11

HELADO POR LA INDECISIÓN, RANDY MESSARUE MIRÓ fijamente la puerta que se había cerrado de súbito detrás de Jack. No estaba seguro de qué era peor: ir tras Jack o escaparse solo. Normalmente podía tomar decisiones repentinas. Debía de ser la casa. Esta casa espantosa y maldita. Y sus chiflados dueños. Su mente había empezado a crisparse en el momento en que Stewart se le había aparecido en el baño.

Además, cuando el hombre se volvió contra ellos, la erosión de la confianza de Randy se convirtió en un desmoronamiento de su psiquis. Podía sentir que había llegado a perder solidez, a deshacerse. Débil. Ni el personal de su junta lo había logrado.

Se odiaba por eso. Odiaba el modo en que su estómago le decía que corriera. En realidad odiaba el hecho de que probablemente se salvaría a expensas de Leslie. Odiaba el terror que había gritado en su propia mente como una colegiala.

Sudaba copiosamente a pesar del aire frío del sótano. Las manos le temblaban y el corazón le latía con fuerza. No seas pelele, solía decirle su padre antes de darle una paliza. Quizás merecía una buena tunda, y Stewart parecía demasiado ansioso por hacerle ese favor.

Clack, clack.

Zapatos sobre el concreto, caminando, no corriendo. En su mente centelleó la imagen de las enormes botas de cuero de Stewart dando zancadas por el piso.

Corrió hacia la puerta e hizo girar la manija. Esta se negó a moverse.

—¡No se atrevan a decir que no se les advirtió, asquerosos ateos!

Stewart estaba en el salón contiguo.

—Solo te pido que no seas muy duro, Stew —estaba diciendo Betty, tratando de mantener la calma cuando todos sabían que no había un ápice de calma en ese endogámico marido suyo—. No tienen dónde ocultarse. Tú no seas muy duro. Nada de arrebatos.

Randy se quedó sin alternativas. Dos puertas, cerradas. La bodega le expondría al corredor. Giró desesperado en busca de una salida. Pero no había salida. Escóndete. Ocúltate, despreciable criajo. ¡Escóndete!

Se fue corriendo tras el escritorio. Demasiado pequeño. Hacia la cortina que enmarcaba el espejo. Detrás de la cortina.

Pero estando en la cortina no podía calmarse y los pulmones le resollaban como almohadas desgastadas. Presionó la espalda contra la pared y deseó con todas sus fuerzas que sus músculos se relajaran.

Clack, clack.

Las botas se detuvieron. Estaban en el corredor. Randy contuvo el aliento. Por un instante se hizo silencio en el cuarto.

—¿Dónde estás, ratita? —preguntó Stewart. Luego ordenó a Betty—. Cierra la puerta.

La puerta se cerró. Un pasador entró en su lugar.

—Esa también —dijo él.

La puerta a la bodega cerrada. Trancada.

—Vinieron por acá, ¿no es así? Puedo oler su hediondez de ciudad.

—¿Crees que llegaron al túnel? —preguntó Betty.

—No, a menos que puedan traspasar puertas cerradas que no atravesaron.

—¿Entonces dónde?

—Probablemente en la bodega. Por lo que sabemos, ahora están en lo alto de la escalera tratando de vislumbrar cómo regresar.

—No hay manera de pasar ese cerrojo —aseguró Betty—. Aquí los corredores los volverán locos. Nunca saldrán.

¿Los había atrapado Stewart en el sótano?

—Opino que los cacemos nosotros mismos —gruñó Stewart—.

Ahora los tenemos atrapados como ratas.

—Ese no era el trato —dijo Betty—. Si quieres pasar de esta noche, abrámosle la puerta.

—Ábrela tú. Él no dejará pasar esto. Te juro que nos cortará como filetes de pescado. Va a asesinar a todos los de este sótano como ha hecho cientos de veces. Sabes cómo actúa.

Pausa.

—¿Crees que la encontrarán? —preguntó Betty.

—Pete la encontrará...

—A ella no. A la otra.

Stewart hizo una pausa, respirando fuertemente por la nariz.

—No antes que nosotros. Y si lo hacen, sin duda ella los usará.

Ella es un taimado montoncito de basura.

Durante un momento, ninguno de los dos habló. Luego Stewart taconeó hacia el extremo del rincón y Betty lo siguió. Tintinearon llaves. Una puerta rechinó. La puerta se cerró. Se habían ido.

¿Se habrían ido de veras? ¿Y si lo hubieran visto y fingieron su conversación, y fingieron salir para entretenerse con él? Retiraría la cortina y se vería frente a una escopeta cargada.

Randy esperó hasta ya no poder aguantar más sin saber. Asomó lentamente la cabeza alrededor de la cortina, los ojos bien abiertos.

El cuarto estaba vacío.

Corrió de puerta en puerta, revisando las manijas. Cerradas. La que daba al cuarto con sofás, la que daba a la bodega y la que succionó a Jack. Eso dejaba la puerta que Stewart y Betty habían usado, y él no tenía intención de ir tras ellos.

