cristianos desde hace varios siglos (apluribus saeculis nulli apud plurimas christianorum gentes servi habeantur), sin embargo la esclavitud misma, considerada en sí y en términos absolutos, en modo alguno repugna a la ley natural y divina (tamen servitus ipsa perse et absoluto considerata iuri naturali et divino minime repugnant), y puede haber muchas justificaciones para la esclavitud como se puede ver consultando los teólogos e intérpretes aprobados del canon sagrado (pluresque adesse possunt iusti servitutis tituli quos videre est apud probatos theologos sacrorumque cononum interpretes). Porque el dominio que tiene un amo respecto a un esclavo no se debe entender más que como el perpetuo derecho de disponer aquél, para su provecho, del trabajo del siervo, siendo legítimo que una persona le ofrezca dicho dominio a otra (Dominium enim illud, quod domino in servum competit non aliud esse intelligitur quam ius perpetuum de servi operis in proprium commodum disponendi, quas quidem homini ab homine praestari fas est). De esto se sigue que no repugna a la ley natural y divina que un esclavo sea vendido, comprado, cambiado o regalado, en tanto esta venta o compra o cambio o regalo se observen las condiciones que aquellos autores aprobados ampliamente siguen y explican (Inde autem consequitur iuri naturali et divino non repugnare quod servus vendatur, ematur, commutetur, donetur, modo in hac venditione, emptione, commutatione, donatione, debitae conditiones accurate serventur quas itidem probati auctores late perse quuntur et explicant)». Y esta joya, que viene casi al final: «No es fácil contestar las preguntas 17 y 18. Usualmente los esclavos que han sido reducidos a la esclavitud injustamente tienen derecho a huir; pero no los esclavos que estén bajo una esclavitud justa (servi qui iustam subeant servitutem), salvo que el amo los quiera inducir a algún pecado o sean tratados inhumanamente». ¡Ah Puta malnacida y rezandera, hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia! Estás más que pasada de que te tiren una bomba atómica.
Por lo demás ese repudio hipócrita de la esclavitud por parte de la Puta salía sobrando. ¿Cuándo dijo Cristo una sola palabra para condenarla? Y sin embargo sus estúpidas parábolas están llenas de amos y esclavos. «Llamó a diez esclavos suyos (δεκα δουλους εαυτου), les dio diez minas y les dijo», etc. (Lucas 19:13). «Los esclavos del amo (δουλοι του ικοδεσποτου) vinieron a decirle: ‘Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?’» (Mateo 13:27). Y que no se me diga que estamos hablando de criados; esclavo en griego es δουλος y criado es οικετης, como en Lucas 16:13: «Ningún criado (οικετης) puede servir a dos señores».
Cristo no condenó la esclavitud como tampoco condenó la poligamia (o más exactamente la «poliginia», que es la condición de un hombre con muchas esposas): «Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes (δεκαπαρθενοις) que tomando sus lámparas salieron a recibir al novio» (νυμφιου) (Mateo 25:1). ¡Cómo! ¿Un hombre con diez esposas vírgenes? Eso no es cristianismo, es vulgar mahometismo. Mahoma era un putañero, Cristo no, era loco. Cinco de esas diez vírgenes son prudentes, las otras cinco son necias. Las prudentes acaban acostándose con el novio («entraron con él a la fiesta de las bodas y se cerró la puerta»). ¡Ese dizque es el Reino de los Cielos!
Y el que no tuvo nunca una palabra de reproche ante la esclavitud jamás la tuvo tampoco de amor para los animales. Ni los vio. «Estaba próxima la pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados ante sus mesas; y haciendo un látigo de cuerdas los echó a todos del templo junto con las ovejas y los bueyes, volcó las mesas de los cambistas regando las monedas por el suelo, y a los que vendían palomas les dijo: ‘Sacad de aquí esto, no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado’» (Juan 2:13-16). No le indigna que estén vendiendo a unos pobres animales para que los sacrifiquen en seguida adentro los sacerdotes esbirros de Yavé, en el infame templo judío que desde siempre fue no un inocente mercado sino un lugar de sangre, un matadero. No, eso no le preocupaba. De aquí que este loco, como Castro y como Lenin, fuera de los que insultaban con nombres de animales: «¡Raza de víboras! (γεννηματα εχιδνων) ¿Cómo podéis decir cosas buenas siendo malos?» (Mateo 12:34). «¡Serpientes, raza de víboras! (οφεις γεννηματα εχιδνων). ¿Cómo podréis escapar de la condenación del infierno?» (Mateo 23:33). «En ese momento vinieron unos fariseos a avisarle: ‘Vete porque Herodes te quiere matar’. Y él les contestó: ‘Id a decirle a ese zorro (αλωπεκι) que yo expulso demonios y hago curaciones hoy y mañana, y al tercer día acabo’» (Lucas 13: 31, 32). ¡El Hijo de Dios llamando a los demás «serpientes» y «zorros»! ¡Qué indignidad! Y en la región de los gadarenos a los demonios que expulsa de unos endemoniados los hace entrar en una piara de cerdos que va a despeñarse en el mar (Mateo 8: 28-34). ¡Qué insensibilidad ante su otro prójimo que nunca vio, los pobres animales! «No deis las cosas santas a los perros ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y volviéndose os despedacen» (Mateo 7:6). «Ya hice matar mis terneros y reses cebadas y todo está a punto para el banquete» (Mateo 22:4). «Y le dijo a la mujer: ‘Deja que coman primero tus hijos porque no está bien tomar su pan para echárselo a los perros’. Y ella le respondió: ‘También los perros comen debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos’» (Marcos 7: 27, 28). ¡Qué lección la que le da esa mujer al maestro de los maestros, al paradigma de lo humano! «¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!» (Lucas 12:24). «Traed el ternero cebado y matadlo, vamos a celebrar con un banquete» (Lucas 15: 23). ¡Pobres animales! Ni una palabra de compasión para ellos. A Cristo-loco no le dio el alma para compadecerlos. ¡Y pretenden que este alcahueta de carnívoros sea el paradigma de lo humano! Buscaba la travestida Wojtyla antes de morirse que se incluyera la expresión «civilización cristiana» en la constitución europea. ¡Cómo va a ser civilización esa barbarie bimilenaria!
Y si no quería que los mercaderes se ganaran la vida comerciando, ¿por qué no le pidió a su Padre que los hiciera ricos? ¿No era acaso el Todopoderoso? ¿Y para qué necesitaba su Padre de sacrificios de animales? ¿Y quién exactamente era su Padre? ¿Era acaso Yavé el rabioso de quien una y otra vez repite el Levítico que se apaciguaba con el olor a carne asada? Pero por más que busco en la Biblia hebrea, Yavé no tiene ningún hijo. Traicionando el texto hebreo, donde éste dice Jehová o Yavé o Elohim la Septuaginta traduce «el Señor» (κυριος). ¡Cuál Señor! Señores hay muchos, Dios es uno solo. ¡Y qué es esa necedad de que el Yavé de la Biblia hebrea tenga que mandar a su Hijo en el Nuevo Testamento! ¿Y qué necesidad hay de que después este Hijo, ya muerto y resucitado, les anuncie a sus discípulos que, puesto que ya se va definitivamente y no vuelve hasta el fin del mundo, entonces mientras tanto les va a mandar al Paráclito o Espíritu Santo? «Cuando venga el Paráclito que os enviaré de parte del Padre, y que es el Espíritu de la verdad porque procede del Padre, Él dará testimonio de mí» (Juan 15:26). «Os conviene que me vaya pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio si me voy os lo enviaré» (Juan 16:7). ¡Qué es esta mandadera de gente! Si el Padre hizo mal el mundo, que lo arregle Él solo sin tener que andar recurriendo a esas otras dos inútiles personas. En Juan 8:59 leemos: «Entonces (los judíos) tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús huyó del templo (εξηλθεν) y se escondió (εκρυβη)». ¡Cómo nos va a salvar un Hijo tan cobarde! ¡Con razón se dejó crucificar! ¡Con razón lo insultaba todo el mundo cuando lo colgaron de dos maderos en el Gólgota! «Los que pasaban lo injuriaban diciéndole: ‘Sálvate a ti mismo si eres el Hijo de Dios, bájate de esa cruz’. También los príncipes de los sacerdotes se burlaban a una con los escribas y los ancianos. Y hasta los ladrones que habían crucificado con él lo insultaban» (Mateo 27:39-44). Y lo mismo cuentan Marcos en 15:29-32 y Lucas en 23:35-43. Pero Lucas con una diferencia respecto a los otros dos: que aunque uno de los ladrones se burlaba de Jesús, el otro creía en él y le decía: «Acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Y Jesús le respondió: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Entonces en qué quedamos: ¿se burlaban de Jesús los dos ladrones como dicen Mateo y Marcos, o sólo uno como dice Lucas? ¡Carajo! ¿Es que el Padre no era capaz de dictarles una versión coherente a los biógrafos de su Hijo?
¿Y por qué nos dice el credo: «Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo su único Hijo»? Pero el padrenuestro que está en Mateo 6:9 dice: «Padre nuestro (ημων) que estás en los cielos». «Nuestro» es de muchos, no de uno solo. Entonces una de dos: o miente el padre nuestro, o miente el credo. Yo digo que miente el credo. Jesucristo no fue unigénito. El Padre, como Mahoma, tuvo muchos hijos, yo entre ellos, y si se me antoja pedirle a mi papá las cinco vírgenes necias y las cinco vírgenes sabias, se las pido. Los sacramentos de nuestra Santa Madre Iglesia son siete: bautismo, confirmación, penitencia, comunión, extremaunción, sacerdocio y matrimonio. Los enemigos del alma son tres: el mundo, el demonio y la carne. Las virtudes teologales son tres: fe, esperanza y caridad. Las virtudes cardinales son cuatro: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Las potencias del alma son tres: memoria, entendimiento y voluntad. Los dones del Espíritu Santo son siete: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios (pero yo a Dios no le temo porque es mi papá y es bueno y el entendimiento también es una potencia del alma). Las postrimerías del hombre son cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria. Y las once mil vírgenes, ¿cuántas son? Son once mil y las quiero todas para mí junto con las cinco vírgenes necias y las cinco vírgenes sabias y los hermanitos de todas ellas. Pero menores de quince años, ¿eh? Porque de más son viejos, y el viejo no tiene más función que la de servir de pasto a los gusanos.
«Porque al que tiene se le dará, y al que no tiene aun lo que tiene se le quitará» (ος γαρ εχει δοθησεται αυτω, και ος ουκ εχει αρθησεται απ αυτου) (Marcos 4:25). ¿Cómo se le puede quitar al que no tiene? ¿Y qué era el cuento ese de que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al reino de Dios»? (Mateo 19:24). «Y si tu mano te escandaliza (σκανδαλιζη), córtatela. Y si tu pie te escandaliza, córtatelo. Y si tu ojo te escandaliza, sácatelo que más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al infierno» (Marcos 9:42-47). ¡Pero cómo pueden escandalizar una mano y un pie! ¿Y si son los dos ojos los que lo escandalizan a uno, qué hace uno? ¿Se los saca ambos? «El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama» (Lucas 11:23), frase digna del criminal Mahoma. «Fuego he venido a traer a la tierra, ¡y qué quiero sino que arda! Se dividirán el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra» (Lucas 12:49-53). «Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre y a la esposa y a los hijos y a los hermanos y a las hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14:26). «Yo he venido a este mundo para un juicio, para que los que no ven vean, y para que los que ven se queden ciegos» (Juan 9:39). ¡Pero qué dice este loco rabioso! Con razón cuenta Marcos en 3:21, 22 que «Al enterarse sus parientes salieron a contenerlo (κρατησαι αυτον) porque la gente decía que había perdido el juicio (οτι εξεστη). Y unos maestros de la ley que habían bajado de Jerusalén decían: ‘Tiene a Beelzebul adentro y con su ayuda expulsa a los demonios’». Yen 3:31-35: «Entonces llegaron su madre y sus hermanos, y quedándose afuera mandaron a llamarlo. Había una multitud sentada a su alrededor y le dieron el recado: ‘Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están afuera y te buscan’. Y él les respondió: ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’ Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor añadió: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que haga la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’». Y cuenta Juan en 7:3-5: «Entonces le dijeron sus hermanos: ‘No te quedes aquí, vete a Judea para que también tus discípulos vean las obras que haces, porque el que quiere ser conocido no hace nada a escondidas. Muéstrate al mundo’. Ni siquiera sus hermanos creían en él». Y en 7:19, 20: «‘¿Por qué queréis matarme?’ Y le respondió la multitud: ‘Estás endemoniado. ¿Quién te quiere matar?’» ¡Qué loco rabioso y grosero! No respetaba ni a su propia madre y la dejaba afuera esperando. Y repito su grosera respuesta en las bodas de Caná a la pobre cuando ésta le informa que se acabó el vino: «Mujer, ¿qué te va a ti y a mí?» (Τι εμοι και σοι, γυναι) (Juan 2:4). ¡Y después vienen los televangelistas gringos a hablarnos de family values! Billy Graham, Oral Roberts, Jerry Falwell, Jimmy Swaggart, Rex Humbard, Jim Bakker, Robert Schuller, Pat Robertson, George W. Bush… A cuál más rico, a cuál más hipócrita, a cuál más falso. ¡Sepulcros blanqueados, serpientes, raza de víboras! Hoy por hoy hay doscientas cincuenta sectas protestantes que compiten con la Puta de Babilonia a ver cuál amontona más dinero y salva más almas.
«No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras duren el cielo y la tierra no pasará una iota (ιωτα) o un trazo (κεραια) de una letra de la Ley hasta que todo se cumpla. Así que el que quebrante uno solo de sus mandamientos, aun el mínimo, o enseñe a los hombres a quebrantarlos, será el más pequeño en el Reino de los Cielos» (Mateo 5:17-19). «Es más fácil que pasen el cielo y la tierra que caiga (πεσειν) un solo trazo de una letra de la Ley» (Lucas 16:17). Estas son palabras de Cristo. Pues he aquí lo que no abolió de la Ley y los Profetas: la esclavitud; los sacrificios de animales; la quema de brujas; la lapidación de mujeres adúlteras, de blasfemos y de niños rebeldes; la circuncisión; la poligamia.
«Saca al blasfemo del campamento y que muera apedreado» (Levítico 24:13-16). «Los que adoren a otros dioses o al sol, la luna o todo el ejército del cielo, morirán lapidados» (Deuteronomio 17:2-5). «Todo hombre o mujer que llame a los espíritus o practique la adivinación morirá apedreado» (Levítico 20:27). «A los hechiceros no los dejaréis con vida» (Éxodo 22:17). «Si alguien tiene un hijo rebelde que no obedece ni escucha cuando lo corrigen, lo sacarán de la ciudad y todo el pueblo lo apedreará hasta que muera» (Deuteronomio 21:18-21). «Si una joven se casa sin ser virgen, morirá apedreada» (Deuteronomio 22:20, 21). «Si un profeta pretende hablar en mi nombre sin que yo se lo haya mandado, o si habla en nombre de otros dioses, morirá» (Deuteronomio 18:20). «Al que ofrezca sacrificios a otros dioses fuera de Yavé lo mataréis» (Éxodo 22:19). «Si un hombre yace con otro, los dos morirán» (Levítico 20:13). «Si un hombre toma a una mujer y a la madre de la mujer, se les quemará a los tres» (Levítico 20:14). «Si un hombre yace con su hermana hija de su padre o de su madre y ve su desnudez y ella la de él, serán exterminados en presencia de todo el pueblo» (Levítico 20:17). «Si un hombre yace con una mujer durante su menstruación y descubre su desnudez, ambos serán borrados de en medio de su pueblo» (Levítico 20:18). «Si alguno comete adulterio con la mujer de su prójimo, morirán los dos, el adúltero y la adúltera» (Levítico 20:10). «Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, ambos morirán» (Deuteronomio 22:22). «Si alguno yace con la mujer de su padre, morirán los dos» (Levítico 20:11). «Si un hombre yace con su nuera, los dos morirán» (Levítico 20:12). «Si la hija de un sacerdote se prostituye, será quemada viva» (Levítico 21:9). «El que le pegue a su padre o a su madre morirá» (Éxodo 21:15). «El que maldiga a su padre o a su madre morirá» (Éxodo 21:17 y Levítico 20, 9). «El que no obedezca al sacerdote ni al juez morirá» (Deuteronomio 17:12). «Ningún varón que tenga un defecto presentará las ofrendas, ya sea ciego o cojo, desfigurado o desproporcionado, enano o bisojo, sarnoso o tiñoso, o jorobado, o con un pie o una mano quebrados o con los testículos aplastados» (Levítico 21:18). «El que tenga los testículos aplastados o el pene mutilado no será admitido en la asamblea de Yavé. Tampoco el mestizo hasta la décima generación» (Deuteronomio 23:1, 2). «Si compras un esclavo hebreo, te servirá seis años» (Éxodo 21:2). «Si un hombre vende a su hija como esclava, ésta no recuperará su libertad como cualquier esclavo» (Éxodo 21:7). «Si un hombre hiere a su esclavo o a su esclava con un palo y los mata, será reo de crimen. Pero si sobreviven uno o dos días no se le culpará porque le pertenecían» (Éxodo 21: 20). «Si un hombre hiere a su esclavo en un ojo dejándolo tuerto, le dará la libertad a cambio del ojo que le sacó» (Éxodo 21:26). «Si un esclavo está contento contigo, tomarás un punzón y le horadarás la oreja y te servirá para siempre. Y lo mismo le harás a tu esclava. No te duela darle la libertad pues te sirvió seis años por la mitad del costo de un jornalero» (Deuteronomio 15:16-18). «No le devolverás a su amo el esclavo que haya huido y se haya acogido a ti. Se quedará contigo en tu casa» (Deuteronomio 23:15,16). «Si una muchacha virgen está prometida a un hombre y otro se la encuentra en la ciudad y se acuesta con ella, entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad y los apedrearéis hasta que mueran: la joven porque no pidió ayuda, y el hombre porque deshonró a la mujer de su prójimo» (Deuteronomio 22:23, 24). «El que toque un cadáver y no se purifique debe ser eliminado de Israel» (Números 19:11-13). «Si alguno toma una mujer y se casa con ella pero después no le gusta porque le encuentra algún defecto, le escribirá entonces una carta de divorcio y se la entregará antes de despedirla de su casa» (Deuteronomio 24:1).
Y la orgía de sangre e infamias contra los animales del Levítico, el manual de los carniceros, el libro más vil que se haya escrito, tampoco ésas las condenó. «Cuando alguno de entre vosotros me haga una ofrenda de animales —le ordena Yavé a Moisés en el capítulo primero del Levítico—, podrá ser de ganado mayor o menor. Degollarán el novillo delante de mí y los sacerdotes hijos de Aarón ofrecerán su sangre rodándola sobre el altar que está a la entrada del tabernáculo. Entonces desollarán a la víctima y la despedazarán; lavarán con agua las entrañas y las patas; pondrán leña sobre el altar; acomodarán los trozos, la cabeza y los intestinos sobre la leña; encenderán el fuego y el sacerdote lo quemará todo en el altar. Así es el holocausto o sacrificio por el fuego, cuyo suave olor apacigua a Yavé. Si alguien me ofrece ganado menor de corderos o cabras, que sean también animales sin defecto: los degollarán en el lado norte del altar, rociarán su sangre en torno y luego los despedazarán en porciones. Si el holocausto es de aves, que sean tórtolas o pichones: el sacerdote les retorcerá la cabeza y las quemará sobre el altar rociando antes con su sangre la pared. Les quitará el buche y las plumas y los arrojará en el lugar de las cenizas en el costado oriental del altar. Éste es el holocausto o sacrificio por el fuego, cuyo suave olor apacigua a Yavé». Y esta fórmula inicua, «cuyo suave olor apacigua a Yavé» se repite una y otra y otra vez como en un responso fúnebre y monstruoso en la letanía de los sacrificios de holocausto, de comunión, por el pecado, por la malicia y por todos los delitos del hombre, en que van cayendo degolladas cabras, novillos, tórtolas, pichones, ovejas, corderos, carneros… Así que también Yavé tiene el sentido del olfato. Con razón dice el Génesis empezando la Biblia que Yavé «hizo al hombre a su imagen y semejanza». ¿Se comerá también Yavé a los animales que le sacrifican y los excretará como el hombre?
Y uno que vino a sancionar esta sarta de ridiculeces e infamias hoy es el paradigma de lo humano, el modelo para dos mil millones, «el hombre incomparable, una persona sublime, la piedra angular de la humanidad», como lo calificaba Renán en su ditirámbica Vida de Jesús, un libro paradójico que en su tiempo escandalizó a muchos porque negaba la divinidad de Cristo, con lo que estoy de acuerdo pues Dios no existe y si existe no tiene por qué tener hijos, pero no su historicidad, con lo que me escandaliza a mí. Con maromas de jesuita, o tal vez con un simple acto de fe (para los que había sido educado), este prófugo del seminario metido a racionalista resolvió que los evangelios eran historia pura y verdadera y no leyenda, invento, cuento, y basándose en ellos escribió su empalagosa Vida de Jesús pretendiendo que era su biografía. De esa obra imbécil voy a citar dos frases del final porque todavía hoy, habiendo llegado el hombre a la Luna, sirven para resumir la opinión de una humanidad atolondrada y necia que cree a piejuntillas las peores estupideces y habla sin razonar ni saber: «Pero cualesquiera que sean los fenómenos inesperados del futuro Jesús no será superado; en él se ha condensado cuanto hay de bueno y elevado en nuestra naturaleza». Y esta hipérbole encomiástica, el disparatado final: «Todos los siglos proclamarán que entre los hijos de los hombres no ha nacido uno más grande que Jesús». ¡Qué esperanzas si así fuera! Pero no hay tal. Jesús no existió. Ni en cuerpo y alma según pretenden los evangelistas, ni como espíritu no encarnado según la tesis de los docetistas. Y Cristos hubo muchos. En cuanto al nuestro, el de los evangelios, el de la Puta, es obra de la imaginación mítica de los pueblos mediterráneos de hace dos mil años que lo fraguaron juntando a Atis, Mitra, Osiris, Krishna, Buda, Zoroastro y Dioniso en el engendro que hoy padecemos. En manos de la Puta este buen hombre ha detenido todo progreso espiritual y moral de media humanidad. Y para desgracia nuestra y de los animales, como si con sus necedades no bastara, 570 años después de su presunto nacimiento nos cayó la peste de Mahoma el taimado, el lujurioso, el sanguinario, un bellaco de calibre mayor infinitamente más dañino que veinte Cristos, y ése sí hijo de mujer y no de la mente obnubilada de los llamados cristianos, esas sectas heterogéneas de fanáticos de los tiempos de Tito y Domiciano, de Trajano y Adriano, de Marco Aurelio y Cómodo, que fueron brotando aquí y allá, como hongos en el excremento de las vacas, por los cuatro puntos cardinales del Imperio Romano, con el que acabaron.
Hacia el año 180 (a fines del reinado del emperador Adriano o comienzos del de Cómodo) el filósofo pagano Celso escribió en griego La palabra verdadera (Αληθης λογος), que se perdió, pero que constituye la primera refutación del cristianismo y una de las más devastadoras diatribas de todos los tiempos contra esta religión o plaga, a juzgar por lo que nos conservó de ella Orígenes (cl85-c254) en su réplica en ocho libros Contra Celso, escrita también en griego, en el año 248, con que intentó rebatirla. Entre hereje y Padre de la Iglesia, Orígenes nos ha hecho un bien tan grande conservándonos a Celso como el que le debemos a Macarius Magnes por conservarnos en su Apocriticus pasajes del libro de Porfirio (c232-c305) Contra los cristianos (Κατα χριστιανων), que la Puta quemó. Y ha tenido que esperar la humanidad hasta fines del siglo XVIII para tener, en las obras de Thomas Paine Los derechos del hombre y La edad de la razón, unos escritos contra la superstición cristiana tan luminosos y libertarios como los de esos dos filósofos griegos de la antigüedad.
