23
3:53 AM
CAMINARON RÁPIDA Y SILENCIOSAMENTE EN FILA INDIA, primero Randy, seguido por Stephanie y luego Leslie. Jack cuidaba la retaguardia con la pala de Randy.
En el momento en que entraron al túnel en el que vio por última vez a Stewart, Randy sintió la oleada de confianza que antes alimentó su escape de ese hombre.
La escopeta estaba recién cargada con los pertrechos que le quitó a Stewart. Once más en el estuche. Randy calculó si tenía agallas para hacer lo que debía. Había aprendido algunas cosas esta noche, y una de ellas era que poner una escopeta contra la cabeza de alguien y jalar el gatillo no era algo fácil.
Sí, sí tenía agallas. No estaba seguro de llegar a disparar espectacularmente, pero creyó que podía hacerlo. Y ahora era quien estaba dirigiéndolos dentro del túnel sin demasiado temor.
A juicio de Randy, solo necesitaron cerca de cinco minutos para volver al cuarto donde Stewart se había ahogado. Estaban tratando de moverse con suficiente lentitud para mantenerse en silencio, y lo conseguían. Bastante bien.
La puerta arqueada de madera que daba al cuarto aún estaba abierta.
Randy se detuvo.
—¿Qué? —susurró Stephanie detrás de él.
—Aquí es donde vi... —parpadeó hacia el piso de concreto.
—¿El cadáver?
—Sí.
—¿Qué hay? —susurró Leslie, poniéndose de cuclillas.
—Sigue desaparecido —contestó Randy.
Se miraron unos a otros, luego otra vez al túnel. Basta de charla. Así que él había perdido la chaveta. O White había movido el cadá-ver. Randy se paró rápidamente sobre el peldaño hacia el cuarto, ansioso de probarles que el hombre ahogado estaba ahogado de veras.
—Reduce la velocidad —susurró Stephanie.
Yo te reduciré la velocidad si no te callas. Pensamiento interno, en realidad no quería decir nada.
Ahora podía ver el agua y el enorme tubo que desaparecía dentro del tanque de concreto. Randy caminó hacia el centro con el agua hasta los tobillos. Se dio la vuelta, consciente de que estaba sonriendo sin bondad alguna.
Los demás se habían detenido en la entrada y observaban.
—Aquí es donde ocurrió —informó.
Ellos lo miraron sin reconocer ni negar. Pero eso fue suficiente reconocimiento.
—¿Quieren ver...?
—Solo sácanos de aquí —exclamó Leslie bruscamente.
Muy bien entonces. Cortó hacia su izquierda, sobre otro peldaño, y entró al pasadizo adyacente. Veinte metros a la derecha. Por la puerta contra la que se había golpeado, la cual ahora estaba abierta, permitiendo que entrara luz a lo que había sido un espacio oscuro.
Pero la puerta que llevaba al cuarto de lavar y planchar, donde había encontrado la escopeta, estaba cerrada.
—Trancada —dijo—. Esta lleva al pasadizo donde está la puerta trasera.
—¿Qué hacemos entonces? —preguntó Stephanie.
Métete el puño en la boca y mantenlo allí. Pensamiento interior.
—Volarlo —contestó él.
—Podrían oírlo —indicó Jack.
—Tal vez. Pero estamos aislados por mucha tierra más allá de estos muros de concreto. Además hay un cuarto de lavado y planchado en el otro lado de esta puerta. Creo que está bien.
Antes de que alguien pudiera objetar, levantó la escopeta y puso el cañón como a treinta centímetros del picaporte y...
—Randy...
... jaló el gatillo.
¡Bum!
¡Se oyó muy fuerte aquí adentro!
—¡Listo! —señaló, y abrió la puerta de un empujón.
Entraron en el cuarto de lavado y se detuvieron para escuchar.
Nada. El zumbido en los oídos sí se oía muy bien.
—Por aquí.
—No voy a salir —informó Jack.
—¿Qué quieres decir con que no vas a salir? —se le enfrentó Randy—. La puerta está abierta...
—Muéstrame el camino. Primero debo al menos tratar de encontrar a Susan.
Randy echó mano a la puerta.
—¡Haz lo que quieras! —oyeron la voz apagada.
Estaban en un pasadizo con la puerta trasera visible cinco metros a su izquierda.
Stephanie dio un grito ahogado. Randy le puso los dedos en la boca. Abajo por el corredor, pasando la puerta que conducía al estudio grande con el escritorio, la estrella de cinco puntas y el espejo que no funcionaba. Betty.
