CAPÍTULO X
EL ESTALLIDO
n todo el día
no salió Rush de su cobertizo componiendo por adelantado la mayor
parte del trabajo que debía ser la acusación cumbre contra el
Sindicato. Quería no perder un solo minuto y en cuanto todo
estuviese listo lanzar el periódico a la calle.
Por la noche, a falta de muy poca cosa, fue a visitar a Borden y su hija. Llevaba las pruebas de lo compuesto de las que dio lectura a ambos. Belle, asustada, comentó:
—Eso es peligrosísimo, señor Rush, se expone usted a que le busquen y le cacen a tiros. Ese Smiles al darse cuenta de que ha provocado usted su ruina y algo más, no vacilará en vengarse si no puede hacer otra cosa. Me asusta usted con esa decisión.
—Aquí no caben otras. Me comprometí a hacerlo y lo haré, no sólo en beneficio de su padre al que le he salvado medio millón de dólares, sino de otros que pueden sufrir la misma suerte. Espero que su padre no se sienta acobardado ahora y me ayude a triunfar. Sólo necesito saber que se ha firmado el compromiso entre ambos y que tiene en su poder las falsas acciones.
Borden, con energía, repuso:
—Claro que las tendrá usted, pues yo no puedo olvidar que sin su intervención, a estas horas habría perdido parte del producto de mi honrado trabajo y sería la burla de esos cochinos estafadores. Estoy dispuesto a llegar donde haga falta.
—Pues por mi parte, mañana mismo puede usted ultimar el negocio. Ahora le diré una cosa; como no quiero que sufran perjuicios o peligros por mi causa, inmediatamente que ultime usted el negocio, tomará la diligencia y se trasladarán a Carson City, lejos de las iras de ese tipo. Yo me las entenderé con él y cuando todo haya acabado, iré a darles cuentas del resultado.
—¿Cómo cree usted que acabará? —preguntó Belle asustada.
—A tiros, pero este final estaba previsto. Acabará así, pero con el hundimiento de Smiles y su maldito Sindicato.
Borden se avino a la fórmula y calculando el tiempo para terminar con Smiles y poder tomar la diligencia, no se presentó hasta las once de la mañana en el despacho del osado presidente.
Éste no pareció acogerle con la misma cordialidad. Estaba tenso y le miraba de una manera extraña.
Borden se dio cuenta y se puso en guardia, aunque no comentó el estado de ánimo de Smiles.
Al contrario, risueño, exclamó:
—Perdone si he tardado más de la cuenta, pero hasta ayer no recibí el aviso que esperaba. Ya lo tengo y la transferencia del dinero está hecha.
Smiles, con recelo, preguntó:
—¿Quiere decir entonces que está dispuesto a ultimar el trato?
—Pues claro que sí. A eso he venido.
La actitud recelosa de Smiles cambió y una sonrisa humorística floreció en su duro semblante.
—Creí que había sucedido algo que le hiciese cambiar de parecer.
—¿Qué podía suceder?
—Pues tengo noticias de que le ha visitado varias veces ese tipo de Rush Spry.
—¿El periodista? ¡Ah!, sí, en efecto, me ha visitado, pero como ya estaba prevenido contra él, sus visitas no han tenido un gran efecto. Le diré por si no lo sabe, que no podía negarme a recibirle, porque el día que llegamos, un minero insultó a mi hija y él intervino casualmente en su favor tumbando al osado de un puñetazo. Esto me obligaba a agradecerle su intervención y le sirvió de pretexto para visitarnos varias veces.
—Y como es natural, para intentar disuadirle de que emplease su dinero en este negocio.
—En efecto, lo intentó, pero yo le hice ver que sus argumentos no tenían base. Yo he visto el informe de los técnicos que es una garantía y hasta para mejor convencerme, he visitado el registro de minas y he comprobado que todo está en orden.
—Ya y también ha visitado usted el terreno.
—En efecto, he llegado hasta eso, porque no soy hombre que hace las cosas a ciegas. He visto el terreno y aunque no hay nada en él, pude observar que en lo poco excavado, se ha sacado tierra con grandes hebras y puntitos relucientes que supongo serán oro.
—Claro que lo es. La mina no da otra cosa y si hubiese visto la primera criba, se hubiese asombrado.
—Por eso no me impresioné por nada de lo que me dijo. Le pedí pruebas de lo que insinuaba y me contestó que no las tenía porque esta campaña no la había iniciado él sino su antecesor, pero que estaba seguro de que existían y las encontraría.
—Que las busque si puede. Mucho me temo que se hará viejo antes de conseguir mordernos lo más mínimo.
Y desentendiéndose de Rush, añadió:
—Bien, estoy a su disposición y me alegro que haya venido tan a tiempo, porque tengo sobre la mesa varias cartas de mis agentes pidiendo cifras de emisiones, para varios capitalistas de Nueva York y no sabía qué decirles.
—Pues a tono con lo hablado, yo suscribo el medio millón de que le hablé. El resto puede comprometerlo.
—De acuerdo. ¿Le parece que legalicemos el trato?