De los muchos argumentos de Celso contra el cristianismo el que para mí tiene mayor importancia es el que dice que esta nueva religión no pasa de ser una mitología más, sin originalidad, copiada de las de Grecia y el Oriente: también los mitos griegos le atribuían un nacimiento divino a Perseo, hijo de Zeus y de la virgen Danae; a Anfión, hijo de Zeus y de la virgen Antíope; a Eaco, hijo de Zeus y de la ninfa Egina; y a Minos, hijo de Zeus y de la virgen Europa. Y todos estos hijos de Dios hicieron milagros, como también los hicieron Hércules, Dioniso, Aristeas, Abaris y Cleómenes el estipaleo. Zamoixis, Pitágoras, Rampsinito, Orfeo, Protesilao, Hércules y Teseo habían resucitado. Y Ascelpio o Esculapio había resucitado a los muertos. Los cristianos ridiculizaban a los cretenses porque llevaban a los forasteros a visitar la tumba de Zeus, pero Cristo también había resucitado de una tumba. A Cristo se le había deificado como hacía poco se había deificado a Antinoo, el efebo preferido del emperador Adriano. Los cristianos adoraban a Cristo como los egipcios adoraban a Osiris y a Isis, los de Sais a Atenea, los de Meroe a Zeus y a Dioniso, los naucratitas a Serapis, etc. Y Celso hacía ver las coincidencias de muchas enseñanzas cristianas con creencias de los viejos misterios persas asociados al culto de Mitra. Observación que no era nueva pues ya el Padre de la Iglesia Justino Mártir hablando de la eucaristía decía que «los malvados demonios la habían imitado en los misterios de Mitra, en cuyos ritos místicos se coloca un pan y una copa de agua delante de los iniciados mientras se dicen ciertos conjuros» (primera Apología, 66). Mayor descaro no puede haber. ¡Acusar al mitraísmo de plagiar al cristianismo! Pero resulta que el cristianismo es posterior al mitraísmo en varios siglos, si no es que en más de un milenio. Mitra ya aparece en los Vedas, mil cuatrocientos años antes de Cristo. Así procede la Puta.
En fin, le doy la palabra a Celso para que increpe a Cristo: «Nunca creímos en las viejas fábulas que les atribuían un origen divino a Perseo, a Anfión, a Eaco y a Minos, si bien ellas por lo menos representaban los hechos de estos personajes como grandes, maravillosos y sobrehumanos. ¿Pero qué has hecho o dicho tú de noble o maravilloso? Cuando te pidieron en el templo que dieras una prueba de que eras el Hijo de Dios no diste ninguna» (Contra Celso, I, 67). Claro que podemos considerar nobles acciones devolverle la vista a un ciego y el movimiento a un paralítico o curar a un leproso, pero si Jesús era el Hijo de Dios, entonces lo que estaba haciendo era simplemente enmendarle la plana a su papá, el Padre Eterno, el artífice chambón que hizo este desastre de mundo. ¿Y para qué, pregunto yo, resucitó Cristo a Lázaro, si este buen hombre se tenía que volver a morir? ¿O es que Lázaro sigue vivo todavía, rezando en las sinagogas? Si sí, ha de ser un viejito muy viejito: sin dientes, sordo, calvo, mudo y con grandes dificultades para orinar debido a una hipertrofia de la próstata.
«En un principio —dice Celso— los cristianos eran pocos y sostenían una sola doctrina, pero cuando llegaron a ser muchos se dividieron en numerosas facciones, cada una con la pretensión de tener su propio territorio. Hoy están enfrentados unos con otros y a lo sumo lo único que tienen en común es el nombre a que se aterran, aunque en lo demás están divididos en varias sectas» (Contra Celso, III, 10 y 12). ¡Qué optimismo! Nunca estuvieron unidos, ni en tiempos de Celso ni antes. Para empezar, no creo que hubiera habido cristianos antes del año 100; y para continuar, sospecho que las catorce epístolas atribuidas a Pablo, que se pretende que fueron escritas entre los años 50 y 67 de nuestra era (siendo así los primeros escritos de la nueva plaga), son de catorce autores distintos más una legión de interpoladores y falsarios que según los intereses cambiantes de la Puta las fueron modificando. Pero si así no fuera y hubiera habido cristianos antes del año 100 y las epístolas de Pablo hubieran sido escritas poco después de la presunta muerte del presunto Cristo, entonces éstas me sirven perfectamente bien para probar las hondas divisiones que existieron desde un comienzo entre los seguidores del loco.
He aquí unas cuantas citas tomadas de esos engendros que la Puta llama «epístolas paulinas»: «He sabido hermanos míos, por los de Cloe, que existen disputas (εριδες) entre vosotros y que cada uno de vosotros dice: ‘Yo soy de Pablo’, o ‘Yo soy de Apolo’, o ‘Yo soy de Cefas’, o ‘Yo soy de Cristo’. ¿Acaso está dividido Cristo?» (1 Corintios 1:11,12). «¡Qué vergüenza! ¿Es que no hay entre vosotros ni uno solo que pueda mediar como arbitro entre hermanos, sino que vais a pleitear (κρινεται) hermano contra hermano, y para colmo delante de los incrédulos (απιστων)? De todos modos ya es una desgracia que haya pleitos (κριματα) entre vosotros» (1 Corintios 6:5-7). Y ésta, que me encanta: «Pero cuando vino Cefas (Κεφας) a Antioquía, cara a cara me le enfrenté (κατα προσωπον αυτεοτην) pues era digno de condenación ya que antes de que vinieran algunos de los partidarios de Jacobo comía con los gentiles (εθνων), pero una vez que llegaron empezó a alejarse por miedo a los circuncisos (περιτομης). También los demás circuncisos lo siguieron en este doble juego e incluso Bernabé se dejó arrastrar por esta simulación», etc. (Gálatas 2:11-13). Y continúa en los versículos siguientes el pleito de comadres entre Cefas (que es otro de los nombres con que se conoce a Pedro) y Pablo, o sea entre los dos fundadores de Babilonia Roma. Y la Epístola a los Corintios de Clemente de Roma, que la Puta considera como la más antigua después de las de Pablo y la fecha hacia el año 95, empieza diciendo: «A causa de las repentinas y repetidas desventuras y reveses que os han ocurrido, hermanos, reconocemos que hemos sido algo lentos en darle su debida atención a los asuntos en disputa entre ustedes, amados míos (αγαπητοι), especialmente la detestable e impía querella (στασεως), tan ajena y extraña a los elegidos de Dios, que unos cuantos imprudentes y arrogantes han encendido a tal grado de insania que vuestro buen nombre, antes tan famoso y querido por todos, ha sido grandemente vilipendiado».
Así pues, αγαπητε Celso, los cristianos siempre han estado agarrados de la greña y has de saber que hoy se dividen en unas mil quinientas sectas que se pelean por el Reino de los Cielos como árabes por un oasis o perros por un hueso. ¡Si hubieras vivido para ver en qué ha terminado todo esto! Te hubieras quedado más asombrado que mi abuelo cuando, después de cincuenta largos años de muerto, resucitó y se encontró con un mundo atestado de novedades como el jet, el Internet, el sida, el homosexualismo, los iPods… Afortunado tú que viviste en la edad dorada de los apologistas y los heresiólogos, cuando la división entre cristianos se reducía a unas cuantas sectas facilísimas de agrupar: el cristianismo de los judaizantes para quienes Jesús era el Mesías entendido como un simple hombre y no como el Hijo de Dios; el de los gnósticos que consideraban a Cristo como una fuente de sabiduría, una entelequia inmaterial desprovista de cuerpo; y el de la Puta, que es el de los evangelios que inventó y que lo presentaban como Dios encarnado en Jesús de Nazaret. De todos estos cristianismos sabías, a juzgar por lo que nos permite conocer Orígenes tu refutador, pero a la vez tu salvador pues te conservó, así fuera en fragmentos y en desorden. En cuanto al conocimiento de las sectas cristianas de tu tiempo, eras casi un Ireneo, tu contemporáneo, el de Adversus haereses. Sabías de Marción y su discípulo Apeles, de los simonianos, los harpocracianos, los valentinianos, los ofitas, los ebionitas, los eikesaítas… ¡Pero qué te tengo que contar, si ya lo dijiste tú! Dijiste: «Los cristianos se detestan. Se calumnian constantemente con las más viles injurias y no logran ponerse nunca de acuerdo».
Pero más que contra los gnósticos y los cristianos judaizantes, la invectiva de Celso iba dirigida contra la que empezaba a imponerse como la ortodoxia, la gran patraña de un Cristo histórico, el de los evangelios qe acababan de tomar forma y de los que nació la Puta. Con prodigiosa clarividencia Celso intuyó que lo que surgía ante sus ojos era una de las más grandes plagas de la humanidad. Propongo como fecha de nacimiento de la Puta de Babilonia el año 180, o sea el último de Adriano y el primero de Cómodo que es cuando Celso debió de haber escrito su Palabra verdadera. No hacía mucho habían muerto Papías, Policarpo, Justino y Marción; ese año murió Tatiano; Tertuliano e Hipólito entonces eran unos jóvenes; estaba por nacer Orígenes; y ya escribían Ireneo y Clemente de Alejandría. Estamos pues ante uno de los momentos más infaustos de la Historia. Humildemente, abriendo y cerrando comillas que es mi vocación (discípulo como soy del gran Eusebio, el inmenso esgrimidor de citas que nos conservó en palabras textuales, sin quitar ni poner ni una iota, la única carta de Cristo), les voy a ir cediendo la palabra por turnos al heresiólogo y al hereje habida cuenta que han quedado unidos para la eternidad en un solo libro, Contra Celso, que fue el que quedó.
Escribe Orígenes: «Luego dice Celso que algunos de los cristianos, como borrachos que llegan a las manos, han corrompido los evangelios tres y cuatro y más veces, manipulándolos con el fin de poder contestar a las objeciones que se les hace. Como no sean los seguidores de Marción, los de Valentino y acaso los de Luciano, no sé de otros que hayan alterado los evangelios. Pero tal acusación no vale para el cristianismo en general sino para los que se atreven a manipular los evangelios. Así como no es una acusación válida contra la filosofía el que haya sofistas, epicúreos, peripatéticos y cuantos sostienen falsas doctrinas, así tampoco se puede reprochar al cristianismo verdadero el que haya algunos que corrompen los evangelios e introducen herejías opuestas a la doctrina de Jesús» (Contra Celso, II, 27). Pues sí, pero los marcionitas por su parte sostenían que los apóstoles habían falsificado los evangelios. E Ireneo (Adversus haereses 3.12.12) y Tertuliano (Adversus Marcionem 4.2) decían a su vez que los marcionitas habían mutilado los evangelios y las epístolas de Pablo. Orígenes mismo sostuvo que Pablo no era el autor de la Epístola a los Hebreos, y un discípulo de Orígenes, Dionisio, rechazó que Juan fuera el autor del Apocalipsis. Y Eusebio expresaba dudas sobre cinco de las epístolas no paulinas, que sin embargo fueron consideradas canónicas, esto es, inspiradas por Dios, en el concilio de Cartago del año 397. ¿Y por qué este concilio no incluiría en el Nuevo Testamento la carta de Cristo a Abgarus, el toparca de Edesa, que transcribe Eusebio en su Historia eclesiástica? ¿Puede haber escrito más canónico que una carta de Cristo? Esta carta tendría que ser la piedra angular no digo ya del Nuevo Testamento sino de todo el cristianismo. ¡Pero qué! Incluyeron epístolas de Pablo, Pedro, Juan, Judas y Jacobo y no la de Cristo. ¡Ah concilio estúpido!
Pero para continuar con mi tema de las divisiones en el cristianismo, ya el mismo Cristo advertía contra los falsos profetas: «No os dejéis engañar pues vendrán otros en mi nombre diciendo que son Cristo (Εγω ειμι ο χριστος) y engañarán a muchos» (Mateo 24:4, 5). ¿Y cómo distingo yo al Cristo auténtico de los que se hacen pasar por él? También Pablo me sale con que «El evangelio que anuncio no es algo humano, pues no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre sino por revelación de Jesucristo (αλλα δι αποκαλυψεως Ιησου Χριστου)» (Gálatas 1:11, 12). ¿Y por qué le tengo que creer? También le tendría que creer entonces a Mahoma cuando me dice que el arcángel Gabriel le dictó el Corán. Y poco después, en la misma epístola, pasa a afirmar el impúdico enano, apóstol por nombramiento propio: «Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo (τον υιον αυτου) para que lo anunciara entre los gentiles (εθνεσιν)», etc. (Gálatas 1:15,16). Para rematar con la máxima desvergüenza: «Os aseguro delante (ενωπιον) de Dios que no miento en lo que os escribo» (Gálatas 1:20). ¿Y cuándo se ha visto a un mentiroso que diga que miente? ¡Ah engatusador desvergonzado de nariz ganchuda, endriago engendrado por tu padre y parido por tu madre, limosnero precursor del Opus Dei, en qué círculo de la gehenna o infierno o Hades te estarás quemando para ir con estas manos indignadas a echarle leña a tu hoguera!
Y sigue Orígenes: «E imitando a un retórico que educa a un alumno, Celso introduce a un judío que discute con Jesús y lo acusa de haber ‘inventado su nacimiento de una virgen’ y le reprocha ‘haber nacido en cierta aldea judía de una pobre mujer de la región que se ganaba la vida cosiendo y que fue echada por su marido, un carpintero, por adúltera; la cual después de vagar por un tiempo dio a luz en el deshonor a Jesús, un hijo ilegítimo que por su pobreza tuvo que trabajar de siervo en Egipto donde aprendió ciertos trucos milagrosos de que se jactan los egipcios y gracias a los cuales, cuando regresó a su país, se proclamó Dios’» (Contra Celso, I, 28). «Pero volvamos al punto en que Celso introduce al judío y éste habla de la madre de Jesús y dice que ‘cuando estaba embarazada fue repudiada por el carpintero al que estaba prometida pues la halló culpable de adulterio, y entonces tuvo un niño de cierto soldado llamado Pantera’. Veamos si los que han inventado estas fábulas burdas sobre el adulterio de la Virgen con Pantera y su repudio por el carpintero no lo hicieron para invalidar Su maravillosa concepción por el Espíritu Santo» (Contra Celso, I, 32). ¡Ah zopenco abrutado! ¿No ves que Celso es un tomador de pelo? ¿No ves que lo que te está diciendo es que Cristo no existió? ¿No ves que virgen en griego es παρθενος, que suena como Pantera, que es en lo que Celso convirtió a tu Virgen, la de Mateo 1:23, que el muy burletero filósofo panterizó?
Y sigue diciendo el estúpido Orígenes: «Después de esto, en vez de los magos que se mencionan en los evangelios, el judío que se ha inventado Celso dice que ‘Jesús hizo que los caldeos fueran a adorarlo como Dios cuando nació y que le dieran la noticia a Herodes el tetrarca, quien mandó matar a todos los niños nacidos por esas fechas pensando que así lo mataría a él entre todos ellos; y esto por miedo de que si Jesús crecía le quitara el trono’. Véase en ese ejemplo la torpeza de quien no sabe distinguir entre los magos y los caldeos, ni entender que lo que unos y otros sostienen son cosas diferentes, con lo cual ha falseado el relato del evangelio. Por otra parte no sé por qué pasó por alto la causa de que fueran a verlo los magos y por qué no dijo, como lo cuentan las escrituras, que fue una estrella que vieron en el oriente la que los guió. Vamos a refutar estos argumentos. Creemos que la estrella que vieron en el oriente era una estrella nueva distinta de los otros cuerpos celestes conocidos (los que están en el firmamento superior o los que están en las órbitas inferiores), pero que compartía la naturaleza de los cometas o los meteoros que aparecen a veces» (Contra Celso, I, 58). ¡Apologista estúpido! ¡Cristiano tenías que ser! ¡Qué más daba que fueran caldeos o magos! ¡Cómo va a guiar una estrella a alguien hasta un pesebre en una cueva! Me recuerda lo que me contestó una noche en Madrid un español cerril de los tiempos de Franco. «Señor —le pregunté—, ¿dónde está la Gran Vía?» Y me contestó: «Allá debajo de la luna».
Pasemos ahora a Celso: «¿Qué necesidad había de que te llevaran de niño a Egipto? ¿Era para evitar que te asesinaran? No es creíble que Dios tema a la muerte. Y sin embargo un ángel bajó del cielo a deciros a ti y a tus amigos que huyerais para que no te apresaran y te mataran. ¿No era capaz el gran Dios, que ya había enviado dos ángeles, de preservarte a ti, su único Hijo?» (Contra Celso, I, 66). «¿Por qué entonces no llegaste a ser rey? ¿Por qué, si eras hijo de Dios, tuviste que andar vagando como un pordiosero, ocultándote atemorizado y arrastrando una vida miserable de un lado para el otro?» (Contra Celso, I, 61). A lo que contesta Orígenes: «No es deshonroso evitar exponerse uno a los peligros sino que hay que protegerse de ellos cuando esto se hace no por miedo a la muerte sino por el deseo de servir a los demás, siguiendo vivo hasta que llegue el momento de que quien ha asumido la naturaleza humana muera con una muerte útil a la humanidad» (Contra Celso, I, 61). Según cuenta Eusebio, Orígenes se emasculó para librarse de la lujuria y poder instruir sin riesgo de pecado a las catecúmenas jóvenes. ¡Pero se le secaron los sesos!
Y ahora increpa Celso a los cristianos: «Si Dios hubiera querido enviarnos su Espíritu, ¿qué necesidad tenía de insuflarlo en el vientre de una mujer? El que ya sabía cómo hacer a los hombres bien hubiera podido darle un cuerpo a su propio Espíritu sin tener que vaciarlo en tanta suciedad; y así su enviado no habría sido recibido con incredulidad si le hubiera conferido la existencia inmediatamente desde arriba» (Contra Celso, VI, 73). «¡Y qué tenía Dios que estar comiéndose las ovejas o bebiendo vinagre y hiél! También se hubiera podido alimentar de porquerías» (Contra Celso, VII, 13). Y pasando a la resurrección, el milagro de los milagros con el que Cristo es más Cristo: «Cuántos otros no han practicado ese mismo truco para aprovecharse de los ingenuos, como Zamoixis de Escitia, el esclavo de Pitágoras; y Pitágoras mismo en Italia; y Rampsonito de Egipto, de quien dicen que jugó dados con Demeter en el Hades y volvió al mundo con un velo de oro que le dio la diosa; y Orfeo entre los odrisos, y Protesilao en Tesalia, y Hércules y Teseo en Tenaro. Pero antes habría que ver si alguna vez un hombre realmente muerto ha resucitado con su mismo cuerpo. ¿Por qué tachar de fábulas inverosímiles lo que se dice de otros, como si el final de esa tragedia vuestra fuera más creíble, con Jesús exclamando desde la cruz cuando expiró, en medio de un terremoto y entre tinieblas? Cuando estaba vivo no se pudo salvar, y una vez muerto decís que resucitó mostrando las marcas de su pasión y cómo tenía las manos agujereadas por los clavos. ¿Pero quién lo presenció? Una mujer trastornada según afirmáis, y si acaso alguien más de esa banda de charlatanes que lo soñó todo, o vio lo que quería ver, o que simplemente quería asombrar a los demás con semejante cuento» (Contra Celso, II, 55).
Un siglo después de la Palabra verdadera de Celso, el filósofo neoplatónico Porfirio escribió su libro Contra los cristianos (Κατα Χριστιανων), cuyas copias fueron sistemáticamente destruidas a partir del año 448 cuando los emperadores cristianos Teodosio II (de Oriente) y Valentiniano III (de Occidente) ordenaron de común acuerdo la destrucción de «todo escrito que pueda despertar la cólera divina y herir las almas», en cuyo caso estaba el libro de Porfirio, y por ambas razones. Más devastador para el cristianismo que el libro de Porfirio no ha habido otro. ¡Cuál Voltaire! Voltaire fue una mansa paloma. Nacido en el 232, Porfirio era por lo tanto un jovencito en el 248 cuando Orígenes escribió Contra Celso. Sabemos que estudió con el gran filósofo neoplatónico Plotino cuya biografía escribió, que oyó predicar a Orígenes, que desarrolló una verdadera animadversión por el cristianismo, que estudió la Biblia hebrea y los evangelios cristianos y que consideraba a éstos como unas obras sin valor literario ni profundidad filosófica y escritos en un griego de mercado. Al cristianismo lo veía como una enfermedad perniciosa que infectaba al imperio; a los evangelios como la obra de unos charlatanes; al llamado «príncipe de los apóstoles», o sea Pedro, como el más grande cobarde; y a Jesús como un criminal y un taumaturgo de segunda. Pero lo devastador de sus críticas no está en los calificativos (éstos al fin de cuentas los pone cualquier Fidel Castro) sino en algo más ingenioso por lo simple del recurso: tomar lo que dicen los evangelios y demás sagradas escrituras tanto judías como cristianas al pie de la letra negándose a aceptar nada como alegoría ni las contradicciones como misterios o paradojas.
A mi modo de ver el arma que ha descubierto Porfirio es demoledora: negarles a los charlatanes judíos o cristianos la posibilidad de que sus inconsecuencias, contradicciones, inmoralidades, incongruencias y estupideces se califiquen de alegorías, misterios o paradojas. No: la inmoralidad es inmoralidad y la estupidez es estupidez y basta. ¿Y es que acaso está marcado en las Sagradas Escrituras con letra roja lo que uno tiene que entender como alegórico para distinguirlo de lo que uno tiene que entender en sentido estricto? Puesto que no es así y todo va en letra negra, Dios tendría entonces que mandarnos al arcángel San Gabriel para que viniera a sacarnos de dudas en los casos equívocos. Cómo debemos interpretar los seis días en que Dios creó el mundo: ¿como días de veinticuatro horas o como eras geológicas de millones de años? A una objeción de Porfirio a la advertencia de Cristo de que «No he venido a traer la paz sino la espada y a enfrentar al hijo contra el padre, a la hija contra la madre y a la nuera contra la suegra, y los enemigos del hombre serán los de su propia casa» (Mateo 10:34-36), Macarius Magnes contesta: «Estas palabras tienen un sentido alegórico: el hijo separado del padre significa los apóstoles separados de la Ley. La hija es la carne y la madre la circuncisión. La nuera es la Iglesia y la suegra es la sinagoga. La espada que corta es la gracia del Evangelio» (Apocriticus, II, 7). Lo cual es una absoluta estupidez. La disparatada amenaza de Cristo no tiene defensa posible.