—¡Deprisa! —ordenó Randy girando y corriendo hacia la salida, pero una mano le enganchó el codo.
—¡Dame un minuto! —susurró Jack—. Susan tiene que estar con ella.
—¿Estás loco? ¡Ya estamos aquí!
—Tienes que esperarme.
—¡Ni en broma!
—Si le disparas al candado ella lo oirá y me será muy difícil. Un minuto, solo para ver.
—Y si espero que vengas gritando por el corredor con una niña en tus brazos, Betty vendrá detrás de ti con una escopeta en las manos. Todos perdemos.
—¡Solo dame un minuto! ¡Ella salvó la vida de Leslie!
Habló como se habla cuando hay que tomar decisiones. Quizás, pero la mente de Randy estaba confusa otra vez. Él tenía una escopeta, ellos estaban bien protegidos en el pasadizo y, bien considerado, un minuto no haría daño.
—Un minuto y nos vamos. Esperaremos por la puerta.
—Voy con él —susurró Leslie.
—Haz lo que quieras.
Randy y Stephanie permanecieron en el pasadizo que conducía a la salida.
—Tontos —susurró Randy, mirándolos—. Lo que van a conseguir es que nos maten.
—¿Lo crees?
—Garantizado.
—Quizás deberíamos irnos —comentó Stephanie.
La sugerencia lo dejó medio sorprendido.
—¿Dejarlos y salir corriendo?
—Bueno, traeríamos a la policía, ¿de acuerdo?
Él reflexionó sobre el plan. En realidad no era un plan, sino una estrategia de sálvese quien pueda. O al menos sálvense él y Stephanie.
Jack y Leslie aún se estaban acercando sigilosamente a la puerta del otro extremo. Si no fuera por esa pequeña abandonada que habían conocido, ahora estarían fuera de aquí.
—No puedo hacer eso —dijo él finalmente.
—No me gusta esto —manifestó Stephanie abrazada a sí misma y mirando nerviosamente para todas partes—. Deberíamos irnos.
—Cállate. Prometí que le daríamos un minuto a Jack, no más.
Solo...
Se abrió la puerta detrás de ellos. Randy oyó gruñir a Stephanie. Él giró. Allí estaba Pete, con una mano alrededor del cuello de ella y la otra tapándole la boca, la arrastraba de vuelta hacia la puerta.
Randy giró la escopeta, la puso a nivel de ellos y estuvo a un paso de colocar una carga completa de perdigones en las tripas de ella.
Ese era el primer problema: Stephanie estaba en medio.
El segundo era que Jack tenía razón: un disparo alertaría a toda la casa hacia donde él estaba.
Pete se escabulló por la puerta y desapareció.
El pulso de Randy le repiqueteó en el cráneo. Miró hacia el corredor y vio que Jack estaba casi en la puerta que llevaba al estudio, ignorante de lo que acababa de pasar.
No podía advertir a Jack y Leslie sin alertar posiblemente a Betty, lo cual no les convenía. O dejaba que Pete se fuera con Stephanie, o iba tras ellos antes de que desaparecieran.
Randy lanzó un insulto entre dientes y corrió hacia la puerta.
Pudo oír a Stephanie gritar a través de los dedos de Pete, adelante a la derecha. Ella resopló y se quedó en silencio.
Pete no tenía una escopeta y Randy sí, eso era lo importante.
El ruido de una puerta cerrándose de golpe le hizo tensar los músculos.
Pete no tenía escopeta pero tenía un cuerpo en sus manos. O sobre su hombro. De igual modo, Randy podría atraparlo más fácil de lo que atrapó al padre del zopenco. Sorpresa e intimidación. Liquidaría al sujeto antes de que Pete supiera que tenía alguna competencia.
Randy llegó a la puerta que se había cerrado, la abrió de golpe e introdujo la cabeza. Dos direcciones. No podía decir adónde se habían ido. Pero si había entendido correctamente a Jack y Leslie, tenía una muy buena idea de la dirección en que estaba la guarida de Pete y estaba seguro que allá es adonde se dirigían.
A la derecha otra vez. Corrió alrededor de la esquina y bajó por un corredor que no había visto antes. Las suelas de cuero de sus zapatos golpeaban en el concreto. ¿Quién estaba ahora cazando a quién?
Adelante a la izquierda, el único camino. Lo siguió sin detenerse.
Pero se estaba alejando de la salida. Y White estaba aquí en alguna parte.