Randy pegó la oreja contra la puerta, no oyó nada, revisó la manija. Sin llave. Sus intenciones apenas importaban ya.

Caminó de un lado al otro diez segundos, inseguro y nervioso. Si esperaba aquí, ellos podrían volver y dispararle como a una rata enjaulada. No tenía más alternativa que la de traspasar esa puerta.

Puso una mano temblorosa en la manija, la giró lentamente y la puerta crujió. Luz tenue. Ningún sonido. Tranquilizado, abrió la puerta del todo.

El corredor del otro lado de la puerta estaba hecho de vigas de madera sostenidas en gruesos postes. Piso de piedra. Una bombilla en una viga emitía luz hasta el extremo opuesto, donde algunos peldaños daban contra una vieja puerta de madera.

Ni rastro de Betty o Stewart. Debieron de salir por uno de los tres pasadizos que cortaban la pared izquierda del corredor.

Al fijarse atentamente en el corredor, Randy quedó impresionado por la extensión de lo que había visto en el sótano hasta entonces. Se veía a las claras que los cimientos sobre los que se asentaba la casa no eran cuadrados sino un laberinto de cuartos y corredores.

Esto quería decir que eran bastantes las posibilidades de que el sótano tuviera otra salida. Si tenía razón, ahora mismo estaba mirando una salida. La puerta del extremo del corredor tenía tres escalones en lo alto. El fondo era medio visible para Randy; la parte superior parecía tener tierra encima.

Betty había dicho: Si quieres pasar de esta noche, abrámosle la puerta.

¿Qué había querido decir? Esa puerta era la que le permitiría entrar a él.

White entra.

O Randy sale.

Se dirigió al pasadizo caminando de puntillas. El primero de los tres pasadizos cortaba la pared izquierda y terminaba en una puerta metro y medio adentro. Pero a Randy no le interesaba otra puerta.

Ahora solo quería una cosa, y esta se hallaba al final del corredor.

Pudo ver que habían abierto un enorme candado y liberado el pasador de la puerta.

El corazón le palpitó con fuerza en el pecho. White podía estar en el otro lado de la puerta, lo sabía, estaba seguro. Lo sabía y odiaba saberlo.

Si el asesino hubiera entrado, habría cerrado la puerta detrás de él, ¿de acuerdo? Seguro que lo habría hecho. Por supuesto que Randy lo habría hecho. Se repitió eso miles de veces mientras se tranquilizaba sobre el piso de piedra hacia la puerta de madera.

Habían dejado la puerta abierta y se habían ido, como White pidió. Como exigió. Ahora una petición y una exigencia eran la misma cosa, porque ahora todos participaban en su juego.

Al ser parte del juego de White, lo hacen a la manera de White o a la de los muertos. Todos aprendían eso tarde o temprano.

Por supuesto que eso significaba que él también tenía que seguir las reglas. Sus reglas.

Las reglas de la casa.

Ahora había llegado el momento de hacer cumplir esas reglas.

Un poco de disciplina para meterlos en vereda.

Descendió los escalones con paso firme. Enderezó la gabardina, respiró profundamente y abrió la puerta de un empujón.

Luego White, que en realidad era negro, entró en su casa.

Randy estaba al lado del segundo pasadizo cuando la puerta osciló hacia adentro y las botas apretaron el paso de lluvia torrencial, sobre el umbral y sobre el descanso de concreto.

No había ni sombra de confusión en la mente de Randy acerca de la identidad de esta persona. La forma de esas botas negras, el largo de la gabardina; todo esto estaba estampado en la memoria de Randy con suficiente claridad para analizar mil horas de terapia. Se trataba del asesino que todos habían visto en el sendero que llevaba a la casa.

Dos cosas lo salvaron en esos primeros instantes. La primera fue que el asesino no tenía una vista directa del corredor mientras descendía los peldaños de este lado del descanso. El techo le cortaba la visión.

La segunda fue que Randy reaccionó por instinto, antes de percibir por completo el peligro en que estaba. Giró a su izquierda.

Dentro del pasadizo.

Contra la pared.

Ya allí se quedó paralizado. Pudo haber tratado de entrar un poco más, por la puerta, lejos del asesino, pero se paralizó.

Y esto también le pudo haber salvado la vida. No tenía ilusiones de que White fuera algún leñador común con tendencia a matar extraños. Golpearía a Randy como a un vulgar cerebrito. Sin duda el más leve sonido lo alertaría.

La respiración de Randy volvía a ser jadeante.

Se tapó la boca con la mano y se obligó a controlar sus pulmones.

No podía controlar el corazón, pero dudó que el hombre fuera tan bueno como para oír sus latidos.

White reenganchó el pasador y cerró el candado, sin pretender salir sigilosamente.