Porfirio fue un gran hombre. Grande de verdad. El solo título de uno de sus libros, Sobre la abstinencia de carne, para mí encierra una moral más elevada y más bondad que cuanto hubiera dicho de noble Cristo, que en última instancia es muy poco y siempre ajeno, nada suyo. ¡Que hay que amar a los enemigos! ¿Y si uno no tiene enemigos? De lo que se trata es de no tener enemigos. Mi abuela Raquel Pizano nunca tuvo enemigos y cuantos la conocieron la quisieron. Ella, por lo tanto, murió sin poder cumplir el precepto evangélico pues para que hubiera podido amar a los enemigos primero habría tenido que tenerlos. Entre tantas cosas hermosas de ella recuerdo antes que nada su bondad con los animales. Pero volviendo a Porfirio, de su obra en quince libros Contra los cristianos sólo han quedado unos cuantos párrafos en la refutación que de él intentó hacia el año 400 Macarius Magnes titulada Respuesta del Unigénito a los griegos (Αποκριτικος η μονογενης προς ελληνας), conocida abreviadamente como el Apocriticus. Pero con esos párrafos basta. Porfirio se sabía de corrido, como telepredicador gringo de nuestros días, la Biblia hebrea, los cuatro evangelios canónicos, los Hechos de los Apóstoles, las epístolas de Pablo y el escrito apócrifo el Apocalipsis de Pedro. Y como les decía Celso a los cristianos, «vuestros escritos se refutan solos», para rebatirlos con uno que los conozca basta. Ahora bien, Porfirio tenía la ventaja inmensa sobre nosotros de que no estaba contaminado por los dieciocho siglos de oscuridad cristiana que han corrido desde su tiempo hasta el nuestro con la machacona insistencia en que Jesús existió y que fue el Hijo de Dios. Libre de este cuento burdo con que nos lavan el cerebro en Occidente y el Oriente cristiano desde que nacemos, Porfirio tenía la posibilidad de ver las estupideces como tales y no como teología profunda. ¡Pero qué digo teología profunda! La teología es como la astrología, la frenología, la alquimia: una pseudociencia digna del papa Ratzinger.
Queda poco de Porfirio, pero todo espléndido, fresco, lúcido: contra los evangelistas, contra Pedro, contra Pablo, contra el Reino de los Cielos, contra la resurrección de la carne, contra lo que dijo e hizo Cristo. «Los evangelistas eran inventores de leyendas y no historiadores de los hechos de Jesús. Cada uno de los cuatro contradice a los otros en su versión de sus sufrimientos y de la crucifixión» (Apocriticus, II, 12). Y pasa a hacer ver que según uno de los evangelistas (Mateo) Jesús dice: «Eloi, Eloi, lama sabacthani, que quiere decir. Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?» Según otro (Juan) dijo: «Todo está consumado». Según otro (Lucas) dijo: «Padre en tus manos encomiendo mi espíritu». Y comenta Porfirio: «Si estos hombres no son capaces de ponerse de acuerdo respecto a la forma en que murió y se basan en rumores, ¡qué esperanzas con el resto de la historia!» Y tras observar que uno de los soldados le perforó a Cristo el costado con una lanza comenta: «Sólo Juan lo dice, ninguno de los otros. Con razón Juan jura que es veraz su relato diciendo: ‘El que lo vio lo atestigua y sabemos que su testimonio es verdad’». ¡El mismo caso de Pablo cuando dice que no miente!
Y pasando a la resurrección pregunta Porfirio: «¿Por qué Jesús no se le apareció a Pilatos, o a Heredes el rey de los judíos, o al Sumo Sacerdote, o a muchos a la vez y que fueran dignos de crédito y en especial a los romanos del Senado y del pueblo? ¡Pero qué! Se le apareció a María Magdalena, una mujer ordinaria que venía de una aldehuela miserable y que había sido poseída por siete demonios, y a otra María, igualmente desconocida, una campesina, y a unos cuantos desconocidos más. Y sin embargo él había dicho: ‘Veréis entonces al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder y viviendo entre las nubes’. Si se hubiera presentado a gente importante, nadie habría castigado a sus seguidores acusándolos de inventar historias monstruosas y no habrían tenido que sufrir por su culpa» (Apocriticus, II, 14).
Y sobre el episodio que pasa en la región de los gerasenos, y que cuentan los tres sinópticos, en que Jesús expulsa a los demonios de un endemoniado y los hace entrar en una piara de cerdos que corren a ahogarse en el mar, Porfirio comenta: «Si la historia es verdad y no una fábula, que es lo que creo, es una bajeza de Cristo permitir que los demonios sigan haciendo daño sacándolos de un hombre y pasándolos a unos pobres cerdos. Y no sólo esto sino que pone en fuga a los porqueros y causa el pánico en toda una ciudad». (Apocriticus, III, 4) Lo que va de Porfirio a Cristo está en esa palabra pobres dicha de unos cerdos. A Cristo no le dio su almita pequeñita para sentir el dolor de los animales; a Porfirio sí le dio para ello su alma grande. No hay una sola palabra de amor o de compasión por los animales en todos los evangelios. En cambio Porfirio escribió el libro ya mencionado Sobre la abstinencia de carne, cuyo solo título nos dice tanto. Ese respeto a los animales con la consiguiente defensa del vegetarianismo, que le venía directamente de su maestro Plotino, en realidad se remontaba entre los griegos hasta muchos siglos atrás, hasta Pitágoras, con quien empieza la filosofía. ¡Pero qué! Cristo viene de la religión de Yavé el carnívoro y sus levitas carniceros que oficiaban con cuchillo y fuego en la gran carnicería del templo de Jerusalén que en buena hora Tito destruyó. De ese Yavé viene Cristo, ése es su padre. De tal palo tal astilla.
Del dicho de Jesús de que «es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre al Reino de los Cielos», que está en los sinópticos, ya había comentado Celso que Platón había expresado la misma idea en una forma más noble cuando dijo que «era imposible que un hombre excepcionalmente bueno fuera excepcionalmente rico» (Leyes, 743A). Porfirio por su parte comenta: «Si fuera verdad que un rico que se ha abstenido de todo pecado —del asesinato, el robo, el adulterio, el fraude, los juramentos impíos, los desenfrenos corporales y el sacrilegio— no puede entrar al llamado Reino de los Cielos, ¿entonces de qué sirve que sea bueno? Y si los pobres son los que están destinados al cielo, ¿qué les impide cometer todos los delitos pues no es la virtud la que le gana al hombre el cielo sino la pobreza? De lo cual deducimos que el pobre no tiene para qué practicar la virtud pues su sola pobreza lo salvará sin importar los males que haga, en tanto el cielo está cerrado para el rico. Me parece entonces que Cristo no ha podido sostener esto si es que traía la verdad, sino unos desposeídos que querían quitarles a los ricos sus bienes. El otro día, con el cuento de que ‘Vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo’, unos cristianos despojaron a unas mujeres de noble cuna de lo que tenían y las convirtieron en mendigas» (Apocriticus, III, 5). A los del Opus Dei les recomiendo que no publiquen más Biblias porque son espadas de doble filo, bumerangs que se pueden volver contra ellos. No hay peor enemigo de la Biblia que la Biblia y de los evangelios que los evangelios, y no hay mejor refutación de Cristo que sus palabras y sus hechos. Bien hizo la Puta en mantener las Sagradas Escrituras durante toda la Edad Media, mil doscientos años, protegidas del vulgo ignaro por el latín y resguardadas en los monasterios. El pueblo está para dar limosna y para servir de esclavo. Y el papa, que tiene las llaves de San Pedro para entrar al cielo, es el rey de reyes, el emperador de este mundo.
«Porque os digo que si tuvierais fe como un grano de mostaza podrías decirle a esta montaña: ‘Muévete y lánzate al mar’ y se movería, y nada os sería imposible» (Mateo 17:20, 21). Palabras de Jesús que le merecen el siguiente comentario a Porfirio: «De lo que tenemos que concluir que el que no sea capaz de mover una montaña no se puede contar entre los creyentes. Y así no sólo los cristianos del común sino también vuestros obispos y sacerdotes quedan excluidos en virtud de ese precepto» (Apocriticus, III, 17).
«Otro famoso dicho del maestro es éste: ‘A menos que comáis mi carne y bebáis mi sangre, no tendréis vida en vosotros’. Este dicho es bestial y absurdo. ¡Que un hombre coma carne humana o beba la sangre de un miembro de su familia o de su pueblo, y que por eso obtenga la vida eterna! Si así se hiciera, ¡en qué salvajismo no se convertiría la vida! No sé de mayor chifladura en toda la historia de la impiedad. Ni siquiera las Furias les enseñaron esto a los bárbaros. Ni siquiera los potideanos habrían llegado a eso, salvo que se estuvieran muriendo de hambre. ¿Qué sentido tiene ese dicho contrario a toda vida civilizada?» (Apocriticus, III, 15). A lo cual Macarius Magnes contesta con un fárrago de varias páginas en que nos sale con esto: «Considera, por favor, el caso de un niño recién nacido: salvo que coma la carne y beba la sangre de la madre que lo tuvo no vivirá. Es cierto que el alimento viene en forma de leche, pero la leche es igual que la sangre; es sólo su contacto con el aire lo que le da su color claro. Así como el Creador hace que las aguas sucias del abismo broten en una clara fuente, así de los pechos de una mujer, por un complicado mecanismo, sale sangre de las venas en una forma aprovechable. Dime de dónde los hijos de Dios pueden vivir y ser nutridos acabando de nacer ¿si no es probando la mística carne y bebiendo la mística sangre de la que los tuvo? Pues es ni más ni menos la sabiduría de Dios la que constituye la madre que prepara la mesa para sus hijos y mezcla su propio vino vertiéndolo ricamente de los dos Testamentos como si fueran dos pechos. La carne y la sangre de Cristo o de su Sabiduría (que es lo mismo) son las palabras del Antiguo y el Nuevo Testamentos dichas con sentido alegórico y que los hombres deben devorar con cuidado y digerir para ganarse con ellas no la vida temporal sino la eterna» (Apocriticus, III, 23). ¡Con razón todos los Padres de la Iglesia, desde Metodio de Olimpo, el historiador Eusebio y Jerónimo hasta Agustín temían meterse con Porfirio, con el «veneno de su pensamiento» en palabras de Apolinario de Laodicea! Sin el arma de la alegoría quedaban indefensos. «Pasando a considerar otra doctrina, aun más asombrosa que las anteriores e igual de oscura, está escrito que ‘El Reino de los Cielos es como un grano de mostaza’, o que ‘El Reino de los Cielos es como la levadura’, o que ‘El Reino de los Cielos es como un mercader que busca unas perlas preciosas’. Estas imágenes disparatadas no son dignas de hombres sabios, ni siquiera de las sibilas. Cuando alguien quiere decir algo referente a lo divino tiene que expresarse con claridad usando imágenes de todos los días. Pero esas imágenes no son sensatas: son tontas e ininteligibles. E impropias para explicar lo que se pretende. No tienen sentido» (Apocriticus IV, 8).
Basándose en los Evangelios, en la Epístola a los Gálatas y en los Hechos de los Apóstoles, Porfirio considera a Pedro un hombre de juicio débil, un cobarde, un desleal y un hipócrita. La opinión que le merece este Sancho Panza no puede ser más adversa. Y así se asombra de que Jesús le haya dicho (Mateo 16:18): «Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y te daré las llaves del Reino de los Cielos» (que es en lo que la Puta de Babilonia Roma empezaba a basar su pretensión de supremacía sobre las iglesias de Alejandría, Antioquía y Jerusalén), ya que pocos versículos después lo rechaza diciéndole: «¡Apártate de mí. Satanás! Me escandalizas pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres» (Mateo 16:23). Y el comentario de Porfirio es el que haría cualquiera que no tenga absolutamente sorbido el seso desde que nació por la Puta: «Si Jesús tenía en tan poco concepto a Pedro como para llamarlo Satanás, por favor díganme cómo hay que interpretar esta maldición al llamado jefe de los discípulos. O bien Jesús estaba borracho y con la mente confusa cuando llamó a Pedro ‘Satanás’, o bien estaba trastornado cuando le prometió las llaves del cielo. ¿Cómo Pedro, un hombre de juicio equivocado en tantas ocasiones, podía servir como fundamento de una Iglesia? Máxime que después de que se lo había advertido Jesús lo negó tres veces aterrorizado ante una pobre criada. Si Jesús tenía razón al llamar a Pedro ‘Satanás’, significando uno que carece de toda virtud, entonces fue inconsistente e imprevisor cuando le ofreció la conducción de su Iglesia» (Apocriticus, III, 19). Lo cual es obvio. Como también es obvia la cerrazón mental bimilenaria de los cristianos que creen oír la palabra de Dios en esa sarta de necedades y contradicciones que son los evangelios.
Pero hay un argumento de Porfirio más demoledor contra Pedro, y que podemos hacer extensivo a la Puta que lo parió. Es el siguiente episodio de los Hechos de los Apóstoles: «Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió un campo, pero se guardaron una parte del dinero de la venta y el resto él fue a entregárselo a los apóstoles. Entonces Pedro le dijo: ‘Ananías, ¿por qué has dejado que Satanás se apoderara de tu corazón para que le mintieses al Espíritu Santo y te quedases con parte del dinero? ¿Por qué lo has hecho? No les has mentido a los hombres sino a Dios’. Al oír Ananías estas palabras cayó muerto. Un gran temor sobrecogió a todos los que lo vieron. Se levantaron algunos jóvenes, lo amortajaron y se lo llevaron a enterrar. Pasado un lapso como de tres horas sucedió que entró su mujer, que no sabía lo ocurrido. Entonces Pedro le preguntó: ‘Dime, ¿habéis vendido el campo en tal cantidad?’ Ella dijo: ‘Sí, en esa cantidad’. Pedro le replicó: ‘¿Cómo es que os pusisteis de acuerdo para desafiar al Espíritu del Señor? Ya están a la puerta los que acaban de enterrar a tu marido y te van a llevar también a ti’. Al instante Safira cayó a sus pies y expiró. Cuando entraron los jóvenes la encontraron muerta y la llevaron a enterrar junto a su marido. Un gran temor llenó a toda la Iglesia y a todos los que supieron de este suceso» (Hechos de los Apóstoles 5:1-11). Para mí éste es un simple caso de asesinato, un doble asesinato y no puede ser otra cosa. Más benigno que yo, Porfirio comenta el pasaje así: «Pedro los mató aunque no habían hecho nada malo. ¿Pues qué mal podía haber en no regalar todo lo que les pertenecía? Pero aun si Pedro considerara la acción de ellos un pecado, debería haberse acordado del mandato de Jesús que le enseñó a perdonar cuatrocientos noventa pecados contra él (setenta veces siete). Les habría perdonado uno solo, si es que se podía llamar pecado. Y habría debido acordarse también cuando él mismo juró que no conocía a Jesús y por lo tanto mintió, demostrando con su mentira su absoluto desprecio por el juicio y la resurrección» (Apocriticus, III, 21). Sin comentar nada de esta última acusación, Macario le contesta a Porfirio que Pedro no podía haber perdonado a Ananías y a Safira pues no se trataba de un delito contra Pedro sino contra todo el cuerpo de los creyentes. «El atropello lo cometieron contra Dios, contra la fe». Había que castigar a Ananías y a Safira «para que no infectaran a otros como una peste, para lo cual Pedro arranca la maleza antes de que invada el campo. Además los dos no murieron por un golpe de la espada (como dices) sino de la conciencia, un golpe que venía del Espíritu Santo del amor. Por lo tanto Pedro no tiene la culpa de la muerte de ambos que ocurrió como advertencia para los demás» (Apocriticus, III, 28).
Y he aquí lo que opina del asunto San Efrén (que de niño mató a pedradas a una vaca pero al que apodaban «arpa del Espíritu Santo»): «El castigo de Dios contra Ananías y Safira no sólo fue porque robaron y escondieron lo robado, sino porque no temieron y quisieron engañar a aquellos en los que moraba el Espíritu Santo, que todo lo sabe» (Catena armenia sobre los Hechos de los Apóstoles). Así que según la Puta limosnera, hablando por boca de este malnacido santo, uno puede robarse lo que le pertenece. Y en su «Homilía sobre los Hechos de los Apóstoles» San Juan Crisóstomo comenta: «No se podía pasar a la ligera la falta, era necesario eliminar la gangrena antes de que infectara todo el cuerpo». San Agustín por su parte opinaba que el castigo de Dios a Ananías y Safira fue simplemente el de la muerte temporal, no la reprobación eterna. Y he aquí el comentario de la Biblia del Opus Dei: «Con su actitud hipócrita, Ananías y su mujer manifiestan su avaricia y sobre todo su vanagloria, y el castigo fue de una comprensible severidad en un momento fundacional lleno de auxilio divino y de especial responsabilidad. Este relato es una prueba más de cómo detesta Dios la hipocresía. Ante ella se aprecia por contraste el valor de la virtud de la veracidad, que tiende a la fiel manifestación de la verdad para que ésta reine siempre y en todas partes y se eviten la falsedad y la mentira» (Nota a los Hechos de los Apóstoles, páginas 102 y 103). Hoy en día los del Opus Dei son los grandes lacayos de la Puta. Lograron lo que parecía imposible, ¡desbancaron a la Compañía de Jesús! «A cada capillita le llega su fiestecita», dicen en Monterrey. Y sí. También le llegará un día su día a la Puta.
En La ciudad de Dios (XIX, 23) cuenta Agustín que Porfirio, «el más docto de los filósofos, aunque el más implacable enemigo de los cristianos», transcribe en su Filosofía de los oráculos la siguiente respuesta de Apolo a un marido que le pregunta qué tenía que hacer para librar a su mujer del cristianismo: «Es más fácil escribir en el agua o volar como un pájaro que devolverle el juicio a tu impía mujer una vez que se ha contaminado. Déjala que haga lo que le dé la gana en su necio engaño y que entone lamentos a la muerte de su Dios, que fue condenado por jueces justos y murió de forma ignominiosa y violenta». ¡Le hubiera tocado a Porfirio o a Apolo lidiar con mahometanos! Es más fácil subir a pie a la Luna que convencer a uno solo de estos alucinados de que Mahoma fue un bellaco asesino y un farsante. Cristianos y mahometanos tienen sorbidos los sesos desde que nacen por sus respectivas supersticiones. Ni con taladro se les puede sacar la terquedad de sus putas testas.
Pero volviendo a Orígenes, con este loco empieza la dañina raza de los teólogos cristianos. De él dice Epifanio que escribió seis mil obras. Así las entendamos como simples rollos de papiro en que caben sólo unos cuantos capítulos de los libros de hoy, la cifra es monstruosa. En su mayor parte se trata de comentarios a la Biblia hebrea, a los evangelios y a las epístolas de Pablo, de los que (Dios sabrá por qué) la mayoría se perdieron. Quedan unos cuantos en su Stromateis y un Comentario al Evangelio de Mateo del tamaño de un ladrillo. Queda también su Philocalia, en cuyos primeros capítulos expone su método de interpretación de las Escrituras, que según él fueron inspiradas por Dios y son la palabra de Dios y tienen por lo tanto las tres características de toda obra divina: verdad, unidad y plenitud. Puesto que la palabra de Dios no puede ser falsa, no puede haber errores ni contradicciones en las Escrituras, y siendo el autor de éstas uno solo, la Biblia se debe entender en consecuencia como un solo libro y no como una colección de varios (Philocalia, V, 4-7). Pero la característica más divina de las Escrituras es su plenitud: «No hay en los libros sagrados ni el más mínimo pasaje que no refleje la sabiduría de Dios» (Philocalia, I, 28). «Claro que hay imperfecciones en la Biblia, como son sus contradicciones, repeticiones y rompimientos en la continuidad de los relatos, pero todas ellas se truecan en perfecciones una vez que aceptamos la alegoría y el sentido espiritual» (Philocalia, X, 1 y 2).
¿Se emasculó Orígenes también de la cabeza? ¡En lo más mínimo! ¡Era un genio! Las cretinadas bíblicas (que son casi tantas como versículos) las entendía él en sentido figurado y san se acabó. ¿Que molesta el sentido literal en un pasaje dado? Pues lo interpretamos en sentido traslaticio y se ve bellísimo. Por expresa voluntad de Dios, según él, al sentido literal había que agregarle otro especial cuando hiciera falta. Le tocaba al intérprete o exegeta descubrir la intención divina caso por caso, y a eso se consagró él en buena parte de los seis mil escritos de su emasculada vida. «Tal pasaje de las Escrituras no tiene sentido corporal» dictaminaba y problema resuelto. Por «sentido corporal» entendía el sentido literal o estricto. Dicha en pocas palabras su tesis era: el sentido corporal o letra de las Escrituras no se debe adoptar cuando implica algo imposible, absurdo o indigno de Dios. A lo cual Celso y Porfirio, como cuando Alejandro resolvió el problema del nudo gordiano cortándolo de un tajo, respondieron tomando las inmoralidades, las contradicciones, las inconsecuencias y las cretinadas de las llamadas Sagradas Escrituras al pie de la letra.
Todavía un papa de nuestro tiempo, Pío XII, andaba empantanado en el mismo problema de los dos sentidos, el literal y el figurado, de que tratara el hereje Orígenes. En su encíclica Divino afflante Spiritu del 30 de septiembre de 1943 (donde afirma que «la Vulgata, tal como la entendió y entiende la Iglesia, está totalmente inmune de todo error en materia de fe y costumbres») nos informa que «Por otra parte, cuál sea el sentido literal no está muchas veces tan claro en las palabras y escritos de los antiguos orientales como en los autores de nuestra época. Y en efecto, qué quisieron dar a entender aquéllos con sus palabras no se determina sólo por las leyes de la gramática y de la filología, ni sólo por el contexto del discurso, sino que es de todo punto necesario que el intérprete se traslade mentalmente, como si dijéramos, a aquellos remotos siglos del Oriente a fin de que, debidamente ayudado por los recursos de la historia, de la arqueología, de la etnología y de otras disciplinas, discierna y vea claramente qué géneros literarios quisieron usar y de hecho usaron los escritores de aquella vetusta edad». Pues sí, y como decía Bach, tocar el clavecín es muy fácil: basta pulsar la nota justa en el momento justo y con la intensidad justa.
Comparando la Palabra verdadera de Celso con el libro de Porfirio Contra los cristianos podemos determinar qué lejos había llegado la Puta en los cien años que los separan. Ya Porfirio no parece saber del cristianismo judaizante ni del de los gnósticos de que habla Celso, como si en el lapso de tiempo transcurrido hubieran desaparecido, y pasa por alto el parentesco esencial de la patraña y la liturgia cristianas con la mitología y los misterios paganos. Se diría que la Puta, que ya se consideraba católica, apostólica y romana, se hubiera impuesto a los demás cristianismos con su doctrina de un Jesús de Nazaret histórico: el Cristo encarnado de los evangelios y los Hechos de los Apóstoles que vivió en Palestina en tiempos de Augusto y Tiberio y que habló arameo. ¿Y quién le decía que no en el año 280 y en Roma, donde se hablaba latín y griego? Allí y entonces escribió Porfirio en griego su libro Contra los cristianos. Si Cristo murió en Jerusalén hacia el año 33 y habló arameo, entonces la separación a que está Porfirio de él es triple: geográfica, temporal y lingüística. Para entonces, a doscientos cincuenta años de la supuesta muerte del supuesto Cristo (hubiera sido éste el hijo del soldado Pantera, del Espíritu Santo o de la quimera que fuera), apologistas y refutadores por igual daban por cierto que ese engendro de personaje había existido. Año con año la separación temporal había ido aumentando hasta que por fin, la Puta, hablando en griego e instalada en Roma, acabó haciendo de su mito historia. Después habría de cambiar el griego por el latín con el consiguiente aumento de la separación lingüística. No hay un Jesús histórico, un rabino galileo que nació en Belén. Lo que hay es un revoltijo de mitos paganos y Biblia judía en el feo personaje de Cristo, expresado primero en griego, luego en latín y finalmente en incontables idiomas vernáculos.