Los dos pensamientos entraron juntos a su mente, como un disparo doble de escopeta de dos cañones, e inculcó dentro de su pecho algo que no había sentido desde la persecución de Stewart.
Temor.
Desaceleró hasta caminar, con el corazón latiéndole tan fuerte que no podía oír ni su pensamiento. ¡Habían estado exactamente allí! Un solo disparo a través de ese candado y afuera hacia la lluvia.
¡Con una escopeta en la mano! Lo habría logrado.
—Tú, tonto, tonto, tonto...
Ninguna palabra que le llegara a la mente describiría exactamente cuánto detestaba a Stephanie en este momento. Pero estaba comprometido.
¿Lo estaba? Se detuvo. Miró sobre su hombro. En realidad podía retroceder. Dejarlos a todos y dirigirse a la carretera armado con la escopeta. Conseguir los celulares que él y Leslie habían dejado en su auto. Llamar pidiendo ayuda y llegar a la ciudad.
En alguna parte adelante gritó Stephanie. Pete le había dejado libre la boca. Lo cual quizás significaba que habían llegado a la guarida del granuja.
Randy se arrastró hacia delante, resuelto a todo menos a minarse en medio del temor y la desilusión que sentía por la oportunidad perdida. Cada paso que lo adentraba, lo alejaba. Jack y Leslie probablemente conseguirían a la niña, llegarían a la puerta y estarían lejos, mientras él estaba aquí tratando de rescatar a su moza.
Reanudó su paso, evitando que los talones hicieran contacto con el concreto. No tenía idea de cómo Pete había cubierto tan rápido esta distancia, en especial con la cabeza rota, como Jack dijo que la tenía.
Randy dio la vuelta a una esquina y quedó frente a una puerta bordeada con luz amarilla. El corredor desaparecía más adelante doblando en otra esquina, pero tenía que ser esta puerta.
Se acercó con cautela. Sorpresa e intimidación, ese era el plan, pero ahora no tenía energía para sorprender ni intimidar.
—Por favor... —pudo oír la voz sofocada de Stephanie suplicando al otro lado de la puerta—. Por favor, haré cualquier cosa.
—Puedes ser mi esposa —manifestó Pete.
Ella no contestó.
Randy se inclinó hacia delante, escuchando. No sabía en qué parte del cuarto estaban y las rendijas eran demasiado angostas para permitirle una vista. Si Stephanie lo distrajera...
—¿Puedes bajar eso? —preguntó ella.
Randy retrocedió. ¿Tenía un arma?
—Quiero que te comas el cereal —contestó Pete.
Randy miró por el corredor. Aún podía escapar.
—¿Este cereal? —preguntó ella.
Si se fuera ahora, aún lograría salir. Era probable que Jack y Leslie ya se hubieran ido. Se imaginó la puerta totalmente abierta con Betty gritando en la lluvia.
—Te hará fuerte como yo.
Ella titubeó. Lloró suavemente.
—¿Estás seguro? —inquirió ella.
—¡Sí, sí! Leslie fue una chica mala.
—¿No se comió Leslie tu cereal?
—Leslie fue una chica mala.
—Pero si yo como tu cereal, ¿seré entonces una chica buena?
—preguntó Stephanie con voz entrecortada.
—Serás mi esposa.
—¿Y tú serás bueno conmigo?
—Si quieres ser fuerte como yo tienes que comerte el cereal; porque eres culpable.
—Culpable.
Randy parpadeó. Ella sabe conseguir lo que quiere, había que reconocerlo.
—Está bien. ¿Ves?
¿Se lo estaba comiendo? Randy puso la mano izquierda en el picaporte y lo giró un poco. La puerta no estaba trancada. Le dio un golpe ligero con el codo. No había pasador.
Ahora Stephanie estaba sollozando suave y continuamente.
—Serás fuerte —expresó Pete.
Entonces Randy actuó, porque sabía que cualquier macho ardiente dado a comer alimento podrido para perros pondría toda su atención en Stephanie.
Pete estaba con un tazón en una mano, mirando a Stephanie, que tenía tres dedos en la boca. Lágrimas le surcaban el rostro.
Randy jaló el gatillo.
¡Bum!
Los perdigones arremetieron contra el costado de Pete, que dejó caer el tazón. Pero no cayó.
Accionó. Cargó otra vez.
¡Bum!
Esta vez el hombre cayó de rodillas.
—¡Vamos! —gritó Randy—. Salgamos de aquí.