—Ahora mismo. Quisiera marchar mañana o pasado para Chicago y cuanto antes terminemos, mejor.
Smiles se apresuró a poner sobre la mesa la caja con las acciones. Contó cuidadosamente dos paquetes de quinientas cada uno y ofreciéndoselas, dijo:
—Aquí tiene usted su millar de acciones.
—Muy bien, ahora firmemos la transferencia y el derecho a una prioridad cuando se vuelvan a emitir nuevas acciones y yo desee invertir más capital. Creo poseer ese derecho preferente.
—Muy bien, no existe inconveniente alguno. Dejaré satisfecho ese deseo.
Y de su puño y letra, extendió el documento que Borden, después de leerlo atentamente, guardó en su bolsillo.
A cambio, extrajo un cheque contra el banco de Carson City que extendió por el valor de las acciones. Smiles casi no pudo disimular su emoción cuando tuvo el cheque en la mano.
—Perfectamente —dijo—. Espero que nos veamos antes de que se vaya de aquí.
—Naturalmente. Ya le avisaré cuando decida la marcha.
Borden abandonó el despacho y Smiles apenas se vio solo, quedó un momento tenso como si no supiese qué hacer. Le estaba pareciendo mentira que todo se hubiese desarrollado tan sencillamente y tuviese en su mano aquella fortuna que temió ver desaparecer de su alcance, a causa de la intromisión de Rush. Sin saber por qué, algo parecía advertirle que todo había funcionado demasiado suavemente para que fuese una tangible realidad.
Y como la realidad no lo sería efectiva hasta que tuviese el dinero en sus manos, tocó una campanilla y al empleado que se presentó a la llamada, le ordenó:
—Tome mi cartera y preparen mi calesín para ir a Carson City. Díganle a Williams que se prepare a acompañarme.
Y media hora después, en unión de su pistolero de más confianza, rodaba pendiente abajo hacia la llanura, camino de Carson City.
* * *
Borden regresó al hotel donde Rush, nervioso e impaciente, esperaba en compañía de Belle.
Ésta había llegado a interesarse apasionadamente por aquel asunto escabroso y emocionante y no hacía más que acosar a preguntas al periodista y discutir con él los pros y los contras de lo que estaba intentando.
Borden, satisfecho, le mostró las acciones y el documento firmado por Smiles. Rush, con los ojos brillantes de entusiasmo, exclamó:
—¡Bravo, señor Borden, no sabe usted lo que ha colaborado para hundir a ese granuja y a los que con él han fundado ese sindicato de estafadores! Mañana la que se va a armar aquí va a ser gorda de verdad. Présteme por una hora esos documentos para copiarlos y publicar el texto en El Luchador.
—¿Qué cree usted que va a pasar cuando se publiquen?
—No lo sé. Depende de muchas cosas, pero de algo estoy seguro y es de que Smiles antes de huir si puede, tratará de cobrarse la trampa; por eso, mi deseo es que salgan ustedes de aquí cuanto antes.
—¿Y se va a quedar usted solo aquí para hacer frente a lo que se avecina? —preguntó vehemente Belle.
—Claro que sí. Es mi deber.
—No lo consentiremos —afirmó ella enérgica—. Si se queda usted, nos quedaremos nosotros por si en algo podemos ayudarle y si no lo mejor que puede hacer es cuando lance el periódico a la calle, venir con nosotros.
—Eso sería una deserción. Creerían que había lanzado a la calle una calumnia para después esconderme.
—¿Calumnia? ¿No está demostrada la estafa?
—Sí, pero piensen que Smiles al verse descubierto, puede tomar dos resoluciones: una, intentar llevarme por delante y la otra, huir antes de que le apresen o le destrocen por estafador. Presiento que en cuanto se sepa la verdad, van a surgir docenas de engañados con otros negocios, que pondrán el grito en el cielo y no tendrá más remedio que ponerse a salvo. Esto es lo que no quiero, porque no puedo perdonarle que primero intentó que me asesinasen y después quiso quemarme vivo dentro de mi imprenta. Deshizo mi modesta vivienda y me ha dejado en la calle sin edificio para el periódico.
—Papá le ayudará a usted a rehacerse, porque además de que no es tacaño, no puede olvidar que le ha salvado usted de un grave quebranto económico, ¿no es así, papá?
—Claro, hija mía. Estoy estudiando lo que podemos hacer por un hombre tan valioso como él. Tengo algo en embrión que vale más que lo que tiene y cuando lo haya madurado será cosa de hablar seriamente del asunto. De momento, lo que interesa es castigar a ese tipo y acabar con ese latrocinio.
—De acuerdo. Con su permiso voy a mi imprenta a acabar de componer el número. Quiero que salga mañana por la mañana. ¿Cuándo se irán ustedes?
—Después que veamos el periódico en la calle —afirmó Borden—. Antes no, porque… ¡qué diablo! También nosotros queremos gozar un poco de la reacción popular.
—Muy bien dicho, papá —afirmó la joven con entusiasmo.