Aparte de lo citado por Macarius Magnes en su Apocriticus, de Porfirio y su polémica contra el cristianismo nos queda un pasaje más conservado por Agustín en una de sus epístolas, y una opinión suya conservada por Jerónimo en su Comentario al Libro de Daniel. En la epístola de Agustín pregunta Porfirio: «¿Qué debemos creer de Jonás de quien se cuenta que estuvo tres días en el vientre de una ballena? Es increíble que un hombre tragado con todo y ropa haya sobrevivido dentro de un pez. Pero si la historia fuera alegó rica, por favor explíquenmela. ¿Y qué quieren decir con eso de que una calabaza brotó de la cabeza de Jonás después de que el pez lo vomitó? ¿Qué razón hay para que le creciera esa calabaza?» No sé de dónde sacó Porfirio lo de la calabaza, a lo mejor estaba tomándoles el pelo a los cristianos pues la Biblia no habla de eso. Lo que dice la Biblia es que Yavé le ordenó a un gran pez que se tragara a Jonás y que éste estuvo en su interior tres días y tres noches, después de lo cual el pez lo vomitó en tierra, y nada más (Jonás 2:1-11). Ahora bien, cuando los escribas y fariseos le piden a Cristo una señal para creerle él les responde que la señal será que «así como Jonás estuvo en el vientre de la ballena tres días y tres noches el Hijo del Hombre estará ese mismo tiempo en el seno de la tierra» (Mateo 12:38-40). Sin darse cuenta de que en el Libro de Jonás no se habla de ninguna calabaza y preocupado únicamente por el asunto de la ropa, que pudiera obstaculizar el paso de Jonás por las fauces de la ballena, el tonto de Agustín le responde a Porfirio con un párrafo verboso en que leemos: «Las escrituras no dicen si tenía puesta o no la ropa cuando fue arrojado al interior del pez, así que bien podemos pensar que cayó con gran rapidez desnudo, si es que fuera necesario que le quitáramos las prendas de vestir, como se le quita la cascara a un huevo para que uno se lo pueda tragar más fácilmente» (Epístola 102, 30). ¡Ah estúpido! ¡Hijo de Santa Mónica la biberona (la borracha) tenía que ser! ¡Cuánto mal le ha hecho a la humanidad ese putañero arrepentido!
En cuanto a la opinión de Porfirio conservada por Jerónimo es ésta, dicha en palabras de Jerónimo: «En su decimosegundo libro Porfirio habló del profeta Daniel y dijo que el libro que lleva su nombre no fue escrito por él sino por alguien que vivió en Judea en tiempos de Antíoco Epifanes, de suerte que en vez de predecir el futuro Daniel está describiendo lo que ya ha ocurrido. Así lo que Daniel cuenta anterior a los tiempos de Antíoco es historia verdadera, pero lo que se refiere a tiempos posteriores es ficción pues ningún escritor puede predecir el futuro (prólogo al Comentario sobre el Libro de Daniel). Y agrega Jerónimo que a ese argumento ya han respondido con sabiduría Eusebio, Apolinario y antes de ellos, en parte, Metodio. Hacían bien los Padres de la Iglesia en intentar responder a la perturbadora duda sembrada por Porfirio de que el Libro de Daniel no tenía la antigüedad que se le atribuía pues, como dice Jerónimo en ese mismo escrito, «ninguno de los profetas habló tan claramente de Cristo como Daniel, ya que no sólo afirmó que vendría, predicción común a los demás profe tas, sino que dijo cuándo». ¿Cuándo? Es lo que no logro encontrar en el Libro de Daniel por más que lo busco. Más fácil encuentro en el Apocalipsis la fecha del fin del mundo. Desde Justino Mártir los cristianos venían diciendo que el Libro de Daniel predecía exactamente el nacimiento del Mesías o Cristo, la destrucción del templo de Jerusalén y la parusía o segunda venida de aquél. Hoy, empezando el siglo XXI, los cristianos seguimos esperando esa segunda venida, pero nos consolamos pensando que les llevamos dos mil años de ventaja a los judíos, que todavía están esperando la primera. Algo es algo. Respecto a la destrucción del templo mencionada en el Libro de Daniel, no es la causada por Tito en el año 70 de nuestra era como cree Justino sino simplemente su profanación por Antíoco IV Epifanes en el año 167 antes de Cristo, que desencadenó la rebelión de los judíos descrita en los dos libros de los Macabeos.
El Libro de Daniel es un embrollo mayúsculo y no sabemos quiénes lo escribieron o quiénes metieron la mano en él. Varios sin duda pues no es la obra de un solo autor. El capítulo 1 y de los capítulos 8 al 12 fueron escritos en hebreo; del capítulo 2 al 7 fueron escritos en arameo. Las Biblias católicas traen además otros dos capítulos que fueron escritos en griego y que los judíos y los protestantes consideran apócrifos: el 13 que cuenta la historia de Susana y el 14 que cuenta la historia del dragón Bel (más la «Plegaria de Azarías» y el «Canto de los Tres Jóvenes», también en griego, interpolados en el capítulo 3). Para complicar aún más las cosas los idiomas no corresponden exactamente a los temas y los seis primeros capítulos están escritos en tercera persona mientras que los seis siguientes en su mayor parte están en primera persona. Los capítulos 1 a 6 tratan del exilio de los judíos en Babilonia en el siglo VI antes de Cristo y están llenos de inexactitudes históricas y de ideas religiosas que corresponden a la primera mitad del siglo II antes de Cristo. Los capítulos 7 al 12 traen las visiones de Daniel y las relacionan con la persecución de Antíoco pero haciendo creer que ésta fue anunciada cuatro siglos atrás, en tiempos del exilio de los judíos en Babilonia, como si se tratara pues de profecías siendo que era simple historia, según lo sabemos gracias al segundo libro de los Macabeos. El capítulo 9 reinterpreta la profecía equivocada de Jeremías que anunció que la desgracia del pueblo judío terminaría en setenta años, convirtiéndolos arbitrariamente en cuatrocientos noventa, con lo que se vuelve a equivocar pues ésa nunca ha terminado, salvo que demos como su fin la creación del Estado de Israel actual en 1948.
Pero la novedad del Libro de Daniel no está en sus profecías, de las que al fin de cuentas estaban llenos los libros de la Biblia que lo precedieron, sino en lo que tomó a través de los griegos del zoroastrismo persa que sostenía los siguientes conceptos religiosos ajenos al judaismo: la existencia de ángeles y demonios; la profecía de una gran batalla al término del tiempo en que se enfrentarían los ejércitos del bien y del mal y en la que participarían hombres y ángeles (la cual dará lugar a los escritos apocalípticos judeocristianos); la inmortalidad del alma; y el juicio final con la resurrección de los muertos y los posteriores premios para los buenos y castigos para los malvados. Conceptos estos últimos que están expresados así en el Libro de Daniel: «En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que defiende a los hijos de tu pueblo, porque será un tiempo de calamidades como no lo ha habido y entonces se salvarán todos los que estén inscritos en el Libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza y el horror eternos» (Daniel: 12: 1,2). He ahí las dos zanahorias de la resurrección y el cielo con que la Puta viene jalando desde hace cerca de dos mil años a su rebaño asnal y el garrote del infierno para los que se nieguen a entrar al redil. Del Libro de Daniel los tomó. Antes del Libro de Daniel, y del segundo Libro de los Macabeos que también habla de la resurrección, los judíos pensaban que con la muerte se terminaba todo. Así en el Libro de Job leemos: «El hombre nacido de mujer vive pocos días llenos de sinsabores. Brota como una flor y se marchita, y pasa como una sombra sin detenerse. El árbol tiene una esperanza pues si lo cortan aún puede retoñar. Mas cuando el hombre muere, ¿adonde va? Pasarán los cielos sin que despierte, nunca saldrá de su sueño» (Job 14:1-12). Con semejante panorama de tinieblas, sin resurrección posible ni cielo, el judaismo estaba destinado al fracaso, no podía competir con la Puta, que con el par de zanahorias y la amenaza del garrote arrastra a dos mil millones (al cielo y al infierno la Puta les ha agregado los lugares intermedios del limbo y el purgatorio). Lo que quiere el hombre es seguir siendo. Y como el hombre, el perro, el burro y la mesa. Es lo que yo llamaría el empecinamiento ontológico universal: persistir cada quien en su esencia para preservar la existencia.
Pero volviendo a Porfirio, al fechar correctamente el Libro de Daniel en tiempos de Antíoco Epifanes y los Macabeos y no cuatro siglos atrás, cuando el cautiverio de Babilonia, como se creía en su tiempo y se siguió creyendo casi hasta nuestros días, no sólo estaba minado la interpretación cristiana basada en el valor profetice de ese libro sino que iniciaba la gran empresa de la desmitificación de la Biblia, a la que se han opuesto el judaismo y el cristianismo por igual. Con esa simple opinión de Porfirio citada por Jerónimo nace el estudio objetivo de la Biblia que rechaza la tesis irracional de que sus textos fueron inspirados por Dios. Todos los libros de la Biblia hebrea son de autores anónimos. Y muchos de ellos, si no es que todos, fueron modificados una y otra vez por otros autores anónimos en el curso de las generaciones. Ni el Pentateuco lo escribió Moisés, ni las Lamentaciones las escribió Jeremías, ni los Salmos los escribió David, ni el Cantar de los Cantares lo escribió Salomón, ni tampoco los Proverbios, ni tampoco el Libro de la Sabiduría. Los capítulos 40 al 66 del libro atribuido al profeta Isaías, que se cree que vivió en el siglo VIII antes de nuestra era, hoy se piensa que fueron escritos cerca de dos siglos después. El libro de Obadías, que tiene sólo una página, parece ser la combinación de pedazos debidos a dos autores. El resultado de todo esto es un revoltijo de mitos, leyendas, tradiciones orales, cuentos populares, episodios épicos, anales, biografías, cronologías, censos, proverbios, epigramas, poemas, profecías… Mucha estupidez, mucha inmoralidad, mucha infamia, y quitando unos cuantos versículos desolados y pesimistas del Libro de Job y del Eclesiastés muy mala literatura. Los primeros nueve libros, y acaso también varios más, fueron escritos en los siglos VII y VI antes de nuestra era en hebreo, una lengua que estaba viva entonces pero que no mucho después, tras el cautiverio del pueblo judío en Babilonia, se habría de convertir en lengua muerta y habría de ser reemplazada por el arameo en que, por los siglos ni y n antes de nuestra era, se escribieron partes de los libros de Esdras y de Daniel.
Pero la gran batalla por la desmitificación de la Biblia no se habría de dar en torno al Libro de Daniel sino a la autoría de sus cinco primeros libros conocidos como el Pentateuco, la Tora o la Ley y que desde siempre se atribuían a Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. Sin embargo los cinco libros son obra de autores anónimos de los tiempos del rey Josías y posteriores en seis siglos cuando menos al 1250 antes de nuestra era, en que se pretendía que había vivido Moisés. Incluso los capítulos del Génesis que tratan de la creación del mundo, el diluvio universal y los patriarcas (si no es que todo el libro) son más recientes, escritos durante el exilio de Babilonia o poco después. Ninguno de los cinco libros está en primera persona, en ninguno se dice que Moisés sea su autor, y en el Deuteronomio se cuenta su muerte. Pero la Puta, siguiendo la tradición judía y sin que le fuera nada en ello, se empecinó en que Moisés los había escrito. La fábula se empezó a desmoronar en el siglo XI cuando Isaac ibn Yashush, médico judío de la España musulmana, hizo ver que la lista de reyes edomitas que aparece en el capítulo 36 del Génesis menciona reyes que vivieron mucho después de Moisés, tesis que le valió de sus correligionarios el apodo de «Isaac el calumniador». La tradición había resuelto el problema de la muerte de Moisés diciendo que su sucesor, Josué, escribió el final del Deuteronomio donde está narrada. En el siglo XV Carlstadt, un contemporáneo de Lutero, hizo ver que el estilo del relato de la muerte de Moisés es el mismo del resto del Deuteronomio, así que no se podía sostener que Josué o cualquiera había agregado simplemente unas cuantas frases al final del libro. En el siglo XVII Thomas Hobbes adujo varios hechos y afirmaciones de los cinco libros inconsistentes con la autoría de Moisés. Por ejemplo el texto a veces dice que algo de lo narrado continúa «hasta el día de hoy», pero ésta no es una frase de quien narra una situación contemporánea, sino de alguien que trata de situaciones del pasado que han persistido hasta el momento en que escribe.
Poco después de Hobbes el calvinista francés Isaac de La Peyrère volvió a sostener la tesis de que Moisés no había sido el autor del Pentateuco y entre las varias pruebas que aducía estaba el primer versículo del Deuteronomio: «Estas son las palabras que les dijo Moisés a los hijos de Israel al otro lado del Jordán en el desierto». Según La Peyrère la expresión «al otro lado del Jordán» se explica porque Moisés está al otro lado del río respecto al escritor, que está en Israel; y es que Moisés, a quien Yavé le prohibió que entrara a la tierra prometida, tan sólo la alcanzó a ver poco antes de morir, desde el monte Pisgah, sin llegar a cruzar el Jordán. Los católicos obligaron a La Peyrère a convertirse al catolicismo y quemaron su libro. Y por esos mismos años en Holanda el filósofo Spinoza fue excomulgado por sus correligionarios judíos (y después condenado por los protestantes y su Tratado teológico político puesto en el Índice de libros prohibidos por los católicos) por insistir en los anteriores argumentos y agregarles otros: al anacronismo de los reyes edomitas le sumó el de varios topónimos posteriores a Moisés; hizo ver la imposibilidad de que éste dijera de sí mismo que era «el hombre más humilde de la tierra»; y sostuvo que la frase del final del Deuteronomio de que «No ha vuelto a surgir en Israel un profeta más grande que Moisés» sólo la pudo escribir alguien que hubiera vivido siglos después de él, durante los cuales hubieran surgido otros profetas con quienes se le pudiera comparar. Con esto no sólo quedaba excluido Moisés como autor del Pentateuco sino también Josué, su inmediato sucesor.
Los cinco libros del Pentateuco más los de Josué, Jueces, Samuel y Reyes fueron escritos en tiempos del rey Josías, en torno al año 622 antes de nuestra era, y no siglos atrás. Es más, Moisés no existió, ni en el año 1250 antes de nuestra era como se pretendía ni nunca; ni existió Josué; ni estuvo el pueblo judío cautivo en Egipto; ni hubo ningún éxodo, ni ninguna conquista de ninguna tierra prometida, ni una monarquía próspera y unificada bajo David y Salomón. La arqueología no da testimonio de nada de esto y se viene a sumar a la historia y a la evidencia interna de los textos bíblicos para desenmascarar estos mitos, obra de unos escribas o sacerdotes de los tiempos de los reyes Ezequías y Josías, leyendas de un pasado idealizado, de una Edad de Oro gloriosa que no existió en la realidad pero que tomó vida en la escritura. David y Salomón no se mencionan siquiera en un solo texto conocido de Egipto o Mesopotamia. Recientemente, en el yacimiento de Tel Dan del norte de Israel, los arqueólogos han encontrado una inscripción en arameo de cerca al año 835 antes de nuestra era (o sea cien años posterior a cuando se piensa que fue el reinado de Salomón), en que se menciona la «casa de David». Del fabuloso templo de Salomón en cambio no han encontrado ni rastro. Y es que Judá en tiempos de ambos reyes, y aun mucho después, era un erial despoblado, aislado, marginal, sin un centro urbano importante ni una estructura de aldeas y pueblos jerarquizados. Críticos radicales de los últimos años han llegado a afirmar que la historicidad del rey David «no es mayor que la del rey Arturo». ¡Qué no dirán entonces de su lejano descendiente Jesús de Nazaret! En todo caso, de haber existido, David y Salomón no estuvieron sujetos a las leyes de Moisés, las de la Tora o Pentateuco, pues éstas son posteriores a ellos en varios siglos.
El Génesis empieza contando la creación del mundo y el hombre y de inmediato la vuelve a contar en un segundo relato que contradice en muchos puntos al primero. En el primer relato el creador es Elohim; en el otro es Yavé. Y en la narración del diluvio universal pasa igual, aparecen los dos mismos dioses o nombres de Dios y también hay dos relatos, aunque no sucesivos sino entrelazados. La hipótesis de los especialistas bíblicos de las últimas décadas para explicar esta anomalía de que un mismo relato se dé en dos versiones es que un compilador posterior al exilio de Babilonia (que tuvo lugar del 587 al 538 antes de nuestra era) mezcló dos tradiciones en un solo revoltijo. Pero ésa es tan sólo una suposición. Tratándose de la Biblia hebrea lo único seguro es que nunca sabremos nada seguro. A falta de hechos ciertos, hoy el deporte de los especialistas bíblicos es inventar conjeturas que nunca podrá probar nadie. Y lo dicho para la Biblia hebrea vale para el Nuevo Testamento. ¿Por qué Yavé, Elohim, el Padre, Alá o como quieran llamar al Monstruo barbudo y feo que dicta libros permite tanta confusión tratándose de su palabra? Es que los designios del Altísimo son inescrutables, dice la Puta. Y en diciéndolo tiende la mano para que le den limosna.
En Judea y en tiempos de los reyes Ezequías (727-698 antes de Cristo) y Josías (639- 609) la mafia sacerdotal y carnívora de los levitas emprendió una profunda reforma religiosa a la que se debe el Pentateuco con sus leyes y los seis siguientes libros de la Biblia cuando menos, y cuyo propósito esencial era centralizar todos los mataderos de Judá en uno solo, el templo de Jerusalén, de suerte que los esbirros de Yavé tuvieran el monopolio de la carne con el pretexto de que era para los sacrificios en el altar del creador del mundo. De cuantos libros ha escrito la humanidad en arcilla, en papiro, en pergamino, en papel, con ideogramas, jeroglíficos, caracteres cuneiformes o letras de alfabeto, el tercero y cuarto de la Biblia, el Levítico y Números, son los más viles. En ellos Yavé el Monstruo le exige a su pueblo de carnívoros sacrificios de animales. Ya en el Génesis leemos: «Y vio Yavé que la maldad del hombre era grande en la tierra y que todos sus pensamientos tendían siempre al mal. Se arrepintió entonces de haberlo creado y se afligió su corazón. Entonces dijo: ‘Borraré de la faz de la tierra a los hombres y a los animales, pues me arrepiento de haberlos creado’» (Génesis 6:5-7). ¿Y por qué también a los animales? ¿Qué culpa tenían ellos de la maldad del hombre? ¿Por qué tenían que pagar ellos por él? Después de lo cual manda el diluvio. Y en Josué 11:6, en plena devastación de la tierra de Canaán, Yavé le ordena a Josué, su esbirro mayor: «No les temas a tus enemigos porque mañana a esta hora los entregaré heridos de muerte a Israel. Les cortarás entonces los jarretes a sus caballos y echarás al fuego sus carros». Y así se hace, los derrotan sin dejar un solo sobreviviente, les cortan los jarretes a los caballos y echan al fuego los carros. ¿Qué culpa tenían los caballos?
Desde el Génesis queda pues consagrado el atropello a los animales. Por algo dice Yavé el sexto día de la creación: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza y que tenga autoridad sobre los peces del mar y las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo» (Génesis 1:26). Las leyes referentes al sacrificio de animales del Levítico no hacían más que sancionar la injusticia. He aquí resumidas, sin las descripciones detalladas y sangrientas de que van acompañadas, algunas de ellas: «Si todo el pueblo de Israel peca por inadvertencia, en cuanto se dé cuenta de su pecado ofrecerá un becerro como sacrificio de expiación» (Levítico 4:13-21). «Si el que peca es el sumo sacerdote, le ofrecerá a Yavé un becerro sin defecto» (Levítico 4:3-12). «Si el que peca es un jefe, traerá como ofrenda un macho cabrío y lo degollará en el lugar de los holocaustos» (Levítico 4:22-26). «Quien toca por inadvertencia inmundicias humanas o pronuncia un juramento insensato, como sacrificio de reparación le llevará a Yavé una hembra de oveja o de cabra y el sacerdote hará expiación por él» (Levítico 5:3-6). «Si un hombre yace con una esclava, ambos serán azotados y él le ofrecerá a Yavé un carnero como expiación por su culpa» (Levítico 19:20,21). Y esta perla de la infamia: «Si un hombre se ayunta con un animal, morirán él y el animal. Y si una mujer se deja cubrir por un animal, los dos morirán también. Son responsables de su propia muerte» (Levítico 20:15, 16). ¡Carajo, yo jamás he visto a un pobre burro persiguiendo a una puta vieja para cubrirla! Y ésta es la Ley que no venía a abolir Cristo (Mateo 5:17), sino a darle su plenitud. Porque a la mujer le vino la regla, porque dio a luz una niña, por lo uno, por lo otro, por lo otro van cayendo degollados becerros, chivos, corderos, carneros, cabras, tórtolas, vacas, ovejas, pichones, para después ser quemados en el altar del Monstruo. Manual de los carniceros, el Levítico se lo destinó Yavé a los de la tribu de Leví, su preferida, los levitas, a quienes eligió como sus sacerdotes y de quienes proviene la estirpe rezandera e hipócrita de curas, pastores, popes, rabinos y ayatolas que después de milenios siguen estafando al mundo.
Ya las leyes contra los animales del Levítico se le suman las de Números: cada día, «ofrecidos en holocausto de calmante aroma para Yavé», se le sacrificarán dos corderos de un año sin defecto, uno por la mañana y otro al atardecer; el sábado serán dos corderos; el primer día de cada mes, siete más un carnero; el día de la pascua, lo mismo; y lo mismo el día de las primicias, «además de un macho cabrío para que expíe por vosotros»; el día 15 del séptimo mes, trece novillos, dos carneros y catorce corderos sin defecto. Y así los capítulos 28 y 29 de Números van haciendo la larga lista de los animales que hay que sacrificarle a Yavé en tal fiesta o en tal día «como sacrificio por el pecado». Mayor infamia imposible. Ni siquiera el libro genocida de Josué es tan vil como el Levítico y Números. En Josué, el sexto libro del mamotreto, está el famoso pasaje en que durante la batalla de los israelitas contra los amorreos Yavé detiene el sol en medio del cielo sobre Gabaón para que se tarde en ponerse de suerte que su esbirro pueda completar a cabalidad el exterminio de sus enemigos. En el curso de su campaña de guerra santa y tierra arrasada por las montañas, las planicies y las lomas de Canaán, la tierra prometida, que Josué recorre sin dejar vencido vivo, pasándolos a todos a cuchillo y asolándolo todo, los israelitas atacan por sorpresa a los amorreos y los vencen. «Y mientras los amorreos huían de los israelitas y ya alcanzaban la bajada de Bet-Horón, Yavé les lanzaba desde lo alto del cielo grandes piedras de hielo, y fueron más los que murieron por ellas que los que cayeron bajo la espada de los israelitas» (Josué 10:11,12). ¡Qué imagen grotesca! El creador del mundo lanzándoles piedras desde lo alto del cielo, a mansalva y sobre seguro como rufián de la más baja ralea, a unos vencidos que huyen… Pero ni Josué existió, ni es historia el libro que lleva su nombre: es simple imaginación genocida de unos escribas de los tiempos del rey Josías. No hubo ninguna conquista de Canaán. Los antepasados de quienes escribieron la Biblia no llegaron desde Egipto a Canaán; en Canaán estaban desde siempre, en ese erial semidesértico. No hay un solo testimonio arqueológico de su estadía en Egipto ni de su pretendida conquista de la tierra prometida. Los israelitas eran los cananeos. Y tanto mejor para Israel que así haya sido, que la arqueología lo exima por lo menos de esa sangre humana que no derramó pues con la de los animales basta. De esa infame religión de carniceros surgió la infame religión cristiana. Para desgracia de la tierra faltaba sin embargo por venir lo peor, esta otra maldita raza carnívora y sin prepucio de los secuaces de Mahoma que hoy, convertidos en bombas excretoras, andan en plena campaña de destrucción del mundo acabando hasta con el nido de la perra.