Apretó el paso hacia el piso de piedra, luego se detuvo. Randy no necesitaba ojos para ver lo que estaba ocurriendo. White estaba mirando por el corredor, creyendo haber oído algo fuera de lugar.

El palpitar de un corazón. Un apuro al respirar. La filtración del sudor.

Silencio, un buen rato. Luego las botas de White se movieron, doce o quince pasos. Se detuvieron otra vez.

En alguna parte se estaba escurriendo agua. En ese momento Randy sintió que se desvanecían sus últimas reservas de fortaleza.

Comenzó a relajarse de veras.

Y, mientras lo hacía, una extraña clase de resignación —no, de paz— empezó a darle vueltas en la mente. Una silenciosa resolución de no preocuparse. De no agotarse peleando con White. De no consumirse huyendo. No tenía fuerzas para huir. O para resistir. En un rincón de su mente se preguntaba si quizás sería mejor tratar de llegar a un acuerdo con White.

Durante unos segundos eso le supuso una eternidad, no iba a pasar nada. No podía oír la respiración de White, así que tal vez este no podía oírlo.

Las botas se dirigieron al estudio. Una puerta se abrió y se cerró.

Randy se deslizó hacia el frío piso de piedra. Bueno, tal vez a él le importe poco.

—¡Toma, vampiro enfermo! —masculló bajo su aliento e hizo crujir sus molares.

Estaba temblando. Pero vivo.

Leslie había desaparecido en estos corredores. Al menos él estaba muy seguro de eso. ¿Estaría viva? El pensamiento lo sorprendió, más porque era la primera vez que pensaba en el asunto, que porque se preocupara de la seguridad de ella. Es asombroso lo rápido que un poco de estrés puede reorganizar prioridades.

Se odió. En realidad siempre se había odiado. Si se las arreglaba para sobrevivir esta noche, quizás podría ocuparse de eso.

Ahora la salida estaba cerrada. El cuarto del que había venido estaba cerrado.

Randy volvió al pasadizo en que había estado y revisó la puerta del fondo. Llevaba a un pequeño cuarto de lavado y planchado. A su derecha estaba la puerta de un clóset. Cada cuarto de la casa parecía tener uno. Examinó las paredes. Palas, baldes, una horquilla, rastrillos. Varios rastrillos.

Una escopeta.

Randy parpadeó ante el arma inclinada en el rincón, inseguro de que sus ojos estuvieran viendo correctamente. Sin embargo, allí estaba: una cosa de un solo cañón que parecía tan vieja como la casa.

La pregunta era: ¿funcionaba? Amartilló el cañón para abrirlo en su gozne. Dos balas. Miró alrededor. Revolvió entre tarros de clavos y cajas de focos sobre un estante. Nada que pareciera municiones.

Tendría que lograrlo con dos balas.

Una puerta se cerró de golpe y sonaron pasos en el corredor del que él acababa de venir.

Clack, clack.

¿Clack, clack de Betty? ¿De Stewart? ¿O de White?

Randy agarró el arma tan silenciosamente como le fue posible y se dirigió hacia el clóset con la agilidad de un gato. Sin embargo, mientras se movía comprendió que ya no sentía pánico.

—¿Stewart? —preguntó Betty.

Él abrió el clóset de un tirón, vio que el piso en el interior estaba como treinta centímetros más abajo que el del cuarto de lavado y planchado, y los bajó.

¿Estaba asustado? Seguro. Pero ya había llegado hasta aquí.

Cerró la puerta, pensando que donde había entrado no era en absoluto a un clóset.

Randy dio la vuelta en el espacio. No era un clóset. Ni nada parecido. Estaba en una especie de oscuro túnel de concreto. Iba desde la puerta a la derecha y a la izquierda.

¿Crees que llegaron al túnel? Quizás debería reconsiderar el asunto. Una rendija débilmente iluminada marcaba el contorno de la puerta del cuarto de lavado y planchado. Pero Betty estaba en alguna parte al otro lado.

Se vio de nuevo frente al túnel. Tal vez, solo tal vez, tendría una salida. Había visto la lluvia torrencial cuando White entró en el sótano... si encontraba agua de lluvia, simplemente podría encontrar una abertura o algo parecido.

Miró a uno y otro lado y, como parecía no haber motivo para ir en dirección alguna, giró a la izquierda y caminó, escopeta en mano.

Tenía un arma, eso era lo importante.

Se topó entonces con que la débil luz venía de la rendija debajo de la puerta. El túnel estaba oscuro adelante. Y detrás.

Quizás habría dado veinte pasos cuando se oyó un fuerte sonido metálico en el túnel. Como una escotilla abriéndose. Atrás, retroceso. Giró. Un retroceso demasiado largo como para ver algo.

Algo había entrado en el túnel. Algo pesado. Y algo que podía correr. Tas, tas, tas, tas. Se dirigía directamente hacia él. Una respiración firme pero pesada seguía tras el eco de las pisadas.

Randy giró y corrió para salvar su vida.