CAPÍTULO XI

EL PREMIO INESPERADO

Los ecos de la pelea abarcaron todo el poblado y Rush, que ya había presentido lo que podía suceder, no vaciló en acudir al lugar de la lucha a enterarse del resultado de ésta.

Y fue allí donde se encontró con Tuffle, el jefe de policía, quien asustado y enterado de todo, había acudido con premura a cortar el tumulto, adivinando sus trágicas consecuencias.

Cuando descubrió a Rush rugió:

—Buena la ha armado usted.

—¿Yo? Le advertí de lo que sucedía y usted se empeñó en proteger a ese sinvergüenza. ¿Qué dice ahora?

—Yo… ignoraba que… Bueno, pero ahora, esto no lo puedo consentir.

—Usted lo ha provocado en parte. Evítelo si puede.

—Claro que lo evitaré.

Y trató de disolver a los enfurecidos asaltantes, lanzando contra ellos a la media docena de asustados policías que había llevado con él.

El resultado fue catastrófico. Los policías fueron desarmados y vapuleados y se vieron obligados a huir vergonzosamente, antes de dejar el pellejo en manos de sus agresores.

Tuffle, impotente para cortar el motín, decidió inhibirse del suceso, afirmando:

—Bueno. Yo he hecho lo que he podido, pero ante la magnitud del suceso, que Smiles cargue con las consecuencias.

Luego se retiró dignamente, sin apenas despedirse de Rush.

Éste, frotándose las manos de gozo, corrió al hotel donde Borden y su hija, alarmados por el eco de las detonaciones y el humo del incendio que se elevaba a lo alto de un modo impresionante, se sentían angustiados por la suerte que Rush podía haber corrido.

Cuando le vieron llegar, Belle corrió a su encuentro y tomándole nerviosa por los brazos, gimió:

—¿Qué ha sucedido, por Dios? Estábamos temiendo por usted.

—No se alarmen que nada me ha sucedido. Todo esto es la consecuencia lógica de lo que Smiles se ha buscado.

Y les dio cuenta del asalto al Sindicato.

—¿Y Smiles? —preguntó Borden.

—Está en Carson City. Ha debido ir a cobrar el cheque.

—Bueno, allí recibirá la primera sorpresa.

—Sí, pero como desde allí puede escapar, no estoy dispuesto a consentirlo. He alquilado un calesín y me voy a Carson City.

—Y nosotros con usted —afirmó Belle decidida.

—Yo creo que debían quedarse aquí ahora —repuso el periodista—; es donde menos peligro corren.

—Nos vamos con usted y si no nos quiere llevar, solos, pero nos vamos —repuso ella con energía.

Rush no pudo disuadirla y mientras preparaban su equipaje, fue en busca del calesín y poco más tarde rodaban camino de Carson City.

* * *

A éste, había llegado Smiles a una hora en que el banco estaba cerrado y no podía intentar el cobro hasta el día siguiente. Muchas horas de angustia para él, pero no tenía otro remedio que aguantar su nerviosismo.

Las horas de espera las dedicó a preparar su huida sin pérdida de tiempo. Granuja hasta el límite, estaba dispuesto a burlarse hasta de los que le habían ayudado a sostener aquella farsa.

Cuando estuviese lejos, que le buscasen, pues con quinientos mil dólares estaba seguro de burlar a la mejor policía del mundo.

Al día siguiente muy temprano, se presentó en el banco entregando el cheque. El cajero lo contempló con asombro y luego pasó al despacho del director a darle cuenta de la presentación.

El director más asombrado exclamó:

—¿Quién le ha gastado esa broma a este tipo? Quinientos mil dólares, como si fuesen unos centavos. ¿Y quién es el que firma el cheque? Borden Friend. No he oído este nombre en mi vida.

Salió a entrevistarse con Smiles. Mirándole fijamente exclamó:

—¿Quién le ha endosado este cheque, señor?

—¿Quién va a ser? El que responde de esa cantidad. Un comerciante de los más prestigiosos de Chicago.

—Lo será, pero aquí no tiene un solo centavo y me extraña que si es quien dice, se haya atrevido a esto.

—¿Cómo que no tiene un centavo? —gritó Smiles nervioso—. Ayer le avisaron que se había hecho la transferencia de la cantidad a este banco desde Chicago.

—Bien, quizá la hayan hecho, pero hasta el momento no ha llegado aquí y sin la confirmación, yo no puedo abonar esa cantidad ni ninguna.

Smiles, que estaba empezando a sospechar si habría sido objeto de una sutil jugada cuyo alcance no acertaba a comprender en aquel momento, preguntó:

—Dígame; si avisan haber hecho una transferencia ¿es que ésta no debe llegar en el momento de cursar el aviso?

—Por regla general, sí, pero está muy apartado de la comunicación corriente y puede haber sufrido un retraso. Puede venir mañana a ver si ha llegado.