Mahoma (c570-632) es uno de los seres más dañinos y viles que haya parido la tierra. Una máquina de infamias que ni de la reproducción se privó: tuvo seis hijos con Jadiya, la viuda rica con que se casó para quedarse con su herencia, y otro con su concubina María la copta. De los 25 a los 45 años este mercader taimado que habría de fundar la religión mahometana (una plaga peor que el sida y la malaria) se pasaba cada año el mes sagrado del Ramadán encerrado en una cueva del monte Hira en las afueras de La Meca, durante el cual el arcángel Gabriel le aterrizaba encima y le hacía «revelaciones»: que Alá, le decía, era grande, y que él era su Profeta. Y en el árabe más puro, el coránico, que en esos instantes mismos nacía limpísimo, intocado, libre de anacolutos y moscas y de todo excremento humano o de perro, el enviado de Alá el clemente y misericordioso le iba dictando a su Profeta los luminosos versículos de los justicieros suras del Corán: «Si teméis no ser equitativos con los huérfanos, no os caséis más que con dos, tres o cuatro mujeres» (sura 4, versículo 3). «En el reparto de los bienes entre vuestros hijos Alá os manda dar al varón la porción de dos hijas» (sura 2, versículo 12). «Jamás le ha sido dado a un profeta hacer prisioneros sin haberlos degollado ni cometer grandes sacrificios en la tierra» (sura 8, versículo 68). «Felices son los creyentes que limitan sus goces a sus mujeres y a las esclavas que les procuran sus manos diestras» (sura 23, versículo 6). «¿Hemos creado acaso ángeles hembras?» (sura 37, versículo 150). «Las peores bestias de la tierra ante Alá son los mudos y los sordos, que no entienden nada. Si Alá hubiese visto en ellos alguna buena disposición, les habría dado el oído. Pero si lo tuviesen, se extraviarían y se alejarían de él» (sura 8, versículos 22 y 23). Hagan de cuenta las bellaquerías del Éxodo, el Levítico, el Deuteronomio y Números que ya cité. En crueldad y maldad, en misoginia y esclavismo, el Corán compite con la Biblia.
Muerta Jadiya y dueño de su herencia, el flamante Profeta se entregó de lleno a la cópula con mujeres, y montándose a horcajadas en el monoteísmo poligínico se dio a propagarlo por el mundo con la espada. Llegó a ser el hombre más poderoso de la península arábiga, donde instaló su reino del terror y mató a millares. No obstante su reciente poder, el socarrón seguía recibiendo las visitas del ángel, que le hacía nuevas revelaciones: las que necesitara para justificar su lujuria rapaz y sanguinaria. Como en el aura de un ataque de epilepsia oía campanitas, entraba en trance y entonces se le aparecía su compinche alado y le dictaba, por ejemplo, el versículo 4 del sura 33 autorizándolo a disponer sin reparos de conciencia, como bien quisiera, de Zaynab, la bella joven esposa de su hijo Zaid, porque éste no era hijo propio sino adoptivo. Cuando sus bandidos de Medina asaltaron en el mes sagrado, en que la costumbre prohibía el derramamiento de sangre, una caravana que iba de La Meca a Siria y en el asalto mataron a uno, el iluminado volvió a oír campanitas y su Gabriel alcahueta le dictó el versículo 214 del sura 2 para justificar el crimen: «A los que te interroguen sobre la guerra y la carnicería en el mes sagrado diles que es pecado grave, sí, pero que es mucho más grave la idolatría y apartarse de la senda de Alá». Y tras embolsarse la quinta parte del botín, el Profeta santo y noble, cuyos secuaces hoy se sienten autorizados a volar torres con aviones y a matar en su nombre a cuantos se les atraviesen, aceptó cuarenta onzas de oro de rescate por cada prisionero.
Otro versículo de otro sura le dictó el ángel alcahueta para legalizarle su concubinato con María la Copta, criada de su mujer Hafsa. Porque además de Jadiya, Zaynab y Hafsa y las esclavas, que no cuentan, tuvo otras once mujeres legítimas (contabilizadas), entre las cuales Aisha, que tenía 9 años cuando él, de 53, la estupró. ¡Más pederasta que cura de la diócesis de Bostón! Si hoy viviera, lo condecoraríamos con la cruz de los Legionarios de Cristo del padre Marcial Maciel. Parece que en esta ocasión el remilgado poligínico no necesitó de versículo especial: violó a Aisha y de paso se ganó la voluntad de su padre, Abu Bakr, quien habría de sucederlo como primer califa no bien Alá llamó a su seno a su Profeta. Cuando Aisha creció comentaba con sentido del humor que cada vez que a su multicompartido marido se le presentaban problemas de conciencia, el Mensajero de Alá oía campanitas: venía el arcángel Gabriel, le dictaba su versículo ad hoc y santo remedio. Para males de conciencia no hay medicina mejor que un espíritu celeste del octavo coro.
Al poeta Abu Afak, del clan Khazrajite y de cien años de edad, lo mandó asesinar mientras dormía por haberse atrevido a criticarlo en unos versos. Y por motivo igual mandó matar a la poetisa Asma bin Marwan, de la tribu de los Aws, a quien su esbirro Umayr ibn Adi, azuzado por él, fue a buscarla a su casa y allí, en momentos en que la joven amamantaba a su niño de pecho, la asesinó clavándole una espada. Al judío Kab ibn al Asharaf, que se atrevió a llorar en verso a unas víctimas del Profeta, el sanguinario también lo mandó matar, y cuando sus esbirros le echaron la cabeza de Kab a sus pies los alabó por sus buenas acciones en pro de la causa de Alá. A los judíos de la tribu de Nadir los expulsó de Medina para apoderarse de sus bienes y después los masacró, como masacró, en el 627, a los judíos del clan de los Korei-dha, que tuvieron la temeridad de quedarse en la ciudad: a todos los hombres (entre setecientos y ochocientos) los ejecutó, y a las mujeres y a los niños los vendió como esclavos. Los crímenes, atrocidades y bellaquerías de esta máquina imparable de matar y fornicar dan para todo un compendio de la infamia: su biografía.
La Biblia y el Corán aprueban pues, explícitamente, la esclavitud. En cuanto a Cristo, al no desligarse de la ley antigua de la que dijo que no venía a aboliría sino a perfeccionarla, implícitamente la acepta. Y así, con la bendición de ambos libros y la aprobación tácita de Cristo, hubo en el mundo esclavitud declarada hasta mediados del siglo XIX en los Estados Unidos, país cristiano, y hasta mediados del siglo XX (si no es que hasta hoy subrepticiamente) en Arabia Saudita y Yemen, países mahometanos. Después de lo dicho, ¿se podrá esperar compasión para un cordero de parte de los secuaces de Alá y Mahoma, de Jehová y Moisés, de Dios y Cristo? Lo más que se puede pedir es que al Padre y al Hijo no les dé por comerse la paloma del Espíritu Santo, el Paráclito, porque entonces ahí sí va a ser el Armagedón. ¿Se imaginan un cónclave sin Espíritu Santo? ¿Quién va a inspirar a los purpurados? ¿Quién va a poner de acuerdo a los tonsurados? ¿Quién va a evitar el zafarrancho de los travesados la próxima vez que se junten para elegirle pastor a la grey carnívora? Al Padre y al Hijo desde aquí les hago un comedido llamado: por el bien de la humanidad no se nos vayan a comer al Paráclito.
Autorizados por la Biblia, los evangelios y el Corán, hoy dos mil millones de cristianos, mil cuatrocientos millones de musulmanes y diez millones de judíos se sienten con el derecho divino consagrado en el Génesis de disponer como a bien les plazca de los animales: de enjaularlos, de rajarlos, de cazarlos, de befarlos, de torturarlos, de acuchillarlos, en las granjas-fábricas, en los cotos de caza, en las plazas de toros, en los circos, en las galleras, en los mataderos, en los laboratorios y en las escuelas que practican la vivisección. «Dios es amor» dicen los protestantes. No. Dios es odio. Odio contra el hombre, odio contra los animales. E infames las tres religiones semideas que invocan su nombre.
Al alemán Hermann Samuel Reimarus (1694-1768), profesor de lenguas orientales, se le considera el padre de la investigación histórica sobre Jesús de Nazaret, entendido éste como un simple hijo de carpintero y no como el Hijo de Dios. Dos libros publicó en vida Reimarus: Abhandlunge von den vounehmsten Wahrheiten der natürlichen Religion (Tratado de las principales verdades de la religión natural) en 1754, y Die Vernunfhlehre (Doctrina de la razón) en 1756, en los que negaba la revelación y la posibilidad del milagro, que consideraba como un acto absurdo contrario a la idea de un Dios creador de un mundo perfecto, y en los que proponía una religión natural contrapuesta a las religiones semideas reveladas. Poca cosa, en verdad, y ni siquiera original pues la imposibilidad del milagro ya la había sostenido Spinoza, y la propuesta de una religión natural surgida de la razón y no de la revelación era la del deísmo de su siglo, el del Voltaire y la Ilustración y el de Thomas Paine, quienes veían a Dios como creador del mundo pero no como un ser providente que lo conservara ni como fuente de la religión. Pero la importancia de Reimarus no está en sus dos libros publicados sino en otro, extensísimo, Apologie oder Schutzschrift für die vernunftigen Verehrer Gottes (Apología o defensa de los adoradores racionales de Dios), que le tomo veinte años escribir, que dejó inédito y del que postumamente, entre 1774 y 1777, Gotthol Lessing dio a conocer siete fragmentos. Uno de ellos, el titulado «Von dem Zwecke Jesu und seiner Jünger» (Las intenciones de Jesús y sus discípulos), se considera hoy como el principio de la investigación del Jesús histórico contrapuesto al Cristo de la fe. En él Reimarus sostiene que Jesús fue un hombre tocado en sueños mesiánicos y que a su muerte sus discípulos se robaron su cadáver y lo escondieron para poder sostener el cuento de su resurrección. Yo habría preferido que Reimarus, Paine y los filósofos de la Ilustración en vez de refugiarse en el deísmo hubieran negado simplemente la existencia de Dios, así les hubieran endilgado el feo epíteto de ateos, y que no se hubieran limitado a negar al Cristo de la fe que hizo milagros sino también al Jesús histórico que no los hizo. Yes que respecto al origen del mundo, si es que lo tuvo, no nos queda más remedio que aceptar que nunca sabremos cómo ocurrió y que Dios es una explicación necia que no explica nada pues es tan difícil imaginar la eternidad suya como la de la materia. Dios es la vuelta del bobo: lo postulamos para explicar cuanto no entendemos, pero sin entenderlo a El. En cuanto al robo del cadáver de Jesús por sus discípulos no pudo haber ocurrido pues Jesús no existió y el que no existe no deja cadáver ni discípulos. Pero en fin, algo es algo y peor es nada. Prefiero mil veces a Reimarus que al engendro de Tomás de Aquino.
El segundo gran nombre en la búsqueda del Jesús histórico es David Friedrich Strauss, autor de la farragosa obra Das Leben Jesu kritisch bearbeitet (La vida de Jesús críticamente examinada) escrita a los 28 años y publicada en 1835 en dos volúmenes y mil cuatrocientas páginas que se dicen rápido pero que pesan como diez ladrillos. ¿Y total para qué? Para sostener la simple tesis de que los milagros de Jesús son me ros inventos de los escritores cristianos del siglo I que buscaban expresar con ellos las esperanzas populares de sus correligionarios. Parte Strauss de una distinción pantanosa entre mitos evangélicos, mitos históricos y leyendas, que propone en el prólogo de su mamotreto. Aunque «mito histórico» es una paradoja, pues si algo es mito no puede ser Historia, a mí me gusta sin embargo la expresión tratándose de Cristo. Yes que al situar a este incierto y contradictorio personaje en tiempos de Herodes el Grande, Herodes Antipas, el Sumo Sacerdote Caifas y el procurador romano Poncio Pilatos, los evangelistas estaban inventando un mito único, uno situado en el tiempo por contraposición a los otros mitos del Oriente, que eran intemporales. De Osiris, Mitra o Dioniso, por ejemplo, nadie sabía cuándo existieron. La primera gran mentira de la Puta es afirmar que Cristo nació en Belén bajo Herodes el Grande y murió en Jerusalén cuando Poncio Pilatos era el procurador romano de Judea. Que me muestre entonces su partida de bautismo en Belén y su certificado de defunción en Jerusalén a ver si le creo. Y firmados por el Padre y el Espíritu Santo. Si no, ¡a otro perro con ese hueso! En fin, mil cuatrocientas páginas para no decir que Jesús alias Cristo no existió, que es lo que importa, a mí se me hacen demasiadas.
En 1838 Christian Hermann Weisse y Christian Gotllob Wilke, el primero en su Die evangelische Geschichte, kritisch und philosophisch bearbeitet y el segundo en su Der Evangelist, oder exegetische-kritische Untersuchung über das Verwandtsverhältnis der drei ersten Evangelien, propusieron, cada quien por su lado, la hipótesis de que el Evangelio de Marcos no era un resumen de los de Mateo y Lucas como se decía, sino por el contrario la base de ambos. Weisse postuló además la existencia hipotética de una fuente de dichos de Jesús (hoy designada como Quelle) que Mateo y Lucas le sumaron al Evangelio de Marcos. De ambas conjeturas, muy probables, ya hemos tratado aquí. En todo caso poco más importa de dónde viene un engaño. Que el Evangelio de Marcos sea anterior o no a los de Mateo y Lucas no hace a ninguno de los tres verídicos. En cuanto a los dichos de Jesús, ¿dónde están? ¿Quién los grabó? ¿Con qué grabadora? De los dos primeros siglos de nuestra era no quedó nada de lo que se escribió en papiro o en pergamino, ¡iba a quedar algo de lo que se dijo! Si Jesús existió y algo dijo, tomado de la sabiduría popular, de la Biblia hebrea o de quien fuera, como en la película de Vivien Leigh el viento se lo llevó.
Después de Weisse y de Wilke otro Christian, Ferdinand Christian Baur, publicó en 1845 Paulus, der Apostel Jesu Christi (Pablo, apóstol de Jesucristo) en que sostiene que de las catorce epístolas atribuidas a Pablo sólo son suyas Gálatas, Romanos y Corintios 1 y 2, y que los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles no fueron escritos en el siglo I sino algo después, tesis con las que coincido, si bien Baur se queda corto. De las catorce epístolas atribuidas al llamado Pablo yo sólo le reconozco una como genuina: la que ustedes gusten y escojan. Las demás son espurias, obra de autores anónimos que para difundirlas utilizaron el prestigioso nombre del de nariz ganchuda, que a lo mejor ni existió, en cuyo caso quien le escribió su única epístola fue el Espíritu Santo. En cuanto a los Hechos de los Apóstoles, son más recientes todavía de lo que pensaba Baur: son de finales del siglo segundo, si no es que de principios del tercero.
Ya me referí a la Vida de Jesús del prófugo del seminario Ernest Renan, publicada en 1863 y que tanto escándalo causó. A partir de este libro estúpido los católicos franceses empezaron a competir con los protestantes alemanes en la pseudo-ciencia de la investigación sobre la historicidad de Jesús, cuyo monopolio habían tenido éstos hasta entonces. Gran escándalo habría de causar también en 1902 L’Évangile et l’Église (El evangelio y la Iglesia), que motivó tres encíclicas y le valió a su autor, el cura católico francés Alfred Loisy, la excomunión en su categoría de vitandus, la más severa, que les prohíbe a los católicos todo trato con el excomulgado, desde compartir con él el lecho hasta dirigirle la palabra. Argüía Loisy que puesto que la crítica científica demostraba que Jesús no pensó nunca en establecer ningún sacramento ni en fundar una Iglesia, a ésta le correspondía tan sólo predicar un mensaje de esperanza y nada más, sin que le asistiera ningún derecho a sentirse dueña del dogma y la verdad. ¡Ya quién se lo venía a decir! A Pío X, sucesor de León XIII, sucesor de Pío Nono que había convocado todo un concilio para que lo declarara infalible. El libro de Loisy fue puesto en el Índice y toda exégesis bíblica libre y no dirigida por el Santo Oficio condenada como «modernismo» en las tres encíclicas que le dedicó Pío X a ese vago enemigo suyo que consideraba «la síntesis de todas las herejías»: Pascendi Dominici gregis y Lamentabili sane exitu, de 1907, y Sacrorum antistitum, de 1910.
Eso de «apacentar el rebaño», que le da título a la encíclica Pascendi Dominici gregis porque así empieza, es puro cinismo de la Puta pues apacentar significa alimentar y lo único que ha hecho esta solemne ramera durante mil ochocientos años es ordeñarlo. La encíclica Lamentabili sane por su parte era la condena de sesenta y cinco «graves errores» o «novedades» en la interpretación de las Sagradas Escrituras y los principales misterios de la fe por parte de los «modernistas», que debían ser «denunciados, condenados y proscritos por el Oficio de esta Santa, Romana y Universal Inquisición». De aquí el famoso juramento antimodernista que traía anexo la encíclica Sacrorum antistitum y que debían prestar en adelante, motu proprio, «todos los clérigos, pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos y profesores de los seminarios filosóficos y teológicos». Eso de motu proprio, que significa «voluntariamente», era pura zalamería de la Puta pues en realidad se tenía que entender como velis nolis: «por la buenas o por las malas». La Puta es, ha sido y será siempre autocrática, no admite discusión. Lo que diga el Petrus de turno eso es, ¡y a callar rebaño! Entre lo que tenían que jurar los lacayos tonsurados de la Puta estaba la siguiente declaración de fe: «Creo firmemente que la Iglesia, maestra y depositaría de la palabra revelada, fue instituida directamente por Cristo mismo, real e histórico, cuando vivió entre nosotros, y que la construyó sobre Pedro y sus sucesores hasta el fin de los tiempos». Por instigación de Pío X fueron suprimidas todas las publicaciones católicas libres, se despidió a los académicos y maestros de seminario que simpatizaban con el modernismo y se estableció una sociedad secreta, el Sodalitium Pianum, encargada de espiar y hostigar a los teólogos sospechosos y de estimular la delación en el mejor estilo del Santo Oficio. A Angelo Roncalli, el futuro Juan XXIII, lo denunciaron por recomendarles a sus estudiantes la Historia de los comienzos de la Iglesia cristiana de Luis Duchesne. Y lo primero que se encontró Giacomo della Chiesa, alias Benedicto XV, en su escritorio, estrenando pontificado, fue una denuncia secreta contra él, dirigida a su antecesor Pío X y en la que lo acusaban de modernismo.
En 1967, bajo Pablo VI, la Congregación para la Doctrina de la Fe (antiguo Santo Oficio, antigua Inquisición) con la mayor frescura suprimió el juramento antimodernista, así como el año anterior la Puta había anunciado que no publicaría nuevas ediciones del Índice de libros prohibidos, que el catálogo existente dejaba de ser vinculante y se retiraba en consecuencia la pena de excomunión para quien leyera los libros en él incluidos. El engendro del índice se lo debemos a otro Pablo, el papa Carafa alias Pablo IV, gran perseguidor de los judíos y uno de los papas más sanguinarios, que fue el que lo estableció en 1557 para conjurar los peligros de la imprenta, el modernismo de su tiempo. Con él la Puta atropello durante cuatro siglos la libertad de expresión en Occidente, hasta que un día, como si nada, borrón y cuenta nueva. ¿Pero no retiró pues también no hace mucho la Puta, por boca del infame Wojtyla, su condena contra Galileo, a quien estuvo a punto de quemar? En cuanto a los crímenes de la Inquisición, hoy la Puta dice que no fueron tantos, y que si alguno se cometió, hay que entenderlo en su contexto histórico y como obra de la mentalidad de otros tiempos.
El error número 16 de la encíclica Lamentabili sane parece que era el de Loisy: «Lo relatado por Juan no es propiamente historia sino una contemplación mística del evangelio; sus discursos son meditaciones teológicas sin verdad histórica respecto al misterio de la salvación». Es que Loisy (y antes de él Strauss y Baur) le negaba todo valor histórico al Evangelio de Juan. ¡Como si los sinópticos lo tuvieran! Los cuatro son igualmente mentirosos. Y cuando el Evangelio de Juan tiene algo en común con los sinópticos los contradice. Por ejemplo, en los sinópticos la expulsión de los mercaderes del templo ocurre al final de la vida pública de Jesús; en cambio en el Evangelio de Juan ocurre al comienzo. La Puta resuelve la contradicción diciendo que hubo dos expulsiones de los mercaderes del templo: una al comienzo del ministerio de Jesús y otra al final. No sé qué diga del hecho de que el Sermón de la Montaña de Mateo, el de las bienaventuranzas, en Lucas ocurre en un llano. Pretenderá que se trata de dos sermones distintos, uno en una montaña y el otro en un llano. Las bienaventuranzas además no sólo difieren en ambos evangelios sino que en Lucas vienen seguidas de unas maldiciones que faltan en Mateo: «Pero ¡ay de vosotros los ricos porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de los saciados porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís porque gemiréis y lloraréis!» (Lucas 6:24-25). La Puta dirá que por la gran altura de la montaña se le borró a Mateo un tramo del caset.
¿Y qué dice la Puta del milagro de la multiplicación de los panes y los peces que en Mateo está contado dos ve ces? En la primera (14:14-21) Jesús multiplica cinco panes y dos peces y comen «como unos cinco mil hombres sin contar las mujeres y los niños»; y en la segunda (15:29-38) son siete panes y «unos pocos pececillos» con los que comen «unos cuatro mil hombres sin contar las mujeres y los niños». Entonces en qué quedamos: ¿fueron cinco panes, o siete? ¿Y comieron como cinco mil, o como cuatro mil? La Puta entonces, sin inmutarse, dice que fueron dos las multiplicaciones milagrosas. ¿Y por qué agrega Mateo que «sin contar las mujeres y los niños»? ¿Es que acaso las mujeres y los niños valen menos que los hombres? Este mismo milagro también lo narran los otros tres evangelios, pero no dos veces sino una sola, y sin hablar de mujeres ni de niños (Marcos 6:38-44, Lucas 9:13-17 y Juan 6:9-11). ¡Entonces qué! ¿Fueron dos las multiplicaciones de los panes y los peces, o una sola? ¿Y había mujeres y niños, o no los había? La Puta, que es misógina y puerofóbica, a las mujeres las desprecia y a los niños se los come en caldo tierno a las finas hierbas después de haberlos utilizado para apaciguar sus insaciables ansias sexuales. El padre Marcial Maciel y el cardenal Alfonso López Trujillo no me dejarán mentir. El uno es el jardinero de los Legionarios de Cristo, un jardín perennemente florecido de los niños más hermosos de México. El otro es mi paisano colombiano y presidente del Consejo Pontificio para la Familia en Roma a cuyas alturas no llega cualquier cura patirrajado. Desde aquí les hago un comedido llamado a ambos clérigos para que compartan su tesoro con el prójimo pues el pan tiene que ser partido.