Rush miró con agradecimiento y admiración a la muchacha que aparecía arrebolada de entusiasmo y contestó:
—Si es su gusto, no puedo obligarles a lo contrario, pero recuerden siempre que traté de alejarles de la hoguera.
Y abandonó el hotel para dirigirse a la imprenta.
Aquel día y aquella noche, trabajó febrilmente en la redacción y composición de lo que faltaba. Cuando a las diez tuvo todo compuesto, cenó frugalmente y se entregó a la tarea de imprimir el periódico.
Los muchachos que debían vocearlo estaban avisados para las ocho de la mañana y a esa hora, la tirada debía estar dispuesta a ser pregonada.
Y así, cuando a las ocho tenía a la puerta media docena de bigardos dispuestos a hacerse cargo del periódico, les puso en fila y les fue entregando los paquetes al tiempo que advertía:
—Muchachos, por esta vez os concederé la mitad del producto de la venta. No os digo lo que debéis hacer para colocarlos todos, porque depende de lo que queráis ganar cada uno. A ver cómo os portáis.
La promesa encendió el ánimo de los muchachos y como fieras, se desparramaron por las calles principales dando voces impresionantes y voceando los titulares espectaculares que encabezaban la información.
Éstos no podían ser más expresivos y tajantes:
«El Sindicato Minero, nido de estafadores: Intento de estafa de quinientos mil dólares a un honrado comerciante de Chicago. Informes técnicos falseados. Una mina inventada que es solamente un erial. Informe técnico que demuestra el engaño. Slim Smiles, el mayor granuja del Oeste».
El griterío de estos títulos sensacionales y el ambiente ya reinante con motivo de las anteriores campañas de Rush, despertaron ávidamente el interés de los pobladores de Virginia City y en menos de una hora la tirada íntegra se había agotado y los ejemplares se cotizaban como las acciones más valiosas de la mejor mina.
Los que no habían conseguido adquirir ninguno, buscaban a los afortunados poseedores de algún ejemplar y se formaban corrillos para leerlos en voz alta y se hacían comentarios indignantes del suceso y de sus posibles consecuencias.
Y la reacción de los que en aquellos momentos se supieron estafados, pues ya se habían colocado acciones de «La inagotable» a pesar de lo que Smiles había afirmado a Borden, pusieron el grito en el cielo y alguien lleno de furia, rugió:
—¡Compañeros, no podemos aguantar esta estafa que nos ha privado de nuestros ahorros! ¡Al Sindicato a reclamar nuestro dinero y si no… A prenderlo fuego!
Y una masa de exaltados se unió para dirigirse al lugar donde se erguían las oficinas.
En éstas reinaba un pánico que nadie acertaba a calmar. Desde el primer momento se sabía el contenido del periódico que había llegado a manos de los testaferros de Smiles rápidamente y todos, asustados al saberse al descubierto, sólo habían pensado en huir y ponerse a salvo.
Esta huida había dejado a los empleados y a la media docena de pistoleros que Smiles mantenía para contingencias como aquélla, al descubierto. El jefe de la partida apenas tuvo noticias de lo que sucedía y sabiendo a Smiles en Carson City, ordenó a uno de sus hombres que montase a caballo y a todo galope, portando un ejemplar de El Luchador, volase en busca de su jefe para darle cuenta del peligro y que regresase a toda marcha para solucionar aquel grave conflicto.
Mientras, se dispuso a defender el edificio. Les pagaban para aquello y su misión no era otra.
Y lo que temía se produjo. Un tropel de hombres encendidos en coraje y dispuestos a todo, afluyó al lugar donde se hallaba el Sindicato y pretendió irrumpir violentamente en él.
Pero el duro pistolero, presentándoles las bocas de los colts de sus hombres, rugió:
—¡Atrás! Que nadie intente pasar o será recibido a tiros. Eso es un infundio y en este momento, nuestro jefe está en Carson City resolviendo un negocio. Cálmense y esperen su regreso para que él demuestre la falsedad de esa información. Tengan calma y esperen que todo se aclarará.
Pero nadie le hizo caso. La cosa estaba ya aclarada y nadie volvería a engañarles de nuevo con subterfugios que no tendrían base. Por ello, alguien más decidido gritó:
—¡Fuera esos pistoleros al servicio de los estafadores! ¡Que salga Smiles y nos devuelva nuestro dinero! ¡Que salga o arrasaremos el edificio!
—Smiles está en Carson City. ¡Atrás!
—Smiles ha huido cobardemente —gritó uno—. Adelante y barramos a esos sapos.
Avanzaron impetuosos. El jefe de los pistoleros, fríamente, disparó y un par de atacantes rodaron por el polvo heridos de muerte.
Entonces, la tragedia estalló. Docenas de colts salieron a relucir al sol y un tiroteo impresionante se entabló entre ambos bandos.
Enseguida surgieron los contundentes galones de petróleo rociando el edificio y prendiéndole fuego por sus cuatro costados.
Y cuando sus defensores, ante el temor de morir achicharrados intentaban una salida desesperada, docenas de proyectiles les esperaban para acogerlos en el seno de la muerte.