Smiles, rabioso hasta el paroxismo, se retiró al hotel. No le cabía más solución que esperar a saber el resultado, o volverse a Virginia City, pero algo le decía al corazón que no debía hacerlo.

Y fue mediada la tarde cuando un jinete a galope tendido, penetró en el poblado y le buscó en el hotel donde sabía que paraba siempre.

Cuando Smiles descubrió a uno de sus pistoleros, adivinó que algo grave había sucedido y fuera de sí, preguntó:

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué has venido?

El indeseable aun nervioso, le dio cuenta de lo ocurrido en Virginia y le mostró el número de El Luchador. Fue entonces cuando comprendió la trágica partida que habían jugado con él y un furor loco se apoderó de toda su sangre. Con los ojos desorbitados, ordenó:

—Di a Williams que se prepare. Volvemos a Virginia City.

Y poco más tarde, los tres salían a la senda para volver al poblado a enfrentarse con la trágica realidad.

La idea de Smiles no era la de salvar la situación, pues sabía que ya no tenía remedio, sino localizar allí a Borden y a Rush y acabar con ellos en venganza por el hundimiento del falso edificio que había levantado y entre cuyas ruinas se hallaba a punto de caer asfixiado.

* * *

El calesín que conducía a Borden, a Belle y a Rush, rodaba vertiginoso conducido por el periodista. Éste sentía el estímulo de llegar antes de que Smiles tuviese noticias de su catástrofe y sorprenderle sin darle tiempo a ponerse a la defensiva.

Era casi al atardecer y se hallaban a medio camino de Carson City, cuando en la senda, y caminando en sentido contrario, descubrió desde el pescante dos caballos que galopaban con ligereza y detrás un calesín.

El periodista se envaró y tomando las riendas con la mano izquierda, con la derecha empuñó el revólver.

Cuando avanzó un poco más, reconoció el calesín de Smiles y con un grito avisó a Borden y su hija:

—¡Cuidado! —advirtió—. Smiles vuelve. Sospecho que el encuentro no va a ser divertido. Arrójense al fondo del carruaje y no se muevan.

Belle, asustada, miró hacia adelante y al descubrir no sólo el calesín, sino a dos jinetes, preguntó:

—¿Y usted?

—Yo no tengo más remedio que hacer frente a la situación. ¡Pronto, no sea imprudente!

Frenó los caballos y les obligó a detenerse. Luego, con el revólver empuñado, esperó.

También él había sido descubierto y Smiles, con una sonrisa cruel en los labios al creerse superior a su enemigo, ordenó:

—Adelante. Cien dólares a cada uno si tumbáis a ese tipo.

Los dos pistoleros se adelantaron impetuosos echándose cada uno al lado de la senda y Smiles siguió a un paso más lento en espera del ataque de sus hombres.

Rush, adivinando la maniobra, se deslizó hacia abajo en el pescante cubriéndose como mejor pudo con la chapa de madera que servía para apoyar los pies y se dispuso a aguantar el ataque. Tendría que atender a los dos por separado, pero confiaba en su habilidad manejando el revólver.

Uno de sus dos enemigos con un caballo más veloz, adelantó a su contrario varias yardas y cuando se creyó a tiro, disparó. Los primeros proyectiles buscando al periodista se clavaron en la delantera del calesín con la que se protegía.

Pero la réplica del colt de Rush fue mortal. El primer disparo alcanzó al indeseable en plena carrera y le lanzó hacia atrás de la montura para rodar por tierra como un pelele.

Inmediatamente de aquel tiro de suerte, varió la dirección del arma cuando ya el otro avanzaba rabioso y disparaba un poco sesgado. Rush sintió cómo un proyectil le rozaba el brazo izquierdo, pero sin hacer caso del dolor recibió a tiros a su agresor.

Éste avanzó más y se contrajo al recibir el primer disparo, aunque continuó en la silla. Rush, temiendo ser alcanzado nuevamente, disparó el último cartucho casi sin apuntar y la suerte le fue favorable, porque el pistolero alcanzado a corta distancia, recibió el impacto en el pecho y con un grito ronco, se inclinó sobre el cuello del animal que, asustado, pasó como un meteoro por delante del carruaje alejándose con su maltrecha carga.

Smiles, sorprendido del inesperado resultado de la lucha, adivinó que no le quedaba otro remedio que enfrentarse con su rival de hombre a hombre y en su furor, ciego, no dudó un instante. Fustigó a los caballos, soltó las bridas y con el revólver amartillado, se lanzó al encuentro del periodista.

Éste se consideró perdido. Había agotado la carga del revólver y tenía que reponerla. Todo dependía de fracciones de segundo que no podía calcular.

Con desesperación abrió el tambor y empezó a recargar. Sus nervios, tensos, se mantenían firmes y calculaba la distancia que le separaba de Smiles, preparado para disparar sobre él.

Puso dos proyectiles en el tambor. No podía perder un segundo más y cerrándole, le dio vuelta y se dispuso a recibirle cuando Smiles disparaba sobre él.