Paso por alto las discrepancias (cuando no manifiestas contradicciones) de los evangelios canónicos respecto a la genealogía de Jesús, su nacimiento, su familia, sus apóstoles, sus milagros, su bautismo, su predicación, su pasión, su crucifixión y su ascensión, que cualquiera que lea sin prejuicios esos prestigiosos relatos puede descubrir, para referirme tan sólo a la incompatibilidad general observada por Strauss, Baur y Loisy entre el Evangelio de Juan y los sinópticos. En éstos Jesús se limita a anunciar el Reino de Dios, mientras que en aquél no hace otra cosa sino hablar de sí mismo como cualquier Fidel Castro megalómano: «Yo soy el pan de la vida» (6:35), «Yo soy la luz de este mundo» (8:12), «Yo existía antes de que naciera Abraham» (8:58), «Yo soy el buen pastor» (10:11), «Yo soy la resurrección y la vida» (11:25), «Yo soy el auténtico vino» (15:1). Yo, yo, yo, yo, yo… Con razón es el Hijo de Yavé, que en el Éxodo (3:14) dice «Yo soy el que soy». ¡Cuánta afirmación jactanciosa! En el Evangelio de Juan, Cristoloco está más loco que nunca. «Si le creyeseis a Moisés, tal vez me creeríais a mí, pues él escribió de mí» (Juan 5:46). ¿Dónde, si Moisés no existió y su autoría del Pentateuco es otra leyenda judía? «Yo y el Padre somos uno» (10:30). ¿Y el Espíritu Santo qué, dónde me lo deja? «Pues nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del Hombre» (3:13). ¿Y Elías? ¿No subió pues Elías al cielo en un torbellino? (2 Reyes 2:11). «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que se levante el Hijo del Hombre para que todo el que crea en él no perezca y tenga vida eterna» (Juan 3:14). ¡Qué comparación más pornográfica! Con razón decían que estaba endemoniado y loco: «Se produjo de nuevo una discusión entre los judíos a causa de sus palabras. Muchos de ellos decían: ‘Tiene al demonio adentro y no está en sus cabales, ¿para qué lo escucháis?’» (Juan 10:19, 20). Lo cierto es que el Cristo de Juan no es el mismo de los sinópticos: o uno u otro. Salvo que hubiera habido dos Cristos… ¿Y por qué no? Así como hubo dos expulsiones de los mercaderes del templo, dos creaciones del mundo, dos diluvios universales y dos multiplicaciones de los panes y los peces, así también pudo haber dos Cristos: uno loco y otro menos.
El cristianismo no lo fundó nadie en particular, lo fundaron muchos y en muchos lados: en Antioquía, en Alejandría, en Jerusalén, en Constantinopla, en Éfeso. Hablando con propiedad no hay cristianismo primitivo. En un principio hubo varios cristianismos, distintos y hasta contradictorios, obra de varias sectas y cada una con su Cristo. Sin ir más lejos del Nuevo Testamento, el Cristo de Pablo es una entidad teosófica casi sin carne y hueso con todo y que muere y resucita; en tanto el de los sinópticos come y bebe, incluso hasta después de resucitar, pues como hemos visto tan pronto como se les aparece resucitado a los apóstoles les pide de comer y le dan pez asado. Y el Cristo del Evangelio de Juan no es el mismo de los sinópticos. La Puta habla de un solo Cristo pero ella sola tiene varios. Y ninguno de los suyos es igual al de los gnósticos. Andando el tiempo una de esas primeras sectas cristianas, la Gran Puta, se acostó con Constantino el sanguinario y se alzó con todo y borró a las otras. Este facineroso al que la Gran Puta le debe lo que ha sido y lo que es hoy era hijo de una tabernera (stabularia) y puta ella misma, Santa Elena. Ahorcó a su suegro; mandó envenenar a su hijo Crispo, estrangular a sus dos cuñados y ahogar en la pila de baño a su esposa Fausta. Antes de la batalla del puente Milvio contra Majencio vio un signo antepuesto al sol y la frase In hoc signo vinces: con este signo vencerás. El signo eran dos palos cruzados, una cruz. Y de esa cruz la leyenda colgó a un loco.
En la epístola de Ignacio de Antioquía dirigida a los cristianos de Esmirna aparece por primera vez la expresión «Iglesia católica» (η καθολικη εκκλησια). ¿Será la misma Iglesia desde la que manda saludos Pedro en la antepenúltima frase de su primera epístola, donde enigmáticamente dice: Ασπαζεται υμας η εν Βαβυλωι, frase que las Biblias vernáculas traducen como «Os saluda la Iglesia de Babilonia»? Si fuera así, entonces Ignacio y Pedro coinciden conmigo: los tres estamos hablando de la misma puta, la Gran Puta de Babilonia del Apocalipsis (Βαβυλων της πορνης της μεγαλης) que tantos crímenes habría de cometer durante mil setecientos años para quedarse impune. ¿Y cuándo aparecen escritos por primera vez los nombres de Jesús y Cristo? Si de veras Pablo fue el primero de los autores del Nuevo Testamento y su primera epístola es la primera de las dos que dirigió a los tesalonicenses, entonces fue ahí, en la frase con que empieza esa epístola: «Pablo, Silvano y Timoteo a la iglesia de los tesalonicenses congregada en Dios Padre y en el señor Jesucristo: la gracia y la paz sean con vosotros» (Παυλος και Σιλυανος και Τιμοθεοζ τη εκκλησια θεσσαλονικεων εν θεω πατρι και κυριω Ιηεσου χριστω, χαρις υμιν και ειρηνη). Ahí se habría enunciado por primera vez el Jesús o Cristo que en español solemos juntar en Jesucristo. Sólo que la frase no empieza con Jesucristo sino con Paulos, Pablo. ¿Será este Pablo el inventor de Cristo? ¿O fue la Puta la que los inventó a los dos? De todos modos me parece un imperdonable desacierto de quien sea el haber bautizado al «Señor» como Ιησους, traducción al griego del nombre propio hebreo y arameo Yeshua, abreviación de Yehoshuah que significa «Yahvé es la salvación» y que en español se traduce como Josué y no como Jesús. Por lo tanto Jesús en español no tiene sentido, sobra. No puede haber más que un nombre para el personaje que nos ocupa: Josué, que designa al máximo genocida de la Biblia hebrea o Antiguo Testamento, el gran esbirro de Yavé que devastó la tierra de Canaán por órdenes de su amo el Monstruo. Y así Josué alias Jesús es el Hijo y Yavé es el Padre: Jesús es el Hijo de Yavé. Con lo cual armonizamos muy satisfactoriamente el Antiguo con el Nuevo Testamento. Del Padre y del Hijo, según ya dijimos al tratar del Filioque, procede el Espíritu Santo. Y eso es todo, podemos dar por concluido este espinoso asunto de la Santísima Trinidad. En cuanto al título de Cristo, que en griego significa «ungido», pretende traducir la palabra hebrea mashiaj o Mesías porque ésta también significa untado con aceite. Pero no. Para los judíos «Mesías» significa no sólo eso sino infinitamente más: el salvador de toda una raza. Los griegos no podían tener el concepto hebreo del Mesías porque nunca lo estuvieron esperando.
Antes de la invención de la imprenta los libros eran escasos y costosos pues se tenían que copiar uno por uno, palabra por palabra. Así por casi milenio y medio, hasta Gutenberg, la Biblia sólo estuvo al alcance de la clerigalla, la mafia tonsurada servidora de la Puta que detentaba el poder so pretexto de que era la única intérprete autorizada de la palabra de Dios. Cuando Gutenberg inventó la imprenta de tipos móviles y la Biblia pudo ser difundida a todo el rebaño, la Puta celosamente la encerró en la caja fuerte del latín impidiendo que la tradujeran a las lenguas vernáculas. Y hacía bien. No hay peor enemigo de la Biblia que la Biblia. Lutero no sabía lo que hacía cuando la tradujo al alemán: abrió la caja de Pandora. La primera gran división de la Puta se la debemos al papa romano León IX y al patriarca de Constantinopla Miguel Cerulario, quienes en 1054 la partieron en dos: la Puta de Occidente y la Puta de Oriente. La segunda se la debemos a Lutero, que el 31 de octubre de 1517 clavó sus noventa y cinco tesis de protesta en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg y partió a la Puta de Occidente a su vez en otras dos: la Puta protestante y la Puta católica. Bienaventurado seas, Martín Lutero, clérigo bellaco. Bienaventurados también Miguel Cerulario y León IX. Y bienaventurado, en fin, ya que estamos en éstas, Mihail Gorbachov, el pavo real inflado a cuya ineptitud le debemos el derrumbe del comunismo. Liberados de la coyunda de la Puta católica los protestantes se entregaron con fervor a leer la Biblia, a interpretarla y a descubrirle, como era de esperarse, sus inmoralidades y bellaquerías, sus contradicciones y estupideces. Gracias a Lutero fue posible Locke; gracias a Locke fue posible la Ilustración; gracias a la Ilustración fue posible la Revolución Francesa; gracias a la Revolución Francesa fue posible el Risorgimento italiano; gracias al Risorgimento italiano fue posible la pérdida del poder temporal de la Puta de Roma; y gracias al descalabro de la Puta de Roma hoy el amable lector tiene este libro en sus manos. De no haberse dado esa concatenación de sucesos afortunados, ¡cuánto hace que el de la voz habría ardido en la hoguera!
El pontificado más largo es el de Giovanni Maria Mastai Ferretti, alias Pío Nono, que duró treinta y un años, siete meses y tres semanas, durante los cuales la Puta perdió sus últimos dominios temporales: Romana, Umbría y las Marcas, que le daban vino, aceite, siervos y leche de cabra, y el retrete palúdico de la ciudad de Roma a la que durante milenio y medio había tiranizado y sumido en la suciedad y en la ignorancia. Aunque Pío Nono fue el pontífice que reinó más tiempo, no fue sin embargo el más malo. ¡Cómo iba a serlo si era estúpido! Su estulticia rayana en el delirio anulaba su maldad. El fue el papa que se declaró infalible, el que promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción de María y el que para vergüenza de propios y extraños publicó el Syllabus erroroum que repudiaron todos, desde Gladstone y Lincoln hasta el último deshollinador con cáncer de escroto. Hijo de conde y condesa se sentía rey. ¿Pero de qué? Si acaso de los tesoros mal habidos del Vaticano, que fue lo que le dejaron. Víctor Manuel II, éste sí un verdadero rey, el de la unificación de Italia y el Risorgimento italiano, por poco y no lo pone a dormir en el asfalto: lo sacó de sus «dominios temporales» como saca un insomne de su habitación a un zancudo con un periódico, digamos con La Stampa o La Nazione: «Fuori, zanzara, mascalzone, va via!» Ah, antes de que se me olvide, este Impío Nono fue también el que no permitió que se fundara en Roma una Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales (como si él no lo fuera) arguyendo que los seres humanos no tienen obligaciones para con ellos. La tesis, vaya, de Tomás de Aquino que sostenía que la caridad no se extiende a los irracionales por tres razones: una, «porque no son competentes propiamente hablando para poseer el bien, siendo éste exclusivo de las criaturas racionales»; dos, porque no tenemos comunidad de afectos con ellos; y tres, porque la caridad se basa en la comunión de la felicidad eterna que los irracionales no pueden alcanzar.
De la orden inquisidora de los dominicos, canonizado por Juan XXII y proclamado doctor de la Iglesia por Pío V (un criminal que a su vez fue beatificado por Clemente X y canonizado por Clemente XI), elevado a las alturas celestiales y consagrado como el gran filósofo del catolicismo por León XIII, el llamado «Doctor Angélico» y «Príncipe de los Escolásticos» es uno de los seres más repugnantes y dañinos paridos por vagina humana. Tanto que no digo más y vuelvo a Impío Nono para hacerle cuentas y de paso a su sucesor, la alimaña León XIII, otro granuja de limitado horizonte mental y el tercer papa que más ha durado, habiéndole quitado su segundo puesto recientemente nuestro infame Wojtyla. Pío Nono, como dijimos, reinó treinta y un años, siete meses y tres semanas; León XIII, veinticinco años y cinco meses; y Wojtyla, veintiséis años, diez meses y diecisiete días. ¡Cómo ha podido la humanidad resistir tanto! ¡Y los romanos! Los desventurados romanos, que padecieron a la Puta en carne propia desde el 30 de marzo del 315 en que Constantino le dio Italia e islas anexas a su Gran Ramera, hasta la toma de Roma por Víctor Manuel II el 20 de septiembre de 1870. Mil quinientos cincuenta y cinco años con cinco meses y veinte días sacando cuentas. ¡Un número 1 seguido de tres cincos más cinco meses y veinte días! Una eternidad. ¡Con razón llaman a Roma la Ciudad Eterna! ¡Con razón quedaron los pobres romanos vueltos unos lameculos de papa, medio tarados de la calamorra!
El 19 de septiembre de ese año de 1870, un día antes de la caída de Roma en manos de las fuerzas de la Italia libre, la Impía Nona se encerró en su Vaticano haciendo un berrinche de calibre mayor que le duró a la Puta casi sesenta años durante los cuales vivió de las limosnas de los pobres. Y así hasta el Tratado de Letrán que firmaron en 1929 Mussolini por parte de Italia y el cardenal Gasparri por parte del trepador de montañas y de puestos eclesiásticos Pío XI, el mayordomo de turno de la Puta. La Puta constantiniana se encamó entonces con Il Duce, el dictador fascista esclavo de su pequeño pene que lo impulsaba a delirios mayores como por ejemplo invadir a Etiopía, el país más pobre de la tierra. «Perché la mia volontà»… decía y golpeaba en el aire. Ateo como era, la puta que se levantó, nuestra Gran Ramera, le costó sin embargo una barbaridad: mil setecientos cincuenta millones de liras en «compensación», una oficina postal y una estación de radio que también le sacó, más el control de la enseñanza religiosa en las escuelas estatales y la entronización en todos los salones de clase de un crucifijo para que los niños italianos en edad de merecer se masturbaran pensando en Jesús desnudo. Ese Tratado de Letrán tenía el carácter de un concordato, por los que tenía verdadera pasión la Impía Undécima, más acometida de concordatitis que León XIII de enciclipedorrismo. Si esta fiera tomista y leonina promulgó ochenta y seis encíclicas, la otra firmó concordatos con Letonia, con Bavaria, con Polonia, con Rumania, con Lituania. Esto antes del Acuerdo de Letrán. Y después con Prusia, con Badén, con Austria, con la Alemania nazi, con Yugoslavia… Con Colombia no porque para qué si desde siempre ha tenido a sus pies a ese pobre paisucho arrodillado. Colombia es una putita de calibre menor: asesina, mezquina y mala. Allá el 24 de diciembre acuchillan a los marranos para comérselos chamuscados la víspera del nacimiento del Niño Dios. Y adoran al Corazón de Jesús. Son cardiólatras. El presidente que hoy tienen es un culibajito tan bajito, tan pequeñito, de tan escasa estatura moral, que cuando camina barre el suelo con el culo. Muy católico, eso sí. Dice que el Espíritu Santo lo ha salvado ya tres veces de las FARC, unas guerrillas, y se da golpes de pecho. Luego manotea en el aire amenazando: que a él no le tiembla la mano. ¿Qué querrá decir? ¿Que no padece del mal de Parkinson?
La Puta tiene una suerte loca, de Fidel Castro. Así como a este hampón lo han mantenido sucesivamente el comunismo ruso, los hoteleros gallegos, la juventud prostituida de Cuba y en los últimos años el petróleo venezolano que le regala el pitecántropo Chávez, del mismo modo a Impío Nono lo sostuvieron primero los austríacos y luego los franceses. Y cuando estos alcahuetas, por causa de la guerra franco-prusiana, lo abandonaron a su suerte dejándole el camino libre a Italia para que se anexara a Roma, el Vicario de Cristo, la alimaña máxima, el tirano criminal que tan bien conocían los romanos por haberlo padecido milenio y medio en carne propia, se convirtió a los ojos del resto de la humanidad en un santo. La estampita policromada de Impío Nono con su cara tomatuna y su sotana blanca empezó a circular por todo el planeta. Ningún papa había sido tan conocido como él, ni visto con mayor devoción por sus ovejas, su rebaño, que lo que es en realidad es una jauría carnívora más mala que la horda musulmana. Eran los tiempos modernos, los de la prensa diaria, el telégrafo y el ferrocarril.
Así pues, si Impío Nono había perdido sus dominios temporales, se había convertido por compensación en santo en vida, cosa de la que ni cuenta se dio de tan bruto que era. Siguió haciendo hasta el final su berrinche de viuda rica despojada de sus tierras encerrado en su Vaticano, donde murió. La santidad tartufa fue la herencia que les dejó, sin sospecharlo, a sus sucesores. Con él se inicia la era de los papas modernos, la de los papas santurrones, que ha producido hipócritas de la talla de Pío Doce y el polaco Wojtyla. Tengo frente a mi cama el diploma que les mandó a mis papas Pío Doce, el papa nazi, firmado de su puño y letra y con su foto que me acompaña desde muchacho cuando salí de Colombia. Se ve en ella al pobre Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli, una fiera desdentada que ya no puede torturar ni quemar, arrodillado en su reclinatorio y todo travestido de blanco entornando los ojos al cielo. No bien despierto hacia las 8 y lo saludo tomando fuerzas para empezar el día: «Buon giorno, figlio di putana. ¿Dormiste bien, hideputa?» In illo tempore, en mi juventud atrabancada, lo solía descolgar de la pared para que los chulos y rufianes que habían dormido conmigo lo orinaran. Hoy está amarillecido pero por el orín del tiempo. A la Puta, instigadora imparable de la paridera, le debo el máximo bien de mi vida: veinte hermanos. El que no ha tenido hermanos no sabe lo que es sufrir, no es humano. Si Cristo no los tuvo, como asegura contra viento y marea la Puta para conservar la virginidad perenne de la Virgen, ¡qué santo va a ser! Cristo cargó una sola cruz. Yo veinte. Mi pobre madre paridora hoy está en el cielo quemándose en los infiernos. Le asignaron un círculo especial: el veinte, el más profundo, el de las paridoras desaforadas. Pol Pot está en el diecinueve.
¡Cuánto habría querido ser de papá rico como Cristo y Unigénito! Le habría pedido a mi Padre Eterno que me colmara de bienes y posesiones terrenales como las que por amor a su Hijo le dio a su Puta. Viñedos, palacios, obras de arte, Guardias Suizos hermosos, arroyuelos cantarinos y risueñas colinas acariciadas por el sol. ¡Pero qué! Nací de padre pobre y honrado y con veinte hijos. Al morir nos dejó un pegujalito sembrado de café: maleza. El precio del café se fue de culos y con él Colombia. Con el mismo puño con que se da golpes de pecho esta putita rezandera empuña el puñal y lo clava en animales, en humanos, en lo que sea. Es de un catolicismo vesánico.
De las primeras bellaquerías estúpidas de Pío Nono es su condena a la constitución austríaca de 1848 que abolía la esclavitud del campesinado y les permitía a los protestantes y a los judíos tener sus propias escuelas y universidades. «Declaramos nulas y vacías estas leyes para el pasado y para lo futuro —decía enfurecido el paporro, que estaba estrenando pontificado— y exhortamos a sus autores, en especial a los que se llaman católicos y que se han atrevido a aprobarlas y ejecutarlas, a que recuerden las sanciones y castigos en que incurren ipso facto según las constituciones apostólicas y los decretos de los Concilios Ecuménicos para los que viola n los derechos de la Iglesia». ¡Claro! Es que sus súbditos romanos le pedían la misma libertad al autócrata. Se levantaron contra él, le mataron a su primer ministro el conde Rossi, lo sitiaron en el palacio del Quirinal, lo obligaron a huir disfrazado a Gaeta y proclamaron la República Romana, pero ay, como nunca falta un hueco para un descosido ni un alcahueta para una Puta, los franceses vinieron en su auxilio, lo reinstalaron en su trono y lo protegieron hasta que se tuvieron que ir por el estallido de la guerra franco-prusiana. Eran los años del Risorgimento, al que el Impío se opuso con un decreto prohibiéndoles a los católicos que lo apoyaran. Situados en la mitad de la bota itálica, y separando por lo tanto al norte del sur, Roma y los Estados Pontificios constituían el gran obstáculo para la unificación de Italia. Lo que le iba en juego entonces a la Puta eran sus preciadas posesiones temporales, que quería como las niñas de sus ojos. ¡Qué espectáculo de ruindad avariciosa el que dio! Y cuando Garibaldi avanzaba sobre el Vaticano el Impío, desafiante, decía: «Ya los oigo venir. Ésta es mi artillería». Y se señalaba el crucifijo que le colgaba del pecho como un pene flácido.
Con cara tomatuna y epiléptico, Impío Nono se caracterizaba además por ser un devoto del 8 de diciembre. Ese día en 1854 promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción de María en su epístola apostólica Ineffabilis Deus. Ese día en 1864 promulgó la encíclica Quanta cura, a la que le anexó el Syllabus. Y ese día en 1869 instaló el Primer Concilio Vaticano, para que lo declarara infalible. ¡Pero para qué, si ya lo era! Cuando promulgó el dogma de la Inmaculada Concepción lo hizo como tal o de lo contrario esa promulgación no habría sido dogma sino una simple opinión papal. La novedad era grande entonces pues desde el Concilio de Nicea de 325 sólo los concilios generales habían decidido qué era dogma y qué no. Dogma o no dogma, decir que María fue concebida sin pecado echaba en todo caso por la borda la doctrina paulista de la pasión de Cristo entendida como expiación por el pecado original de Adán y Eva que manchó a todo el género humano sin excepción. Hasta el siglo XII la doctrina de los Padres de la Iglesia había sido que sólo Jesús fue concebido virginalmente y nadie más, ni siquiera su madre. Una cosa es que María fuera virgen cuando tuvo a Jesús y otra que hubiera sido «sin pecado concebida». Cuando en el siglo XII los canónigos de Lyón establecieron una nueva fiesta religiosa para celebrar la Inmaculada Concepción de la Virgen, San Bernardo de Claraval les hizo ver horrorizado que entonces habría que aplicarles también a los progenitores de María y a todos sus antepasados el mismo criterio de que habían sido concebidos sin mancha, siendo así que en todo acto sexual hay pecado, que es la eterna tesis de la Puta. Puesto que María nació a través de la cópula sexual tenemos que deducir que fue concebida pecaminosamente. Lo que había que celebrar entonces, les recomendaba San Bernardo a los lioneses, era el nacimiento de María, no su concepción. Y en las décadas que siguieron, el «Magister Sententiarum» Pedro Lombardo, el «Doctor Seráfico» San Buenaventura y el «Doctor Angélico» Santo Tomás de Aquino estuvieron de acuerdo con él. Y cómo no lo iban a estar si San Bernardo era el autor de las Alabanzas a la Virgen Madre, el gran tratado de «mariología» o ciencia que trata de la Virgen María (y que no hay que confundir con la «malacología», que es el estudio científico de los moluscos). Pero ay, poco después vino Duns Scotto, el «Doctor Sutil», a apoyar a los de Lyón en su fiesta para aguarles a sus colegas teólogos la suya proponiendo la tesis de que María fue inmunizada contra el pecado original antes de ser concebida. Y en esta sutil idea del Doctor Sutil se apoyó siglos después Pío Nono para imponer su dogma. Y, preguntará usted, ¿se puede inmunizar, como con una vacuna, a quien todavía no ha nacido? ¡Claro! Así como Pío Nono pudo ser infalible quince años antes de que el Primer Concilio Vaticano lo declarara tal, del mismo modo la Virgen María antes de existir fue vacunada contra el pecado original. Dos dogmas pues, íntimamente unidos, marcan la vida de Pío Nono, a quien en nuestros días el canonizador de la mano rota Wojtyla beatificó: el de la Inmaculada Concepción y el de la infalibilidad del papa, que casi entierran a la Puta de tanta indignación que causaron en el mundo civilizado, por fuera del rebaño.