Stephanie miró momentáneamente aturdida, luego saltó de la cama. Pero no cayó toda llorosa y agradecida en los brazos de él.
Pálida, se fue tropezando hacia la puerta.
Ella lo siguió por los corredores a toda prisa. En lo único que Randy pensaba ahora era en llegar a la salida trancada.
Se le ocurrió que no había recargado la escopeta después del último disparo, de modo que lo hizo ahora, consciente, pero indiferente, de que detrás Stephanie se estaba cayendo.
Dio vuelta a la esquina y acortó por el túnel que llevaba de regreso a la salida.
Hasta allí llegó. No estaba solo en el túnel. Allí estaba el hombre con la máscara de hojalata. Frente a él. Casi veinte metros pasadizo arriba, con las manos en los costados, gabardina hasta los tobillos, mirando a través de esos huecos recortados en el rostro de chapa.
Corrieron náuseas por los intestinos de Randy. Quiso mover la escopeta hacia arriba y abrir un hueco en ese rostro, pero no logró moverse.
Ni señal de Stephanie.
—Hola, Randy —saludó White—. Eres como yo, por eso es que vas a ganar esta contienda.
Aún no escuchaba a Stephanie, ¿dónde estaba ella?
—Necesito un cadáver —continuó White—. Creo que Jack tratará de matarte. Eres un canalla, todos lo saben.
La visión de Randy revoloteó. El cuello de White se movió.
—Un cadáver, Randy. Dame un cadáver antes de que él te mate.
—Yo... yo no puedo matar...
—Si no la matas, entonces morirás.
¿La? No lograba pensar con claridad.
—¿Leslie?
—Hasta los inocentes son culpables, Randy.
Stephanie había perdido de vista a Randy, pero estaba demasiado entumecida para pedirle que bajara el ritmo. Él había regresado por ella... ahora no la dejaría.
El estómago le dio vueltas de repulsión por la pasta que había comido, pero era una repugnancia demasiado empalagosa. Como masticar el gusano del fondo de una botella de tequila. No. Peor, peor aun... más como sorber un bocado del vómito de otra persona. Pero ese vómito tenía un alucinógeno que le había enviado placer a lo largo de los nervios.
En realidad sentía repugnancia por ella misma; por su disposición a hacer cualquier cosa que Pete le pidiera. Todo. Y por su necesidad de ser aceptada por él.
Le afectó haber hecho de manera natural lo que hizo. Sus náuseas, su pecado, la preservaban a costa de todo principio. A expensas de su propia valía. Comprenderlo la había asqueado.
Se había convertido en un caparazón de mujer para salvarse del dolor y no tenía fuerzas para redimirse.
Aún tenía alojada en la garganta un poco de la pasta. De repente, el excesivo empalago ya solo era indigesto. Se detuvo, se arqueó y vomitó.
Se limpió la boca y se quedó estupefacta.
—¿Randy?
Cuando Stephanie finalmente se irguió, Randy estaba de pie dándole la espalda, la escopeta en una mano apuntando al suelo. Se volvió hacia ella. Por un momento pensó que parecía distinto.
—¿Vienes?
—Sí —contestó ella apurándose y escupiendo bilis de la boca.
Randy salió corriendo.
Cuando llegaron al corredor donde Pete la había secuestrado, seguía totalmente abierta la puerta por donde Jack y Leslie se habían acercado. La salida aún estaba con candado. No había ni rastro de ellos.
Stephanie pudo olerse el aliento... como azufre.
—¡Vamos! —exclamó Randy, corriendo hacia la salida—.
Cuando salgamos corremos directo hacia el bosque, no hacia el frente de la casa. Nos ponemos a cubierto y luego ideamos cómo volver a la carretera principal, ¿de acuerdo?
Ella no contestó.
Randy levantó la escopeta a la altura del hombro, apuntó al candado y accionó el gatillo.
—¡Salgamos!
Subió al descansillo y arrancó el retorcido candado con una mano temblorosa. La puerta se abrió fácilmente. ¿Lo habían logrado?
Giró hacia atrás, agarró el codo de Stephanie y la jaló bruscamente hacia la puerta, afuera.
Solo que aún no estaban afuera.
En realidad, no estaban en absoluto afuera. Stephanie parpadeó, pero lo que vio no cambiaba. ¡Estaban en el cuarto de calderas! ¡El caliente, sofocante cuarto de calderas!
La puerta se cerró tras ella con un clic.
—¡Oh Dios, oh Dios, oh Dios!