Rush sintió que algo candente golpeaba en su pecho. Había recibido un impacto y podía recibir más. Disparó como pudo sobre Smiles y falto de fuerzas, se inclinó sobre el pescante.

Un velo obscuro cubrió sus ojos, sintió el grito estridente de Belle y luego, nada.

Así, no supo que antes de caer había acertado a Smiles en la cabeza y éste había caído hacia atrás en el calesín que rodando vertiginosamente hacia el norte, se perdió en la senda con el cuerpo de Smiles sin vida.

* * *

Rush despertó a la vida días después, en un cuarto de un hotel en Carson City. Estaba cubierto de vendas y a su lado espiaban sus reacciones Belle y Borden.

Cuando el periodista se encontró en disposición de poder hablar algo, exclamó ronca y débilmente:

—¡Santo Dios y cómo me escuece el pecho! ¿Qué sucedió?

—¿No lo recuerda? —preguntó ella impidiéndole moverse.

—No. Sólo recuerdo que sentí un golpe aquí y disparé.

—Lo bastante. Voló la cabeza a Smiles y el calesín se lo llevó como un pelele hacia Virginia City. Nosotros pasamos un susto de muerte y papá, sobreponiéndose a estas cosas, consiguió llegar aquí con el calesín y usted sangrando. Le visitó un médico, le curó y asegura que dentro de tres semanas estará usted en condiciones de volver a recibir nuevas caricias de plomo. Ese médico es un humorista demasiado trágico.

—Sabe lo que se dice. Aquí es la costumbre.

—Será la costumbre, pero usted no recibirá más plomo.

—Trataré de impedirlo si puedo.

—Lo impedirá porque no volverá a Virginia City.

—¿Por qué no? Ahora tengo allí mi porvenir… Mi periódico… mis campañas…

—No hable. Papá tiene algo mejor para usted. Papá, habla tú con él y arregla este asunto. Sabes que me lo has prometido.

Y abandonó la habitación dejándoles a solas.

Borden, un poco confuso, dijo:

—Sí, Rush, tengo algo mejor para usted. Le debo un gran beneficio y unas emociones que nunca olvidaremos y he decidido que un hombre como usted, luchador y duro, puede ser tan útil aquí como en otro lado. Por otra parte, parece que me he contagiado un poco de este ambiente y de su optimismo y he decidido, mejor dicho, hemos decidido fundar un buen periódico en Chicago y ponerle a usted al frente. Allí también hace falta una campaña moralizadora y usted es el hombre ideal para ello. Ganaremos mucho dinero y usted…

—Oiga —interrumpió Rush mirándole fijamente—, eso no se ha cocido en su cabeza.

—Bueno —repuso confuso Borden—, confieso que no, que ha sido idea de Belle, pero yo la apruebo y como tengo dinero para montar no un periodicucho, sino un gran diario, quiero probar suerte con usted al frente de él.

—Y yo no lo acepto.

—¿Por qué?

—Porque eso es un premio forzado. Algo que no he merecido y que resulta demasiado generoso para lo poco que hice para ganarlo. Yo no acepto y…

—Escuche, no me origine más conflictos. Belle me ha pedido que le convenza y yo no puedo hacer nada que ella no desee.

—Bueno, pero ¿por qué su hija tiene ese empeño?

—Pues porque… bueno, será porque le ha sido usted simpático. Ella lo quiere así y usted no puede rechazar algo que constituía su ideal supremo y que se le ofrece con todas las ventajas.

—Y con un terrible inconveniente.

—¿Cuál?

—Simplemente, que su hija no ha pensado en algo que puede ser fatal para mí.

—¿De qué se trata?

—Que ella también me ha sido terriblemente simpática y que yo podía enamorarme de ella.

—¡Ah! ¿Y eso sería un inconveniente?

—Para mí, sí. ¿Quién soy yo para aspirar a…?

—Escuche. ¿Usted cree que eso podría suceder?

—Sí, creo que ha sucedido y no quiero sufrir el tormento de algo imposible. Quedándome aquí…

—Un momento. Esto lo va a discutir con ella. Precisamente era algo que quería estar seguro de que era cierto y ahora que lo es, yo me inhibo de este asunto. Sólo le diré, que si es gusto de mi hija, yo no me opondré a esa unión, porque entre entregársela un día a un busca dotes y hacerlo a un hombre leal, valiente, honrado y trabajador como usted, prefiero esto último. De modo…

La puerta se abrió y Belle, que había estado escuchando anhelante detrás de ella, avanzó hacia el herido diciendo con graciosa sonrisa:

—Y bien, Rush, ¿qué tienes que oponer a eso?

—¿A eso? Pues que si fuese preciso volver a luchar de nuevo por alcanzar la gloria que se me ofrece, recibiría muy a gusto una nueva rociada de balas.

Y estrechó amorosamente la fina mano de la muchacha.