El 18 de julio de 1870 entre truenos y relámpagos, en medio de una tempestad horrísona que vapuleaba a la Basílica de San Pedro como si se estuviera desfondando arriba de ella el Padre Eterno, 531 obispos contra dos que se opusieron (el resto de los conciliares se había escapado de Roma en los días anteriores para no tener que votar ni en un sentido ni en el otro) declararon infalible a Pío Nono. Tormenta más iracunda no había visto la Ciudad Eterna. ¿Estaba Dios molesto con sus prelados por lo que iban a hacer? «No —dijo el cardenal Manning (un converso anglicano)—, así fue en el Sinaí cuando los diez mandamientos». El Concilio Vaticano Primero fue un concilio suicida pues si el papa era infalible, ¿para qué convocar más concilios de centenares de obispos que hay que traer, alojar y alimentar, si con la sola palabra del Vicario de Cristo basta?
Pero donde Pío Nono se supera en estupidez es en su Syllabus erroroum o «Lista de los principales errores de nuestro siglo», una colección de ochenta verdades que había ido condenando a lo largo de los años, presentándolas como falsedades en alocuciones consistoriales, cartas apostólicas y encíclicas, y que le anexó a su encíclica Quanta cura. He aquí textualmente citados algunos de esos errores que condenaba la Puta:
1. No existe ningún Ser Supremo sapientísimo y providentísimo distinto del universo, y Dios es idéntico a la naturaleza misma de las cosas y por lo tanto está sujeto a cambios.
3. La razón humana es el único juez de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal.
6. La fe en Cristo se opone a la razón, y la revelación divina no sólo no sirve para nada sino que incluso es dañina para el perfeccionamiento del hombre.
7. Las profecías y milagros de las Sagradas Escrituras son ficciones y en los libros del Antiguo y el Nuevo Testamento hay muchos mitos, siendo el mismo Jesucristo uno de ellos.
12. Los decretos de la Santa Sede impiden el progreso de la ciencia.
15. Todo hombre es libre de abrazar la religión que le plazca.
21. La Iglesia católica no tiene la potestad de definir dogmáticamente que es la única y verdadera religión.
26. La Iglesia no tiene derecho legítimo de adquirir y poseer nada.
38. Con su conducta arbitraria los pontífices romanos contribuyeron a la división de la Iglesia en oriental y occidental.
40. El Magisterio de la Iglesia católica es contrario al bienestar y a los intereses de la sociedad.
53. Hay que abolir las leyes que protejan a las órdenes religiosas.
55. Conviene que la Iglesia esté separada del Estado.
80. El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y con la moderna civilización.
¡Cómo van a ser errores semejantes verdades! Si acaso, serán verdades a medias pues, por ejemplo, respecto a la proposición 53 lo que hay que abolir son las órdenes religiosas y no las leyes que las protegen; respecto a la 55 lo que conviene es que no haya Iglesia; y respecto a la 80 el Romano Pontífice simplemente no tiene por qué existir. Lo que necesitamos es que la humanidad tome conciencia del caso y se arme de valor y un revólver, como el turco Ali Agca. Y punto. Muerto el perro se acabó la rabia.
Tal fue el rechazo que produjo en el mundo civilizado el Syllabus y tal el odio que se hizo tomar en Roma por sus bellaquerías el Impío que lo concibió, que tres años después de su muerte y cuando la clerigalla follona trasladaba de San Pedro a escondidas en la noche los restos del papa epiléptico para enterrarlos en la iglesia de San Lorenzo Extramuros, al pasar la atemorizada comitiva con el ataúd por el puente Sant’Angelo la turba romana, advertida del suceso, se les echó encima y lo quisieron tirar al Tíber. ¡Como si no estuvieran en 1878 con máquinas de vapor y ferrocarriles y condones y homosexualismo y demás progresos que trae la edad moderna sino mil años atrás, excretando a la intemperie en los tiempos oscuros del papa Formosus! Menos mal que no lograron su empeño. Habrían contaminado no sólo el río sino a Roma, a Italia, a Europa, el Mar Océano y el Universo Mundo.
—¿Sirvió de algo el dogma de la Inmaculada Concepción de María?
—Sí, compadre. Curó de su epilepsia al epiléptico.
—¿Y cómo fue eso?
—Muy simple: la Virgen le mandó la Muerte, que lo cura todo, y santo remedio.
— ¡Qué bueno que descansó!
—Sí, pero el alcahueta Wojtyla, el papa de la mano suelta, el de la diarrea canonizadora, lo beatificó.
—Ah viejo asqueroso. ¡Lo hubiera matado el turco! —Compadre, no diga barbaridades. De «hubieras» está llena la eternidad que ya pasó.
Muerto y enterrado Pío Nono, la mayordomía de la Puta pasó a Gioacchino Vincenzo Pecci, alias León XIII. Con ochenta y seis encíclicas en su haber más un hijo que engendró en Bélgica cuando era nuncio de la Puta en Bruselas, fue el papa más enciclípedo. Su leonina encíclica de 1891 Rerum novarum (De las cosas nuevas) causó furor. Los católicos de su tiempo la ponderaron en los términos más hiperbólicos (que ni que fuera la carta de Cristo al toparca de Edesa) y todavía hoy siguen cacareándola. En 1931 Pío XI hasta le dedicó otra encíclica, la Quadragesimo anno, para conmemorar los cuarenta años de su aparición. ¡Cabrones! Estabais celebrando un flato. La Rerum novarum es una encíclica hipócrita, verbosa, mierdosa, digna de la bimilenaria Puta esclavista aliada siempre de los poderosos, y que con ella renovaba la esclavitud alcahueteada por Cristo y predicada por Pablo disfrazándola de justicia social para los nuevos esclavos de la tierra, los de la revolución industrial. «Es mal capital en la cuestión que estamos tratando —decía el marrullero en su encíclica— suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Esto es tan ajeno a la razón y a la verdad que, por el contrario, es lo más cierto que como en el cuerpo se ensamblan entre sí miembros diversos, de donde surge aquella proporcionada disposición que justamente podríase llamar armonía, así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad humana, dichas clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio. Ambas se necesitan en absoluto: ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital. El acuerdo engendra la belleza y el orden de las cosas». Sí. Y los evangelios son cuatro porque lo más usual es que las mesas tengan cuatro patas, como las tiene el perro. Ahora bien, si las clases sociales son como los miembros diversos en la armonía del cuerpo, me habría gustado preguntarle a Pecci: ¿Y el tubo digestivo con su escape a cuál clase social corresponde? ¿A la alta o a la baja? Digo que me «habría gustado» porque ya de este santo varón no queda sino polvo en el pudridero de los papas.
Y sigue diciendo la encíclica: «Deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo ennoblecida por lo que se llama el carácter cristiano. Que los trabajos remunerados, si se atiende a la naturaleza y a la filosofía cristiana, no son vergonzosos para el hombre, sino de mucha honra, en cuanto dan honesta posibilidad de ganarse la vida. Que lo realmente vergonzoso e inhumano es abusar de los hombres como si fueran cosas de lucro y no estimarlos en más que cuanto sus nervios y músculos pueden dar de sí». ¿Y cuándo, laborioso Pecci, en tus noventa y tres años lavaste una letrina atascada para honra tuya y ganarte la vida? Mascalzone! Comías como rey, bebías como rey, dormías como rey, vivías como rey, con criados mal pagados, o no pagados, cuales eran los curas y las monjas que te servían. Cuando fuiste nuncio en Bruselas ante Leopoldo I te echaron de Bélgica por meterte en política. El primer ministro te hizo echar. Yo te habría mandado al cadalso. Eras traidor y bellaco. Apoyaste a Inglaterra contra los irlandeses, tus correligionarios católicos, buscando reestablecer con ella las relaciones diplomáticas. Nada lograste, te quedaste con el pecado y sin el género. E igual te pasó con Polonia la católica, cuya lucha libertaria contra Rusia traicionaste para granjearte la buena voluntad de los zares (a ver si desbancabas de su favor a la Iglesia Ortodoxa rusa) ofreciéndoles la promesa de imponerle a tu rebaño polaco, como si de un deber se tratara, el sometimiento incondicional a esos tiranos. A través de tus obispos polacos lo pensabas hacer, como tu Secretario de Estado el cardenal Rampolla te aconsejaba. ¡Qué simpatía despertaste en el zar Alejandro II con tu encíclica Quod apostolici numerís en que condenabas la subversión socialista y comunista que tanto temía! Nada lograste, empero, ni con él ni con su hijo y sucesor Alejandro III. No pudiste enganchar a la Puta de Oriente a tu yunta. El felón de Pío XII, uno de tus sucesores, habría de repetir tu traición a la católica Polonia cuando al estallar la Segunda Guerra Mundial, calculando que con su silencio aplacaba al vesánico, dejó que Hitler la arrasara sin emitir una sola palabra de protesta. Tener de aliado a la Puta es como meter un áspid en la cama. De todos modos, por más que vaya y venga el péndulo al final se impone la justicia de Dios que lo sabe todo. Dios castigó a los polacos con los rusos y los nazis no por lo que hubieran hecho sino por lo que iban a hacer: parir al endriago Wojtyla que por veintiséis años, diez meses y diecisiete días cabalgó día y noche con deleite indecible a la Puta y le aumentó a la humanidad dos mil millones. Eso no tiene perdón del cielo. Un pueblo capaz de producir semejante alimaña, y que después la aclama y la pasea en triunfo, es una raza perversa sin redención que Israel debe destruir ipso facto. Salvo que esté guardando todas sus bombas atómicas para el Islam…
—Pero dígame una cosa, compadre. Cuando usted dice «la Puta», ¿a cuál se refiere? ¿A la de Oriente, o a la de Occidente? ¿A la católica, o a la protestante?
—A todas juntas a la vez y a ninguna al mismo tiempo.
—Ah, qué bueno que me lo aclara porque así sí me queda muy claro el asunto.
Pero no interrumpamos la encíclica. Sigue hablando el leonino: «Y de igual modo, el fin de las demás adversidades no se dará en la tierra, porque los males consiguientes al pecado son ásperos, duros y difíciles de soportar y es preciso que acompañen al hombre hasta el último instante de su vida. Así, pues, sufrir y padecer es cosa humana, y para los hombres que lo experimenten todo y lo intenten todo no habrá fuerza ni ingenio capaz de desterrar por completo estas incomodidades de la sociedad humana». ¿Y entonces para qué padeció Cristo? ¿No nos redimió pues del pecado? No. «Jesucristo no suprimió en modo alguno con su copiosa redención las tribulaciones diversas de que está tejida casi por completo la vida mortal, sino que hizo de ellas estímulo de virtudes y materia de merecimientos, hasta el punto de que ningún mortal podrá alcanzar los premios eternos si no sigue las huellas ensangrentadas de Cristo». Entonces no pudo haber sido tan «copiosa» su redención si nuestras tribulaciones continuaron y el pecado lo tenemos que pagar con sangre. Cristo no sirvió para un carajo. Sirven más las bombas de Israel o las tetas de los hombres. ¿Y cuánta sangre derramaste tú, Gioacchino Vincenzo Pecci, en tus 93 años bien cumplidos? «Dios no creó al hombre —dice— para estas cosas frágiles y perecederas, sino para las celestiales y eternas, dándonos la tierra como lugar de exilio y no de residencia permanente. Y, ya nades en la abundancia, ya carezcas de riquezas y de todo lo demás que llamamos bienes, nada importa eso para la felicidad eterna». ¿Por qué te empeñabas entonces, durante tu pontificado, en recuperar a Roma y los Estados Pontificios como si de una residencia permanente se tratara y no de una estación de paso en el camino al cielo? Autócrata hipócrita. No respetabas hombres ni animales. En tus jardines vaticanos tumbabas pájaros con escopeta. Al monstruo de Tomás de Aquino lo desenterraste y le fundaste una academia de teología en Roma. No te privaste ni de propagar tus genes, pero al hijo que engendraste no tuviste el valor de reconocerlo. Y para sacar dinero a 1900 lo declaraste año del jubileo y le consagraste el género humano entero al Sagrado Corazón de Jesús. De entonces le viene a Colombia nuestra incurable cardiolatría. «Es la Iglesia la única que tiene verdadero poder, ya que los instrumentos de que se sirve para mover los ánimos le fueron dados por Jesucristo y tienen en sí eficacia infundida por Dios». Pruébamelo. Pruébame que Jesucristo te dio algún instrumento. No te lo pudo haber dado porque no existió, así como Dios tampoco y por lo tanto no puede infundir ninguna eficacia. ¡Basta de ordeñar a ese par de vacas!
Redactada por el superior de los dominicos el cardenal Zigliara y los secretarios papales Boccali y Volpini (que quiere decir «volpinos», «zorrunos») y pregonada como la «encíclica obrera» del «papa de los trabajadores», la Rerum novarum es uno de los documentos más mendaces que haya parido la Puta. Mientras hubo reyes, con ellos cohabitó. Una vez que entraban en proceso de extinción, taimadamente se ponía entonces al servicio de los nuevos detentadores del poder, los barones de la revolución industrial que había producido por toda Europa una miseria monstruosa. Su pretexto era que defendía a los obreros de sus explotadores. Nada más lejos de la verdad. La Rerum novarum fue escrita para mantener el statu quo, la sujeción de siempre de los muchos al dominio de los pocos.
Tan solapada como la vulpina encíclica Rerum novarum es la Providentissimus Deus en que el mismo papa leonino que en aquella defendía a los pobres de los ricos en ésta les autorizaba a los eruditos católicos el estudio científico de las Sagradas Escrituras. ¿Científico? «Los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos — afirmaba la Providentissimus Deus—, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Síguese que quienes piensan que en los libros sagrados puede haber algo falso, o destruyen el concepto católico de inspiración divina, o hacen a Dios mismo autor del error». Y punto. El resto era «peligro de engañarse», «deseo de novedades», «libertad de opiniones». Entonces simplemente el estudio de las Sagradas Escrituras no puede ser científico, toda investigación de la Biblia sale sobrando y de paso la taimada encíclica. El sucesor de Pío Nono, el enciclípedo León XIII, padre de un hijo, cazador de pájaros y pergeñador de encíclicas era un solemne hipócrita.
—Niños, ¿cuántos y cuáles son los papas modernos o papas tartufos?
—Los papas modernos o papas tartufos son once, a saber: Pío Nono, León XIII, Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicto XVI, quien hoy por la gracia de Dios vive y reina.
—¿Y cuál es el más bueno de todos ellos?
—El menos malo de todos ellos es Juan Pablo I porque sólo reinó treinta y tres días.
—¿Y por qué sólo treinta y tres días?
—Porque lo mataron.
—¿Y quién lo mató?
—Lo mataron la Curia y el Espíritu Santo.
—Muy bien, niños. Seguid así de aplicados y vais a ver como cuando crezcáis os van a dar una beca para estudiar teología en Roma en el Santo Tomás de Aquino.
«Hoy nuestros principales adversarios son los racionalistas. Ellos niegan toda divina revelación o inspiración; niegan la Sagrada Escritura; proclaman que todas estas cosas no son sino invenciones y artificios de los hombres; miran a los libros santos no como el relato fiel de acontecimientos reales, sino como fábulas ineptas y falsas historias. A sus ojos no han existido profecías, sino predicciones forjadas después de haber ocurrido los hechos, o presentimientos explicables por causas naturales; para ellos no existen milagros verdaderamente dignos de este nombre, manifestaciones de la omnipotencia divina, sino hechos asombrosos pero en ningún modo superiores a las fuerzas de la naturaleza, o bien ilusiones y mitos; los evangelios y los escritos de los apóstoles han de ser atribuidos a otros autores». Y así es, en efecto. Con gran sentido de síntesis y en el mejor estilo de las sentencias de la Inquisición o del Syllabus de Pío Nono que anunciaban una serie de verdades como mentiras, en su Providentissimus Deus León XIII nos estaba dando toda una lección de claridad expositiva. No hay milagros, ni profecías, ni libros santos, ni revelación, ésos son cuentos.
—¿Cuáles son los más grandes enemigos de la Biblia aparte de la Biblia?
—Los más grandes enemigos de la Biblia aparte de la Biblia son: la arqueología, la filología, la paleografía, el análisis textual y el estudio de las lenguas semíticas.
—Muy bien, niños. En premio a vuestra aplicación, mañana viernes no vendréis a clase. ¡Todo el fin de semana libres!
«Por medio de libros, de opúsculos y de periódicos propagan el veneno mortífero; lo insinúan en reuniones y discursos; todo lo han invadido, y tienen numerosas escuelas arrancadas a la tutela de la Iglesia, en las que depravan miserablemente, hasta por medio de sátiras y burlas chocarreras, las inteligencias aún tiernas y crédulas de los jóvenes, excitando en ellos el desprecio hacia las Sagradas Escrituras». Y así es, en efecto. La Providentissimus Deus fue una encíclica luminosa.
Dos veces han hablado los mayordomos de la Puta ex cathedra, o sea infaliblemente: en 1854 Pío Nono para promulgar el dogma de la Inmaculada Concepción de María de que ya tratamos, y en 1950 Pío XII para promulgar el de la Asunción que dice que al final de su vida la madre de Jesús fue llevada en cuerpo y alma al cielo. «Y si alguien, y Dios no lo quiera, se atreve a negar lo que hemos definido o a dudar de ello, sírvase saber que ha apostatado y se ha apartado por completo de la divina fe católica». ¡Ay qué miedo! Eso es un anatema. ¡Más venenoso que neuro toxina de pez! ¡Qué obsesión la de estos Píos con esa señora que ni existió! Pues para que haya habido madre de Dios primero tuvo que haber Dios, y eso sigue sin probarse. Muy ladradorcito este decimosegundo Pío, si bien no mordía por lo desdentado. El año anterior había declarado en una proclama amenazante que los católicos que apoyaran al comunismo quedaban excomulgados «de forma automática». O sea: como cuando uno toca un timbre y le suena. Y en su mensaje cristiano de 1950 anunció oficialmente el hallazgo de la tumba del apóstol Pedro bajo el altar mayor de la Basílica de San Pedro en Roma, que acababan de excavar. ¡Qué buena nueva! Si existen los huesos de Pedro es que Pedro existió. Y si existió Pedro, el apóstol de Cristo, es que Cristo existió. Y si existió Cristo, el Hijo de Dios, es que Dios existe. Sin Padre no hay Hijo y sin Hijo no hay apóstol. Así que los huesos de Pedro eran de una importancia capital. Los encontraron completamente petrificados. Tanto que cuando se les pudo hacer la prueba genética con el ampliador de ADN ¡resultaron que eran piedra! La Puta no volvió a hablar ex cathedra ni a mencionar el asunto de los huesos. No había huesos, no había Pedro, no había Cristo, no había Dios. Lo que sí había era una piedra sobre la que se construyó una iglesia.
Pero antes de que se me olvide, de muchacho visité la Basílica de San Pedro en Roma. Entrando está la estatua del apóstol sentado en su trono al alcance de los fieles, que se acercan a besarle los pies. Una señora bajita, chiquitita, gordita no alcanzaba. Miró en torno a ver quién había y no me vio: sólo la inmensa catedral vacía y encajonado en su oquedad el eco. Dio entonces un saltito la señora para darle su besito a San Pedro ¡y que se da tremendo trancazo contra los salientes dedos de los pies del santo! Se alejó cabizbaja, dolida, corrida, con un chichón en la frente. Me acerqué entonces e increpé al grandulón: «¡Negaste a Cristo tres veces, apóstol collón! Y acabas de maltratar a una anciana. Aquí te va en castigo». ¡Y que le lanzo su bien nutrido escupitajo!
Con los santuarios de Lourdes y Fátima en cambio les ha ido de maravilla: la Virgen le ha hecho el milagro a la Puta de llenarle sus arcas de oro más de lo que ya las tenía. A lo cual hoy se le suma lo que saca con su Istituto per le Opere di Religione, nombre pío del Banco Vaticano, que no paga impuestos y lava miles y miles de millones de dólares de dinero sucio italiano, más lo que les producen los mil apartamentos que tiene el papa en Roma, más lo que le mandan las veinte mil parroquias norteamericanas (unos ocho mil millones) y las diócesis alcahuetas alemanas y sígale y sígale y sígale con las limosnas que le llueven de todos los confines del planeta como maná del cielo en tiempos de Moisés. Lourdes está en el sur de Francia, en los Pirineos; Fátima en el distrito de Santarem, en el centro de Portugal. Lourdes fue primero, Fátima vino luego. El 11 de febrero de 1858, en la gruta Massabielle cerca al pueblito de Lourdes, la Virgen se le apareció a la niña de 14 años Bernadette Soubirous, hija de un molinero, y se le identificó diciéndole, palabras textuales: «Je suis l’Immaculée Conception». ¡Si ése no es un milagro yo no sé cuál sea! Sólo tres años y dos meses antes Pío Nono había promulgado el dogma de la Inmaculada Concepción, con que estrenó la infalibilidad papal, procedimiento novedosísimo para conocer la verdad y más seguro que el método experimental inventado por Galileo. ¡Cómo una niña campesina, iletrada, que sufría de asma y otros padecimientos mayores y menores y que para colmo había contraído el cólera en la epidemia de 1854, cómo iba a saber esa criatura de tan profundo dogma! Si esto no es milagro… ¡Carajo, entonces qué!
Varias veces más se le apareció la Virgen en los meses siguientes a Bernadette. En el pueblo nadie le creía. Ni el cura, ni el alcalde, ni el lechero, ni el cabrero, ni su papá el molinero. Hasta que intervino el papa y declaró que las visiones de la niña eran auténticas. ¡Qué triunfo para la criatura! ¡Qué triunfo para Lourdes! ¡Qué triunfo para Francia! ¡Qué triunfo para la cristiandad! ¿Querían prueba? Ahí la tenían: «Yo soy la Inmaculada Concepción», o como dirían los argentinos, la Inmaculada Concha. El culto a Nuestra Señora de Lourdes quedaba instaurado. Y que empiezan las curaciones milagrosas y la avalancha de peregrinos. El manantial subterráneo que surge de la gruta lo curaba todo: ceguera, sordera, cojera, parálisis, tuberculosis, sífilis, reumatismo, lepra. Sida no porque aún no había, mas no porque la fuente se quedara corta en sus virtudes curativas. Peregrinos de toda Europa llegaban en trenes atestados, que no se daban abasto. En 1869 un libro sobre los primeros doscientos milagros de Lourdes vendió ochocientos mil ejemplares, y en 1876 se construyó una basílica sobre la gruta. Desde entonces millones de devotos la visitan anualmente, en su mayoría enfermos. En 1933 Pío XI canonizó a Bernadette. Adivinen qué día. ¡El 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concha! Tal fue el éxito de Lourdes, tales las multitudes que atraía, que en 1958 hubo que construir una segunda iglesia al lado de la basílica para acomodar al gentío. ¡Cómo no va a vivir feliz la Puta con semejante fuente! ¡Claro! «Siempre es mucho mejor estar bien que mal», como decía mi amigo la Maricuela, que murió de sida por no ir a Lourdes. O como me contestó el doctor Barraquer, el oftalmólogo, cuando le dije que veía poco: «Todos queremos ver más, pero no se puede». ¿No se puede? El año entrante me le voy al doctor Barraquer de peregrinación a Lourdes y va a ver si se puede o no se puede. Santa Bernadette de Lourdes murió joven, en 1879 a los 35 años y después de haberse enclaustrado los últimos trece con sus múltiples dolencias en el convento de las hermanitas de la Caridad de Nevers donde entregó el espíritu en medio de indecibles dolores. Nuestra Señora de Lourdes, que curó a tantos, se olvidó de ella. Así pasa. En casa de herrero cuchillo de palo.
Pero pasemos a Fátima, el Lourdes del siglo XX. ¡Qué exitazo! ¡Qué taquillón! Como venta de empanadas en atrio de iglesia de Medellín, Colombia. Fátima está a un paso de Cova da Iría, que fue donde se les apareció la Virgen, el 13 de mayo de 1917, a tres pastorcitos: Lucía dos Santos y sus primitos Francisco y Jacinta Marto, a quienes, mientras apacentaban sus ovejas, «una señora vestida de blanco, más brillante que el sol» se les presentó diciéndoles: «Yo soy Nuestra Señora del Rosario».
—Compadre, si es así, entonces hay dos Vírgenes: la Inmaculada Concepción y Nuestra Señora del Rosario. ¿Cuál de las dos es la madre de Dios?
—Ni la una ni la otra. Ambas las dos juntas al mismo tiempo y a la vez pero sucesivamente y según proceda y convenga.
—¡Ah, qué bien! Así sí me queda muy clara la cosa.
Fueron seis las apariciones, una cada 13 de cada mes, menos en agosto que ocurrió el 19 porque los niños estaban siendo interrogados por las autoridades civiles en el prado de Valinhos, cerca a Aljustrel. Importancia especial tuvo la aparición del 13 de julio, cuando la Virgen confió a los tres niños un mensaje sobrecogedor: el anuncio de guerras y calamidades, entre las cuales la Revolución bolchevique. Más una invitación solícita a la humanidad a orar y a convertirse. En la última aparición, la del 13 de octubre, setenta mil creyentes reunidos en Fátima presenciaron un «milagroso fenómeno solar» que se dio inmediatamente después de que la Virgen se les apareciera a los pastorcitos, para despedirse de ellos.
—¿Y qué quería la Virgen con todas esas apariciones?
—Una capillita. Eso. Que le construyeran una simple capillita.
Una basílica fue la que le construyeron, entre 1928 y 1953, cuando la consagraron, con plaza enfrente y hoteles, hospitales, ancianatos, un Museo del Tesoro, un Museo de las curaciones milagrosas, un Centro de donativos, ofrendas y herencias, una Venta de monaguillos para pederastas, un Centro de recepción de scouts. Capillitas, iglesitas, librerías, bibliotecas, dark rooms… Para todos los gustos, lo que quieran. ¿Curaciones milagrosas? Las que usted guste y mande. La de Lourdes al lado de la de Fátima resultó una Virgen tontona, lerda. En fin, en tanto avanzaba la construcción y agarraban ímpetu los peregrinajes, el 13 de octubre de 1930 el obispo de Leiria, diócesis a que pertenece Fátima, aceptó las visiones de los niños, mientras el papa, desde Roma, reforzaba al obispo con indulgencias plenarias para los peregrinos. Pero ay, cuánto hacía que para entonces se nos habían ido los dos primitos al cielo: poco después de las apariciones, Nuestra Señora del Rosario los llamó a rezar con ella. ¡Adiós Francisquito! ¡Adiós Jacintita! Saludos a San Pedro.
—¡Ah vieja mala esa Virgen de Fátima! ¡Cómo pudo haberse llevado a esos pobres niños!
—No sea injusto, compadre. La Virgen simplemente se los llevó a rezar el rosario con ella y a cantar en los coros celestiales. Niños aquí abajo es lo que sobra. ¡O qué! ¿Va a hacer ahora un escándalo por dos mocosos?
El 13 de mayo de 1967, quincuagésimo aniversario de la primera aparición de Nuestra Señora del Rosario, un millón de peregrinos se congregó en Fátima para oír la misa que ofició Pablo VI en favor de la paz. ¿Y quién creen que estaba ahí en el santuario con Pablo VI? ¡Lucía dos Santos! Lucía dos Santos robando cámara en primera fila.
—¡Cómo! ¿Todavía viva?
—Vivita y coleando. Y por muchos años más. Se nos acaba de morir de viejita. Por poco y no entierra a Juan Pablo II. Sor Lucía murió el 13 de febrero de 2005. Y Juan Pablito el 2 de abril siguiente.
—¡Qué vieja más verraca! Hubiera muerto el 13 de mayo…
En 1948 había entrado a las carmelitas de Coimbra, Portugal, se hizo monja de clausura y tomó el nombre de Lucía de Jesús. Y ahora viene lo que importa, el último secreto de Fátima. Muertos los primitos, Lucía tuvo otras nueve visiones, hasta 1929, con inquietantes revelaciones que culminaron en el llamado «tercer misterio de Fátima» del que sor Lucía informó en 1943 al Vaticano, que lo mantuvo desde entonces en secreto. Ni Pío XII, ni Juan XXIII, ni Pablo VI, ni Juan Pablo I revelaron el misterio. Y por poco Juan Pablo II no se lo lleva consigo a la tumba pues tenía que ver con él. Donde Ali Agca le hubiera apuntado bien a la calamorra, ¡adiós papa y adiós secreto! ¡Pero qué, el turco estúpido falló! El 13 de mayo de 2000 el Secretario de Estado del Vaticano cardenal Angelo Sodano, con la aprobación de sor Lucía y con Juan Pablo II enfrente (que visitaba entonces por tercera vez a Fátima), reveló que éste era el papa del tercer misterio, y que el misterio profetizaba el atentado de Ali Agca.
—¡Valiente misterio! ¡De qué sirvió! Ni evitó el atentado, ni murió el papa. ¡Qué tenía que tener la Virgen de Fátima a media humanidad en vilo por tantos años con semejante pendejada! ¡Qué desilusión, compadre! No vuelvo a rezar el rosario.
—Lo que usted no sabe, compadre, es que la bala de Ali Agca se la pusieron a la Virgen entre las joyas de su corona; que Juan Pablo II beatificó a Francisquito y Jacintita; y que el cardenal Sodano era más malo que su madre. El fue el que inventó el cuento de que el atentado era el tercer misterio. Pero no, el tercer misterio de Fátima sigue en pie, aún no se realiza. Yo digo que va a ser la destrucción del Vaticano por el Estado de Israel con bomba atómica.
—Dios lo oiga. Aunque se lleven de corbata a Roma.
El tercer misterio de Fátima resultó como la «parusía» o segunda venida de Cristo, una falsa alarma. Esperaban que volviera Cristo en cualquier momento, «como llega un ladrón en la noche», y no llegó. Ni como ladrón ni como nada. Dicen que Wojtyla murió convencido de que la Virgen de Fátima desvió la bala de Ali Agca cuando el atentado de 1981 en la Plaza de San Pedro y que por eso se escapó. Lo que yo me pregunto es: ¿si la Virgen de Fátima era tan poderosa, por qué no mató entonces a Ali Agca en el camino a la Plaza de San Pedro antes de que le disparara al papa? Más de un millón de kilómetros en total viajó Wojtyla en sus ciento cuatro viajes apostólicos que lo llevaron a ciento treinta países de los cinco continentes, en jet privado, besando pisos, cantando misas, cagando en lenguas de fuego y actuando como lo que era en esencia, un santo en exhibición permanente, un showman. De mano suelta para bendecir y canonizar, beatificó a mil trescientos treinta y ocho y canonizó a cuatrocientos ochenta y dos, más que todos sus antecesores juntos. Convirtió al Vaticano en una fábrica de santos hasta que devaluó el santoral. Un santo hoy día quedó valiendo lo que un premio en el festival de cine de Cannes. Su último viaje fue a Lourdes, unos meses antes de irse a juntar en los infiernos con su compinche la madre Teresa, gran limosnera como él y como él gran alcahueta de la paridera. A Lourdes fue a conmemorar el sesquicentenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción por Pío Nono.
—Una preguntica, compadre, por curiosidad. ¿Cuándo fue el atentado de Ali Agca?
—En 1981.
—Sí, ya sé, pero qué día. En qué fecha cayó.
—El 13 de mayo.
—¡Coño! ¡Milagro! ¡La Virgen de Fátima lo salvó! ¡Creo en Dios!
Imbecilizada por la cardiolatría y la devoción mariana, Colombia madruga, roba, atraca, secuestra y mata. A nuestro primer mandatario el Espíritu Santo ya lo ha salvado tres veces de las FARC. ¡Gracias Espíritu Santo o pene parado, Paráclito!
Cuando en mayo de 1982 Wojtyla fue a Fátima a agradecerle a la Virgen epónima que lo hubiera salvado del atentado de Ali Agca el año anterior, un curita español se le fue encima con una navaja y la decisión de cortarle el pescuezo a la Bestia. Pero, ay, Dios que es grande y malo no lo permitió: un monseñor-guardaespaldas, con la ayuda de otros, sometió al curita antes de que lograra su intento. ¿Su nombre? Monseñor Paúl Marcinkus, lacayo y guardaespaldas del mayordomo de la Puta. Norteamericano, servil, inescrupuloso, como una cucaracha que trepa por una pared enmierdada este Marcinkus venía subiendo por la jerarquía eclesiástica y hubiera llegado mucho más alto, de no ser por los inescrutables designios del Paráclito, que lo tumbó de un zapatazo. Llegó a arzobispo y presidente del Istituto per le Opere di Religione o Banco Vaticano, uno de los más grandes paraísos fiscales y lavaderos de dinero sucio del mundo, que él presidió, desde 1971 hasta 1989 cuando hubo de dejarlo a raíz de la quiebra del Banco Ambrosiano. Acaba de morir, en Sun City, USA, a los 84 añitos, fugitivo de la justicia italiana y cumpliendo un voto de silencio con la Puta después de haber violado el de pobreza, y me imagino que también el de castidad porque estos ensotanados son unas verdaderas fieras sexuales. Cuando estaba en la cima de su poder en plena riqueza declaró que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana no se podía manejar sólo con avemarías. A Pablo VI lo acompañó en su viaje a Tierra Santa en 1964, la primera salida de Italia de un papa desde que en 1812 Napoleón se llevó a Pío VII enjaulado en una carreta desde Savona a Fontainebleu, Francia, donde le hizo firmar una renuncia a los Estados Pontificios, que el papa traidor en cuanto pudo violó. En ese viaje a Tierra Santa la papesa Montini agarró la perversa manía de besar pisos. No bien bajaba de la escalerilla del avión y se arrodillaba a darle besitos a la pista del aeropuerto. La misma nos hizo en Colombia. Yo lo vi con su velamenta blanca agitada por el viento besando el duro asfalto de El Dorado, el aeropuerto de Bogotá, como gachupín tomando posesión de la tierra, con el culo al aire. Con él venía Marcinkus, que lo acompañó a todos lados: a Tierra Santa, a la India, a Estados Unidos, a Portugal, a Turquía, a Colombia, a Suiza, a Uganda, a Asia, a las islas del Pacífico, a Australia y a Filipinas donde en Manila el Vicario de Cristo escapó a otro atentado, tras de lo cual sentó cabeza y dejó la viajadora besapisos.
—¡Cómo! ¿También quisieron matar a Pablo VI?
—Pero claro, compadre, ¿por qué se asombra? ¡Quién no va a querer matar a un papa!
En 1982 estalló uno de los mayores escándalos financieros y políticos de la posguerra cuando el Banco de Italia obligó al Banco Ambrosiano, cuyo principal accionista era el Banco Vaticano, a declararse en bancarrota después de descubrirle una evasión fiscal de mil cuatrocientos millones de dólares y de que asesinaran a su vicepresidente Roberto Rosome. La bancarrota del Banco Ambrosiano le costó al Banco Vaticano cuatrocientos seis millones que les tuvo que pagar a acreedores de aquél. Ya en 1974 el siciliano Michele Sindona, banquero de la Cosa Nostra y que le movía dinero a América a Pablo VI para disimular la fortuna de la Puta, también había quebrado causándole a la susodicha ramera treinta millones de dólares en pérdidas. Sindona murió en la cárcel envenenado con cianuro que le espolvorearon en el café. El presidente del Ambrosiano, Roberto Caivi, llamado «el banquero de Dios», terminó colgado de un puente de Londres con los bolsillos del abrigo llenos de pedazos de ladrillo y diez mil dólares en efectivo. En cuanto a monseñor Marcinkus, gracias a las alcahueterías del Tratado de Letrán para con los lacayos de la Puta, se escapó. Burlando la justicia italiana y con la bendición de Pablo VI se refugió en el Vaticano para terminar huyendo, ahora con la bendición de Juan Pablo II, a los Estados Unidos, a Sun City, Arizona, donde se recluyó en un refugio para religiosos católicos y ahí acaba de morir. Este monseñor calavera le salió costando a la Puta más que veinte clérigos pederastas de la diócesis de Bostón juntos.
Ya saben pues, ovejas, adonde van a dar las limosnas que mandan al Vaticano. A la juerga de los millones de la Puta. En los años noventa el Banco Vaticano tenía inversiones por más de diez mil millones de dólares y por lavado de dinero cobraba el cinco por ciento, lo cual era una bicoca si tenemos presente que Sindona le cobraba a la familia mafiosa de los Gambino el cincuenta por ciento por lavarles su dinerito proveniente de la heroína a través de una shell corporation o compañía de evasión fiscal y lavado de dinero, la Mabusi. Vaya a saber Dios por qué estos ensotanados de hoy en día han bajado tanto la tarifa. Las finanzas de la Puta son oscuras y secretas como las de Cuba. ¿O por qué creen que se entendió tan bien Juan Pablo II con Castro? Tal para cual. Tan tenebroso el uno como el otro y los dos más falsos que Judas, que ni existió. Juan Pablo II protegió a Marcinkus y a Sindona, como habría de proteger también al gran paidófilo mexicano padre Marcial Maciel, el del jardín florido que tanto envidio, y a mi paisano el cardenal Alfonso López Trujillo, orgullo de Colombia. Los tejemanejes de este cardenal son dignos de Marcinkus. En Medellín convirtió el Seminario Mayor en centro comercial y a los del cartel les andaba vendiendo la Universidad Pontificia Bolivariana. Se miraba en fino espejo de cristal de roca y se perfumaba. Cuando lo iban a encanar puso pies en polvorosa y huyó a Roma donde lo acogió Juan Pablo II que lo hizo presidente del Consejo Pontificio para la Familia, que es donde hoy sigue. Muerto Wojtyla este purpurado amante del dinero y las delicatessen jugó un papel decisivo en el último cónclave. Cuando la balanza se inclinaba hacia el argentino Bergoglio, que se perfilaba ya como el primer papa latino americano, intervino mi paisano orinando billete verde del Opus Dei, de a millón por cabeza, y convenció a varios de la región que se cambiaran al alemán. Por eso Ratzinger ganó y hoy tenemos un Benedicto XVI en vez de un Gardel I.
—¿Y cómo lo sabe, compadre, quién se lo contó?
—El Espíritu Santo, ¿eh? El Paráclito me lo contó.
El Banco Vaticano empezó con ochenta millones de liras, regalo de Mussolini. Tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial a él fueron a dar doscientos millones de francos suizos del tesoro de la Croacia nazi franciscana, que los ustashis les lograron contrabandear a los ingleses en la frontera entre Austria y Suiza; más ciento setenta millones de dólares del oro nazi, que por diferentes caminos también acabaron en el banco de Dios. ¿Cuánto tendrá hoy en día la Puta? Dios sabrá. Dios que es su gran alcahueta y dueño en última instancia de sus bienes. Serbios, judíos y ucranianos sobrevivientes de los campos de concentración nazis junto con organizaciones que representan a trescientas mil víctimas del holocausto la demandaron en 1999 en la Corte del Distrito de San Francisco (caso Emil Alperin et al. versus Vatican Bank et al.). Dios dirá. Por más que fallen en contra nunca dejarán a la Puta en la calle. Nació para robar y reinar.
Es tan cínica la Puta que dice que el año pasado, el 2005, sus finanzas terminaron con un saldo positivo de once millones de dólares, según acaba de informar, en rueda de prensa, el cardenal Sergio Sebastianí, presidente de la Prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede. Que es el mejor resultado en los últimos ocho años. Que sólo en el 2004 habían logrado un superávit después de tres años consecutivos de déficit. Pero que la Radio Vaticano y el Osservatore Romano, ay, siguen dando pérdidas. Y según el secretario de la mencionada prefectura, Francesco Croci, la Puta tiene dos tipos de entradas importantes por concepto de donaciones: las hechas por los fieles en la colecta llamada del «óbolo de San Pedro», y las del canon 1271 del código del derecho canónico. Por las primeras en el 2005 recibió cincuenta y nueve millones de dólares, y por las segundas veintiséis. Ah sí, pero según una investigación del London Telegraphy del Incide Fraud Bulletin, el Vaticano es el principal destino de cincuenta y cinco mil millones de dólares de dinero sucio italiano, gracias a lo cual se coloca en la octava posición en el ranking de los paraísos fiscales del mundo por delante de las Bahamas, Suiza y Licchtenstein. El Vaticano es un Estado cut out, uno cuya legislación sobre el secreto bancario impide toda posibilidad de rastrear ningún fondo financiero depositado en él. Pero no sólo eso. A diferencia de los restantes paraísos fiscales en que el lavado de dinero lo hacen bancos privados, en el Vaticano lo hace el propio Banco Central del Estado, que es ni más ni menos el Istituto per le Opere di Religione o Banco Vaticano, reconocido como Banco Central por el Bank for International Settlements. Pero volvamos a los informes de Croci: el año pasado los diez países más generosos con la Puta fueron, en orden de dadivosidad: Estados Unidos, Italia, Alemania, Francia, España, Irlanda, Canadá, Corea, México y Austria. Sírvase tomar nota el lector de estas Celestinas desvergonzadas. ¡Ay mi México, cómo pudiste estar ahí, en esa lista de ignominia! Las vergüenzas que me haces pasar… En Colombia en cambio a la Puta hoy por hoy lo más que le llegamos a dar es una rotunda patada en el culo. Católicos sí somos mas no pendejos.
Tan rica será la Puta que en su sola arquidiócesis de Bostón hace poco, en octubre de 2003, acaba de tener que pagarles ochenta y cinco millones de dólares a quinientos cincuenta y dos querellantes representados por más de cuarenta abogados, para acallar sus demandas contra los curas bostonianos que practican el precepto evangélico «Dejad que los niños vengan a mí». De los querellantes en cuestión unos doscientos alegaban que habían sido violados y sodomizados. ¡Menos mal que no los gonorrizaron, porque ya sí sería el colmo que después de usar a esas criaturas para sus celebraciones les hubieran contagiado una gonorrea! Tras el arreglo judicial de Bostón la Puta de bondadosa les ofreció a sus víctimas «consejos y orientación espiritual». ¡Querrían seguir echándoselos ya de creciditos! Desde 1990 la arquidiócesis de Bostón lleva pagados ciento diez millones de dólares por concepto de estas demandas desconsideradas que la están poniendo al borde de la quiebra, y su arzobispo el cardenal Bernard Law tuvo que renunciar dizque por encubrimiento dizque de los malhechores dizque que abusaban dizque de sus víctimas. ¡Cuál encubrimiento, cuáles malhechores, cuál abuso, cuáles víctimas! El sexo es sano. Lo que hay es que enseñárselo pronto a los niños para que lo practiquen con alegría en Jesús y conciencia sana de que obran bien y le hacen el bien al prójimo. El anciano también tiene sus derechos. ¡O qué! ¡Atropelladores de la vejez! ¡Abusadores! ¡Malhechores! ¡Pobre cardenal Law! Es una víctima. No sé por qué la Puta de Roma permitió que lo defenestraran. ¡Gringos hipócritas! Demanden entonces también a los gusanos que se van a tragar a esos niños cuando envejezcan y mueran.
En promedio cada víctima bostoniana recibió noventa y cuatro mil dólares, cifra que a sus abogados se les hizo poco pues, como hicieron ver, entre quince arreglos similares el de Bostón era el quinto más bajo. Y le recordaron a la diócesis de Bostón que las treinta y seis víctimas de la diócesis de Providence, Rhode Island, habían recibido en promedio doscientos veinticinco mil dólares. Las doscientas cuarenta y tres víctimas de la diócesis de Louisville, Kentucky, en promedio sólo sacaron sesenta y siete mil; y cincuenta y tres mil las ciento setenta y seis de la diócesis de Manchester, New Hampshire. Mucho o poco a mí estas cifras se me hacen escalofriantes. ¡Qué polvos tan costosos los que se están echando estos curitas norteamericanos! En Colombia cualquier cura marica sale del paso con cien pesos y un caldo Maggi. La Puta, en todo caso, estuvo de plácemes con todos estos arreglos. Como dijo el padre Christopher J. Coyne, vocero de la arquidiócesis de Washington: «Admitimos nuestros errores, aprendemos de nuestros errores y haremos cuanto esté en nuestras manos para no repetir nuestros errores». ¿Qué quería decir con ello? ¿Que iban a contratar mejores abogados para salir menos mal librados? Me imagino que sí, porque el «Dejad que los niños vengan a mí» no lo pueden eliminar del evangelio. Es un precepto sublime, lo único que tienen, lo único noble y sensato que dijo Cristo.
Thomas H. Hannigan Jr., abogado defensor de la Puta, está demandando a su vez a las compañías de seguros que la aseguraron por pederastía. Aunque con escaso éxito. Lo más que ha logrado sacarle a una compañía de seguros hasta ahora este abogado son los cinco millones que tuvo que pagarles la Puta en 1992 a más de cien víctimas de un solo curita de la diócesis de Fall River, Massachusetts.
—¿Cinco millones dividido por cien cuánto da?
—Cincuenta mil dólares.
—¡No estar yo tan viejo, compadre, para irme a los Estados Unidos a trabajar de niño!
—Y no sólo eso. Además del dineral querían las víctimas que les hicieran un monumento, al estilo del de los caídos en la guerra de Vietnam.
—¡Qué cabrones!
—Ni tanto si tenemos en cuenta que las ochenta y seis víctimas del padre John J. Geoghan el año pasado se arreglaron con la arquidiócesis de Bostón por diez millones.
—¡Diez millones! ¿A cómo viene saliendo entonces por cabeza?
—A ciento dieciséis mil doscientos setenta y nueve dólares por cabeza.
—¡Ni que tuvieran el culito de oro!
—A lo que sí tuvieron que renunciar los querellantes del culito de oro fue a presentar más demandas contra Otros curas de otras diócesis.
—Muy justo el trato, compadre, porque la virginidad sólo se pierde una sola vez y un huevo quebrado no lo recompone nadie.
La primera diócesis norteamericana en declararse en bancarrota por la pederastía de sus curas fue la de Portland, Oregón, en julio de 2004, después de haber logrado arreglarse con más de cien víctimas que le costaron cincuenta y tres millones de dólares. Con esta declaración de bancarrota lo que esta diócesis espera salvar ahora de la rapacidad de sus víctimas (que de abusados pasaron ahora a abusadores) son las propiedades, escuelas y fideicomisos de sus parroquias, alegando que los bienes parroquiales son distintos de los diocesanos. A lo cual arguyen los querellantes que la Iglesia católica es una sola entidad, el Vaticano, y que con bancarrota o sin bancarrota de sus diócesis les tiene que pagar. A la quiebra de la diócesis de Portland en julio siguieron las de Tucson en septiembre y Spokane en diciembre. De todos modos en julio de 2005 la de Tucson tuvo que pagar veintidós millones para poder seguir operando.